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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Draven Ravenscroft Vie Oct 18, 2013 10:48 pm

Varios años habían pasado desde que pisara tierras francesas. La última vez que había recorrido sus calles, había estado tras la pista de una poderosa bruja. Su trabajo – en su mayor parte – consistía en reunir toda la información considerada de utilidad para sus superiores. Había pasado largas jornadas simplemente observando, aprendiendo cuanto le fuese posible sobre las distintas especies que se mezclaban con los humanos. Para Draven, adoptar su papel como espía no había sido ningún reto. Durante toda su vida, había sido un intruso entre los Ravenscroft. Nadie, nunca, reparaba en él. Había aprendido – incluso antes – a pasar desapercibido. Sienna, la mujer que le había dado a luz, siempre había hecho hincapié en que era un estorbo en su vida que él; cada vez que llegaba un cliente, pretendía que no existía. Con su nueva familia no había sido distinto. Con el tiempo, lo había entendido. Había llegado a comprender porqué era tan odiado por la esposa de su padre. Kristoff no solo la había engañado, le había obligado a hacerse cargo de él, su bastardo. Pero comprenderlo y aceptarlo no había sido fácil, sobre todo para aquél niño que había añorado cualquier muestra de cariño. Si Keyra no hubiese entrado en su vida, ni siquiera habría entendido qué demonios era amar a alguien sin ningún tipo de reserva. Su alma había empezado a marchitarse antes de la llegada de ella. El odio y la ira habían luchado a muerte, uno contra otro, para mezclarse y envenenarlo. La pequeña había actuado como una mágica luz, haciéndolos retroceder, marcharse de su vida. Ahora que ya no estaba, ellos habían vuelto con más rabia, arrasando con todo y todos, dejándole en la nada. El vacío que había dejado su muerte y la de Amelie, se había ido llenando con una sed imparable e imperecedera llamada venganza. La iglesia iba a pagar por haberlo destruido. Uno a uno, caerían. Quizás no podría acabar con todos, pero se llevaría a tantos consigo como para tambalear sus cimientos. Tenía información y todo tipo de conocimiento. Era cuestión de tiempo para dar con otros que, como él, habían perdido a los suyos por culpa de las mentiras que la iglesia vendía.

Aunque iría en contra de cualquier inquisidor, Draven estaba especialmente interesado en la facción cinco, misma a la que había pertenecido. Ellos habían dado la espalda a los suyos. Día tras día, iban de caza. Ayudaban a la iglesia a menguar sus números. ¿Quiénes eran para jugar el papel de Dios? Nadie. En Paris estaba uno de los inquisidores que disfrutaba yendo tras los cambiaformas. Ellos, que no eran ni infectados ni transformados. ¿Era una maldición lo que llevaban en la sangre y les hacía mutar en animales? No lo sabía, ni le importaba. Estaba seguro que al igual que él, otros habían aprendido a disfrutar del cambio. Si algo podía agradecer a sus padres, era el haberle heredado su condición de cambiaformas. Sienna había podido también transformarse en un ave, ese era el porqué, él podía mutar en dos aves completamente distintas a la de la familia Ravenscroft. Observó, con disgusto, el firmamento. Las estrellas se burlaban de él. El recuerdo de la primera vez que voló con Keyra se ancló en sus pensamientos. La sensación de poder y libertad mientras sus alas se extendían, se había disparado hasta lo inverosímil por el simple hecho de poder compartirlo con ella. ‘Deja la autoflagelación para más tarde’, se reprendió, mientras bajaba la cabeza y se abría paso entre las personas que, como él, habían llegado a puerto. Cargaba consigo dos bolsas. La primera contenía algo de ropa y la segunda, toda clase de armas. Había viajado de contrabando, sobornando a uno de los trabajadores del barco para que le hiciese un espacio. No habría podido permitirse viajar de otro modo. Mientras los caballeros y sus damas esperaban a que su equipaje fuese montado en sus respectivos coches, él se perdió ente el gentío. No tenía a donde ir, pero eso no le importaba. En realidad, nada le despertaba interés alguno, excepto quizás, el empezar a trabajar. Sin un rumbo en mente, pronto estuvo andando los callejones de Paris. No fue hasta que dio con una taberna que se detuvo. No llevaba ninguna prisa por descansar. Había dormido lo suficiente durante el viaje y, si existía un buen lugar para encontrar cualquier tipo de información, ese era sin duda el mejor lugar para empezar.


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Mensaje por Rouge Höffer Dom Nov 03, 2013 9:04 pm


Fuego. Sus pupilas arden con la intensidad de las llamas del infierno. Ver el reflejo de aquel incendio en sus ojos, es atenuar su ira. El Viento sopla en dirección a su rostro y los mechones rojizos cubren la mitad de su rostro. Una figura demoniaca en medio de la catástrofe y, a pesar de los dolosos y desesperados aullidos de su víctima, la mueca de su rostro no logra inmutarse. No siente nada más que la rabia. Poco a poco, el aire se llena con el aroma de la carne asada. Ese toque de cenizas, polvo y suciedad que hace que el fuego, además de arder, se sienta completamente vivo. Cierra sus ojos, aspira con lentitud embriagándose del maldito hedor que inunda la mitad de la choza abandonada. Patea la mitad de la botella por la cual habían estado peleando minutos atrás. Está caliente y las llamas se propagan rápidamente, si no sale de ahí, será consumida al igual que el viejo. Parpadea esclareciendo sus sentidos, aguantando las ganas de quedarse ahí y ver como las yagas en la piel ajena explotan una por una, saborear como la sangre gorgorea por debajo de las venas y sentir como se evapora y mezcla con el aire que ya está completamente impregnado con la peste del fuego. Pero a pesar de que aquello parecía ser el infierno mismo, y aunque a ella le gustase su obra de arte, a Rouge no le apetece el calor, no en ese preciso momento. Corre en dirección a la única salida y salta por la ventana. Antes de caer al suelo, el lince aparece de entre las lenguas de fuego y escapa de sus rojizas garras. Detrás de ella, el infierno se consume y con él, la rabia por no haber conseguido la mitad del alcohol y el opio que el viejo le había robado. No obstante, la necesidad y la desesperación, no habían desaparecido. Estornuda y sacude la cabeza mientras sus patas continúan su camino. Saca las uñas y la tierra se mete entre en la cuenca entre su pelaje y el cartílago.

Llegada a la ciudad, se dirige directo a la maldita taberna. Un sitio de mala muerte con gente de porquería, con alcohol adulterado, con opio…, Antes de llegar a su destino, roba de un mendigo la manta con la que se cubre del frío. Rouge, nunca ha sido mujer femenina, siempre se ha comportado de la misma forma en que lo hace un hombre, así que su desnudez poco le importa, sin embargo, está completamente cubierta de cenizas, sus heridas aún no han sanado y cualquier signo de enfermedad, significa la muerte y aún no ha sufrido lo suficiente como para dejar este mundo. Se cubre con el pedazo de tela e inmediatamente es invadida por la sensación vomitiva. Ahora, además de apestar a humo, lo hace a orines, mierda y podredumbre. Sonríe encaminándose a la taberna. Al entrar, su peste hace girar el rostro a los que yacen en las sillas, semiadormilados por el alcohol que han ingerido. El humo opaca aún más, la poca luz que generan las velas en los decadentes candelabros de los muros. Las botellas transparentes, unas cuantas verdosas y otras más enmohecidas, tiritan desde la repisa al fondo, pero lo que ella está buscando más allá de tomar un líquido de procedencia dudosa y que le raspe en la garganta. El hilo del humo que atraviesa frente a su rostro la dirige hacia su punto. Hay dos hombres fumando, uno es idéntico al viejo que asesinó, el otro rebosa juventud. Atraviesa el lugar como si se tratase del maldito dueño, la gente le mira pero dejan de prestarle atención cuando observan sus movimientos torpes. No es un mendigo, pero sabe cómo moverse. -¿Cuánto por uno de esos?- Gruñe con el tono más grave de su voz. Es ignorada. Con la poca paciencia que tiene y el fastidio que resultó su día, arrebata la pipa del viejo y golpea al joven. Su puño es tan certero que bastó uno de estos para dejar noqueado al hombre. Se aplasta en la silla, coloca los pies sobre el taburete que hace de mesa y se relaja. A los pocos segundos, un extraño decide hacer acto de presencia. No es parisino, no posee ese mohín francés, y su presencia tiene la petulancia de… -Hombre inglés, en tierras francesas- Musita con alevosía, su acento de la misma manera es foráneo, pero así como la vida le ha pateado el rostro, aprendió a no crecerse en donde la multitud tiene el poder de asesinarle. Entonces se percata de él, de su jodida esencia. Los ojos le brillan con la misma intensidad del fuego que no hace mucho ocasionó. Él apesta a libertad, a comida… -Cuando la cena viene a ti, no puedes ponerte a dieta Rouge- Pronuncia exhalando el humo del opio robado.


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Mensaje por Draven Ravenscroft Vie Nov 08, 2013 1:38 am

El aura del cambiaformas parece perder potencia con cada zancada que le acerca a la barra. Su odio visceral hacia todas las malditas personas – hacia el mundo en general – se estira, cambia de forma y lo cubre como una segunda piel para fingir su desaparecer. Tímida. Recelosa. Se esconde en el único lugar del que sabe que nadie, jamás, la arrancará. Draven sabe que aquélla no es más que la máscara que más le gusta utilizar porque, en realidad, la fiera le tiene firmemente atrapado entre sus garras. Es ella – el odio – quien dirige cada uno de sus pasos. Hace varios años que se autoproclamó la reina de todo lo que tiene contacto con él. Es veneno. Solo basta con que se anime a asomarse, para contagiar a terceros. Él es solo su títere, el maldito juguete que se deja llevar porque ya no tiene un objetivo que ansíe alcanzar. Ahora su misión no lo llena de desesperación ni de miedo. Ya no teme dar un paso a ciegas. Perdió la enfrenta cuando descubrió que su hermana estaba muerta. Ha aniquilado a un par de inquisidores y no llenaron el vacío que Keyra dejó en su pecho, así que; ¿qué importa dejarla a ella dominar? Esta noche, sin embargo, aún no es su momento. Tiene que encajar entre los residentes, no verse temerario, como es realmente. Deja caer su equipaje sobre el suelo, a un lado de su taburete. Desliza la mano sobre su cabello, acomodando los mechones que, rebeldes, cubren su frente. Pide un trago, al mismo tiempo que rebusca en su bolsillo por las últimas monedas que le queda. – Solo aceptamos francos, forastero. La voz malhumorada del empleado se hace escuchar por todo el establecimiento. Draven le dedica una mirada letal, aunque es él quien se maldice internamente. ¿Se había acostumbrado a las facilidades que la iglesia otorgaba a sus inquisidores? No, maldita sea. Él no había querido nada de ellos, solo dar con su familia. – Esto cubre más que un trago, pero me conformaré con uno, si los aceptas. El interés brilló en los orbes del susodicho. Qué fácil era tentar a los humanos. Dinero, poder, posición. Menciona cualquiera, siempre había alguien con ambición para coger el puesto. Aunque su francés databa mucho de ser el mejor debido a su acento, había sido entrenado y educado por órdenes de los altos mandos para hacer bien su jodido trabajo. Un espía sin las herramientas necesarias para recopilar todo tipo de información, habría sido una mala inversión. Jáh. Lo mal que deberían estar pasándolo ellos ahora que les había dado la espalda. No. ¡Ahora que estaba dándoles caza!

Cogió el trago e inmediatamente lo vació. El viaje había sido largo y cansado. Había tenido que hacerse un ovillo en cualquier parte del barco, siempre alerta, cuidando de no levantar sospechas. Su estómago rugía, recordándole que lo poco que había hurtado durante la travesía, no había sido suficiente. El líquido ámbar no haría nada por calmar su hambre pero, no obstante, quizás sí a su ansiedad. – No te metas en líos. Le advirtió el cantinero, valorando y guardando sus recién adquiridas monedas. Al parecer, las noches de dormir en las calles habían vuelto a formar parte de su rutina. – Estoy de paso. Mintió. Jugaría bien sus cartas y encontraría lo que estaba buscando, pero no se detendría. Una vez que empezaba, nada lo hacía. Y tenía entendido que París era donde muchos sobrenaturales tenían sus nidos, por lo tanto, también era ahí donde seguramente convergían un significativo número de sus excompañeros. Era consciente de que solo podía parar si moría o si todos ellos caían. Estaba famélico por ver por cuál bando se decantaba la balanza. Si era o no a su favor, diablos si le interesaba. Hizo un segundo barrido a la taberna. Ya había caído en la cuenta de la pelirroja. Su aura era tan luminosa. Un maldito cartel que hablaba de hostilidad y agresividad a partes iguales. Detuvo la mirada justo en su rostro. La sonrisa que curvó las comisuras de Draven era todo sobre “sé que te mueres por hincarme los dientes.” En el pasado, había sido un encantador de hembras. Siempre había disfrutado con las fieras. Ese era el tipo de mujer que él podía dejar atrás sin remordimientos. Aunque nunca había permitido a alguna de ellas penetrar en su coraza – excepto a su amada hermana – había fantaseado cientos de veces con cómo sería si sus muros no existieran. ¿Sería tan terrible amar a alguien? ¿Pertenecer a otra persona? Sus cuestiones habían quedado sin respuestas y en el pasado. Había elegido y, en su elección, no encajaban aquéllos estúpidos deseos. - ¿Sabes quién es ella? Preguntó al cantinero. Sabía que ella le escucharía. Con suerte, mordería el anzuelo y se le acercaría. Tal vez podría ayudarlo, su animal poseía un excelente sentido del olfato - ¿Quién? – La mujer que no me quita el ojo de encima. Sonrió con malicia. Máscaras. Máscaras. ¿Quién demonios no llevaba? Él iba de truhán aunque, imposible discernir si esa no era la real.


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Mensaje por Rouge Höffer Mar Dic 31, 2013 1:01 am


Las formas en el humo son desiguales, quien les mira fijamente puede encontrar sus más profundos anhelos o quizá la más aterradora de sus pesadillas. Lo que la mujer observa en sus curvas grisáceas, no le interesa al resto de la humanidad, ciertamente ni siquiera a ella debería interesarle, a no ser porque dentro de tanta porquería que ha vivido, siempre salta esa imagen inconsciente de esperanza; pero más allá del humo, esa ocasión ella no enfoca la vista en lo que su mente mal viajada crea a partir de la nada, está altiva mirando por encima de esa capa borrascosa, esperando el falso movimiento del desconocido. ¿Extraño? ¿Acaso no todos los hombres lo son? Y sus labios se curvan en una mueca autocomplaciente. No fue necesario ir hasta donde él para preguntar su nombre o verse forzada a levantarse para conseguir algo de él, había bastado su penetrante mirada. Su boca acaricia el grosor de la pipa y succiona fuertemente sólo para disfrutar del sabor por efímeros segundos antes de permitir la salida del humo. Ronronea cual felina atrapada en el cobijo de su amo, arroja la cabeza hacia atrás disfrutando del arrebato y los efectos de la droga en su sistema. Los músculos se relajan, su sistema se viene abajo por completo, y lo que antes se consideraba una postura de cautela, ahora no es más que un cuerpo despotricado en el sillón de una maloliente taberna.

–No es quién, es qué- Responde a él, apenas fue audible su murmullo pero está claro que ese hombre sabría escucharla por encima del estridente sonido de la pianola o la repugnante carcajada con trozos de comida de los aún presentes. Incluso, él la habría escuchado si de sus labios no se hubiese escapado ningún sonido. Los ojos ambarinos –excitados por la presencia del extraño y por el opio- se clavan en los ajenos como un par de agujas. No se moverán de ahí. –Escucha el consejo del cantinero y no te metas en líos, niño bonito- Sonríe déspota y cínica. Tal vez él no habría de preguntar por ella si antes Rouge no le hubiese mirado de esa manera. El viejo voltea a verla y sus fauces forman una curvatura siniestra, no tiene dientes. Los ojos del anciano están casi cerrados, no tardará en ser completamente absorbido por los efectos de la droga. Rouge pasa una de sus enrojecidas y llagadas manos por la mejilla del viejo, lo acaricia con vehemencia, casi de la misma forma en la que lo haría una hija con su padre; la pelirroja no conoció al hombre que le dio la vida, tampoco le interesa y, justo cuando el anciano dejaba caer por completo sus párpados, ella lo empuja hacia un lado para que cayese al suelo. Lo fulmina con la mirada y vuelve a posar la vista en el fulano.

Rouge comete el error de ignorar y creer que el otro hombre se había dado por vencido con el golpe, lo durmió sí, pero era evidente que despertaría en cualquier momento y así fue. Un cuchillo amenaza la garganta de la pelirroja y el hedor que acompaña a las palabras del hombre penetra en sus fosas nasales más de lo que sus amenazas. La pelirroja emite una mueca vomitiva, regurgitará de eso no hay duda, pero ¿Qué saldrá de su  estómago si no ha tragado nada? Abre la boca lo más que puede, y le escupe a la cara al hombre. Este irritado por la actitud de la mujer, decide que es hora de darle una lección y ateza un golpe a su rostro con el cuchillo. La mejilla de Rouge se abre y comienza a sangrar débilmente, pero ella no siente dolor. Limpia una gota de su sangre con la lengua y hace un gesto disgustada. Ladea la cabeza hacia un lado, después al otro haciendo que los huesos de su cuello crujan. Mira fijamente al hombre y, pese a su descolocación por el opio, se mueve rápidamente para empujar al hombre hacia atrás, este trastabilla perdiendo el equilibrio y cayendo de sopetón contra el forastero. El trago que le habían servido nuevo, se derrama empapando sus partes. –Si eres inteligente te quedarás ahí- El hombre la ignora por completo, se pone de pie y quiere ir tras ella, Rouge le cierra el paso y coge la cabeza del varón con una mano para golpearla sin consideración alguna en el filo de la barra. La sangre salpica el rostro del extraño. -¡Rouge!- Le grita el cantinero apuntándole con una escopeta. Ella ronronea. –Bien ya sabes mi nombre, ¿el tuyo es?- El cantinero carraspea, quiere que ella se vaya. –Vete al diablo Viktor, si me largo ahora no volveré a la pelea de esta noche y sé que ya apostaste algo por mí- Guiñe un ojo con sarna en su ademán. –No quiero que el nuevo se asuste- Rouge mira de nuevo al hombre y se carcajea en su cara. –Él…. Él es como yo- Se encoge de hombros.


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Mensaje por Draven Ravenscroft Jue Ene 09, 2014 10:50 pm

Una carcajada cargada de vida alzó vuelo en el interior de la taberna. Era tan rico y a la vez tan extraño, que Draven tardó unos exorbitantes segundos en darse cuenta que el sonido provenía de él. Cogió el vaso cuando éste rodó y amenazó con encontrar su fin en el suelo y; viendo lo que la pelirroja hizo a continuación, supuso que el anciano – y el cantinero – le debían un agradecimiento. Sus reflejos habían evitado que la frente del desdichado acabase con un puñado de cristales y que Viktor tuviese que responder por los daños. Frunció el ceño. Pensándolo bien, Rouge, la fierecilla, era quien debía dárselas. No es que esperara que esas palabras salieran de sus labios. Suponía que los vampiros desarrollarían primero un amor profundo a los rayos del Sol antes de que ella hiciera eso. Una de sus cejas se enarcó curiosa. Por la escopeta que apuntaba directamente hacia la fémina, Draven llegó a la conclusión de que ahí había una relación que iba más allá de la amistad. Y sí, estaba siendo un poco sarcástico. La fémina era un huracán. No se sorprendía en absoluto que se llevara todo a su paso, lo que le sorprendía era que la taberna siguiera en pie si sus visitas se daban con regularidad. - ¿Peleas? ¿Apuestas? Parecía un perico repitiendo y esa, estaba seguro, no estaba incluida entre las aves en las que podía transformarse. La curiosidad y el interés eran evidentes en el tono de su voz. ¿Y cómo no iba a estarlo? Era un forastero, sin ningún franco en sus bolsillos. Las peleas callejeras, sonaban de pronto como el coro de los ángeles. Si había algo en lo que era malditamente bueno – y no estaba alardeando – era en las batallas cuerpo a cuerpo. Podría matar dos pájaros de un tiro, luchar y ganar dinero fácil. ¡¿Y por qué demonios tenía la manía de usar analogías con sus parientes?! - ¿Quién es el encargado de…? Se levantó del taburete mientras hablaba para brindarle espacio a Rouge para sus maniobras cuando sus últimas palabras penetraron en su mente. ¿Él era igual a ella? Su rostro se petrificó. La frialdad tiñó cada uno de sus rasgos. Sus hombros se cuadraron.

- ¿Él sabe lo que eres? La acusación, el regaño, estaba implícita en su cuestión. Hacía un par de años, la habría eliminado. Si bien la Iglesia cazaba a todo tipo de criaturas, le daban preferencia a aquéllas que ponían en peligro su integridad. Los humanos no debían saber sobre la existencia de otros seres. Mucho tenían con desmentir sobre los vampiros y los avistamientos de licántropos. Su especie, era la menos conocida. Habían permanecido en el anonimato, evidentemente, no gracias a los que eran como ella. - ¿Y qué te da el derecho de esparcir mi secreto? No es como si te perteneciera. Draven la vio carcajearse de nuevo en su rostro y su mandíbula se apretó con más fuerza. Casi podía jurar que se escuchó el sonido de sus dientes al chocar. - ¿Es que nadie te enseñó modales; fierecilla? La risa murió y tuvo un instante de satisfacción. Viktor carraspeó tras la barra. – Rouge. El nombre fue pronunciado de nuevo en un tono de advertencia y eso le molestó. - ¿Quieres bajar eso? Señaló con la mirada la escopeta. El cantinero, al parecer, se había olvidado de que la sostenía. – Ella y yo, necesitamos hablar. – No creo que ella quiera hablar. Refutó molesto el empleado. Tampoco él lo creía. El aura de la fémina ahora se asemejaba al color de su cabello. Draven esbozó una media sonrisa. Cínica. Como ella hiciera unos minutos antes. Quizás para él también se aplicaba. Sus cabellos azabaches, debían ser una réplica del color de su alma. Desde la muerte de Keyra, la mancha se había extendido, le había consumido. - ¿Es verdad, linda? Seguro no le molestaba que usara ese mote para ella. Después de todo, le había llamado niño bonito. - ¿No quieres hablar? Porque yo sí y mucho. Su mirada finalmente se posó sobre su cuerpo. Frunció el ceño. ¿Qué demonios hacía vistiendo eso?


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