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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Odette Demouy Sáb Sep 07, 2013 9:48 pm

La chocante luz inundó de improviso la habitación haciendo que la mujer gimiera y se retorciera buscando que la frazada se convirtiera en un escudo entre ella y la luz del día. – Buenos días Madame. -   la voz suave y melodiosa de una de las mucamas se abrió paso por su adormecido cerebro. Con lentitud descubrió uno de los ojos para poder mirarle. La mujer recorría la habitación recogiendo la ropa regada y organizando un poco el desorden que tenia de la noche anterior. –  Es una mañana hermosa, ya tengo el agua caliente para su baño y el desayuno estará listo en cuestión de minutos – el ojo desapareció nuevamente bajo el enredo de tela y solo un gruñido respondió desde debajo de éste. La mucama sonrió, recogió la botella de vino vacía y salió de la habitación.

Odette demoró algunos minutos más enfurruñada y escondida en su cama antes de decidirse a levantarse. Un impulso impropio había ocasionado que se bebiera, en soleada, aquella botella de vino. El resultado había sido una inmensa tristeza, una dama de alta cuna llorosa y ebria siendo consolada por su ama de llaves y una jaqueca indecible esa mañana. No podía permitirse semejantes comportamientos, menos aún siendo ella la primera detractora de las sustancias que obnubilaban la mente. Además odiaba dar pie para que la servidumbre hablara a sus espaldas. Tenía la garganta seca y un constante palpitar en su cabeza que le impedían actuar con la rapidez habitual. Lentamente se calzó el camisón pesado y se dirigió al cuarto de baño donde, efectivamente, le esperaba una tina de agua caliente.

Los recuerdos se arremolinaban en su mente. Al parecer el licor no solo conseguía desvincular de la realidad, sino que tenía otro desagradable efecto: le hacía recordar aquello que no deseaba recordar. El agua caliente envolvía su cuerpo desnudo como una suave y placentera caricia. Permaneció allí hasta que el agua se enfrió por completo y la piel de sus dedos se arrugó como la de una anciana. Entonces salió y se dirigió a su habitación donde la esperaba una bandeja con un completo desayuno. El solo olor bastó para que su estomago gimiera en protesta, por lo que tomó el zumo fresco y nada más. – Madame, se que usted prefiere escoger sus atuendos pero el día de hoy me he tonado la libertad de hacerlo por usted – sonaba más a una disculpa que a la confirmación de un hecho. Odette observó el conjunto color verde oscuro que esperaba listo sobre su cama, la cual estaba ahora hecha a la perfección. Un sentido agradecimiento emergió en su cerebro para con la chica sin embargo fue un simple asentimiento con la cabeza el que le ofreció. No era conocida precisamente por su extroversión para con sus criados por lo que la joven no lo tomó a pecho – Permítame – y con esto empezó a vestirla.
__________

Los últimos días habían resultado de lo más inquietantes. Hubiese querido acercarse hasta el calabozo para averiguar por la suerte del actor, pero reprimió este impulso al pensar en las consecuencias que podría tener sobre el apresado y sobre ella misma. En algún momento, mientras pensaba en él y en lo que le había revelado, cayó en cuenta de que, al final, no le prometió buscarla por lo que era posible que nunca se presentase. Trató de ocupar su tiempo ordenando en su propiedad, leyendo, aunque evitó a toda costa el libro por medio del cual se revelaban los oscuros secretos de la noche y sus criaturas, y comiendo. Al parecer su cocinera se encontraba enormemente agradecida por la liberación de su retoño y en compensación se esforzaba por preparaba las cenas más estrambóticas y variadas y los postres más deliciosos que hubiese comido nunca. Si ese comportamiento no se detenía tendría que hacer un cambio en su guardarropa debido a la ganancia de peso.

Se encontraba en una de las habitaciones de la primera planta  cuando escuchó el llamado inequívoco de la puerta principal.  Sus manos quedaron  inmóviles por un segundo sobre las flores que estaba acomodando mientras su estomago daba un vuelco por la anticipación “No seas tonta. Contrólate. Te estás comportando como una chiquilla” se amonestó mentalmente pero la aprehensión no cedió terreno.  El haberse alejado de Noah por esos días había tenido dos efectos: por un lado deseaba saber que estaba libre y bien y, si accedía a que le ayudara, no lo pensaría dos veces pero, por otro lado, su mente desfiguraba y conjeturaba toda clase de ideas perversas en cuanto al secreto que él poseía.

Escuchó como unos pasos se apresuraban a la puerta. De seguro se trataba de su mayordomo, aquel hombre de edad pulcro y correcto a quien no había que repartirle dos veces una orden. Hubiese querido abrir ella misma pero ese no era el comportamiento propio de una dama. Sus manos se alejaron del florero y se encontraba de pie, en silencio y perfectamente inmóvil, esperando a que su mayordomo acudiera a informarle si alguien le buscaba cuando el florero, sin que ella le tocase, se deslizó por la liza superficie en la que reposaba y fue a estrellarse estrepitosamente contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos con un fuerte sonido que fue secundado por el grito involuntario que escapó de los labios de la mujer.

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Lost memories [Noah Dómine] Empty Re: Lost memories [Noah Dómine]

Mensaje por Noah Dómine Miér Sep 11, 2013 3:05 pm

Sus últimas horas en el calabozo transcurrieron sin prisa pero sin pausa, sin nada destacable además del hecho que tuvo que superar varias rondas de interrogatorios sin que le tratasen con más crueldad de la que ya había sido víctima anteriormente. Debido a que no consiguieron identificarle, se habían demorado un poco más en dejarlo en libertad, pero tras analizar los motivos de su arresto, sólo podían tacharlo de comportamiento indebido en público.

Por eso mismo se tomaron la molestia de proporcionarle un humilde atuendo, para que al menos no siguiera metiéndose en líos.

Seguía indeciso acerca de qué rumbo debería tomar. Era su primer día de libertad desde su llegada a la ciudad, de modo que se hallaba desorientado y perdido. Apenas tenía esperanzas que pudiera hallar algún indicio, por remoto que fuera, que le pudiera ayudar a identificarse consigo mismo. Unos días atrás, una de las pocas cosas que recordaba era una cara exótica con rasgos silvestres, la cual no poseía nombre, pero ahora al menos poseía recuerdos de un nuevo rostro: una gentil damisela que se mostró amable con un completo  desconocido, alegando su comportamiento  al hecho de haberlo conocido muchos años antes.

No era fácil hacerse la idea de lo que él era. Por mucho que lo pensara, seguía resultando algo implausible, pero era la única forma de poder explicar sus extrañas capacidades. Pero recordaba lo sucedido durante su tortuosa captura, anterior a su estancia en el calabozo. Recuerdos fugaces y borrosos, pero aquella ira incontenible… eso sí que era difícil de olvidar.

Algo no estaba bien en su interior. Seguía un poco confuso y abrumado: faltaban piezas para que ese rompecabezas estuviera mínimamente montado. Se acercó las manos al rostro y las ahuecó al tiempo que respiraba, en un inconsciente y humano intento de proporcionar un poco más de calor a sus extremidades. A causa del frío olvidaba de nuevo que su cuerpo mantenía con mayor facilidad la temperatura.

Sin tener un lugar adónde dirigirse, aún consideraba que encontraría el modo de arreglárselas en aquél lugar. Sin embargo, recordaba la promesa reciente, y se sentía en deuda para con ella, de modo que preguntó a varias personas acerca de la dirección donde pudiera vivir la damisela y así devolverle el favor.

No hubo demasiada dificultad en llevar a cabo tal cometido, alcanzando una mansión que aparentaba ser algo modesta pero denotaba clase y estilo. Acercándose a la vivienda, fue flanqueado por un jardín hermoso pese a la nieve que ya había caído. Indeciso acerca de lo que iba a hacer, se esforzó en recordar la vehemencia con la que ella le había ofrecido asilo. Le debía al menos una declinación a tan altruista oferta. Sin mayor dilación, hizo sonar el timbre.

Escuchó, sin pretenderlo, cómo alguien se afanaba en llegar hasta la puerta. Un instante después de detenerse el ruido seco de los pasos, la puerta se abrió y observó a un hombre de edad ya avanzada que lo observó con detenimiento. Justo se iba a presentar, cuando al hombre, que entendió que sería el mayordomo de tan noble dama, le hizo pasar. Según le contó, le habían estado esperando y había llegado en el momento oportuno, lo cual dejó muy  confuso a Noah mientras era guiado a una habitación lateral.

Entonces se escuchó un fuerte ruido proveniente del primer piso, como si un objeto se hiciera añicos al caer al suelo. El mayordomo suspiró con preocupación, negó con la cabeza y le indicó que se diera prisa en cambiarse, que avisaría a la ama para informarle que había llegado el nuevo sirviente.

Le dejó sólo en la habitación, donde se hallaban varias prendas de ropa. Atónito, comprendió que lo habían confundido por un nuevo sirviente, pero tampoco halló el modo de poder hacerle saber que se equivocaba de persona. Había sucedido todo tan rápido…
Suspiró, considerando que esperaría a poder hablar con Odette para que se aclarase todo el malentendido. Tampoco tenía más opción, así que se vistió con una camisa blanca y pantalones oscuros, además de atarse la corbata negra que le facilitaron como uniforme.

Recién se estaba acabando de vestir cuando otro sirviente regresó, le aconsejó mantener las formas y no mirar a la ama directamente a los ojos si quería durar ahí, no importara lo que sucediera. Le proporcionó un recogedor y una escoba, y le instó a que se dirigiera a lo aposentos de la ama, ya que según había informado el mayordomo, un objeto se había hecho pedazos y se requería de la limpieza y retirada de sus porciones. El mismo sirviente lo escoltó hasta la misma puerta, que se hallaba entreabierta, pero aún estaban ambos fuera del alcance de la vista de su moradora.

«Quizás me he equivocado de casa. Sí… sería lo más lógico, ¿no?», pensaba para sus adentros. No tenía forma de haberlo corroborado hasta ahora, pero tampoco se le permitía mirarla o dirigirse a ella excepto si ella así lo quería.

Sintiéndose vulgar e insignificante, aunque no por ello ignorante del comportamiento de la servidumbre o de las etiquetas, golpeó con sus nudillos en la puerta.

Mis más sinceras disculpas por la tardanza, mi señora –murmuró haciendo una reverencia, antes de entrar tímidamente en la habitación para realizar la tarea que le habían encomendado.

Sabía que estaba ahí, pero no la podía mirar, de modo comenzó a recoger los fragmentos rotos del florero, el causante de aquél alboroto de antes, y así evitar que nadie pudiera lastimarse.


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Mensaje por Odette Demouy Dom Sep 15, 2013 6:36 pm


La mujer se encontraba parada mirando hacia afuera por la una de las ventanas de la estancia. Sus manos temblaban ligeramente y su rostro se encontraba un poco congestionado por las lágrimas derramadas. Odiaba no poder sentirse segura en su propio hogar y detestaba que ocurrieran cosas que sabía que no tenían explicación pero para las cuales igual tenía que creer que algo lógico ocurría, so pena de enloquecer. Aunque la reacción natural hubiese sido abandonar la habitación, había permanecido en ella, consciente de que desplazarse no ayudaría ni solucionaría su problema. El suelo estaba salpicado por fragmentos de vidrio, agua y flores. Cada vez que caminaba pisaba algún trozo de vidrio por lo que decidió que lo mejor sería quedarse quieta y esperar  hasta que alguien fuese a limpiar el desorden. No creía necesario avisar, el estruendo había sido lo suficientemente fuerte como para que la servidumbre le escuchara.

Sus ojos claros vagaban por el jardín trasero el cual ahora se veía apagado y sin vida gracias al invierno. Pronto la nieve cubriría por completo el lugar convirtiéndolo en un lienzo blanco e inmaculado que esperaba por el color que traía consigo la llegada de la primavera. La desilusión de que nadie le hubiese avisado sobre la llegada de un visitante se sumaba a la impresión sufrida minutos antes. Su estado de ánimo estaba bastante apaleado y su cabeza no había dejado de retumbar. Tal vez lo mejor sería dar la jornada por terminada, aunque aún no fuese ni el medio día. Después de todo nadie se atrevería a reprocharle el regresar a la cama, al menos no en su cara. Nunca imagino que intentar retornar a una vida normal fuese tan condenadamente complicado. Cada vez que sentía que había podido tomar una bocanada de oxigeno ocurría algo que la llevaba de nuevo hasta el fondo. – Maldito y Re-maldito seas ¿Por qué no me dejas en paz de una vez? ¿No tuviste suficiente con arruinarme cuando estabas con vida? – las enojadas palabras salieron de su boca en un tono tan bajito que solo quien estuviese muy cerca podría llegar a oírlas. Luego el enojo dejó paso a la preocupación. Soltó una risita nerviosa. Era una locura, ahora estaba hablándole al aire. – Suficiente – escuchó decir en su mente. No se podía permitir perder los estribos solo por la caída de un estúpido jarrón. Seguramente ella misma le había tirado, tal vez con algún pliegue se su falda sin darse cuenta.

La puerta se abrió ligeramente y los pasos lentos pero firmes le anunciaron que el intruso no era nada más que su mayordomo – Madame, acaba de llegar el nuevo sirviente. Se está calzando el uniforme en estos momentos y se integrará  las tareas de la mansión no bien este listo – el hombre recorrió la habitación con los ojos para luego posarlos en la espalda de su ama quien permaneció mirando por la ventana. A pesar del carácter de la mujer él la tenía en alta estima y le preocupa su bienestar, tanto físico como mental. Las cosas en la mansión nunca habían ido bien para ella, ni cuando el amo vivía ni ahora. En realidad el hombre se preguntaba cómo podía alguien tan joven cargar con tal fardo de mala suerte. - ¿Se encuentra usted bien Madame? – preguntó al notar como la mano de la mujer temblaba – Si, estoy bien. Por favor encargase de que el recién llegado comprenda a fondo sus tareas…. Podría empezar por arreglar este desorden – su voz recobro la fuerza a medida que hablaba pero aun así no voltio a mirar – Como ordenéis, Madame – y diciendo esto el hombre abandonó la habitación dejando la puerta entreabierta.

La mente de Odette vagaba entre sus recuerdos cuando escuchó como alguien golpeaba con los nudillos. El murmullo que siguió correspondía a una voz masculina pero ella no se dignó a contestarle con palabras. Tan solo asintió con la cabeza y continuó mirando a través de la ventana mientras escuchaba como empezaban a ser recogido lo que hubiese sido un hermoso florero. Debia retornar a la realidad y tenía que volver y observar al menos al nuevo sirviente. Una idea la asaltó. No era una época en la que se consiguiesen flores con facilidad y no quería que las pocas que permanecían esparcidas por el suelo, y que habían resultado en extremo costosas, terminaran en la basura por no tomarse la molestia de impartir una orden. Suspirando se alejo de la ventana, el jardín y sus recuerdos – Cuidado con las flores, no quiero que se estropeen – alcanzó a decir antes de observar al hombre que se encontraba haciendo la tarea.

Su silueta le resultó muy familiar de inmediato pero su cerebro tardó un par de segundos antes de asociarle con un nombre. Entonces se llevó la mano a la boca sorprendida - ¿Noah? – preguntó atónita esperando que le mirara y confirmara así su identidad. Se alejó de la ventana con paso indeciso, acercándose al lugar donde él hombre estaba y sintiendo como su sospecha se transformaba rápidamente en un hecho - ¿Qué haces vestido de esa forma? – soltó la pregunta antes de detenerse a pensarla. Entonces la emoción de que él realmente estuviese en su casa la embargo. Quería preguntarle cómo estaba y hacia cuanto tiempo le habían soltado. Quería decirle lo feliz que estaba de verle, de saber que estaba bien, de que hubiese cumplido una promesa que no había hecho en realidad, de lo mucho que le había pensado y de que estaba en sus oraciones – Pensé que nunca vendrías – sin embargo eso fue todo lo que escapó de sus labios antes de desplomarse en el sillón más cercano. Enterrando el rostro entre las mano se echo a llorar como un chiquilla mientras los sentimientos por todo lo ocurrido salían a flote.


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Mensaje por Noah Dómine Miér Sep 18, 2013 1:56 pm

Con cierto método y minuciosidad, fue recogiendo los fragmentos rotos de lo que suponía que era un caro florero, ayudándose de la escoba y procurando que no quedara ni la más mínima porción olvidada en el suelo, dejando después el recogedor en un lado donde no molestara por el momento. Con especial cuidado había cogido las flores, cuyo aroma resultaba más que agradable incluso para su tan característico aguzado olfato. Con uno de los varios pañuelos que se le habían proporcionado, aseguró los tallos de las flores, mientras que con un trapo fue limpiando todos los fluidos que se habían desperdiciado.

Cuando el ama se dirigió a él, su voz le pareció firme pero un poco titubeante. Ni él mismo sabía muy bien cómo interpretar eso, ya que era bien sabido que habían flaquezas que era mejor que no se entrevieran por la servidumbre, o algunos podían incluso llegar a mirar a sus superiores con otros ojos. Claro que, cambiaba mucho el hecho de tener sirvientes de plena confianza… lo cual le llevó a pensar que era ridículo que lo hubieran confundido.

Entonces, inconscientemente, reparó en la voz. La tenía oída de otro sitio… ¿podría ser que…?

Pero no podía ser. Y aunque lo fuera, supuestamente no podía ser bueno para él que descubrieran tal error. Era evidente: ¿Quién, en su sano juicio, iba a pensar que él pudiera estar visitando a alguien de noble cuna? No tenía ningún sentido… y entonces, la Madame hizo una pregunta con un matiz de asombro, lo cual le confirmaba que efectivamente, se hallaba donde quería estar, si bien no esperaba que acabara viéndola así.

Tenía que admitir que resultaba un tanto denigrante incluso para alguien como él.

Aún así, decidió proseguir en su tarea, pues aunque ella no le hubiera dicho nada en absoluto, sería una verdadera tragedia que tan bellas flores se deslustraran y acabaran marchitándose. No pudo evitar azorarse en cuanto Odette –a quién todavía no se atrevía a mirar a la cara por si acaso– le inquirió acerca de sus vestimentas. Que ella actuara de esa forma sorprendida era señal que realmente había tenido lugar un enorme malentendido, y su mente ya estaba gestando alguna réplica inteligente pero llena de inocencia, para intentar hacerla sonreír, cuando escuchó como ella se dejó caer abatida en un cercano sillón. Y no parecía estar pasándolo precisamente bien por cómo ocultó el rostro y rompió a llorar.

Noah desconocía qué hacer, porque apenas tenía tiempo para poder pensar con claridad qué podía hacer a continuación. Optó por ocuparse primero de las flores, para que no se lastimaran y terminaran siendo un desperdicio. Echó un rápido vistazo a su alrededor y vio, para su fortuna, que había un jarroncillo de cristal con agua. Se levantó y se dirigió al ornamento, y con cuidado colocó todas las florecillas en él, procurando que estuvieran bien distribuidas y que no se aplastaran unas a otras; menos una, que la guardó en sus manos. Acababa de encontrarle un lugar mejor.

Hacía mucho tiempo que no había visto llorar a una mujer, ya fuera a lágrima viva o de forma más discreta, no eran precisamente el tipo de recuerdos de los que se podía llegar a sentir orgulloso. Cuando ya no se era humano, aunque costaba admitir la verdad, no solían verse muchas lágrimas de felicidad. Se acercó con calma hacia ella, arrodillándose ante la butaca donde se hallaba sollozando a joven, y con maña consiguió ponerle la flor en sus cabellos caoba, sin que quedaran enredados o dañasen la frágil decoración, o que ésta le lastimara su cabellera.

Te dije que vendría, ¿no? –le susurró con voz tranquilizadora–. Sea lo que sea lo que te haya hecho llorar, no será para tanto. ¿Te has cortado con el jarrón…?


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Mensaje por Odette Demouy Dom Sep 22, 2013 10:11 am


Se reprochó mentalmente tan bajo comportamiento. Una dama no debía perder el control de aquella manera en público. Y ella, en especial, trataba de no mostrarse débil ante los demás. Había aprendido que la mayoría de las personas recordaban las debilidades que les exponías solo para poder utilizarlas después contra ti. Pero la resaca y la incertidumbre de esos días se habrían abierto camino por entre la rigidez propia de su clase. Si no hubiese sido por el estúpido florero hubiese podido contenerse pero claro, tenía que suceder justo en ese momento. Ahora se sentía como una completa tonta mientras escuchaba como el actor se desplazaba por la habitación. Entreabrió dos de sus dedos para poder ver que se proponía y una sensación de gratitud la invadió al ver como él se encargaba primero de que las flores estuviesen a buen recaudo. Cubrió el ojo con rapidez al notar como él se aproximaba, arrodillándose frente a sí.

El sentir como el tallo de una de las flores era insertado en su cabellera le obligó a descubrir el rostro. – No, estoy bien – contestó sin necesitar revisar su piel para comprobarlo. No había tocado el jarrón por lo tanto no había razón alguna para sospechar que se hubiese cortado, eso, suponiendo que no sintiese el dolor de tal herida. Luego se limpió las lagrimas con el dorso de su mano – Debes pensar que soy una tonta – comentó con una risita suave y nerviosa. – Llorar por algo tan ínfimo – señaló con un gestó indiferente el lugar donde estuvieron los fragmentos de vidrio. – Tienes razón, no es para tanto. Oh, ¡Debo estar horrible! – gimió percatándose de lo congestionado que debía tener el rostro. Los ojos anegados en lágrimas y rojos, al igual que sus mejillas y la punta de su nariz. No era un aspecto que le gustase mostrar y menos al hombre que tenía en frente. – No era así como imaginaba nuestro reencuentro – confesó ofreciéndole una sonrisa de disculpas

En ese momento su mayordomo apareció en la puerta, seguramente dispuesto a reprender al nuevo empleado por demorarse en finalizar su tarea. Odette observó la expresión entre consternada y sorprendida del hombre al ver la escena. Hubiese querido reír pero eso solo la desprestigiaría más ante su servidumbre. En su lugar le lanzó el mayordomo una mirada dura que él comprendió al instante. Con una ligera inclinación se retiró en silencio cerrando la puerta tras de sí. Ella miró nuevamente a Noah – No entiendo muy bien cómo has terminado con ese uniforme y limpiando uno de mis desastres, espero me lo cuentes después – comentó una vez la puerta les aisló de oídos entrometidos. Entonces tomó la mano de Noah y se levantó, halándolo con suavidad para que él abandonara también aquella postura.

- ¿Hace cuento tiempo te permitieron salir? le preguntó olvidándose momentáneamente de todo lo que no estuviese relacionado con su visitante – ¿Estás bien? – se le veía bien, aunque ella hubiese preferido verlo en un traje elegante en lugar del uniforme que portaba en ese momento, pero bien sabia que los ropajes podían estar escondiendo toda serie de heridas, marcas y recuerdos de las torturas a las que fuera sometido en las mugrosas y ruines mazmorras. - ¿Dónde has estado? – recordó entonces el incidente en el calabozo y rió nuevamente, solo que esta vez estaba avergonzada – Lo siento, otra vez te ataco con preguntas… Debí empezar dándote la bienvenida así que – hizo una breve pausa en la cual se irguió retomando la postura rígida y propia – Bienvenido a mi humilde morada, Monsieur Dómine, espero la encuentre de su agrado ¿desea usted un té? No se preocupe, a pesar de su vestimenta no le solicitare que lo sirva usted mismo – bromeó sintiendo como el ambiente finalmente se relajaba un poco y como su estado de ánimo mejoraba aunque su dolor de cabeza no lo hiciere.


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Mensaje por Noah Dómine Dom Sep 29, 2013 1:38 pm

Aunque aún distara de aceptarse como licántropo que era, consideraba que todavía era demasiado pronto como para abusar de sus sobrehumanas particularidades. Por eso, en lugar de concentrarse en el olor del aire para detectar si su piel se había lastimado, prefería preguntarle directamente. Ya tendría ocasiones suficientes para poner en práctica todas sus anormales habilidades.

Observó con detenimiento los ojos de la joven, intentando adivinar si decía la verdad o no. Quizás se había lastimado mínimamente y no querría que se preocupara en exceso por ella… pero tras un segundo análisis breve decidió que aquello no tendría ningún sentido. Suspiró, aliviado, mientras ella recobraba la compostura y le quitaba importancia a lo sucedido. Entonces él se permitió el lujo de dedicarle una sincera y amplia sonrisa. No estaba horrible, en absoluto: todos teníamos momentos de flaquezas, incluido él.

Lamentablemente, no pudo alcanzar a responderle al comentario acerca del reencuentro, ya que la atención de Odette estaba centrando en algún punto detrás de él. No era completamente ingenuo, de modo que se imaginaba qué asuntos podrían haberla hecho descentrarse de la conversación y el reencuentro. El discreto sonido de la puerta cerrándose con suavidad confirmó sus teorías, al tiempo que se sentía ridículo y humillado. Menuda imagen más pésima tenía que estarle mostrando a aquella dama de alta cuna…

Una vez que él volvía a ser sólo para ella, pues ahora no les interrumpirían, su mano fue tomada por la de la joven mientras ella se levantaba, al tiempo que le obligaba, discretamente, a adoptar una postura no tan incómoda. Tan buen punto ambos estuvieron de pie, su huésped ya comenzaba a interrogarle de nuevo, sin pausas y casi de forma atropellada. Al final iba a lamentar de veras no haberles pedido a sus captores un látigo o una fusta de madera de nogal…

Tal idea le hizo sobrevenir una carcajada vacía de malas intenciones, en armonía con aquella risa femenina ligeramente avergonzada. Sencillamente, debía de tratarse de algo que no podía evitar y que salía a flote de forma inconsciente. Eso no evitaba que, en silencio, se preguntara qué podía haberla llevado a semejante desliz; es decir, en aquellas disculpas improvisadas. Allí debía de haber gato encerrado, pero sabía que no eran asuntos de su incumbencia: cada cual llevaba su vida como le placía o, en la mayoría de los casos, como les era posible.

Gracias por este recibimiento, Mademoiselle. Me encantaría un té, aunque decida acompañar tal ofrecimiento con aún más preguntas –rió con complicidad–. No le sabría decir muy bien qué ha sucedido, supongo que no debía ofrecer una estampa muy digna con los ropajes con los que vine… pero, como alguien de palabra, decidí acercarme a hacerle una visita nada más me liberaron del cautiverio. Ni siquiera he podido indagar acerca de si alguien tiene algunas de mis antiguas pertenencias… consideré que era más importante venir a verla y agradecerle el trato que me profesó.

Aprovechando que, aun estando de pie, ella tenía su mano tomada, le hizo una reverencia y, acercando la mano ajena, sujetada por la propia, a sus labios, depositó un sutil beso en el dorso de tan delicada extremidad.


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Lost memories [Noah Dómine] Empty Re: Lost memories [Noah Dómine]

Mensaje por Odette Demouy Dom Oct 06, 2013 4:55 pm


– ¡Oh! Creo que esa es una de las pocas cosas que puedo asegurarle en este momento… vendrán más preguntas – bromeó sonriente para luego escucharlo y observar complacida el caballeroso gesto. La piel de él se encontraba caliente, tal vez un poco más de lo normal. Mentalmente se pregunto si no estaría enfermo, tal vez una fiebre pasajera, pero luego recordó que no se encontraba frente a un humano. Qué extraña situación. La lógica se resistía aún a asimilar que de ahora en más tendría que considera otros peligros además de los ladrones de los barrios pobres y los abogados. La visión de sus manos unidas le reconfortaba. Por mucho que quisiera negarlo ella también necesitaba de la tranquilizadora sensación de un toque desinteresado. Había estado mucho tiempo sola y otro tanto muy mal acompañada.

– Me alegra mucho que estés aquí pero por favor, olvídate de todo agradecimiento, no me debes nada en absoluto – “por mostrar un poco de compasión” las últimas palabras las guardó para sí. No estaba muy segura de recordar el temperamento del actor y lo último que deseaba era molestarlo. Muchos hombres, y mujeres, consideraban el infundir compasión como algo negativo. Ella no lo veía así pero igual no valía la pena arriesgarse. No había nada más sensible que el orgullo. Se sentía reacia a abandonar el contacto con él pero debía hacerlo tarde o temprano, así que con delicadeza zafó su mano del agarre. Luego se dirigió a una de las esquinas de la estancia donde reposaba una mesa con una campanilla de plata. Tomándola entre sus dedos la agitó consiguiendo un sonido alto y fino. – Por cierto, la oferta que hice en el calabozo sigue en pie. Las puertas de mi casa están abiertas, el tiempo que sea necesario. Creo recordar, además, que hay algunos trajes guardados que te sentarían a la perfección. Si lo deseas puedo hacer que dispongan de ellos  – ¿Aceptaría tal oferta? No estaba segura de cómo interpretar sus palabras. Prácticamente podría dar por hecho que había salido del calabozo con apenas harapos, por lo que el uniforme que ahora portaba habría mejorado la situación. Sin embargo lo que le ofrecía era mucho más que eso. Se trataban de los trajes de su ex - marido y le bastaría con vender uno solo de esos ostentosos monumentos al ego masculino para dormir y comer una semana entera en condiciones nada deplorables.

No alcanzó ella a retornar hasta donde Noah estaba cuando la puerta se abrió dando paso a la rígida figura de su mayordomo. Al parecer el hombre no se había alejado demasiado de la habitación. Aquel gesto podría ser visto desde dos perspectivas: o quiso estar cerca para ayudarle, desconfiando del hombre que la acompañaba, o estaba husmeando a hurtadillas. La morena prefería pensar que se trataba de la primera opción pero no había manera de asegurarse en ese momento.

- ¿Me llamó, Madame? -
– Si, mi invitado y yo deseamos tomar un poco de té. Que preparen también algunos bocadillos y … - los ojos de Odette volaron por la habitación como decidiendo el mejor lugar para ubicarse – pensándolo mejor creo que nos ubicaremos en el salón. Que lleven todo allá. – el hombre abrió ligeramente los ojos al escucharle referirse como “invitado” a quien él creía se trataba de un joven cualquiera en busca de un empleo.

– Como ordene, Madame – contestó pero en lugar de retirarse permaneció de pie, ligeramente alejado pero mirándoles de frente. – ¿Ocurre algo? –   preguntó intrigada ante tan inusual comportamiento  – No tenía idea de que se trataba de un invitado suyo, Madame, le pido me disculpe… y usted Monsieur, ha sido una terrible equivocación de mi parte – los colores ascendieron al rostro del mayordomo quien ahora miraba alternativamente a la mujer, al hombre y al suelo.

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Lost memories [Noah Dómine] Empty Re: Lost memories [Noah Dómine]

Mensaje por Noah Dómine Lun Oct 14, 2013 6:36 pm

El hecho de albergar tan pocos recuerdos de su persona –o casi ninguno, a decir verdad– no era algo que repercutiera negativamente en las preguntas que le hicieran. Tal vez lo que le pasaba era que se podía llegar a sentir muy frustrado por no tener respuesta a según qué preguntas le hicieran. Tampoco es que tuviera demasiadas esperanzas de poder recobrar algún día los recuerdos que le habían arrebatado, pues según le había dicho en los calabozos un guarda compasivo, a veces era tan sólo cuestión de tiempo que la mente volviera a juntar aquello que había perdido.

La dama insistía en que no tenía motivos para estarle agradecido, y aunque él pensase todo lo contrario, quedaba bien clara cuál era su posición. Desconocía los motivos por los que ella se había visto obligada a comportarse de tal modo con alguien como él, más aún si se tenía presente el hecho que él apenas mantenía recuerdos de ella hasta hacía unas pocas noches. Pero... ¿y ella? ¿Lo habría conocido años atrás o simplemente habría sido un simple vistazo? Si meditaba sobre ello, creía que incluso él estaría algo molesto por el hecho que se olvidaran de uno… incluso él sería presa de un fácil desasosiego. Por eso, en su interior se preguntaba si el titubeo que creía estar atisbando en ella, cuando se desprendió del contacto, se debía a semejantes emociones enfrentadas.

Todavía seguía sorprendiéndose de lo molesto que podía llegar a ser soportar ruidos tan mundanos y normales como el de aquella aguda campanilla de plata. Fingió que el tono penetrante no le había hecho mella alguna, mientras el sobresalto dio lentamente paso a la sorpresa. ¿Acababa de escuchar lo que le había parecido escuchar? Mentalmente se agitó las orejas, como si pretendiera desatascarlas de fuera lo que fuese que estuvieran obstruyéndolas. Recordaba perfectamente que se lo había ofrecido, pero como se decía comúnmente, del dicho al trecho… si bien había mucha diferencia al momento y situación donde se dijera.

No era que la oferta no le resultase tentadora, pero al mismo tiempo le causaba ciertas dudas. Le resultaba muy… inquietante, que la joven Odette dispusiera de atuendos que le pudieran sentar bien. A decir verdad, la mera tarea de intentar averiguar cómo podría hacer tale suposiciones, hacían que no se estuviera encontrando demasiado bien, sensación que iba en aumento por momentos.

Casi prefería probar suerte en las calles con los harapos que le habían prestado. En su condición actual, como las autoridades le detuvieran para preguntarle por ropajes de tanta calidad cuando el resto de su estampa era deplorable, no sonaría muy convincente si les confesara la verdad.

Oír la mención de la taza de té le hizo volver a la realidad, pero ya había comenzado a tener sudores fríos. Resultaba muy fácil caer en la confusión y la paranoia ante cada amable gesto de otros individuos al padecer de una falta tan grave de memoria…

No fue consciente que con tantas tribulaciones se le habían subido los colores al rostro. Y para colmo, el propio mayordomo reconocía el error que habían cometido, lo cual causó que Noah se sintiera todavía más culpable; era casi como si su presencia no hubiera sido bienvenida, pero no en ese sentido estricto de la palabra. Quizás no debería de haberse presentado tan pronto. Quizás tendría que haber indagado un poco más acerca de su pasado y haber vuelto con mayor dignidad a verla, aun renegando de su palabra. Ahora veía que tan sólo estaba ocasionando molestias a una damisela de alta cuna, a la vez que causaba estragos entre la servidumbre de aquella.

Un fogonazo le sacó de su ensimismamiento, y un segundo después un fortísimo latigazo recorrió su cuerpo, dejándole dolorosos hormigueos en la parte trasera de su cráneo y su omóplato izquierdo. Esta vez sólo había podido alcanzar a ver una imagen, de un tiempo atrás: un rostro femenino más joven pero con el mismo porte que estaba viendo ahora mismo. Así funcionaba su memoria fragmentada, mostrando retazos de imágenes seguidas de intensas oleadas de dolor que le recordaban que se estaba extralimitando en sus capacidades. Afortunadamente, cerró los párpados ante el primer indicio de aquél agónico bloqueo mental que le afligía cuando menos se lo esperaba, ocultando de este modo su peculiar reacción al dolor a los curiosos ojos del mayordomo.

Le sobrevino un acceso de vértigo que lo dejó sin aliento, y apenas tuvo tiempo para hacer un ridículo aspaviento antes de caer estrepitosamente al suelo encima de su trasero. No fue consciente que su brazo rozó el borde afilado de la mesa, y una superficial laceración surcó su pálida piel.

Notó algo húmedo en sus piernas. Abrió los ojos, y aquellos orbes esmeraldas parecían estar deslucidos. Le costaba enfocar la visión, pero atisbaba una forma irregular en la pernera del pantalón. Genial. Ahora había manchado aquél caro vestuario, y nada más y nada menos que con la caída más indigna de toda la historia. Sí, se había lastimado la muñeca de su mano derecha en una herida que no tenía muy buen aspecto, pero no sentía dolor alguno por culpa de sus capacidades sobrehumanas, aunque en apariencia sangraba bastante.

Intentó enfocar su vista de nuevo, y al menos no estaba tan borrosa como segundos antes. De nuevo, los colores encendieron sus mejillas. Deseaba que se lo tragara la tierra. Miró al suelo, compungido, y cuando habló, lo hizo en un hilo de voz apenas audible.

Lo siento mucho, Mademoiselle… no sé… no sé qué ha pasado, pero ha sido torpe y necio por mi parte. No sabe cuánto lo lamento…

Todavía no se acostumbraba a esa sensación de derrota y humillación con la que habían intentado aleccionarlo en varias ocasiones hasta la fecha. Quería levantarse. Podría levantarse, pero aún teniendo la vista fija en el suelo, le aterraba que alzase la vista y notara las airadas miradas de los dos presentes clavándose en su rostro…


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Mensaje por Odette Demouy Vie Nov 01, 2013 10:42 pm

La morena se sintió un poco mal por la vergüenza de su mayordomo. Asintió con la cabeza y le sonrió ligeramente. No diría nada mas al respecto y él, habiéndola acompañado durante algún tiempo la conocía lo suficiente como para comprender que con eso daba por sajado el asunto sin ningún tipo de recriminación ni represalia por la equivocación, una que podría haberse evitado si el joven se hubiese dignado a manifestarle las razones por las cuales se había presentado en la mansión en lugar de seguirle en silenciosa aceptación en una tarea que no le correspondía. Con una inclinación el hombre dio media vuelta, presto a abandonar la habitación y dejar nuevamente a la pareja en medio de la privacidad.

Odette no esperó hasta que su mayordomo desapareciera para volver la atención de nuevo sobre su invitado. Lamentaba profundamente todo el error, no solo por los afectados sentimientos de su servidumbre, sino también por el propio Noah. Resultaba ser insultante aunque, en cierta medida, también un poco divertido. Esperaba que él lo tomara de aquella manera. Después de todo era un actor y como tal podía desempeñar cualquier papel sin importar su naturaleza. Claro, eso si él pudiese recordar quién era, o más bien, quien había sido. Resultaba sencillo desear olvidar. Todos poseían recuerdos que volvían con el único propósito de atormentar y no conocía ni una persona que fuese la excepción a la regla de quererlos eliminar de su memoria. Pero ahora, frente a alguien sin recuerdos, percibió por primera vez lo ridículo que aquello resultaba. Las vivencias se traducen en experiencias y son las más dolorosas de las que más se aprende. Si borrara todo aquello ¿Qué le quedaría? Solo un alma infantil e ingenia en busca de una felicidad tan efímera como irreal. Además, no podía llegar a imaginar siquiera el tormento que debía de ser el vivir día tras día sin conocimiento de su propio pasado, de su historia, en medio de la angustia del vacío.

Observó como el actor cerraba los ojos con fuerza, como si quisiera evitar el contacto visual aunque ella ignoraba cuál podría ser la razón para tal cambio. Dio un par de pasos en su dirección antes de ver horrorizada como Noah se precipitaba con fuerza contra el suelo. Un chillido breve y alto salió de los labios de la morena alertando al mayordomo quien giró con rapidez ante el sonido. – Monsieur, ¿se encuentra usted bien? – mientras hablaba el hombre se apresuró hasta el lugar donde el actor se encontraba mientras la mujer permanecía quieta por la sorpresa. ¿Podía ser que estuviese tan débil como para llegar al extremo de un desmayo? La idea no resultaba del todo inverosímil. Después de todo había pasado días encerrado en una celda oscura y asquerosa, bajo tortura constante y dudaba, sinceramente, que sus captores tuviesen el buen criterio de alimentarlo de una manera decente. Era esta una excusa creíble pero algo le prevenía de dar por descontado otras posibilidades menos “naturales”.

Escuchó una disculpa no requerida  antes de percatarse del líquido carmesí que escapa de uno de los brazos del actor. Con pasos firmes se aproximó y arrodillándose frente a él observo la gravedad de sus heridas – Lo único que hay que lamentar es esa fea cortada – mencionó con un tono considerado pero autoritario – hare llamar al doctor de inmediato – anunció entre susurros el mayordomo antes de desaparecer apresuradamente de la habitación, dejándolos, finalmente, a solas. Solo entonces Odette se relajó un poco. – Soy yo quien lo lamenta. Estoy tan ensimismada con mis propias tribulaciones que no me percate de lo débil que debes sentirte después de tan terrible experiencia – otras ideas rondaban su cabeza pero asumiría, por el momento, esa como la explicación a lo sucedido y dejaría en manos de Noah el aclararle el asunto o, simplemente, permitir que fuese esa la razón oficial para la insólita caída.

– Esto no tiene buen aspecto – comentó tomando con delicadeza el brazo herido entre sus manos y examinando la herida más de cerca. Qué extraño, ahora que le veía de cerca no parecía ni tan grande ni tan profunda como había percibido en un primer momento, incluso parecía que el sangrado reducía poco a poco pero con una velocidad del todo inhumana. – Creo que me llevará un tiempo acostumbrarme a esto – comentó dudando sobre la naturaleza de su visitante y lo que ello implicaba, y recordando lo ocurrido en la celda cuando él le había mostrado la forma casi milagrosa como sanaban las heridas de los latigazos. Negando con la cabeza retornó la mirada hacia el rostro acalorado de Noah. Se veía tan perdido y encantador como un niño pequeño – Será mejor que cubramos la herida, lo último que necesitamos es que alguien se percate de que solo hay piel en perfecto estado donde debería haber una herida en espera de atención – sacando un pañuelito, muy similar al que llevase el día de su reencuentro, lo coloco con cuidado sobre el brazo dándole una vuelta y amarrando finalmente los extremos pero sin apretar demasiado la tela. - ¿Crees que puedes ponerte en pie? – le preguntó ofreciéndose en silencioso gesto como apoyo. Toda su atención se había centrado en la herida y en el rostro del actor por lo cual, en realidad, ni llegó a percatarse del resto del desastre.

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