AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Amistades peligrosas
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Amistades peligrosas
El sol, que se asomaba tímido a través de las grises nubes que cubrían el cielo, descendía rápidamente por el horizonte, bañando sin fuerzas los árboles vestidos de blanco. Los copos de nieve danzaban perezosamente hasta el suelo, acompañados por la silenciosa melodía de una brisa fría e incansable. No se veía un alma, ni se escuchaba nada más que el constante paso de la yegua que había comprado antes de partir hacia París.
Era preciosa.
Suave como la seda, fuerte como el roble y tranquila como el mar en calma. De pelaje negro con una gran mancha blanca desde el cuello hasta el vientre. La mujer de la granja donde la compró la llamaba Nicte y le aseguró que podría cargar con los enseres de Sérène e incluso cargar el triple de su peso. Por el mismo precio que pagó por la yegua, además, le regaló las alforjas donde ahora guardaba las escasas hierbas medicinales que había encontrado por el camino. El invierno era implacable con la naturaleza.
Había recorrido gran parte del trayecto acompañada de una compañía de bardos, que iban de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, alegrando las plazas y las almas de todos los que estuvieran dispuestos a salir del calor de su hogar para calentarse con risas. Resultó que todos eran una familia. El abuelo, un hombre afable de gran sonrisa, era el que contaba historias increíbles, de países lejanos, reyes nobles, hadas y unicornios. La hija, junto a su esposo, representaban el ideal de pareja respetable según las creencias de Sérène. Juntos, recitaban poemas épicos de grandes batallas pasadas, él tocaba la lira y acompañaba con su grave voz los estribillos, ella adornaba los versos con su melodiosa voz. Y las nietas eran la delicia de todos. Una familia feliz.
Pero muy a su pesar, la hechicera tuvo qué despedirse de ellos cuando una de las ruedas del carromato que empleaban para transportar sus pertenencias, se partió. Estaba ansiosa por llegar a su querida París y reencontrarse con los amigos que había hecho y la familia le aseguró que al menos tardarían un día en arreglarla.
El inquietante aullido de un lobo sonó no muy lejos de donde se hallaban Nicte y Sérène, seguido de otro más lejano. El sol desaparecía y la madre luna mostraba todo su esplendor iluminando tenuemente el camino. «Tendría que haberme quedado con la compañía, y no partir sola por estos caminos» pensó con arrepentimiento.
- Tranquila chica, no vienen a por nosotras... tu eres fuerte y alta y yo una hechicera, seguro que no querrán acercarse... -murmuró a su montura intentando convencerse a sí misma. Aún así, hizo trotar la yegua hasta que se creyó segura y lejos de los animales.
A cada paso que daban la noche les envolvía con más profundidad. Deberían buscar un refugio para pasar la noche, aunque no había visto nada semejante desde que abandonó el último pueblo. Seguramente era un camino demasiado transitado y no creían que ningún viajero fuera tan estúpido como para continuar su trayecto pasada la tarde.
Sérène se ajustó la pesada capa de viajero más cerca de su cabeza, el frío se calaba hasta los huesos. Podría hacer un fuego pequeño con la rama caída de algún árbol, por supuesto, pero no quería poner nerviosa a su bello transporte. Sólo les quedaba seguir y esperar que París estuviera más cerca de lo que pensaba.
Comenzó a imaginarse su pequeña habitación del hostal que estaba situado a las afueras, con el agradable señor de pelo cano que pagaba con hechizos y encandilamientos en vez de monedas, cuando sintió que la gravedad la atraía al suelo estrepitosamente, congestionando el aire en sus pulmones. El relinche despertado de la yegua se vio ahogado de repente. Con un lío de ropajes y capas, Sérène se puso en pie y miró con horror como el pelaje blanco del cuello de Nicte estaba rasgado y manchado por las fauces de un lobo que se estaba dando el festín con la yegua. El terror paralizó a la hechicera, sólo su corazón desbocado era capaz de moverse. Tenía que huir ahora que el animal no le prestaba atención, tenía que mover un pie y luego otro, un movimiento mecánico y sencillo que la alejaría de allí. A pocos metros estaban los árboles, su única posibilidad.
Con fuerza de voluntad y sin quitarle los ojos de encima al lobo, se fue alejando poco a poco de la grotesca escena. Estaba a punto de alcanzar la linde del bosque sin ser descubierta cuando la nieve acumulada crujió con un ruido seco. Inmediatamente, el lobo giró su rostro hacía ella, clavándole una mirada fiera cual puñales en el pecho, agachó las orejas y gruñó. El instinto primario de supervivencia pudo a la razón. Con movimientos rápidos y precisos Sérène cogió los bajos de su vestido y echó a correr bosque a dentro. Corría tanto como podía, corría más incluso de lo que jamás creyó que podría correr y aún así la ventaja que tenía sobre su cazador se estrechaba cada vez más. Sorteaba los árboles que se cruzaban en su camino y aún así no era suficiente. Los feroces gruñidos del lobo cada vez sonaban más y más cerca, y la resistencia física de la muchacha ya flaqueaba, un agudo dolor le atravesaba la zona abdominal.
Por el rabillo del ojo distinguió más sombras. «Es su manada», pensó, «él sólo era el explorador». Corría y corría con desesperación, viendo sin ver lo que le venía delante. Ahora sólo era una simple muchacha que luchaba por su vida. La raíz de un enorme árbol truncó su huida, la hizo caer hacia su fin. Se volteó justo a tiempo para ver cómo el lobo saltaba hacía ella.
Era preciosa.
Suave como la seda, fuerte como el roble y tranquila como el mar en calma. De pelaje negro con una gran mancha blanca desde el cuello hasta el vientre. La mujer de la granja donde la compró la llamaba Nicte y le aseguró que podría cargar con los enseres de Sérène e incluso cargar el triple de su peso. Por el mismo precio que pagó por la yegua, además, le regaló las alforjas donde ahora guardaba las escasas hierbas medicinales que había encontrado por el camino. El invierno era implacable con la naturaleza.
Había recorrido gran parte del trayecto acompañada de una compañía de bardos, que iban de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, alegrando las plazas y las almas de todos los que estuvieran dispuestos a salir del calor de su hogar para calentarse con risas. Resultó que todos eran una familia. El abuelo, un hombre afable de gran sonrisa, era el que contaba historias increíbles, de países lejanos, reyes nobles, hadas y unicornios. La hija, junto a su esposo, representaban el ideal de pareja respetable según las creencias de Sérène. Juntos, recitaban poemas épicos de grandes batallas pasadas, él tocaba la lira y acompañaba con su grave voz los estribillos, ella adornaba los versos con su melodiosa voz. Y las nietas eran la delicia de todos. Una familia feliz.
Pero muy a su pesar, la hechicera tuvo qué despedirse de ellos cuando una de las ruedas del carromato que empleaban para transportar sus pertenencias, se partió. Estaba ansiosa por llegar a su querida París y reencontrarse con los amigos que había hecho y la familia le aseguró que al menos tardarían un día en arreglarla.
El inquietante aullido de un lobo sonó no muy lejos de donde se hallaban Nicte y Sérène, seguido de otro más lejano. El sol desaparecía y la madre luna mostraba todo su esplendor iluminando tenuemente el camino. «Tendría que haberme quedado con la compañía, y no partir sola por estos caminos» pensó con arrepentimiento.
- Tranquila chica, no vienen a por nosotras... tu eres fuerte y alta y yo una hechicera, seguro que no querrán acercarse... -murmuró a su montura intentando convencerse a sí misma. Aún así, hizo trotar la yegua hasta que se creyó segura y lejos de los animales.
A cada paso que daban la noche les envolvía con más profundidad. Deberían buscar un refugio para pasar la noche, aunque no había visto nada semejante desde que abandonó el último pueblo. Seguramente era un camino demasiado transitado y no creían que ningún viajero fuera tan estúpido como para continuar su trayecto pasada la tarde.
Sérène se ajustó la pesada capa de viajero más cerca de su cabeza, el frío se calaba hasta los huesos. Podría hacer un fuego pequeño con la rama caída de algún árbol, por supuesto, pero no quería poner nerviosa a su bello transporte. Sólo les quedaba seguir y esperar que París estuviera más cerca de lo que pensaba.
Comenzó a imaginarse su pequeña habitación del hostal que estaba situado a las afueras, con el agradable señor de pelo cano que pagaba con hechizos y encandilamientos en vez de monedas, cuando sintió que la gravedad la atraía al suelo estrepitosamente, congestionando el aire en sus pulmones. El relinche despertado de la yegua se vio ahogado de repente. Con un lío de ropajes y capas, Sérène se puso en pie y miró con horror como el pelaje blanco del cuello de Nicte estaba rasgado y manchado por las fauces de un lobo que se estaba dando el festín con la yegua. El terror paralizó a la hechicera, sólo su corazón desbocado era capaz de moverse. Tenía que huir ahora que el animal no le prestaba atención, tenía que mover un pie y luego otro, un movimiento mecánico y sencillo que la alejaría de allí. A pocos metros estaban los árboles, su única posibilidad.
Con fuerza de voluntad y sin quitarle los ojos de encima al lobo, se fue alejando poco a poco de la grotesca escena. Estaba a punto de alcanzar la linde del bosque sin ser descubierta cuando la nieve acumulada crujió con un ruido seco. Inmediatamente, el lobo giró su rostro hacía ella, clavándole una mirada fiera cual puñales en el pecho, agachó las orejas y gruñó. El instinto primario de supervivencia pudo a la razón. Con movimientos rápidos y precisos Sérène cogió los bajos de su vestido y echó a correr bosque a dentro. Corría tanto como podía, corría más incluso de lo que jamás creyó que podría correr y aún así la ventaja que tenía sobre su cazador se estrechaba cada vez más. Sorteaba los árboles que se cruzaban en su camino y aún así no era suficiente. Los feroces gruñidos del lobo cada vez sonaban más y más cerca, y la resistencia física de la muchacha ya flaqueaba, un agudo dolor le atravesaba la zona abdominal.
Por el rabillo del ojo distinguió más sombras. «Es su manada», pensó, «él sólo era el explorador». Corría y corría con desesperación, viendo sin ver lo que le venía delante. Ahora sólo era una simple muchacha que luchaba por su vida. La raíz de un enorme árbol truncó su huida, la hizo caer hacia su fin. Se volteó justo a tiempo para ver cómo el lobo saltaba hacía ella.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Amistades peligrosas
En lo más profundo del corazón del bosque, una silueta parecía avanzar con paso irregular e indeciso. Dejaba tras de sí un ligero rastro de gotas carmesíes que destacaban en el níveo suelo, adornando caprichosamente las hendiduras irregulares que eran sus huellas.
Las huellas de un lobo enorme.
El más salvaje instinto había consumido por completo la conciencia humana de Noah, y una vez más, aquél veneno en forma de cazador perfecto se había cobrado otra vida. En el cobijo de la noche había tenido lugar un enfrentamiento encarnizado entre dos bestias sin parangón, y pese a quedar bien claro quién se había llevado la peor parte, el vencedor no había salido indemne. Los años de experiencia a sus espaldas no implicaban victorias sin mácula, y se le añadía el hecho que dichos conocimientos no eran accesibles para aquella bestia. Pero no cabía duda que el cuerpo de la fiera sí recordara la majestuosidad y la crueldad del combate.
Su oponente, que se le había acercado en el sigilo de la noche con la intención de alimentarse de él, logró superar sus defensas y le alcanzó en varias ocasiones, llegándole a marcar con sus garras por distintas partes de su cuerpo, pero todas las heridas eran de poca importancia. A excepción de una sola: un mordisco que se había llevado el vencedor como trofeo. Una herida en la nuca que se resistía a cerrarse e iba goteando aquél fluido tan especial, derramándose lentamente pero sin pausa sobre su pelaje de ébano, ya no tan impecable, tiznado caprichosamente por unos mechones de un color gris pálido.
Pero el lobo no se podía permitir un descanso. Quedarse quieto equivalía a entregar la vida voluntariamente. Los auténticos cazadores se hallaban continuamente en movimiento, en un constante aprendizaje y una ininterrumpida evolución.
Su mente era un completo caos de voces confusas. Y aun así, el lobo negro proseguía en su avance. Implacable. Inmisericorde. Un depredador ápex.
En su avance, escuchó aullidos a lo lejos. Sus fríos ojos grises escudriñaron la oscuridad y detectó varios ejemplares de lobos, organizándose de forma táctica para prepararse a acechar alguna presa. Aquellos orbes lánguidos relampaguearon: volvía a tener hambre. Su lengua asomó por sus colmillos, relamiéndose ante la idea de semejante banquete.
Cazar o ser cazado…
El cuerpo de su última víctima había comenzado a enfriarse y entre sus colmillos se perdía la vida de aquellas infelices criaturas, cuando sus oídos captaron bullicio. Volvió su atención por completo al origen del sonido, y su garganta emitió un leve gruñido. Más lobos. Muchos más.
La mera idea le hizo venir aún más hambre. Necesitaba saciar a esa bestia, o acabaría hiriendo a quién no tuviera la culpa.
Se impulsó con sus músculos poderosos y se lanzó raudo a través del bosque nevado. La herida en la parte trasera le ardía con vehemencia, pero eso no le frenó lo más mínimo. Su voluntad hacía que él fuera tan sólo una certera saeta que cortaba el helado viento de la noche.
Alcanzó a ver a la manada y pudo reparar que, a su vez, estaban cazando. Observó como aquél que era el macho alfa estaba al acecho. Él también se quedó agazapado, aguardando, y cuando vio a su víctima, no pudo sino sentir desprecio. No faltaban presas y aquellos cobardes carroñeros habían decidido alimentarse de una indefensa yegua.
Contuvo un gruñido de ira y agitó su cabeza, preparándose para lanzar su ataque. Ya se disponía a ello cuando aquél ejemplar salió a correr detrás de algo o alguien. El lobo negro salió tras él, dispuesto a no cejar en su empeño. El dolor de la herida causada por el mordisco del vampiro no remitía y soportarlo le irritaba aún más.
Oculto en todo momento por las tinieblas del bosque, persiguió al lobo, su furia era una llama ardiente que deseaba ser liberada. Y en ese instante, el animal salvaje saltó, y Noah sólo tuvo que impulsarse con su poderosa musculatura para interceptar a la bestia en un salto perpendicular a la que ésta llevaba.
Sus mandíbulas atraparon al lobo alfa en pleno salto y se cerraron bajo piel y huesos con un estremecedor chasquido. Aterrizó en el suelo, el cuerpo del lobo alfa inerte, mientras él soltaba la presa de sus colmillos, ahora sangrientos, y se apartaba del cuerpo sin vida. Entonces pudo olerla. Emanaba desesperación y adrenalina por cada poro de su piel. Se giró y observó a una joven de piel canela y cabellos negros como su propio pelaje. Sin duda podía comprender por qué aquellos infames asilvestrados estaban detrás de ella.
Comenzó a avanzar hacia ella, y un relámpago de dolor cruzó por todo su espinazo, partiendo de la base de su cráneo. El dolor fue muy intenso, y la bestia negra retrocedió un paso. Parpadeó varias veces y agitó su cabeza, aturdido, goteando un poco de sangre en la nieve que yacía a sus pies. Entonces, volvió a fijar sus glaciales y refulgentes ojos grises en la joven doncella. Su garganta emitió un largo y grave gruñido mientras enseñaba los dientes y echaba sus orejas hacia atrás. Dio un paso más hacia la damisela y saboreó por enésima vez en la noche aquella hambre voraz.
Cazar o ser cazado...
Las huellas de un lobo enorme.
El más salvaje instinto había consumido por completo la conciencia humana de Noah, y una vez más, aquél veneno en forma de cazador perfecto se había cobrado otra vida. En el cobijo de la noche había tenido lugar un enfrentamiento encarnizado entre dos bestias sin parangón, y pese a quedar bien claro quién se había llevado la peor parte, el vencedor no había salido indemne. Los años de experiencia a sus espaldas no implicaban victorias sin mácula, y se le añadía el hecho que dichos conocimientos no eran accesibles para aquella bestia. Pero no cabía duda que el cuerpo de la fiera sí recordara la majestuosidad y la crueldad del combate.
Su oponente, que se le había acercado en el sigilo de la noche con la intención de alimentarse de él, logró superar sus defensas y le alcanzó en varias ocasiones, llegándole a marcar con sus garras por distintas partes de su cuerpo, pero todas las heridas eran de poca importancia. A excepción de una sola: un mordisco que se había llevado el vencedor como trofeo. Una herida en la nuca que se resistía a cerrarse e iba goteando aquél fluido tan especial, derramándose lentamente pero sin pausa sobre su pelaje de ébano, ya no tan impecable, tiznado caprichosamente por unos mechones de un color gris pálido.
Pero el lobo no se podía permitir un descanso. Quedarse quieto equivalía a entregar la vida voluntariamente. Los auténticos cazadores se hallaban continuamente en movimiento, en un constante aprendizaje y una ininterrumpida evolución.
Su mente era un completo caos de voces confusas. Y aun así, el lobo negro proseguía en su avance. Implacable. Inmisericorde. Un depredador ápex.
En su avance, escuchó aullidos a lo lejos. Sus fríos ojos grises escudriñaron la oscuridad y detectó varios ejemplares de lobos, organizándose de forma táctica para prepararse a acechar alguna presa. Aquellos orbes lánguidos relampaguearon: volvía a tener hambre. Su lengua asomó por sus colmillos, relamiéndose ante la idea de semejante banquete.
Cazar o ser cazado…
El cuerpo de su última víctima había comenzado a enfriarse y entre sus colmillos se perdía la vida de aquellas infelices criaturas, cuando sus oídos captaron bullicio. Volvió su atención por completo al origen del sonido, y su garganta emitió un leve gruñido. Más lobos. Muchos más.
La mera idea le hizo venir aún más hambre. Necesitaba saciar a esa bestia, o acabaría hiriendo a quién no tuviera la culpa.
Se impulsó con sus músculos poderosos y se lanzó raudo a través del bosque nevado. La herida en la parte trasera le ardía con vehemencia, pero eso no le frenó lo más mínimo. Su voluntad hacía que él fuera tan sólo una certera saeta que cortaba el helado viento de la noche.
Alcanzó a ver a la manada y pudo reparar que, a su vez, estaban cazando. Observó como aquél que era el macho alfa estaba al acecho. Él también se quedó agazapado, aguardando, y cuando vio a su víctima, no pudo sino sentir desprecio. No faltaban presas y aquellos cobardes carroñeros habían decidido alimentarse de una indefensa yegua.
Contuvo un gruñido de ira y agitó su cabeza, preparándose para lanzar su ataque. Ya se disponía a ello cuando aquél ejemplar salió a correr detrás de algo o alguien. El lobo negro salió tras él, dispuesto a no cejar en su empeño. El dolor de la herida causada por el mordisco del vampiro no remitía y soportarlo le irritaba aún más.
Oculto en todo momento por las tinieblas del bosque, persiguió al lobo, su furia era una llama ardiente que deseaba ser liberada. Y en ese instante, el animal salvaje saltó, y Noah sólo tuvo que impulsarse con su poderosa musculatura para interceptar a la bestia en un salto perpendicular a la que ésta llevaba.
Sus mandíbulas atraparon al lobo alfa en pleno salto y se cerraron bajo piel y huesos con un estremecedor chasquido. Aterrizó en el suelo, el cuerpo del lobo alfa inerte, mientras él soltaba la presa de sus colmillos, ahora sangrientos, y se apartaba del cuerpo sin vida. Entonces pudo olerla. Emanaba desesperación y adrenalina por cada poro de su piel. Se giró y observó a una joven de piel canela y cabellos negros como su propio pelaje. Sin duda podía comprender por qué aquellos infames asilvestrados estaban detrás de ella.
Comenzó a avanzar hacia ella, y un relámpago de dolor cruzó por todo su espinazo, partiendo de la base de su cráneo. El dolor fue muy intenso, y la bestia negra retrocedió un paso. Parpadeó varias veces y agitó su cabeza, aturdido, goteando un poco de sangre en la nieve que yacía a sus pies. Entonces, volvió a fijar sus glaciales y refulgentes ojos grises en la joven doncella. Su garganta emitió un largo y grave gruñido mientras enseñaba los dientes y echaba sus orejas hacia atrás. Dio un paso más hacia la damisela y saboreó por enésima vez en la noche aquella hambre voraz.
Cazar o ser cazado...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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Re: Amistades peligrosas
Dicen que ves pasar toda tu vida ante ti cuando llega tu final: los buenos y malos momentos, los seres queridos, los lugares que has visitado, todo absolutamente pasa por tu cabeza a una velocidad de vértigo. Tal afirmación pudo ser refutada por la hechicera cuando el lobo dio el salto de gracia. Recuerdos borrosos de su infancia comenzaron a pasar vertiginosamente por su mente. Los años parecían segundos y lo vivido era una vorágine caótica, pero a su vez, clara. Distinguió a sus padres, sentados ante la pequeña chimenea encendida, su madre haciendo una deliciosa sopa de verduras mientras su padre permanecía sentado en el pequeño sofá junto a dos de sus tres hijas, descansando tras un largo día de trabajo, mientras escuchaba a Sérène leer sonetos de Shakespeare.
Vio como todos la despedían con la mano mientras la bruja abandonaba su hogar, rumbo a lo desconocido por aquel entonces, con sonrisas y lágrimas, deseándole lo mejor y pidiéndole que les escribiera pronto.
Contempló sus recuerdos pasados por caminos de tierra, recogiendo hiervas curativas y otras que servían como alimento. Los rostros de personas cuyos nombres ya no recordaba y otros que permanecerían para siempre en su corazón. Andrew, aquel brujo que tenía una herboristería, que a su vez servía de refugio a hechiceros como ella. A Kim, una simpática coreana con la que había congeniado en seguida. Noah... el pintoresco actor que la había vestido con ropas de gala jugando a ser lo que no eran...
El precipitado viaje a Reims por la muerte de su tío, el triste reencuentro con los suyos... Tantos recuerdos... Sus ojos grisáceos se abrieron de par en par cuando una sombra, más negra que la propia noche, se abalanzo sobre su verdugo.
Otro lobo, más grande, mortal y terrorífico que el anterior.
Sérène se levantó, apoyando su mano al tronco del árbol cuya raíz la había hecho caer, buscó refugio en la firme madera e intentó relajarse, sin éxito. Tenía que huir, y de prisa, sí quería que la sonrisa de la fortuna no la abandonara tan pronto. Por desgracia, el desagradable chasquido llegó implacable, y el interés del enorme cánido por su rival cayó tan rápido como el inerte cuerpo. Cuando la cabeza aguzada se volvió hacia ella, las fauces estaban manchadas de negro, pero aquello era sangre, sangre que goteaba en la inmaculada nieve. Sérène subió la mirada hasta los ojos lobunos, expresaban comprensión, ¿era eso posible? No, se dijo, sólo son imaginaciones mías. Pero aún así...
Los nervios y el miedo la hacían temblar como una hoja de otoño que está a punto de caer. No tenía la mente clara, no era capaz de pensar. Cualquier otro hechicero en su situación podría haber susurrado las sencillas palabras para convocar el fuego, haría una línea divisoria que la separase del lobo negro y correría tanto como pudiese invocando a las llamas las veces que fueran necesarias; o pronunciar otras melodías para crear una ilusión a su alrededor, camuflando su olor, borrando sus huellas, haciéndola invisible para que ninguno de aquellos letales animales pudieran atraparla...
Más lobos estrechaban el círculo, la perspectiva de una presa más grande que las liebres o animalillos que se escabullen con facilidad no era fácil de ignorar, aun teniendo que enfrentarse a ese lobo de ojos plateados, y sin embargo, Sérène no era capaz de moverse. Rodeados, ambos, hechicera y bestia, estaban rodeados.
Despacio, sin apartar la vista del lobo de ónice pelaje, y con las manos extendidas acariciando la rugosidad del árbol, dio un paso, luego otro y otro más, con la intención de rodear la planta perenne y dejar algo entre ellos dos. Era una locura, pero tenía más posibilidades con uno de sus hermanos pequeños que con aquel animal salido de las pesadillas. Que insensata había sido, sólo una estúpida sin razón ni sentido era capaz de proseguir con su viaje sin nadie más como protección, por caminos que no conocía bien y sin el amparo del astro rey.
Dio la vuelta al árbol, ahora no veía al gran lobo ni a ningún otro aunque les oía a todos gruñir, olían el miedo de Sérène, olían su desesperación y su afán por salir con vida. Era incapaz de controlar su respiración que cada vez se aceleraba más. No había tiempo para pensar, sólo para actuar. Era ahora o nunca.
Y echó a correr al tiempo que invocaba a las llamas para que danzaran a su alrededor. Las docenas de ojos se iluminaban con el paso de los pequeños fuegos. No quería haberles daño. Eran animales con instinto de supervivencia que cazaban para sobrevivir. Con la parte baja del vestido bien agarrada, sorteaba con mayor precisión que antes los obstáculos que se interponían en su camino. Tenía que volver a donde estaba la yegua o encontrar un árbol suficientemente bajo para poder subir pero con la altura propicia para que no la agarrasen.
Un lobo le salió al paso, plantado al suelo enseñándole las fauces amarillentas. Ella o él.
— Perdóname... —Se escuchó decir con gran pesar antes de lanzar una de sus bolas ígneas directa al hocico del animal.
Pasó veloz cerca del abatido, sin pensar, sin sentir nada más que el latir desbocado de su propio corazón. No se paró para contemplar las heridas que le había infringido, sí es que le había causado alguna.
Vio como todos la despedían con la mano mientras la bruja abandonaba su hogar, rumbo a lo desconocido por aquel entonces, con sonrisas y lágrimas, deseándole lo mejor y pidiéndole que les escribiera pronto.
Contempló sus recuerdos pasados por caminos de tierra, recogiendo hiervas curativas y otras que servían como alimento. Los rostros de personas cuyos nombres ya no recordaba y otros que permanecerían para siempre en su corazón. Andrew, aquel brujo que tenía una herboristería, que a su vez servía de refugio a hechiceros como ella. A Kim, una simpática coreana con la que había congeniado en seguida. Noah... el pintoresco actor que la había vestido con ropas de gala jugando a ser lo que no eran...
El precipitado viaje a Reims por la muerte de su tío, el triste reencuentro con los suyos... Tantos recuerdos... Sus ojos grisáceos se abrieron de par en par cuando una sombra, más negra que la propia noche, se abalanzo sobre su verdugo.
Otro lobo, más grande, mortal y terrorífico que el anterior.
Sérène se levantó, apoyando su mano al tronco del árbol cuya raíz la había hecho caer, buscó refugio en la firme madera e intentó relajarse, sin éxito. Tenía que huir, y de prisa, sí quería que la sonrisa de la fortuna no la abandonara tan pronto. Por desgracia, el desagradable chasquido llegó implacable, y el interés del enorme cánido por su rival cayó tan rápido como el inerte cuerpo. Cuando la cabeza aguzada se volvió hacia ella, las fauces estaban manchadas de negro, pero aquello era sangre, sangre que goteaba en la inmaculada nieve. Sérène subió la mirada hasta los ojos lobunos, expresaban comprensión, ¿era eso posible? No, se dijo, sólo son imaginaciones mías. Pero aún así...
Los nervios y el miedo la hacían temblar como una hoja de otoño que está a punto de caer. No tenía la mente clara, no era capaz de pensar. Cualquier otro hechicero en su situación podría haber susurrado las sencillas palabras para convocar el fuego, haría una línea divisoria que la separase del lobo negro y correría tanto como pudiese invocando a las llamas las veces que fueran necesarias; o pronunciar otras melodías para crear una ilusión a su alrededor, camuflando su olor, borrando sus huellas, haciéndola invisible para que ninguno de aquellos letales animales pudieran atraparla...
Más lobos estrechaban el círculo, la perspectiva de una presa más grande que las liebres o animalillos que se escabullen con facilidad no era fácil de ignorar, aun teniendo que enfrentarse a ese lobo de ojos plateados, y sin embargo, Sérène no era capaz de moverse. Rodeados, ambos, hechicera y bestia, estaban rodeados.
Despacio, sin apartar la vista del lobo de ónice pelaje, y con las manos extendidas acariciando la rugosidad del árbol, dio un paso, luego otro y otro más, con la intención de rodear la planta perenne y dejar algo entre ellos dos. Era una locura, pero tenía más posibilidades con uno de sus hermanos pequeños que con aquel animal salido de las pesadillas. Que insensata había sido, sólo una estúpida sin razón ni sentido era capaz de proseguir con su viaje sin nadie más como protección, por caminos que no conocía bien y sin el amparo del astro rey.
Dio la vuelta al árbol, ahora no veía al gran lobo ni a ningún otro aunque les oía a todos gruñir, olían el miedo de Sérène, olían su desesperación y su afán por salir con vida. Era incapaz de controlar su respiración que cada vez se aceleraba más. No había tiempo para pensar, sólo para actuar. Era ahora o nunca.
Y echó a correr al tiempo que invocaba a las llamas para que danzaran a su alrededor. Las docenas de ojos se iluminaban con el paso de los pequeños fuegos. No quería haberles daño. Eran animales con instinto de supervivencia que cazaban para sobrevivir. Con la parte baja del vestido bien agarrada, sorteaba con mayor precisión que antes los obstáculos que se interponían en su camino. Tenía que volver a donde estaba la yegua o encontrar un árbol suficientemente bajo para poder subir pero con la altura propicia para que no la agarrasen.
Un lobo le salió al paso, plantado al suelo enseñándole las fauces amarillentas. Ella o él.
— Perdóname... —Se escuchó decir con gran pesar antes de lanzar una de sus bolas ígneas directa al hocico del animal.
Pasó veloz cerca del abatido, sin pensar, sin sentir nada más que el latir desbocado de su propio corazón. No se paró para contemplar las heridas que le había infringido, sí es que le había causado alguna.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Amistades peligrosas
El lobo de ébano observó cómo ella se había incorporado y cómo todavía pretendía tranquilizarse, sin que tuviera demasiada suerte en sus esfuerzos.
Aunque saboreaba la sangre que recorría el interior de su boca de fiera, seguía hambriento. Quería más…
…más…
Escuchó sin apenas esfuerzo como el resto de lobos estrechaban el cerco a su alrededor. No cabía duda que estaban dando caza a los dos, tanto al delicioso bocado como al intruso arrogante que había despachado a su líder, y al cual le exigirían justicia por la sangre derramada.
Dio un paso más hacia la joven mientras esta rodeaba el árbol, cuyas raíces la habían hecho tropezar momentos antes. Pobre infeliz… ¿acaso pensaba que podría despistar a semejantes bestias con suma facilidad? Un segundo más y la presa desapareció del campo de visión de los depredadores.
Uno de los lobos avanzó hacia el flanco de Noah, y éste se volvió para mirarlo de forma fulminante y amenazadora con aquellos glaciales ojos. Más de un lobo comenzó a acercársele como réplica mientras le gruñían, pero bastó un solo gruñido de la enorme bestia para que todos acallaran. Sabía que no sería suficiente para disuadirlos. A fin de cuentas, no eran sino bestias inferiores que se dejaban llevar por su furia más sanguinaria.
Les enseñó los dientes y les instó a que le atacasen, pero ni uno sólo de los cánidos se atrevió a hacerlo. Así que se impulsó con sus potentes músculos y se lanzó a la persecución de aquella escurridiza Caperucita. Rodeó el árbol tras el cual ella había desaparecido, y no le fue difícil poder vislumbrar el rastro de su huida. No le sería demasiado fácil bloquear su camino, pero del mismo modo, aquellos vulgares chuchos tampoco tendrían mucha dificultad para ello. Todo cuánto le quedaba era que lograra adelantárseles y así podría alcanzar a su cena.
Y entonces la vio, corriendo de aquella forma tan lastimera por entre el suelo nevado, que entorpecía su carrera. Atisbó algunas llamas danzarinas que parecían envolverla, pero aquella visión no le amedrentó lo más mínimo. Reuniendo aún más fuerzas, consiguió salirle al paso, sus dientes bien a la vista en un macabro gesto.
Apenas escuchó las disculpas de la joven cuando una esfera incandescente impactó en su hocico. No es que le hiciera demasiado daño, pero las llamas le chamuscaron un poco de su pelaje. Estaba claro que no tenían gran potencia, pero aun así bastó para que sus ojos le hicieran chiribitas y le dejaran aturdido. Parpadeó muy lentamente, sin recobrar lo más mínimo su visión, y comenzó a brotar un gruñido en su garganta…
Y entonces, sintió como varias fauces le perforaban cada una de sus patas: la manada de lobos trataban de retenerle, pero únicamente para poder despedazarlo como castigo por haberles desprovisto de su Alfa. Rugió, más debido a la sorpresa que al daño, ya que aquello no se podía comparar a sus heridas sufridas mucho antes en aquella misma noche. Se revolvió, deshaciéndose de buena parte de sus animales captores, pero unos colmillos se clavaron en la herida causada por el vampiro y entonces Noah sí que se convulsionó con ferocidad, soltándose de las desgarradoras presas a costa de mayor cantidad de heridas en su cuerpo. Nuevas oleadas de una ira incontenible le abordaron por completo, y cedió su voluntad a sus instintos más puros.
Con mortífera precisión y la increíble fuerza que disponía en esa fuerza, decapitó a uno de los lobos que estaban a su alcance, aterrizando su cabeza metros allá desde su posición. La conmoción fue inmediata, y todos aquellos bastardos huyeron despavoridos al ver que poco o nada tenían que hacer frente a aquella cosa. Desconocían que él poseía una visión muy aguda, y que aquél fuego fatuo, fuera lo que fuera, había mermado considerablemente esa habilidad y se hallaba más indefenso de lo que parecía. Intentó dar un paso, pero todas sus extremidades fallaron y cayó como plomo en la nieve sobre su costado izquierdo. Cegado, inmóvil y con un hormigueo creciente en la parte inferior de su cuello que no menguaba con el contacto del helado suelo. Sus ojos escudriñaban la oscuridad sin poder ver, y su respiración se volvía más pesada por momentos. Aún así, con todo, no profirió un solo quejido: la sangre que manaba con vehemencia de su cuello era señal suficiente de su pésimo estado.
Intentó hacer recuento de cada una de las heridas. La mayoría sanaría en breve, pero su cuello y sus ojos eran otro problema aparte. Arqueó las cejas en un gesto muy humano de resignación, y entonces sus oídos captaron el sonido de algo que se acercaba. Esta vez sus patas ni siquiera respondieron a la orden. Noah giró levemente el rostro chamuscado hacia la fuente del sonido, casi como mirando de reojo, y profirió un gruñido de advertencia para quién osase acercársele.
Aunque saboreaba la sangre que recorría el interior de su boca de fiera, seguía hambriento. Quería más…
…más…
Escuchó sin apenas esfuerzo como el resto de lobos estrechaban el cerco a su alrededor. No cabía duda que estaban dando caza a los dos, tanto al delicioso bocado como al intruso arrogante que había despachado a su líder, y al cual le exigirían justicia por la sangre derramada.
Dio un paso más hacia la joven mientras esta rodeaba el árbol, cuyas raíces la habían hecho tropezar momentos antes. Pobre infeliz… ¿acaso pensaba que podría despistar a semejantes bestias con suma facilidad? Un segundo más y la presa desapareció del campo de visión de los depredadores.
Uno de los lobos avanzó hacia el flanco de Noah, y éste se volvió para mirarlo de forma fulminante y amenazadora con aquellos glaciales ojos. Más de un lobo comenzó a acercársele como réplica mientras le gruñían, pero bastó un solo gruñido de la enorme bestia para que todos acallaran. Sabía que no sería suficiente para disuadirlos. A fin de cuentas, no eran sino bestias inferiores que se dejaban llevar por su furia más sanguinaria.
Les enseñó los dientes y les instó a que le atacasen, pero ni uno sólo de los cánidos se atrevió a hacerlo. Así que se impulsó con sus potentes músculos y se lanzó a la persecución de aquella escurridiza Caperucita. Rodeó el árbol tras el cual ella había desaparecido, y no le fue difícil poder vislumbrar el rastro de su huida. No le sería demasiado fácil bloquear su camino, pero del mismo modo, aquellos vulgares chuchos tampoco tendrían mucha dificultad para ello. Todo cuánto le quedaba era que lograra adelantárseles y así podría alcanzar a su cena.
Y entonces la vio, corriendo de aquella forma tan lastimera por entre el suelo nevado, que entorpecía su carrera. Atisbó algunas llamas danzarinas que parecían envolverla, pero aquella visión no le amedrentó lo más mínimo. Reuniendo aún más fuerzas, consiguió salirle al paso, sus dientes bien a la vista en un macabro gesto.
Apenas escuchó las disculpas de la joven cuando una esfera incandescente impactó en su hocico. No es que le hiciera demasiado daño, pero las llamas le chamuscaron un poco de su pelaje. Estaba claro que no tenían gran potencia, pero aun así bastó para que sus ojos le hicieran chiribitas y le dejaran aturdido. Parpadeó muy lentamente, sin recobrar lo más mínimo su visión, y comenzó a brotar un gruñido en su garganta…
Y entonces, sintió como varias fauces le perforaban cada una de sus patas: la manada de lobos trataban de retenerle, pero únicamente para poder despedazarlo como castigo por haberles desprovisto de su Alfa. Rugió, más debido a la sorpresa que al daño, ya que aquello no se podía comparar a sus heridas sufridas mucho antes en aquella misma noche. Se revolvió, deshaciéndose de buena parte de sus animales captores, pero unos colmillos se clavaron en la herida causada por el vampiro y entonces Noah sí que se convulsionó con ferocidad, soltándose de las desgarradoras presas a costa de mayor cantidad de heridas en su cuerpo. Nuevas oleadas de una ira incontenible le abordaron por completo, y cedió su voluntad a sus instintos más puros.
Con mortífera precisión y la increíble fuerza que disponía en esa fuerza, decapitó a uno de los lobos que estaban a su alcance, aterrizando su cabeza metros allá desde su posición. La conmoción fue inmediata, y todos aquellos bastardos huyeron despavoridos al ver que poco o nada tenían que hacer frente a aquella cosa. Desconocían que él poseía una visión muy aguda, y que aquél fuego fatuo, fuera lo que fuera, había mermado considerablemente esa habilidad y se hallaba más indefenso de lo que parecía. Intentó dar un paso, pero todas sus extremidades fallaron y cayó como plomo en la nieve sobre su costado izquierdo. Cegado, inmóvil y con un hormigueo creciente en la parte inferior de su cuello que no menguaba con el contacto del helado suelo. Sus ojos escudriñaban la oscuridad sin poder ver, y su respiración se volvía más pesada por momentos. Aún así, con todo, no profirió un solo quejido: la sangre que manaba con vehemencia de su cuello era señal suficiente de su pésimo estado.
Intentó hacer recuento de cada una de las heridas. La mayoría sanaría en breve, pero su cuello y sus ojos eran otro problema aparte. Arqueó las cejas en un gesto muy humano de resignación, y entonces sus oídos captaron el sonido de algo que se acercaba. Esta vez sus patas ni siquiera respondieron a la orden. Noah giró levemente el rostro chamuscado hacia la fuente del sonido, casi como mirando de reojo, y profirió un gruñido de advertencia para quién osase acercársele.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Pocos metros más allá de donde se había topado con el lobo, tras un gran árbol que tapaba su silueta por completo, se hallaba Sérène apoyada sobre la solidez de la madre naturaleza, en una posición exacta en la que se había encontrado antes, ésta vez sin el enorme lobo negro impidiendo su huida ni el resto de la manada cerniéndose sobre ella. Estaba agotada por huir y mantener los fuegos a su alrededor, por lo que los hizo desaparecer cuando encontró ese refugio.
Sus ojos tardaron unos instantes en volver a acostumbrarse a la oscuridad de la noche. ¿Cuánto había pasado desde que aquel lobo matase a su yegua? No estaba segura, si bien el amanecer parecía tan lejano como un espejismo en el desierto. Cuando por fin sus pupilas pudieron escudriñar la arbolada de su alrededor, otro lobo pasó velozmente por su lado, sin prestarle la más mínima atención.
Sérène no osó moverse hasta que su enloquecido corazón y su respiración irregular no volvieron a normalizarse. Se atrevió a mirar al otro lado de su refugio natural. No se veía nada. Volviendo nuevamente a su posición original, dejó caer la falda del vestido, manchado tras tanto ajetreo y se cubrió bien la cabeza con la capa.
A su lado, un enorme lobo más oscuro que la noche la observaba con una mirada plateada llena de comprensión. Ambos, animal y humana se observaron lo que pareció ser una eternidad. El cánido desvió la vista más allá de la hechicera y sin más preámbulos fue con paso lento pero firme. Anduvo el corto trecho que la humana había recorrido, hasta llegar a donde había topado con el lobo que había intentado evitar su huida. La luna iluminaba un cuerpo de lobo decapitado al lado del enorme cánido que primero había salvado a Sérène y luego la había perseguido y que en ese momento estaba tendido gravemente herido, gruñendo en dirección por la que el otro enorme lobo se estaba aproximando. Éste observó con una mirada cargada de lástima a su congénere abatido. Las heridas eran muy graves. Las intenciones del nuevo eran claramente amistosas, haciéndoselo saber a su camarada sentándose sobre sus cuartos traseros y estirando las patas delanteras, tumbándose frente a él a una distancia prudencial y respetuosa. Su mirada cambió de la lástima a la preocupación conforme fue fijándose en las lesiones del otro: sus patas mordidas, su hocico levemente chamuscado, el reguero de sangre que nacía de su cuello y moría en la nieve. Y la preocupación se tornó admiración al comprender la gravedad de su situación y que aún le quedarán fuerzas para plantarle cara. Se quedó ahí plantado, sin hacer otra cosa que mirarle, como sí en el universo no existiera nadie más que ellos dos, haciendo que el paso del tiempo no tuviera sentido.
Y fue en ese momento, cuando todo se volvió claro. Eran exactamente iguales, mismos ojos grisáceos, mismas facciones, mismo tamaño, la única diferencia que les hacía distinguibles era que uno tenía mechones plateados y el otro conservaba su inmaculado pelaje de un intenso negro.
Sérène era el lobo, una ilusión creada en la mente del aquel animal herido, para poder acercarse a él sin miedo a ser mordida. Y había funcionado, porque ahora esos fríos ojos miraban más allá, con los párpados casi cerrados. No podía olerla, ni sentirla, simplemente la hechicera no existía. Era el ser más terrorífico con el que la mujer se había enfrentado hasta ese momento, aun bajo el hechizo ilusorio, daba la impresión de que iba a abrir los ojos en cualquier momento y saltar sobre ella.
Todo aquello lo estaba haciendo porque algo en su interior así se lo dictaba, era la misma sensación que la impulsó a viajar a París por primera vez, hace ya muchos años.
Recorrió los últimos pasos que les separaba y se agachó junto a él. Debía darse prisa. Con gráciles movimientos se quitó primero el guante de su mano izquierda, luego el de su mano derecha, guardándolos en uno de los bolsillos interiores de la capa. Por desgracia, sus preciadas hierbas medicinales estaban en la alforja de su yegua caída, pero por suerte contaba con otros métodos.
Cerrando los ojos concentró su energía, acercó las manos al hocico y lo acarició. En cuanto entraron en contacto, Sérène sintió una especie de cosquilleo por todo el cuerpo, como sí miles de hormiguitas recorrieran su cuerpo y se alejasen a través de las manos. Al tacto, aquel lobo era muy suave y sospechaba que agradablemente cálido, aunque en aquel momento el cuerpo lobuno estaba peligrosamente templado. Con toda la suavidad que fue capaz, la hechicera masajeó la zona donde su fuego ígneo había impactado, extrañada de que su ataque sólo le hubiera producido unos pocos pelos calcinados, subió sus manos hacia la frente, ahora relajada,y luego por las grandes orejas. Y vuelta a empezar. Poco a poco las caricias se volvieron más pausadas; a veces ni movía las manos, Sérène entraba y salía en un estado de seminconsciencia. Era hora de marcharse.
Intentó incorporarse despacio, aun así un escalofrío desagradable le recorrió la espalda y por unos instantes su visión se tornó negra. Sus fuerzas fallaban por mantener el hechizo ilusorio además de la entrega que acababa de hacer, sumado a todo lo vivido aquella noche. Era demasiado.
Su lógica le dictaba a intentar volver al camino, y lo único que podía hacer era seguir las huellas en sentido contrario, y esperar no perderse bosque a dentro. Sus pasos eran un baile de vacilación constante, y su equilibro dejaba mucho que desear, tenía que apoyarse en los árboles para mantenerse en pie. Estaba tan cansada que le pesaban los ojos, las piernas apenas le hacían caso. A esas alturas su ilusión se habría desvanecido como el humo, a penas había recorrido pocos metros de distancia.
Sus ojos tardaron unos instantes en volver a acostumbrarse a la oscuridad de la noche. ¿Cuánto había pasado desde que aquel lobo matase a su yegua? No estaba segura, si bien el amanecer parecía tan lejano como un espejismo en el desierto. Cuando por fin sus pupilas pudieron escudriñar la arbolada de su alrededor, otro lobo pasó velozmente por su lado, sin prestarle la más mínima atención.
Sérène no osó moverse hasta que su enloquecido corazón y su respiración irregular no volvieron a normalizarse. Se atrevió a mirar al otro lado de su refugio natural. No se veía nada. Volviendo nuevamente a su posición original, dejó caer la falda del vestido, manchado tras tanto ajetreo y se cubrió bien la cabeza con la capa.
A su lado, un enorme lobo más oscuro que la noche la observaba con una mirada plateada llena de comprensión. Ambos, animal y humana se observaron lo que pareció ser una eternidad. El cánido desvió la vista más allá de la hechicera y sin más preámbulos fue con paso lento pero firme. Anduvo el corto trecho que la humana había recorrido, hasta llegar a donde había topado con el lobo que había intentado evitar su huida. La luna iluminaba un cuerpo de lobo decapitado al lado del enorme cánido que primero había salvado a Sérène y luego la había perseguido y que en ese momento estaba tendido gravemente herido, gruñendo en dirección por la que el otro enorme lobo se estaba aproximando. Éste observó con una mirada cargada de lástima a su congénere abatido. Las heridas eran muy graves. Las intenciones del nuevo eran claramente amistosas, haciéndoselo saber a su camarada sentándose sobre sus cuartos traseros y estirando las patas delanteras, tumbándose frente a él a una distancia prudencial y respetuosa. Su mirada cambió de la lástima a la preocupación conforme fue fijándose en las lesiones del otro: sus patas mordidas, su hocico levemente chamuscado, el reguero de sangre que nacía de su cuello y moría en la nieve. Y la preocupación se tornó admiración al comprender la gravedad de su situación y que aún le quedarán fuerzas para plantarle cara. Se quedó ahí plantado, sin hacer otra cosa que mirarle, como sí en el universo no existiera nadie más que ellos dos, haciendo que el paso del tiempo no tuviera sentido.
Y fue en ese momento, cuando todo se volvió claro. Eran exactamente iguales, mismos ojos grisáceos, mismas facciones, mismo tamaño, la única diferencia que les hacía distinguibles era que uno tenía mechones plateados y el otro conservaba su inmaculado pelaje de un intenso negro.
Sérène era el lobo, una ilusión creada en la mente del aquel animal herido, para poder acercarse a él sin miedo a ser mordida. Y había funcionado, porque ahora esos fríos ojos miraban más allá, con los párpados casi cerrados. No podía olerla, ni sentirla, simplemente la hechicera no existía. Era el ser más terrorífico con el que la mujer se había enfrentado hasta ese momento, aun bajo el hechizo ilusorio, daba la impresión de que iba a abrir los ojos en cualquier momento y saltar sobre ella.
Todo aquello lo estaba haciendo porque algo en su interior así se lo dictaba, era la misma sensación que la impulsó a viajar a París por primera vez, hace ya muchos años.
Recorrió los últimos pasos que les separaba y se agachó junto a él. Debía darse prisa. Con gráciles movimientos se quitó primero el guante de su mano izquierda, luego el de su mano derecha, guardándolos en uno de los bolsillos interiores de la capa. Por desgracia, sus preciadas hierbas medicinales estaban en la alforja de su yegua caída, pero por suerte contaba con otros métodos.
Cerrando los ojos concentró su energía, acercó las manos al hocico y lo acarició. En cuanto entraron en contacto, Sérène sintió una especie de cosquilleo por todo el cuerpo, como sí miles de hormiguitas recorrieran su cuerpo y se alejasen a través de las manos. Al tacto, aquel lobo era muy suave y sospechaba que agradablemente cálido, aunque en aquel momento el cuerpo lobuno estaba peligrosamente templado. Con toda la suavidad que fue capaz, la hechicera masajeó la zona donde su fuego ígneo había impactado, extrañada de que su ataque sólo le hubiera producido unos pocos pelos calcinados, subió sus manos hacia la frente, ahora relajada,y luego por las grandes orejas. Y vuelta a empezar. Poco a poco las caricias se volvieron más pausadas; a veces ni movía las manos, Sérène entraba y salía en un estado de seminconsciencia. Era hora de marcharse.
Intentó incorporarse despacio, aun así un escalofrío desagradable le recorrió la espalda y por unos instantes su visión se tornó negra. Sus fuerzas fallaban por mantener el hechizo ilusorio además de la entrega que acababa de hacer, sumado a todo lo vivido aquella noche. Era demasiado.
Su lógica le dictaba a intentar volver al camino, y lo único que podía hacer era seguir las huellas en sentido contrario, y esperar no perderse bosque a dentro. Sus pasos eran un baile de vacilación constante, y su equilibro dejaba mucho que desear, tenía que apoyarse en los árboles para mantenerse en pie. Estaba tan cansada que le pesaban los ojos, las piernas apenas le hacían caso. A esas alturas su ilusión se habría desvanecido como el humo, a penas había recorrido pocos metros de distancia.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
En su campo de visión apareció un enorme lobo negro, casi imponente… exceptuando el hecho que parecía tener una expresión de curiosidad. Intentó una vez más ponerse en pie pero sus músculos adormecidos no respondían a sus órdenes. Frustrado, suspiró, su aliento escapando de su hocico en cálidas volutas de humo que se condensaban en el aire.
Las fuerzas le abandonaban por momentos y la frígida temperatura que estaba alcanzando su cuerpo, tanto por su estado de debilidad como por el tiempo que hacía, no le ayudaban precisamente a que su cuerpo se regenerase con la celeridad que debería. Al menos la herida de su cuello no parecía agravarse, pero tampoco mejoraba lo más mínimo. Podría pasar mucho tiempo hasta que volviera a tenerse en pie, y para colmo, un chucho se le acercaba.
Definitivamente, no era su día.
Estaba controlando al nuevo entrometido con los ojos como finas rendijas grisáceas que no auguraban nada bueno, y en cuanto vio las intenciones del otro, sencillamente se resignó. Al menos no parecía que fuera a aprovecharse de la situación. Y si sabía lo que le convenía, no intentaría nada extraño tampoco.
Una chispa de comprensión pareció danzar en los ojos de Noah cuando reparó en que conocía bien a aquella forma. Demasiado bien, de hecho… aquellos ojos, aquellas facciones, aquél pelaje impoluto. Sacudió la cabeza. O al menos, lo intentó, porque su rostro ya no podía moverse siquiera. Su mente estaba demasiado embotada por el entumecimiento, de modo que no era capaz de captar con su aguzado olfato lo que estaba sucediendo en realidad.
Para el lícano, era como si estuviera viéndose reflejado en el espejo, pero a través del tiempo. Se veía a sí mismo, una encarnación idéntica pero distinta al mismo tiempo del mismo ser. Le intrigó que su otro yo careciera del conocido estigma tan característico de Noah y que aún perduraba, aunque algo más deslucido que en su otra vida. Intentó comunicarse con la bestia mentalmente, como en ocasiones había conseguido lograrlo con animales, pero de algún modo parecía que sus palabras no tocaran la mente ajena, lo cual, a su entender, le confirmaba que debía estar tratando con un desvarío de una mente enferma. Le habría gustado poder hablar de tú a tú con su antiguo ser, pedirle consejo y buscar apoyo. Necesitaba poder aprender de un licántropo, pero no era muy ducho en tratar con otros de su especie. Cómo los odiaba… con su arrogancia y superioridad, creyendo que eran diferentes a los demás cuando bajo la luz de la luna llena no eran más que marionetas cortadas por el mismo patrón.
Aún más frustrado, cerró los ojos, ahogando un quejido de decepción que iba a surgir de su garganta. Aunque respiraba sin problemas, lo único que olía era a pelo quemado, de modo que cuando el animal se le acercó, le resultó imposible distinguir el perceptible aroma de la magia. Tampoco podía distinguir el temor de quién se le acercaba, pues la intensa y molesta fragancia embriagaba su olfato. De modo que sólo quería que lo dejaran descansar para que sus heridas sanaran más rápidamente.
Sintió algo raro. Muy raro. Pero su desarrollado olfato no se despejaba y tampoco tenía fuerzas para moverse, así que hizo caso omiso. Por encima de su aterido hocico notaba un contacto extraño y un inquietante pero agradable hormigueo comenzó a extenderse por el resto de su cuerpo. No llegó a causarle molestia, pues aquella sensación era lenta y relajada, mientras ascendía por su frente y las orejas, repitiéndose en un bucle continuo. Entonces, tras un largo tiempo, el contacto se alejó, pero el hormigueo prosiguió en su hocico, hasta el punto que le causó un leve estornudo.
Abrió primero un ojo y luego el otro, tratando de enfocar su vista en la dirección por donde creyó que se había alejado el lobo –que había tomado como un reflejo de sí mismo–. Ahora una silueta humana había tomado su lugar y se alejaba de él con gran esfuerzo: la joven a quién momentos antes había estado dando caza. No se hallaba en muy buenas condiciones y en aquellas alturas de la noche podía ser fácil presa de depredadores incluso más peligrosos que meras bestias salvajes.
Envió una orden a sus agarrotadas extremidades y, para su sorpresa, estas respondieron. Con sus dos orbes cenicientos fue testigo de cómo las heridas de sus patas y demás zonas iban sanando, e incluso notó que el dolor de la herida de su cuello remitía. No obstante, aún distaba de sanarse por completo y que la herida se cerrase, pero al menos ya le había dejado de gotear.
Con un esfuerzo hercúleo, se puso en pie, y tras tantear su equilibrio comprobó que tenía control de nuevo de su cuerpo. Se sentía raro. Sabía que sus fuerzas flaqueaban y de repente, y sin explicación alguna, se hallaba algo mejor. Había recobrado su sentido del olfato y los pelos chamuscados ya le habían vuelto a crecer: tan asombrosa era su capacidad de regeneración, pese a que no pudiera cicatrizar tan rápidamente los ataques sufridos por los hijos de la noche.
Dio un paso hacia adelante, y sus fosas nasales se inundaron con el aroma de aquella joven damisela. Entonces a sus ojos se asomó la comprensión. Podía percibir el olor de la magia, lo cual explicaría un par de cosas o tres.
Y era más que evidente que él estaba en deuda para con ella.
Con paso lento y firme se fue acercando a ella, silencioso como la más absoluta de las sombras, fue recortando distancias. Desde los puntos ciegos de su otrora víctima, la contemplaba con sus ojos pálidos. Desconocía muchos detalles sobre el uso de la magia, pero no le daba buena espina que le costara tanto andar…
Cuando por fin llegó a su altura, el bosque se abría en un claro bañado por la luz de la luna llena; era evidente que hacía grandes esfuerzos por seguir adelante. Se le acercó aún más, colocándose prácticamente en su flanco derecho, y le dio un ligero toque en la mano, que tenía a su alcance, con el hocico.
Las fuerzas le abandonaban por momentos y la frígida temperatura que estaba alcanzando su cuerpo, tanto por su estado de debilidad como por el tiempo que hacía, no le ayudaban precisamente a que su cuerpo se regenerase con la celeridad que debería. Al menos la herida de su cuello no parecía agravarse, pero tampoco mejoraba lo más mínimo. Podría pasar mucho tiempo hasta que volviera a tenerse en pie, y para colmo, un chucho se le acercaba.
Definitivamente, no era su día.
Estaba controlando al nuevo entrometido con los ojos como finas rendijas grisáceas que no auguraban nada bueno, y en cuanto vio las intenciones del otro, sencillamente se resignó. Al menos no parecía que fuera a aprovecharse de la situación. Y si sabía lo que le convenía, no intentaría nada extraño tampoco.
Una chispa de comprensión pareció danzar en los ojos de Noah cuando reparó en que conocía bien a aquella forma. Demasiado bien, de hecho… aquellos ojos, aquellas facciones, aquél pelaje impoluto. Sacudió la cabeza. O al menos, lo intentó, porque su rostro ya no podía moverse siquiera. Su mente estaba demasiado embotada por el entumecimiento, de modo que no era capaz de captar con su aguzado olfato lo que estaba sucediendo en realidad.
Para el lícano, era como si estuviera viéndose reflejado en el espejo, pero a través del tiempo. Se veía a sí mismo, una encarnación idéntica pero distinta al mismo tiempo del mismo ser. Le intrigó que su otro yo careciera del conocido estigma tan característico de Noah y que aún perduraba, aunque algo más deslucido que en su otra vida. Intentó comunicarse con la bestia mentalmente, como en ocasiones había conseguido lograrlo con animales, pero de algún modo parecía que sus palabras no tocaran la mente ajena, lo cual, a su entender, le confirmaba que debía estar tratando con un desvarío de una mente enferma. Le habría gustado poder hablar de tú a tú con su antiguo ser, pedirle consejo y buscar apoyo. Necesitaba poder aprender de un licántropo, pero no era muy ducho en tratar con otros de su especie. Cómo los odiaba… con su arrogancia y superioridad, creyendo que eran diferentes a los demás cuando bajo la luz de la luna llena no eran más que marionetas cortadas por el mismo patrón.
Aún más frustrado, cerró los ojos, ahogando un quejido de decepción que iba a surgir de su garganta. Aunque respiraba sin problemas, lo único que olía era a pelo quemado, de modo que cuando el animal se le acercó, le resultó imposible distinguir el perceptible aroma de la magia. Tampoco podía distinguir el temor de quién se le acercaba, pues la intensa y molesta fragancia embriagaba su olfato. De modo que sólo quería que lo dejaran descansar para que sus heridas sanaran más rápidamente.
Sintió algo raro. Muy raro. Pero su desarrollado olfato no se despejaba y tampoco tenía fuerzas para moverse, así que hizo caso omiso. Por encima de su aterido hocico notaba un contacto extraño y un inquietante pero agradable hormigueo comenzó a extenderse por el resto de su cuerpo. No llegó a causarle molestia, pues aquella sensación era lenta y relajada, mientras ascendía por su frente y las orejas, repitiéndose en un bucle continuo. Entonces, tras un largo tiempo, el contacto se alejó, pero el hormigueo prosiguió en su hocico, hasta el punto que le causó un leve estornudo.
Abrió primero un ojo y luego el otro, tratando de enfocar su vista en la dirección por donde creyó que se había alejado el lobo –que había tomado como un reflejo de sí mismo–. Ahora una silueta humana había tomado su lugar y se alejaba de él con gran esfuerzo: la joven a quién momentos antes había estado dando caza. No se hallaba en muy buenas condiciones y en aquellas alturas de la noche podía ser fácil presa de depredadores incluso más peligrosos que meras bestias salvajes.
Envió una orden a sus agarrotadas extremidades y, para su sorpresa, estas respondieron. Con sus dos orbes cenicientos fue testigo de cómo las heridas de sus patas y demás zonas iban sanando, e incluso notó que el dolor de la herida de su cuello remitía. No obstante, aún distaba de sanarse por completo y que la herida se cerrase, pero al menos ya le había dejado de gotear.
Con un esfuerzo hercúleo, se puso en pie, y tras tantear su equilibrio comprobó que tenía control de nuevo de su cuerpo. Se sentía raro. Sabía que sus fuerzas flaqueaban y de repente, y sin explicación alguna, se hallaba algo mejor. Había recobrado su sentido del olfato y los pelos chamuscados ya le habían vuelto a crecer: tan asombrosa era su capacidad de regeneración, pese a que no pudiera cicatrizar tan rápidamente los ataques sufridos por los hijos de la noche.
Dio un paso hacia adelante, y sus fosas nasales se inundaron con el aroma de aquella joven damisela. Entonces a sus ojos se asomó la comprensión. Podía percibir el olor de la magia, lo cual explicaría un par de cosas o tres.
Y era más que evidente que él estaba en deuda para con ella.
Con paso lento y firme se fue acercando a ella, silencioso como la más absoluta de las sombras, fue recortando distancias. Desde los puntos ciegos de su otrora víctima, la contemplaba con sus ojos pálidos. Desconocía muchos detalles sobre el uso de la magia, pero no le daba buena espina que le costara tanto andar…
Cuando por fin llegó a su altura, el bosque se abría en un claro bañado por la luz de la luna llena; era evidente que hacía grandes esfuerzos por seguir adelante. Se le acercó aún más, colocándose prácticamente en su flanco derecho, y le dio un ligero toque en la mano, que tenía a su alcance, con el hocico.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 305
Fecha de inscripción : 11/04/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Amistades peligrosas
Caminar, sólo tenía que caminar; mover un pie hacia adelante y luego el otro, repetir el proceso sin parar, con constancia. Incluso una acción tan sencilla y mecánica le costaba horrores, le había entregado demasiada energía al lobo y no se arrepentía pese a todo. La nevada caía sin ánimos de parar, aumentando gradualmente el grosor de nieve acumulada en la tierra, obligando a Sérène a dar grandes zancadas, y cuando conseguía dar el paso, sus pies se hundían hasta el tobillo.
Cuando los efectos de la adrenalina dejaron de darle fuerzas, la cruda realidad apareció ante sí. Estaba empapada, sobre todo en las extremidades inferiores, tenía tan fríos los pies que le dolían al mínimo movimiento. Los guantes seguían guardados en uno de los bolsillos interiores de la capa, aunque Sérène no recordaban que estaban allí. Los párpados se le cerraban con insistencia y la cabeza le pesaba más que el resto del cuerpo.
Asimismo, cada vez hacía más frío, o quizás era su cansancio lo que la dejaba sin resistencia. Pese a todo, debía continuar; volver al camino y recuperar sus escasas pertenencias. La hechicera tenía la esperanza que todavía estuvieran en las alforjas, al igual que su vieja bolsa de viaje permanecería caído al lado de su yegua.
¿Cuánto tiempo llevaba andando? ¿Cuánta distancia había recorrido? Todo era muy confuso para su mente embotada; los árboles no se distinguían entre sí, todos eran igual de altos, mismas hojas perennes, formas idénticas, sombras exactas; la perla plateada que reinaba en el firmamento, permaneciendo impertérrita en la misma posición. Sólo la fuerza de voluntad la instaba a seguir adelante, pronto incluso ésta dejaría de ser fuerte.
Un claro apareció repentinamente entre los árboles, la luna lo iluminaba sin impedimentos. No había nadie, no había nada. Estaba sola.
Continuando con su marcha, siguió los árboles que rodeaban la zona, cada vez más necesitando apoyarse en su estabilidad. De pronto, cayó en la cuenta que pasaba por primera vez por aquel espacio libre de arbolada. El ánimo de Sérène descendió hasta tocar la blancura que apresaba sus pies. Se había perdido. Aún siguiendo las huellas, se había perdido. Sin tiempo a lamentaciones, todo su cuerpo se sacudió con violencia cuando notó que algo húmedo le tocaba la mano; de haberse producido en otras circunstancias Sérène habría gritado de la impresión.
Temerosa de saber quién o qué la había tocado, se volteó para enfrentarse… al enorme lobo negro. Estaba peligrosamente cerca, demasiado cerca, mirándola con aquellos sombríos ojos. Sérène sabía que no debía tener miedo, los animales lo olían como las personas un delicioso pastel recién hecho, pero no podía evitarlo. El pulso volvió a acelerársele al compás del ritmo cardíaco y de su respiración. No osó moverse salvo para apoyarse en el árbol que tenía a su espalda. Necesitaba aire, oxígeno, espacio, huir, pero no podía hacer más que enfrentarse a la mirada de aquel ser y esperar algo; lo que fuera, ayuda, o un suceso extraordinario.
Cuando los efectos de la adrenalina dejaron de darle fuerzas, la cruda realidad apareció ante sí. Estaba empapada, sobre todo en las extremidades inferiores, tenía tan fríos los pies que le dolían al mínimo movimiento. Los guantes seguían guardados en uno de los bolsillos interiores de la capa, aunque Sérène no recordaban que estaban allí. Los párpados se le cerraban con insistencia y la cabeza le pesaba más que el resto del cuerpo.
Asimismo, cada vez hacía más frío, o quizás era su cansancio lo que la dejaba sin resistencia. Pese a todo, debía continuar; volver al camino y recuperar sus escasas pertenencias. La hechicera tenía la esperanza que todavía estuvieran en las alforjas, al igual que su vieja bolsa de viaje permanecería caído al lado de su yegua.
¿Cuánto tiempo llevaba andando? ¿Cuánta distancia había recorrido? Todo era muy confuso para su mente embotada; los árboles no se distinguían entre sí, todos eran igual de altos, mismas hojas perennes, formas idénticas, sombras exactas; la perla plateada que reinaba en el firmamento, permaneciendo impertérrita en la misma posición. Sólo la fuerza de voluntad la instaba a seguir adelante, pronto incluso ésta dejaría de ser fuerte.
Un claro apareció repentinamente entre los árboles, la luna lo iluminaba sin impedimentos. No había nadie, no había nada. Estaba sola.
Continuando con su marcha, siguió los árboles que rodeaban la zona, cada vez más necesitando apoyarse en su estabilidad. De pronto, cayó en la cuenta que pasaba por primera vez por aquel espacio libre de arbolada. El ánimo de Sérène descendió hasta tocar la blancura que apresaba sus pies. Se había perdido. Aún siguiendo las huellas, se había perdido. Sin tiempo a lamentaciones, todo su cuerpo se sacudió con violencia cuando notó que algo húmedo le tocaba la mano; de haberse producido en otras circunstancias Sérène habría gritado de la impresión.
Temerosa de saber quién o qué la había tocado, se volteó para enfrentarse… al enorme lobo negro. Estaba peligrosamente cerca, demasiado cerca, mirándola con aquellos sombríos ojos. Sérène sabía que no debía tener miedo, los animales lo olían como las personas un delicioso pastel recién hecho, pero no podía evitarlo. El pulso volvió a acelerársele al compás del ritmo cardíaco y de su respiración. No osó moverse salvo para apoyarse en el árbol que tenía a su espalda. Necesitaba aire, oxígeno, espacio, huir, pero no podía hacer más que enfrentarse a la mirada de aquel ser y esperar algo; lo que fuera, ayuda, o un suceso extraordinario.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Mentiría si dijera que no se esperaba sea reacción. La conocía demasiado bien, debido a que no era un ejemplar fácil de comprender y con unas características más allá de lo que se pudiera uno imaginar. Pero pese a todo, no obtuvo placer alguno en provocar semejante reacción en la joven. Si más no, aún le hizo sentirse más abatido y miserable, lo que se reflejó en su mirada de fiera. Consideraba que su temperatura tampoco debería suponer demasiado contraste, pero por la forma en que ella reaccionó y el leve hormigueo que permaneció en su hocico hasta momentos antes de aquél sutil contacto, era más que evidente que las inclemencias del tiempo estaban causando graves mellas en la fragilidad de la damisela.
Su instinto le indicaba que el hecho que ella hubiera partido, después de realizar semejante proeza altruista, se debía a que había dejado algo atrás que le resultaba de vital importancia. Teoría que se veía confirmada por el titubeo palpable en cada poro de su piel. Sentía el agotamiento de la desesperación de haber dado algo por perdido, y no la podía culpar: era verdaderamente complejo orientarse por aquellos lares, incluso si se estaba en posesión de habilidades tan interesantes como la que compartían los seres como él.
Aun así, no podía significar nada bueno que reaccionase de esa forma. Si huía de él, quizás no se volverían a ver y entonces no podría compensarle tan amable gesto: a costa de su propia esencia, o al menos eso le parecía a él, le había proporcionado nuevas fuerzas para sanarse y poder seguir en tan extraña lid. La herida causada por el mordisco del vampiro ahora lucía mejor aspecto; cuanto menos, había dejado de sangrar por completo, aunque seguía siendo una mancha evidente en tan hermoso pelaje negro, el pelaje a su alrededor seguía dañado; pero, gracias a los esfuerzos de la desconocida, seguiría regenerándose por sí sola. El resto de sus heridas, no obstante, ya se habían sanado, y le preocupó que ella pudiera reparar en tan extraña peculiaridad.
Pero incluso a él se le acaban los recursos. No tenía forma de comunicarse de forma entendible sin que causara su rechazo. Sabía que no servirían de nada sus habilidades con alguien como ella…
¡Claro! ¿Por qué no había caído en ello antes? ¡No era necesario que se comunicase directamente con ella!
Inspiró y olfateó el aire con sus receptores del hocico, y con un gruñido de satisfacción, volvió su rostro lobuno hacia las altas ramas el árbol en el que ella buscaba apoyo, ignorando el hecho que seguramente ella lo podría interpretar como un gesto más de amenaza hacia su integridad. Entre el níveo follaje, y pese a la nieve que caía, observó lo que buscaba: un magnífico ejemplar de lechuza blanco que los contemplaba con sus inquietantes y atentos ojos.
Noah le devolvió la mirada fijamente, y extendió su voluntad hasta el ave. No confiaba demasiado en que eso le funcionara. A fin de cuentas, no siempre tenía el control de sus propias habilidades, como había podido comprobar antes con aquél lobo tan familiar.
«¿Qué tal si me echas una pata? De mí no se fía ni un ápice…» le envió mentalmente. El noble animal torció la cabeza en un ángulo extraño. Segundos después, éste ululó con tono grave y alzó el vuelo. Trazó dos círculos estrechos antes de descender y afianzarse en el lomo del lobo. Si las garras le causaron algún malestar, la bestia ni se inmutó. Por su parte, el ave giró su gracioso rostro hacia la joven, girando su cabeza en un ángulo todavía más inverosímil.
El lobo, tras dirigir una última mirada a la damisela, resultándole difícil interpretar lo que debía de estar pensando, suspiró pesadamente mientras se enfilaba por el claro, con intención de atravesarlo hacia el otro lado. Si la joven quería regresar hacia donde aguardaban sus posesiones, él la guiaría… si es que se dignaba a querer seguirlo, claro.
Bajo la luz de la luna, el lobo negro ofrecía un aspecto siniestro, casi fantasmagórico. Los mechones de pelaje gris que le recorrían el cuerpo por completo parecían dotarle de un aire sobrenatural, y aquella seria estampa se veía truncada por la lechuza de mirada apacible que viajaba en permanente vigilia en su espinazo.
Sólo para estar del todo seguro, varios pasos después se volvió hacia la joven, mirándola con sus orbes glaucos antes de bajar la mirada y volver a centrar su atención al camino de olores que los llevarían de vuelta a aquella zona. Sabía que le causaba respeto, pero no le iba a causar ningún daño. O, al menos, no tenía intención de hacerlo de ninguna forma. Andando de nuevo, Noah confiaba en que no hubiera otra manada de lobos acechando donde cayó abatida la yegua.
Su instinto le indicaba que el hecho que ella hubiera partido, después de realizar semejante proeza altruista, se debía a que había dejado algo atrás que le resultaba de vital importancia. Teoría que se veía confirmada por el titubeo palpable en cada poro de su piel. Sentía el agotamiento de la desesperación de haber dado algo por perdido, y no la podía culpar: era verdaderamente complejo orientarse por aquellos lares, incluso si se estaba en posesión de habilidades tan interesantes como la que compartían los seres como él.
Aun así, no podía significar nada bueno que reaccionase de esa forma. Si huía de él, quizás no se volverían a ver y entonces no podría compensarle tan amable gesto: a costa de su propia esencia, o al menos eso le parecía a él, le había proporcionado nuevas fuerzas para sanarse y poder seguir en tan extraña lid. La herida causada por el mordisco del vampiro ahora lucía mejor aspecto; cuanto menos, había dejado de sangrar por completo, aunque seguía siendo una mancha evidente en tan hermoso pelaje negro, el pelaje a su alrededor seguía dañado; pero, gracias a los esfuerzos de la desconocida, seguiría regenerándose por sí sola. El resto de sus heridas, no obstante, ya se habían sanado, y le preocupó que ella pudiera reparar en tan extraña peculiaridad.
Pero incluso a él se le acaban los recursos. No tenía forma de comunicarse de forma entendible sin que causara su rechazo. Sabía que no servirían de nada sus habilidades con alguien como ella…
¡Claro! ¿Por qué no había caído en ello antes? ¡No era necesario que se comunicase directamente con ella!
Inspiró y olfateó el aire con sus receptores del hocico, y con un gruñido de satisfacción, volvió su rostro lobuno hacia las altas ramas el árbol en el que ella buscaba apoyo, ignorando el hecho que seguramente ella lo podría interpretar como un gesto más de amenaza hacia su integridad. Entre el níveo follaje, y pese a la nieve que caía, observó lo que buscaba: un magnífico ejemplar de lechuza blanco que los contemplaba con sus inquietantes y atentos ojos.
Noah le devolvió la mirada fijamente, y extendió su voluntad hasta el ave. No confiaba demasiado en que eso le funcionara. A fin de cuentas, no siempre tenía el control de sus propias habilidades, como había podido comprobar antes con aquél lobo tan familiar.
«¿Qué tal si me echas una pata? De mí no se fía ni un ápice…» le envió mentalmente. El noble animal torció la cabeza en un ángulo extraño. Segundos después, éste ululó con tono grave y alzó el vuelo. Trazó dos círculos estrechos antes de descender y afianzarse en el lomo del lobo. Si las garras le causaron algún malestar, la bestia ni se inmutó. Por su parte, el ave giró su gracioso rostro hacia la joven, girando su cabeza en un ángulo todavía más inverosímil.
El lobo, tras dirigir una última mirada a la damisela, resultándole difícil interpretar lo que debía de estar pensando, suspiró pesadamente mientras se enfilaba por el claro, con intención de atravesarlo hacia el otro lado. Si la joven quería regresar hacia donde aguardaban sus posesiones, él la guiaría… si es que se dignaba a querer seguirlo, claro.
Bajo la luz de la luna, el lobo negro ofrecía un aspecto siniestro, casi fantasmagórico. Los mechones de pelaje gris que le recorrían el cuerpo por completo parecían dotarle de un aire sobrenatural, y aquella seria estampa se veía truncada por la lechuza de mirada apacible que viajaba en permanente vigilia en su espinazo.
Sólo para estar del todo seguro, varios pasos después se volvió hacia la joven, mirándola con sus orbes glaucos antes de bajar la mirada y volver a centrar su atención al camino de olores que los llevarían de vuelta a aquella zona. Sabía que le causaba respeto, pero no le iba a causar ningún daño. O, al menos, no tenía intención de hacerlo de ninguna forma. Andando de nuevo, Noah confiaba en que no hubiera otra manada de lobos acechando donde cayó abatida la yegua.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Sérène estaba convencida de que, sí al final conseguía salir de aquello con vida, tendría que recurrir al mejor psicólogo de toda Francia por tener pesadillas recurrentes donde la perseguirían ojos fríos como el metal, grandes fauces y un enorme cuerpo lobuno de pelaje más negro que el carbón. ¿Cómo no iba a tener miedo? Primero la había salvado para después cazarla y ahora volvía con fuerzas renovadas acechándola en la oscuridad como una sombra más. Para postre, el estado físico de la mujer distaba mucho de mejorar.
Y entonces, la intensa mirada del lobo cambió; o puede que fuera la hechicera que observaba al animal desde otra perspectiva, en cualquier caso creyó distinguir el desanimo en su mirada grisácea. Comprendió que el lobo se había dado cuenta del gesto que ella había tenido con él; y que podría ser por ese motivo por la que la había seguido hasta el claro y, concluyó también, sí el cánido así lo hubiese deseado, ahora Sérène sería pasto de sus fauces.
Aún así, la imagen que ofreció cuando interceptó al lobo, el mismo que la había perseguido desde el principio después de desgarrar el cuelo de Nicte, le recordó cuán poderoso era el ejemplar que tenía ante sí. Tenía que ir con cuidado, no tocarlo, no hacer movimientos bruscos, casi ni respirar con tal de no alterarlo.
Estaba decidida a pasar desapercibida para el ser nocturno.
Por un momento, temió que volvía a acercarse la manada cuando el inmenso animal olfateó el aire, que el gruñido confirmó, pero al seguir la mirada cenicienta suspiró aliviada al ver que se trataba de una linda lechuza blanca, tan blanca que podía confundirse con la nieve acumulada entre las ramas y hojas del árbol, desvió la mirada hacia el cuadrúpedo para luego devolverla al ave, parecía que estuvieran teniendo una conversación. La lechuza movió su cabeza hacia un lado, a un grado que el cuello humano no era capaz de tolerar, ululó y descendió en un grácil vuelo circular hasta apoyarse en el lomo del lobo, sin que éste pareciera importarle, y miró a la mujer con unos intensos ojos ambarinos.
El cánido le dirigió una última mirada a Sérène antes de… ¿suspirar? y volverle la espalda para encaminarse al otro lado del claro, recorriéndolo por su centro. La brillante esfera blanca hizo saltar brillos en el pelaje negro, que sería inmaculado de no ser porque, más arriba de la cruceta, en la zona del cuello se veían clapas y mechones apelmazados, síntomas de una mordedura que estaba cicatrizando. La hechicera por fin reparó que en el hocico no había mechones quemados y que las patas no tenían señales de mordiscos. ¿Cómo era posible que no hubiera reparado en tales signos hasta entonces? Porque estaba tan cansada que veía sin mirar… Al igual que no había visto los mechones plateados que le recorrían el cuerpo. ¿A qué le recordaba eso…?
La distancia que les separaba era nimia cuando el lobo se giró y la miró a los ojos, parecía que la instaba a seguirle; después olfateó la nieve, como sí quisiera volver a encontrar un rastro. Al final decidió ir tras ellos, pues tampoco tenía nada que hacer en aquel lugar, salvo morir por hipotermia o devorada por animales.
Avanzó pesadamente, tan aprisa como sus agarrotadas piernas le permitían, hasta acercárseles por el flanco derecho, permaneciendo al lado del ave. Por suerte el avance del cánido era lento, sabedor de las flaquezas humanas. Estaban a punto de salir del claro cuando Sérène trastabilló con una piedra sepultada por la nieve. Habría caído de bruces de no ser porque se apoyó con una mano en el lomo del animal, algo más atrás de donde posaba tranquilamente la lechuza.
Una habitación apareció entre la densa niebla que había reducido su visión hasta dejarle ciega. Dispuestos por toda la estancia, había enormes arcas, junto a todo tipo de utensilios, muebles y ropajes, un enorme sofá predominaba impoluto a un lado de su camerino y frente a él, un espejo de marco rectangular, finamente tallado en caoba, adornado por filigranas de flores. Volaba de un lado a otro, abriendo baúles, seleccionando prendas de su interior. Aquella noche iba a ser una velada perfecta, algo que la joven no olvidaría jamás. Se volvió hacia ella, un recogido evitaba que sus cabellos negros danzaran libres por su espalda, estaba ensimismada, contemplando su reflejo en el espejo. Él se situó detrás suyo y la miró a través de su imagen reflejada. Ojos esmeraldas contra ojos grises.
El contacto duró unos instantes, pero para lo que el mundo fueron segundos, para Sérène fue una eternidad. Abrió los ojos de par en par cuando por fin las piezas encajaron en su mente.
—¿...Noah...? —Susurró en un tono de clara sorpresa, mirando hacia el rostro lobuno. Sus piernas se tornaron gelatina, haciéndola caer de rodillas sobre la nieve. No podía ser cierto que el lobo que le había dado caza en verdad fuera un licántropo... que fuera... Noah.
Y entonces, la intensa mirada del lobo cambió; o puede que fuera la hechicera que observaba al animal desde otra perspectiva, en cualquier caso creyó distinguir el desanimo en su mirada grisácea. Comprendió que el lobo se había dado cuenta del gesto que ella había tenido con él; y que podría ser por ese motivo por la que la había seguido hasta el claro y, concluyó también, sí el cánido así lo hubiese deseado, ahora Sérène sería pasto de sus fauces.
Aún así, la imagen que ofreció cuando interceptó al lobo, el mismo que la había perseguido desde el principio después de desgarrar el cuelo de Nicte, le recordó cuán poderoso era el ejemplar que tenía ante sí. Tenía que ir con cuidado, no tocarlo, no hacer movimientos bruscos, casi ni respirar con tal de no alterarlo.
Estaba decidida a pasar desapercibida para el ser nocturno.
Por un momento, temió que volvía a acercarse la manada cuando el inmenso animal olfateó el aire, que el gruñido confirmó, pero al seguir la mirada cenicienta suspiró aliviada al ver que se trataba de una linda lechuza blanca, tan blanca que podía confundirse con la nieve acumulada entre las ramas y hojas del árbol, desvió la mirada hacia el cuadrúpedo para luego devolverla al ave, parecía que estuvieran teniendo una conversación. La lechuza movió su cabeza hacia un lado, a un grado que el cuello humano no era capaz de tolerar, ululó y descendió en un grácil vuelo circular hasta apoyarse en el lomo del lobo, sin que éste pareciera importarle, y miró a la mujer con unos intensos ojos ambarinos.
El cánido le dirigió una última mirada a Sérène antes de… ¿suspirar? y volverle la espalda para encaminarse al otro lado del claro, recorriéndolo por su centro. La brillante esfera blanca hizo saltar brillos en el pelaje negro, que sería inmaculado de no ser porque, más arriba de la cruceta, en la zona del cuello se veían clapas y mechones apelmazados, síntomas de una mordedura que estaba cicatrizando. La hechicera por fin reparó que en el hocico no había mechones quemados y que las patas no tenían señales de mordiscos. ¿Cómo era posible que no hubiera reparado en tales signos hasta entonces? Porque estaba tan cansada que veía sin mirar… Al igual que no había visto los mechones plateados que le recorrían el cuerpo. ¿A qué le recordaba eso…?
La distancia que les separaba era nimia cuando el lobo se giró y la miró a los ojos, parecía que la instaba a seguirle; después olfateó la nieve, como sí quisiera volver a encontrar un rastro. Al final decidió ir tras ellos, pues tampoco tenía nada que hacer en aquel lugar, salvo morir por hipotermia o devorada por animales.
Avanzó pesadamente, tan aprisa como sus agarrotadas piernas le permitían, hasta acercárseles por el flanco derecho, permaneciendo al lado del ave. Por suerte el avance del cánido era lento, sabedor de las flaquezas humanas. Estaban a punto de salir del claro cuando Sérène trastabilló con una piedra sepultada por la nieve. Habría caído de bruces de no ser porque se apoyó con una mano en el lomo del animal, algo más atrás de donde posaba tranquilamente la lechuza.
Una habitación apareció entre la densa niebla que había reducido su visión hasta dejarle ciega. Dispuestos por toda la estancia, había enormes arcas, junto a todo tipo de utensilios, muebles y ropajes, un enorme sofá predominaba impoluto a un lado de su camerino y frente a él, un espejo de marco rectangular, finamente tallado en caoba, adornado por filigranas de flores. Volaba de un lado a otro, abriendo baúles, seleccionando prendas de su interior. Aquella noche iba a ser una velada perfecta, algo que la joven no olvidaría jamás. Se volvió hacia ella, un recogido evitaba que sus cabellos negros danzaran libres por su espalda, estaba ensimismada, contemplando su reflejo en el espejo. Él se situó detrás suyo y la miró a través de su imagen reflejada. Ojos esmeraldas contra ojos grises.
El contacto duró unos instantes, pero para lo que el mundo fueron segundos, para Sérène fue una eternidad. Abrió los ojos de par en par cuando por fin las piezas encajaron en su mente.
—¿...Noah...? —Susurró en un tono de clara sorpresa, mirando hacia el rostro lobuno. Sus piernas se tornaron gelatina, haciéndola caer de rodillas sobre la nieve. No podía ser cierto que el lobo que le había dado caza en verdad fuera un licántropo... que fuera... Noah.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
La conciencia animal de Noah comenzaba a remitir poco a poco. Aquello sólo podía significar que la Luna había alcanzado su punto más álgido en el transcurso de su viaje celestial y lentamente iría cediendo en su imperio de noche. El veneno que recorría por sus venas todavía le ardía con fiereza, y seguiría así hasta que despuntara el sol.
Que no pudiera comunicarse directamente con ella no quería decir que no pudiera hacerse entender; lo supo con tan sólo escuchar como echaba a andar detrás de él. Llegó a frenar incluso más su avance por tal de poder estar a su altura. Avanzaban a la par, ella colocada a su diestra, mientras caminaban por el claro. Un ligero runrún en su mente le indicaba que algo no encajaba. Únicamente la había oído decir un par de palabras atrás en el boscaje, pero debido a la tensión –y al hecho de haber recibido de pleno una esfera ígnea–, no había podido captar por completo aquellos matices de su voz. Aquél rostro… era como si lo hubiera visto antes. Pero en su mente había como una especie de neblina espesa que no le dejaba ver más allá.
Escuchó un ruido apagado y entonces notó como la mano de ella se posaba en su lomo, de una forma tan poco grácil que la pobre lechuza levantó el vuelo, asustada, y comenzó a trazar círculos alrededor de la extraña pareja. Él se detuvo en seco, y un gruñido iba a comenzar a formarse en su garganta debido a aquél gesto tan repentino, cuando se giró hacia la joven, con un aire de preocupación en sus ojos. Entonces escuchó su nombre salir de los labios de la damisela, y aquella voz sí que pareció alcanzar algo en lo más profundo de su ser. Entonces pudo reparar en aquél rostro tan conocido y cuyos ojos grises destacaban de forma elegante en contraste con su mirada fiera y salvaje.
Sólo podía ser una persona. Un rostro que no había podido olvidar y que se le había marcado a fuego en sus recuerdos. Una cara hermosa y única… pero sin nombre. Lo cual era una verdadera pena, porque al parecer ella acababa de reconocerlo… y no podía corresponderla del mismo modo. Y lo que era peor, tampoco se lo podía confesar.
Y entonces comprendió que no iba a ser fácil para ella digerir aquello. Quizás, si lo había conocido en su otra vida, creería que le habría engañado… o que le estaría engañando ahora. El mero hecho de pensarlo llenó de tristeza al licántropo, y su mirada pasó de la sorpresa a la genuina preocupación cuando ella cayó al suelo de rodillas. Debía de estar agotadísima…
Se giró por completo hacia ella, observándola con sus ojos brillando con el reflejo de la luz de la luna. No parecía que se hubiera herido aún más, así que supuso que estaría cansada. Se acercó con mucha cautela, consciente del pavor que le había causado antes en aquella noche, e intentó colocarse de tal modo que ella pudiera cogerse a él, pero no para que se incorporase: no era un lobo pequeño, y gracias a las fuerzas que le había prestado, podría cargar con ella sin problemas. El ave nocturna ululó, todavía molesta por aquél susto, y Noah extendió su voluntad para que alcanzase el animal. En primitiva conversación, le agradeció la ayuda y se despidió del ave rapaz, si bien ésta seguía rondándoles desde las alturas, por si el lobo necesitaba de nuevo un respaldo de confianza.
Con cuidado, intentó pasar su rostro alargado por debajo de la axila izquierda de ella, dándole a entender que se cogiera a su pelaje. Pero, sólo por si caso, bajó todo su cuerpo a nivel de suelo para que ella pudiera incorporarse y subírsele al lomo. Debido al cansancio que observaba, el lícano creyó que ya que iba a cargar con ella, al menos que pudiera estar bien cómoda en su espalda: no tendría problema para que se colocara tumbada encima.
Aguardó con paciencia infinita, asegurándose que ella entendía lo que le estaba pidiendo en silencio. No tenía intención de reanudar la marcha hasta que no se le subiera encima y se afianzara bien.
Que no pudiera comunicarse directamente con ella no quería decir que no pudiera hacerse entender; lo supo con tan sólo escuchar como echaba a andar detrás de él. Llegó a frenar incluso más su avance por tal de poder estar a su altura. Avanzaban a la par, ella colocada a su diestra, mientras caminaban por el claro. Un ligero runrún en su mente le indicaba que algo no encajaba. Únicamente la había oído decir un par de palabras atrás en el boscaje, pero debido a la tensión –y al hecho de haber recibido de pleno una esfera ígnea–, no había podido captar por completo aquellos matices de su voz. Aquél rostro… era como si lo hubiera visto antes. Pero en su mente había como una especie de neblina espesa que no le dejaba ver más allá.
Escuchó un ruido apagado y entonces notó como la mano de ella se posaba en su lomo, de una forma tan poco grácil que la pobre lechuza levantó el vuelo, asustada, y comenzó a trazar círculos alrededor de la extraña pareja. Él se detuvo en seco, y un gruñido iba a comenzar a formarse en su garganta debido a aquél gesto tan repentino, cuando se giró hacia la joven, con un aire de preocupación en sus ojos. Entonces escuchó su nombre salir de los labios de la damisela, y aquella voz sí que pareció alcanzar algo en lo más profundo de su ser. Entonces pudo reparar en aquél rostro tan conocido y cuyos ojos grises destacaban de forma elegante en contraste con su mirada fiera y salvaje.
Sólo podía ser una persona. Un rostro que no había podido olvidar y que se le había marcado a fuego en sus recuerdos. Una cara hermosa y única… pero sin nombre. Lo cual era una verdadera pena, porque al parecer ella acababa de reconocerlo… y no podía corresponderla del mismo modo. Y lo que era peor, tampoco se lo podía confesar.
Y entonces comprendió que no iba a ser fácil para ella digerir aquello. Quizás, si lo había conocido en su otra vida, creería que le habría engañado… o que le estaría engañando ahora. El mero hecho de pensarlo llenó de tristeza al licántropo, y su mirada pasó de la sorpresa a la genuina preocupación cuando ella cayó al suelo de rodillas. Debía de estar agotadísima…
Se giró por completo hacia ella, observándola con sus ojos brillando con el reflejo de la luz de la luna. No parecía que se hubiera herido aún más, así que supuso que estaría cansada. Se acercó con mucha cautela, consciente del pavor que le había causado antes en aquella noche, e intentó colocarse de tal modo que ella pudiera cogerse a él, pero no para que se incorporase: no era un lobo pequeño, y gracias a las fuerzas que le había prestado, podría cargar con ella sin problemas. El ave nocturna ululó, todavía molesta por aquél susto, y Noah extendió su voluntad para que alcanzase el animal. En primitiva conversación, le agradeció la ayuda y se despidió del ave rapaz, si bien ésta seguía rondándoles desde las alturas, por si el lobo necesitaba de nuevo un respaldo de confianza.
Con cuidado, intentó pasar su rostro alargado por debajo de la axila izquierda de ella, dándole a entender que se cogiera a su pelaje. Pero, sólo por si caso, bajó todo su cuerpo a nivel de suelo para que ella pudiera incorporarse y subírsele al lomo. Debido al cansancio que observaba, el lícano creyó que ya que iba a cargar con ella, al menos que pudiera estar bien cómoda en su espalda: no tendría problema para que se colocara tumbada encima.
Aguardó con paciencia infinita, asegurándose que ella entendía lo que le estaba pidiendo en silencio. No tenía intención de reanudar la marcha hasta que no se le subiera encima y se afianzara bien.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
La mayor de las sorpresas no fue que el lobo era en realidad un licántropo... sino que el licántropo fuera en verdad Noah; el excéntrico actor que la había descubierto años atrás colándose en la parte oculta del teatro, donde sólo el personal autorizado podía moverse con total libertad, y en vez de llamar a la guardia para sacarla fuera del lugar, le había prestado ropas de dama y habían jugado a los señores. Aquél recuerdo se le antojaba tan lejano... Fue la única vez que se vieron, a la mañana siguiente Sérène tuvo que partir, sin poder volver hasta entonces.
Contemplaba la nieve, ensimismada en sus propios recuerdos, cuando Noah se volvió por completo hacia ella; observándola tras las facciones animales, visiblemente más humanizadas, mostrando reconocimiento y preocupación al contemplarla; lo que alivió la tensión que la agarrotaba, además del frío que sentía por las inclemencias del tiempo, el cuerpo de Sérène. La mujer levantó la mirada a tiempo para poder observar los mechones plateados del lomo, los mismos que tenía Noah en el pelo, aunque aquellos eran rojos, no grises. ¿A qué se debía aquel cambio? Cómo deseaba poder tener una conversación tranquila con aquel ser.
Los movimientos de Noah ahora eran pausados y medidos, consciente de lo que la hechicera había pasado en una sola noche, sabedor que pocos sustos más podría aguantar con el cuerpo exhausto. Lentamente, el rostro lobuno de él rompió la distancia que había entre ambos por completo; separando con su morro el brazo de Sérène se sumieron en lo que podría asemejarse a un abrazo, la calidez del cuerpo del lícano contrastaba con la frialdad del cuerpo humano. La hechicera cerró los ojos, disfrutando del pequeño lapso en que su cuerpo había dejado de temblar.
Por un momento no logró comprender lo que pretendía su extraño compañero de aventuras al tenderse sobre el frío manto blanco, hasta que vio la expresión resolutiva en la mirada gris del animal. ¿Aún con la grave herida que ensombrecía el cuello, pretendía que se subiera sobre él? ¿Cómo podía incluso barajar la posibilidad de que ella aceptaría de buenas a primeras?
—No pienso subirme, Noah, podría reabrirse la herida que tienes en el cuello. —El tono decisivo de su voz dejaba claro sus intenciones al respecto: no haría tal cosa por voluntad propia.
Logró incorporarse, apoyándose sobre sus rodillas, no sin antes proferir un quejido tan poco digno que deseó con todas sus fuerzas que pasara inadvertido por Noah. Desde esa perspectiva, pudo analizar con más profundidad dicha herida. Tal vez era capaz de ayudar en su sanación con algunas de las plantas perdidas, aunque pensándolo con detenimiento, le extrañó que a esas alturas no hubiera sanado junto al resto de lesiones. Conocía la capacidad regenerativa de los licántropos por los libros que sus progenitores tan sabiamente le habían hecho leer. Hasta donde alcanzaban sus estudios, sólo la plata podía afectar negativamente a dichos atributos. Discernió que algo no encajaba del todo, posiblemente a su falta de conocimientos más precisos sobre aquellos extraordinarios seres.
Contemplaba la nieve, ensimismada en sus propios recuerdos, cuando Noah se volvió por completo hacia ella; observándola tras las facciones animales, visiblemente más humanizadas, mostrando reconocimiento y preocupación al contemplarla; lo que alivió la tensión que la agarrotaba, además del frío que sentía por las inclemencias del tiempo, el cuerpo de Sérène. La mujer levantó la mirada a tiempo para poder observar los mechones plateados del lomo, los mismos que tenía Noah en el pelo, aunque aquellos eran rojos, no grises. ¿A qué se debía aquel cambio? Cómo deseaba poder tener una conversación tranquila con aquel ser.
Los movimientos de Noah ahora eran pausados y medidos, consciente de lo que la hechicera había pasado en una sola noche, sabedor que pocos sustos más podría aguantar con el cuerpo exhausto. Lentamente, el rostro lobuno de él rompió la distancia que había entre ambos por completo; separando con su morro el brazo de Sérène se sumieron en lo que podría asemejarse a un abrazo, la calidez del cuerpo del lícano contrastaba con la frialdad del cuerpo humano. La hechicera cerró los ojos, disfrutando del pequeño lapso en que su cuerpo había dejado de temblar.
Por un momento no logró comprender lo que pretendía su extraño compañero de aventuras al tenderse sobre el frío manto blanco, hasta que vio la expresión resolutiva en la mirada gris del animal. ¿Aún con la grave herida que ensombrecía el cuello, pretendía que se subiera sobre él? ¿Cómo podía incluso barajar la posibilidad de que ella aceptaría de buenas a primeras?
—No pienso subirme, Noah, podría reabrirse la herida que tienes en el cuello. —El tono decisivo de su voz dejaba claro sus intenciones al respecto: no haría tal cosa por voluntad propia.
Logró incorporarse, apoyándose sobre sus rodillas, no sin antes proferir un quejido tan poco digno que deseó con todas sus fuerzas que pasara inadvertido por Noah. Desde esa perspectiva, pudo analizar con más profundidad dicha herida. Tal vez era capaz de ayudar en su sanación con algunas de las plantas perdidas, aunque pensándolo con detenimiento, le extrañó que a esas alturas no hubiera sanado junto al resto de lesiones. Conocía la capacidad regenerativa de los licántropos por los libros que sus progenitores tan sabiamente le habían hecho leer. Hasta donde alcanzaban sus estudios, sólo la plata podía afectar negativamente a dichos atributos. Discernió que algo no encajaba del todo, posiblemente a su falta de conocimientos más precisos sobre aquellos extraordinarios seres.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
La nevada no amainaba, y comenzaba a alzarse un travieso y traicionero viento que amenazaba con dificultarles la visibilidad e interferirles en la búsqueda de las posesiones de la dama. Desde luego, la diosa fortuna no les sonreía por el momento. Sin estar en pleno uso de sus capacidades físicas y cognitivas, al licántropo aún le quedaban fuerzas suficientes para lo que pudiera depararles las siguientes horas. Pero, quizás, si la noche terminaba antes de lo previsto y revertía a su forma humana, no sería capaz de protegerla de otros peligros que pudieran acecharlos en la salvaje espesura.
Podía sentir las volátiles pulsaciones de aquél corazón emitiendo un frágil y delicado calor, pero cuya intensidad palidecía en contraste con la suya propia. Era evidente que necesitaba de algo cálido y que le ayudara a resguardarse de aquellas bajas temperaturas. Por fortuna para ella, o para su desgracia, lo más parecido a lo que su helado cuerpo precisaba en ese instante era el suave y acogedor pelaje de la bestia. Sin embargo, ella permanecía en sus trece, negándose a ceder ante aquél ofrecimiento, pese a que a cada momento aparentaba menos entereza.
¿Quién acabaría cediendo? ¿La hechicera agotada o la bestia herida de la noche?
Noah decidió optar por la opción más obvia, aun cuando ello implicara que ella cambiara su actitud hacía él por omitir su decisión. Esperaba que, cuanto menos, no se enfadara con él demasiado, ya que lo hacía por el bien de los dos.
Afortunadamente, no estaba situado en una posición que le exigiera moverse lo suficiente como para que ella reparara en lo que él pretendía hacer. Se movió con rapidez, aprovechando que ella se hallaba observando deforma distraída su pelaje, y haciendo de su hocico una suave cuña, presionó con extremo cuidado el costado de la joven a la altura de sus costillas. Aunque había puesto especial cuidado en que sus acciones fueran lo más delicadas posibles, debido a su exceso de fuerza, era consciente que tan simple gesto provocaría que ella perdiera el equilibrio, ¿y qué hace una persona en cuanto pierde la estabilidad de su apoyo? Busca dónde agarrarse. Y casualmente tenía una masa formada por un cálido pelaje bien al alcance de su mano.
De modo que ella no pudo oponer apenas resistencia, y en cuanto notó que la pobre se aferraba a su pelaje, la alzó con mucha suavidad, de modo que la damisela no tuvo más remedio que resignarse a aquél tratamiento, y para más inri, debido a cómo la levantó y la acomodó en su espaldar, ella ahora se hallaba encarada en dirección contraria a la que enfrentaba el lobo de ébano.
Fue consciente de movimiento por parte de su carabina, pero se temía una reprimenda por haber llevado a cabo tan arrogante acción. Emitió un audible gimoteo como señal de disculpa, e incluso sus orejas se aplanaron a su cráneo lobuno, antes de volver a ponerse en marcha a través del claro del bosque.
La lechuza surcó los cielos por delante de ellos, llegando hasta la linde del bosque, para posarse en la rama del primer árbol que halló en su vuelo. No faltarían muchos metros que se antepusieran a su regreso al interior del bosque, pero Noah ya estaba olfateando el aire, sus ojos como dos rendijas grisáceas y su negra cola completamente recta, paralela al suelo. Aliviado, no detectó con su aguzado olfato nada más aparte de la posición de aquél otro animal, abatido tan cruelmente por las fieras salvajes que pululaban en el paraje nocturno.
Podía sentir las volátiles pulsaciones de aquél corazón emitiendo un frágil y delicado calor, pero cuya intensidad palidecía en contraste con la suya propia. Era evidente que necesitaba de algo cálido y que le ayudara a resguardarse de aquellas bajas temperaturas. Por fortuna para ella, o para su desgracia, lo más parecido a lo que su helado cuerpo precisaba en ese instante era el suave y acogedor pelaje de la bestia. Sin embargo, ella permanecía en sus trece, negándose a ceder ante aquél ofrecimiento, pese a que a cada momento aparentaba menos entereza.
¿Quién acabaría cediendo? ¿La hechicera agotada o la bestia herida de la noche?
Noah decidió optar por la opción más obvia, aun cuando ello implicara que ella cambiara su actitud hacía él por omitir su decisión. Esperaba que, cuanto menos, no se enfadara con él demasiado, ya que lo hacía por el bien de los dos.
Afortunadamente, no estaba situado en una posición que le exigiera moverse lo suficiente como para que ella reparara en lo que él pretendía hacer. Se movió con rapidez, aprovechando que ella se hallaba observando deforma distraída su pelaje, y haciendo de su hocico una suave cuña, presionó con extremo cuidado el costado de la joven a la altura de sus costillas. Aunque había puesto especial cuidado en que sus acciones fueran lo más delicadas posibles, debido a su exceso de fuerza, era consciente que tan simple gesto provocaría que ella perdiera el equilibrio, ¿y qué hace una persona en cuanto pierde la estabilidad de su apoyo? Busca dónde agarrarse. Y casualmente tenía una masa formada por un cálido pelaje bien al alcance de su mano.
De modo que ella no pudo oponer apenas resistencia, y en cuanto notó que la pobre se aferraba a su pelaje, la alzó con mucha suavidad, de modo que la damisela no tuvo más remedio que resignarse a aquél tratamiento, y para más inri, debido a cómo la levantó y la acomodó en su espaldar, ella ahora se hallaba encarada en dirección contraria a la que enfrentaba el lobo de ébano.
Fue consciente de movimiento por parte de su carabina, pero se temía una reprimenda por haber llevado a cabo tan arrogante acción. Emitió un audible gimoteo como señal de disculpa, e incluso sus orejas se aplanaron a su cráneo lobuno, antes de volver a ponerse en marcha a través del claro del bosque.
La lechuza surcó los cielos por delante de ellos, llegando hasta la linde del bosque, para posarse en la rama del primer árbol que halló en su vuelo. No faltarían muchos metros que se antepusieran a su regreso al interior del bosque, pero Noah ya estaba olfateando el aire, sus ojos como dos rendijas grisáceas y su negra cola completamente recta, paralela al suelo. Aliviado, no detectó con su aguzado olfato nada más aparte de la posición de aquél otro animal, abatido tan cruelmente por las fieras salvajes que pululaban en el paraje nocturno.
- OFF:
- Ante todo, discúlpame por manipular levemente a Sérène. Aborrezco tales acciones, pese a haberlo hablado previamente y que acordásemos que fuera una continuación obvia del tema...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Seguía tan ensimismada preguntándose qué le había causado esa herida a Noah que apenas reparó en sus movimientos. Intentaba recuperar algún recuerdo relacionado con lo que sabía de los hombres lobo, por mínimo que fuera. Comenzando a recapitular, sabía que sólo volvían a su forma animal únicamente las noches de luna llena, como aquella; la fatalidad de la plata; en forma humana, todos sus sentidos estaban aumentados... pero nada que justificara el mal aspecto de aquella herida.
Absorta como estaba, sólo supo que algo la hizo perder el equilibrio, teniéndose que apoyar en el gran lobo, de nuevo, y en un abrir u cerrar de ojos estaba tumbada encima del lomo, mirando hacia la cola que caía con pesar.
—¡...Noah...! —El tono de su voz estaba cargado de resignación, nada más podía hacer contra esa embarazosa situación a demás de mostrarle su inconformidad al licántropo.
Ya que el otro ser no le dejaba más opción, al menos quería estar cómoda. Con un suspiro de frustración, se bajó con la única intención de volver a montar sobre la espalda de Noah, con una pierna en cada lado; teniéndose que levantar el faldón del vestido hasta sus muslos. Si la viera su madre de aquella guisa, la bajaría con un tirón de orejas y una reprimenda que haría huir con el rabo entre las patas incluso a Noah. Ese pensamiento la hizo reír; gracias a su madre tenía una educación digna aunque fuera con estrictas clases de comportamiento, etiqueta, lectura y una larga lista de materias importantemente aburridas.
Apoyó sus manos en el oscuro pelaje, lo más lejos posible de la lesión, y al instante notó cómo fluía el calor del cuerpo lobuno agradable contra la frialdad de su propia piel. Las orejas del lícano se aplanaron contra su cabeza y emitió un leve quejido antes de reanudar la marcha. Se movía con gráciles movimientos, como si no transportase una pesada carga.
La hechicera comenzaba a recuperar su propio calor aún cuando la nieve seguía cayendo sobre ellos, imparable, incansable. El suave vaivén de las zancadas lobunas era una canción de cuna, que la inducía a caer en los brazos del sueño. Un molesto picor en los párpados comenzó a importunarla y por más que se lo arrancara no conseguía deshacerse del malestar; intentaba distraerse acariciando a Noah, siempre con cuidado de no tocar lo más mínimo la herida del cuello, pero aún así el escozor no remitía.
Al poco, sintió como su cabeza pesaba más de lo habitual y la gravedad reclamaba su fuerza. Abrió los ojos alarmada, tumbada por entera sobre el cuerpo del licántropo, los brazos apoyados en las articulaciones de las patas delanteras sirviéndole de almohada. Intentó incorporarse, pero volvió a dormirse, su cuerpo no aguantó por más tiempo permanecer despierta.
Absorta como estaba, sólo supo que algo la hizo perder el equilibrio, teniéndose que apoyar en el gran lobo, de nuevo, y en un abrir u cerrar de ojos estaba tumbada encima del lomo, mirando hacia la cola que caía con pesar.
—¡...Noah...! —El tono de su voz estaba cargado de resignación, nada más podía hacer contra esa embarazosa situación a demás de mostrarle su inconformidad al licántropo.
Ya que el otro ser no le dejaba más opción, al menos quería estar cómoda. Con un suspiro de frustración, se bajó con la única intención de volver a montar sobre la espalda de Noah, con una pierna en cada lado; teniéndose que levantar el faldón del vestido hasta sus muslos. Si la viera su madre de aquella guisa, la bajaría con un tirón de orejas y una reprimenda que haría huir con el rabo entre las patas incluso a Noah. Ese pensamiento la hizo reír; gracias a su madre tenía una educación digna aunque fuera con estrictas clases de comportamiento, etiqueta, lectura y una larga lista de materias importantemente aburridas.
Apoyó sus manos en el oscuro pelaje, lo más lejos posible de la lesión, y al instante notó cómo fluía el calor del cuerpo lobuno agradable contra la frialdad de su propia piel. Las orejas del lícano se aplanaron contra su cabeza y emitió un leve quejido antes de reanudar la marcha. Se movía con gráciles movimientos, como si no transportase una pesada carga.
La hechicera comenzaba a recuperar su propio calor aún cuando la nieve seguía cayendo sobre ellos, imparable, incansable. El suave vaivén de las zancadas lobunas era una canción de cuna, que la inducía a caer en los brazos del sueño. Un molesto picor en los párpados comenzó a importunarla y por más que se lo arrancara no conseguía deshacerse del malestar; intentaba distraerse acariciando a Noah, siempre con cuidado de no tocar lo más mínimo la herida del cuello, pero aún así el escozor no remitía.
Al poco, sintió como su cabeza pesaba más de lo habitual y la gravedad reclamaba su fuerza. Abrió los ojos alarmada, tumbada por entera sobre el cuerpo del licántropo, los brazos apoyados en las articulaciones de las patas delanteras sirviéndole de almohada. Intentó incorporarse, pero volvió a dormirse, su cuerpo no aguantó por más tiempo permanecer despierta.
- Notas:
- No te preocupes ;)como bien dices ya lo hablamos previamente. Además, me ha gustado cómo te ha quedado. Perdona por la brevedad de mis post, pero como ahora Noah y Sérène están interaccionando...
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Acababan de dejar atrás la linde del bosque y la nívea lechuza, que tanto había ayudado al licántropo hasta ahora, ululó y remontó el vuelo para alejarse en la oscuridad plateada. Si bien Noah estaba atento, notaba como la bruja, una vez ya colocada cómodamente en su espalda, comenzaba a respirar de forma sosegada. Había sentido una punzada de arrepentimiento cuando aquella mención a su nombre sonó como si fuera una reprimenda un poco desganada. Su intención distaba mucho de demostrarle su superioridad pese a que su presencia imponía. Pero poco después ella había reído, despejando de su cuerpo cualquier duda que pudiera haberle creado su mala acción.
Durante su avance, seguía pensando en lo extraño que le estaba resultando su propio comportamiento aquella noche. Era bien sabido que los licántropos no tendían a ser seres sociables, quizás menos bajo sus otras apariencias. Él mismo había supuesto una amenaza para la vida de la joven, pero de algún modo que parecía escapar a su comprensión, sus más bajos instintos habían quedado relegados a un segundo plano. Una voz en lo más profundo de su ser le decía que jamás sería capaz de herir a alguien que pudiera reconocer, pero aquello no era cierto: un tiempo atrás había herido a personas que conocía bien y a otras que no tanto, de modo que tenía que ser algo más. Quizás…
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando se sorprendió a sí mismo emitiendo un leve ronroneo cuando la joven recorría con sus delicadas manos su pelaje. Si hubiera podido, habría maldecido por lo bajo, pero se limitó a contener las ganas de suspirar; estaba convencido que si tomaba o exhalaba demasiado, el cambio de volumen de sus pulmones variaría sustancialmente y hasta podría provocar que ella se desequilibrase.
Apenas habían pasado unos instantes y sintió cómo su improvisada jinete caía tumbada encima de él, como si propio pelaje la estuviera atrayendo de forma irremediable. Ya no la notaba tan fría, lo cual era una buena señal, además que le resultó gracioso cómo hacía esfuerzos por levantarse, aun siendo en vano. Le costaba pensar en todo lo que la damisela podía haber pasado. Pobrecilla…
Por el rabillo del ojo pudo atisbar una silueta parda recortada en el blanco de la nieve: había localizado a la yegua. Extremando las precauciones, fue acercándose al animal abatido, todos sus sentidos concentrados en sus alrededores. Había calma, sí, pero no demasiada; a pesar de ello, no era conveniente relajarse demasiado podía haber otros peligros acechando en los alrededores. Por fortuna, su pasajera se hallaba dormida, de modo que le tocaba a él realizar toda la ardua tarea.
«Como si fuera a dejarle que lo intentara…», pensó divertido.
El cuerpo sin vida de la noble yegua se hallaba sepultado por la nieve, lo cual evitaba que fuera una estampa fantasmagórica entre las sombras de los árboles. Observó con detenimiento al animal y vio que las alforjas se habían soltado, seguramente como causa de la caída que tuvo que sufrir el pobre ser cuando fue atacado con crueldad. Un mayor examen le reveló que la tela de las bolsas no se había manchado de la sangre del animal, pero se hallaban un poco humedecidas por el largo contacto de la nieve. Abrió sus mandíbulas y las cerró en torno a las tiras de tela que unían ambas alforjas, tirando de ellas con mucho cuidado y sin apretar demasiado para no rasgar el tejido. Apenas le supuso algún esfuerzo liberar el premio de aquella presa pasiva.
Después de coger las alforjas de un modo más cómodo con sus colmillos, dirigió una mirada a su alrededor. La noche estrechaba su cerco, pero su visión era extraordinaria. Con la ayuda de su agudo olfato, localizó una cabaña no muy lejos de allí, de la cual no emanaba ningún olor fuerte: estaba abandonada. Con el mismo cuidado que había tenido hasta entonces, se dirigió a su nueva ruta. Varios pares de puntos luminosos lo observaban aquí y allá; no obstante, no se atrevían a salirle al paso cuando ya habían sido testigos de lo que era capaz. A Noah le hubiera gustado poder intimidarles, pero tenía otras prioridades en ese momento.
Tras casi una hora tortuosa de camino, ante él apareció la cabaña de leñador que había estado buscando. Tanteó con su hocico la puerta, y ladeando la cabeza, la empujó. Ésta se abrió con el leve crujido de protesta tan propio de la madera vieja, y el lícano entró. Casi parecía un animal de carga.
Cerró la puerta tras de sí, del mismo modo en que la había abierto, resguardándolos mejor de la helada nieve que aún seguía cayendo. La cabaña quedó a oscuras, pero veía sin problemas que era muy austera y no contenía ningún tipo de fornitura ni comodidad. A un lado, no muy lejos del centro del habitáculo, dejó las alforjas que había recuperado para ella. Entonces se dirigió al centro de la cabaña, y con mucho, muchísimo cuidado, se hizo un ovillo. No podía dejarla en el frío y plano suelo sin más, de modo que adoptó una posición más o menos cómoda para él, pero que no implicase que la damisela se sintiera dolorida al despertar.
Ella, la doncella sin nombre, podría descansar cuánto quisiera; él haría guardia para asegurarse de su protección y bienestar.
Durante su avance, seguía pensando en lo extraño que le estaba resultando su propio comportamiento aquella noche. Era bien sabido que los licántropos no tendían a ser seres sociables, quizás menos bajo sus otras apariencias. Él mismo había supuesto una amenaza para la vida de la joven, pero de algún modo que parecía escapar a su comprensión, sus más bajos instintos habían quedado relegados a un segundo plano. Una voz en lo más profundo de su ser le decía que jamás sería capaz de herir a alguien que pudiera reconocer, pero aquello no era cierto: un tiempo atrás había herido a personas que conocía bien y a otras que no tanto, de modo que tenía que ser algo más. Quizás…
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando se sorprendió a sí mismo emitiendo un leve ronroneo cuando la joven recorría con sus delicadas manos su pelaje. Si hubiera podido, habría maldecido por lo bajo, pero se limitó a contener las ganas de suspirar; estaba convencido que si tomaba o exhalaba demasiado, el cambio de volumen de sus pulmones variaría sustancialmente y hasta podría provocar que ella se desequilibrase.
Apenas habían pasado unos instantes y sintió cómo su improvisada jinete caía tumbada encima de él, como si propio pelaje la estuviera atrayendo de forma irremediable. Ya no la notaba tan fría, lo cual era una buena señal, además que le resultó gracioso cómo hacía esfuerzos por levantarse, aun siendo en vano. Le costaba pensar en todo lo que la damisela podía haber pasado. Pobrecilla…
Por el rabillo del ojo pudo atisbar una silueta parda recortada en el blanco de la nieve: había localizado a la yegua. Extremando las precauciones, fue acercándose al animal abatido, todos sus sentidos concentrados en sus alrededores. Había calma, sí, pero no demasiada; a pesar de ello, no era conveniente relajarse demasiado podía haber otros peligros acechando en los alrededores. Por fortuna, su pasajera se hallaba dormida, de modo que le tocaba a él realizar toda la ardua tarea.
«Como si fuera a dejarle que lo intentara…», pensó divertido.
El cuerpo sin vida de la noble yegua se hallaba sepultado por la nieve, lo cual evitaba que fuera una estampa fantasmagórica entre las sombras de los árboles. Observó con detenimiento al animal y vio que las alforjas se habían soltado, seguramente como causa de la caída que tuvo que sufrir el pobre ser cuando fue atacado con crueldad. Un mayor examen le reveló que la tela de las bolsas no se había manchado de la sangre del animal, pero se hallaban un poco humedecidas por el largo contacto de la nieve. Abrió sus mandíbulas y las cerró en torno a las tiras de tela que unían ambas alforjas, tirando de ellas con mucho cuidado y sin apretar demasiado para no rasgar el tejido. Apenas le supuso algún esfuerzo liberar el premio de aquella presa pasiva.
Después de coger las alforjas de un modo más cómodo con sus colmillos, dirigió una mirada a su alrededor. La noche estrechaba su cerco, pero su visión era extraordinaria. Con la ayuda de su agudo olfato, localizó una cabaña no muy lejos de allí, de la cual no emanaba ningún olor fuerte: estaba abandonada. Con el mismo cuidado que había tenido hasta entonces, se dirigió a su nueva ruta. Varios pares de puntos luminosos lo observaban aquí y allá; no obstante, no se atrevían a salirle al paso cuando ya habían sido testigos de lo que era capaz. A Noah le hubiera gustado poder intimidarles, pero tenía otras prioridades en ese momento.
Tras casi una hora tortuosa de camino, ante él apareció la cabaña de leñador que había estado buscando. Tanteó con su hocico la puerta, y ladeando la cabeza, la empujó. Ésta se abrió con el leve crujido de protesta tan propio de la madera vieja, y el lícano entró. Casi parecía un animal de carga.
Cerró la puerta tras de sí, del mismo modo en que la había abierto, resguardándolos mejor de la helada nieve que aún seguía cayendo. La cabaña quedó a oscuras, pero veía sin problemas que era muy austera y no contenía ningún tipo de fornitura ni comodidad. A un lado, no muy lejos del centro del habitáculo, dejó las alforjas que había recuperado para ella. Entonces se dirigió al centro de la cabaña, y con mucho, muchísimo cuidado, se hizo un ovillo. No podía dejarla en el frío y plano suelo sin más, de modo que adoptó una posición más o menos cómoda para él, pero que no implicase que la damisela se sintiera dolorida al despertar.
Ella, la doncella sin nombre, podría descansar cuánto quisiera; él haría guardia para asegurarse de su protección y bienestar.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Las nieblas del sueño se fueron disipando poco a poco, haciendo volver a Sérène plácidamente a la realidad. Su garganta emitió un gruñido de protesta, quería volver a dormirse hasta que los rayos del sol llegaran hasta ella, cuando el mundo pareciese más seguro, menos aterrador, no fue por falta de intentarlo, aunque su cuerpo le decía que había descansado lo suficiente para no volver a conciliar el sueño en horas. Resignada, abrió perezosamente los ojos, viendo únicamente oscuridad. Seguía encima del licántropo, lo supo por la suavidad sobre la que se hallaba tumbada, además de notar cómo el ser respiraba bajo ella.
Con suma lentitud, su limitada visión humana fue adaptándose a la oscuridad. Por lo que pudo distinguir, estaban dentro de una habitación hecha por entera de madera, en un lado de la pared había una puerta, y una pequeña ventana la cual daba al exterior y por la que no entraba más luz que la de la luna. Al otro lado de la habitación había una pequeña chimenea modesta, construida en piedra, sobre la cual colgaba un viejo cazo. El resto del habitáculo estaba completamente vacío, posiblemente sólo servía para resguardarse de una tormenta improvista o más salvaje de lo habitual. Y entonces, en un rincón, vio que estaban las alforjas que creía perdidas, su alegría se manifestó en una amplia sonrisa iluminando su cara.
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —Gritó feliz al tiempo que abrazaba el lomo de Noah. Luego se deslizó a un lado, con cuidado de no hacer daño al otro ser, y gateó hasta sus pertenencias.
Abrió con cuidado uno de los bolsillos, donde guardaba las plantas secas, las que había encontrado por el camino y un pequeño mortero de madera y un pilón a juego, suspiró cuando comprobó que todo seguía en perfecto estado. Al menos sus utensilios médicos, las plantas recién cogidas estaban en mal estado, seguramente por haber permanecido tanto tiempo en la intemperie y haberse mojado con la nieve. Por suerte las plantas podían reemplazarse con facilidad. Dejó lo rescatado con cuidado a un lado, y comprobó el otro bolsillo. Allí guardó un vestido granate y otra capa de viaje algo más grande que la que llevaba, ambas prendas las había guardado pulcramente dobladas, aunque por el aspecto que tenían cualquiera lo hubiese dudado. Se levantó y con cuidado desdobló el vestido, un ruido seco confirmó lo que estaba deseando comprobar. Nuevamente se sentó en la madera que hacía de suelo, junto al pequeño saco que había ocultado entre su vestimenta, dobló con cuidado el vestido y lo apartó. En el saquito, todavía estaban las pocas monedas que había conseguido ahorrar por el camino de vuelta a París, otras pocas permanecían firmemente guardadas en otro de los tantos bolsillos que había cosido en la capa y el resto se hallaba en su vieja bolsa de viaje.
¿Dónde estaba la bolsa? Comenzó a buscarla con su mirada gris por toda la habitación, pero allí no había nada más que el vacío. Miró a Noah con interrogación, pero estaba segura que de haberla visto, él la habría cogido. Puede que siguiera junto a su yegua… o tal vez la tuvieran los lobos... se la habrían llevado atraídos por el olor a carne seca, queso y pan duro. Suspiró con tristeza, allí guardaba también otro vestido.
Bajó la mirada hacia el cuello del licántropo. La herida seguía allí. En ese instante la herborista salió a la luz. Completamente concentrada en su cometido, observó que no tenía todos los ingredientes necesarios, pero podría hacer un apaño para aliviar el dolor y acelerar la regeneración propia de aquella especie. En el mortero, comenzó a introducir pequeñas cantidades de aquella bolsita o de aquella otra, abriendo y cerrando los distintos envases según veía oportuno. Cuando por fin estuvo satisfecha de la receta, comenzó a machacar sin descanso las plantas secas, hasta que consiguió una pasta que se vería de un verde claro, casi blanco, si hubiera la luz suficiente para distinguir los colores. Dejó su herramienta de trabajo en el suelo el tiempo justo para salir un momento al exterior, coger un poco de nieve y volver a dentro prosiguiendo con su labor. La nieve la necesitaba para que la pasta fuera más espesa y fácil de untar.
—Esto es un remedio medicinal para heridas feas como esa que tienes en el cuello. —Le explicó al excéntrico personaje que en esos momento tenía ante sí—. ¿Ves? Quizá te escueza un poco al principio, pero créeme, acabará aliviándote. —Inclinó un poco el mortero para que el lícano pudiera ver su contenido, al tiempo que se aproximaba a él poco a poco.
Con suma lentitud, su limitada visión humana fue adaptándose a la oscuridad. Por lo que pudo distinguir, estaban dentro de una habitación hecha por entera de madera, en un lado de la pared había una puerta, y una pequeña ventana la cual daba al exterior y por la que no entraba más luz que la de la luna. Al otro lado de la habitación había una pequeña chimenea modesta, construida en piedra, sobre la cual colgaba un viejo cazo. El resto del habitáculo estaba completamente vacío, posiblemente sólo servía para resguardarse de una tormenta improvista o más salvaje de lo habitual. Y entonces, en un rincón, vio que estaban las alforjas que creía perdidas, su alegría se manifestó en una amplia sonrisa iluminando su cara.
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —Gritó feliz al tiempo que abrazaba el lomo de Noah. Luego se deslizó a un lado, con cuidado de no hacer daño al otro ser, y gateó hasta sus pertenencias.
Abrió con cuidado uno de los bolsillos, donde guardaba las plantas secas, las que había encontrado por el camino y un pequeño mortero de madera y un pilón a juego, suspiró cuando comprobó que todo seguía en perfecto estado. Al menos sus utensilios médicos, las plantas recién cogidas estaban en mal estado, seguramente por haber permanecido tanto tiempo en la intemperie y haberse mojado con la nieve. Por suerte las plantas podían reemplazarse con facilidad. Dejó lo rescatado con cuidado a un lado, y comprobó el otro bolsillo. Allí guardó un vestido granate y otra capa de viaje algo más grande que la que llevaba, ambas prendas las había guardado pulcramente dobladas, aunque por el aspecto que tenían cualquiera lo hubiese dudado. Se levantó y con cuidado desdobló el vestido, un ruido seco confirmó lo que estaba deseando comprobar. Nuevamente se sentó en la madera que hacía de suelo, junto al pequeño saco que había ocultado entre su vestimenta, dobló con cuidado el vestido y lo apartó. En el saquito, todavía estaban las pocas monedas que había conseguido ahorrar por el camino de vuelta a París, otras pocas permanecían firmemente guardadas en otro de los tantos bolsillos que había cosido en la capa y el resto se hallaba en su vieja bolsa de viaje.
¿Dónde estaba la bolsa? Comenzó a buscarla con su mirada gris por toda la habitación, pero allí no había nada más que el vacío. Miró a Noah con interrogación, pero estaba segura que de haberla visto, él la habría cogido. Puede que siguiera junto a su yegua… o tal vez la tuvieran los lobos... se la habrían llevado atraídos por el olor a carne seca, queso y pan duro. Suspiró con tristeza, allí guardaba también otro vestido.
Bajó la mirada hacia el cuello del licántropo. La herida seguía allí. En ese instante la herborista salió a la luz. Completamente concentrada en su cometido, observó que no tenía todos los ingredientes necesarios, pero podría hacer un apaño para aliviar el dolor y acelerar la regeneración propia de aquella especie. En el mortero, comenzó a introducir pequeñas cantidades de aquella bolsita o de aquella otra, abriendo y cerrando los distintos envases según veía oportuno. Cuando por fin estuvo satisfecha de la receta, comenzó a machacar sin descanso las plantas secas, hasta que consiguió una pasta que se vería de un verde claro, casi blanco, si hubiera la luz suficiente para distinguir los colores. Dejó su herramienta de trabajo en el suelo el tiempo justo para salir un momento al exterior, coger un poco de nieve y volver a dentro prosiguiendo con su labor. La nieve la necesitaba para que la pasta fuera más espesa y fácil de untar.
—Esto es un remedio medicinal para heridas feas como esa que tienes en el cuello. —Le explicó al excéntrico personaje que en esos momento tenía ante sí—. ¿Ves? Quizá te escueza un poco al principio, pero créeme, acabará aliviándote. —Inclinó un poco el mortero para que el lícano pudiera ver su contenido, al tiempo que se aproximaba a él poco a poco.
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Re: Amistades peligrosas
Apenas habían pasado unos minutos cuando notó sobre su pelaje la variación de la respiración de quién se hallaba encima de él. Le parecía muy gracioso notar, más que ver, todos aquellos gestos tan propios de los humanos. Ser testigo directo de tales reflejos inconscientes le traía algunos recuerdos a su mente, aunque no fueran más que pequeños retazos de imágenes y sensaciones. ¡Con qué facilidad llegaba a olvidar lo que suponía ser más humano! Sí, cierto, había que admitir que ella era una hechicera, y por tanto también se le podía tildar de ser algo más que una simple humana. Pero ella al menos no sufría de esos desagradables cambios ni de trastornos puntuales de personalidad.
Pasó un largo tiempo hasta que sintió como la damisela se movía levemente, ya que notaba el movimiento de algunos músculos, de modo que supuso que se estaba adaptando a la penumbra que reinaba en aquél habitáculo. Y entonces, rompiendo la suave quietud del lugar, los grititos de la joven penetraron en sus sensibles oídos, pegando sus orejas lo más que podía a su cráneo y emitiendo involuntariamente un audible quejido, aunque el gimoteo quedó eclipsado por la radiante –¡y estruendosa!– muestra de felicidad. Que le hubiera abrazado no hizo sino que los chillidos le resultaban aún más dolorosos de soportar, aunque el tacto le resultó más que agradable.
Por la madre Luna... ¿qué le sucedía a aquella joven? De llegar a saber que por hacer tal cosa ella le iba a someter a semejante suplicio…
Receloso y sin incorporarse, observó con sus ojos entrecerrados las acciones de la joven, que tras separarse de él se dispuso a revisar sus pertenencias en aquellas bolsas. Ya desde su posición podía captar el aroma húmedo que había dejado la larga exposición a la nieve, sobre todo aquellos hierbajos, los cuales se habían llevado la peor parte. Observó con disimulo las prendas de ropa, algo descuidadas, lo que hizo que Noah reposara su cabeza entre sus patas, arqueando apesadumbrado las cejas. Se sentía culpable por el desorden del contenido de las alforjas, y que sólo tuviera el cuerpo de un lobo y un exceso de fuerza no era una excusa para no haber tratado con mayor gentileza sus cosas.
Entonces notó la alarma en la actitud de ella, y era evidente por cómo movía su linda cabeza y cómo sus ojos rastreaban incesantes la habitación. Quizás había algo que echaba en falta… Intentó hacer memoria de las dos veces en que tuvo ocasión de ver a su antigua montura, pero admitió que tampoco pudo vislumbrar por completo aquello que el animal cargaba; la primera vez por ver cómo caía el cuerpo, rodeado de lobos, y la segunda, buena parte del cuerpo estaba devorado por la nieve y las alimañas. Emitió otro quejido, tapándose con una de sus patas los ojos cuando ella se giró hacia él, interrogándolo con la mirada.
¿Es que acaso no podía hacer una sola cosa bien?
Escuchó unos ruidos y retiró su improvisada y tupida venda para ver qué es lo que haría a continuación. Al parecer estaba mezclando varios ingredientes en un triturador, como quién mezcla varias especias para realzar el sabor de los platos. Al cabo de mucho rato detuvo su tarea, y se levantó para salir, y Noah en apenas un segundo ya se había incorporado y se hallaba alerta. ¡Habrase visto! ¡Después de todos los esfuerzos que ha hecho para protegerla –pese a que él mismo la puso en peligro– y ahora va y se arriesga sin pensarlo! Pero no le dio tiempo a gruñirle siquiera, ella ya había salido por la puerta y el fresco de la noche entró en la cabaña, revolviéndole el pelaje.
Tan pronto como salió, ella regresó a la cabaña. Aunque él se había asegurado que estuvieran resguardados en una zona libre de peligros, eso no quitaba que se hubiera expuesto al peligro sin pensarlo dos veces. No había nada en el mundo que pudiera justificar una acción tan impetuosa. Apenas había avanzado un par de pasos hacia la puerta y ella ya había regresado, con ¿nieve? entre sus manos. Ahora sí que estaba desorientado por completo. ¿Qué planeaba hacer exactamente? Entonces escuchó lo que le dijo y su mirada se ensombreció un poco. Era obvio donde iba a acabar aquello que le estaba haciendo para él, fuera lo que fuera. Y que supiera que no tenía nada que temer no significaba que tuviera que dejarse hacer.
Observó lo que le mostraba, acercando su hocico y olisqueando aquella cosa pálida. Sólo el olor casi le produce náuseas, de modo que reculó unos pasos hacia atrás con las orejas agachadas y lloriqueándole un poco. Aquella herida no era culpa suya, pero no opondría resistencia a que le quisiera ayudar de ese modo, aunque no le hiciera precisamente mucha gracia…
Pasó un largo tiempo hasta que sintió como la damisela se movía levemente, ya que notaba el movimiento de algunos músculos, de modo que supuso que se estaba adaptando a la penumbra que reinaba en aquél habitáculo. Y entonces, rompiendo la suave quietud del lugar, los grititos de la joven penetraron en sus sensibles oídos, pegando sus orejas lo más que podía a su cráneo y emitiendo involuntariamente un audible quejido, aunque el gimoteo quedó eclipsado por la radiante –¡y estruendosa!– muestra de felicidad. Que le hubiera abrazado no hizo sino que los chillidos le resultaban aún más dolorosos de soportar, aunque el tacto le resultó más que agradable.
Por la madre Luna... ¿qué le sucedía a aquella joven? De llegar a saber que por hacer tal cosa ella le iba a someter a semejante suplicio…
Receloso y sin incorporarse, observó con sus ojos entrecerrados las acciones de la joven, que tras separarse de él se dispuso a revisar sus pertenencias en aquellas bolsas. Ya desde su posición podía captar el aroma húmedo que había dejado la larga exposición a la nieve, sobre todo aquellos hierbajos, los cuales se habían llevado la peor parte. Observó con disimulo las prendas de ropa, algo descuidadas, lo que hizo que Noah reposara su cabeza entre sus patas, arqueando apesadumbrado las cejas. Se sentía culpable por el desorden del contenido de las alforjas, y que sólo tuviera el cuerpo de un lobo y un exceso de fuerza no era una excusa para no haber tratado con mayor gentileza sus cosas.
Entonces notó la alarma en la actitud de ella, y era evidente por cómo movía su linda cabeza y cómo sus ojos rastreaban incesantes la habitación. Quizás había algo que echaba en falta… Intentó hacer memoria de las dos veces en que tuvo ocasión de ver a su antigua montura, pero admitió que tampoco pudo vislumbrar por completo aquello que el animal cargaba; la primera vez por ver cómo caía el cuerpo, rodeado de lobos, y la segunda, buena parte del cuerpo estaba devorado por la nieve y las alimañas. Emitió otro quejido, tapándose con una de sus patas los ojos cuando ella se giró hacia él, interrogándolo con la mirada.
¿Es que acaso no podía hacer una sola cosa bien?
Escuchó unos ruidos y retiró su improvisada y tupida venda para ver qué es lo que haría a continuación. Al parecer estaba mezclando varios ingredientes en un triturador, como quién mezcla varias especias para realzar el sabor de los platos. Al cabo de mucho rato detuvo su tarea, y se levantó para salir, y Noah en apenas un segundo ya se había incorporado y se hallaba alerta. ¡Habrase visto! ¡Después de todos los esfuerzos que ha hecho para protegerla –pese a que él mismo la puso en peligro– y ahora va y se arriesga sin pensarlo! Pero no le dio tiempo a gruñirle siquiera, ella ya había salido por la puerta y el fresco de la noche entró en la cabaña, revolviéndole el pelaje.
Tan pronto como salió, ella regresó a la cabaña. Aunque él se había asegurado que estuvieran resguardados en una zona libre de peligros, eso no quitaba que se hubiera expuesto al peligro sin pensarlo dos veces. No había nada en el mundo que pudiera justificar una acción tan impetuosa. Apenas había avanzado un par de pasos hacia la puerta y ella ya había regresado, con ¿nieve? entre sus manos. Ahora sí que estaba desorientado por completo. ¿Qué planeaba hacer exactamente? Entonces escuchó lo que le dijo y su mirada se ensombreció un poco. Era obvio donde iba a acabar aquello que le estaba haciendo para él, fuera lo que fuera. Y que supiera que no tenía nada que temer no significaba que tuviera que dejarse hacer.
Observó lo que le mostraba, acercando su hocico y olisqueando aquella cosa pálida. Sólo el olor casi le produce náuseas, de modo que reculó unos pasos hacia atrás con las orejas agachadas y lloriqueándole un poco. Aquella herida no era culpa suya, pero no opondría resistencia a que le quisiera ayudar de ese modo, aunque no le hiciera precisamente mucha gracia…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
La hechicera estudiaba con atención los gestos de Noah mientras terminaba de recorrer la mínima distancia que les separaba; ya que no poseía la habilidad para escuchar sus pensamientos, o entender sus gruñidos sin que hubiese posibles malentendidos, al menos podría interpretar los gestos cada vez más humanizados del ser. Tuvo que contener un ataque de risa cuando el feroz hombre lobo retrocedió hasta casi quedar pegado contra la pared, con las orejas gachas y ofreciéndole un sollozo lastimero, cual niño pequeño que no quería tomar su jarabe para la tos.
Comprendía que el olor del ungüento medicinal era fuerte, incluso podía imaginarse que el olor era más intenso para un sentido tan desarrollado como el de esa especie lobuna, pero se decía que las medicinas más amargas son las que mejor resultado daban. Miró al lícano con una mezcla de severidad y empatía en su mirada gris.
— Vamos monsieur Dómine, no me diga que le asusta un poco de pasta maloliente... —Le preguntó con sorna, agitando suavemente el mortero.
Con suaves movimientos, se acuclilló a su lado, sin apartar la mirada de aquellos intensos y fríos ojos, esperó unos instantes, asegurándose que el ser no se revolvería a la mínima de cambio cuando notara el escozor del preparado sobre su piel y pelaje. Sí quería apartarse, evitar que Sérène le aplicara la mezcla que había preparado para él, aquel era el momento.
Mirándole, apreció lo poco que sabían el uno del otro. Desde el primer instante habían congeniado, era cierto, incluso habían coqueteado un poco, pero no habían tenido tiempo para hablar. Enseguida había empezado la obra de teatro, gozando de la compañía del otro en silencio, disfrutando de la impecable actuación de sus compañeros de reparto para luego volver a vestir sus sencillas ropas y regresar a la austeridad de su habitación. ¿Qué había sentido él cuando lo había reconocido aún transformado?
Eso le recordó lo cercano que estaba amanecer; si Noah volvía a su forma humana tal y como estaban ahora... Sus mejillas adquirieron una tonalidad rosada ante el desvarío de sus pensamientos, apartándolos a un lado se centró de nuevo en ser útil y no perder el tiempo.
Dejó el mortero en el suelo, se levantó y volvió a salir al exterior, moviéndose con cuidado de no hacer movimientos bruscos que pudieran nervioso al licántropo. Sólo estuvo fuera el tiempo necesario para coger más nieve, lavarse bien las manos con ellas y volver junto al hombre lobo. Recogió su herramienta de trabajo y metió los dedos dentro, pringándose con la masa que había mezclado. Cogió tanta como pudo, ahuecando la mano; luego dejo en el suelo el mortero, lejos de ellos para volverse hacia Noah de nuevo. Con suma lentitud, haciendo un acto de fe hacia Noah, acercó la mano a la herida.
—Tranquilo... Sabes que no quiero hacerte daño y estoy segura que tu tampoco a mi... —Su voz era suave, tranquilizadora, como la brisa del mar.
La hechicera era consciente que sus manos estaban heladas, pero tenía que lavárselas, tenerlas limpias para no infectar más la herida. Primero aplicó un poco de ungüento alrededor de la herida, donde tenía el pelaje apelmazado, el resto lo aplicó con suaves toques sobre la lesión hasta que la mezcla la tapó por completo. Se apoyaba con la mano libre, cerca de las patas delanteras de Noah, evitando descansar el peso de su cuerpo sobre él, casi no respiraba por temor a hacerle daño.
Una vez cubierta toda la herida se apartó del licántropo, frotándose las manos al tiempo que se dirigía al otro lado de la habitación, donde aún descansaban sus pertenencias. Cogió la capa de repuesto y volvió junto a Noah. Se sentó junto al rostro lobuno, con la espalda apoyada contra la pared, después de echarle la prenda sobre el lobo. Le dirigió una mirada cargada de complicidad y comprensión.
Comprendía que el olor del ungüento medicinal era fuerte, incluso podía imaginarse que el olor era más intenso para un sentido tan desarrollado como el de esa especie lobuna, pero se decía que las medicinas más amargas son las que mejor resultado daban. Miró al lícano con una mezcla de severidad y empatía en su mirada gris.
— Vamos monsieur Dómine, no me diga que le asusta un poco de pasta maloliente... —Le preguntó con sorna, agitando suavemente el mortero.
Con suaves movimientos, se acuclilló a su lado, sin apartar la mirada de aquellos intensos y fríos ojos, esperó unos instantes, asegurándose que el ser no se revolvería a la mínima de cambio cuando notara el escozor del preparado sobre su piel y pelaje. Sí quería apartarse, evitar que Sérène le aplicara la mezcla que había preparado para él, aquel era el momento.
Mirándole, apreció lo poco que sabían el uno del otro. Desde el primer instante habían congeniado, era cierto, incluso habían coqueteado un poco, pero no habían tenido tiempo para hablar. Enseguida había empezado la obra de teatro, gozando de la compañía del otro en silencio, disfrutando de la impecable actuación de sus compañeros de reparto para luego volver a vestir sus sencillas ropas y regresar a la austeridad de su habitación. ¿Qué había sentido él cuando lo había reconocido aún transformado?
Eso le recordó lo cercano que estaba amanecer; si Noah volvía a su forma humana tal y como estaban ahora... Sus mejillas adquirieron una tonalidad rosada ante el desvarío de sus pensamientos, apartándolos a un lado se centró de nuevo en ser útil y no perder el tiempo.
Dejó el mortero en el suelo, se levantó y volvió a salir al exterior, moviéndose con cuidado de no hacer movimientos bruscos que pudieran nervioso al licántropo. Sólo estuvo fuera el tiempo necesario para coger más nieve, lavarse bien las manos con ellas y volver junto al hombre lobo. Recogió su herramienta de trabajo y metió los dedos dentro, pringándose con la masa que había mezclado. Cogió tanta como pudo, ahuecando la mano; luego dejo en el suelo el mortero, lejos de ellos para volverse hacia Noah de nuevo. Con suma lentitud, haciendo un acto de fe hacia Noah, acercó la mano a la herida.
—Tranquilo... Sabes que no quiero hacerte daño y estoy segura que tu tampoco a mi... —Su voz era suave, tranquilizadora, como la brisa del mar.
La hechicera era consciente que sus manos estaban heladas, pero tenía que lavárselas, tenerlas limpias para no infectar más la herida. Primero aplicó un poco de ungüento alrededor de la herida, donde tenía el pelaje apelmazado, el resto lo aplicó con suaves toques sobre la lesión hasta que la mezcla la tapó por completo. Se apoyaba con la mano libre, cerca de las patas delanteras de Noah, evitando descansar el peso de su cuerpo sobre él, casi no respiraba por temor a hacerle daño.
Una vez cubierta toda la herida se apartó del licántropo, frotándose las manos al tiempo que se dirigía al otro lado de la habitación, donde aún descansaban sus pertenencias. Cogió la capa de repuesto y volvió junto a Noah. Se sentó junto al rostro lobuno, con la espalda apoyada contra la pared, después de echarle la prenda sobre el lobo. Le dirigió una mirada cargada de complicidad y comprensión.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Amistades peligrosas
No estaba seguro de la estampa que estaba ofreciéndole a la hechicera, pero estaba claro que ella se mostraba empática y asertiva; no obstante, eso no bastó para ella, por lo cual encima se le dirigió con mordacidad, haciendo burla de su comportamiento hacia aquél remedio casero. Se sintió tentado de rebelarse, lo cual no le supondría demasiados esfuerzos, pero sabía que eso haría que ella se lo tomaría a mal. A fin de cuentas, todos aquellos esfuerzos los estaba haciendo por él, y no era su intención defraudarla.
Sus ojos grises se encontraron con los de igual tonalidad que la de aquella humana, comunicándose con ella en silencio. ¿Qué pensaría ella de su mirada? ¿Seguiría tratándole con la misma condescendencia que él recordaba en su fugaz y frágil memoria? En aquella ocasión ella desconocía su verdadera naturaleza, y algo en su interior le decía que aquél trato deferente tal vez se podía deber al aspecto que ahora lucía. Y sus ojos… seguro que ella se acordaba de aquella mirada esmeralda, pero ahora sus orbes eran fríos e impersonales como una niebla densa...
Seguía observándola cuando reparó que un leve rubor aparecía en las mejillas de la joven. ¿En qué derroteros estarían vagando esos preciados pensamientos para que aquél dulce sonrojo iluminara aquella piel de color canela?
Entonces, una vez más, ella se levantó y salió de la cabaña. Noah soltó un leve ladrido de frustración. ¿Qué le sucedía a aquella chica? ¿Es que no se cansaba de exponerse locamente a cualquier peligro que pudiera acecharlas? ¿Acaso se olvidaba que se hallaban en medio de un bosque? Si fuera una licántropa, seguro que se metería en líos continuamente…
Cuando ella regresó, suspiró visiblemente, molesto ante su falta de consideración, pero por lo visto ella había decidido ignorar tales cosas. Entrecerró los ojos: se sentía furibundo, más por el hecho de que fuera tan impulsiva que por lo que le iba a aplicar, fuera lo que fuera. Le habría ladrado sonoramente, pero reprimió las ganas cuando cayó en la cuenta que ella era bien capaz de hallar la forma de ignorarlo y seguir en su cometido, o que le soltaría cualquier réplica sarcástica.
Empezó a sentir un ligero pero irritante escozor alrededor de su lesión, aunque no era nada que no pudiera resistir. Después de unos instantes, el potingue fue aplicado directamente en el mordisco del vampiro, y fue entonces cuando sintió un picor horrible seguido de un dolor como sólo sentía cuando sufría la transformación. Hizo cuando pudo por resistirlo sin que sus músculos lo reflejaran, pero sus ojos centelleaban y sus dientes rechinaron con fuerza, conteniendo aquella molesta sensación. De no ser porque buena parte de la herida ya había remitido, posiblemente se habría desmayado del dolor.
La sensación persistió incluso después de que la joven hubiera dejado de aplicarle aquél emplaste de hierbas, y fue remitiendo poco a poco hasta quedar en un leve hormigueo que comenzaba a extenderse por todo su cuerpo. Sin perder de vista a su acompañante, en cuanto ella volvió sus ojos hacia los del lobo, éste la miró con expresión agradecida. Con aquél remedio y su regeneración, su estado iba mejorando significativamente. Entonces una capa fue echada encima de él, y dirigió una mirada de interrogación hacia la joven: no le hacían falta ese tipo de cuidados, pero no le iba a decir lo contrario.
Entonces, su mirada se ensombreció y se alejó de ella un par de pasos, con las orejas agachadas y emitiendo un gruñido que no tenía nada de amistoso. El hormigueo comenzaba a ganar intensidad hasta tal punto que comenzó a dolerle de verdad. Sacudió la cabeza antes de dar un par más de pasos y tocar con la cola en la superficie de madera, mientras que la capa se sostenía en su lomo de una forma precaria Un temblor involuntario sacudió por completo su cuerpo y el gruñido que salía de lo más profundo de su garganta murió entre gorgoteos agónicos mientras su cuerpo volvía a moverse con espasmos.
Entre convulsiones, su pelaje comenzó a desaparecer, como si volviera a introducirse en su piel lentamente. Sus músculos parecieron deformarse y perder algo de forma, estirándose o agrandándose según su localización, y su hocico se acható entre muecas horribles. Era un proceso lento y no muy agradable de atestiguar fuera cual fuese el estado anterior a la transformación
Pasaron minutos hasta que todo aquello desapareció en el silencio de la noche, que ya moría mientras la Luna comenzaba a desaparecer en el firmamento. En el lugar donde momentos antes había estado el lobo, ahora una silueta yacía bajo la capa de viaje, al parecer colocada a cuatro patas. En lugar de gruñidos o ruidos de huesos crujiendo y músculos en tensión, se escuchó una respiración entrecortada. De entre la tela, asomó un rostro pálido, en contraste con aquél lobo de ébano, con cabellos negros como el azabache y una perilla del mismo color que adornaba su barbilla. Parecía que aún quedaba algo de gracilidad animal en aquellas facciones regias, y su mirada seguía siendo grisácea, pero parecía que ésta refulgía caprichosamente.
A medida que los primeros rayos tímidos del alba fueron colándose por debajo de la puerta del refugio forestal, su mirada pareció ganar brillo y color, hasta que sus ojos fueron como dos relucientes esmeraldas. Aquella noche ya había pasado, y la sedienta bestia se retiró de nuevo, ocultándose en el interior de sus venas dónde guardaría descanso, hasta que la madre oscura volviera a reclamarla ante su presencia.
Todavía no se había serenado su respiración cuando intentó ponerse en pie. Aquellos músculos levemente torneados estaban recubiertos de sudor por sufrir aquella tortura tan infernal. Al notar que le fallaban las piernas, optó por acomodarse en una posición más digna y se quedó de rodillas. La capa cayó hasta ocultar sus vergüenzas, aunque como buen licántropo estaba acostumbrado ya a encontrarse en situaciones embarazosas en cuanto el sombrío astro cedía su presencia en ellos. Al quedar la parte superior de su cintura al descubierto, se podría apreciar la cicatriz de su omóplato izquierdo si alguien lo observaba de espaldas.
Centrando su mirada en la joven, hacia quién se había estado encarando todo el rato, intentó sonreírle y mostrarle en palabras su agradecimiento, pero le sobrevino un ataque de tos que intentó ocultar tras su mano derecha: sus cuerdas vocales todavía no se habían recuperado de la transformación. Nada que unos segundos más no pudieran arreglar…
Sus ojos grises se encontraron con los de igual tonalidad que la de aquella humana, comunicándose con ella en silencio. ¿Qué pensaría ella de su mirada? ¿Seguiría tratándole con la misma condescendencia que él recordaba en su fugaz y frágil memoria? En aquella ocasión ella desconocía su verdadera naturaleza, y algo en su interior le decía que aquél trato deferente tal vez se podía deber al aspecto que ahora lucía. Y sus ojos… seguro que ella se acordaba de aquella mirada esmeralda, pero ahora sus orbes eran fríos e impersonales como una niebla densa...
Seguía observándola cuando reparó que un leve rubor aparecía en las mejillas de la joven. ¿En qué derroteros estarían vagando esos preciados pensamientos para que aquél dulce sonrojo iluminara aquella piel de color canela?
Entonces, una vez más, ella se levantó y salió de la cabaña. Noah soltó un leve ladrido de frustración. ¿Qué le sucedía a aquella chica? ¿Es que no se cansaba de exponerse locamente a cualquier peligro que pudiera acecharlas? ¿Acaso se olvidaba que se hallaban en medio de un bosque? Si fuera una licántropa, seguro que se metería en líos continuamente…
Cuando ella regresó, suspiró visiblemente, molesto ante su falta de consideración, pero por lo visto ella había decidido ignorar tales cosas. Entrecerró los ojos: se sentía furibundo, más por el hecho de que fuera tan impulsiva que por lo que le iba a aplicar, fuera lo que fuera. Le habría ladrado sonoramente, pero reprimió las ganas cuando cayó en la cuenta que ella era bien capaz de hallar la forma de ignorarlo y seguir en su cometido, o que le soltaría cualquier réplica sarcástica.
Empezó a sentir un ligero pero irritante escozor alrededor de su lesión, aunque no era nada que no pudiera resistir. Después de unos instantes, el potingue fue aplicado directamente en el mordisco del vampiro, y fue entonces cuando sintió un picor horrible seguido de un dolor como sólo sentía cuando sufría la transformación. Hizo cuando pudo por resistirlo sin que sus músculos lo reflejaran, pero sus ojos centelleaban y sus dientes rechinaron con fuerza, conteniendo aquella molesta sensación. De no ser porque buena parte de la herida ya había remitido, posiblemente se habría desmayado del dolor.
La sensación persistió incluso después de que la joven hubiera dejado de aplicarle aquél emplaste de hierbas, y fue remitiendo poco a poco hasta quedar en un leve hormigueo que comenzaba a extenderse por todo su cuerpo. Sin perder de vista a su acompañante, en cuanto ella volvió sus ojos hacia los del lobo, éste la miró con expresión agradecida. Con aquél remedio y su regeneración, su estado iba mejorando significativamente. Entonces una capa fue echada encima de él, y dirigió una mirada de interrogación hacia la joven: no le hacían falta ese tipo de cuidados, pero no le iba a decir lo contrario.
Entonces, su mirada se ensombreció y se alejó de ella un par de pasos, con las orejas agachadas y emitiendo un gruñido que no tenía nada de amistoso. El hormigueo comenzaba a ganar intensidad hasta tal punto que comenzó a dolerle de verdad. Sacudió la cabeza antes de dar un par más de pasos y tocar con la cola en la superficie de madera, mientras que la capa se sostenía en su lomo de una forma precaria Un temblor involuntario sacudió por completo su cuerpo y el gruñido que salía de lo más profundo de su garganta murió entre gorgoteos agónicos mientras su cuerpo volvía a moverse con espasmos.
Entre convulsiones, su pelaje comenzó a desaparecer, como si volviera a introducirse en su piel lentamente. Sus músculos parecieron deformarse y perder algo de forma, estirándose o agrandándose según su localización, y su hocico se acható entre muecas horribles. Era un proceso lento y no muy agradable de atestiguar fuera cual fuese el estado anterior a la transformación
Pasaron minutos hasta que todo aquello desapareció en el silencio de la noche, que ya moría mientras la Luna comenzaba a desaparecer en el firmamento. En el lugar donde momentos antes había estado el lobo, ahora una silueta yacía bajo la capa de viaje, al parecer colocada a cuatro patas. En lugar de gruñidos o ruidos de huesos crujiendo y músculos en tensión, se escuchó una respiración entrecortada. De entre la tela, asomó un rostro pálido, en contraste con aquél lobo de ébano, con cabellos negros como el azabache y una perilla del mismo color que adornaba su barbilla. Parecía que aún quedaba algo de gracilidad animal en aquellas facciones regias, y su mirada seguía siendo grisácea, pero parecía que ésta refulgía caprichosamente.
A medida que los primeros rayos tímidos del alba fueron colándose por debajo de la puerta del refugio forestal, su mirada pareció ganar brillo y color, hasta que sus ojos fueron como dos relucientes esmeraldas. Aquella noche ya había pasado, y la sedienta bestia se retiró de nuevo, ocultándose en el interior de sus venas dónde guardaría descanso, hasta que la madre oscura volviera a reclamarla ante su presencia.
Todavía no se había serenado su respiración cuando intentó ponerse en pie. Aquellos músculos levemente torneados estaban recubiertos de sudor por sufrir aquella tortura tan infernal. Al notar que le fallaban las piernas, optó por acomodarse en una posición más digna y se quedó de rodillas. La capa cayó hasta ocultar sus vergüenzas, aunque como buen licántropo estaba acostumbrado ya a encontrarse en situaciones embarazosas en cuanto el sombrío astro cedía su presencia en ellos. Al quedar la parte superior de su cintura al descubierto, se podría apreciar la cicatriz de su omóplato izquierdo si alguien lo observaba de espaldas.
Centrando su mirada en la joven, hacia quién se había estado encarando todo el rato, intentó sonreírle y mostrarle en palabras su agradecimiento, pero le sobrevino un ataque de tos que intentó ocultar tras su mano derecha: sus cuerdas vocales todavía no se habían recuperado de la transformación. Nada que unos segundos más no pudieran arreglar…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Sus esfuerzos se vieron recompensados al poder contemplar la expresión agradecida en los rasgos lobunos de Noah, intentó sonreírle en compensación aunque la sonrisa no llegó a iluminar sus ojos. Se había percatado del intenso dolor que el lícano había sufrido al aplicarle el ungüento, pero intentaba que éste no se diera cuenta, no quería romper más su ego. Le extraño divisar un interrogante en la mirada lobuna; para la humana era obvio que faltaba poco para el amanecer, la intensidad de la noche iba disipándose por momentos, y puede que para el ser de la noche fuera normal permanecer totalmente desnudo ante mujeres conocidas, pero la hechicera quería conservar la decencia hasta el final.
Sérène agradeció aquellos instantes de tranquilidad y silencio; aunque había descansado, todavía se sentía el vibrar del miedo al encontrarse entre una jauría de lobos y la imponente figura del licántropo. Era curioso como el antojadizo destino unía los caminos de dos seres completamente distintos, cruzándolos de una forma tan accidentada y caprichosa.
Por desgracia, el descanso fue demasiado breve, cogiendo desprevenida a la mujer el radical cambio en el estado anímico de Noah.
Observó atónita cómo el ser la miraba ensombrecido, alejándose de ella con las orejas aplastadas contra el cráneo, gruñéndole amenazadoramente, como sí todo rastro de reconocimiento se hubiera esfumado, prometiendo un futuro inmediato de dolor y sufrimiento. Entonces el licántropo agitó la cabeza, retrocediendo hasta que la sólida pared de madera le impidió continuar. Segundos después sufrió unas terribles convulsiones, convirtiendo el siniestro gruñido en un inexplicable sonido producido desde lo más hondo de su ser. Fascinada, vio como el impecable pelaje de ébano iba reduciéndose hasta dejar a la vista una piel pálida, como cada centímetro del cuerpo animal se contorsionaba, adaptándose bruscamente a la forma humana, hasta que todo él quedó oculto bajo la capa de viaje que Sérène le había puesto.
La calma de la noche era traspasada por una fuerte respiración entrecortada. Sólo entonces, Sérène reparó que también ella respiraba con dificultad; ver semejante espectáculo no podía dejar indiferente a nadie. Permanecía sentada, con la espalda apoyada en la pared, ya que no había sido capaz de reaccionar ante la súbita reversión. ¿Se suponía que podría haber hecho algo? Huir en ningún momento había sido una opción, como tampoco lo había sido atacar antes de ser atacada. No pudo hacer más que ser público de un doloroso proceso al cual se veían afectados todos y cada uno de los seres siervos de la madre luna.
La tupida tela de lana dejó de cubrir el rostro que había visto una vez, años atrás. Sérène era incapaz de apartar la mirada de la plomiza del actor. El sol se alzaba poco a poco en la lejanía, iluminando en su avance la austera habitación, despertando al mundo con su calor invernal. Como si fueran el reflejo del astro rey, los ojos de Noah fueron recuperando la tonalidad verde un día recordada.
De haber adivinado las intenciones del hombre, Sérène no le hubiese permitido siquiera intentar ponerse en pie; corría el riesgo de caer mal y abrirse la cabeza. Volvía a ser dueña de su propio cuerpo, así que se levantó rápidamente en cuanto vio que Noah titubeaba al tratar de incorporarse, cambiando sabiamente de parecer, optando por arrodillarse; se situó a su lado, sí se desmoronaba ella podría amortiguar o parar la caída. Por fortuna, aunque la capa se había deslizado hacia el suelo atraída por la gravedad, cierta zona del cuerpo fibrado y sudoroso del licántropo permanecía bien oculta.
Con mucho gusto, la hechicera le devolvió la sonrisa a Noah que desapareció dejando un rastro de preocupación por sus facciones cuando al hombre le sobrevino un ataque de tos.
—Shhh… no hables... —Murmuró suavemente. Apoyó una mano en su espalda, tratando de ser reconfortante hasta que cesó la tos. Acto seguido, desabrochó el nudo de su capa, se desprendió de ella y la echó sobre los hombres del ser. Si cogía frío, podría coger un catarro grave.
Sérène agradeció aquellos instantes de tranquilidad y silencio; aunque había descansado, todavía se sentía el vibrar del miedo al encontrarse entre una jauría de lobos y la imponente figura del licántropo. Era curioso como el antojadizo destino unía los caminos de dos seres completamente distintos, cruzándolos de una forma tan accidentada y caprichosa.
Por desgracia, el descanso fue demasiado breve, cogiendo desprevenida a la mujer el radical cambio en el estado anímico de Noah.
Observó atónita cómo el ser la miraba ensombrecido, alejándose de ella con las orejas aplastadas contra el cráneo, gruñéndole amenazadoramente, como sí todo rastro de reconocimiento se hubiera esfumado, prometiendo un futuro inmediato de dolor y sufrimiento. Entonces el licántropo agitó la cabeza, retrocediendo hasta que la sólida pared de madera le impidió continuar. Segundos después sufrió unas terribles convulsiones, convirtiendo el siniestro gruñido en un inexplicable sonido producido desde lo más hondo de su ser. Fascinada, vio como el impecable pelaje de ébano iba reduciéndose hasta dejar a la vista una piel pálida, como cada centímetro del cuerpo animal se contorsionaba, adaptándose bruscamente a la forma humana, hasta que todo él quedó oculto bajo la capa de viaje que Sérène le había puesto.
La calma de la noche era traspasada por una fuerte respiración entrecortada. Sólo entonces, Sérène reparó que también ella respiraba con dificultad; ver semejante espectáculo no podía dejar indiferente a nadie. Permanecía sentada, con la espalda apoyada en la pared, ya que no había sido capaz de reaccionar ante la súbita reversión. ¿Se suponía que podría haber hecho algo? Huir en ningún momento había sido una opción, como tampoco lo había sido atacar antes de ser atacada. No pudo hacer más que ser público de un doloroso proceso al cual se veían afectados todos y cada uno de los seres siervos de la madre luna.
La tupida tela de lana dejó de cubrir el rostro que había visto una vez, años atrás. Sérène era incapaz de apartar la mirada de la plomiza del actor. El sol se alzaba poco a poco en la lejanía, iluminando en su avance la austera habitación, despertando al mundo con su calor invernal. Como si fueran el reflejo del astro rey, los ojos de Noah fueron recuperando la tonalidad verde un día recordada.
De haber adivinado las intenciones del hombre, Sérène no le hubiese permitido siquiera intentar ponerse en pie; corría el riesgo de caer mal y abrirse la cabeza. Volvía a ser dueña de su propio cuerpo, así que se levantó rápidamente en cuanto vio que Noah titubeaba al tratar de incorporarse, cambiando sabiamente de parecer, optando por arrodillarse; se situó a su lado, sí se desmoronaba ella podría amortiguar o parar la caída. Por fortuna, aunque la capa se había deslizado hacia el suelo atraída por la gravedad, cierta zona del cuerpo fibrado y sudoroso del licántropo permanecía bien oculta.
Con mucho gusto, la hechicera le devolvió la sonrisa a Noah que desapareció dejando un rastro de preocupación por sus facciones cuando al hombre le sobrevino un ataque de tos.
—Shhh… no hables... —Murmuró suavemente. Apoyó una mano en su espalda, tratando de ser reconfortante hasta que cesó la tos. Acto seguido, desabrochó el nudo de su capa, se desprendió de ella y la echó sobre los hombres del ser. Si cogía frío, podría coger un catarro grave.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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Re: Amistades peligrosas
Los momentos posteriores a sufrir la transformación siempre eran delicados, ya que el cuerpo todavía se estaba adaptando a los cambios sufridos e iba reparando sobre la marcha los desperfectos que pudiera haber provocado en su organismo tal variación de distribución muscular y ósea. Era completamente normal que sucedieran cosas como, por ejemplo, que no pudiera moverse con soltura o, como le había pasado en esa ocasión, que no pudiera hablar en el preciso instante en que había recuperado su forma humana.
Aunque no había pasado desapercibido para él que la joven le devolviera la sonrisa, mucho se temía que lo único que conseguía en ella era que se estuviera preocupando constantemente por su bienestar. Irónico, ¿cierto? Que una bruja se preocupara tanto por un licántropo, como si este tipo de seres fuera frágil y delicado, y sin embargo era ella quién había obviado su propia seguridad. En más de una ocasión, para ser sinceros. Y allí estaban, él con una capa de más sobre los hombros por cortesía de la joven.
Afortunadamente, Noah era un ejemplar único en su especie, cuya actitud incluso distaba de lo que se consideraba normal entre otros lícanos. Era algo más sociable, y a pesar de lo que pudiera parecer, no se le daba nada bien relacionarse con sus congéneres. Siendo sinceros, tampoco es que fuera muy ducho en socializarse, y le roía por dentro el hecho que horas atrás hubiera intentado dar caza a alguien de su pasado, no era una minucia que se pudiera dejar a un lado. Sin embargo, generalmente los licántropos no podían contener sus instintos cuando se hallaban bajo aquél poderoso influjo que marcaba su condición.
Notar el contacto de la mano ajena en la espalda propia le ayudó a calmarse. Una vez la tos hubo cesado, se aclaró la garganta: todavía la sentía un tanto irritada, pero no tanto como antes. Fue en ese momento cuando, con gestos medidos y pausados, cogió la capa con la que unos segundos antes ella le había puesto sobre sus hombros, y cobijándola un poco con sus brazos, cubrió aquellos hombros finos y delicados. No pretendía ser descortés pero le hacía mucha más falta a ella que no a él; ahora incluso más, ya que si se encontraba tan bien se debía únicamente a ella.
Dejó que sus manos permanecieran en un leve contacto con sus hombros de forma deliberada, pero sin que pretendiera que se interpretara como si fuera un gesto grosero. Quería darle a entender que no tenía nada que temer por su parte, no ahora, pues la bestia tardaría en volver a salir a la superficie. No tenía fuerzas aún para levantarse, y dudaba que pudiera resultar una buena idea, por muchas razones que acudían a su mente: no iba a dar precisamente muy buena imagen si se mostraba de forma tan despreocupada. Pero claro, cuando se era licántropo durante el tiempo suficiente, habían algunos aspectos que terminaban por hacerse banales y carentes de relevancia.
Al menos intentó acomodarse, abandonando una posición arrodillada para sentarse en el suelo con las piernas ligeramente semiflexionadas, pero teniendo especial cuidado de no dejar nada inadecuado a la vista de la joven. Antes que ella pudiera articular palabra alguna, colocó el dedo índice de su mano derecha ante aquellos labios tan finos, sin llegar a tocar la piel, pero en un claro gesto de pedirle silencio.
— Siento mucho el mal reencuentro y todos los sustos que te he dado —murmuró con una voz un poco ronca pero que dejaba entrever un tono melódico y apaciguador, nada que ver con su ruidosa contraparte—. Y aun así, me temo que sigo estando en deuda contigo…
Aunque no había pasado desapercibido para él que la joven le devolviera la sonrisa, mucho se temía que lo único que conseguía en ella era que se estuviera preocupando constantemente por su bienestar. Irónico, ¿cierto? Que una bruja se preocupara tanto por un licántropo, como si este tipo de seres fuera frágil y delicado, y sin embargo era ella quién había obviado su propia seguridad. En más de una ocasión, para ser sinceros. Y allí estaban, él con una capa de más sobre los hombros por cortesía de la joven.
Afortunadamente, Noah era un ejemplar único en su especie, cuya actitud incluso distaba de lo que se consideraba normal entre otros lícanos. Era algo más sociable, y a pesar de lo que pudiera parecer, no se le daba nada bien relacionarse con sus congéneres. Siendo sinceros, tampoco es que fuera muy ducho en socializarse, y le roía por dentro el hecho que horas atrás hubiera intentado dar caza a alguien de su pasado, no era una minucia que se pudiera dejar a un lado. Sin embargo, generalmente los licántropos no podían contener sus instintos cuando se hallaban bajo aquél poderoso influjo que marcaba su condición.
Notar el contacto de la mano ajena en la espalda propia le ayudó a calmarse. Una vez la tos hubo cesado, se aclaró la garganta: todavía la sentía un tanto irritada, pero no tanto como antes. Fue en ese momento cuando, con gestos medidos y pausados, cogió la capa con la que unos segundos antes ella le había puesto sobre sus hombros, y cobijándola un poco con sus brazos, cubrió aquellos hombros finos y delicados. No pretendía ser descortés pero le hacía mucha más falta a ella que no a él; ahora incluso más, ya que si se encontraba tan bien se debía únicamente a ella.
Dejó que sus manos permanecieran en un leve contacto con sus hombros de forma deliberada, pero sin que pretendiera que se interpretara como si fuera un gesto grosero. Quería darle a entender que no tenía nada que temer por su parte, no ahora, pues la bestia tardaría en volver a salir a la superficie. No tenía fuerzas aún para levantarse, y dudaba que pudiera resultar una buena idea, por muchas razones que acudían a su mente: no iba a dar precisamente muy buena imagen si se mostraba de forma tan despreocupada. Pero claro, cuando se era licántropo durante el tiempo suficiente, habían algunos aspectos que terminaban por hacerse banales y carentes de relevancia.
Al menos intentó acomodarse, abandonando una posición arrodillada para sentarse en el suelo con las piernas ligeramente semiflexionadas, pero teniendo especial cuidado de no dejar nada inadecuado a la vista de la joven. Antes que ella pudiera articular palabra alguna, colocó el dedo índice de su mano derecha ante aquellos labios tan finos, sin llegar a tocar la piel, pero en un claro gesto de pedirle silencio.
— Siento mucho el mal reencuentro y todos los sustos que te he dado —murmuró con una voz un poco ronca pero que dejaba entrever un tono melódico y apaciguador, nada que ver con su ruidosa contraparte—. Y aun así, me temo que sigo estando en deuda contigo…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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