AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Amistades peligrosas
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Amistades peligrosas
Recuerdo del primer mensaje :
El sol, que se asomaba tímido a través de las grises nubes que cubrían el cielo, descendía rápidamente por el horizonte, bañando sin fuerzas los árboles vestidos de blanco. Los copos de nieve danzaban perezosamente hasta el suelo, acompañados por la silenciosa melodía de una brisa fría e incansable. No se veía un alma, ni se escuchaba nada más que el constante paso de la yegua que había comprado antes de partir hacia París.
Era preciosa.
Suave como la seda, fuerte como el roble y tranquila como el mar en calma. De pelaje negro con una gran mancha blanca desde el cuello hasta el vientre. La mujer de la granja donde la compró la llamaba Nicte y le aseguró que podría cargar con los enseres de Sérène e incluso cargar el triple de su peso. Por el mismo precio que pagó por la yegua, además, le regaló las alforjas donde ahora guardaba las escasas hierbas medicinales que había encontrado por el camino. El invierno era implacable con la naturaleza.
Había recorrido gran parte del trayecto acompañada de una compañía de bardos, que iban de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, alegrando las plazas y las almas de todos los que estuvieran dispuestos a salir del calor de su hogar para calentarse con risas. Resultó que todos eran una familia. El abuelo, un hombre afable de gran sonrisa, era el que contaba historias increíbles, de países lejanos, reyes nobles, hadas y unicornios. La hija, junto a su esposo, representaban el ideal de pareja respetable según las creencias de Sérène. Juntos, recitaban poemas épicos de grandes batallas pasadas, él tocaba la lira y acompañaba con su grave voz los estribillos, ella adornaba los versos con su melodiosa voz. Y las nietas eran la delicia de todos. Una familia feliz.
Pero muy a su pesar, la hechicera tuvo qué despedirse de ellos cuando una de las ruedas del carromato que empleaban para transportar sus pertenencias, se partió. Estaba ansiosa por llegar a su querida París y reencontrarse con los amigos que había hecho y la familia le aseguró que al menos tardarían un día en arreglarla.
El inquietante aullido de un lobo sonó no muy lejos de donde se hallaban Nicte y Sérène, seguido de otro más lejano. El sol desaparecía y la madre luna mostraba todo su esplendor iluminando tenuemente el camino. «Tendría que haberme quedado con la compañía, y no partir sola por estos caminos» pensó con arrepentimiento.
- Tranquila chica, no vienen a por nosotras... tu eres fuerte y alta y yo una hechicera, seguro que no querrán acercarse... -murmuró a su montura intentando convencerse a sí misma. Aún así, hizo trotar la yegua hasta que se creyó segura y lejos de los animales.
A cada paso que daban la noche les envolvía con más profundidad. Deberían buscar un refugio para pasar la noche, aunque no había visto nada semejante desde que abandonó el último pueblo. Seguramente era un camino demasiado transitado y no creían que ningún viajero fuera tan estúpido como para continuar su trayecto pasada la tarde.
Sérène se ajustó la pesada capa de viajero más cerca de su cabeza, el frío se calaba hasta los huesos. Podría hacer un fuego pequeño con la rama caída de algún árbol, por supuesto, pero no quería poner nerviosa a su bello transporte. Sólo les quedaba seguir y esperar que París estuviera más cerca de lo que pensaba.
Comenzó a imaginarse su pequeña habitación del hostal que estaba situado a las afueras, con el agradable señor de pelo cano que pagaba con hechizos y encandilamientos en vez de monedas, cuando sintió que la gravedad la atraía al suelo estrepitosamente, congestionando el aire en sus pulmones. El relinche despertado de la yegua se vio ahogado de repente. Con un lío de ropajes y capas, Sérène se puso en pie y miró con horror como el pelaje blanco del cuello de Nicte estaba rasgado y manchado por las fauces de un lobo que se estaba dando el festín con la yegua. El terror paralizó a la hechicera, sólo su corazón desbocado era capaz de moverse. Tenía que huir ahora que el animal no le prestaba atención, tenía que mover un pie y luego otro, un movimiento mecánico y sencillo que la alejaría de allí. A pocos metros estaban los árboles, su única posibilidad.
Con fuerza de voluntad y sin quitarle los ojos de encima al lobo, se fue alejando poco a poco de la grotesca escena. Estaba a punto de alcanzar la linde del bosque sin ser descubierta cuando la nieve acumulada crujió con un ruido seco. Inmediatamente, el lobo giró su rostro hacía ella, clavándole una mirada fiera cual puñales en el pecho, agachó las orejas y gruñó. El instinto primario de supervivencia pudo a la razón. Con movimientos rápidos y precisos Sérène cogió los bajos de su vestido y echó a correr bosque a dentro. Corría tanto como podía, corría más incluso de lo que jamás creyó que podría correr y aún así la ventaja que tenía sobre su cazador se estrechaba cada vez más. Sorteaba los árboles que se cruzaban en su camino y aún así no era suficiente. Los feroces gruñidos del lobo cada vez sonaban más y más cerca, y la resistencia física de la muchacha ya flaqueaba, un agudo dolor le atravesaba la zona abdominal.
Por el rabillo del ojo distinguió más sombras. «Es su manada», pensó, «él sólo era el explorador». Corría y corría con desesperación, viendo sin ver lo que le venía delante. Ahora sólo era una simple muchacha que luchaba por su vida. La raíz de un enorme árbol truncó su huida, la hizo caer hacia su fin. Se volteó justo a tiempo para ver cómo el lobo saltaba hacía ella.
El sol, que se asomaba tímido a través de las grises nubes que cubrían el cielo, descendía rápidamente por el horizonte, bañando sin fuerzas los árboles vestidos de blanco. Los copos de nieve danzaban perezosamente hasta el suelo, acompañados por la silenciosa melodía de una brisa fría e incansable. No se veía un alma, ni se escuchaba nada más que el constante paso de la yegua que había comprado antes de partir hacia París.
Era preciosa.
Suave como la seda, fuerte como el roble y tranquila como el mar en calma. De pelaje negro con una gran mancha blanca desde el cuello hasta el vientre. La mujer de la granja donde la compró la llamaba Nicte y le aseguró que podría cargar con los enseres de Sérène e incluso cargar el triple de su peso. Por el mismo precio que pagó por la yegua, además, le regaló las alforjas donde ahora guardaba las escasas hierbas medicinales que había encontrado por el camino. El invierno era implacable con la naturaleza.
Había recorrido gran parte del trayecto acompañada de una compañía de bardos, que iban de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, alegrando las plazas y las almas de todos los que estuvieran dispuestos a salir del calor de su hogar para calentarse con risas. Resultó que todos eran una familia. El abuelo, un hombre afable de gran sonrisa, era el que contaba historias increíbles, de países lejanos, reyes nobles, hadas y unicornios. La hija, junto a su esposo, representaban el ideal de pareja respetable según las creencias de Sérène. Juntos, recitaban poemas épicos de grandes batallas pasadas, él tocaba la lira y acompañaba con su grave voz los estribillos, ella adornaba los versos con su melodiosa voz. Y las nietas eran la delicia de todos. Una familia feliz.
Pero muy a su pesar, la hechicera tuvo qué despedirse de ellos cuando una de las ruedas del carromato que empleaban para transportar sus pertenencias, se partió. Estaba ansiosa por llegar a su querida París y reencontrarse con los amigos que había hecho y la familia le aseguró que al menos tardarían un día en arreglarla.
El inquietante aullido de un lobo sonó no muy lejos de donde se hallaban Nicte y Sérène, seguido de otro más lejano. El sol desaparecía y la madre luna mostraba todo su esplendor iluminando tenuemente el camino. «Tendría que haberme quedado con la compañía, y no partir sola por estos caminos» pensó con arrepentimiento.
- Tranquila chica, no vienen a por nosotras... tu eres fuerte y alta y yo una hechicera, seguro que no querrán acercarse... -murmuró a su montura intentando convencerse a sí misma. Aún así, hizo trotar la yegua hasta que se creyó segura y lejos de los animales.
A cada paso que daban la noche les envolvía con más profundidad. Deberían buscar un refugio para pasar la noche, aunque no había visto nada semejante desde que abandonó el último pueblo. Seguramente era un camino demasiado transitado y no creían que ningún viajero fuera tan estúpido como para continuar su trayecto pasada la tarde.
Sérène se ajustó la pesada capa de viajero más cerca de su cabeza, el frío se calaba hasta los huesos. Podría hacer un fuego pequeño con la rama caída de algún árbol, por supuesto, pero no quería poner nerviosa a su bello transporte. Sólo les quedaba seguir y esperar que París estuviera más cerca de lo que pensaba.
Comenzó a imaginarse su pequeña habitación del hostal que estaba situado a las afueras, con el agradable señor de pelo cano que pagaba con hechizos y encandilamientos en vez de monedas, cuando sintió que la gravedad la atraía al suelo estrepitosamente, congestionando el aire en sus pulmones. El relinche despertado de la yegua se vio ahogado de repente. Con un lío de ropajes y capas, Sérène se puso en pie y miró con horror como el pelaje blanco del cuello de Nicte estaba rasgado y manchado por las fauces de un lobo que se estaba dando el festín con la yegua. El terror paralizó a la hechicera, sólo su corazón desbocado era capaz de moverse. Tenía que huir ahora que el animal no le prestaba atención, tenía que mover un pie y luego otro, un movimiento mecánico y sencillo que la alejaría de allí. A pocos metros estaban los árboles, su única posibilidad.
Con fuerza de voluntad y sin quitarle los ojos de encima al lobo, se fue alejando poco a poco de la grotesca escena. Estaba a punto de alcanzar la linde del bosque sin ser descubierta cuando la nieve acumulada crujió con un ruido seco. Inmediatamente, el lobo giró su rostro hacía ella, clavándole una mirada fiera cual puñales en el pecho, agachó las orejas y gruñó. El instinto primario de supervivencia pudo a la razón. Con movimientos rápidos y precisos Sérène cogió los bajos de su vestido y echó a correr bosque a dentro. Corría tanto como podía, corría más incluso de lo que jamás creyó que podría correr y aún así la ventaja que tenía sobre su cazador se estrechaba cada vez más. Sorteaba los árboles que se cruzaban en su camino y aún así no era suficiente. Los feroces gruñidos del lobo cada vez sonaban más y más cerca, y la resistencia física de la muchacha ya flaqueaba, un agudo dolor le atravesaba la zona abdominal.
Por el rabillo del ojo distinguió más sombras. «Es su manada», pensó, «él sólo era el explorador». Corría y corría con desesperación, viendo sin ver lo que le venía delante. Ahora sólo era una simple muchacha que luchaba por su vida. La raíz de un enorme árbol truncó su huida, la hizo caer hacia su fin. Se volteó justo a tiempo para ver cómo el lobo saltaba hacía ella.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Amistades peligrosas
Arroparle con la capa había sido un acto innecesario, reparó Sérène después de que el actor le devolviera la prenda; cubriéndola con sus atléticos brazos desnudos. La temperatura corporal del hombre era superior a la suya propia, podía notarlo aún con las distintas capas de su vestimenta. «Puede que sea por su condición de hombre lobo», pensó para sí la hechicera. Rompiendo el extraño abrazo, Noah posó las manos más tiempo del debido, aunque sin excederse, en los hombros de la mujer. Fue un gesto reconfortante y le sonrió por ello, haciéndole entender que todo estaba bien.
Siguió con la mirada los movimientos del licántropo, atenta por si él necesitaba su ayuda. Parecía que poco a poco iba recuperándose después de tan dura conversión. Sérène no alcanzaba a comprender cuán doloroso podía ser el proceso, aunque gracias a lo que estaba viviendo podía entender que dejaba exhausto al ser que lo sufría. Menudo destino para aquél pobre desdichado que sufría la maldición de ser mordido por un ser de la noche.
Imitando a Noah, la hechicera se movió hasta quedar a su lado, con la espalda pegada a la pared de la cabaña. Su visión aumentaba conforme el sol entraba brillante por la ventana y las rendijas de la puerta. Desvió la mirada hacia sus pertenencias, concretamente a las plantas podridas, que desperdicio. Había contado con poder llegar a la ciudad y tratar las hierbas para poder conservarlas durante más tiempo, pudiendo aprovechar al máximo sus propiedades.
Si no hubiera sido por el accidente…
No, se corrigió, si no hubiera sido por el accidente no se habría reencontrado con Noah; mejor dicho, no habría conocido la cara oculta de Noah. De haber pasado un tiempo, quizás habrían coincidido por las calles parisinas, tal vez en alguna cafetería o en el teatro, disfrutando de la compañía sin que ninguno de los dos revelase al otro su condición. Qué complicado era el mundo. Ambos se ocultaban de los inquisidores; aquellos fanáticos creyentes de un dios inexistente, que matan antes de preguntar, sin tener en cuenta el corazón de aquellos que destruyen en nombre de su creador. No podían correr riesgos. No podían ser ellos mismos. Sus pensamientos se diluyeron cuando el hombre atrajo su atención colocando su dedo índice, peligrosamente, cerca de los labios de la hechicera.
Sí él supiera… el encontronazo de aquella noche había dado que pensar a Sérène. No era posible que una hechicera de clase media se sintiera tan desamparada en mitad de la noche. Los nervios y el miedo casi la habían matado, ya fuera por lobos corrientes o por el peligroso licántropo de pelaje negro y mirada gris. Debía hacer algo al respecto, como entrenar en algún lugar apartado, donde pudiera dar uso a sus habilidades más ofensivas y prepararse para futuras ocasiones. Odiaba tener que depender de alguien para defenderse.
El siguiente comentario la dejó perpleja. ¿Qué quería decir con que seguía en deuda con ella? No podía referirse a su entrega de energía, ya que él le había devuelto el favor recogiendo sus pertenencias, o la mayor parte de ellas; daba por perdida su preciada bolsa de viaje, estaba descolorida y la parte ornamental estaba tan desgastada que apenas podía verse el detalle, sin contar los agujerillos… pero seguía siendo parte de ella, un recuerdo de todo lo vivido.
—No te preocupes por eso. —Contestó en tono desenfadado.— Las pesadillas me acompañarán hasta el fin de los días… pero aprenderé a vivir con ellas. —No quería hablar del tema, al menos no de la parte en que había sido el intento de cena andante de aquella noche para el lícano.— No me debes nada, Noah, así que no te preocupes. —Finalizó con más seriedad, encarándose a su interlocutor, mirándole con su grisácea mirada.
Realmente lo decía en serio, no importaba la condición del actor, importaba lo que realmente era él, su corazón, su personalidad. La parte animal que recorría sus venas era incontrolable, la hechicera se hacía cargo de ello, indomable, irracional que, por suerte, sólo acudía una noche al mes, cuando la radiante esfera blanca iluminaba con más intensidad. En verdad, era Sérène quien se sentía agradecida y deudora de Noah, había controlado su fiereza interior; estaba viva gracias a la fuerza de voluntad del hombre lobo.
Siguió con la mirada los movimientos del licántropo, atenta por si él necesitaba su ayuda. Parecía que poco a poco iba recuperándose después de tan dura conversión. Sérène no alcanzaba a comprender cuán doloroso podía ser el proceso, aunque gracias a lo que estaba viviendo podía entender que dejaba exhausto al ser que lo sufría. Menudo destino para aquél pobre desdichado que sufría la maldición de ser mordido por un ser de la noche.
Imitando a Noah, la hechicera se movió hasta quedar a su lado, con la espalda pegada a la pared de la cabaña. Su visión aumentaba conforme el sol entraba brillante por la ventana y las rendijas de la puerta. Desvió la mirada hacia sus pertenencias, concretamente a las plantas podridas, que desperdicio. Había contado con poder llegar a la ciudad y tratar las hierbas para poder conservarlas durante más tiempo, pudiendo aprovechar al máximo sus propiedades.
Si no hubiera sido por el accidente…
No, se corrigió, si no hubiera sido por el accidente no se habría reencontrado con Noah; mejor dicho, no habría conocido la cara oculta de Noah. De haber pasado un tiempo, quizás habrían coincidido por las calles parisinas, tal vez en alguna cafetería o en el teatro, disfrutando de la compañía sin que ninguno de los dos revelase al otro su condición. Qué complicado era el mundo. Ambos se ocultaban de los inquisidores; aquellos fanáticos creyentes de un dios inexistente, que matan antes de preguntar, sin tener en cuenta el corazón de aquellos que destruyen en nombre de su creador. No podían correr riesgos. No podían ser ellos mismos. Sus pensamientos se diluyeron cuando el hombre atrajo su atención colocando su dedo índice, peligrosamente, cerca de los labios de la hechicera.
Sí él supiera… el encontronazo de aquella noche había dado que pensar a Sérène. No era posible que una hechicera de clase media se sintiera tan desamparada en mitad de la noche. Los nervios y el miedo casi la habían matado, ya fuera por lobos corrientes o por el peligroso licántropo de pelaje negro y mirada gris. Debía hacer algo al respecto, como entrenar en algún lugar apartado, donde pudiera dar uso a sus habilidades más ofensivas y prepararse para futuras ocasiones. Odiaba tener que depender de alguien para defenderse.
El siguiente comentario la dejó perpleja. ¿Qué quería decir con que seguía en deuda con ella? No podía referirse a su entrega de energía, ya que él le había devuelto el favor recogiendo sus pertenencias, o la mayor parte de ellas; daba por perdida su preciada bolsa de viaje, estaba descolorida y la parte ornamental estaba tan desgastada que apenas podía verse el detalle, sin contar los agujerillos… pero seguía siendo parte de ella, un recuerdo de todo lo vivido.
—No te preocupes por eso. —Contestó en tono desenfadado.— Las pesadillas me acompañarán hasta el fin de los días… pero aprenderé a vivir con ellas. —No quería hablar del tema, al menos no de la parte en que había sido el intento de cena andante de aquella noche para el lícano.— No me debes nada, Noah, así que no te preocupes. —Finalizó con más seriedad, encarándose a su interlocutor, mirándole con su grisácea mirada.
Realmente lo decía en serio, no importaba la condición del actor, importaba lo que realmente era él, su corazón, su personalidad. La parte animal que recorría sus venas era incontrolable, la hechicera se hacía cargo de ello, indomable, irracional que, por suerte, sólo acudía una noche al mes, cuando la radiante esfera blanca iluminaba con más intensidad. En verdad, era Sérène quien se sentía agradecida y deudora de Noah, había controlado su fiereza interior; estaba viva gracias a la fuerza de voluntad del hombre lobo.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Amistades peligrosas
El comentario jocoso con el que la joven le respondía le causó preocupación, si bien al mismo tiempo hizo que se dibujara una sonrisa de comprensión en su rostro. Con que pesadillas, ¿eh? Esas malditas perturbadoras del sueño, tan enigmáticas como traicioneras. Ni siquiera él era ajeno a ellas, pues era presa fácil de las mismas, noche tras noche desde su llegada a la ciudad —a decir verdad, desde que despertó su conciencia ya las recordaba—. Incluso si se daba el lujo de dormirse bajo su forma de bestia, esos malos sueños seguían reproduciéndose sin fin pero aún más distantes y confusos. Siempre le torturaban, jugando con su mente, mostrándole fugaces imágenes de lo que una vez fue su pasado, ahora prácticamente marchito y extinto, pero con una vivacidad tal que hacían que se despertara, gritando en la mayoría de ocasiones, para estar acompañado tan sólo de un dolor creciente en las dos cicatrices que adornaban su cuerpo.
Sus terrores nocturnos eran algo que sólo le afectaban a él, por mucho que amenazaran con devorar por completo su cordura y su fuerza de voluntad, y que siempre le invadiera una inquietante sensación de culpabilidad que no alcanzaba a comprender. Pero lo que le disgustaba era que una criatura inocente y dulce como ella se viera afectada por terribles sueños; además, el hecho de haber sido en buena parte responsable, no ayudaba precisamente a sentirse mejor.
¿Cómo iba a poder explicarle porqué estaba en deuda? Eran tantos los motivos… pese a la extraña cacería que había transcurrido, por alguna razón no se había llegado a convertir en una carnicería… al menos, no técnicamente. Por un lado, haber recibido aquél inesperado ataque de lleno en el rostro, el cual lo había privado de dos de sus sentidos, ya había refrenado parte de sus maliciosos impulsos, y seguramente de no haber sido por la insistencia de aquellos lobos hambrientos, que terminaron irritándole más allá de los límites de su paciencia, el devenir de la noche habría sido muy distinto. Tampoco podemos olvidarnos del momento en que, ya más sereno y habiéndola escudado de todo peligro —algo conveniente para ella— y la llevó en su lomo, pudo escuchar su voz con mucha más atención que en la primera, y anterior, instancia; identificar el sonido también había mermado aún más sus impulsos.
Un factor adicional había sido el cansancio derivado del primer cruel enfrentamiento de la noche, tras el cual había quedado gravemente lastimado. Noah era un ejemplar robusto y resistente como pocos, pero sufrir un mordisco de vampiro y aguantar todo a lo que se había expuesto, habría pasado factura a cualquiera. Si había motivos más allá de lo que él podía llegar a atribuir, sin duda alguna permanecían esquivos a sus cavilaciones.
Lo verdaderamente injusto era el hecho que Noah podía reconocer y recordar, sin apenas dificultad, el rostro y la voz de al joven. No obstante, su caprichosa memoria no le permitía que acudiera a su mente su nombre. Y él creía que estaba en deuda con ella, porque no conservaba los plenos recuerdos de sus momentos juntos; pero no sólo por eso: en las pesadillas, en sus breves momentos de lucidez, se le aparecía aquél rostro de grandes ojos grises. Aquella mirada tan viva que le hacía mantener la cordura entre tanta demencia, entre tantos rostros borrosos y deslucidos. Justo cuando se concentraba en retener el recuerdo, el dolor reaparecía bruscamente.
Recordaba aquella joven, y aunque apenas conservara memorias que hubieran compartido, sabía que tenían un mínimo de confianza. Lo sabía en su fuero interno, pero aun así, no conseguía...
Por un leve instante, en sus ojos pasó una sombra gris, lo que significaba que había sentido un relámpago de dolor intenso. Inconscientemente se llevó la mano derecha al descubierto omóplato izquierdo, frotándose la pequeña cicatriz circular que nunca desaparecería.
—Me avergüenzo de mí mismo pero… —dudó unos momentos, intentando encontrar las palabras adecuadas, bajando la mirada y juntando ambas manos sobre su rodilla más cercana a la joven, —No quisiera que llegara el momento de despedirnos sin saber tu nombre —antes de darle siquiera tiempo a responder, cerró los ojos y prosiguió—. Sufrí un ligero… percance... Y ahora buena parte de mi pasado es todo un misterio para mí. Aunque reconozco tu rostro y tu voz, no consigo recordar cómo te llamas…
Sus terrores nocturnos eran algo que sólo le afectaban a él, por mucho que amenazaran con devorar por completo su cordura y su fuerza de voluntad, y que siempre le invadiera una inquietante sensación de culpabilidad que no alcanzaba a comprender. Pero lo que le disgustaba era que una criatura inocente y dulce como ella se viera afectada por terribles sueños; además, el hecho de haber sido en buena parte responsable, no ayudaba precisamente a sentirse mejor.
¿Cómo iba a poder explicarle porqué estaba en deuda? Eran tantos los motivos… pese a la extraña cacería que había transcurrido, por alguna razón no se había llegado a convertir en una carnicería… al menos, no técnicamente. Por un lado, haber recibido aquél inesperado ataque de lleno en el rostro, el cual lo había privado de dos de sus sentidos, ya había refrenado parte de sus maliciosos impulsos, y seguramente de no haber sido por la insistencia de aquellos lobos hambrientos, que terminaron irritándole más allá de los límites de su paciencia, el devenir de la noche habría sido muy distinto. Tampoco podemos olvidarnos del momento en que, ya más sereno y habiéndola escudado de todo peligro —algo conveniente para ella— y la llevó en su lomo, pudo escuchar su voz con mucha más atención que en la primera, y anterior, instancia; identificar el sonido también había mermado aún más sus impulsos.
Un factor adicional había sido el cansancio derivado del primer cruel enfrentamiento de la noche, tras el cual había quedado gravemente lastimado. Noah era un ejemplar robusto y resistente como pocos, pero sufrir un mordisco de vampiro y aguantar todo a lo que se había expuesto, habría pasado factura a cualquiera. Si había motivos más allá de lo que él podía llegar a atribuir, sin duda alguna permanecían esquivos a sus cavilaciones.
Lo verdaderamente injusto era el hecho que Noah podía reconocer y recordar, sin apenas dificultad, el rostro y la voz de al joven. No obstante, su caprichosa memoria no le permitía que acudiera a su mente su nombre. Y él creía que estaba en deuda con ella, porque no conservaba los plenos recuerdos de sus momentos juntos; pero no sólo por eso: en las pesadillas, en sus breves momentos de lucidez, se le aparecía aquél rostro de grandes ojos grises. Aquella mirada tan viva que le hacía mantener la cordura entre tanta demencia, entre tantos rostros borrosos y deslucidos. Justo cuando se concentraba en retener el recuerdo, el dolor reaparecía bruscamente.
Recordaba aquella joven, y aunque apenas conservara memorias que hubieran compartido, sabía que tenían un mínimo de confianza. Lo sabía en su fuero interno, pero aun así, no conseguía...
Por un leve instante, en sus ojos pasó una sombra gris, lo que significaba que había sentido un relámpago de dolor intenso. Inconscientemente se llevó la mano derecha al descubierto omóplato izquierdo, frotándose la pequeña cicatriz circular que nunca desaparecería.
—Me avergüenzo de mí mismo pero… —dudó unos momentos, intentando encontrar las palabras adecuadas, bajando la mirada y juntando ambas manos sobre su rodilla más cercana a la joven, —No quisiera que llegara el momento de despedirnos sin saber tu nombre —antes de darle siquiera tiempo a responder, cerró los ojos y prosiguió—. Sufrí un ligero… percance... Y ahora buena parte de mi pasado es todo un misterio para mí. Aunque reconozco tu rostro y tu voz, no consigo recordar cómo te llamas…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Ver cómo la comprensiva sonrisa surcaba el rostro de Noah hizo que ella sonriera a su vez, se sentía mejor; por un momento temió que sus palabras cayeran mal y fueran malinterpretadas, pasando de ser un comentario para romper el hielo a otro que pudiera iniciar el enfado del otro ser. De hecho, sólo era una exageración, si bien posiblemente vería a los lobos como hermosas criaturas sin remordimientos que trasgredieran sus sueños por la noche durante una temporada, pero no hasta el resto de su vida; su comentario era el intento de bromear con la mala noche que habían pasado no sólo por ella sino también por el licántropo: ser esclavo de uno mismo debía ser una sensación de lo más desagradable y frustrante.
Sérène apreció el cambio en la tonalidad del iris del hombre lobo maravillada, en el breve lapso de tiempo había creído que sus ojos adquirían el color del plomo únicamente cuando estaba en su forma lobuna, al parecer podían cambiar de color en cualquier instante. Sentía curiosidad por saber a qué venía ese momentáneo cambio, aunque sospechaba que no era el momento más oportuno para preguntarle. Después pareció que le picaba la espalda, así que tampoco le dio más importancia.
Sus siguientes palabras captaron toda la atención de la hechicera, lo que venía a continuación no podía ser bueno a juzgar por cómo había iniciado la frase, además, la duda que reflejaba su rostro tampoco era un buen augurio. Aunque Noah había roto su conexión visual, la joven seguía mirando su rostro, atenta a aquello que fuera a decirle, prometiéndose que por muy grave que fuera la revelación, no mostraría el menor signo negativo que pudiera atravesarle.
Sus sospechas se vieron confirmadas cuando oyó el resto. No le dolió que la hubiera olvidado casi por completo, lo que la dañó fue que no confiara en ella para contarle lo que realmente le había pasado, cuando ella estaba dando muestras de confianza desde que le siguiera en el claro del bosque. Un “ligero percance” no ocasionaba una pérdida de memoria tan selectiva y amplia, esperaba que el actor la tuviera por más estima y no creyera ni por un segundo que con una explicación tan pobre la contentaría.
Aún así permaneció en calma, mirándole, esperando que él volviera a alzar su rostro hacia ella y se enfrentase a su desaliento. Podía ayudarle, estaba convencida de ello pero solamente con el consentimiento de Noah. Puede que sus recuerdos estuvieran enterrados en su mente, esperando que alguien los desempolvara y los devolviera a la luz. Para una bruja era fácil, sólo tenía que tocar a la persona y concentrase, las imágenes llegaban por sí solas, mostrando secretos, los recuerdos de sus dueños sin que éstos lo supieran. La sensación era muy confusa; Sérène sentía que infringía la intimidad de las personas con ese don, pudiendo por poco hacer los sentimientos de aquellos como propios. Por suerte, al final sólo acababan siendo imágenes que con el tiempo se esfumaban, dejando un hueco que al final se llenaría con un recuerdo propio. Reflexionaba sobre ello cuando una idea fue forjándose poco a poco en su mente, aunque no creía que fuera el momento y el lugar más adecuados para hacer algo así.
—Mi nombre es Sérène, Sérène Casseau... —murmuró mirando sus manos, entrelazadas sobre su regazo, le gustaba llevar las uñas cortas para que no le molestaran mientras trabajaba.
Sérène apreció el cambio en la tonalidad del iris del hombre lobo maravillada, en el breve lapso de tiempo había creído que sus ojos adquirían el color del plomo únicamente cuando estaba en su forma lobuna, al parecer podían cambiar de color en cualquier instante. Sentía curiosidad por saber a qué venía ese momentáneo cambio, aunque sospechaba que no era el momento más oportuno para preguntarle. Después pareció que le picaba la espalda, así que tampoco le dio más importancia.
Sus siguientes palabras captaron toda la atención de la hechicera, lo que venía a continuación no podía ser bueno a juzgar por cómo había iniciado la frase, además, la duda que reflejaba su rostro tampoco era un buen augurio. Aunque Noah había roto su conexión visual, la joven seguía mirando su rostro, atenta a aquello que fuera a decirle, prometiéndose que por muy grave que fuera la revelación, no mostraría el menor signo negativo que pudiera atravesarle.
Sus sospechas se vieron confirmadas cuando oyó el resto. No le dolió que la hubiera olvidado casi por completo, lo que la dañó fue que no confiara en ella para contarle lo que realmente le había pasado, cuando ella estaba dando muestras de confianza desde que le siguiera en el claro del bosque. Un “ligero percance” no ocasionaba una pérdida de memoria tan selectiva y amplia, esperaba que el actor la tuviera por más estima y no creyera ni por un segundo que con una explicación tan pobre la contentaría.
Aún así permaneció en calma, mirándole, esperando que él volviera a alzar su rostro hacia ella y se enfrentase a su desaliento. Podía ayudarle, estaba convencida de ello pero solamente con el consentimiento de Noah. Puede que sus recuerdos estuvieran enterrados en su mente, esperando que alguien los desempolvara y los devolviera a la luz. Para una bruja era fácil, sólo tenía que tocar a la persona y concentrase, las imágenes llegaban por sí solas, mostrando secretos, los recuerdos de sus dueños sin que éstos lo supieran. La sensación era muy confusa; Sérène sentía que infringía la intimidad de las personas con ese don, pudiendo por poco hacer los sentimientos de aquellos como propios. Por suerte, al final sólo acababan siendo imágenes que con el tiempo se esfumaban, dejando un hueco que al final se llenaría con un recuerdo propio. Reflexionaba sobre ello cuando una idea fue forjándose poco a poco en su mente, aunque no creía que fuera el momento y el lugar más adecuados para hacer algo así.
—Mi nombre es Sérène, Sérène Casseau... —murmuró mirando sus manos, entrelazadas sobre su regazo, le gustaba llevar las uñas cortas para que no le molestaran mientras trabajaba.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Resultaba claro que Noah no era un experto en lenguaje corporal. Bueno, para ser sinceros, no era ducho en todo el lenguaje no verbal de los humanos: tantos años siendo un licántropo pasaban factura, incluso si había buena parte había quedado relegada al olvido. Hasta su sentido del olfato se aguzaba ante sentimientos tales como el miedo más absoluto; aunque algunos otros congéneres prefirieran hacer creer a los demás que podían oler otras cosas, no había que olvidar que eran en parte bestias, no desvinculadas pero sí alejadas en mayor o menor medida de su ascendencia humana.
Es por eso que se intuyó, en lugar de ver u oler, la decepción de la joven. No era para menos, no debía de ser agradable saber que alguien que había intentado cenarte, y luego te protege, no terminara de sincerarse. Pero el motivo, lejos de resultar obvio, era siniestro para el propio ser. No confiaba lo suficiente en sí mismo como para decirlo todo de buenas a primeras. Sólo hacía falta mirarlo… ¿Qué era? ¿Quién? Ni con toda la información que su antiguo yo le había revelado, mediante varias cartas, era capaz de sacar nada en claro. Excepto dos cosas.
Era un paria. Y una pesadilla bajo la Luna llena.
Alzó la mirada en cuanto escuchó pronunciar su nombre. Podía ver el descontento en aquellos ojos grises. Vaya que si lo notaba, no esperaba menos. Resultaba muy duro ser tan egoísta… en su interior sabía que podía confiar en ella, a pesar de que sentía que no solo él como persona, sino que su propia alma, estaba completamente rota. Podía asegurar que llevaba bien su condición, incluso teniendo en cuenta todas las circunstancias; pero afirmar aquello era mentirse a sí mismo.
Entonces otro relámpago plateado se extendió desde un lugar más que conocido. Inconscientemente, se llevó su mano izquierda a la sien, intentando mitigar el dolor. Cerró sus ojos, que se habían vuelto de un tono acerado, mientras sus músculos se ponían en tensión y sus dientes rechinaban. Ah… cómo odiaba aquella sensación, ya fuera anhelando el conocimiento de su pasado o de forma involuntaria, la dulce agonía le resultaba casi difícil de soportar. Era un sufrimiento tan intenso que muy pocos podrían soportarlo; era la consecuencia directa de la herida de bala que tenía en su cabeza, una marca bastante reciente que le condenaba caprichosa y volublemente a una tortura que difícilmente podía mantener a raya.
«Mi pobre marioneta… ¡mírate! Rota. Inservible. Tu mente está sumida en un auténtico caos. Me repugnas… querido…»
La voz que había sonado en su cabeza era tan dulce que intentaba suavizar el veneno de sus palabras. Una tonalidad que no admitía confusión alguna, pues incluso con esa amnesia selectiva no podría olvidarla aunque se lo propusiera. ¿Estaría volviéndose loco? Lo dudaba: no era sino otro recuerdo fragmentado, hecho pedazos, de un pasado que le resultaba esquivo y que no cesaba de atormentarle. No… aquello no era sino un simple recuerdo, de otro tiempo y en otro lugar, en el que al parecer había llegado a dudar de sí mismo.
Ni siquiera podía volver a su forma humana sin mayor padecimiento que el de la transformación; a cada ocasión en que su cuerpo cambiaba, su mente parecía dividirse y perder densidad, y graves azotes, que partían de las heridas de su cabeza y su espalda, surcaban la totalidad de su cuerpo. Ahogó el grito de dolor como mejor supo, mitigándose hasta el punto que fue un quedo quejido que escapó de sus labios. Abrió el ojo derecho, que no estaba descubierto, y la triste sombra de una sonrisa asomó a sus labios, mientras sus orbes, estuvieran ocultos o no, reverdecían.
Tampoco tenía nada que perder, pues su mente ya se hallaba demasiado débil para que el último bastión de serenidad se esfumara, así, sin más. No tenía nada que perder. ¿O sí? Hizo un gran esfuerzo para que su voz no sonara demasiado afectada.
– Perdona mi arrogancia, bella Sérène… no es fácil vivir con una mente hecha trizas y un cuerpo que aguanta torturas que no dejan huella, o al menos la mayoría de ellas –cogió aire con languidez y suspiró–. No soy sino un monstruo que se ha enfrentado a las cadenas de su destino, y terminó con dos agujeros de balas de plata. Ni siquiera debería de estar vivo…
Mucho se temía que comenzaba a hacerse tarde, y sabía que no podría disfrutar mucho más de su compañía.
Es por eso que se intuyó, en lugar de ver u oler, la decepción de la joven. No era para menos, no debía de ser agradable saber que alguien que había intentado cenarte, y luego te protege, no terminara de sincerarse. Pero el motivo, lejos de resultar obvio, era siniestro para el propio ser. No confiaba lo suficiente en sí mismo como para decirlo todo de buenas a primeras. Sólo hacía falta mirarlo… ¿Qué era? ¿Quién? Ni con toda la información que su antiguo yo le había revelado, mediante varias cartas, era capaz de sacar nada en claro. Excepto dos cosas.
Era un paria. Y una pesadilla bajo la Luna llena.
Alzó la mirada en cuanto escuchó pronunciar su nombre. Podía ver el descontento en aquellos ojos grises. Vaya que si lo notaba, no esperaba menos. Resultaba muy duro ser tan egoísta… en su interior sabía que podía confiar en ella, a pesar de que sentía que no solo él como persona, sino que su propia alma, estaba completamente rota. Podía asegurar que llevaba bien su condición, incluso teniendo en cuenta todas las circunstancias; pero afirmar aquello era mentirse a sí mismo.
Entonces otro relámpago plateado se extendió desde un lugar más que conocido. Inconscientemente, se llevó su mano izquierda a la sien, intentando mitigar el dolor. Cerró sus ojos, que se habían vuelto de un tono acerado, mientras sus músculos se ponían en tensión y sus dientes rechinaban. Ah… cómo odiaba aquella sensación, ya fuera anhelando el conocimiento de su pasado o de forma involuntaria, la dulce agonía le resultaba casi difícil de soportar. Era un sufrimiento tan intenso que muy pocos podrían soportarlo; era la consecuencia directa de la herida de bala que tenía en su cabeza, una marca bastante reciente que le condenaba caprichosa y volublemente a una tortura que difícilmente podía mantener a raya.
«Mi pobre marioneta… ¡mírate! Rota. Inservible. Tu mente está sumida en un auténtico caos. Me repugnas… querido…»
La voz que había sonado en su cabeza era tan dulce que intentaba suavizar el veneno de sus palabras. Una tonalidad que no admitía confusión alguna, pues incluso con esa amnesia selectiva no podría olvidarla aunque se lo propusiera. ¿Estaría volviéndose loco? Lo dudaba: no era sino otro recuerdo fragmentado, hecho pedazos, de un pasado que le resultaba esquivo y que no cesaba de atormentarle. No… aquello no era sino un simple recuerdo, de otro tiempo y en otro lugar, en el que al parecer había llegado a dudar de sí mismo.
Ni siquiera podía volver a su forma humana sin mayor padecimiento que el de la transformación; a cada ocasión en que su cuerpo cambiaba, su mente parecía dividirse y perder densidad, y graves azotes, que partían de las heridas de su cabeza y su espalda, surcaban la totalidad de su cuerpo. Ahogó el grito de dolor como mejor supo, mitigándose hasta el punto que fue un quedo quejido que escapó de sus labios. Abrió el ojo derecho, que no estaba descubierto, y la triste sombra de una sonrisa asomó a sus labios, mientras sus orbes, estuvieran ocultos o no, reverdecían.
Tampoco tenía nada que perder, pues su mente ya se hallaba demasiado débil para que el último bastión de serenidad se esfumara, así, sin más. No tenía nada que perder. ¿O sí? Hizo un gran esfuerzo para que su voz no sonara demasiado afectada.
– Perdona mi arrogancia, bella Sérène… no es fácil vivir con una mente hecha trizas y un cuerpo que aguanta torturas que no dejan huella, o al menos la mayoría de ellas –cogió aire con languidez y suspiró–. No soy sino un monstruo que se ha enfrentado a las cadenas de su destino, y terminó con dos agujeros de balas de plata. Ni siquiera debería de estar vivo…
Mucho se temía que comenzaba a hacerse tarde, y sabía que no podría disfrutar mucho más de su compañía.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Sérène se reprendió a sí misma por comportarse de igual modo que lo haría una adolescente: como si no tuviera autoestima y saliera al ataque cuando alguien le hacía ver que realmente no la tenía; como si todos tuvieran que depender de ella para seguir adelante con sus vidas; como si pretendiera ser el centro de atención. Ella no era así, impulsiva tal vez pero no egocéntrica. Seguía mirando la simpleza de su manicura, centrándose en algo monótono y carente de emoción, mientras cogía aire y lo dejaba escapar poco a poco; cambiando así su estado anímico, deshaciéndose de los sentimientos negativos que habían florecido de la nada y la hacían tan susceptible.
Instantes después, la hechicera percibió que Noah se movía. Subió la mirada extrañada, encontrándose con la expresión agriada del pálido hombre; los ojos cerrados, la mano apretada contra la cabeza, el desagradable chirrido al apretar la mandíbula, el cuerpo tenso… todo su ser proclamaba por el dolor que sentía. El lastimero quejido indicó el principio del fin de tan doloroso padecimiento. El actor la miró mientras sus ojos volvían a su color madreselva original, sonriendo con desánimo.
–Noah… –Susurró, preocupada ante tal súbito ataque. No osó moverse por sí causaba más mal que bien mientras la impotencia aguijoneaba su pecho. Las palabras que siguieron no hicieron más que clavar ese aguijón en el corazón de la mujer–. No eres un monstruo… –El resto de la frase voló con sus pensamientos, no creía que las palabras que había estado a punto de pronunciar fueran bien recibidas por el licántropo, así que cambió de estrategia–. Son palabras salidas del dolor y el cansancio… dormir en una cama cómoda y un buen baño hará que veas la situación con otra perspectiva, ya lo verás.
Sérène rodeó sus hombros desnudos y lo abrazó con fuerza, segura que Noah necesitaba un gesto amable para variar. El pobre tenía que sentirse tan solo y perdido… Sin pretender incomodar al hombre lobo, rompió el abrazo. Había escuchado casos en los que el amnésico cambiaba totalmente de actitud y carácter respecto a su “yo” del pasado; alguien que había sido una persona rancia, incapaz de sonreír ni mostrar cariño, después del incidente se mostraba abierta, afable y afectiva. Tenía un recuerdo de Noah juguetón, coqueto y bromista sin embargo no sabía cómo iba a reaccionar aquel Noah con los mismos estímulos; era otra de las nuevas preocupaciones de la hechicera.
Se levantó despacio, ayudándose de la pared que tenía al lado para sostenerse. Nada le importó que el vestido estuviera arrugado y sucio, por lo que ni se molestó en arreglárselo, ya lo lavaría cuando estuviera hospedada en el motel de las afueras. La luz de la mañana iluminaba con fuerza toda la habitación, sus pocas pertenencias permanecían esparcidas por el rincón, las hierbas maltrechas aparatadas del resto, el cuenco donde había hecho la pasta yacía a sus pies, decidió que lo recogería después. Se movió, cuidando de no golpear el mortero, situándose frente a Noah, mirándole a los ojos mientras le ofrecía la mano para ayudarle a que se levantara, sonriéndole. Era hora de irse.
Instantes después, la hechicera percibió que Noah se movía. Subió la mirada extrañada, encontrándose con la expresión agriada del pálido hombre; los ojos cerrados, la mano apretada contra la cabeza, el desagradable chirrido al apretar la mandíbula, el cuerpo tenso… todo su ser proclamaba por el dolor que sentía. El lastimero quejido indicó el principio del fin de tan doloroso padecimiento. El actor la miró mientras sus ojos volvían a su color madreselva original, sonriendo con desánimo.
–Noah… –Susurró, preocupada ante tal súbito ataque. No osó moverse por sí causaba más mal que bien mientras la impotencia aguijoneaba su pecho. Las palabras que siguieron no hicieron más que clavar ese aguijón en el corazón de la mujer–. No eres un monstruo… –El resto de la frase voló con sus pensamientos, no creía que las palabras que había estado a punto de pronunciar fueran bien recibidas por el licántropo, así que cambió de estrategia–. Son palabras salidas del dolor y el cansancio… dormir en una cama cómoda y un buen baño hará que veas la situación con otra perspectiva, ya lo verás.
Sérène rodeó sus hombros desnudos y lo abrazó con fuerza, segura que Noah necesitaba un gesto amable para variar. El pobre tenía que sentirse tan solo y perdido… Sin pretender incomodar al hombre lobo, rompió el abrazo. Había escuchado casos en los que el amnésico cambiaba totalmente de actitud y carácter respecto a su “yo” del pasado; alguien que había sido una persona rancia, incapaz de sonreír ni mostrar cariño, después del incidente se mostraba abierta, afable y afectiva. Tenía un recuerdo de Noah juguetón, coqueto y bromista sin embargo no sabía cómo iba a reaccionar aquel Noah con los mismos estímulos; era otra de las nuevas preocupaciones de la hechicera.
Se levantó despacio, ayudándose de la pared que tenía al lado para sostenerse. Nada le importó que el vestido estuviera arrugado y sucio, por lo que ni se molestó en arreglárselo, ya lo lavaría cuando estuviera hospedada en el motel de las afueras. La luz de la mañana iluminaba con fuerza toda la habitación, sus pocas pertenencias permanecían esparcidas por el rincón, las hierbas maltrechas aparatadas del resto, el cuenco donde había hecho la pasta yacía a sus pies, decidió que lo recogería después. Se movió, cuidando de no golpear el mortero, situándose frente a Noah, mirándole a los ojos mientras le ofrecía la mano para ayudarle a que se levantara, sonriéndole. Era hora de irse.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
La preocupación en aquellos ojos plomizos era más que palpable, y el darse cuenta de haber dejado ver semejante debilidad, le hizo sentirse frágil y vulnerable. Tenía que admitir que no era la viva imagen del honor y la valentía, quizás en otro lugar y en otro tiempo, pero le resultaba difícil sentirse cómodo hacer que buena gente como Sérène se inquietaran por sujetos como él. Cuánto anhelaba poder ser para otros un resistente tablón de madera, que flotara a la deriva de un mar de incertidumbre…
Desconocía qué era lo que más le escamaba: si la imagen de frágil delicadeza cuando le sobrevenían esos achaques, derivados de su mente y alma fragmentada, o la impotencia que sentía ante la incapacidad de poder domeñar a su antojo la laguna de sus recuerdos. En cualquier caso, aquél bloqueo se hacía presente en su actitud y en su mirada... y no siempre era algo que fuera bien recibido.
Escuchar ese sincero susurro alcanzó un punto situado en lo más profundo de su ser, avivando algo que creía muerto –y desde hacía un buen tiempo, según los escritos de su antiguo ser le habían revelado–. Aquella joven caperucita extraviada, salida del frío y de la nieve, había conseguido renovar la poca esperanza que le quedaba ya de obtener una segunda oportunidad. Quizás no estaba del todo perdido. Y a pesar que su apariencia física, o su personalidad, fueran las propias de un monstruo, sin duda alguna contaba con alguien que podía ver más allá de la superficie del iceberg que era su condición.
La hechicera tenía razón… a medias. El dolor no le afectaba del mismo modo que a otros seres, y el cansancio tendía a ser una molestia menor. Pero sí era imperativo que se tomara un descanso mínimamente decente. Incluso los licántropos tenían límites de resistencia, aunque se las dieran de incansables e infatigables.
Entonces, sintió la calidez de un abrazo tan humano y cándido que apenas tuvo tiempo de reaccionar. Inconscientemente, una lágrima había comenzado a asomarse en su ojo derecho, y ya había alzado los brazos para responder a tan agradable gesto, cuando ella cedió en semejante acto. Se enjugó la lágrima que amenazaba con recorrerle la mejilla, y arqueó una ceja en una clara señal de interrogación y disculpa. No cabía duda que la había ofendido, pese a que ella debía de ser consciente que aquél mimo no había sido en vano.
Observó en silencio cómo se levantaba, su rostro era una incógnita difícil de descifrar para él. La claridad del día ya acariciaba por completo toda la estancia, incluso su pálida piel. En cuanto ella se puso justo delante de él, conectando con sus ojos cenicientos a aquellas piedras refulgentes de vida, y le ofreció sonriente la mano, supo que ya habían sido demasiadas experiencias por ese día.
Aun así, él no podía darlo por terminado: sabía que no pasaría demasiado tiempo hasta que volviera al níveo bosque y consiguiera localizar nuevamente el noble animal caído de la joven, para intentar rastrear cualquier otro objeto que ella hubiera podido perder. No perdía nada por intentarlo, ya que temía, por la expresión que había lucido antes en el rostro de ella, que aún hubiera quedado atrás alguna posesión de la damisela.
Respondiéndole con una sonrisa, tomó la mano de la joven y se puso en pie, procurando no emplear ni una sola onza de su fuerza en tal acto. Con la mano libre se preocupó de dejar bien sujeta la capa, a modo de improvisando, para no avergonzar más a la joven. Soltó su mano con un delicado roce, debido a que no podría darle un abrazo en semejante escasez de prendas sin incomodarle, por muchas ganas que tuviera de responderle al gesto. Después, se separó, y se dispuso a recoger todas las pertenencias de la joven como mejor supo hacer.
– Gracias… por cuidar de mí… y por todo lo demás… –le dijo, sonriente, tendiéndole los objetos– ¿Te parece bien que nos viéramos… en mejores condiciones? Así podría agradecerte todo lo que has hecho hoy. Estarás de acuerdo en que te debo al menos un encuentro menos… movido y vergonzoso…
No pudo reprimir una leve risa, al tiempo que se preparaba a abandonar la cabaña del bosque y separarse por el momento de aquella cara conocida. Esta vez no se olvidaría de su nombre, sin importar lo que sucediera.
Desconocía qué era lo que más le escamaba: si la imagen de frágil delicadeza cuando le sobrevenían esos achaques, derivados de su mente y alma fragmentada, o la impotencia que sentía ante la incapacidad de poder domeñar a su antojo la laguna de sus recuerdos. En cualquier caso, aquél bloqueo se hacía presente en su actitud y en su mirada... y no siempre era algo que fuera bien recibido.
Escuchar ese sincero susurro alcanzó un punto situado en lo más profundo de su ser, avivando algo que creía muerto –y desde hacía un buen tiempo, según los escritos de su antiguo ser le habían revelado–. Aquella joven caperucita extraviada, salida del frío y de la nieve, había conseguido renovar la poca esperanza que le quedaba ya de obtener una segunda oportunidad. Quizás no estaba del todo perdido. Y a pesar que su apariencia física, o su personalidad, fueran las propias de un monstruo, sin duda alguna contaba con alguien que podía ver más allá de la superficie del iceberg que era su condición.
La hechicera tenía razón… a medias. El dolor no le afectaba del mismo modo que a otros seres, y el cansancio tendía a ser una molestia menor. Pero sí era imperativo que se tomara un descanso mínimamente decente. Incluso los licántropos tenían límites de resistencia, aunque se las dieran de incansables e infatigables.
Entonces, sintió la calidez de un abrazo tan humano y cándido que apenas tuvo tiempo de reaccionar. Inconscientemente, una lágrima había comenzado a asomarse en su ojo derecho, y ya había alzado los brazos para responder a tan agradable gesto, cuando ella cedió en semejante acto. Se enjugó la lágrima que amenazaba con recorrerle la mejilla, y arqueó una ceja en una clara señal de interrogación y disculpa. No cabía duda que la había ofendido, pese a que ella debía de ser consciente que aquél mimo no había sido en vano.
Observó en silencio cómo se levantaba, su rostro era una incógnita difícil de descifrar para él. La claridad del día ya acariciaba por completo toda la estancia, incluso su pálida piel. En cuanto ella se puso justo delante de él, conectando con sus ojos cenicientos a aquellas piedras refulgentes de vida, y le ofreció sonriente la mano, supo que ya habían sido demasiadas experiencias por ese día.
Aun así, él no podía darlo por terminado: sabía que no pasaría demasiado tiempo hasta que volviera al níveo bosque y consiguiera localizar nuevamente el noble animal caído de la joven, para intentar rastrear cualquier otro objeto que ella hubiera podido perder. No perdía nada por intentarlo, ya que temía, por la expresión que había lucido antes en el rostro de ella, que aún hubiera quedado atrás alguna posesión de la damisela.
Respondiéndole con una sonrisa, tomó la mano de la joven y se puso en pie, procurando no emplear ni una sola onza de su fuerza en tal acto. Con la mano libre se preocupó de dejar bien sujeta la capa, a modo de improvisando, para no avergonzar más a la joven. Soltó su mano con un delicado roce, debido a que no podría darle un abrazo en semejante escasez de prendas sin incomodarle, por muchas ganas que tuviera de responderle al gesto. Después, se separó, y se dispuso a recoger todas las pertenencias de la joven como mejor supo hacer.
– Gracias… por cuidar de mí… y por todo lo demás… –le dijo, sonriente, tendiéndole los objetos– ¿Te parece bien que nos viéramos… en mejores condiciones? Así podría agradecerte todo lo que has hecho hoy. Estarás de acuerdo en que te debo al menos un encuentro menos… movido y vergonzoso…
No pudo reprimir una leve risa, al tiempo que se preparaba a abandonar la cabaña del bosque y separarse por el momento de aquella cara conocida. Esta vez no se olvidaría de su nombre, sin importar lo que sucediera.
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Amistades peligrosas
Con una sonrisa, Noah parecía revivir. Sus ojos del color de las hojas en verano parecían recobrar algo de vida con aquel sencillo y hermoso gesto. Es tan fácil sonreír cuando la vida te es favorable y tan difícil cuando te vuelve la espalda… Si en otra época el hombre fue tan reservado, Sérène lo desconocía, más la apenaba que aquel ser gentil y atractivo se mostrara la mayor parte del tiempo mustio y taciturno, parecía que la vida carecía de sentido para él, que únicamente siguiera adelante por instinto. Claro tonta... no recuerda nada... ¿cómo pretendes que quiera seguir como sí nada? Se reprendió a sí misma. Y aún así era una lástima... ella había conocido la parte divertida del licántropo, aquella que ahora esperaba dormida en algún recodo de su corazón.
Las preguntas comenzaban a aglomerarse peligrosamente en su insolente lengua, aún siendo consciente que no debía pedir más explicaciones por el momento. Ambos debían reflexionar, sobre todo ella. El plan que ya formaba parte de su subconsciente necesitaba más conocimientos sobre sí misma y sobre sus habilidades; lo que pretendía podía llevarla a una rápida inconsciencia si no iba con el debido cuidado y respeto hacia la magia; ya se había arriesgado suficiente aquella noche utilizando dos de sus más poderosos dones, y en consecuencia, quedándose dormida a la mínima que pudo relajarse.
Le agradó el cálido contacto de la mano de Noah en comparación con la suya propia; solía tener las manos y los pies fríos, ya fuera verano o invierno, así que no era ningún signo alarmante para ella. Cuando quiso darse cuenta de las intenciones de Noah, éste ya estaba sobre sus pertenencias, guardando cuidadosamente sus plantas y herramientas en los bolsillos indicados; era buena señal pues al menos la memoria a corto plazo se conservaba intacta.
Rió suavemente ante el comentario del hombre lobo, al tiempo que recogía las alforjas que él le devolvía. ¿Cuidar de él? Más bien había sido al revés... Dónde estaría en aquellos momentos de no ser por el licántropo, la verdad era que prefería no imaginárselo demasiado, más aún teniendo asuntos de más importancia que debía atender lo antes posible.
–Apuesto que sabrás encontrarme... –Dijo haciendo referencia a su fino olfato, propio de los seres de la noche– o tal vez sea yo la que te encuentre...
Con las pertenencias sobre un hombro, abrió la puerta de la caseta. La luz del día la cegó brevemente, tuvo que achicar los ojos hasta que se acostumbró a no estar resguardada en el interior del refugio. Se giró, mirando por última vez en aquel día el interior de la austera cabaña y a Noah. Se despidió de él sonriéndole nuevamente, deseándole lo mejor, pidiéndole sin palabras que se cuidara, que no perdiera la esperanza en recuperar lo que era suyo. Por último, inclinó la cabeza sin apartar la mirada de aquellos penetrantes ojos esmeraldas, se volvió y comenzó a caminar por el bosque atravesando los pocos árboles que los separaban del camino hacia París.
Por un momento pensó en dar media vuelta y buscar el lugar donde cayó la yegua, con la esperanza de encontrar la bolsa de viaje donde guardaba otro vestido, algo de comer y el resto del dinero; no era buena idea y lo sabía, pero aún así se resistía a dejar aquello tirado en mitad del camino, seguramente sepultado por la nieve. Con el ánimo cansado, decidió seguir la ruta hasta llegar a la hermosa ciudad, encontrar el motel dónde se había hospedado la vez anterior y descansar. Despacio andaba, recortando poco a poco la distancia que le separaba de su destino, mientras su figura se perdía en la lejanía del paisaje.
Las preguntas comenzaban a aglomerarse peligrosamente en su insolente lengua, aún siendo consciente que no debía pedir más explicaciones por el momento. Ambos debían reflexionar, sobre todo ella. El plan que ya formaba parte de su subconsciente necesitaba más conocimientos sobre sí misma y sobre sus habilidades; lo que pretendía podía llevarla a una rápida inconsciencia si no iba con el debido cuidado y respeto hacia la magia; ya se había arriesgado suficiente aquella noche utilizando dos de sus más poderosos dones, y en consecuencia, quedándose dormida a la mínima que pudo relajarse.
Le agradó el cálido contacto de la mano de Noah en comparación con la suya propia; solía tener las manos y los pies fríos, ya fuera verano o invierno, así que no era ningún signo alarmante para ella. Cuando quiso darse cuenta de las intenciones de Noah, éste ya estaba sobre sus pertenencias, guardando cuidadosamente sus plantas y herramientas en los bolsillos indicados; era buena señal pues al menos la memoria a corto plazo se conservaba intacta.
Rió suavemente ante el comentario del hombre lobo, al tiempo que recogía las alforjas que él le devolvía. ¿Cuidar de él? Más bien había sido al revés... Dónde estaría en aquellos momentos de no ser por el licántropo, la verdad era que prefería no imaginárselo demasiado, más aún teniendo asuntos de más importancia que debía atender lo antes posible.
–Apuesto que sabrás encontrarme... –Dijo haciendo referencia a su fino olfato, propio de los seres de la noche– o tal vez sea yo la que te encuentre...
Con las pertenencias sobre un hombro, abrió la puerta de la caseta. La luz del día la cegó brevemente, tuvo que achicar los ojos hasta que se acostumbró a no estar resguardada en el interior del refugio. Se giró, mirando por última vez en aquel día el interior de la austera cabaña y a Noah. Se despidió de él sonriéndole nuevamente, deseándole lo mejor, pidiéndole sin palabras que se cuidara, que no perdiera la esperanza en recuperar lo que era suyo. Por último, inclinó la cabeza sin apartar la mirada de aquellos penetrantes ojos esmeraldas, se volvió y comenzó a caminar por el bosque atravesando los pocos árboles que los separaban del camino hacia París.
Por un momento pensó en dar media vuelta y buscar el lugar donde cayó la yegua, con la esperanza de encontrar la bolsa de viaje donde guardaba otro vestido, algo de comer y el resto del dinero; no era buena idea y lo sabía, pero aún así se resistía a dejar aquello tirado en mitad del camino, seguramente sepultado por la nieve. Con el ánimo cansado, decidió seguir la ruta hasta llegar a la hermosa ciudad, encontrar el motel dónde se había hospedado la vez anterior y descansar. Despacio andaba, recortando poco a poco la distancia que le separaba de su destino, mientras su figura se perdía en la lejanía del paisaje.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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