AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
2 participantes
Página 1 de 1.
Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Bajo un cielo nublado y asesino de estrellas, frente a uno de los ventanales de la mansión Destutt de Tracy, reflexionaba Quentin Debussy. Después de un normal transcurso de su jornada laboral, ya no tenía más distracciones para dejar de pensar en lo que se vendría, a quién vería, y bajo qué circunstancias lo haría.
El hombre cerró sus ojos, respirando el aire húmedo y frío que se colaba por los vidrios. Intentó soltar en un suspiro las imágenes de su entendimiento, pero no fue posible. Desde hacía tres días había sido lo mismo y no había podido acostumbrarse. No paraba. Anoche, al igual que en las otras dos noches anteriores, había soñado con ella. Se había visto a sí mismo enredado entre sus piernas, dominando las provincias de su espalda con su boca, y agonizando junto a ella de la manera más placentera que podía conocer un hombre. El mayordomo no entendía por qué debía transportarse a esas fantasías cuando dormía; no era un pervertido ni tampoco se había reprimido sexualmente a lo largo de su vida. Había compartido con amantes puertas afuera las veces en que había sentido necesidad, como correspondía con un trabajo como el suyo, así que, ¿por qué?
Lo que su lógica no entendía era que no estaba soñando por haberse privado de algo, sino por haberlo encontrado, por haber encontrado a Doreen bajo una luna traicionera. Estaba pagando el precio de haberse sentido a salvo y a gusto junto a una mujer. Podía ser que anteriormente hubiera pasado el rato con mujeres y haberlo disfrutado, pero eso no implicaba para nada haber compartido con ellas, incluso había sido lo opuesto; cada uno había obtenido lo que quería del otro y luego regresado a sus normales actividades. Se sonrió burlándose de sí mismo; no tenía sentido comparar a Doreen con las otras mujeres cuando todo había sido diferente. Era, de hecho, la primera vez que trataba con una mujer por espontánea inclinación, no porque quisiera obtener algo de ella. Por ende, nada podía predecir ni con la más exhaustiva de sus reglas prácticas.
Las sombras casi mataban la luz, Bárbara se había enclaustrado en su habitación, y los criados habían sido vencidos por el cansancio; era el momento de irse a su encuentro con lo incierto, a una cena que podría revivirlo o matarlo. Había tenido la bendición de que su ama le diera permiso para acudir a la mansión de la señorita Doreen luego de acabar sus deberes. Nada había que desperdiciar. Era ahora o nunca.
—A escena —dijo antes de salir de su sitio en la ventana y dirigirse a su vivienda junto a la gran mansión.
Ya en su cuarto, su uniforme de mayordomo quedaba impecablemente doblado sobre una silla, listo para ser lavado al día siguiente por las fámulas encargadas de la ropa. Usaría para la ocasión un atuendo oscuro y azulado casi nuevo por el poco uso; la vida social del hombre era casi nula, por lo que las prendas extra laborales le duraban, dándole un plus para su encuentro. Se miraba al espejo mientras arreglaba el cuello de su camisa con mayor firmeza a la acostumbrada; estaba nervioso, pero no por la cita en sí, sino por las trampas que pudiera jugarle su mente con las ilusiones pasadas. ¿Sería capaz de mirarla a los ojos sin asociarla a la imagen de sus rodillas desnudas, de su inocencia innata, de sus besos ficticios? Pronto lo sabría. Y con un pañuelo humedecido se aplicó unas gotas de perfume en su cuello, esperando que lo hicieran un poco más digno de entrar a tan majestuosa construcción.
Se dirigió a la despensa, tomó los alimentos que había comprado sagradamente en su puesto de fiar del mercado, y le puso cerrojo a su hogar antes de emprender el camino que lo llevaría a enfrentarse con un futuro. Esa parte la sabía, pero no sospechaba todavía que también lo haría darse vuelta para encarar al pasado.
Llegó casi por instinto a la mansión de Doreen, tan iluminada por dentro como por fuera, gracias a los faroles cuyo aceite había sido recientemente repuesto. Ya estaba. Le había dado la oportunidad a la joven de arrepentirse cuando aún podía. Ahora que estaba allí, junto a la reja que los había visto besarse en el rostro hacía tres días atrás, no importaba qué sucediera —si hacían que se devolviera o que lo olvidara—, él insistiría; no le saldría gratis haberse metido en su cabeza, haber amenazado la estructura sobre la cual se había basado su vida entera.
Entonces vio salir del interior de la mansión a una sirvienta de rostro conocido. Si sus ojos no lo engañaban, se trataba de la misma mujer que había visto hacía tres días, la misma que había roto con el protocolo para asegurarse de que no intentara nada malicioso contra su dueña. A diferencia de la otra vez, no lo preguntó nada a Quentin; en vez de eso, se lo quedó viendo de la cabeza a los pies como a un insecto conocido. El hombre alzó el mentón un tanto divertido por la actitud casi caricaturesca de la señora; esperaba que no pensara que eso lo apartaría del motivo que lo había llevado a aquel lugar.
—¿Me recuerda? —por toda respuesta, la mujer dio media vuelta y volvió a entrar a la mansión sin siquiera dirigirle la palabra a Quentin, quien suspiró por la reacción— Creo que sí.
El primer paso había estado accidentado; mala señal, pero cuando al poco rato vio salir bajo el umbral a la criada más joven, quien con pasos cortos y apresurados se dirigía a la verja para abrirla, se volvió a confiar. En vez de pedir una explicación, Quentin permitió que retomara el aire en sus pulmones por la súbita carrera que había hecho. Las excusas pasaban a segundo plano cuando una esmerada mozuela intentaba equilibrar todas las cosas que estaba realizando al mismo tiempo, como encontrar la llave correcta, darle una apropiada bienvenida al recién llegado, y calmar la actividad de sus pulmones. Entretanto, el joven estaba muy poco impaciente; la prisa no tenía lugar cuando se intentaba dominar la mente para que no le jugara malas pasadas. Por fuera, nadie hubiera podido decir que su interior se debatía entre dos polos: la formal realidad y la desinhibida fantasía.
—Monsieur Debussy, ¿verdad? Disculpe a mi compañera. Ella siempre es así, y eso que está de buen humor. No piense que la tomó con usted. —dijo la muchacha antes de finalmente abrir de par en par la puerta de la valla— Sea bienvenido —dijo con una pequeña y poco ensayada reverencia— Lo estábamos esperando. Déjeme guiarlo hasta el salón. La señorita pronto acudirá a su encuentro.
—No se preocupe por nada; yo comprendo. Es usted muy amable —inclinó su cabeza de manera respetuosa antes de seguir a la fémina y cruzar la puerta que los llevaría a ambos al interior— Debo estar completamente loco —pensó de sí mismo cuando sintió el calor de la mansión colarse bajo su ropa como un portal que separaba la realidad de la ilusión.
El instinto observador de maestresala se hizo notar apenas ingresó, haciendo rodar sus ojos silenciosamente por los rincones que atravesaba. Vaya si era diferente a la mansión de su dueña; en ella primaban adornos estándar como jarrones sin forma que prácticamente nada dejaban entrever de la persona que allí vivía, pero en el pasillo que estaba recorriendo primaban las imágenes y los recuerdos de personas que solamente la dueña de casa sabría interpretar. Estaba todo decorado para satisfacer a quien ahí residía, no a los que transitaban. Una señal más de que la cuna de Doreen no había estado esculpida en oro macizo. Un paso más que lo acercaba a ella.
—Espere aquí, por favor. Yo me encargaré de llevar esto a su lugar —ofreció gentilmente la chica asumir la tarea de llevar los ingredientes a la cocina, dejando a Quentin con las manos libres para sentirse cómodo.
Se quedó solo Debussy en un pequeño salón iluminado por una ardiente chimenea alimentada por gruesos y secos leños. Era sencillamente acogedor, quieto, y algo resistente a los protocolos.
—Se parece a ella —se sonreía Quentin con ese pensamiento mientras recorría con la mirada el contenido de las paredes y de las mesas.
Había antigüedades que no había visto hacía tiempo, como un reloj bastante grande regulado por un péndulo en la esquina, posiblemente regalo de algún familiar como un tío o un abuelo. Pero algo llamó su atención: el cuadro de un retrato, una niña específicamente. Tuvo que acercarse bastante para cerciorarse de que no fuese mera impresión suya la identidad de la persona. Una vez en la posición correcta, no tuvo ninguna duda de que esa infante de risos iluminados y rostro sonrojado no era otra que Doreen. Todo en él se detuvo, exceptuando sus ojos, los cuales animosamente comenzaron a desentrañar los posibles secretos de aquella pintura de humilde escala, pero minucioso detalle.
Ocurría algo fantástico con esa imagen. Quentin estaba seguro de que si le enseñaba a un hombre normal una pintura decorada con un conjunto de verdes doncellas incluida Doreen, y le solicitaba que apuntara a la niña más hermosa, no había muchas posibilidades de que indicara al diamante en bruto entre todas ellas. ¿Por qué? Porque había que ser un perdido, un loco aturdido por los vicios del mundo, un desesperanzado buscando una causa, para sentirse inmediatamente magnetizado entre todas por el ángel cuyas alas no podrían jamás ser quemadas por el fuego del inframundo. Y allí estaba Doreen sonriente en medio de un marco, en sus años más jóvenes: no reconocida por los demás, y descuidada ella misma de lo que implicaba esa energía. ¿Y el loco? Admirando se encontraba la pintura, como un insecto atraído por la luz que destilaba.
Estiró su mano en dirección al lienzo queriendo aprehender algo de esa moza enamorada de la vida, pero se detuvo a mitad de camino al escuchar unos familiares pasos contra la madera de la sala. Se volteó hacia el sonido. Ya no estaba solo. El diamante ya no en bruto se encontraba junto a él.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
"Bajo el mismo cielo...
soñando el mismo sueño"
soñando el mismo sueño"
A la mañana siguiente, Doreen se levantó un poco tarde, al menos más de lo normal. La joven había pasado más que una noche agradable, una de enseño, no creyó que después de grandes tormentas que le dieron estocadas violentas, todo se terminara por volver tranquilidad, paz. Aquel encuentro le dio más que gratos recuerdos, también constantes reflexiones que le habían servido para mantenerse distraída; esa mañana la sonrisa le acompañó, sus sirvientes maravillados preguntaban qué había pasado, pero sólo algunos estaban conscientes de su escapada nocturna, el haberse liberado de muchos demonios, el simple hecho de poder sacar todo lo que le estaba torturando con naturalidad la hizo sentirse libre. ¿Qué era libertad? Para ella la sensación de no hundirse por varias perdidas, el no amarrar su vida a una persona que ya ni siquiera velaba por sus sueños, el poder saberse en paz con todo aquel que brillaba a su alrededor, el que su corazón sanara, y aunque la esperanza del amor verdadero se hubiera marchitado, lo más seguro es que Dios le tuviera algo perfecto para el final de sus días.
Dos días después del encuentro con el joven Debussy, la chica asistió a una casa hogar, una situada en el norte, no la famosa por las decadencias, sino a una casa condicionada por una mujer para mejorar la vida de niños sin padres. Para ella fue un rato muy constructivo, las sonrisas de los infantes le resultaron terapéuticos, incluso alimentó, bañó, vistió y durmió a muchos de ellos, cuando la noche cayó volvió a casa acompañada de su leal cochero, quien se dedicaba a cuidarla también, de una muy buena gana, además, pero durante todo el tiempo el recuerdo de ese hombre aparecía, ocasionando que sus mejillas se sonrojaran de forma natural, logrando que todos los sirvientes le miraran de forma cómplice, curiosa, pero todos contentos por tan buen indicio. Ella se estaba curando.
En resumen eso habían sido sus días. Dando órdenes que le sentaban mal, pues veía a todos sus iguales, visitando niños siempre sonriendo e ilusionados, comiendo sus platillos favoritos, montando a caballo, dando paseos por los jardines, tratando a las flores como sus mejores amigas, siempre con una sonrisa, con el rostro de Quentin Debussy en su memoria, en su esencia, incluso en la tonta ducha que sólo le hacía tomarla con más rapidez por el bochorno de sus piernas mostradas. ¿Por qué aquello le afectaba tanto? No es que le afectara para mal, para nada, más le tenía inquieta, curiosa, ansiosa ¿Y si no volvía a ver al mayordomo? ¿Qué pasaría si la abandonaba a su suerte solo con los recuerdos de una noche perfecta?
– Dios mío, lo único que te pido es que coloques en mi camino a personas honradas, de buenos sentimientos, que no lastimen el prójimo de forma voluntaria, te pido que lo que me mandes pueda sobrellevarlo, a veces no me creo capaz, pero confío en todo lo que me muestras – Era muy temprano por la mañana del tercer día, ni siquiera se había asomado el sol, ninguno de sus rayos, nada. Se encontraba tan nerviosa que la noche anterior se durmió mucho antes de lo planeado, como era de esperarse se despertó demasiado pronto, por eso oraba, le pedí a ese altísimo que jamás la había dejado sola, le agradecía, le pedía, le contaba, y platicaba con él. ¿Qué mejor que eso? Nada, Doreen siempre tenía presente a Dios, no importaba que, ahí estaba, en sus alegrías, en sus pesares, jamás se desligaría de él.
Durante el día hizo lo común, se dio un baño, tomó el desayunó, leyó un par de libros, hizo una pintura. ¿Una pintura? Aquello era raro, ella había dejado de pintar hace tanto que verla de esa forma irradiaba esperanza; Doreen se entretuvo mucho tiempo con el jardín, incluso cortó un manojo de flores para colocarlas en su habitación, le encantaban, no sólo eso, había una sección especialmente dedicada a las orquídeas, todas estaban inmensas, con colores diversos, un regalo de Darcy antes de morir, sus flores favoritas, uno de los mejores detalles, pero esas jamás las cortaba, prefería admirarlas; así fue como pasó el día, y a las siete de la noche en punto, se metió a dar otro baño, aunque pidiéndole al agua que le relajara para poder tener una velada grata, si llegaba a aparecer el señor Debussy.
¿Qué debía ponerse? Ella no lo sabía, encontraba tantos vestidos, pero ninguno le pareció lo suficientemente bello para presentarse frente a él. De igual forma no es que la primera vez la hubiese visto en su mejor momento, pero deseaba darle una mejor carta de presentación.
Optó por un vestido azul marino, era la primera vez que se lo ponía, siempre usaba las mismas prendas, pero esa noche debía ser especial, incluso el corsé fue apretado un poco más, eso por ideas locas de una de sus damas, no por ella, pues no es que le encantara estar apretada entre esa prenda. A la rubia siempre le había gustado la comodidad a diferencia de otras mujeres. Como acompañante tenía el cabello recogido en lo alto, con una especie de cebolla clásica, no deseaba que sus cabellos le obstruyeran la visión. Le ayudaron a colocarse el perfume, unos pendientes discretos al igual que pulseras ¿él anillo de compromiso? Ese lo había guardado en el sótano, en un cofre tres meses atrás. No importaba, ya ni siquiera lo recordaba. Cuando sus labios quedaron listos, una de las chicas llegó corriendo para decirle que el invitado la estaba esperando. Tragó saliva con fuerza, y claro, se encaminó con torpeza para alcanzarlo.
– Jazmín, quiero que todos se vayan a descansar, no deseo a nadie merodeando, a nadie, no hay de qué preocuparse ¿entendido? Si veo a alguien rondando les juro que me verán molesta – Comentó sería por unos momentos, pero después con esa sonrisa tímida, avergonzada que le caracterizaba.
De igual forma todos le hicieron caso, menos los veladores de las puertas, fue entonces cuando se armó de valor para llegar a la puerta donde su invitado la esperaba. La abrió con cuidado, sin hacer ruido alguno, tomó dos bocanas de aire al verlo de espaldas, cerró la puerta rápidamente y cuando volteó de nuevo a verle el tinte carmín se hizo presente.
– Buenas noches, señor Debussy, me honra con su presencia – Hizo una reverencia educada tomando las puntas de su vestido para que aquello le diera más comodidad en el acto – Me alegra que volviera, quiere decir que no debo ser tan mala compañía – ¿Qué debía de hacer Doreen entonces? ¿Acercarse? Se quedó plantada en la entrada del lugar, como si sus pies hubieran encontrado sus raíces y aferrado a la tierra impidiendo su movimiento. La rubia se sorprendió, el mayordomo se veía tan bien, tan distinto, se veía tan atractivo que tuvo que bajar la mirada por la vergüenza que le ocasionaba pensarlo de esa forma. ¿Aquello era normal? Le pidió a Dios que le perdonara por pecar con el pensamiento, aquello le había sido inevitable.
– ¿Ha estado bien, mi señor? ¿Han sido buenos sus días? Espero que la señora de la casa no le haya regañado y le permitiera venir sin problema alguno, sino, no estaría feliz sabiendo que usted tendría problemas, cuénteme por favor – Pidió casi suplicante, primero que nada debía saber si aquel encuentro iba bien desde antes de que se miraran. – Por favor, póngase cómodo, se encuentra en su casa, ¿desea algo de tomar? – Con torpeza se acercó a una de las mesas que servía para las botellas que se ofrecieran en aquella estancia. Lo mejor para los mejores, eso siempre le enseñó un viejo amigo, y para Doreen, Quentin era la persona adecuada para darle a compartir un poco de lo que ahora ella misma llegaba a desperdiciar; la joven sirvió un poco de whisky en un vaso con hielos, le estiró el brazo para depositarlo en su mano pero insegura lo atrajo consigo de nuevo – No sé qué desee tomar, mejor indíqueme por favor – Pidió torpe, encima su piel se había erizado ante el contacto de la piel ajena cuando acercó el vaso ¿Qué ocurría? Hizo una mueca para sus adentros.
Se sentó de lado con las piernas juntas, el protocolo le indicaba que así era la forma correcta, en realidad ella no deseaba ser cien por ciento correcta, sino transportarse a esa comodidad de hace tres días atrás. Le sonrió con más tranquilidad, él estaba ahí, frente a ella, necesitaba tranquilizarse.
– ¿Lo han tratado bien al llegar? – Preguntas, todo eran preguntas con Quentin, su misterio la envolvía, lo deseaba conocer, volver esas sensaciones suyas.
Dos días después del encuentro con el joven Debussy, la chica asistió a una casa hogar, una situada en el norte, no la famosa por las decadencias, sino a una casa condicionada por una mujer para mejorar la vida de niños sin padres. Para ella fue un rato muy constructivo, las sonrisas de los infantes le resultaron terapéuticos, incluso alimentó, bañó, vistió y durmió a muchos de ellos, cuando la noche cayó volvió a casa acompañada de su leal cochero, quien se dedicaba a cuidarla también, de una muy buena gana, además, pero durante todo el tiempo el recuerdo de ese hombre aparecía, ocasionando que sus mejillas se sonrojaran de forma natural, logrando que todos los sirvientes le miraran de forma cómplice, curiosa, pero todos contentos por tan buen indicio. Ella se estaba curando.
En resumen eso habían sido sus días. Dando órdenes que le sentaban mal, pues veía a todos sus iguales, visitando niños siempre sonriendo e ilusionados, comiendo sus platillos favoritos, montando a caballo, dando paseos por los jardines, tratando a las flores como sus mejores amigas, siempre con una sonrisa, con el rostro de Quentin Debussy en su memoria, en su esencia, incluso en la tonta ducha que sólo le hacía tomarla con más rapidez por el bochorno de sus piernas mostradas. ¿Por qué aquello le afectaba tanto? No es que le afectara para mal, para nada, más le tenía inquieta, curiosa, ansiosa ¿Y si no volvía a ver al mayordomo? ¿Qué pasaría si la abandonaba a su suerte solo con los recuerdos de una noche perfecta?
– Dios mío, lo único que te pido es que coloques en mi camino a personas honradas, de buenos sentimientos, que no lastimen el prójimo de forma voluntaria, te pido que lo que me mandes pueda sobrellevarlo, a veces no me creo capaz, pero confío en todo lo que me muestras – Era muy temprano por la mañana del tercer día, ni siquiera se había asomado el sol, ninguno de sus rayos, nada. Se encontraba tan nerviosa que la noche anterior se durmió mucho antes de lo planeado, como era de esperarse se despertó demasiado pronto, por eso oraba, le pedí a ese altísimo que jamás la había dejado sola, le agradecía, le pedía, le contaba, y platicaba con él. ¿Qué mejor que eso? Nada, Doreen siempre tenía presente a Dios, no importaba que, ahí estaba, en sus alegrías, en sus pesares, jamás se desligaría de él.
Durante el día hizo lo común, se dio un baño, tomó el desayunó, leyó un par de libros, hizo una pintura. ¿Una pintura? Aquello era raro, ella había dejado de pintar hace tanto que verla de esa forma irradiaba esperanza; Doreen se entretuvo mucho tiempo con el jardín, incluso cortó un manojo de flores para colocarlas en su habitación, le encantaban, no sólo eso, había una sección especialmente dedicada a las orquídeas, todas estaban inmensas, con colores diversos, un regalo de Darcy antes de morir, sus flores favoritas, uno de los mejores detalles, pero esas jamás las cortaba, prefería admirarlas; así fue como pasó el día, y a las siete de la noche en punto, se metió a dar otro baño, aunque pidiéndole al agua que le relajara para poder tener una velada grata, si llegaba a aparecer el señor Debussy.
¿Qué debía ponerse? Ella no lo sabía, encontraba tantos vestidos, pero ninguno le pareció lo suficientemente bello para presentarse frente a él. De igual forma no es que la primera vez la hubiese visto en su mejor momento, pero deseaba darle una mejor carta de presentación.
Optó por un vestido azul marino, era la primera vez que se lo ponía, siempre usaba las mismas prendas, pero esa noche debía ser especial, incluso el corsé fue apretado un poco más, eso por ideas locas de una de sus damas, no por ella, pues no es que le encantara estar apretada entre esa prenda. A la rubia siempre le había gustado la comodidad a diferencia de otras mujeres. Como acompañante tenía el cabello recogido en lo alto, con una especie de cebolla clásica, no deseaba que sus cabellos le obstruyeran la visión. Le ayudaron a colocarse el perfume, unos pendientes discretos al igual que pulseras ¿él anillo de compromiso? Ese lo había guardado en el sótano, en un cofre tres meses atrás. No importaba, ya ni siquiera lo recordaba. Cuando sus labios quedaron listos, una de las chicas llegó corriendo para decirle que el invitado la estaba esperando. Tragó saliva con fuerza, y claro, se encaminó con torpeza para alcanzarlo.
– Jazmín, quiero que todos se vayan a descansar, no deseo a nadie merodeando, a nadie, no hay de qué preocuparse ¿entendido? Si veo a alguien rondando les juro que me verán molesta – Comentó sería por unos momentos, pero después con esa sonrisa tímida, avergonzada que le caracterizaba.
De igual forma todos le hicieron caso, menos los veladores de las puertas, fue entonces cuando se armó de valor para llegar a la puerta donde su invitado la esperaba. La abrió con cuidado, sin hacer ruido alguno, tomó dos bocanas de aire al verlo de espaldas, cerró la puerta rápidamente y cuando volteó de nuevo a verle el tinte carmín se hizo presente.
– Buenas noches, señor Debussy, me honra con su presencia – Hizo una reverencia educada tomando las puntas de su vestido para que aquello le diera más comodidad en el acto – Me alegra que volviera, quiere decir que no debo ser tan mala compañía – ¿Qué debía de hacer Doreen entonces? ¿Acercarse? Se quedó plantada en la entrada del lugar, como si sus pies hubieran encontrado sus raíces y aferrado a la tierra impidiendo su movimiento. La rubia se sorprendió, el mayordomo se veía tan bien, tan distinto, se veía tan atractivo que tuvo que bajar la mirada por la vergüenza que le ocasionaba pensarlo de esa forma. ¿Aquello era normal? Le pidió a Dios que le perdonara por pecar con el pensamiento, aquello le había sido inevitable.
– ¿Ha estado bien, mi señor? ¿Han sido buenos sus días? Espero que la señora de la casa no le haya regañado y le permitiera venir sin problema alguno, sino, no estaría feliz sabiendo que usted tendría problemas, cuénteme por favor – Pidió casi suplicante, primero que nada debía saber si aquel encuentro iba bien desde antes de que se miraran. – Por favor, póngase cómodo, se encuentra en su casa, ¿desea algo de tomar? – Con torpeza se acercó a una de las mesas que servía para las botellas que se ofrecieran en aquella estancia. Lo mejor para los mejores, eso siempre le enseñó un viejo amigo, y para Doreen, Quentin era la persona adecuada para darle a compartir un poco de lo que ahora ella misma llegaba a desperdiciar; la joven sirvió un poco de whisky en un vaso con hielos, le estiró el brazo para depositarlo en su mano pero insegura lo atrajo consigo de nuevo – No sé qué desee tomar, mejor indíqueme por favor – Pidió torpe, encima su piel se había erizado ante el contacto de la piel ajena cuando acercó el vaso ¿Qué ocurría? Hizo una mueca para sus adentros.
Se sentó de lado con las piernas juntas, el protocolo le indicaba que así era la forma correcta, en realidad ella no deseaba ser cien por ciento correcta, sino transportarse a esa comodidad de hace tres días atrás. Le sonrió con más tranquilidad, él estaba ahí, frente a ella, necesitaba tranquilizarse.
– ¿Lo han tratado bien al llegar? – Preguntas, todo eran preguntas con Quentin, su misterio la envolvía, lo deseaba conocer, volver esas sensaciones suyas.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Fue interesantísimo para Quentin hallar el contraste entre la joven que a su presencia había acudido y la verde ninfa del cuadro. Eran la misma, ¿o no lo eran? Parecía confuso. Sin duda ambas se llamaban Doreen Caracciolo, y la esencia de ella se había mantenido a través de los años; lo sabía, lo veía, se sentía incluso entre las paredes de la colosal mansión. No obstante, algo vital actualmente en la joven que no se encontraba en la imagen del pasado; la comisura traviesa de su sonrisa había sido reemplazada por una igual de encantadora, pero con un tinte mohíno imposible de ignorar por sus ojos escrutiñadores. Aquello no era nada más ni nada menos que una de las consecuencias de haber sentido el apego y de haber tenido esperanzas sólo para verlas quebrarse. Así y todo sonreía, anunciando que no había abandonado su búsqueda por un pilar indestructible sobre el cual sentar su felicidad, eso que Quentin intentaba, pero aún no conseguía entender. Hasta consideraba divertido haber pasado por instructores de pésimo carácter y haber salido invicto por sus rigurosos criterios, y no lograr sentir ese entusiasmo por la vida que mostraba Doreen.
Convencido de que tarde o temprano la verdad lo encontraría, le devolvió la sonrisa a la rubia y se inclinó para darle su venia.
—El honor es todo mío, señorita Doreen. Permítame destacar lo hermosa que se ve hoy en especial —dijo antes de volver a elevar la cabeza, inclinándola ligeramente hacia un lado al escuchar a la muchacha menospreciarse a sí misma. Resultaba irónico que alguien de una baja autoestima como ella conservara todavía la ilusión de un mundo mejor, a pesar de que se le hubiera demostrado una y otra vez lo bajo de la existencia humana— Perdone. ¿Usted se considera mala compañía? —alzó ambas cejas, preguntándose en qué categoría quedaría él aplicando ese criterio— Puede que yo sea el hazmerreír de la ciudad en lo que respectan las compañías, ya que rara vez se me ve acompañado, pero a la vez trato con personas cada día de mi vida, es mi trabajo saber interactuar con ellas. Después de haberme relacionado con múltiples personalidades después de una jornada laboral, me atrevería a decir que ninguna me ha hecho sentir en casa como la suya. —se miró a sí mismo unos instante— Además… ¿quién podría asegurarle que no soy una mala influencia para usted? Tenga presente que lo que debí haber hecho hace tres días es haberla llevado de regreso a su mansión, pero decidí acompañarla por gusto, estimulando esa conducta, arriesgándola a usted y a mí. Qué irresponsable, ¿no le parece? —se acercó un par de pasos, mirándola pacientemente mientras ella bajaba la cabeza— Incluso ahora que me doy cuenta, resulta que las dos veces que nos hemos visto ha sido a solas —levantó delicadamente el mentón de la joven con dos de sus dedos, como si estuviera elevando a una paloma con ellos— Si este patrón se sigue repitiendo, pensaré que estos encuentros han sido únicamente producto de mi imaginación. Sería una lástima.
Se dio cuenta de que sólo estaban ella, la chimenea, y él. No se escuchaba empleado cerca que los vigilara o que los pudiera importunar. Aquel escenario sólo facilitaba la cercanía entre ambos, ahí, en un ambiente cálido contrastando con el frío del jardín invernal, y con el fuego iluminándolos. Los labios de Quentin se posicionaron en una forma entreabierta cuando se percató de que era una escena muy similar a las que solían asaltarlo en sueños desde hacía tres noches. Era la misma media luz, el mismo rostro sonrojado. Lo único que faltaba ahí para que el resto de la ensoñación se revelara ante sus ojos era un solo paso que él debía dar. Apretó sus labios cuando se dio cuenta de que su mente le estaba jugando una mala pasada; no debía pensar de esa manera tan irrespetuosa acerca de alguien como Doreen, o por lo menos no en su presencia. Por eso fue que retiró su mano de la mandíbula de la chica lentamente. Debía evitar los contactos físicos, por más sutiles que fueran, si quería enfocarse en la realidad y no en los trucos que sus sueños pudieran jugarle.
—Todo ha ido perfectamente. Terminé mis tareas a tiempo, así que la señora no opuso problema alguno. Gracias por su preocupación, pero esta no tiene motivo de ser —habló con un tono más bajo, saliendo de la imagen de su ensoñación paso a paso mientras tomaba asiento con la bendición de Doreen— Estaré agradecido con lo que me sirva, señorita. No se acongoje. —y entonces ella rozó su mano con la de él, y el hombre contempló con cuidado las pieles en un sutil contacto. Aquella recatada manera de fricción había bastado para inquietarse por dentro para inmediatamente tragarse sus pensamientos. Se repetía que había un límite imposible de transgredir.— Basta, Quentin. No sigas.
Agradeció al cielo que ella ayudara a distraerlo con su pregunta acerca de la bienvenida. Se rió un poco de sí mismo discretamente al volver a pensar en la reacción que había tenido la mayor de las empleadas con él, puesto que no era que hubiese sido irrespetuoso con ella o poco atento, pero de todas formas había decidido darle la espalda, como si desconfiara de él por el sólo hecho de presentarse en la reja con afanes de visitar a Doreen. O a lo mejor, era tan perceptiva que no hacía falta conocerlo. No la metería en líos.
—Digamos que hemos comenzado a conocernos bien —se escapó formalmente del asunto. Realmente no tenía ninguna clase de resentimiento para con la mujer; ella cuidaba de Doreen, era todo. Lo agradecía. Dio un pequeño sorbo al whisky que la joven le había entregado y continuó— Entiendo que es común que los criados cuiden de sus amos, sobretodo si hay un lazo entremedio que lleva a ampliar los cuidados, pero no puedo evitar pensar que quieren protegerla de algo… de alguien —luego le preguntaría de eso, no al comienzo de la velada— Sus experiencias pasadas con las personas que se han ido y dejado un vacío en usted deben doler todavía, y no tiene motivos para confiar en mí, ni mucho menos ellas, pero si me encuentro aquí no es para hacerle daño. Si pudiera saber cómo ha estado su día, ese sería un buen comienzo antes de dedicarnos a otra cosa. Durante tres largas jornadas no he sabido nada de usted, y si en una noche intercambiamos palabras incansablemente, me imagino cuánto debe caber en setenta y dos horas.
Pero la había visto, en sus sueños, en los rincones más ocultos de su mente, cosas que nunca esperaba decir a Doreen. Era tarde ya para preguntarse si estaba haciendo bien acercándose a ella, porque eso estaba haciendo al acudir a cenar a su casa como si fuera un invitado de clase alta más. No, era más que eso; estaban solos, de noche, tal como se habían conocido. Todo lo que se apreciaba en la escena era para recriminarlo, pero así habían sido con el otro desde el primer momento: poco convencionales, arrojados a sus propios intereses, a sus deseos de compartir bajo la luna con alguien que comprendiera, o al menos escuchara lo que se encontraba por dentro. Eran un caso poco común, porque no era un secreto lo que fuera que tuvieran, pero tampoco podían contárselo a nadie, porque serían condenados. Y ser condenados implicaba la disolución de todo.
Antes de ser conscientes al respecto, ya eran confidentes clandestinos.
Convencido de que tarde o temprano la verdad lo encontraría, le devolvió la sonrisa a la rubia y se inclinó para darle su venia.
—El honor es todo mío, señorita Doreen. Permítame destacar lo hermosa que se ve hoy en especial —dijo antes de volver a elevar la cabeza, inclinándola ligeramente hacia un lado al escuchar a la muchacha menospreciarse a sí misma. Resultaba irónico que alguien de una baja autoestima como ella conservara todavía la ilusión de un mundo mejor, a pesar de que se le hubiera demostrado una y otra vez lo bajo de la existencia humana— Perdone. ¿Usted se considera mala compañía? —alzó ambas cejas, preguntándose en qué categoría quedaría él aplicando ese criterio— Puede que yo sea el hazmerreír de la ciudad en lo que respectan las compañías, ya que rara vez se me ve acompañado, pero a la vez trato con personas cada día de mi vida, es mi trabajo saber interactuar con ellas. Después de haberme relacionado con múltiples personalidades después de una jornada laboral, me atrevería a decir que ninguna me ha hecho sentir en casa como la suya. —se miró a sí mismo unos instante— Además… ¿quién podría asegurarle que no soy una mala influencia para usted? Tenga presente que lo que debí haber hecho hace tres días es haberla llevado de regreso a su mansión, pero decidí acompañarla por gusto, estimulando esa conducta, arriesgándola a usted y a mí. Qué irresponsable, ¿no le parece? —se acercó un par de pasos, mirándola pacientemente mientras ella bajaba la cabeza— Incluso ahora que me doy cuenta, resulta que las dos veces que nos hemos visto ha sido a solas —levantó delicadamente el mentón de la joven con dos de sus dedos, como si estuviera elevando a una paloma con ellos— Si este patrón se sigue repitiendo, pensaré que estos encuentros han sido únicamente producto de mi imaginación. Sería una lástima.
Se dio cuenta de que sólo estaban ella, la chimenea, y él. No se escuchaba empleado cerca que los vigilara o que los pudiera importunar. Aquel escenario sólo facilitaba la cercanía entre ambos, ahí, en un ambiente cálido contrastando con el frío del jardín invernal, y con el fuego iluminándolos. Los labios de Quentin se posicionaron en una forma entreabierta cuando se percató de que era una escena muy similar a las que solían asaltarlo en sueños desde hacía tres noches. Era la misma media luz, el mismo rostro sonrojado. Lo único que faltaba ahí para que el resto de la ensoñación se revelara ante sus ojos era un solo paso que él debía dar. Apretó sus labios cuando se dio cuenta de que su mente le estaba jugando una mala pasada; no debía pensar de esa manera tan irrespetuosa acerca de alguien como Doreen, o por lo menos no en su presencia. Por eso fue que retiró su mano de la mandíbula de la chica lentamente. Debía evitar los contactos físicos, por más sutiles que fueran, si quería enfocarse en la realidad y no en los trucos que sus sueños pudieran jugarle.
—Todo ha ido perfectamente. Terminé mis tareas a tiempo, así que la señora no opuso problema alguno. Gracias por su preocupación, pero esta no tiene motivo de ser —habló con un tono más bajo, saliendo de la imagen de su ensoñación paso a paso mientras tomaba asiento con la bendición de Doreen— Estaré agradecido con lo que me sirva, señorita. No se acongoje. —y entonces ella rozó su mano con la de él, y el hombre contempló con cuidado las pieles en un sutil contacto. Aquella recatada manera de fricción había bastado para inquietarse por dentro para inmediatamente tragarse sus pensamientos. Se repetía que había un límite imposible de transgredir.— Basta, Quentin. No sigas.
Agradeció al cielo que ella ayudara a distraerlo con su pregunta acerca de la bienvenida. Se rió un poco de sí mismo discretamente al volver a pensar en la reacción que había tenido la mayor de las empleadas con él, puesto que no era que hubiese sido irrespetuoso con ella o poco atento, pero de todas formas había decidido darle la espalda, como si desconfiara de él por el sólo hecho de presentarse en la reja con afanes de visitar a Doreen. O a lo mejor, era tan perceptiva que no hacía falta conocerlo. No la metería en líos.
—Digamos que hemos comenzado a conocernos bien —se escapó formalmente del asunto. Realmente no tenía ninguna clase de resentimiento para con la mujer; ella cuidaba de Doreen, era todo. Lo agradecía. Dio un pequeño sorbo al whisky que la joven le había entregado y continuó— Entiendo que es común que los criados cuiden de sus amos, sobretodo si hay un lazo entremedio que lleva a ampliar los cuidados, pero no puedo evitar pensar que quieren protegerla de algo… de alguien —luego le preguntaría de eso, no al comienzo de la velada— Sus experiencias pasadas con las personas que se han ido y dejado un vacío en usted deben doler todavía, y no tiene motivos para confiar en mí, ni mucho menos ellas, pero si me encuentro aquí no es para hacerle daño. Si pudiera saber cómo ha estado su día, ese sería un buen comienzo antes de dedicarnos a otra cosa. Durante tres largas jornadas no he sabido nada de usted, y si en una noche intercambiamos palabras incansablemente, me imagino cuánto debe caber en setenta y dos horas.
Pero la había visto, en sus sueños, en los rincones más ocultos de su mente, cosas que nunca esperaba decir a Doreen. Era tarde ya para preguntarse si estaba haciendo bien acercándose a ella, porque eso estaba haciendo al acudir a cenar a su casa como si fuera un invitado de clase alta más. No, era más que eso; estaban solos, de noche, tal como se habían conocido. Todo lo que se apreciaba en la escena era para recriminarlo, pero así habían sido con el otro desde el primer momento: poco convencionales, arrojados a sus propios intereses, a sus deseos de compartir bajo la luna con alguien que comprendiera, o al menos escuchara lo que se encontraba por dentro. Eran un caso poco común, porque no era un secreto lo que fuera que tuvieran, pero tampoco podían contárselo a nadie, porque serían condenados. Y ser condenados implicaba la disolución de todo.
Antes de ser conscientes al respecto, ya eran confidentes clandestinos.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
En la medida que el tiempo pasaba, Doreen experimentaba cambios de humor un poco más drásticos de los normales, cualquiera que estuviera a su alrededor, y la conociera, pensaría que es una loca necesitando que la encerraran en un hospital psiquiátrico, pero era todo menos eso. Resultaba que la tristeza llegaba de golpe, sin avisar, haciendo que la jovencita recordara lo malo que le había ocurrido unos meses atrás, sin embargo, ella enseguida buscaba recuerdos, momentos, situaciones, rostros que le hicieran salir de eso, que le hicieran darse cuenta que la tristeza no valía la pena, por el contrario, tenía los motivos suficientes para volver a estar tranquila en paz. Era por esa razón que sus cambios eran tan bruscos, pero necesarios, la etapa de duelo iba pasando tan rápido que se daba cuenta Dios no la abandonaba; el mayordomo que se encontraba frente a sus ojos en definitiva se había tratado de un filtro grande y necesario que le calmaba sus ansias, que le brindaba una calidez especial. ¿Qué era eso? La verdad las respuestas se le escapaban, no tenía ninguna, estaba consiente que la aventura a averiguarlo podría ser dura, incluso pesada, sangrienta en el interior, pero correr riesgos era su especialidad, el deseo ferviente de descubrir todo al lado del joven de hermosa sonrisa la estimulaba, no habría vuelta atrás.
- La belleza es subjetiva, mi señor – Se atrevió a contradecir a pesar de no tener las armas suficientes para hacerlo. – Le agradezco la manera en que sus ojos me miran, es un halago viniendo de su persona, pero quisiera pedirle que no lo haga, me hace sentir extraña, porque jamás me he considerado de tal manera – Sólo bastaba recordar el pasado, sus vestidos no eran finos como los de otras chicas en su pueblo natal, aquellas niñas se habían encargado de menospreciarla por eso (no todas), lo cual ocasionó un autoestima que caía en picada, si se sumaba a las palabras de represión de su padre, los castigos, y sus cicatrices de la cintura, no se sentía hermosa; por mero instinto se llevó una mano a la parte derecha de la misma, sus dedos queriendo disimular un poco acariciaron un poco aquella zona, no es que fueran las más horribles, pero para ella significaba no tener un cuerpo digno, perfecto y completo para quien deseara darle hijos, hasta en eso buscaba la perfección, de lo contrario no se creía merecedora de algún par de orbes admirándola. – Usted no es ningún hazme reír, cualquiera que se encuentre cerca, que intercambia si quiera el saludo con su persona, debe sentirse afortunado. Por mi parte lo soy, tengo el placer de volver a verle, de que quisiera venir a mi encuentro, quiere decir que no le dio una mala impresión – Se animó ella misma mostrando sus mejillas sonrojadas casi al punto de que el rosáceo se volviera carmín, pero prevalecía el color dulzón en su rostro, mostrando a una señorita alterada por el momento, pero con ese aire inocente, dulce que siempre la acompañaba; la joven parpadeó por la confesión del mayordomo, no disimuló en nada su sonrisa de alegría por sus palabras - ¿En casa? – Reflexionó – Me sentí más que en casa estando a unos pasos de distancia de usted, era tan agradable, me sentí segura e inquebrantable – Confesó encogiéndose de hombros, pero aunque la mirada ajena le pusiera nerviosa, se la sostuvo, necesitaba que creyera en todo lo que le dijera. – Bueno, no siga, no pensemos en que el otro puede ser mala compañía, solo disfrutemos el rato, y en cuanto a privacidad, yo pedí que no nos interrumpieran, estoy preparada para desnudar mi alma con usted, no con el resto – Aclaró sentándose frente al hombre, era mejor tener la distancia prudente, pues Doreen sentía que sus piernas querían flaquear cuando lo tenía cerca.
Mientras se acomodaba en aquel cómodo asiento, la joven volteó a ver uno de los cuadros, el que Quentin observaba cuando entró. Los recuerdos le vinieron encima, como si hubiera sido ayer, tenía las mejores memorias de esa ocasión. ¿Cómo lo había conseguido? Un regalo que su hermano le había enviado hace tiempo atrás.
- Cuando era pequeña, un grupo de jovencitas se reunía en la iglesia para poder cantar en ella cada misa oficiada, para las personas de mi pueblo era importante, sólo las señoritas de mejor educación tenían el privilegio para poder estar en casa de Dios, cantarle a él y a sus fieles seguidores, en ese cuadro estamos el grupo de privilegiadas, todas de la misma edad, mi padre se sentía orgulloso que me conocieran por ser una devota fiel desde pequeña – Se encogió de hombros pero dejó de ver el retrato – La pequeña de chinos cabellos y larga cabellera negra vivía en el terreno junto al mío, siempre se escapaba con mi hermano para poder sacarme a pasear sin que notaran mis padres, los suyos no eran tan rudos con ella, de hecho mantenían muchas creencias modernas, de esas que no están permitidas decirlas en voz alta, era mi mejor amiga – Le comentó sonriendo, gratos recuerdos compartidos con una grata compañía. Se percató que a nadie más le había dicho eso, sólo si hermano mayor y ella lo sabían. ¿Diferencias con su pasado doloroso al presente pacifico? Notaba que sus memorias eran felices, no perecederas; guardó silencio notando que había hablado demasiado, por acto reflejó bajó la mirada a la alfombra, con él le costaba mucho trabajo estar tranquila, en el aspecto del nervio, el querer agradarle, y no entendía el porqué.
- Todos los días se vuelven agradables en la mansión, mi señor, siempre hay secretos por resolver, y sonrisas que contagiar. ¿No le parece? Creo que eso no sólo aquí, sino en cualquier lado, la alegría debe ser lo primero – Suspiró, junto sus rodillas bajo su falta para poder sentarse de forma correcta, la espalda recta y la mirada sumergida de forma profunda en la ajena. – Debo confesar que desde su encuentro me siento más liberada, mucho mejor, las heridas ya no sangran, por el contrario, están cicatrizando de manera tan rápida que es alarmante – Le dedicó una sonrisa amplia, sincera, cariñosa. – Había estado pensando más en nuestro futuro encuentro que en otra cosa, aunque no desperdicié mi tiempo – Se relamió los labios – Hablé un poco con la servidumbre, ayudé con los labores del jardín, creo que aquella noche notó mi fascinación por las flores – Se encogió de hombros – También fui a visitar al orfanato del norte, ¡Niños más hermosos! Son ángeles. Ya que jamás podré tener hijos prefiero darles mis mejores años a quienes no tienen padres – Pero su voz se entrecortó unos momentos, quedándose en evidencia, mostrando lo mucho que le afectaba ese tema.
Uno de los sueños más grandes de Doreen no era la libertad que había adquirido al escapar de casa, tampoco las riquezas que le habían otorgado, pero que no menospreciaba porque le dejaban una vida digna; se trataba de poder encontrar el amor, contraer nupcias, pero sobretodo, lo más importante, era tener un hijo, formar una familia. Era evidente que se mostrara débil y afectada al darse cuenta que eso jamás ocurriría.
- La señora de ese lugar es tan buena que los niños no se quieren ir, preparan rondas de lectura, de juegos, de limpieza, y todos lo hacen, tan contentos, siempre sonríen, son como una hermosa familia – Le comentó emocionada, recordando las ocasiones a solas con aquellos pequeños; Doreen volteó a ver a Quentin unos momentos - ¿Usted desea hijos, mi señor? – Quizás él tuviera mejor suerte que ella, los hombres sin importar la edad tenían la posibilidad de encontrar a una mujer, formar una familia, tener hijos y ser felices por el resto de sus días, en ocasiones ella se espantaba de las historias crueles que algunas de sus sirvientes le contaban sobre la infidelidad, el maltrato en pareja, se suponía que cuando existía el amor entre un hombre y una mujer no pasaba nada de eso. ¿Quentin como sería? ¿Se habría enamorado? ¿Tendría interés en alguien? Hizo una mueca mostrando su curiosidad sobre el tema, pero era más interna, no se atrevía a ser inoportuna, adentrarse a cuestiones que no le correspondían, mientras él se dedicaba a pensar en si responder o no, prefirió cambiar el tema - ¿Cómo le fue en estos días? ¿Algo que contar? ¿Cómo tomó su salida su ama? ¿Quiere cenar ya? – Lo que la rubia buscaba también era intentar adentrarse en él, poder recibir más de su persona, no cosas superficiales, sino lo que el alma decía a la mano de su corazón, pero recordó que el mayordomo era de pocas palabras, y que no comprendía el arte de los sentimientos, del amor por completo, así que no debía forzarlo a hacer algo que seguramente ignoraba, quizás con el tiempo incluso le tendría más confianza como para confesarse.
Se quedó muda de nuevo, imposible de mover los labios porqué ya no deseaba ser el centro de atención. La rubia deseaba poder ser la unión de palabras, pensamientos y anécdotas con él aquella noche, reflexionó un poco recordando lo que él había mencionado de la soledad. Se puso nerviosa.
- Si desea puedo mandar a llamar a todos los empleados para que nos hagan compañía, no fue mi intención incomodarle, lamento verme tan atrevida – Insistió – Lamento insistir con el tema, pero debe ser honesto, lo que importa también es la sinceridad, la confianza que nos tengamos, usted es un invitado más, mejor incluso que cualquiera, así que le pediría de favor que lo que desee lo pida, buscaré la forma de dárselo, si desea empleados mando a llamarlos ¿Eso desea? – Se puso de pie, incluso caminó dos pasos hacía la puerta. – Por cierto, ellos han preparado una cena, pero no estoy muy segura si eso desee o prefiera que de verdad le cocine con mis propias manos, aunque si le soy honesta, me gustaría poder hacerle algo de alimento, devolverme todo lo que me dio esa primera noche juntos – Le dedicó una sonrisa amplia aún de pie frente a él.
- ¿Quiere que nos quedemos aquí para seguir conversando, o vamos a que le muestre los terrenos? – Deseaba darle una velada dinámica, entretenida, a gusto, a mena, feliz; mostrarle cada uno de sus rincones, enseñarle cada uno de sus recuerdos, formar incluso nuevos con él. ¿Qué había de malo en eso? Quentin, ese era el nombre que portaba el hombre, a Doreen le gustaba como sonaba, melodioso, cautivador, misterioso, todo eso y más, pero no sólo deseaba dejarse llevar por un nombre, sino por el contenido que había por desnudar.
- La belleza es subjetiva, mi señor – Se atrevió a contradecir a pesar de no tener las armas suficientes para hacerlo. – Le agradezco la manera en que sus ojos me miran, es un halago viniendo de su persona, pero quisiera pedirle que no lo haga, me hace sentir extraña, porque jamás me he considerado de tal manera – Sólo bastaba recordar el pasado, sus vestidos no eran finos como los de otras chicas en su pueblo natal, aquellas niñas se habían encargado de menospreciarla por eso (no todas), lo cual ocasionó un autoestima que caía en picada, si se sumaba a las palabras de represión de su padre, los castigos, y sus cicatrices de la cintura, no se sentía hermosa; por mero instinto se llevó una mano a la parte derecha de la misma, sus dedos queriendo disimular un poco acariciaron un poco aquella zona, no es que fueran las más horribles, pero para ella significaba no tener un cuerpo digno, perfecto y completo para quien deseara darle hijos, hasta en eso buscaba la perfección, de lo contrario no se creía merecedora de algún par de orbes admirándola. – Usted no es ningún hazme reír, cualquiera que se encuentre cerca, que intercambia si quiera el saludo con su persona, debe sentirse afortunado. Por mi parte lo soy, tengo el placer de volver a verle, de que quisiera venir a mi encuentro, quiere decir que no le dio una mala impresión – Se animó ella misma mostrando sus mejillas sonrojadas casi al punto de que el rosáceo se volviera carmín, pero prevalecía el color dulzón en su rostro, mostrando a una señorita alterada por el momento, pero con ese aire inocente, dulce que siempre la acompañaba; la joven parpadeó por la confesión del mayordomo, no disimuló en nada su sonrisa de alegría por sus palabras - ¿En casa? – Reflexionó – Me sentí más que en casa estando a unos pasos de distancia de usted, era tan agradable, me sentí segura e inquebrantable – Confesó encogiéndose de hombros, pero aunque la mirada ajena le pusiera nerviosa, se la sostuvo, necesitaba que creyera en todo lo que le dijera. – Bueno, no siga, no pensemos en que el otro puede ser mala compañía, solo disfrutemos el rato, y en cuanto a privacidad, yo pedí que no nos interrumpieran, estoy preparada para desnudar mi alma con usted, no con el resto – Aclaró sentándose frente al hombre, era mejor tener la distancia prudente, pues Doreen sentía que sus piernas querían flaquear cuando lo tenía cerca.
Mientras se acomodaba en aquel cómodo asiento, la joven volteó a ver uno de los cuadros, el que Quentin observaba cuando entró. Los recuerdos le vinieron encima, como si hubiera sido ayer, tenía las mejores memorias de esa ocasión. ¿Cómo lo había conseguido? Un regalo que su hermano le había enviado hace tiempo atrás.
- Cuando era pequeña, un grupo de jovencitas se reunía en la iglesia para poder cantar en ella cada misa oficiada, para las personas de mi pueblo era importante, sólo las señoritas de mejor educación tenían el privilegio para poder estar en casa de Dios, cantarle a él y a sus fieles seguidores, en ese cuadro estamos el grupo de privilegiadas, todas de la misma edad, mi padre se sentía orgulloso que me conocieran por ser una devota fiel desde pequeña – Se encogió de hombros pero dejó de ver el retrato – La pequeña de chinos cabellos y larga cabellera negra vivía en el terreno junto al mío, siempre se escapaba con mi hermano para poder sacarme a pasear sin que notaran mis padres, los suyos no eran tan rudos con ella, de hecho mantenían muchas creencias modernas, de esas que no están permitidas decirlas en voz alta, era mi mejor amiga – Le comentó sonriendo, gratos recuerdos compartidos con una grata compañía. Se percató que a nadie más le había dicho eso, sólo si hermano mayor y ella lo sabían. ¿Diferencias con su pasado doloroso al presente pacifico? Notaba que sus memorias eran felices, no perecederas; guardó silencio notando que había hablado demasiado, por acto reflejó bajó la mirada a la alfombra, con él le costaba mucho trabajo estar tranquila, en el aspecto del nervio, el querer agradarle, y no entendía el porqué.
- Todos los días se vuelven agradables en la mansión, mi señor, siempre hay secretos por resolver, y sonrisas que contagiar. ¿No le parece? Creo que eso no sólo aquí, sino en cualquier lado, la alegría debe ser lo primero – Suspiró, junto sus rodillas bajo su falta para poder sentarse de forma correcta, la espalda recta y la mirada sumergida de forma profunda en la ajena. – Debo confesar que desde su encuentro me siento más liberada, mucho mejor, las heridas ya no sangran, por el contrario, están cicatrizando de manera tan rápida que es alarmante – Le dedicó una sonrisa amplia, sincera, cariñosa. – Había estado pensando más en nuestro futuro encuentro que en otra cosa, aunque no desperdicié mi tiempo – Se relamió los labios – Hablé un poco con la servidumbre, ayudé con los labores del jardín, creo que aquella noche notó mi fascinación por las flores – Se encogió de hombros – También fui a visitar al orfanato del norte, ¡Niños más hermosos! Son ángeles. Ya que jamás podré tener hijos prefiero darles mis mejores años a quienes no tienen padres – Pero su voz se entrecortó unos momentos, quedándose en evidencia, mostrando lo mucho que le afectaba ese tema.
Uno de los sueños más grandes de Doreen no era la libertad que había adquirido al escapar de casa, tampoco las riquezas que le habían otorgado, pero que no menospreciaba porque le dejaban una vida digna; se trataba de poder encontrar el amor, contraer nupcias, pero sobretodo, lo más importante, era tener un hijo, formar una familia. Era evidente que se mostrara débil y afectada al darse cuenta que eso jamás ocurriría.
- La señora de ese lugar es tan buena que los niños no se quieren ir, preparan rondas de lectura, de juegos, de limpieza, y todos lo hacen, tan contentos, siempre sonríen, son como una hermosa familia – Le comentó emocionada, recordando las ocasiones a solas con aquellos pequeños; Doreen volteó a ver a Quentin unos momentos - ¿Usted desea hijos, mi señor? – Quizás él tuviera mejor suerte que ella, los hombres sin importar la edad tenían la posibilidad de encontrar a una mujer, formar una familia, tener hijos y ser felices por el resto de sus días, en ocasiones ella se espantaba de las historias crueles que algunas de sus sirvientes le contaban sobre la infidelidad, el maltrato en pareja, se suponía que cuando existía el amor entre un hombre y una mujer no pasaba nada de eso. ¿Quentin como sería? ¿Se habría enamorado? ¿Tendría interés en alguien? Hizo una mueca mostrando su curiosidad sobre el tema, pero era más interna, no se atrevía a ser inoportuna, adentrarse a cuestiones que no le correspondían, mientras él se dedicaba a pensar en si responder o no, prefirió cambiar el tema - ¿Cómo le fue en estos días? ¿Algo que contar? ¿Cómo tomó su salida su ama? ¿Quiere cenar ya? – Lo que la rubia buscaba también era intentar adentrarse en él, poder recibir más de su persona, no cosas superficiales, sino lo que el alma decía a la mano de su corazón, pero recordó que el mayordomo era de pocas palabras, y que no comprendía el arte de los sentimientos, del amor por completo, así que no debía forzarlo a hacer algo que seguramente ignoraba, quizás con el tiempo incluso le tendría más confianza como para confesarse.
Se quedó muda de nuevo, imposible de mover los labios porqué ya no deseaba ser el centro de atención. La rubia deseaba poder ser la unión de palabras, pensamientos y anécdotas con él aquella noche, reflexionó un poco recordando lo que él había mencionado de la soledad. Se puso nerviosa.
- Si desea puedo mandar a llamar a todos los empleados para que nos hagan compañía, no fue mi intención incomodarle, lamento verme tan atrevida – Insistió – Lamento insistir con el tema, pero debe ser honesto, lo que importa también es la sinceridad, la confianza que nos tengamos, usted es un invitado más, mejor incluso que cualquiera, así que le pediría de favor que lo que desee lo pida, buscaré la forma de dárselo, si desea empleados mando a llamarlos ¿Eso desea? – Se puso de pie, incluso caminó dos pasos hacía la puerta. – Por cierto, ellos han preparado una cena, pero no estoy muy segura si eso desee o prefiera que de verdad le cocine con mis propias manos, aunque si le soy honesta, me gustaría poder hacerle algo de alimento, devolverme todo lo que me dio esa primera noche juntos – Le dedicó una sonrisa amplia aún de pie frente a él.
- ¿Quiere que nos quedemos aquí para seguir conversando, o vamos a que le muestre los terrenos? – Deseaba darle una velada dinámica, entretenida, a gusto, a mena, feliz; mostrarle cada uno de sus rincones, enseñarle cada uno de sus recuerdos, formar incluso nuevos con él. ¿Qué había de malo en eso? Quentin, ese era el nombre que portaba el hombre, a Doreen le gustaba como sonaba, melodioso, cautivador, misterioso, todo eso y más, pero no sólo deseaba dejarse llevar por un nombre, sino por el contenido que había por desnudar.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Los ojos de Quentin, encorvados de la atención, parecían sonreírse ante el relato de aquel pequeño episodio en la infancia de Doreen, aquella era en la que era todavía inconsciente del mundo y sus reos. Pensó el hombre que no hubo niña de piel lechosa más afortunada que la ahora mujer que se encontraba sentada frente a él, puesto que había visto las risas que ganaba escapándose con sus seres queridos y no el peligro de perderlo todo que conllevaba dicha hazaña. El Quentin que recordaba haber sido en su infancia guardaba un puñal en sus botas oxidadas, dispuesto a utilizarlo ante la menor provocación; no se sentía parte del mundo, sino amenazado por él como si fuera un intruso en el mismo. Por lo menos ella había podido disfrutarlo en su niñez, aunque luego despertara de ese sueño infantil con la adultez y sus consecuencias. El sueño que ella había vivido había sido eso, un sueño, pero no las risas que en ella habían despertado por él.
–"Creencias modernas”es como lo llamarían los imberbes que todavía creen que sus majestades, los reyes, son hijos de Dios. Pero a usted, afortunadamente, no le han puesto una venda sobre los ojos, y espero que no piense que yo pertenezco a ese grupo. De otra manera, no estaría aquí –hubiese estado en la mansión de su ama, haciendo exactamente lo que le ordenaban hacer. Era curioso, pero Doreen le hacía revivir las ganas de desentrañar las verdades del mundo como el intelectual que sólo se permitía ser en la soledad de su habitación contadas veces– Si me permite la opinión, la rebeldía es la primera muestra de cultura; nos obliga a aventurarnos fuera de lo seguro, porque la verdad jamás ha sido antónimo de riesgo. Usted es una mujer culta, señorita Doreen. Seguramente muchos se habrán sentido ofendidos por eso, como el patrón que descubre que su empleado sabe leer, pero eso no significa que esté en un error –recordaba que si bien su primera ama había sido quien le había enseñado a leer, sus familiares no lo habían aprobado– Así que aquí me tiene, un perseguido más, que a diferencia de usted, prefirió callar.
Lo increíble de todo era que ella lo había pasado peor que él, Quentin estaba seguro de eso, pero se mostraba más abierta que nadie a dar y recibir sonrisas. ¿Era un disfraz acaso para ocultar lo mal que estaba? Podía ser, pero había un brillo de sinceridad en sus ojos que él no podía ignorar. Podía ser que ella estuviera fabricándose su propia felicidad para seguir adelante, pero también decía era que él había tenido que ver. Estaba confundido; ¿por qué los seres humanos necesitaban creer que eran felices para vivir?, ¿se podía hacer feliz a alguien sin saber absolutamente nada acerca de ese sentimiento o ficción? Y todavía más ella lo confundía hablando fulgúreamente acerca de cuánto disfrutaba de flores y niños, pero a la vez se negaba a ser ella la protagonista de una historia que contuviera todo aquello cuanto alababa.
–Con el respeto que merece, usted me resulta un rompecabezas. ¿Por qué negarse a vivir lo que usted detalladamente ha descrito como algo que vale la pena? No puedo dejar de preguntarme cómo puede ser compatible la oda con la negación. Puedo deducir que usted no es estéril biológicamente hablando; si ese fuera el caso, el dolor producido por ello le impediría hablar del tema, pero se trata a sí misma como si lo estuviera. Y por su propia incidencia, le duele. –podía ser que estuviera siendo impertinente con quien tan amablemente lo había invitado a su hogar, pero en su búsqueda de un motivo por el cual vivir, no podía no detenerse en aquellos importantes detalles que Doreen dejaba entrever con su voz ligeramente entrecortada y sus ojos tensados– Sé que sería una buena madre. ¿No podría llamarse egoísmo negarse a darle a unos niños una madre como usted por miedo a salir lastimada? Ellos no lo querrían. Podría seguir propagando ese amor incondicional en vez de hacerlo morir junto a usted –recordaba a la mujer que lo había parido, esa madre que de madre nada tenía, y deseaba en silencio que ella hubiera hablado con la mitad de entusiasmo hacia sus hijos que el que usaba Doreen para referirse a niños que ni siquiera habían sido fruto de su vientre.
La rubia tocó algo muy profundo dentro de Quentin al preguntarle sobre si tenía planes de convertirse en padre algún día. Cuando a alguien le preguntaban algo así, lo primero que hacía era remontarse a los primeros recuerdos que tenía de la paternidad, es decir, la propia crianza. El mayordomo partió hacia esos recuerdos secretos y algo dolorosos dentro de sí, y lo que encontró no le gustó; en efecto, nunca los había siquiera aceptado. Se quedó mudo, mirando hacia ninguna parte, mientras las imágenes se aclaraban y se encontraba a sí mismo siendo mantenido por un hombre que no era su padre ni actuaba como uno y por una madre que merecía más ser llamada “paridora” o "prisionera" que otra cosa. Y sus hermanos… daban lástima cómo todo el día destruían, comían y dormían como si fueran cerdos esperando ir al matadero, sin propósito ni ideas. Y todavía Quentin no podía aceptar que él compartiera la misma sangre que aquel grupo de gente que según la biología y los usos sociales se llamaba familia. Sólo despertó de ese transe cuando Doreen cambió el tema de súbito, probablemente notando el efecto que había tenido esa preguntan en particular en su invitado, quedando sin responder.
–Perdone. No sé qué me ocurrió –tosió con sutileza, pensándose descortés al no haber puesto toda la atención debida– Hace muchas preguntas. ¿Está nerviosa? Porque si lo está, recuerde que no vine aquí para juzgar qué tan parecida es a la persona que otros esperan que sea. Estar solo con usted… –tenía que tener cuidado con lo que iba a decir. De otra manera, podía resultar contraproducente. Doreen era como el agua que bajaba la montaña, tan pura e intacta que el más superficial de los contactos podía hacer que perdiera su transparencia. No quería asustarla. ¿Quería algo? Sí, quería estar cerca, porque sí– …no me molesta en lo más mínimo. Es la sinceridad que puedo darle.
Exactamente. No podía ser más sincero, era una locura. ¿Cómo decirle que había soñado con ella noche tras noche?, ¿cómo mencionarle que había visto los ojos de ella conectados con los suyos, suplicándole a través de los mismos que se estrellaran en un abrazo que no los dejara volver a ser los mismos?, ¿cómo siquiera explicarle que había descaradamente había fantaseado con ella, con poner en contacto sus cuerpos hasta fundirlos en uno solo? Era de esos momentos en que las emociones se quedaban sin palabras. ¿Emociones? ¿aquello era lo que florecía en Quentin cuando se trataba de la moza a la que una noche de invierno había llevado? De lo que sí estaba seguro el mayordomo era que estaba pisando el terreno más peligroso: el desconocido.
Era casi gracioso; ella era la anfitriona y la dueña de la mansión, pero se comportaba como si ella fuese el ama de llaves y él el señor del inmueble. ¿Se sentía presionada? No entendía por qué, si él no era ninguna figura de interés público ni mucho menos un Lord. Decidió entonces no buscarle un por qué a sus múltiples aristas, o por el contrario se enredaría a sí mismo intentando vislumbrar una explicación. Lo que hizo fue ponerse de pié, caminar hacia la joven, e hincarse a su altura en su asiento para mirarla y hablarle gentilmente. Tal vez así confiaría en que él no le haría daño.
–Dígame, Doreen. ¿Qué es lo que a usted le gustaría hacer? –se trataba de ella, no de él, nunca de él. Quentin no había acudido a aquella cena para ser servido o para aprovechar la ocasión para vestir como un civil elegante. Él había acudido porque se volvía loco de terneza ante la sola visión de su ser.
–"Creencias modernas”es como lo llamarían los imberbes que todavía creen que sus majestades, los reyes, son hijos de Dios. Pero a usted, afortunadamente, no le han puesto una venda sobre los ojos, y espero que no piense que yo pertenezco a ese grupo. De otra manera, no estaría aquí –hubiese estado en la mansión de su ama, haciendo exactamente lo que le ordenaban hacer. Era curioso, pero Doreen le hacía revivir las ganas de desentrañar las verdades del mundo como el intelectual que sólo se permitía ser en la soledad de su habitación contadas veces– Si me permite la opinión, la rebeldía es la primera muestra de cultura; nos obliga a aventurarnos fuera de lo seguro, porque la verdad jamás ha sido antónimo de riesgo. Usted es una mujer culta, señorita Doreen. Seguramente muchos se habrán sentido ofendidos por eso, como el patrón que descubre que su empleado sabe leer, pero eso no significa que esté en un error –recordaba que si bien su primera ama había sido quien le había enseñado a leer, sus familiares no lo habían aprobado– Así que aquí me tiene, un perseguido más, que a diferencia de usted, prefirió callar.
Lo increíble de todo era que ella lo había pasado peor que él, Quentin estaba seguro de eso, pero se mostraba más abierta que nadie a dar y recibir sonrisas. ¿Era un disfraz acaso para ocultar lo mal que estaba? Podía ser, pero había un brillo de sinceridad en sus ojos que él no podía ignorar. Podía ser que ella estuviera fabricándose su propia felicidad para seguir adelante, pero también decía era que él había tenido que ver. Estaba confundido; ¿por qué los seres humanos necesitaban creer que eran felices para vivir?, ¿se podía hacer feliz a alguien sin saber absolutamente nada acerca de ese sentimiento o ficción? Y todavía más ella lo confundía hablando fulgúreamente acerca de cuánto disfrutaba de flores y niños, pero a la vez se negaba a ser ella la protagonista de una historia que contuviera todo aquello cuanto alababa.
–Con el respeto que merece, usted me resulta un rompecabezas. ¿Por qué negarse a vivir lo que usted detalladamente ha descrito como algo que vale la pena? No puedo dejar de preguntarme cómo puede ser compatible la oda con la negación. Puedo deducir que usted no es estéril biológicamente hablando; si ese fuera el caso, el dolor producido por ello le impediría hablar del tema, pero se trata a sí misma como si lo estuviera. Y por su propia incidencia, le duele. –podía ser que estuviera siendo impertinente con quien tan amablemente lo había invitado a su hogar, pero en su búsqueda de un motivo por el cual vivir, no podía no detenerse en aquellos importantes detalles que Doreen dejaba entrever con su voz ligeramente entrecortada y sus ojos tensados– Sé que sería una buena madre. ¿No podría llamarse egoísmo negarse a darle a unos niños una madre como usted por miedo a salir lastimada? Ellos no lo querrían. Podría seguir propagando ese amor incondicional en vez de hacerlo morir junto a usted –recordaba a la mujer que lo había parido, esa madre que de madre nada tenía, y deseaba en silencio que ella hubiera hablado con la mitad de entusiasmo hacia sus hijos que el que usaba Doreen para referirse a niños que ni siquiera habían sido fruto de su vientre.
La rubia tocó algo muy profundo dentro de Quentin al preguntarle sobre si tenía planes de convertirse en padre algún día. Cuando a alguien le preguntaban algo así, lo primero que hacía era remontarse a los primeros recuerdos que tenía de la paternidad, es decir, la propia crianza. El mayordomo partió hacia esos recuerdos secretos y algo dolorosos dentro de sí, y lo que encontró no le gustó; en efecto, nunca los había siquiera aceptado. Se quedó mudo, mirando hacia ninguna parte, mientras las imágenes se aclaraban y se encontraba a sí mismo siendo mantenido por un hombre que no era su padre ni actuaba como uno y por una madre que merecía más ser llamada “paridora” o "prisionera" que otra cosa. Y sus hermanos… daban lástima cómo todo el día destruían, comían y dormían como si fueran cerdos esperando ir al matadero, sin propósito ni ideas. Y todavía Quentin no podía aceptar que él compartiera la misma sangre que aquel grupo de gente que según la biología y los usos sociales se llamaba familia. Sólo despertó de ese transe cuando Doreen cambió el tema de súbito, probablemente notando el efecto que había tenido esa preguntan en particular en su invitado, quedando sin responder.
–Perdone. No sé qué me ocurrió –tosió con sutileza, pensándose descortés al no haber puesto toda la atención debida– Hace muchas preguntas. ¿Está nerviosa? Porque si lo está, recuerde que no vine aquí para juzgar qué tan parecida es a la persona que otros esperan que sea. Estar solo con usted… –tenía que tener cuidado con lo que iba a decir. De otra manera, podía resultar contraproducente. Doreen era como el agua que bajaba la montaña, tan pura e intacta que el más superficial de los contactos podía hacer que perdiera su transparencia. No quería asustarla. ¿Quería algo? Sí, quería estar cerca, porque sí– …no me molesta en lo más mínimo. Es la sinceridad que puedo darle.
Exactamente. No podía ser más sincero, era una locura. ¿Cómo decirle que había soñado con ella noche tras noche?, ¿cómo mencionarle que había visto los ojos de ella conectados con los suyos, suplicándole a través de los mismos que se estrellaran en un abrazo que no los dejara volver a ser los mismos?, ¿cómo siquiera explicarle que había descaradamente había fantaseado con ella, con poner en contacto sus cuerpos hasta fundirlos en uno solo? Era de esos momentos en que las emociones se quedaban sin palabras. ¿Emociones? ¿aquello era lo que florecía en Quentin cuando se trataba de la moza a la que una noche de invierno había llevado? De lo que sí estaba seguro el mayordomo era que estaba pisando el terreno más peligroso: el desconocido.
Era casi gracioso; ella era la anfitriona y la dueña de la mansión, pero se comportaba como si ella fuese el ama de llaves y él el señor del inmueble. ¿Se sentía presionada? No entendía por qué, si él no era ninguna figura de interés público ni mucho menos un Lord. Decidió entonces no buscarle un por qué a sus múltiples aristas, o por el contrario se enredaría a sí mismo intentando vislumbrar una explicación. Lo que hizo fue ponerse de pié, caminar hacia la joven, e hincarse a su altura en su asiento para mirarla y hablarle gentilmente. Tal vez así confiaría en que él no le haría daño.
–Dígame, Doreen. ¿Qué es lo que a usted le gustaría hacer? –se trataba de ella, no de él, nunca de él. Quentin no había acudido a aquella cena para ser servido o para aprovechar la ocasión para vestir como un civil elegante. Él había acudido porque se volvía loco de terneza ante la sola visión de su ser.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Una cosa es segura, la joven no gusta de compartir demasiado su vida intima, aunque sea muy sincera, transparente y abierta. Lo que sucede es que para ella, el decir más allá de lo correcto suele ser contradictorio, dejar que alguien entre en la vida del otro con el que convive, con tanta profundidad afirma lazos, incita al cariño sincero, incluso a un amor, sin importar de que tipo sea. Se sentía en riesgo, el saberse descubierta sin importar lo pequeño o insignificante que para la otra persona pueda ser, para ella era todo, compartir parte de su alma iba de la mano a hacerlo con el corazón. Un riesgo grande, hacer aquello la exponía a tal grado que podía llegar a desgarrar un poco más su corazón. Con el caballero que tenía enfrente no había mucho que ocultar. Quentin había escuchado parte de la historia que la hacía sangrar a cada momento, pero también le había sacado sonrisas, y la grata esperanza de poder ofrecerle encuentros futuros. Saberse sola podía ser malo, pero también bueno. Era contradictorio, mucho. ¿Para que mentir? Le gustaba ese riesgo, sin importar cuanto daño se le pudiera hacer. Así era ella, pensando siempre en lo malo, que no se le juzgue, después de tanta desgracia y perdida es normal que sea lo primero que piense. ¿Quentin sería igual?
En su interior una voz gritaba que eso no podría llegar a ser. Para empezar, el caballero se notaba respetuoso, inteligente, curioso, pero siempre al pendiente de ese paso que daba con ella. Doreen lo podía notar. En ocasiones le hacía sentir que incluso el respirar su mismo aire le daba miedo, porque quizás podría hacerle daño. ¿No era gracioso? Claro que lo era, el hecho que un desconocido cuidara de ella como su mayor tesoro, pero se sentía bien. Quizás era la segunda vez que se encontraban, pero él tenía un efecto positivo en ella, la hacía sentir segura, en confianza, jamás juzgada. Eso, claro, hasta que se tocó el tema de los hijos, de los que ella pudiera tener y se negaba.
Cómo acto reflejo, la rubia se llevó una mano a su vientre, lo acarició sin darse cuenta. ¿Cuántas veces había soñado con poder formar una familia? Infinidad. Quizás ese deseo tan grande le privaba de tenerlos de verdad. En ocasiones las pruebas de vida eran tan grandes que no brindaban los sueños para dar una prueba grande de fe. Cuando Doreen se percató de su mano en aquella zona, con brusquedad la dejó caer a un lado, se mordió el labio inferior y bajó la mirada apenada, más que nada triste al recordarse a ella misma como alguien maldito. Suspiró una, dos, incluso hasta tres veces buscando de esa manera poder relajar su cuerpo. Tarea que parecía imposible. Hizo una mueca clara pero que no pudo mostrar por la posición de su cabeza. Estaba molesta con él, pero también con ella misma por llegar a ese punto. ¿Acaso al hombre no le había quedado claro que no tenía hijos porque la habían abandonado? Quizás no le había puesto tanta atención como ella creía hace tres noches. Él le había abierto de nuevo la herida que le había ayudado a cicatrizar, le sangraba. Deseaba llorar.
- Yo… - Carraspeó intentando que su garganta se aclarara, que le dejara hablar de forma correcta para no verse afectada ¿Por qué tenía que llorar? Odiaba en ocasiones su fragilidad, pero era una de las cosas que quizás jamás dejaría de ser. - Yo le dije que me abandonaron, por eso no puedo tener hijos - Se relamió los labios, se sentía tan nerviosa que aquella carnosidad rosácea se le había resecado. - Para mi tener hijos no es simplemente tenerlos y ya. Con todo el dinero que tengo ahora sé que podría mantener a unos cuantos niños, pero resulta ser que no son cho objetos - Sus manos habían formado dos pequeños puños que retenían la tela de su vestido - Los hijos deben tenerse después de haber formado un matrimonio, por amor… - Y ahí estaba de nuevo, mostrando esa idea del amor que le era lejana, imposible, pero que podía jurar existía porque más personas debían experimentarla, que ella estuviera destinada a no ser amada, no quería decir que aquel sentimiento hermoso no existía. ¿Verdad? - Para tener hijos se necesita una pareja, que la iglesia nos de la bendición de Dios, y que se pueda hacer eso… - Se llevó sus manos enrojecidas al rostro - Ya sabe, eso que las personas casadas hacen después de casarse… Y yo… - Pero se interrumpió bruscamente - Yo no puedo tener hijos porque no los tendría sino hay amor - Ella esperaba que el hombre lo entendiera, porque no pensaba llegar a decirle más del tema, le costaba trabajo, la hacía sentir en jaque. Le estaba diciendo una intimidad muy grande, algo que jamás creyó decir de forma tan abierta a una persona. Doreen era virgen, y aunque no se avergonzara de eso, si le costaba trabajo hablar del tema.
El tema sin duda ponía mal a Doreen, ¿él no lo entendía? Sabía la joven de sobra que el muchacho no quería hacerle daño, que por el contrario, quizás era inevitable llegar a eso, pero ¿por qué él se mostraba tan interesado? ¿Le importaba de verdad ella o era solo cortesía? La rubia se sobresaltó sonrojada al notar que lo tenía enfrente, tan cerca. La única vez que lo tuvo así era por causa de las lagrimas que se caían mostrando su dolor. Estiró una mano posándola en la mejilla masculina. Hace tiempo no sentía aquel impulso tan fuerte que estaba experimentando. Su pecho subía y bajaba con tanta fuerza que se notaba su respiración acelerada. Las ganas estaban ahí, esas que habían desaparecido hace tanto tiempo, eso que no hacía hace demasiado.
- Por favor, cierre los ojos, sólo unos momentos, se lo pido - Su voz era suplicante, cómplice, apenada, cariñosa. ¡Él la ponía en aprietos! - Quisiera hacer algo… - Susurró cerca de su rostro. La mano libre de la joven subió para posicionarse en la mejilla contraria, sus dedos con suavidad comenzaron a detallar cada pequeño detalle del joven, desde su frente, descendiendo por sus ojos los cuales acarició lentamente, su nariz, sus pómulos, sus mejillas, y por último sus labios. - Guardo su imagen en mi memoria, la grabo en mi mente a través de mis dedos, quisiera poder pintar de nuevo… Su rostro… - Carraspeó soltando sus labios y bajando las manos - Puede abrir los ojos - La sonrisa de la rubia ahí se encontraba, ya no se apagaría, de hecho se avivaría a cada segundo que la velada transcurriera, ese era su propósito aquella noche, sonreír tanto como lo pudiera hacer sonreír a él. - Quiero pintar, me ha devuelto las ganas, pero no será ahora, sino después, así traeré su rostro a mi memoria, y no lo extrañaré - Con esas palabras la joven le dejaba en claro que esos tres días no sólo había pensado. - Pero también deseo algo más - Sus mejillas pálidas, ahora rosáceas se encendieron más. Cerró los ojos y lo abrazó con fuerza - Esto, es por el agradecimiento que le tengo gracias a esa noche que me rescató de la oscuridad. - Hizo una breve pausa estrechándolo un poco más - No, no por favor señor, no me vaya a juzgar, no es un gesto mal intencionado, le juro que sólo quisiera mostrarle mi gratitud, y que podrá contar conmigo siempre - Sólo unos segundos más bastaron, la joven se separó, se levantó con brusquedad y recorrió aquel salón intentando poder la distancia pertinente. La joven se sentía tan expuesta con él, estar cerca le daban impulsos como esos, no deseaba que el hombre pensara mal de ella, su naturaleza la ponía en aprietos.
- Podríamos cenar - Caminó lentamente hasta la puerta del salón - Quisiera saber de los lugares que conoce, después de la cena podría enseñarle los terrenos, hacernos cómplices de la luna como aquella noche, montar a caballo, ver las estrellas, todo lo que podamos mientras sea una hora pertinente, no deseo que sea muy tarde para cuando marche, mañana debe trabajar - De repente una punzada atravesó el pecho de la joven. Sólo serían unas horas para volverse a apartar de él, para compartirlo con el mundo, para quedarse sola sin aquella maravillosa compañía ¿Por qué se volvía egoísta si se trataba de él? Eso era malo, se persigno pidiéndole a Dios que la iluminara, que le apartara aquello negativo de su interior. ¿Qué era eso?
Doreen caminó de vuelta al caballero, le tomó el brazo y lo jaló fuera del salón rumbo a la gran cocina.
En su interior una voz gritaba que eso no podría llegar a ser. Para empezar, el caballero se notaba respetuoso, inteligente, curioso, pero siempre al pendiente de ese paso que daba con ella. Doreen lo podía notar. En ocasiones le hacía sentir que incluso el respirar su mismo aire le daba miedo, porque quizás podría hacerle daño. ¿No era gracioso? Claro que lo era, el hecho que un desconocido cuidara de ella como su mayor tesoro, pero se sentía bien. Quizás era la segunda vez que se encontraban, pero él tenía un efecto positivo en ella, la hacía sentir segura, en confianza, jamás juzgada. Eso, claro, hasta que se tocó el tema de los hijos, de los que ella pudiera tener y se negaba.
Cómo acto reflejo, la rubia se llevó una mano a su vientre, lo acarició sin darse cuenta. ¿Cuántas veces había soñado con poder formar una familia? Infinidad. Quizás ese deseo tan grande le privaba de tenerlos de verdad. En ocasiones las pruebas de vida eran tan grandes que no brindaban los sueños para dar una prueba grande de fe. Cuando Doreen se percató de su mano en aquella zona, con brusquedad la dejó caer a un lado, se mordió el labio inferior y bajó la mirada apenada, más que nada triste al recordarse a ella misma como alguien maldito. Suspiró una, dos, incluso hasta tres veces buscando de esa manera poder relajar su cuerpo. Tarea que parecía imposible. Hizo una mueca clara pero que no pudo mostrar por la posición de su cabeza. Estaba molesta con él, pero también con ella misma por llegar a ese punto. ¿Acaso al hombre no le había quedado claro que no tenía hijos porque la habían abandonado? Quizás no le había puesto tanta atención como ella creía hace tres noches. Él le había abierto de nuevo la herida que le había ayudado a cicatrizar, le sangraba. Deseaba llorar.
- Yo… - Carraspeó intentando que su garganta se aclarara, que le dejara hablar de forma correcta para no verse afectada ¿Por qué tenía que llorar? Odiaba en ocasiones su fragilidad, pero era una de las cosas que quizás jamás dejaría de ser. - Yo le dije que me abandonaron, por eso no puedo tener hijos - Se relamió los labios, se sentía tan nerviosa que aquella carnosidad rosácea se le había resecado. - Para mi tener hijos no es simplemente tenerlos y ya. Con todo el dinero que tengo ahora sé que podría mantener a unos cuantos niños, pero resulta ser que no son cho objetos - Sus manos habían formado dos pequeños puños que retenían la tela de su vestido - Los hijos deben tenerse después de haber formado un matrimonio, por amor… - Y ahí estaba de nuevo, mostrando esa idea del amor que le era lejana, imposible, pero que podía jurar existía porque más personas debían experimentarla, que ella estuviera destinada a no ser amada, no quería decir que aquel sentimiento hermoso no existía. ¿Verdad? - Para tener hijos se necesita una pareja, que la iglesia nos de la bendición de Dios, y que se pueda hacer eso… - Se llevó sus manos enrojecidas al rostro - Ya sabe, eso que las personas casadas hacen después de casarse… Y yo… - Pero se interrumpió bruscamente - Yo no puedo tener hijos porque no los tendría sino hay amor - Ella esperaba que el hombre lo entendiera, porque no pensaba llegar a decirle más del tema, le costaba trabajo, la hacía sentir en jaque. Le estaba diciendo una intimidad muy grande, algo que jamás creyó decir de forma tan abierta a una persona. Doreen era virgen, y aunque no se avergonzara de eso, si le costaba trabajo hablar del tema.
El tema sin duda ponía mal a Doreen, ¿él no lo entendía? Sabía la joven de sobra que el muchacho no quería hacerle daño, que por el contrario, quizás era inevitable llegar a eso, pero ¿por qué él se mostraba tan interesado? ¿Le importaba de verdad ella o era solo cortesía? La rubia se sobresaltó sonrojada al notar que lo tenía enfrente, tan cerca. La única vez que lo tuvo así era por causa de las lagrimas que se caían mostrando su dolor. Estiró una mano posándola en la mejilla masculina. Hace tiempo no sentía aquel impulso tan fuerte que estaba experimentando. Su pecho subía y bajaba con tanta fuerza que se notaba su respiración acelerada. Las ganas estaban ahí, esas que habían desaparecido hace tanto tiempo, eso que no hacía hace demasiado.
- Por favor, cierre los ojos, sólo unos momentos, se lo pido - Su voz era suplicante, cómplice, apenada, cariñosa. ¡Él la ponía en aprietos! - Quisiera hacer algo… - Susurró cerca de su rostro. La mano libre de la joven subió para posicionarse en la mejilla contraria, sus dedos con suavidad comenzaron a detallar cada pequeño detalle del joven, desde su frente, descendiendo por sus ojos los cuales acarició lentamente, su nariz, sus pómulos, sus mejillas, y por último sus labios. - Guardo su imagen en mi memoria, la grabo en mi mente a través de mis dedos, quisiera poder pintar de nuevo… Su rostro… - Carraspeó soltando sus labios y bajando las manos - Puede abrir los ojos - La sonrisa de la rubia ahí se encontraba, ya no se apagaría, de hecho se avivaría a cada segundo que la velada transcurriera, ese era su propósito aquella noche, sonreír tanto como lo pudiera hacer sonreír a él. - Quiero pintar, me ha devuelto las ganas, pero no será ahora, sino después, así traeré su rostro a mi memoria, y no lo extrañaré - Con esas palabras la joven le dejaba en claro que esos tres días no sólo había pensado. - Pero también deseo algo más - Sus mejillas pálidas, ahora rosáceas se encendieron más. Cerró los ojos y lo abrazó con fuerza - Esto, es por el agradecimiento que le tengo gracias a esa noche que me rescató de la oscuridad. - Hizo una breve pausa estrechándolo un poco más - No, no por favor señor, no me vaya a juzgar, no es un gesto mal intencionado, le juro que sólo quisiera mostrarle mi gratitud, y que podrá contar conmigo siempre - Sólo unos segundos más bastaron, la joven se separó, se levantó con brusquedad y recorrió aquel salón intentando poder la distancia pertinente. La joven se sentía tan expuesta con él, estar cerca le daban impulsos como esos, no deseaba que el hombre pensara mal de ella, su naturaleza la ponía en aprietos.
- Podríamos cenar - Caminó lentamente hasta la puerta del salón - Quisiera saber de los lugares que conoce, después de la cena podría enseñarle los terrenos, hacernos cómplices de la luna como aquella noche, montar a caballo, ver las estrellas, todo lo que podamos mientras sea una hora pertinente, no deseo que sea muy tarde para cuando marche, mañana debe trabajar - De repente una punzada atravesó el pecho de la joven. Sólo serían unas horas para volverse a apartar de él, para compartirlo con el mundo, para quedarse sola sin aquella maravillosa compañía ¿Por qué se volvía egoísta si se trataba de él? Eso era malo, se persigno pidiéndole a Dios que la iluminara, que le apartara aquello negativo de su interior. ¿Qué era eso?
Doreen caminó de vuelta al caballero, le tomó el brazo y lo jaló fuera del salón rumbo a la gran cocina.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Fue una punzada profunda oír los lamentos de Doreen, punzadas mudas que no se tradujeron en su exterior más que en el simple desvío de su mirada. Amor, una familia, algo que los mantuviera a todos unidos más que un vínculo suscitado por la sangre en común. Ella lo describía a la perfección y le hacía sentido a Quentin todos los ingredientes que mencionaba para conformar un sólido afecto que trascendiera lo esperado y lo que la sociedad decía que estaba correcto. Por un momento miró hacia abajo con su boca entreabierta, dejando que los sollozos de Doreen se clavaran en sus oídos como espinas.
Le hacía sentido lo que ella decía, y por eso dolía. Dolía porque él no lo había tenido, porque no había podido siquiera soñarlo. La promiscuidad materna que había acontecido en su lugar alejaba al mayordomo de una idea de llevar a cabo una hazaña como la que estaba escuchando. ¿Cómo abrazar, educar, consolar, guiar a un hijo si nadie se lo había enseñado? ¿Adónde había ido ese deseo de formar su propio nido? Se lo habían robado antes de siquiera haberlo concebido. Había visto demasiadas cosas del mundo como para querer arrojar una vida deliberadamente a la boca del lobo en que se había convertido existir, porque… ¿podría él proteger una vida engendrada por él? Quentin había vivido en carne propia lo que significaba crecer sin raíces, ver la realidad de frente tal cual era. Y ahora, viendo las consecuencias de las crueldades del mundo en Doreen, se preguntaba si acaso algún ser humano estaba a salvo.
Sintió la mano de Doreen sobre su mejilla izquierda y notó la culpabilidad recorriéndole de arriba abajo, volviéndolo un ser despreciable para sí mismo. ¿Por qué sería que las dos veces en que se habían encontrado ella sufría? Parecía que su sola presencia le estaba haciendo daño y que algún día terminaría por hacerla pedazos sin darse cuenta.
—Ruego que me disculpe. He sido un bruto con usted. No me enseñaron a reparar la falta de tacto; ahora quisiera que lo hubieran hecho —cerró sus ojos, accediendo a la petición de ella y analizándose a sí mismo por dentro.
Las cosas más importantes no se encontraban en los libros, y si por alguna razón se mencionaban, no podían transmitir a través de la teoría los significados de las mismas. Algo así pasaba con el amor, que no era más que una palabra formaba por cuatro letras si no se entendía qué designaba o qué estaba fuera de su concepto. Nadie había inventado lecciones exitosas sobre cómo amar ni a quién, porque la cabeza estaba separada del corazón se quisiera o no, y quien lograba que ambos se pusieran de acuerdo era o un suertudo innato o un loco sin remedio.
Ante los dedos suaves de Doreen, la mente de Quentin se quedó callada y las piezas atrofiadas de su corazón comenzaron a vibrar, buscando cómo responder ante los estímulos. ¿Qué estaba haciendo ella? Lo estaba tocando, pero sorprendentemente eso no se lo decía la practicidad; no la estaba viendo para confirmar que efectivamente fueran sus manos las que estaban dándole a sus centros nerviosos caricias que no había recibido ni de su nada afectuosa madre, sino que la estaba sintiendo desahuciar los rincones marchitos de su memoria, y si eso no era fe pura y ciega, entonces… ¿qué era? ¿Tenía fe en ella? ¿Ella tenía fe en él?
Cuando se desinfectaba una herida maltraída de hace tiempo, siempre dolía el momento del contacto entre ambos contrastes. Lo mismo ocurría cuando la luz aniquilaba a la huésped llamada oscuridad de los ojos de quien jamás había visto; dolía un infierno, pero resultaba imposible retroceder, porque el alma era más sabia que la mente y por eso impulsaba a seguir adelante, a no temer.
—Espere. No se aparte todavía. Sólo… quédese así un momento más. Prometo que será lo último que me atreva a pedirle esta noche —susurró sin abrir sus ojos. No quería ver que lo rechazara.
Quentin no se dio cuenta, pero se parecía al niño que no se permitió ser en su momento, a ese imberbe que debió haber sido pero que la cizaña había asfixiado. De pronto la soledad se volvía una amiga lejana, porque lo quisiera o no, la compañía le estaba gustando, pero no cualquiera, sino sólo la de ella. ¿Estaba mal que alguien como él se sintiera de esa forma con respecto a una mujer de corazón puro como Doreen? No respondería esa pregunta y esperaba que ella tampoco lo hiciera, porque siendo honesto consigo mismo ya no quería apartarse por ningún motivo.
Las manos de la joven se alejaron, pero fueron prontamente reemplazadas por el calor de sus brazos. Quentin tuvo que parpadear varias veces para asimilar ese gesto desinteresado de afecto. Sus cimientos estaban siendo desafiados por ese tibio tacto que iba más allá del contacto de dos cuerpos silenciosos en medio del salón. Buscó rápidamente en su memoria algún recuerdo de anteriores estrujones que le indicaran cómo reaccionar, y cuando no halló nada se dio de frente con la cruda verdad: nunca nadie lo había abrazado, y menos para manifestarle un apego como ese. La razón le decía que mantuviera la propiedad y que mirara hacia un punto inexacto en la pared mientras perduraba el contacto, pero la sustancia de su alma venció; tras esas paredes nadie se enteraría de esa intimidad clandestina.
Cerró sus ojos vehementemente, negándose a ver lo que estaba perdiendo de sí mismo con su acción, y depositó sus manos en la coronilla de Doreen, acercándola ligeramente para depositar su propio mentón en la misma. Era extraño; hacía sólo unos instantes había estado luchando por no acercarse de más y ahora se preguntaba por qué no se había atrevido antes. Ella parecía querer ese acercamiento y a él le había tocado algo muy profundo. Aquello no pintaba para retroceder. ¿Hasta dónde llegaría la comunicación de ambos?
—¿Fui yo, Doreen, o éramos lo que necesitábamos para encontrar la salida? —recordaba con exactitud lo perdido que se había sentido esa noche y que alguien lo había encontrado al mismo tiempo que él la hallaba a ella— Desde el inicio usted ha sido honesta conmigo y aunque no nos conocemos en demasía, he visto cómo es; tiene un corazón vulnerable, pero no por eso menos auténtico. Sería un tonto si le atribuyera malicia a sus intenciones. Le ruego, eso sí, que no le agradezca a quien no ha hecho más que disfrutar de su hospitalidad.
Él no se lo diría, pero no solamente había logrado dormir esa noche gracias a ella, sino que la había visto en sus sueños como una ninfa prohibida incitándolo a descubrir las regiones inexploradas de su cuerpo. Ni siquiera le mencionaría que le había hecho falta verla otra vez, porque con cada paso que daban, más expuestos quedaban, y ambos ya habían sido suficientemente lastimados como para soportarlo nuevamente. Cenando, tal vez, se olvidarían gota a gota de sus trabas, porque del cauce que estaban siguiendo ya no podían salir.
Se puso de pié y siguió a Doreen hacia la cocina sin dejar de recalcar cierto detalle en particular.
—¿Alguna vez ha pensado que tal vez se preocupa demasiado, mi señorita? Siéntase libre de disfrutar. Mi trabajo es mi responsabilidad, mi carga, no la suya. Puede estar tranquila, que he tomado las medidas necesarias para no tener traspiés durante esta velada —seguía presente ese rasgo suyo de no dejar nada al azar, a pesar de que Doreen lo llevara cariñosamente por el brazo hasta la cocina.
Tampoco había sirvientes ahí, en donde se preparaban los alimentos. Sólo estaba la sincera —y un tanto nerviosa— sonrisa de Doreen paseándose por los muebles de la estancia como quien no buscaba nada material en especial, sino dar vida a una emoción. Quentin, quien era muy observador, se tomó su tiempo para verla patinando por las baldosas como si la niña que había visto en el cuadro no se hubiera ido jamás. Se sentó en una de las sillas que se ubicaba junto a la mesa de la cocina discretamente, sin emitir sonido alguno; había leído en uno de los libros de la biblioteca de su anterior dueña que para desentrañar las verdades de un sujeto o ambiente determinado, era necesario intervenir lo menos posible. No era como si ella le estuviese ocultando cosas; en efecto, se mostraba abierta a revelar incluso los pasajes más turbios de su vida, pero él no quería perderse detalle alguno. Sólo el explorador que avistó por primera vez la belleza de una cascada oculta o de una fiera creída extinta hubiera podido entender el afán de Quentin. Doreen le parecía una obra inédita. Y por respeto a la misma, el mayordomo guardaría los fantasmas de su pasado para hacerla sentir que en él también podía encontrar un hogar.
—Me he dado cuenta de otra de sus muchas particularidades, Doreen. Veo que a diferencia de las otras señoritas en su posición, usted pocas veces llama a su servidumbre para que la asistan en lo que necesita. —se sonrió al recordar sus eventos pasados siempre cerca de la clase alta, aunque no íntimamente, pero así y todo varias anécdotas tenía anotadas en su cabeza— La regla generalísima es ordenarle a los sirvientes preparar la cena. Común es, sobretodo en las jovencitas más inmaduras, mandar a la criada a cocinar el plato favorito de sus prometidos para que al dárselos de comer puedan decir que ellas los prepararon —hizo una leve pausa, imaginando volver a ver los tobillos de Doreen tras esas bien elaboradas y algo fastidiosas enaguas— ¿Podría saber por qué teniendo sus respectivos medios prefiere hacer las labores domésticas por su cuenta? Si dejara eso a los sirvientes, usted podría dedicarse a su arte con mayor plenitud, visitar a los niños más a menudo e incluso pasearse bajo la luna con cada luz llena. ¿Le hace sentido?
Y le permitió a su sinceridad escapar disimuladamente en una frase.
—Si tuviera ese tiempo, lo usaría en averiguar qué es lo que me hace volver a usted —susurró mirando hacia fuera de las ventanas, encontrando el camino que los había visto llegar esa sorpresiva vez. Se preguntaba si el sendero que les faltaba recorrer lo identificarían con la misma facilidad, porque por el momento la bruma se anteponía ante sus ojos y cada paso que daba lo hacía a ciegas. Cero mente; puras corazonadas, si era lo que estaba siguiendo. Dios quisiera que fueran acertados.
Le hacía sentido lo que ella decía, y por eso dolía. Dolía porque él no lo había tenido, porque no había podido siquiera soñarlo. La promiscuidad materna que había acontecido en su lugar alejaba al mayordomo de una idea de llevar a cabo una hazaña como la que estaba escuchando. ¿Cómo abrazar, educar, consolar, guiar a un hijo si nadie se lo había enseñado? ¿Adónde había ido ese deseo de formar su propio nido? Se lo habían robado antes de siquiera haberlo concebido. Había visto demasiadas cosas del mundo como para querer arrojar una vida deliberadamente a la boca del lobo en que se había convertido existir, porque… ¿podría él proteger una vida engendrada por él? Quentin había vivido en carne propia lo que significaba crecer sin raíces, ver la realidad de frente tal cual era. Y ahora, viendo las consecuencias de las crueldades del mundo en Doreen, se preguntaba si acaso algún ser humano estaba a salvo.
Sintió la mano de Doreen sobre su mejilla izquierda y notó la culpabilidad recorriéndole de arriba abajo, volviéndolo un ser despreciable para sí mismo. ¿Por qué sería que las dos veces en que se habían encontrado ella sufría? Parecía que su sola presencia le estaba haciendo daño y que algún día terminaría por hacerla pedazos sin darse cuenta.
—Ruego que me disculpe. He sido un bruto con usted. No me enseñaron a reparar la falta de tacto; ahora quisiera que lo hubieran hecho —cerró sus ojos, accediendo a la petición de ella y analizándose a sí mismo por dentro.
Las cosas más importantes no se encontraban en los libros, y si por alguna razón se mencionaban, no podían transmitir a través de la teoría los significados de las mismas. Algo así pasaba con el amor, que no era más que una palabra formaba por cuatro letras si no se entendía qué designaba o qué estaba fuera de su concepto. Nadie había inventado lecciones exitosas sobre cómo amar ni a quién, porque la cabeza estaba separada del corazón se quisiera o no, y quien lograba que ambos se pusieran de acuerdo era o un suertudo innato o un loco sin remedio.
Ante los dedos suaves de Doreen, la mente de Quentin se quedó callada y las piezas atrofiadas de su corazón comenzaron a vibrar, buscando cómo responder ante los estímulos. ¿Qué estaba haciendo ella? Lo estaba tocando, pero sorprendentemente eso no se lo decía la practicidad; no la estaba viendo para confirmar que efectivamente fueran sus manos las que estaban dándole a sus centros nerviosos caricias que no había recibido ni de su nada afectuosa madre, sino que la estaba sintiendo desahuciar los rincones marchitos de su memoria, y si eso no era fe pura y ciega, entonces… ¿qué era? ¿Tenía fe en ella? ¿Ella tenía fe en él?
Cuando se desinfectaba una herida maltraída de hace tiempo, siempre dolía el momento del contacto entre ambos contrastes. Lo mismo ocurría cuando la luz aniquilaba a la huésped llamada oscuridad de los ojos de quien jamás había visto; dolía un infierno, pero resultaba imposible retroceder, porque el alma era más sabia que la mente y por eso impulsaba a seguir adelante, a no temer.
—Espere. No se aparte todavía. Sólo… quédese así un momento más. Prometo que será lo último que me atreva a pedirle esta noche —susurró sin abrir sus ojos. No quería ver que lo rechazara.
Quentin no se dio cuenta, pero se parecía al niño que no se permitió ser en su momento, a ese imberbe que debió haber sido pero que la cizaña había asfixiado. De pronto la soledad se volvía una amiga lejana, porque lo quisiera o no, la compañía le estaba gustando, pero no cualquiera, sino sólo la de ella. ¿Estaba mal que alguien como él se sintiera de esa forma con respecto a una mujer de corazón puro como Doreen? No respondería esa pregunta y esperaba que ella tampoco lo hiciera, porque siendo honesto consigo mismo ya no quería apartarse por ningún motivo.
Las manos de la joven se alejaron, pero fueron prontamente reemplazadas por el calor de sus brazos. Quentin tuvo que parpadear varias veces para asimilar ese gesto desinteresado de afecto. Sus cimientos estaban siendo desafiados por ese tibio tacto que iba más allá del contacto de dos cuerpos silenciosos en medio del salón. Buscó rápidamente en su memoria algún recuerdo de anteriores estrujones que le indicaran cómo reaccionar, y cuando no halló nada se dio de frente con la cruda verdad: nunca nadie lo había abrazado, y menos para manifestarle un apego como ese. La razón le decía que mantuviera la propiedad y que mirara hacia un punto inexacto en la pared mientras perduraba el contacto, pero la sustancia de su alma venció; tras esas paredes nadie se enteraría de esa intimidad clandestina.
Cerró sus ojos vehementemente, negándose a ver lo que estaba perdiendo de sí mismo con su acción, y depositó sus manos en la coronilla de Doreen, acercándola ligeramente para depositar su propio mentón en la misma. Era extraño; hacía sólo unos instantes había estado luchando por no acercarse de más y ahora se preguntaba por qué no se había atrevido antes. Ella parecía querer ese acercamiento y a él le había tocado algo muy profundo. Aquello no pintaba para retroceder. ¿Hasta dónde llegaría la comunicación de ambos?
—¿Fui yo, Doreen, o éramos lo que necesitábamos para encontrar la salida? —recordaba con exactitud lo perdido que se había sentido esa noche y que alguien lo había encontrado al mismo tiempo que él la hallaba a ella— Desde el inicio usted ha sido honesta conmigo y aunque no nos conocemos en demasía, he visto cómo es; tiene un corazón vulnerable, pero no por eso menos auténtico. Sería un tonto si le atribuyera malicia a sus intenciones. Le ruego, eso sí, que no le agradezca a quien no ha hecho más que disfrutar de su hospitalidad.
Él no se lo diría, pero no solamente había logrado dormir esa noche gracias a ella, sino que la había visto en sus sueños como una ninfa prohibida incitándolo a descubrir las regiones inexploradas de su cuerpo. Ni siquiera le mencionaría que le había hecho falta verla otra vez, porque con cada paso que daban, más expuestos quedaban, y ambos ya habían sido suficientemente lastimados como para soportarlo nuevamente. Cenando, tal vez, se olvidarían gota a gota de sus trabas, porque del cauce que estaban siguiendo ya no podían salir.
Se puso de pié y siguió a Doreen hacia la cocina sin dejar de recalcar cierto detalle en particular.
—¿Alguna vez ha pensado que tal vez se preocupa demasiado, mi señorita? Siéntase libre de disfrutar. Mi trabajo es mi responsabilidad, mi carga, no la suya. Puede estar tranquila, que he tomado las medidas necesarias para no tener traspiés durante esta velada —seguía presente ese rasgo suyo de no dejar nada al azar, a pesar de que Doreen lo llevara cariñosamente por el brazo hasta la cocina.
Tampoco había sirvientes ahí, en donde se preparaban los alimentos. Sólo estaba la sincera —y un tanto nerviosa— sonrisa de Doreen paseándose por los muebles de la estancia como quien no buscaba nada material en especial, sino dar vida a una emoción. Quentin, quien era muy observador, se tomó su tiempo para verla patinando por las baldosas como si la niña que había visto en el cuadro no se hubiera ido jamás. Se sentó en una de las sillas que se ubicaba junto a la mesa de la cocina discretamente, sin emitir sonido alguno; había leído en uno de los libros de la biblioteca de su anterior dueña que para desentrañar las verdades de un sujeto o ambiente determinado, era necesario intervenir lo menos posible. No era como si ella le estuviese ocultando cosas; en efecto, se mostraba abierta a revelar incluso los pasajes más turbios de su vida, pero él no quería perderse detalle alguno. Sólo el explorador que avistó por primera vez la belleza de una cascada oculta o de una fiera creída extinta hubiera podido entender el afán de Quentin. Doreen le parecía una obra inédita. Y por respeto a la misma, el mayordomo guardaría los fantasmas de su pasado para hacerla sentir que en él también podía encontrar un hogar.
—Me he dado cuenta de otra de sus muchas particularidades, Doreen. Veo que a diferencia de las otras señoritas en su posición, usted pocas veces llama a su servidumbre para que la asistan en lo que necesita. —se sonrió al recordar sus eventos pasados siempre cerca de la clase alta, aunque no íntimamente, pero así y todo varias anécdotas tenía anotadas en su cabeza— La regla generalísima es ordenarle a los sirvientes preparar la cena. Común es, sobretodo en las jovencitas más inmaduras, mandar a la criada a cocinar el plato favorito de sus prometidos para que al dárselos de comer puedan decir que ellas los prepararon —hizo una leve pausa, imaginando volver a ver los tobillos de Doreen tras esas bien elaboradas y algo fastidiosas enaguas— ¿Podría saber por qué teniendo sus respectivos medios prefiere hacer las labores domésticas por su cuenta? Si dejara eso a los sirvientes, usted podría dedicarse a su arte con mayor plenitud, visitar a los niños más a menudo e incluso pasearse bajo la luna con cada luz llena. ¿Le hace sentido?
Y le permitió a su sinceridad escapar disimuladamente en una frase.
—Si tuviera ese tiempo, lo usaría en averiguar qué es lo que me hace volver a usted —susurró mirando hacia fuera de las ventanas, encontrando el camino que los había visto llegar esa sorpresiva vez. Se preguntaba si el sendero que les faltaba recorrer lo identificarían con la misma facilidad, porque por el momento la bruma se anteponía ante sus ojos y cada paso que daba lo hacía a ciegas. Cero mente; puras corazonadas, si era lo que estaba siguiendo. Dios quisiera que fueran acertados.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Una de las ventajas de encontrarse en su casa, era que se sentía un poco más segura. No es que la compañía le diera desconfianza, por el contrario, pero dentro de aquellas paredes algo le hacía sentir más fuerte de lo normal. Quizás por que la esencia de Darcy seguía presente. Aquel licántropo que la cuidaba porque la rubia le recordaba a su madre. Aquella casa era tan hermosa, tan cálida, tan llena de amor, incluso sus sirvientes parecían sentirse en su hogar, lo cual le hacía sentir agradecida, porque sin ellos no sería nada, porque ahora eran parte de su pequeña familia. Dentro de su hogar, con todo y aquel dinero que tenía, la joven se sentía con la responsabilidad de cuidar cada rincón. Aunque le gustara limpiar, bordar, tejer y cocinar, muchas veces no le dejaban hacer trabajos muy pesados, pero a fin de cuentas la dejaban ser, y no precisamente por ser la patrona, sino porque el que ella se distrajera los tenía tranquilos. Doreen estaba bendecida aunque ella no lo viera. Muchas personas se encontraban interesadas en su bienestar. A veces exageraban, porque la cuidaban como una muñeca de cristal, pero el punto era cuidarla, protegerla. Todo eso de forma inconsciente o conscientemente lo sabía, y por eso tanta seguridad ahí.
Dentro de la cocina las cosas eran incluso más agradables para ella. Desde muy pequeña se interesó en el arte culinario. No es que hubiera tenido maestros profesionales, tuvo la bendición de tener a una madre hábil en ese terreno, y haberlo heredado. Las primeras veces que cocinó su padre le dio una palmada de felicitación, las siguientes veces su hermano no deseaba que se escapara de la cocina, incluso su madre le había otorgado las riendas del fuego y los víveres, deleitando a todos. Ella siempre soñó con enamorar también a ese hombre amado con sus platillos. ¿Tenía algo de malo que pensara siempre en el amor? Si, lo tenía, por eso se encontraba casi muerta en vida.
- ¿Por qué dejaría que hicieran todo ellos cuando me gusta hacerlo? - Lo volteó a ver con una sonrisa tranquila. - ¿Acaso usted preferiría que mandara a llamar a alguien para que le hiciera la comida? Deseo poder consentirlo, hacer algo más por usted, le prometo que sino le gusta lo que le preparo no volveré a hacerle la comida - Se deslizó por la cocina, abrió una de las tuberías donde el grifo de agua caía, sus manos delicadas se deslizaron bajo el agua para poder limpiar la suciedad. Los ingredientes ya se encontraban en la mesa de cortar, sus sirvientes no se iban a estar tranquilos si no hacían al menos eso. Cuando cerró la llave se colocó frente al hombre, aunque los separaba la mesa. Con un cuchillo afilado cortó pedazos de carne, no muy grandes, tampoco muy gruesos, que fueran el tamaño justo para que no batallaran tanto a la hora de cortar o llevarlos a la boca. Ella era muy detallista en ese aspecto. La comida la tenían que disfrutar, no para luchar contra ella.
- Señor Debussy - Llamó su atención dejando de hacer los movimientos de las manos. - ¿Le molesta tanto que sea tan hogareña? Veo que siempre resalta eso de mi, ya sabe - Se encogió de hombros - Que no dejo que los demás, o más bien, los sirvientes hagan todos los quehaceres - Suspiró, se relamió los labios, y con el dorso de la mano empujó un mechón rebelde que se había despegado de su lugar. Siguió cortando. - Quizás ese sea mi problema más grande ¿No lo cree? - No necesitaba que le respondiera, era más bien una reflexión para ambos- Siempre he soñado con grandes cuentos de hada, con amores para poder escribirse en novelas románticas, quizás exijo demasiado y por eso no tengo la suerte - Soltó una risita traviesa - Desde que soy pequeña en realidad nunca pensé en la posición social que deseaba tener, de hecho era lo que menos me interesaba, lo único que soñaba era poder tener a un marido que llegara a la casa con una sonrisa amplia, y yo pudiera servirle la comida, arroparlo en la cama, incluso alistar su baño - Volvió a suspirar, se notaba cuanto deseaba poder llegar a eso, pero sus ojos dejaban en claro que ya se había rendido. Cuando ese duque se fue, no es que se llevara a Doreen, jamás, más bien le rompió las alas, jugó demasiado con ella. ¿Quién con verdadero corazón hacía eso? El carbón ya se encontraba encendido desde hace horas atrás, de hecho el comal soltaba el calor. Sólo embadurnó la carne de unos tipos de aceitas y las puso encima. Se dedicó a terminar la ensalada,y el puré, la sopa la había hecho en la mañana, sólo la puso a calentar, y el agua de sabor se encontraba fresca, sirvió dos vasos después de lavarse las manos, y se acercó a él unos momentos dejando el recipiente de cristal en sus manos.
- No me gusta demasiado hablar de mi, no me considero una mujer interesante, más bien llorona y sentimental, seguramente eso lo ha notado - La mano derecha de Doreen acarició el cabello negro y sedoso del mayordomo antes de regresar a sus labores. La última frase de Quentin hizo que la rubia se quedara estática, su corazón se aceleró, las palpitaciones estaban más inquietas de costumbre, por lo que la respiración era acelerada a más no poder. ¿Qué lo llevaba de vuelta a ella? Aquello era mal formulado, incorrecto, más bien ¿Por qué ella no había dejado de pensar en él? ¿Por qué había deseado tanto verlo de nuevo? El nervio era claro, tanto que al tomar su vaso derramó un poco al suelo por el temblor que su mano tenía. ¡Quentin le estaba dando dolor de cabeza! ¡La confundía! ¡La hacía tener un motivo más! ¿Cuál? Desear tenerlo cerca; siguió cortando, está vez un poco de queso, pero se detuvo cuando una leve cortada a causa del nervio se hizo. No hizo gesto alguno para no preocuparlo, no deseaba que la creía torpe, por esa razón con cuidado bajó la mano al igual que un trapo limpio con el cual hizo presión. - Cuando sepa la respuesta ¿Me la dirá? - Titubeó un poco para decirle aquello, sin embargo la curiosidad era una de sus tantas características. - Quiero descubrirlo con usted ¿Me dejaría? - Le volteó a ver, ese sonrojo tierno seguía.
Doreen recordó la carne, lo bueno es que no se había quemado, más bien estaba en su punto, de esa forma dio vuelta a los pedazos. ¿Qué pasaba con él? La ponía tan nerviosa que no se fijaba que estaba haciendo, de hecho se le olvidaba.
- Me da curiosidad algo - Se giró mientras seguía hablando. Resultaba ser que la platica entre ambos le parecía muy cómoda. De hecho ¿para que mentir? Él hacía que ella sintiera que se conocían de hace mucho tiempo atrás. Era la segunda vez que se veían, Doreen sabía que en su corazón no sólo había agradecimiento por el chico, sino también un profundo cariño. Que lo encontrara aquella noche no era una simple casualidad. Para nada. Dios lo había enviado para poder abrazarse mutuamente, guiarse. Quentin era de esas personas que algunos presumían. Personas que llegaban a la vida de alguien y que en un instante causaban tanto impacto que no deseabas más que darles felicidad. Un momento ¿Ella deseaba verlo feliz? Si, claro, como a todos los que conocía o se cruzaban con ella, la diferencia es que ella deseaba hacerlo feliz. Gran diferencia. - ¿De verdad jamás ha amado? - ¿Saber o no saber la respuesta a esa pregunta? La curiosidad mató al gato, dicen por ahí.
Sacó dos platos que se encontraban en la gaveta izquierda del fondo. El color era blanco. Sirvió la carne, el puré, la ensalada, todo lo colocó en un lado respectivo de la mesa, pero no frente a sus asientos. Primero iba la sopa, la cual puso en dos platos hondos. Doreen notó que Quentin deseaba levantarse a ayudarla, y por primera vez le dedicó una mirada inquisitiva. El mayordomo se quedó en su asiento; acomodó los cubiertos, incluso sacó un par de velas y las puso en la mesa. Apagó las de parafina y sólo aquellas luces medias los iluminaran. Por fin se sentó, pero no lo vio a los ojos, se sentía ahora más nerviosa.
- ¿Quién lo ha alimentado todo este tiempo? Se encuentra muy flaco - Bromeó un poco, aunque si le interesaba tal información. - Debe ser honesto si la comida no le gusta, prométamelo, por favor - En los ojos de la rubia se notaba el toque desesperado cuando ansiaba tanto la verdad, a un ser sincero. Doreen valoraba tanto la honestidad. Lo creía una virtud que ya casi no existía, o que se estaba extinguiendo - Buen provecho - Y no empezó, esperaba que el lo hiciera y que le otorgara el permiso, como toda señorita de la época.
Dentro de la cocina las cosas eran incluso más agradables para ella. Desde muy pequeña se interesó en el arte culinario. No es que hubiera tenido maestros profesionales, tuvo la bendición de tener a una madre hábil en ese terreno, y haberlo heredado. Las primeras veces que cocinó su padre le dio una palmada de felicitación, las siguientes veces su hermano no deseaba que se escapara de la cocina, incluso su madre le había otorgado las riendas del fuego y los víveres, deleitando a todos. Ella siempre soñó con enamorar también a ese hombre amado con sus platillos. ¿Tenía algo de malo que pensara siempre en el amor? Si, lo tenía, por eso se encontraba casi muerta en vida.
- ¿Por qué dejaría que hicieran todo ellos cuando me gusta hacerlo? - Lo volteó a ver con una sonrisa tranquila. - ¿Acaso usted preferiría que mandara a llamar a alguien para que le hiciera la comida? Deseo poder consentirlo, hacer algo más por usted, le prometo que sino le gusta lo que le preparo no volveré a hacerle la comida - Se deslizó por la cocina, abrió una de las tuberías donde el grifo de agua caía, sus manos delicadas se deslizaron bajo el agua para poder limpiar la suciedad. Los ingredientes ya se encontraban en la mesa de cortar, sus sirvientes no se iban a estar tranquilos si no hacían al menos eso. Cuando cerró la llave se colocó frente al hombre, aunque los separaba la mesa. Con un cuchillo afilado cortó pedazos de carne, no muy grandes, tampoco muy gruesos, que fueran el tamaño justo para que no batallaran tanto a la hora de cortar o llevarlos a la boca. Ella era muy detallista en ese aspecto. La comida la tenían que disfrutar, no para luchar contra ella.
- Señor Debussy - Llamó su atención dejando de hacer los movimientos de las manos. - ¿Le molesta tanto que sea tan hogareña? Veo que siempre resalta eso de mi, ya sabe - Se encogió de hombros - Que no dejo que los demás, o más bien, los sirvientes hagan todos los quehaceres - Suspiró, se relamió los labios, y con el dorso de la mano empujó un mechón rebelde que se había despegado de su lugar. Siguió cortando. - Quizás ese sea mi problema más grande ¿No lo cree? - No necesitaba que le respondiera, era más bien una reflexión para ambos- Siempre he soñado con grandes cuentos de hada, con amores para poder escribirse en novelas románticas, quizás exijo demasiado y por eso no tengo la suerte - Soltó una risita traviesa - Desde que soy pequeña en realidad nunca pensé en la posición social que deseaba tener, de hecho era lo que menos me interesaba, lo único que soñaba era poder tener a un marido que llegara a la casa con una sonrisa amplia, y yo pudiera servirle la comida, arroparlo en la cama, incluso alistar su baño - Volvió a suspirar, se notaba cuanto deseaba poder llegar a eso, pero sus ojos dejaban en claro que ya se había rendido. Cuando ese duque se fue, no es que se llevara a Doreen, jamás, más bien le rompió las alas, jugó demasiado con ella. ¿Quién con verdadero corazón hacía eso? El carbón ya se encontraba encendido desde hace horas atrás, de hecho el comal soltaba el calor. Sólo embadurnó la carne de unos tipos de aceitas y las puso encima. Se dedicó a terminar la ensalada,y el puré, la sopa la había hecho en la mañana, sólo la puso a calentar, y el agua de sabor se encontraba fresca, sirvió dos vasos después de lavarse las manos, y se acercó a él unos momentos dejando el recipiente de cristal en sus manos.
- No me gusta demasiado hablar de mi, no me considero una mujer interesante, más bien llorona y sentimental, seguramente eso lo ha notado - La mano derecha de Doreen acarició el cabello negro y sedoso del mayordomo antes de regresar a sus labores. La última frase de Quentin hizo que la rubia se quedara estática, su corazón se aceleró, las palpitaciones estaban más inquietas de costumbre, por lo que la respiración era acelerada a más no poder. ¿Qué lo llevaba de vuelta a ella? Aquello era mal formulado, incorrecto, más bien ¿Por qué ella no había dejado de pensar en él? ¿Por qué había deseado tanto verlo de nuevo? El nervio era claro, tanto que al tomar su vaso derramó un poco al suelo por el temblor que su mano tenía. ¡Quentin le estaba dando dolor de cabeza! ¡La confundía! ¡La hacía tener un motivo más! ¿Cuál? Desear tenerlo cerca; siguió cortando, está vez un poco de queso, pero se detuvo cuando una leve cortada a causa del nervio se hizo. No hizo gesto alguno para no preocuparlo, no deseaba que la creía torpe, por esa razón con cuidado bajó la mano al igual que un trapo limpio con el cual hizo presión. - Cuando sepa la respuesta ¿Me la dirá? - Titubeó un poco para decirle aquello, sin embargo la curiosidad era una de sus tantas características. - Quiero descubrirlo con usted ¿Me dejaría? - Le volteó a ver, ese sonrojo tierno seguía.
Doreen recordó la carne, lo bueno es que no se había quemado, más bien estaba en su punto, de esa forma dio vuelta a los pedazos. ¿Qué pasaba con él? La ponía tan nerviosa que no se fijaba que estaba haciendo, de hecho se le olvidaba.
- Me da curiosidad algo - Se giró mientras seguía hablando. Resultaba ser que la platica entre ambos le parecía muy cómoda. De hecho ¿para que mentir? Él hacía que ella sintiera que se conocían de hace mucho tiempo atrás. Era la segunda vez que se veían, Doreen sabía que en su corazón no sólo había agradecimiento por el chico, sino también un profundo cariño. Que lo encontrara aquella noche no era una simple casualidad. Para nada. Dios lo había enviado para poder abrazarse mutuamente, guiarse. Quentin era de esas personas que algunos presumían. Personas que llegaban a la vida de alguien y que en un instante causaban tanto impacto que no deseabas más que darles felicidad. Un momento ¿Ella deseaba verlo feliz? Si, claro, como a todos los que conocía o se cruzaban con ella, la diferencia es que ella deseaba hacerlo feliz. Gran diferencia. - ¿De verdad jamás ha amado? - ¿Saber o no saber la respuesta a esa pregunta? La curiosidad mató al gato, dicen por ahí.
Sacó dos platos que se encontraban en la gaveta izquierda del fondo. El color era blanco. Sirvió la carne, el puré, la ensalada, todo lo colocó en un lado respectivo de la mesa, pero no frente a sus asientos. Primero iba la sopa, la cual puso en dos platos hondos. Doreen notó que Quentin deseaba levantarse a ayudarla, y por primera vez le dedicó una mirada inquisitiva. El mayordomo se quedó en su asiento; acomodó los cubiertos, incluso sacó un par de velas y las puso en la mesa. Apagó las de parafina y sólo aquellas luces medias los iluminaran. Por fin se sentó, pero no lo vio a los ojos, se sentía ahora más nerviosa.
- ¿Quién lo ha alimentado todo este tiempo? Se encuentra muy flaco - Bromeó un poco, aunque si le interesaba tal información. - Debe ser honesto si la comida no le gusta, prométamelo, por favor - En los ojos de la rubia se notaba el toque desesperado cuando ansiaba tanto la verdad, a un ser sincero. Doreen valoraba tanto la honestidad. Lo creía una virtud que ya casi no existía, o que se estaba extinguiendo - Buen provecho - Y no empezó, esperaba que el lo hiciera y que le otorgara el permiso, como toda señorita de la época.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Quentin le sonrió a Doreen con ese aire de melancolía propio de quienes hacía tiempo no sonreían de corazón, pero que de a poco se daban cuenta de que los músculos en su rostro estaban hechos para eso. El cuadro que ella pintaba con sus acciones desinteresadas resultaba la viva imagen de una escena exótica y sorprendente, puesto que le interesaba más consentir a otros antes que cuidar sus manos de los maltratos del trabajo. Era una mujer muy bella; para no darse cuenta había que ser ciego y sordo, por lo que tal hallazgo era el doble de peculiar. Al principio había atribuido su humildad personal a la modestia de su cuna, pero entonces recordó que aquello que a Doreen le sobraba, a su madre le había faltado en demasía. Y así el acertijo de la encantadora joven se acrecentaba dentro de la mente cuadrada del mayordomo, expandiéndose con cada destello taciturno que descubría en sus ojos ilusionados, casi como una niña aferrándose al cuello de su padre temiendo perderlo.
Así era. Quentin Debussy, el servidor de la lógica, se encontraba a sí mismo confundido por una muchacha cuya pureza de alma cambiaba lo que conocía, que era mucho y nada de esperanzador. Nadie movía un solo hueso si no le convenía lo que se obtenía a cambio, en eso creía, eso sabía, pero ella se salía de la regla. ¿De qué le servía a una mujer de baja cuna pero alta fortuna simpatizar con un hombre sin apellido y sin riquezas? Le era de utilidad menos que nada. A ella, adonde fuera, la saludarían grandes empresarios y señoras de sombreros repletos de plumas; él, en cambio, pasaría entre ellos con bandeja en alto distribuyendo tentempiés y licores. Sería un mueble con ruedas, indigno de miradas como la de Doreen. ¿Dónde estaba la lógica allí? ¿Quería acaso arruinar su reputación por despecho? No lo parecía. Sería muy absurdo si lo hiciera. Se contradecía con su muy legítimo deseo de tener familia.
—Señorita Doreen, ni en el contexto más tradicional me vería ofendido por su sentir hacia su propia casa. Es más, la alta y baja sociedad apoyarían su perspectiva porque es bien visto que las mujeres se mantengan dentro de su hogar. No digo que no comparto su punto de vista, pero bajo mi humilde opinión es más importante si usted piensa que aquello va con su manera de ser. Desde luego que empujar un carro de lado no es imposible, pero sí lo es hacerlo sin detrimento —hablaba con gentileza sin dejar de lado la convicción. Se decía que dentro de cada persona se encontraba un algo que permanecía inmutable a pesar de los accidentes, algo mejor conocido como esencia, pero dentro de los principios que él concebía, estaba el que decía que hasta la esencia podía verse afectada dadas las circunstancias necesarias para ello. Sin embargo, algo le decía que aquello no podía cumplirse con Doreen— Aunque lo que consigo aprehender de su naturaleza es, por decir lo menos, diferente de todo cuanto he conocido o creído conocer. Sin dejar de lado la amabilidad que me llega de usted, no es menos cierto que con la revolución usted no ha visto maltraída su naturaleza, sino que fortalecida. Es inmanente. Tendrían que acabar con su entidad antes de acabar con usted. Así que ya ve; no es mi intención cambiarla, y aunque yo, cualquiera o incluso usted quisiera cambiar eso, me temo que tendría que cambiar de rumbo irremediablemente. —Miró a los ojos de la blonda. Estaba hablando con honestidad referente a este tema, y lo hacía porque él mismo había fingido ser feliz con la familia que le había tocado y no había dado frutos, llevándolo a abandonar el nido a una edad prematura, tal vez en dirección a caminos ensombrecidos, pero rumbos diferentes al fin y al cabo— Puede que discrepe conmigo, pero pienso que no se puede y ni tampoco se debe pedirle a usted misma que sueñe otra cosa de la que soñaría por quien es. El ser humano puede aprender a engañar a otros, ¿cómo no, si todos hemos mentido y nos han creído? Pero cuando se trata de uno mismo, las cosas cambian. Nos conocemos tan bien que no podemos disfrazar nuestros deseos y ambiciones. Y ya que estamos en el tema, sus ansias no son menos que honradas. Cualquier hombre medianamente cuerdo pensaría lo mismo.
Ella debía saberlo, tenía que hacerlo. Ya se imaginaba Quentin las caras de espanto de quienes llegaran a escuchar un “antes muerta que casarme y tener hijos” de parte de una joven casadera; si no la mataban ahí mismo, mandarían a llamar al convento para que la retirasen de su residencia antes de que su peste se le contagiara a los demás miembros de la familia. Doreen no era tonta; él no se hubiera sentado en su mesa si así lo creyese, pero sí terriblemente insegura hasta en los asuntos más objetivos que tuviesen que ver con su persona. ¿Oía acaso sus propias palabras? En conjunto parecían un discurso que de tanto pronunciarse ya no se pensaba más en su significado, volviéndolo mortalmente mecánico, y ella se lo creía. No, Doreen no era tonta; estaba distraída de quien era, pero no Quentin, el observador. Estaba dispuesto a hacérselo notar, pero no estaba seguro de cómo. Quizás en ese aspecto ella podría ayudarlo a él. De la mano se podía avanzar en conjunto. A solas el asunto se volvía más complicado. Para comenzar, el maestresala tenía que refutar a la zagala cada vez que incurriera en esas frases pocos halagadoras dirigidas hacia ella misma, como “llorona” o “poco interesante”
—Mademoiselle, usted no es… —las palabras y el aliento de Quentin se vieron cortados de pronto con la repentina caricia de Doreen sobre su cabeza, casi como si quisiera refugiarlo de algún miedo devorador. — Quiere que me convierta en el más callado de todos. — “Está en casa”; ése era el mensaje que recibía. Si era un mensaje positivo, ¿por qué lo sentía agridulce? “Porque no estás siendo honesto del todo” dijo una voz en su cabeza.
Tenía razón, no lo estaba siendo. Sin duda había dicho la verdad en cada pensamiento lanzado a viva voz respecto de ella, de eso no se arrepentía porque lo creía fervientemente. Pero sí había pecado. Quentin Debussy sabía bien que no era honroso dejar que ella mimase a quien ella creía que era. Podía ver en sus ojos transparentes la confianza e ilusión de una quinceañera; la misma fragilidad de corazón, el mismo miedo de verlo desparramado en retazos. ¿Por qué de todas las personas del mundo tenía que confiar en él? ¡En él! Seguramente ella, por su correcta manera de comportarse y su pureza, podía jurar que él era un caballero trabajador y ejemplar. Así lo creían todos, y no la culpaba a ella por hacerlo también. Él se había encargado de que nadie supiera qué se encontraba tras ese par de guantes perfumados y reverencia perfectamente ensayada. Lo había hecho para tapar su pasado, absolutamente todo de él. Antes de convertirse en el servidor de Madame Destutt de Tracy, ninguna historia sería contada. Si se lo decía, como Doreen era una mujer inteligente, se escurriría de sus brazos y él ya no podía volver atrás, pero lo más importante… sería él el responsable del llanto de su alma, convirtiéndose en la peor de las gárgolas.
Con una decisión en su cabeza, el hombre se inclinó para levantar con delicadeza las manos de Doreen del paño húmedo, ayudándola a ponerse de pié en el acto. Vio ese rostro cerca de él nuevamente y supo que no tendría ni querría jamás tener el coraje para verla llorar por su causa.
—No necesita saberlo —y con eso, juntó las manos de la joven y besó el dorso de las mismas.— Lo que sea que esté a mi alcance, siempre para usted.
Y siempre que eso no la dañara de manera que pudiera arrepentirse. La verdad del mundo no la necesitaba; se la había arreglado muy bien sin ella. Era más, ilusionando en su cabeza niños sanos y llenos de amor era como se movía por ellos; sin ese sueño que la moviera, ellos estarían aún más perdidos. Así que él mantendría su sueño de pié, sólo para continuar viéndola sonreír. Sus inocentes curiosidades, ¿por qué no podía él satisfacerlas con la misma dedicación con la que ella servía la mesa? Eso haría. De sus culpas, que Dios se las hiciera pagar en su momento. Que a ella no le afectara lo que pudiera pasar con él. Quentin sonreiría para lograr el mismo efecto en Doreen, no por deber.
Por propia voluntad, no porque alguien se lo ordenase, comenzó a acomodar la mesa con precisión y etiqueta mientras buscaba una respuesta a la pregunta de su dama. Ese tema no le dolía en absoluto; más doloroso era haber amado y haber perdido que jamás haberlo hecho, o eso pensaba él.
—Me temo que no, señorita —admitió sin el menor tono de frustración en su voz; en efecto, era un alivio no ver alterado por completo su mundo debido a una sensación como esa, pero tonto de él, hasta los árboles milenarios venían de las semillas más ínfimas e imperceptibles— Si el sentimiento que usted nombra es tan fuerte como dicen, no podría haberlo sino sabido. Dicen que cambia hasta la mirada, aunque debo confesar que no he sido capaz de distinguir ese algo en nadie. Mis compañeros de trabajo solían criticar mi “boba ignorancia” sobre este asunto, pero después de tanto tiempo comprendieron que no es algo que pueda transmitirse, sino vivirse.
Pero sí sentía algo que él identificaba como meramente corporal. Sentía una especie de calor acumulándose en el pecho, un calor que no abrasaba, sino que acogía. A medida que subía de temperatura, éste jamás quemaba. ¿Cómo era posible? No lo entendía. No se parecía a la lujuria, sensación que ya conocía y que había obedecido en casi todas las oportunidades que se le habían presentado; ese sentir asfixiaba en cierto elevado punto si no se acataba. No se parecía a lo que le estaba ocurriendo. Lo atribuyó al calor propio de la cocina, de la conversación amena y de la agradable compañía. Si iba hacia delante en sus dudas, podía ser peligroso. No fuera a ser que se encontrara con la respuesta justo allí, a mitad de una cena a media luz totalmente a solas… con ella.
—Entenderá que conmigo mandando a los empleados para que lleven a cabo sus labores bien y rápido, la cocinera no me quiere mucho. Dice que para entender lo que significa exigir que los trabajadores lleven todo a la perfección, debo primero grabarme la sensación de trabajar con un estómago vacío. No negaré que tiene algo de razón, pero yo no soy quien hace las reglas; como gracias a ellas y no se muerde la mano que nos da de comer —siguió ese humor cotidiano de Doreen. De no haber sido por ella, hubiera pasado por alto lo divertidas que resultaban esas escenas en la cocina— Buen provecho para usted. Créame que replantearé mis gustos culinarios, mademoiselle, si el exquisito aroma que desprende su comida me engaña.
Como un viento acercándose tímidamente a las ramas de un joven árbol, el invitado dejó que la primera pieza de comida reposara sobre su lengua. Saboreó y...
—¿Sabe qué opino? Que si continúo siendo bendecido con sus invitaciones a comer, deberé mandar a agrandar mis uniformes. Sus manos tienen el don. Está delicioso —sonrió con una ligera dilatación en sus ojos que delataba el apetito abierto.
Y vino la segunda probada, y la tercera. Había un ingrediente que no era capaz de identificar. ¿Qué era eso, aparte de los ingredientes que había traído? No sabía a nada que hubiera probado con anterioridad, y no estaba seguro de que se le pudiera encerrar en la categoría de comestibles. Extraño, ¿no? Y más extraño se puso cuando el calor en su pecho se sobrecogió de improviso. Así se sentía importarle a alguien de esa manera después de haber tratado con tantos rostros indiferentes. Algo tan sencillo como un plato de comida preparado con dedicación se volvía una muestra irrefutable de afecto. Él no era ninguna figura ilustre ni mucho menos; era un acomodado trabajador de humilde cuna. ¿En serio le importaba a ella a ese punto? ¿No era sólo que fuera cándida de corazón?
De pronto dejó los cubiertos de lado porque algo le impedía continuar. Miró a la joven con ojos suplicantes, como los que no había vuelto a usar desde que era un adolescente en busca de alguien que le enseñara lo que sabía hoy. Esta vez sorprendentemente no buscaba algo práctico que le ayudara a ganar un sueldo suficiente; quería que ella lo sacara de su incertidumbre. Tenía certeza de todo, excepto de lo que pasaba entre ellos dos.
—Perdóneme, Doreen, pero no puedo aguantarme ya estas dudas —partió con la formalidad que era parte de su personalidad, pero al segundo comenzó a comportarse como uno más. Buscó los ojos de Doreen y allí se quedó— ¿Por qué está haciendo esto por mí? —hizo una pausa esperando a que ella dijera algo. Continuó— Con sus propias manos preparar un banquete digno de un príncipe al paladar de un don nadie como yo. No lo entiendo. Usted arriesga mucho. Una señorita de oportunidades como usted, de casarse con el hijo de un baronet lo que menos querría es que la asociaran al encargado de una de sus vecinas. Aquí usted es la perjudicada. Su honor comprometido, ¿para ganar qué?
¿Por qué él, de todos los hombres que morirían por estar a solas con ella? ¿Él, que ya había vendido su alma, frente a ella, cuya luz iluminaba a las otras?
Así era. Quentin Debussy, el servidor de la lógica, se encontraba a sí mismo confundido por una muchacha cuya pureza de alma cambiaba lo que conocía, que era mucho y nada de esperanzador. Nadie movía un solo hueso si no le convenía lo que se obtenía a cambio, en eso creía, eso sabía, pero ella se salía de la regla. ¿De qué le servía a una mujer de baja cuna pero alta fortuna simpatizar con un hombre sin apellido y sin riquezas? Le era de utilidad menos que nada. A ella, adonde fuera, la saludarían grandes empresarios y señoras de sombreros repletos de plumas; él, en cambio, pasaría entre ellos con bandeja en alto distribuyendo tentempiés y licores. Sería un mueble con ruedas, indigno de miradas como la de Doreen. ¿Dónde estaba la lógica allí? ¿Quería acaso arruinar su reputación por despecho? No lo parecía. Sería muy absurdo si lo hiciera. Se contradecía con su muy legítimo deseo de tener familia.
—Señorita Doreen, ni en el contexto más tradicional me vería ofendido por su sentir hacia su propia casa. Es más, la alta y baja sociedad apoyarían su perspectiva porque es bien visto que las mujeres se mantengan dentro de su hogar. No digo que no comparto su punto de vista, pero bajo mi humilde opinión es más importante si usted piensa que aquello va con su manera de ser. Desde luego que empujar un carro de lado no es imposible, pero sí lo es hacerlo sin detrimento —hablaba con gentileza sin dejar de lado la convicción. Se decía que dentro de cada persona se encontraba un algo que permanecía inmutable a pesar de los accidentes, algo mejor conocido como esencia, pero dentro de los principios que él concebía, estaba el que decía que hasta la esencia podía verse afectada dadas las circunstancias necesarias para ello. Sin embargo, algo le decía que aquello no podía cumplirse con Doreen— Aunque lo que consigo aprehender de su naturaleza es, por decir lo menos, diferente de todo cuanto he conocido o creído conocer. Sin dejar de lado la amabilidad que me llega de usted, no es menos cierto que con la revolución usted no ha visto maltraída su naturaleza, sino que fortalecida. Es inmanente. Tendrían que acabar con su entidad antes de acabar con usted. Así que ya ve; no es mi intención cambiarla, y aunque yo, cualquiera o incluso usted quisiera cambiar eso, me temo que tendría que cambiar de rumbo irremediablemente. —Miró a los ojos de la blonda. Estaba hablando con honestidad referente a este tema, y lo hacía porque él mismo había fingido ser feliz con la familia que le había tocado y no había dado frutos, llevándolo a abandonar el nido a una edad prematura, tal vez en dirección a caminos ensombrecidos, pero rumbos diferentes al fin y al cabo— Puede que discrepe conmigo, pero pienso que no se puede y ni tampoco se debe pedirle a usted misma que sueñe otra cosa de la que soñaría por quien es. El ser humano puede aprender a engañar a otros, ¿cómo no, si todos hemos mentido y nos han creído? Pero cuando se trata de uno mismo, las cosas cambian. Nos conocemos tan bien que no podemos disfrazar nuestros deseos y ambiciones. Y ya que estamos en el tema, sus ansias no son menos que honradas. Cualquier hombre medianamente cuerdo pensaría lo mismo.
Ella debía saberlo, tenía que hacerlo. Ya se imaginaba Quentin las caras de espanto de quienes llegaran a escuchar un “antes muerta que casarme y tener hijos” de parte de una joven casadera; si no la mataban ahí mismo, mandarían a llamar al convento para que la retirasen de su residencia antes de que su peste se le contagiara a los demás miembros de la familia. Doreen no era tonta; él no se hubiera sentado en su mesa si así lo creyese, pero sí terriblemente insegura hasta en los asuntos más objetivos que tuviesen que ver con su persona. ¿Oía acaso sus propias palabras? En conjunto parecían un discurso que de tanto pronunciarse ya no se pensaba más en su significado, volviéndolo mortalmente mecánico, y ella se lo creía. No, Doreen no era tonta; estaba distraída de quien era, pero no Quentin, el observador. Estaba dispuesto a hacérselo notar, pero no estaba seguro de cómo. Quizás en ese aspecto ella podría ayudarlo a él. De la mano se podía avanzar en conjunto. A solas el asunto se volvía más complicado. Para comenzar, el maestresala tenía que refutar a la zagala cada vez que incurriera en esas frases pocos halagadoras dirigidas hacia ella misma, como “llorona” o “poco interesante”
—Mademoiselle, usted no es… —las palabras y el aliento de Quentin se vieron cortados de pronto con la repentina caricia de Doreen sobre su cabeza, casi como si quisiera refugiarlo de algún miedo devorador. — Quiere que me convierta en el más callado de todos. — “Está en casa”; ése era el mensaje que recibía. Si era un mensaje positivo, ¿por qué lo sentía agridulce? “Porque no estás siendo honesto del todo” dijo una voz en su cabeza.
Tenía razón, no lo estaba siendo. Sin duda había dicho la verdad en cada pensamiento lanzado a viva voz respecto de ella, de eso no se arrepentía porque lo creía fervientemente. Pero sí había pecado. Quentin Debussy sabía bien que no era honroso dejar que ella mimase a quien ella creía que era. Podía ver en sus ojos transparentes la confianza e ilusión de una quinceañera; la misma fragilidad de corazón, el mismo miedo de verlo desparramado en retazos. ¿Por qué de todas las personas del mundo tenía que confiar en él? ¡En él! Seguramente ella, por su correcta manera de comportarse y su pureza, podía jurar que él era un caballero trabajador y ejemplar. Así lo creían todos, y no la culpaba a ella por hacerlo también. Él se había encargado de que nadie supiera qué se encontraba tras ese par de guantes perfumados y reverencia perfectamente ensayada. Lo había hecho para tapar su pasado, absolutamente todo de él. Antes de convertirse en el servidor de Madame Destutt de Tracy, ninguna historia sería contada. Si se lo decía, como Doreen era una mujer inteligente, se escurriría de sus brazos y él ya no podía volver atrás, pero lo más importante… sería él el responsable del llanto de su alma, convirtiéndose en la peor de las gárgolas.
Con una decisión en su cabeza, el hombre se inclinó para levantar con delicadeza las manos de Doreen del paño húmedo, ayudándola a ponerse de pié en el acto. Vio ese rostro cerca de él nuevamente y supo que no tendría ni querría jamás tener el coraje para verla llorar por su causa.
—No necesita saberlo —y con eso, juntó las manos de la joven y besó el dorso de las mismas.— Lo que sea que esté a mi alcance, siempre para usted.
Y siempre que eso no la dañara de manera que pudiera arrepentirse. La verdad del mundo no la necesitaba; se la había arreglado muy bien sin ella. Era más, ilusionando en su cabeza niños sanos y llenos de amor era como se movía por ellos; sin ese sueño que la moviera, ellos estarían aún más perdidos. Así que él mantendría su sueño de pié, sólo para continuar viéndola sonreír. Sus inocentes curiosidades, ¿por qué no podía él satisfacerlas con la misma dedicación con la que ella servía la mesa? Eso haría. De sus culpas, que Dios se las hiciera pagar en su momento. Que a ella no le afectara lo que pudiera pasar con él. Quentin sonreiría para lograr el mismo efecto en Doreen, no por deber.
Por propia voluntad, no porque alguien se lo ordenase, comenzó a acomodar la mesa con precisión y etiqueta mientras buscaba una respuesta a la pregunta de su dama. Ese tema no le dolía en absoluto; más doloroso era haber amado y haber perdido que jamás haberlo hecho, o eso pensaba él.
—Me temo que no, señorita —admitió sin el menor tono de frustración en su voz; en efecto, era un alivio no ver alterado por completo su mundo debido a una sensación como esa, pero tonto de él, hasta los árboles milenarios venían de las semillas más ínfimas e imperceptibles— Si el sentimiento que usted nombra es tan fuerte como dicen, no podría haberlo sino sabido. Dicen que cambia hasta la mirada, aunque debo confesar que no he sido capaz de distinguir ese algo en nadie. Mis compañeros de trabajo solían criticar mi “boba ignorancia” sobre este asunto, pero después de tanto tiempo comprendieron que no es algo que pueda transmitirse, sino vivirse.
Pero sí sentía algo que él identificaba como meramente corporal. Sentía una especie de calor acumulándose en el pecho, un calor que no abrasaba, sino que acogía. A medida que subía de temperatura, éste jamás quemaba. ¿Cómo era posible? No lo entendía. No se parecía a la lujuria, sensación que ya conocía y que había obedecido en casi todas las oportunidades que se le habían presentado; ese sentir asfixiaba en cierto elevado punto si no se acataba. No se parecía a lo que le estaba ocurriendo. Lo atribuyó al calor propio de la cocina, de la conversación amena y de la agradable compañía. Si iba hacia delante en sus dudas, podía ser peligroso. No fuera a ser que se encontrara con la respuesta justo allí, a mitad de una cena a media luz totalmente a solas… con ella.
—Entenderá que conmigo mandando a los empleados para que lleven a cabo sus labores bien y rápido, la cocinera no me quiere mucho. Dice que para entender lo que significa exigir que los trabajadores lleven todo a la perfección, debo primero grabarme la sensación de trabajar con un estómago vacío. No negaré que tiene algo de razón, pero yo no soy quien hace las reglas; como gracias a ellas y no se muerde la mano que nos da de comer —siguió ese humor cotidiano de Doreen. De no haber sido por ella, hubiera pasado por alto lo divertidas que resultaban esas escenas en la cocina— Buen provecho para usted. Créame que replantearé mis gustos culinarios, mademoiselle, si el exquisito aroma que desprende su comida me engaña.
Como un viento acercándose tímidamente a las ramas de un joven árbol, el invitado dejó que la primera pieza de comida reposara sobre su lengua. Saboreó y...
—¿Sabe qué opino? Que si continúo siendo bendecido con sus invitaciones a comer, deberé mandar a agrandar mis uniformes. Sus manos tienen el don. Está delicioso —sonrió con una ligera dilatación en sus ojos que delataba el apetito abierto.
Y vino la segunda probada, y la tercera. Había un ingrediente que no era capaz de identificar. ¿Qué era eso, aparte de los ingredientes que había traído? No sabía a nada que hubiera probado con anterioridad, y no estaba seguro de que se le pudiera encerrar en la categoría de comestibles. Extraño, ¿no? Y más extraño se puso cuando el calor en su pecho se sobrecogió de improviso. Así se sentía importarle a alguien de esa manera después de haber tratado con tantos rostros indiferentes. Algo tan sencillo como un plato de comida preparado con dedicación se volvía una muestra irrefutable de afecto. Él no era ninguna figura ilustre ni mucho menos; era un acomodado trabajador de humilde cuna. ¿En serio le importaba a ella a ese punto? ¿No era sólo que fuera cándida de corazón?
De pronto dejó los cubiertos de lado porque algo le impedía continuar. Miró a la joven con ojos suplicantes, como los que no había vuelto a usar desde que era un adolescente en busca de alguien que le enseñara lo que sabía hoy. Esta vez sorprendentemente no buscaba algo práctico que le ayudara a ganar un sueldo suficiente; quería que ella lo sacara de su incertidumbre. Tenía certeza de todo, excepto de lo que pasaba entre ellos dos.
—Perdóneme, Doreen, pero no puedo aguantarme ya estas dudas —partió con la formalidad que era parte de su personalidad, pero al segundo comenzó a comportarse como uno más. Buscó los ojos de Doreen y allí se quedó— ¿Por qué está haciendo esto por mí? —hizo una pausa esperando a que ella dijera algo. Continuó— Con sus propias manos preparar un banquete digno de un príncipe al paladar de un don nadie como yo. No lo entiendo. Usted arriesga mucho. Una señorita de oportunidades como usted, de casarse con el hijo de un baronet lo que menos querría es que la asociaran al encargado de una de sus vecinas. Aquí usted es la perjudicada. Su honor comprometido, ¿para ganar qué?
¿Por qué él, de todos los hombres que morirían por estar a solas con ella? ¿Él, que ya había vendido su alma, frente a ella, cuya luz iluminaba a las otras?
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Dicen que las personas soñadoras vienen acompañadas de muchas palabras para compartir con los que se encuentran a su alrededor. Cuando era muy pequeña, la rubia se la vivía contando a su hermano las escenas que en su cabeza se creaban al momento de dormir, incluso una que otra vez se las contaba a su madre, quien sonreía con ella, y quienes soñaban con lugares distintos, igualdad de genero, y amores de novelas clásicas. Todo el tiempo se le veía parlotear, compartirle al mundo que se podía vivir creyendo en un mundo más cómodo, lleno de amor para quienes se guiaban por el corazón, sin embargo, todo cambió, de hecho cada sueño lo dejaba de contar, lo mantenían resguardado en su interior, ya no creía en volver esos deseos realidad. Su voz se apagó lentamente al igual que el brillo de sus ojos, su alma ya ni siquiera percibía calor. Nada de nada. ¿Por qué Doreen se había dejado hundir tanto? ¿Tenía que ver con la desilusión de amor? En parte si, pero si se ponía atención a su vida, era una recopilación de tristezas lo que la hicieron frenarse de su esencia. Habían días en los que ni siquiera se reconocía. Hundirse no le dejaba nada bueno, por el contrario, para su buena suerte se estaba dando cuenta, y todo gracias a él. Le resultaba gracioso que necesitara de alguien para sacudiera su interior y la hiciera entender, muy gracioso tomando en cuenta el sellado que hizo en su corazón, en sus esperanzas.
Que hubiera reducido el número de sus palabras contadas al mundo, no quería decir que ya no existieran. A veces incluso debía morderse la lengua con fuerza para no decirlas, porque se trataba de una criatura tan impulsiva, que en ocasiones debía regañarse para no volver a caer en la corriente de ser ella misma. A Doreen no le gustaba su forma de ser, eso se notaba incluso de lejos, pero estaba aprendiendo a aceptarse, y por eso, en aquel preciso momento decidió levantar el freno, volver a decir lo que sentía, lo que llegó a soñar y también lo que llegó a anhelar. El mayordomo le daba tanta seguridad que incluso le contaría la forma en que se aceleraba su corazón, todo si él se lo permitía, claro.
Doreen sintió cómo su estomago comenzó a molestarla, a hablarle, a rugir. A pesar de tomar el desayuno, no comió lo suficiente, a penas y se dejó mojar los labios con el jugo, estar frente a él, en vez de restringirle el hambre por nerviosismo, la hizo tener ganas de devorar todo el plato, por eso, mientras él comía con tranquilidad, ella también lo hacía. No le había quedado tan mal el platillo, aunque sabía podría llegar a hacer algo más delicioso, el problema es que tener que cocinarle a él la colocaba tan nerviosa que quiso hacer algo ya dominado, así no lo decepcionaba; siguió así disfrutando de la comida, dándose cuenta que su estomago se iba callando, que la tranquilidad volvía. Hace mucho tiempo que no ingería alimentos como era debido, lo cual lo cuerpo le reclamó en ese momento haciendo que temblara, sin embargo no se detuvo, más valía seguir a después enfermarse. Su apetito no se cohibía con él, buena señal. ¿Le estaba dando Doreen a Quentin demasiado crédito?
– ¿Por qué no debería hacerlo? – Cuestionó con tranquilidad. La joven dejó los cubiertos sobre su plato, tomó la servilleta que tenía sobre su regazo, y de esa forma se limpió las comisuras con lentitud, dejó la servilleta sobre la mesa, se puso de pie, y le estiró la mano para poder pedirle a él que tomara su mano. Ni siquiera le importaba ya terminar con su plato de comida. Lo condujo por la cocina, y con la ayuda de un candelabro cerca de la puerta trasera, le guió por los jardines traseros, dónde se encontraban algunas de las criadas. Las mujeres los reverenciaron antes de dar la vuelta para darles privacidad – La comida estaba buena – Dijo con modestia, pero más que nada para molestarlo por que se interrumpieron sus sagrados alimentos - ¿Si yo fuera una clase menor a la que tengo, también pensaría lo mismo? – Preguntó de forma despreocupada, aunque escondiendo su interés por la respuesta. – No lo sé, yo no considero que sea demasiado lo que hago, es parte de mi gratitud, lo hago porque puedo, porque me nace, porque me hace sentir feliz encontrarme de nuevo con quien me iluminó aquella noche, no lo sé, las corazonadas son las que siempre me han guiado en mis acciones, ellas no tienen una explicación en especial ¿Debería forzarlas a darle una definición correcta de lo que pasa? – Le miró de reojo mientras andaban sin detenerse – Usted en ocasiones me llega a desesperar ¿sabe? – Le soltó el agarré, aunque inmediatamente se empezó a reír con cierta burla – Es que usted todo lo quiere razonado, en ocasiones no todo se puede, me gustaría que lo intentara, aunque sea a mi lado, cuando estemos juntos – Se encogió de hombros suavemente y se detuvo - ¿Le molesta tanto que sea tan atenta con usted? – Suspiró, ella debía dejar de ser de esa forma, la idea de volverse más reservada le estaba atrayendo.
La rubia se detuvo en medio de un sendero, frente a los establos, los observó por unos momentos, se quedó tranquila, suspiró un par de veces, en realidad no sabía que decir o que hacer, ni siquiera entendía porque lo había llevado hasta allá, quizás lo mejor hubiera sido quedarse dentro de la cocina y terminar de cenar, ya se encontraban ahí, sería el momento de improvisar.
– Creo que su falta de sentimentalismos a veces son tan desmedidos que no se da cuenta cuando lastima – Mencionó con tranquilidad – Estuve a punto de casarme con un Duque ¿sabía? – La sonrisa sin ganas se mostró en su rostro – Y no, no estaba con él por el titulo, sino más bien porque me hacía creer que me amaba, que merecía amor, y que yo lo amaba de verdad – Acomodó sus faldones para poder sentarse dejando que la tela estuviera decorada alrededor de sus piernas sin dejar ver ni un pequeño pedazo de tela, ya había aprendido la vez pasada por él – Pero que tenga un titulo no quiere decir que verdaderamente lo merezca, es decir, que lo merezca por un corazón bueno; él fue cruel, me abandonó, me dejó con las ilusiones puestas, y entonces ¿Qué? ¡Me destruyó! ¿Merece entonces que yo siga pensando en tener atenciones a personas que tienen más dinero? Muchos de ellos no valen nada. – Su voz dulce empezaba a tomar tintes fríos. – ¿Si yo dejará toda riqueza entonces no sería digna de usted? – Hizo una mueca, movió su cabeza y observó la luna, tan perfecta como en la noche que se conocieron.
– Quisiera me contestara con sinceridad… - Susurró sin voltear a verlo de nuevo - ¿Para que vino si sólo se está cuestionando todo? Nada, nada de lo que hemos hecho lo ha disfrutado, lleva en los labios ese gesto de duda, en sus ojos la curiosidad, arruga tanto su frente que me hace creer que se encuentra molesto, es un tanto incomodo – Se sonrojó. La verdad es que Doreen, como siempre, creyendo que la del problema era ella se cuestionaba si de verdad estaba tratando de forma correcta a su invitado. Sus atenciones probablemente no eran las mejores, o las que él buscaba podrían ser más exigentes. La idea de no volver a ser lo suficiente en cualquier situación le volvió a sacudir el corazón. Si Doreen estaba comenzando a bajar los muros de protección personal, en definitiva en ese momento los estaba construyendo más elevados. Dolía, pero no iba a dejar que de nuevo la destruyeran. No es que Quentin tuviera esa intención, pero tantos cuestionamientos, tantas dudas, todo la hacía dudar, creer que tal vez ni siquiera deseara su amistad.
Doreen se encontraba tan insegura que incluso el tenerlo a él, frente a ella, después de tres días de espera, le hacían sentir que el joven no estaba tan interesado, todo ese terremoto que vivió hace poco por culpa de su ex prometido le complicaban los acercamientos a cualquier desconocido. Sin embargo ahí lo tenía a él dentro de su casa, el único lugar sagrado para ella, dónde tenía los recuerdos de un licántropo que le dejó la vida llena de comodidades, llena de memorias de quienes la ayudaron a crecer como persona. ¿Por qué Quentin tenía el privilegio de entrar? Hizo una mueca, giró su rostro y lo observó, entonces recordó aquella noche cuando caía por aquel acantilado, el joven le había dado la mano, la había ayudado a no caer. Lo merecía todo porque era sincero con ella, cómo nadie más.
– ¿Quiere volver a la casa para terminar la comida? – Preguntó sonrojada; decidió en ese preciso momento que dejaría de temer, se arriesgaría a conocer.
Que hubiera reducido el número de sus palabras contadas al mundo, no quería decir que ya no existieran. A veces incluso debía morderse la lengua con fuerza para no decirlas, porque se trataba de una criatura tan impulsiva, que en ocasiones debía regañarse para no volver a caer en la corriente de ser ella misma. A Doreen no le gustaba su forma de ser, eso se notaba incluso de lejos, pero estaba aprendiendo a aceptarse, y por eso, en aquel preciso momento decidió levantar el freno, volver a decir lo que sentía, lo que llegó a soñar y también lo que llegó a anhelar. El mayordomo le daba tanta seguridad que incluso le contaría la forma en que se aceleraba su corazón, todo si él se lo permitía, claro.
Doreen sintió cómo su estomago comenzó a molestarla, a hablarle, a rugir. A pesar de tomar el desayuno, no comió lo suficiente, a penas y se dejó mojar los labios con el jugo, estar frente a él, en vez de restringirle el hambre por nerviosismo, la hizo tener ganas de devorar todo el plato, por eso, mientras él comía con tranquilidad, ella también lo hacía. No le había quedado tan mal el platillo, aunque sabía podría llegar a hacer algo más delicioso, el problema es que tener que cocinarle a él la colocaba tan nerviosa que quiso hacer algo ya dominado, así no lo decepcionaba; siguió así disfrutando de la comida, dándose cuenta que su estomago se iba callando, que la tranquilidad volvía. Hace mucho tiempo que no ingería alimentos como era debido, lo cual lo cuerpo le reclamó en ese momento haciendo que temblara, sin embargo no se detuvo, más valía seguir a después enfermarse. Su apetito no se cohibía con él, buena señal. ¿Le estaba dando Doreen a Quentin demasiado crédito?
– ¿Por qué no debería hacerlo? – Cuestionó con tranquilidad. La joven dejó los cubiertos sobre su plato, tomó la servilleta que tenía sobre su regazo, y de esa forma se limpió las comisuras con lentitud, dejó la servilleta sobre la mesa, se puso de pie, y le estiró la mano para poder pedirle a él que tomara su mano. Ni siquiera le importaba ya terminar con su plato de comida. Lo condujo por la cocina, y con la ayuda de un candelabro cerca de la puerta trasera, le guió por los jardines traseros, dónde se encontraban algunas de las criadas. Las mujeres los reverenciaron antes de dar la vuelta para darles privacidad – La comida estaba buena – Dijo con modestia, pero más que nada para molestarlo por que se interrumpieron sus sagrados alimentos - ¿Si yo fuera una clase menor a la que tengo, también pensaría lo mismo? – Preguntó de forma despreocupada, aunque escondiendo su interés por la respuesta. – No lo sé, yo no considero que sea demasiado lo que hago, es parte de mi gratitud, lo hago porque puedo, porque me nace, porque me hace sentir feliz encontrarme de nuevo con quien me iluminó aquella noche, no lo sé, las corazonadas son las que siempre me han guiado en mis acciones, ellas no tienen una explicación en especial ¿Debería forzarlas a darle una definición correcta de lo que pasa? – Le miró de reojo mientras andaban sin detenerse – Usted en ocasiones me llega a desesperar ¿sabe? – Le soltó el agarré, aunque inmediatamente se empezó a reír con cierta burla – Es que usted todo lo quiere razonado, en ocasiones no todo se puede, me gustaría que lo intentara, aunque sea a mi lado, cuando estemos juntos – Se encogió de hombros suavemente y se detuvo - ¿Le molesta tanto que sea tan atenta con usted? – Suspiró, ella debía dejar de ser de esa forma, la idea de volverse más reservada le estaba atrayendo.
La rubia se detuvo en medio de un sendero, frente a los establos, los observó por unos momentos, se quedó tranquila, suspiró un par de veces, en realidad no sabía que decir o que hacer, ni siquiera entendía porque lo había llevado hasta allá, quizás lo mejor hubiera sido quedarse dentro de la cocina y terminar de cenar, ya se encontraban ahí, sería el momento de improvisar.
– Creo que su falta de sentimentalismos a veces son tan desmedidos que no se da cuenta cuando lastima – Mencionó con tranquilidad – Estuve a punto de casarme con un Duque ¿sabía? – La sonrisa sin ganas se mostró en su rostro – Y no, no estaba con él por el titulo, sino más bien porque me hacía creer que me amaba, que merecía amor, y que yo lo amaba de verdad – Acomodó sus faldones para poder sentarse dejando que la tela estuviera decorada alrededor de sus piernas sin dejar ver ni un pequeño pedazo de tela, ya había aprendido la vez pasada por él – Pero que tenga un titulo no quiere decir que verdaderamente lo merezca, es decir, que lo merezca por un corazón bueno; él fue cruel, me abandonó, me dejó con las ilusiones puestas, y entonces ¿Qué? ¡Me destruyó! ¿Merece entonces que yo siga pensando en tener atenciones a personas que tienen más dinero? Muchos de ellos no valen nada. – Su voz dulce empezaba a tomar tintes fríos. – ¿Si yo dejará toda riqueza entonces no sería digna de usted? – Hizo una mueca, movió su cabeza y observó la luna, tan perfecta como en la noche que se conocieron.
– Quisiera me contestara con sinceridad… - Susurró sin voltear a verlo de nuevo - ¿Para que vino si sólo se está cuestionando todo? Nada, nada de lo que hemos hecho lo ha disfrutado, lleva en los labios ese gesto de duda, en sus ojos la curiosidad, arruga tanto su frente que me hace creer que se encuentra molesto, es un tanto incomodo – Se sonrojó. La verdad es que Doreen, como siempre, creyendo que la del problema era ella se cuestionaba si de verdad estaba tratando de forma correcta a su invitado. Sus atenciones probablemente no eran las mejores, o las que él buscaba podrían ser más exigentes. La idea de no volver a ser lo suficiente en cualquier situación le volvió a sacudir el corazón. Si Doreen estaba comenzando a bajar los muros de protección personal, en definitiva en ese momento los estaba construyendo más elevados. Dolía, pero no iba a dejar que de nuevo la destruyeran. No es que Quentin tuviera esa intención, pero tantos cuestionamientos, tantas dudas, todo la hacía dudar, creer que tal vez ni siquiera deseara su amistad.
Doreen se encontraba tan insegura que incluso el tenerlo a él, frente a ella, después de tres días de espera, le hacían sentir que el joven no estaba tan interesado, todo ese terremoto que vivió hace poco por culpa de su ex prometido le complicaban los acercamientos a cualquier desconocido. Sin embargo ahí lo tenía a él dentro de su casa, el único lugar sagrado para ella, dónde tenía los recuerdos de un licántropo que le dejó la vida llena de comodidades, llena de memorias de quienes la ayudaron a crecer como persona. ¿Por qué Quentin tenía el privilegio de entrar? Hizo una mueca, giró su rostro y lo observó, entonces recordó aquella noche cuando caía por aquel acantilado, el joven le había dado la mano, la había ayudado a no caer. Lo merecía todo porque era sincero con ella, cómo nadie más.
– ¿Quiere volver a la casa para terminar la comida? – Preguntó sonrojada; decidió en ese preciso momento que dejaría de temer, se arriesgaría a conocer.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
¿Por qué no debería ser así con él? Tantas eran las razones que aún nombrarlas en su totalidad sería considerado insuficiente. Porque era un hombre y ella una mujer, estaban solos, bajo una íntima luz y en un pequeño espacio; un escándalo. ¿Una señorita como ella querría ser relacionada a alguien sin importancia económica ni prestigio social? Su imagen quedaría muy mal parada, desde luego. La experiencia que llevaba sirviendo en grande salones le decía que el nombre de la joven Doreen resonaría en las conversaciones del té de las seis. Quería decirle mil cosas, pero no lo sabía; por eso su cabeza se las arreglaba para decirlo en sueños, porque en la realidad tendría consecuencias. Y Quentin había pasado demasiado tiempo desconectado de sus emociones como para conectarse con ellas de golpe. Sólo sentía una presión en el pecho que le avisaba que había algo así, lo conociera o no.
No le contestó. Prefirió seguirla, tomar su mano adonde quiera que lo llevara, aunque sospechara de manera nefasta que aquello significaría para él tanto una bendición como una maldición. Cada vez se le hacía más difícil ocultar sus secuelas. Hasta ese entonces, Quentin no había la oportunidad de comprobar cuán bruto era fuera de los códigos sociales que tan hábilmente había aprendido. Se sentía estafado, porque ninguno de sus silogismos parecía tener lugar en aquella ocasión. “Intrigado” quedaba minúsculo. Doreen hacía demasiadas preguntas y él no tenía respuesta para ninguna. ¿Ella lo sabría? Si lo sabía, ¿por qué insistía en ponerlo en aprietos?, ¿lo disfrutaba?
—No dudo ni de usted ni de sus intenciones, señorita. Me disculpo si le di esa impresión. Pero gracias a la manera en que me gano la vista, he podido recopilar diferentes facetas del mundo, y me atrevería a decir que ninguna ficción humana es tan poderosa como las apariencias. No lo sabré yo, que me muevo entre comidillas sociales fingiendo tener cerrados mis oídos, pero oyendo atento hasta el más mínimo detalle. Crecemos pensando que la justicia la imparten las leyes y en una que otra ocasión los caudillos que se levantan del pueblo, pero me temo que la práctica me ha dicho que son las mismas personas quienes prefieren guardarse el monopolio de la sanción a sus semejantes. Pueden ser tan miserables como el más autoritario de los jueces, con la diferencia de que los segundos tienen límites en la ley y los primeros han descartado esa palabra de su vocabulario —soltó un quejido de molestia poco audible ante la imagen mental que se le cruzó por la cabeza— Y… no creo poder quedarme en silencio en un rincón del salón si llego a escuchar un mal comentario hacia usted. No después de lo que me ha hecho ver.
Se quedaron momentáneamente en un silencio que Quentin no conocía. A lo mejor ella también se encontraba en aprietos, con la diferencia de que la manera que tenía de afrontar ese estado era hacia fuera y no hacia dentro como él pretendía no encarar, pero sí pasar. Como había dicho, no estaba allí para cuestionarla o calificar su actuar. Estaba para observar, aprender, saber todo lo que pudiera de ella. Pero en medio de su lógica, ocurría una anomalía, porque sí, reunía datos de lo que acontecía a su alrededor y dentro de él mismo cerca de aquella moza de mirada transparente, aquella de ojos como nadie, pero no veía que lo acercara a una respuesta, y ese era el asunto, porque ya no le importaba si llegaba a una o no.
Le preocupaba más que ella se viera afectada por su racionalidad; deseaba poder hacerla a un lado y luego retomarla para cuando fuera necesario, pero no era sencillo. ¿Y si su objetividad era la única defensa que tenía ante sus propios impulsos? Podía hacerle mucho más daño. Doreen estaba llena de vida, evidentemente, y con ella aún guardaba; ella era todo y él no era nadie. Intimidaba saber que la joven había sido pretendida por un Duque y a la vez lo encelaba, pues daba cuenta de la cantidad de ojos puestos sobre ella. No le gustaba para nada, pero tampoco podía culparlos. Doreen era una mujer sumamente atractiva; cualquier hombre cuerdo la desearía. Y Quentin, que guardaba bajo siete llaves sus dosis de locura, sentía temblar esa prisión ante la presencia de esa rubia melena.
Se quedó de pié, contemplando la silueta femenina en reposo sobre su asiento. Casi parecía que la estuviera rodeando, como si nuevamente estuvieran paseando bajo el amparo de la sombra nocturna.
—Si mi distancia se traduce para usted en un desinterés, créame que de ser así hubiera guardado el mejor recuerdo de nuestro encuentro y hubiese continuado viviendo sin mayores perturbaciones en mi cotidianeidad. Reitero que no es mi intención mostrarle indiferencia; me enseñaron a prestar utilidad y formalidad, no a tener tacto, aunque de haber sabido que me toparía con alguien con usted, hubiese cambiado el camino optado para poder entender por lo menos la mitad de lo que me dice. Si fuera por educación, me limitaría a escucharla y asentir con propiedad, comentando lo suficiente para que continuase con un monólogo más que con una conversación, pero realmente me gustaría comprenderla. Y nadie me enseñó a querer algo así, o a lo mejor… usted. —hizo una pausa, dejando que el aire fresco de la noche aliviara sus pulmones sofocados, consecuencia de lo que estaba soltando y lo que vendría detrás— Pero lo que dice es un sueño, un sueño maravilloso y, como tal, ciego. Su mayor virtud es también su pecado más imperdonable: su pureza. Si careciera de ella podría darse cuenta de que el dinero no es sinónimo ni de maldad ni de bondad, pero es el único que techo, comida, e incluso una vida cargada de prosperidad le podría brindar. No la culpo de su sexo, pero éste la priva de otras realidades que nadie le contará por orgullo. La señorita debe ser un ejemplo de virtud, y vaya que lo es. No tiene que aspirar a ser suficiente para nadie; llegan solos, atraídos por su hábito de bondad y belleza. No reposa sobre usted la responsabilidad de mejorar el nivel de vida de su familia monetariamente; sólo sus afectos y cuidados son más que suficientes, pero si el día de mañana sus hijos no pueden acceder a una buena educación formal y material, el nombre de su marido será el que quedará manchado para siempre. ¿Podría alguien cargar con esa culpa para toda la vida? No seré un padre de familia, pero no quisiera ponerse en los zapatos de quien hubiera corrido esa suerte ni por un instante. Si se falla con la mujer y los hijos, sería mejor no existir —a él le habían fallado la lujuriosa de madre, su desconocido padre, su padrastro descuidado y los simios que tenía como hermanos. ¿Por qué Dios les había concedido la oportunidad de reproducirse? No lo entendía, o mejor dicho, no quería entenderlo. Algo así no se lo deseaba ni a su peor enemigo, y mucho menos a Doreen— Usted puede que conozca lo que significa anhelar a alguien para sí y saber que no verá realizada esa ilusión jamás, pero realmente no tiene idea de lo que es ser el artífice de ese sueño convertido en realidad degenerado en pesadilla y darse cuenta de que el único culpable de cortar las alas de esa mujer y los hijos de ambos es uno mismo. Un desgraciado egoísta.
¿Era que Doreen no se daba cuenta de que todas sus quejas derivaban de una sola causa, de ella? Francamente se veía a sí misma en una posición muy por debajo de la que realmente ocupaba. Quentin no quería que perdiera su luz, y temía que si ella no se daba cuenta de que la tenía, terminaría por menoscabarla por conformarse con aquello que quería merecer cuando en realidad lo merecía todo.
Entonces él se lo haría ver. Y en un impulso soberbio se lo hizo notar.
—Sí —respondió tajante y en un tono algo más elevado de lo aceptable, aunque sin llegar al grito. Tenía el similor de haberse quitado algo pesado del pecho y en lo ojos gotas de culpabilidad por lo que estaba por decir. Se hinzó para quedar a la altura de Doreen y volvió a regularizar el volumen de su voz— Tiene razón. Estoy molesto y nefastamente incómodo, y es gracias a usted. No puedo quitármela de la cabeza; me perturba, pero no quiero que se marche tampoco. ¿Ha oído algo más contradictorio? —iba certero, directamente hacia ella. Sus ojos, sus labios, todo orientado hacia quien ocupaba sus pensamientos y algo más. Hasta sus manos se atrevieron a palpar su rostro— Yo me rindo. No sé qué sea esto que me mantiene atado a usted, pero estoy dispuesto a renunciar a la coraza que me sustenta con tal de mantenerlo con vida.
Y entonces, sin medirse a sí mismo ni tampoco a las consecuencias de aquel arrebato, el mayordomo dejó ir para siempre sus defensas y le transmitió a Doreen en un beso todo lo que le había callado. Su boca, su ser, sabía sublime percibirlo en la realidad. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de lo mucho que le costaba contenerse cerca de ella? Era tan hermosa… lo había visto, pero no lo había gozado antes. No se lo había permitido. Ahora lo hacía de una manera reprochable e inmoral, pero qué bien se sentía, porque así le estaba ocurriendo: lo estaba sintiendo. Lo despedirían y acabaría en cualquier otro trabajo menor, lo sabía. Se arriesgaba a perderla, que era lo peor de todo, incluso más que lo odiase. Pero maldita sea, se arrepentiría el resto de su vida si dejaba pasar tan culposo desatino.
No le contestó. Prefirió seguirla, tomar su mano adonde quiera que lo llevara, aunque sospechara de manera nefasta que aquello significaría para él tanto una bendición como una maldición. Cada vez se le hacía más difícil ocultar sus secuelas. Hasta ese entonces, Quentin no había la oportunidad de comprobar cuán bruto era fuera de los códigos sociales que tan hábilmente había aprendido. Se sentía estafado, porque ninguno de sus silogismos parecía tener lugar en aquella ocasión. “Intrigado” quedaba minúsculo. Doreen hacía demasiadas preguntas y él no tenía respuesta para ninguna. ¿Ella lo sabría? Si lo sabía, ¿por qué insistía en ponerlo en aprietos?, ¿lo disfrutaba?
—No dudo ni de usted ni de sus intenciones, señorita. Me disculpo si le di esa impresión. Pero gracias a la manera en que me gano la vista, he podido recopilar diferentes facetas del mundo, y me atrevería a decir que ninguna ficción humana es tan poderosa como las apariencias. No lo sabré yo, que me muevo entre comidillas sociales fingiendo tener cerrados mis oídos, pero oyendo atento hasta el más mínimo detalle. Crecemos pensando que la justicia la imparten las leyes y en una que otra ocasión los caudillos que se levantan del pueblo, pero me temo que la práctica me ha dicho que son las mismas personas quienes prefieren guardarse el monopolio de la sanción a sus semejantes. Pueden ser tan miserables como el más autoritario de los jueces, con la diferencia de que los segundos tienen límites en la ley y los primeros han descartado esa palabra de su vocabulario —soltó un quejido de molestia poco audible ante la imagen mental que se le cruzó por la cabeza— Y… no creo poder quedarme en silencio en un rincón del salón si llego a escuchar un mal comentario hacia usted. No después de lo que me ha hecho ver.
Se quedaron momentáneamente en un silencio que Quentin no conocía. A lo mejor ella también se encontraba en aprietos, con la diferencia de que la manera que tenía de afrontar ese estado era hacia fuera y no hacia dentro como él pretendía no encarar, pero sí pasar. Como había dicho, no estaba allí para cuestionarla o calificar su actuar. Estaba para observar, aprender, saber todo lo que pudiera de ella. Pero en medio de su lógica, ocurría una anomalía, porque sí, reunía datos de lo que acontecía a su alrededor y dentro de él mismo cerca de aquella moza de mirada transparente, aquella de ojos como nadie, pero no veía que lo acercara a una respuesta, y ese era el asunto, porque ya no le importaba si llegaba a una o no.
Le preocupaba más que ella se viera afectada por su racionalidad; deseaba poder hacerla a un lado y luego retomarla para cuando fuera necesario, pero no era sencillo. ¿Y si su objetividad era la única defensa que tenía ante sus propios impulsos? Podía hacerle mucho más daño. Doreen estaba llena de vida, evidentemente, y con ella aún guardaba; ella era todo y él no era nadie. Intimidaba saber que la joven había sido pretendida por un Duque y a la vez lo encelaba, pues daba cuenta de la cantidad de ojos puestos sobre ella. No le gustaba para nada, pero tampoco podía culparlos. Doreen era una mujer sumamente atractiva; cualquier hombre cuerdo la desearía. Y Quentin, que guardaba bajo siete llaves sus dosis de locura, sentía temblar esa prisión ante la presencia de esa rubia melena.
Se quedó de pié, contemplando la silueta femenina en reposo sobre su asiento. Casi parecía que la estuviera rodeando, como si nuevamente estuvieran paseando bajo el amparo de la sombra nocturna.
—Si mi distancia se traduce para usted en un desinterés, créame que de ser así hubiera guardado el mejor recuerdo de nuestro encuentro y hubiese continuado viviendo sin mayores perturbaciones en mi cotidianeidad. Reitero que no es mi intención mostrarle indiferencia; me enseñaron a prestar utilidad y formalidad, no a tener tacto, aunque de haber sabido que me toparía con alguien con usted, hubiese cambiado el camino optado para poder entender por lo menos la mitad de lo que me dice. Si fuera por educación, me limitaría a escucharla y asentir con propiedad, comentando lo suficiente para que continuase con un monólogo más que con una conversación, pero realmente me gustaría comprenderla. Y nadie me enseñó a querer algo así, o a lo mejor… usted. —hizo una pausa, dejando que el aire fresco de la noche aliviara sus pulmones sofocados, consecuencia de lo que estaba soltando y lo que vendría detrás— Pero lo que dice es un sueño, un sueño maravilloso y, como tal, ciego. Su mayor virtud es también su pecado más imperdonable: su pureza. Si careciera de ella podría darse cuenta de que el dinero no es sinónimo ni de maldad ni de bondad, pero es el único que techo, comida, e incluso una vida cargada de prosperidad le podría brindar. No la culpo de su sexo, pero éste la priva de otras realidades que nadie le contará por orgullo. La señorita debe ser un ejemplo de virtud, y vaya que lo es. No tiene que aspirar a ser suficiente para nadie; llegan solos, atraídos por su hábito de bondad y belleza. No reposa sobre usted la responsabilidad de mejorar el nivel de vida de su familia monetariamente; sólo sus afectos y cuidados son más que suficientes, pero si el día de mañana sus hijos no pueden acceder a una buena educación formal y material, el nombre de su marido será el que quedará manchado para siempre. ¿Podría alguien cargar con esa culpa para toda la vida? No seré un padre de familia, pero no quisiera ponerse en los zapatos de quien hubiera corrido esa suerte ni por un instante. Si se falla con la mujer y los hijos, sería mejor no existir —a él le habían fallado la lujuriosa de madre, su desconocido padre, su padrastro descuidado y los simios que tenía como hermanos. ¿Por qué Dios les había concedido la oportunidad de reproducirse? No lo entendía, o mejor dicho, no quería entenderlo. Algo así no se lo deseaba ni a su peor enemigo, y mucho menos a Doreen— Usted puede que conozca lo que significa anhelar a alguien para sí y saber que no verá realizada esa ilusión jamás, pero realmente no tiene idea de lo que es ser el artífice de ese sueño convertido en realidad degenerado en pesadilla y darse cuenta de que el único culpable de cortar las alas de esa mujer y los hijos de ambos es uno mismo. Un desgraciado egoísta.
¿Era que Doreen no se daba cuenta de que todas sus quejas derivaban de una sola causa, de ella? Francamente se veía a sí misma en una posición muy por debajo de la que realmente ocupaba. Quentin no quería que perdiera su luz, y temía que si ella no se daba cuenta de que la tenía, terminaría por menoscabarla por conformarse con aquello que quería merecer cuando en realidad lo merecía todo.
Entonces él se lo haría ver. Y en un impulso soberbio se lo hizo notar.
—Sí —respondió tajante y en un tono algo más elevado de lo aceptable, aunque sin llegar al grito. Tenía el similor de haberse quitado algo pesado del pecho y en lo ojos gotas de culpabilidad por lo que estaba por decir. Se hinzó para quedar a la altura de Doreen y volvió a regularizar el volumen de su voz— Tiene razón. Estoy molesto y nefastamente incómodo, y es gracias a usted. No puedo quitármela de la cabeza; me perturba, pero no quiero que se marche tampoco. ¿Ha oído algo más contradictorio? —iba certero, directamente hacia ella. Sus ojos, sus labios, todo orientado hacia quien ocupaba sus pensamientos y algo más. Hasta sus manos se atrevieron a palpar su rostro— Yo me rindo. No sé qué sea esto que me mantiene atado a usted, pero estoy dispuesto a renunciar a la coraza que me sustenta con tal de mantenerlo con vida.
Y entonces, sin medirse a sí mismo ni tampoco a las consecuencias de aquel arrebato, el mayordomo dejó ir para siempre sus defensas y le transmitió a Doreen en un beso todo lo que le había callado. Su boca, su ser, sabía sublime percibirlo en la realidad. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de lo mucho que le costaba contenerse cerca de ella? Era tan hermosa… lo había visto, pero no lo había gozado antes. No se lo había permitido. Ahora lo hacía de una manera reprochable e inmoral, pero qué bien se sentía, porque así le estaba ocurriendo: lo estaba sintiendo. Lo despedirían y acabaría en cualquier otro trabajo menor, lo sabía. Se arriesgaba a perderla, que era lo peor de todo, incluso más que lo odiase. Pero maldita sea, se arrepentiría el resto de su vida si dejaba pasar tan culposo desatino.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Aunque le gustara por completo su vida, Doreen añoraba volver a ese tiempo donde era una pequeña. Cuando se encontraba en casa su única preocupación y tarea era aprender los deberes de una señorita de bien. No existía nada más para ella, con excepción de su gran obsesión por leer libros, pero fuera de eso no tenía porque velar por sus empleados, por los moribundos que se encontraba o por los niños huérfanos. Aquello podría leerse egoísta, la verdad es que lo era, pero su corazón se encontraba tan destrozado que necesitaba un respiro, y anhelar algo imposible no era un pecado ¿verdad?Aunque su alma y su corazón fueran puros ante los ojos ajenos, ella también deseaba poder tener un poco de maldad que le permitiera gozar un poco más de la vida, evitar aflicciones innecesarias. Para su mala suerte no podía permitirse tales cosas. Ella sabía que de regresar a esos tiempos, o pretender crearlos muchas personas se quedarían sin una mano amiga. Volver a la realidad era lo que le permitía entonces saborear un poco de valentía al estar cerca de ese hombre. Regresar a ese momento le recordaba porqué todo valía la pena. Él, aunque no lo supiera la hacía sentir esperanzada, viva e importante, aunque no lo dijera de forma abierta aquella noche había sido clave para ella. Si alguien le tendía la mano en su peor momento es porque algo bueno le esperaba, porque el mundo no estaba tan perdido, porque existía la esperanza, ¿no?
Sus mejillas se sonrojaron de inmediato al escuchar el tono de voz más fuerte del caballero. Se sentía avergonzada por reconocerse perdida en sus pensamientos en vez de dedicarle toda su atención. Cuando se tiene un invitado lo que se debe hacer es darle el mejor trato, y ella al pensar en todo menos en las palabras ajenas se comportaba como una maleducada, sin embargo sonrió, movió la cabeza en forma afirmativa para darle la razón y entonces si siguió con aquella platica tan amena que estaban teniendo. Amena hasta cierto punto. Las respuestas mecánicas y casi estudiadas del mayordomo la desesperaban a tal grado de querer hacerle mala cara, la única razón por la que se comportaba era porque entendía que cada quien actuaba de acuerdo a su educación.
Doreen analizó entonces su educación. Aunque su madre le había enseñado lo mejor entre sus posibilidades, sus comportamientos serían entonces cuestionados por cualquiera. ¿Qué señorita se escapaba a altas horas de la noche para poder sentirse ella misma? Por supuesto ninguna que fuera completamente de bien, entonces ¿ella era una chica de bien? Ahora si inevitablemente hizo una mueca, luego movió la cabeza de forma negativa y al final de toda esa bola de confusión suspiró y se perdió por unos instantes en la mirada del mayordomo, ese hombre que tenía enfrente la tenía en un concepto tan bueno que ella no lo entendía. Un par de veces quiso interrumpirlo para cuestionarle porque la veía de tal manera, si la había encontrado en medio de un bosque, y para colmo le había mostrado sus tobillos, sin mencionar claro que lo había invitado a pasar un momento dentro del agua. Si Darcy la hubiera visto en esa situación seguramente se habría reído, aquel hombre nunca la había juzgado por su manera tan salvaje de ser, sin embargo Mia le estaría dando lecciones más tarde con las palabras más dulces y Milo le hablaría más tarde con el rostro endurecido ¿Por qué erraba tanto? La preguntó la hizo entristecerse.
A la blonda le tomó por sorpresa la manera en que el hombre le habló. Su cercanía, sus reclamos, y por un momento creyó que caería hacía atrás de tanto que inclinaba en cuerpo por miedo. Todo se le cayó al suelo cuando entendió por fin esos reclamos, y el corazón le latió tan fuerte al notar que sus ojos estaban cerrados y sus labios siendo invadidos. Que sensación más extraña. Los besos para ella eran señal de amor, y el amor ya no lo tenía permitido ¿O si?
El cuerpo femenino se puso tan rígido que sus músculos empezaron a dolerle con muchas ganas. Se quejó de eso en medio del vaivén de los labios. Sin embargo sus manos ya se encontraban sobre el pecho del individuo, sus dedos se curvaron y tomaron parte de la tela masculina para que no se apartara. Se notaba atrevida, arrojada y una cualquiera pero poco le importaba, seguramente esos pensamientos ya estaban en las cabezas de los vecinos con la simple llegada del caballero, además que dentro de sus territorios ni los empleados veían. Ella se había vuelto transparente posiblemente hasta para Dios. La rubia sintió la gran necesidad de prolongar ese beso. En su pecho se depositó un calor especial, la llama de la vida misma y de la esperanza. ¿Por qué él la estaba besando? ¿La quería? ¡No! ¡Claro que no la quería! ¿Cómo iba a quererla? La quisiera o no ella no iba a dejar de besarlo, necesitaba seguir sintiendo, seguir dándose cuenta que no estaba mal poder tener arranques así. Para mala suerte de Doreen algo le impedía seguir ahí, unida al caballero así que interrumpió el beso dando un pasó hacía atrás, agachó la mirada y sus cabellos rubios cubrieron su cara en el momento que se acarició los labios. No sólo ellos habían sentido algo hermoso, también su corazón. ¿Quién era él? No era un simple mayordomo, tampoco Quentin Debussy. La joven que tanto odiaba las etiquetas de repente necesitó con desesperación encontrar una para él. De esa manera no exponía su corazón. "Sólo se trata de un beso, Doreen". Se dijo varias veces. Los hombres eran así, mañosos ¿No? Aunque él nunca le había faltado al respeto. ¿Por qué la besaba entonces después de haberle dicho aquellas cosas? Tomó varias bocanas de aire para tranquilizar su alma, y entonces sin previo aviso las lagrimas comenzaron a brotar con desesperación. Avergonzada giró su rostro y miró hacía la luna.
- ¿Por qué? - Preguntó con la voz en un susurro débil, no tenía fuerza para hablar más fuerte, mucho menos para reclamar algo que aunque no estaba bien, le había gustado. Además, ese porqué no deseaba respuestas automáticas y ensayadas, más bien buscaban palabras que el corazón dedicara al corazón. - ¿Por qué lo hizo? - La desesperación reinaba. - Usted lo sabe, sabe como soy de frágil en este momento, que mi vida es un tormento y que estoy maldita, corremos el riesgo de no volvernos a ver, que al salir de esta casa no vuelva nunca más, mi corazón no merece querer a nadie porque el querer es sinónimo de perder y yo no quería perderlo, estaba aprendiendo de su alma, de su corazón, de sus respuestas lógicas más que emocionales ¿Por qué me hace eso, señor? - ¿El mayordomo entendería los reclamos de la rubia? ¿Acaso él entendería su desesperación? Daba lastima verla tan expuesta al notar como se acariciaba los brazos contrarios y terminaba por abrazarse. Doreen se sabía sola, que nadie se acercaría a consolarle. Quiso gritarle pero se contuvo, y se dejó caer sentaba en aquel prado dormido.
- Tal parece que usted es más torpe que yo - Dejó salir de entre sus labios una sonrisa débil. Su mirada se perdió de entre los cielos hacía el suelo, como si hubiera caído al mismo infierno y supiera que se encontraba a punto de cumplir el peor de los castigos - No se vuelva como yo, señor Debussy, los sentimientos lastiman, destruyen, destrozan y matan ¿no lo ve? Yo quería la formula correcta para poder entenderle y convertirme un poco más en usted ¿no me ve frágil, rota? Yo quería morir, ¿lo sabía? - Ahí estaba ella, abriendo un poco más su corazón roto. Doreen jamás había aceptado abiertamente que en más de una ocasión había pensado en morir como una salida a tanto dolor. Reconocerlo le daba vergüenza, la iglesia siempre recordaba que a aquellos que se quitaban la vida no se les concedía el perdón. - No quiero embarrarlo en mi vida, no es lo que parece, me volví una muerta en vida un tiempo, a la fuerza comía, es el efecto de involucrar sentimientos, estoy maldita, señor, no se deje envolver en mis maldiciones, son letales - Ella tenía miedo de verlo marchar y que no volviera, todo por su culpa, porque todo era su culpa ¿verdad?
La joven giró su rostro para poder observar la mirada del hombre, cuando sus ojos se toparon con los ajenos su corazón dio un vuelco y notó que algo había dentro de ella, no sólo gratitud, algo que podría denominarse como cariño, aprecio, quizás el principio de lo que podría ser el amor que deseaba ¿él podría ser lo que de verdad esperaba? Volvió a ruborizarse por sus pensamientos, estiró su mano para poder tomar la ajena y sin importar lo mal que se viera le dio un tirón para invitarlo a sentarse a su lado. Doreen no lo soltaría así que pudo lograr que se sentara y de esa manera recargó su cabeza en el hombro del chico, cerró los ojos y aspiró el aroma masculino que estaba en el ambiente.
- Tengo una gran habilidad hablando demasiado y arruinando las cosas ¿No lo cree? - Y sin soltar la mano ajena entrelazó sus dedos con los del hombre - No me odie, sólo entienda que tengo miedo - Su voz mostraba la desesperación y la suplica. Deseaba con toda su alma que el mayordomo la entendiera - Usted que tan correcto es y no hace las cosas sin pensarlo dígame ¿Por qué me besó? - La respuesta sería la llave a esa puerta cerrada que estaba buscando atravesar, o el camino directo a la soledad permanente.
Sus mejillas se sonrojaron de inmediato al escuchar el tono de voz más fuerte del caballero. Se sentía avergonzada por reconocerse perdida en sus pensamientos en vez de dedicarle toda su atención. Cuando se tiene un invitado lo que se debe hacer es darle el mejor trato, y ella al pensar en todo menos en las palabras ajenas se comportaba como una maleducada, sin embargo sonrió, movió la cabeza en forma afirmativa para darle la razón y entonces si siguió con aquella platica tan amena que estaban teniendo. Amena hasta cierto punto. Las respuestas mecánicas y casi estudiadas del mayordomo la desesperaban a tal grado de querer hacerle mala cara, la única razón por la que se comportaba era porque entendía que cada quien actuaba de acuerdo a su educación.
Doreen analizó entonces su educación. Aunque su madre le había enseñado lo mejor entre sus posibilidades, sus comportamientos serían entonces cuestionados por cualquiera. ¿Qué señorita se escapaba a altas horas de la noche para poder sentirse ella misma? Por supuesto ninguna que fuera completamente de bien, entonces ¿ella era una chica de bien? Ahora si inevitablemente hizo una mueca, luego movió la cabeza de forma negativa y al final de toda esa bola de confusión suspiró y se perdió por unos instantes en la mirada del mayordomo, ese hombre que tenía enfrente la tenía en un concepto tan bueno que ella no lo entendía. Un par de veces quiso interrumpirlo para cuestionarle porque la veía de tal manera, si la había encontrado en medio de un bosque, y para colmo le había mostrado sus tobillos, sin mencionar claro que lo había invitado a pasar un momento dentro del agua. Si Darcy la hubiera visto en esa situación seguramente se habría reído, aquel hombre nunca la había juzgado por su manera tan salvaje de ser, sin embargo Mia le estaría dando lecciones más tarde con las palabras más dulces y Milo le hablaría más tarde con el rostro endurecido ¿Por qué erraba tanto? La preguntó la hizo entristecerse.
A la blonda le tomó por sorpresa la manera en que el hombre le habló. Su cercanía, sus reclamos, y por un momento creyó que caería hacía atrás de tanto que inclinaba en cuerpo por miedo. Todo se le cayó al suelo cuando entendió por fin esos reclamos, y el corazón le latió tan fuerte al notar que sus ojos estaban cerrados y sus labios siendo invadidos. Que sensación más extraña. Los besos para ella eran señal de amor, y el amor ya no lo tenía permitido ¿O si?
El cuerpo femenino se puso tan rígido que sus músculos empezaron a dolerle con muchas ganas. Se quejó de eso en medio del vaivén de los labios. Sin embargo sus manos ya se encontraban sobre el pecho del individuo, sus dedos se curvaron y tomaron parte de la tela masculina para que no se apartara. Se notaba atrevida, arrojada y una cualquiera pero poco le importaba, seguramente esos pensamientos ya estaban en las cabezas de los vecinos con la simple llegada del caballero, además que dentro de sus territorios ni los empleados veían. Ella se había vuelto transparente posiblemente hasta para Dios. La rubia sintió la gran necesidad de prolongar ese beso. En su pecho se depositó un calor especial, la llama de la vida misma y de la esperanza. ¿Por qué él la estaba besando? ¿La quería? ¡No! ¡Claro que no la quería! ¿Cómo iba a quererla? La quisiera o no ella no iba a dejar de besarlo, necesitaba seguir sintiendo, seguir dándose cuenta que no estaba mal poder tener arranques así. Para mala suerte de Doreen algo le impedía seguir ahí, unida al caballero así que interrumpió el beso dando un pasó hacía atrás, agachó la mirada y sus cabellos rubios cubrieron su cara en el momento que se acarició los labios. No sólo ellos habían sentido algo hermoso, también su corazón. ¿Quién era él? No era un simple mayordomo, tampoco Quentin Debussy. La joven que tanto odiaba las etiquetas de repente necesitó con desesperación encontrar una para él. De esa manera no exponía su corazón. "Sólo se trata de un beso, Doreen". Se dijo varias veces. Los hombres eran así, mañosos ¿No? Aunque él nunca le había faltado al respeto. ¿Por qué la besaba entonces después de haberle dicho aquellas cosas? Tomó varias bocanas de aire para tranquilizar su alma, y entonces sin previo aviso las lagrimas comenzaron a brotar con desesperación. Avergonzada giró su rostro y miró hacía la luna.
- ¿Por qué? - Preguntó con la voz en un susurro débil, no tenía fuerza para hablar más fuerte, mucho menos para reclamar algo que aunque no estaba bien, le había gustado. Además, ese porqué no deseaba respuestas automáticas y ensayadas, más bien buscaban palabras que el corazón dedicara al corazón. - ¿Por qué lo hizo? - La desesperación reinaba. - Usted lo sabe, sabe como soy de frágil en este momento, que mi vida es un tormento y que estoy maldita, corremos el riesgo de no volvernos a ver, que al salir de esta casa no vuelva nunca más, mi corazón no merece querer a nadie porque el querer es sinónimo de perder y yo no quería perderlo, estaba aprendiendo de su alma, de su corazón, de sus respuestas lógicas más que emocionales ¿Por qué me hace eso, señor? - ¿El mayordomo entendería los reclamos de la rubia? ¿Acaso él entendería su desesperación? Daba lastima verla tan expuesta al notar como se acariciaba los brazos contrarios y terminaba por abrazarse. Doreen se sabía sola, que nadie se acercaría a consolarle. Quiso gritarle pero se contuvo, y se dejó caer sentaba en aquel prado dormido.
- Tal parece que usted es más torpe que yo - Dejó salir de entre sus labios una sonrisa débil. Su mirada se perdió de entre los cielos hacía el suelo, como si hubiera caído al mismo infierno y supiera que se encontraba a punto de cumplir el peor de los castigos - No se vuelva como yo, señor Debussy, los sentimientos lastiman, destruyen, destrozan y matan ¿no lo ve? Yo quería la formula correcta para poder entenderle y convertirme un poco más en usted ¿no me ve frágil, rota? Yo quería morir, ¿lo sabía? - Ahí estaba ella, abriendo un poco más su corazón roto. Doreen jamás había aceptado abiertamente que en más de una ocasión había pensado en morir como una salida a tanto dolor. Reconocerlo le daba vergüenza, la iglesia siempre recordaba que a aquellos que se quitaban la vida no se les concedía el perdón. - No quiero embarrarlo en mi vida, no es lo que parece, me volví una muerta en vida un tiempo, a la fuerza comía, es el efecto de involucrar sentimientos, estoy maldita, señor, no se deje envolver en mis maldiciones, son letales - Ella tenía miedo de verlo marchar y que no volviera, todo por su culpa, porque todo era su culpa ¿verdad?
La joven giró su rostro para poder observar la mirada del hombre, cuando sus ojos se toparon con los ajenos su corazón dio un vuelco y notó que algo había dentro de ella, no sólo gratitud, algo que podría denominarse como cariño, aprecio, quizás el principio de lo que podría ser el amor que deseaba ¿él podría ser lo que de verdad esperaba? Volvió a ruborizarse por sus pensamientos, estiró su mano para poder tomar la ajena y sin importar lo mal que se viera le dio un tirón para invitarlo a sentarse a su lado. Doreen no lo soltaría así que pudo lograr que se sentara y de esa manera recargó su cabeza en el hombro del chico, cerró los ojos y aspiró el aroma masculino que estaba en el ambiente.
- Tengo una gran habilidad hablando demasiado y arruinando las cosas ¿No lo cree? - Y sin soltar la mano ajena entrelazó sus dedos con los del hombre - No me odie, sólo entienda que tengo miedo - Su voz mostraba la desesperación y la suplica. Deseaba con toda su alma que el mayordomo la entendiera - Usted que tan correcto es y no hace las cosas sin pensarlo dígame ¿Por qué me besó? - La respuesta sería la llave a esa puerta cerrada que estaba buscando atravesar, o el camino directo a la soledad permanente.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Gustosamente notó, en medio de ese arrebato que lo había guiado a la liberación en boca de un beso, que ella le correspondía. Estaba tan tensa como él, y sin embargo temblaba en sus brazos. Se aferraba a su pecho con una intensidad parecida a la que la angustia utilizaba para privar de orden las mentes humanas, como si fuese a partirse a pedazos si uno de los dos llegaba a soltarse. ¿Por qué confiaba en que él la protegería? Quentin se sentía tan indefenso como aquella noche en que de su casa desertó. Su casa, mas nunca su hogar. Era porque, aunque le fuera confuso dilucidarlo en medio de aquel cúmulo impiadoso de percepciones acribillándolo a la vez, estaba acercándose a pasos agigantados a lo que significaba un hogar. Lo estaba encontrando en ella. ¿Quién diría que una mujer de tan delicados labios se convirtiría en su amparo? Y, ¿por qué no decirlo? Su única esperanza sobre la creación.
Sabía a libertad, algo que hasta ese entonces el mayordomo creía haber perdido. Que viniera alguien, un hereje tal vez, y le hiciera creer que el día se había atrasado y que llegaría tarde. Que ella se quedaría así. Que no se llevaría la fantasía; quedaban muchos besos todavía. El sol no vendría a buscarlos. Así se quedarían, cerrando los ojos, cómplices del escándalo que protagonizaban. Eran unos inmorales. Y él estaba a punto de pedir un deseo revolucionario: un enfrentamiento con las etiquetas y el reloj, porque repentinamente los despreciaba a muerte a ambos
Sólo hacía falta que se abrazaran una vez más para que en una nube de paz encerraran ese secreto. Quedarían así para siempre. A pesar de que ella o la realidad que los esperaba afuera decidieran disolver en su plenitud este germinante anhelo, Quentin llevaría el recuerdo eterno de aquellos labios; ya mañana estallaría en pedazos, como siempre, silente. Se quedaría callado por el resto de sus días para no arruinar el recuerdo del momento que jamás reviviría. Guardaría el destello de esos ojos mansos; cuando sus alrededores se derrumbaran le darían descanso y a la desdicha le ayudarían a vencer.
Pero entonces, más temprano que tarde, Doreen se resbaló de sus brazos haciéndose hacia atrás. No podía ni mirarlo. Era como si no lo creyera. Algo estaba mal; ella no sonreía. Tampoco se filtraba por sus ojos alguna luz que indicara que quería repetir lo que habían compartido. Absolutamente nada por unos cuantos segundos hasta que la moza palpó sus labios con los mismos dedos que instantes antes se habían posado sobre el pecho del más osado de sus invitados. Lo que vino fue lo peor: que ella le diera la espalda y comenzara a sonoramente a llorar.
—¿Qué acabo de hacerle? —se preguntó el servidor no como si dudara, sino como si se ajusticiara. No habían testigos de lo ocurrido, pero él sí se había visto. Ella lo había presenciado. No había absolución para quien hacía llorar de esa forma a una mujer, y menos a Doreen.— Perdóneme. He actuado impulsivamente. No lo pensé. —“Pero lo quise”, fue la idea que cruzó su cabeza— Fue mi culpa. Si usted considera prudente que me vaya, así lo haré.
¿Por qué había hecho eso? Gran e insoportable pregunta que Quentin, aunque hubiese dispuesto de todo el tiempo que el mundo no le daría, no hubiera podido contestar. No sabía qué hacer o qué decir, pero ella merecía una respuesta inmediata. Es que… ¿cómo era posible? No lo estaba criticando, expulsando de su hogar, ni mucho menos culpando. Se estaba crucificando a ella misma, para variar. Mal, mal. Estaba tan equivocada. Ella lo había levantado con su beso, pero él estaba a punto de ser el culpable de su desmoronamiento. Tenía que hacer algo.
Y cuando la vio caer, sólo pudo correr a sus espaldas para sujetarla, aunque no pudo hacer nada con su destrucción interna. Se sentía impotente. Quería explicarle tantas cosas, pero no tenía recursos. Prácticamente hablaban dos distintos idiomas; ¿cómo entenderse?
—No entendiendo nada, tal vez. Intentar comprenderlo todo sólo me ha vuelto un incompetente. Esta vez no quiero quedarme de brazos cruzados. —se dijo al abrazar a Doreen por sus espaldas, recordando la primera noche que los vio, en la cual cobardemente sólo puso sujetar los hombros de quien necesitaba una mayor estrechez. Esta vez no había tiempo de pensar en las consecuencias; el hacerlo desencadenaría resultados que lamentaría, estaba seguro.— Basta. No siga, Doreen. Por favor. —susurró despacio para no terminar de romperla. Ella lo había recompuesto; ¿por qué no podía devolverle aquello?
¿Se odiaba tanto a sí misma como lo indicaban sus palabras? Desde luego que no; se aborrecía el doble o el triple de ello. Lo que estaba él oyendo era sólo lo que se había desparramado por un imprevisto que había vulnerado esa defensa. La libertad no significaba lo mismo para uno que para el otro. Para Quentin había sido una sensación cercana al placer, pero remota a la opresión que este generaba cuando venía por instinto y no por real deseo; pero para Doreen, aquello había implicado una violencia a la coraza que la protegía de ella misma. Él la había crispado. Ahora que había abierto la herida, no podía sino sanarla.
Se equivocaba de nuevo al tomarlo a él como una persona correcta. Dios, Doreen era la persona inteligente más inocente que hubiera conocido. Y allí estaba, dignándose a mirarlo con ternura. Cuán miserable le hacía sentir con esos ojos confiados que no tenían ni la más remota idea de a quién tenían enfrente. Pero no era tiempo de él, sino de ella. De la mujer de cabello rubio y labios como fruta prohibida, al igual que la intimidad que compartían. La tenía apoyada en su hombro como una figura de cristal, tan transparente como quebradiza. En sus manos estaba que se volviera sólida cual diamante o tan efímera como el aire.
La alejó un poco para tomarla del rostro y acariciar el mismo con sus propias manos.
—No podría odiarla, Doreen. No está en mis manos esa ínfima posibilidad. No crea lo que soy cuando sus miedos le hagan sentir verdadero el corazón de metal que me he encargado de exhibirle. No es lo que usted ha generado. Nada es cierto. —comenzó. Si alguien lo escuchara o lo viera así con ella, su trabajo sería lo menos que perdería, pero si se apartaba, nada quedaría de él— Sería conveniente para ambos que nos sepultara en el olvido ahora. Irme de aquí sin decir una palabra y continuar la vida incómoda e infeliz a la que nos hemos acostumbrado. Usted es inteligente, lo sabe también, pero está tan grabada en mis sentidos que no se irá.
Que Doreen le diera una pista, encendiera una vela y le enseñara al negligente inexperto la senda para estar con ella. Él le juraría que la abrazaría y haría que ambos arrancaran de allí. Sabía que al menos de algún modo la joven quería acompañarle aunque fuera una vez. Y ninguno sería esclavo ni de las etiquetas ni del reloj. Con lo difícil que había sido que el maestresala se diera cuenta de cuánto necesitaba de ese contacto, ahora no había nada que lo detuviese. Iba detrás de la alegría, si es que así se llamaba la sensación que le dejaba estar con ella. Si tenía que esperarla le daría los años que le quedaran de vida y los que pudiera vender.
—¿Por qué besarla? —insólita era la pregunta, pero más lo sería la respuesta— En medio del silencio sueño con su voz ahogándose en mis besos. La imagino, pero despierto y es como un castigo, porque ya no está. Si ahora tocase sus labios de nuevo, volvería a aliviar este dolor de estar tan vivo; haría ver que es pasajero. Sólo un aliento de su parte curaría todo, porque lo que me ha llevado a romper mis reglas es algo que sobrepasa mis límites y no puedo hacer nada por ello. —de repente comenzó a decir locuras de las que no se arrepintió— Deme una esperanza. Dígame que ha tenido que sobrellevar no estar conmigo, o que las noches se han vuelto heladas y no existe cobijo. No tiene que explicarme nada. Sólo contésteme si tengo una oportunidad, por muy ridícula que sea. Y si la tengo, la voy a tomar. Si no, le aviso de antemano que dentro de mí no desistiré, pero le prometo que no volverá a saber de mí.
Que Doreen le perdonara la confesión, pero a Quentin le había brindado la fuerza y el valor para añorar que fueran dos disparejos caminando lado a lado. Y, en la más absurda de sus pretensiones, ir de la mano.
Sabía a libertad, algo que hasta ese entonces el mayordomo creía haber perdido. Que viniera alguien, un hereje tal vez, y le hiciera creer que el día se había atrasado y que llegaría tarde. Que ella se quedaría así. Que no se llevaría la fantasía; quedaban muchos besos todavía. El sol no vendría a buscarlos. Así se quedarían, cerrando los ojos, cómplices del escándalo que protagonizaban. Eran unos inmorales. Y él estaba a punto de pedir un deseo revolucionario: un enfrentamiento con las etiquetas y el reloj, porque repentinamente los despreciaba a muerte a ambos
Sólo hacía falta que se abrazaran una vez más para que en una nube de paz encerraran ese secreto. Quedarían así para siempre. A pesar de que ella o la realidad que los esperaba afuera decidieran disolver en su plenitud este germinante anhelo, Quentin llevaría el recuerdo eterno de aquellos labios; ya mañana estallaría en pedazos, como siempre, silente. Se quedaría callado por el resto de sus días para no arruinar el recuerdo del momento que jamás reviviría. Guardaría el destello de esos ojos mansos; cuando sus alrededores se derrumbaran le darían descanso y a la desdicha le ayudarían a vencer.
Pero entonces, más temprano que tarde, Doreen se resbaló de sus brazos haciéndose hacia atrás. No podía ni mirarlo. Era como si no lo creyera. Algo estaba mal; ella no sonreía. Tampoco se filtraba por sus ojos alguna luz que indicara que quería repetir lo que habían compartido. Absolutamente nada por unos cuantos segundos hasta que la moza palpó sus labios con los mismos dedos que instantes antes se habían posado sobre el pecho del más osado de sus invitados. Lo que vino fue lo peor: que ella le diera la espalda y comenzara a sonoramente a llorar.
—¿Qué acabo de hacerle? —se preguntó el servidor no como si dudara, sino como si se ajusticiara. No habían testigos de lo ocurrido, pero él sí se había visto. Ella lo había presenciado. No había absolución para quien hacía llorar de esa forma a una mujer, y menos a Doreen.— Perdóneme. He actuado impulsivamente. No lo pensé. —“Pero lo quise”, fue la idea que cruzó su cabeza— Fue mi culpa. Si usted considera prudente que me vaya, así lo haré.
¿Por qué había hecho eso? Gran e insoportable pregunta que Quentin, aunque hubiese dispuesto de todo el tiempo que el mundo no le daría, no hubiera podido contestar. No sabía qué hacer o qué decir, pero ella merecía una respuesta inmediata. Es que… ¿cómo era posible? No lo estaba criticando, expulsando de su hogar, ni mucho menos culpando. Se estaba crucificando a ella misma, para variar. Mal, mal. Estaba tan equivocada. Ella lo había levantado con su beso, pero él estaba a punto de ser el culpable de su desmoronamiento. Tenía que hacer algo.
Y cuando la vio caer, sólo pudo correr a sus espaldas para sujetarla, aunque no pudo hacer nada con su destrucción interna. Se sentía impotente. Quería explicarle tantas cosas, pero no tenía recursos. Prácticamente hablaban dos distintos idiomas; ¿cómo entenderse?
—No entendiendo nada, tal vez. Intentar comprenderlo todo sólo me ha vuelto un incompetente. Esta vez no quiero quedarme de brazos cruzados. —se dijo al abrazar a Doreen por sus espaldas, recordando la primera noche que los vio, en la cual cobardemente sólo puso sujetar los hombros de quien necesitaba una mayor estrechez. Esta vez no había tiempo de pensar en las consecuencias; el hacerlo desencadenaría resultados que lamentaría, estaba seguro.— Basta. No siga, Doreen. Por favor. —susurró despacio para no terminar de romperla. Ella lo había recompuesto; ¿por qué no podía devolverle aquello?
¿Se odiaba tanto a sí misma como lo indicaban sus palabras? Desde luego que no; se aborrecía el doble o el triple de ello. Lo que estaba él oyendo era sólo lo que se había desparramado por un imprevisto que había vulnerado esa defensa. La libertad no significaba lo mismo para uno que para el otro. Para Quentin había sido una sensación cercana al placer, pero remota a la opresión que este generaba cuando venía por instinto y no por real deseo; pero para Doreen, aquello había implicado una violencia a la coraza que la protegía de ella misma. Él la había crispado. Ahora que había abierto la herida, no podía sino sanarla.
Se equivocaba de nuevo al tomarlo a él como una persona correcta. Dios, Doreen era la persona inteligente más inocente que hubiera conocido. Y allí estaba, dignándose a mirarlo con ternura. Cuán miserable le hacía sentir con esos ojos confiados que no tenían ni la más remota idea de a quién tenían enfrente. Pero no era tiempo de él, sino de ella. De la mujer de cabello rubio y labios como fruta prohibida, al igual que la intimidad que compartían. La tenía apoyada en su hombro como una figura de cristal, tan transparente como quebradiza. En sus manos estaba que se volviera sólida cual diamante o tan efímera como el aire.
La alejó un poco para tomarla del rostro y acariciar el mismo con sus propias manos.
—No podría odiarla, Doreen. No está en mis manos esa ínfima posibilidad. No crea lo que soy cuando sus miedos le hagan sentir verdadero el corazón de metal que me he encargado de exhibirle. No es lo que usted ha generado. Nada es cierto. —comenzó. Si alguien lo escuchara o lo viera así con ella, su trabajo sería lo menos que perdería, pero si se apartaba, nada quedaría de él— Sería conveniente para ambos que nos sepultara en el olvido ahora. Irme de aquí sin decir una palabra y continuar la vida incómoda e infeliz a la que nos hemos acostumbrado. Usted es inteligente, lo sabe también, pero está tan grabada en mis sentidos que no se irá.
Que Doreen le diera una pista, encendiera una vela y le enseñara al negligente inexperto la senda para estar con ella. Él le juraría que la abrazaría y haría que ambos arrancaran de allí. Sabía que al menos de algún modo la joven quería acompañarle aunque fuera una vez. Y ninguno sería esclavo ni de las etiquetas ni del reloj. Con lo difícil que había sido que el maestresala se diera cuenta de cuánto necesitaba de ese contacto, ahora no había nada que lo detuviese. Iba detrás de la alegría, si es que así se llamaba la sensación que le dejaba estar con ella. Si tenía que esperarla le daría los años que le quedaran de vida y los que pudiera vender.
—¿Por qué besarla? —insólita era la pregunta, pero más lo sería la respuesta— En medio del silencio sueño con su voz ahogándose en mis besos. La imagino, pero despierto y es como un castigo, porque ya no está. Si ahora tocase sus labios de nuevo, volvería a aliviar este dolor de estar tan vivo; haría ver que es pasajero. Sólo un aliento de su parte curaría todo, porque lo que me ha llevado a romper mis reglas es algo que sobrepasa mis límites y no puedo hacer nada por ello. —de repente comenzó a decir locuras de las que no se arrepintió— Deme una esperanza. Dígame que ha tenido que sobrellevar no estar conmigo, o que las noches se han vuelto heladas y no existe cobijo. No tiene que explicarme nada. Sólo contésteme si tengo una oportunidad, por muy ridícula que sea. Y si la tengo, la voy a tomar. Si no, le aviso de antemano que dentro de mí no desistiré, pero le prometo que no volverá a saber de mí.
Que Doreen le perdonara la confesión, pero a Quentin le había brindado la fuerza y el valor para añorar que fueran dos disparejos caminando lado a lado. Y, en la más absurda de sus pretensiones, ir de la mano.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
Grande era el contraste de sensaciones que se encontraba experimentando. Por un lado, la chica llegaba a sentir el frío del pasto, de la noche, por el otro experimentaba la calidez que emanaba él para ella, la unión de sus manos, las palabras cálidas. Todo aquello resultaba maravilloso si, sin embargo le llegaba a asustar. La joven ya se había dado por vencida, sentía que la vida la castigaba para dar lecciones a otros, que quizás su ejemplo y su dolor eran parte de lo que simplemente merecía vivir.
Los amores a primera vista no existían ¿O si? No, en definitiva no, al menos ella se aferraba a no creer en eso. Ya se encontraba demasiado dañada para darse ese tipo de lujos, no podía creer en las personas porque las mismas se habían encargado de destruirla. No todas, claro, pero la mayor parte de ellas. Parecía que sólo aparecían en la vida de la joven para absorberle las esperanzas, la felicidad. Después de eso se marchaban sin importarles cómo había quedado, de que forma se encontraba. Los seres humanos siempre tan egoístas, no les importa la tormenta que dejen a su paso si se encuentran bien.
Doreen se encontraba muy confundida, confiaba en él, de eso no existía duda alguna, lo que le hacía sentirse angustiada era que apenas y se conocían. Se había jurado jamás volver a confiar en una persona con tanta rapidez, aunque claro, dependiendo de la confianza, de la situación y de las palabras. La chica creía y al mismo tiempo no lo hacía. Es que el amor mismo se trataba de confusión. Deseaba volver a experimentarlo claro, pero aquello ya no se encontraba en sus manos. Dejarse llevar resultaba tonto, absurdo, y la entrada a un posible túnel lleno de oscuridad. ¿Por qué túnel? Porque quizás ya no tuviera una salida, y en el camino al principio del mismo, probablemente se perdería, y se dejaría caer ahí, sin poder volver a avanzar, a ver la luz y experimentar esperanza. ¡No! En definitiva no iba a permitirse volver a lo mismo. Mucho trabajo le estaba costando el poder volver a respirar después de zambullirse a aguas frías. No debía caer en lo mismo, ser demasiado ingenua resultaba tener grandes desventajas.
— Usted es demasiado complicado — Rompió el hielo después de haber escuchado sus palabras. La primera vez que se había conocido, Doreen quiso darle un par de cachetadas para que el hombre reaccionara, para que dejara de pensar y sintiera, y lo estaba haciendo, dejarse llevar por sus impulsos, por sus emociones, eso logró que la joven se sintiera abrumada, quizás en el fondo creyó que nunca se dejaría llevar, y por eso se sentía confundida. — Sé lo que significa levantarse y pensar en esa persona amada — Palabras que podían ser tomadas cómo acciones realizadas en un futuro, las dejaba así para ver sus reacciones; si, probablemente la joven se estaba comportando de forma egoísta al protegerse. A esas alturas de la vida había aprendido a hacerlo, y si ponerlo a prueba era poder seguir sobre la tabla flotante en medio del mar, lo haría. Lo que Quentin no sabía, y quizás en algún futuro lo sabría, es que ella desde la mañana siguiente a esa noche en que se conocieron, le pensó — Lo sé porque es algo extraño, se vuelve incluso desesperante el hecho de querer dejar de pensar, soñar o imaginar para volver real ¿No le parece? — Se acercó un poco más a él para poder acurrucarse, el frío le estaba pasando malas facturas. ¡Maldita sea ella con su debilidad al clima!
En su interior una pregunta apareció ¿Arriesgarse o no? Lo que continuaría hasta a ella misma le sorprendió.
— Quentin yo… — Le soltó la mano, misma que se dirigió a la mejilla del mayordomo, sus ojos pestañearon un par de veces, con lentitud, con aires coquetos. La chica suspiró por un instante y en vez de estar sentada terminó por arrodillarse, sentándose de esa manera para verlo. Todo sin soltarlo claro. — No lo sé… — No daba una respuesta clara, era como dejarlo en lo mismo, pero la chica no sé quedó así, se inclinó haca el frente, se aproximo al rostro ajeno, sintió el aliento entrecortado del joven por notar la proximidad, aquello la hizo sentir valiente, y por primera vez, en control de la situación, era también como si el joven le estuviera dando su fortaleza, su esperanza, amor propio y carácter para afrontar aquello que estaban experimentando. La chica acercó un poco más su rostro al ajeno y al final sus narices se rozaron, la joven las hizo acariciarse mientras le tomaba en un abrazo por los hombros. — Podríamos intentar… Intentar algo… — ¿Qué era ese algo? La chica frunció el ceño pero no se separó, no estaba haciendo nada mal, aunque lo quisiera, un beso más le haría tomar valor o apartarse del intento. ¿No? Puso los ojos en blanco más para ella misma. Ahora se trataba de la que pensaba más de la cuenta, eso estaba mal, ella no era así. — Siempre hay esperanza — Le acarició el cabello a la altura de su oreja, incluso con la yema de los dedos rozó con esa zona. — Es la que debe morir junto con nosotros, nunca antes — Se aseguró de poder sonreír al mismo tiempo que le veía a los ojos — Seguro que no ha experimentado eso, me refiero a de la mano del corazón — Se mordió el labio inferior y se separó del hombro. La chica notó lo acelerada que se encontraba su respiración.
— Estoy segura que mi nana debe ver todo lo que estamos haciendo — Se inclinó a su oído para poder susurrarle, sus labios rozaban la zona sin querer, o quizás queriendo. Ella misma no lo sabría, se comportaba con un poco más de valentía, e involuntariamente cierto aspecto coqueto apareció. Todo gracias a él. — Y creo que no le molesta, ya habría interrumpido ¿por qué será? — Se separó de nueva cuenta, en su interior muy a regañadientes, se puso de pie y lo invitó a hacerlo con ella para volver dentro, a la cocina — Creo que su comida se comienza a enfriar, sería muy malo de mi parte sino le alimentara como es debido antes de marcharse a su trabajo. — Esa frase le hizo sentir varias sensaciones raras, como de pertenencia, realidad y futuro. Algo extraño.
Al entrar de nuevo a la cocina. La rubia le soltó y se acercó rápidamente a la mesa. Observó ambos platos y para su buena suerte el vapor de los alimentos seguía saliendo. Debían de estar calientes por lo que volteó a ver al mayordomo sonriendo con timidez. Doreen le observó a detalle por un "largo raro" (en realidad había sido un par de minutos, su mirada se había clavado más tiempo de lo pensado en aquel par de labios rosáceos que el joven poseía; le había encantado su sabor, y la calidez que tenían. Sin darse cuenta, la joven ya había dado los pasos necesarios para estar solo a un palmo de distancia de él. Una clase de magnetismo especial. Se sintió cohibida porqué el también la había observado todo ese rato. Al final sonrió.
— Usted que es tan correcto, dígame una cosa, ¿qué tan mal es visto lo que estamos haciendo? El estar solos, el acercarnos tanto — Le tomó ambas manos, su corazón le decía que debía dejarse llevar, que no fuera tan tonta, que la vida dolía al igual que cualquier herida física, que su corazón se había roto pero eso no significaba que seguiría todo el tiempo de esa manera. Aunque un día fuera malo al siguiente salía el sol, iluminaba todo a su alrededor, y si el día aparecía nublado se tenía la idea de que el agua que caería del cielo se llevaría las tristezas y la desesperanza. Doreen siempre había sido así, de ver lo bueno aunque todo fuera mal, aunque claro, todo lo veía hacía mientras no tuviera que ver con ella misma. En esa ocasión, en ese momento, después de todo encontró la formula para poder apreciarse, para sacar a flote que quizás había esperanza en ella. El resultado de la ecuación venía con un nombre, con un hombre, con una persona que tenía enfrente. No debía dejarlo pasar — Béseme, Quentin… Sin interrupciones, sin lagrimas, sin pensamientos, sin llantos, sin pasado, sin dolores, béseme porque su corazón, sus pensamientos, su cuerpo y su alma lo desean, ahora, en éste momento… — Pidió con las mejillas coloradas, sin dejar de verlo aunque el enfrentamiento de mirada le costara. Ambos necesitaban saber, necesitaban acrecentar esa mecha que había encendido una pequeña llama. Era momento de dejar el pasado atrás, de crear un presente en el que ambos existían, con un futuro incierto pero que podría asegurar se pertenecían.
Los amores a primera vista no existían ¿O si? No, en definitiva no, al menos ella se aferraba a no creer en eso. Ya se encontraba demasiado dañada para darse ese tipo de lujos, no podía creer en las personas porque las mismas se habían encargado de destruirla. No todas, claro, pero la mayor parte de ellas. Parecía que sólo aparecían en la vida de la joven para absorberle las esperanzas, la felicidad. Después de eso se marchaban sin importarles cómo había quedado, de que forma se encontraba. Los seres humanos siempre tan egoístas, no les importa la tormenta que dejen a su paso si se encuentran bien.
Doreen se encontraba muy confundida, confiaba en él, de eso no existía duda alguna, lo que le hacía sentirse angustiada era que apenas y se conocían. Se había jurado jamás volver a confiar en una persona con tanta rapidez, aunque claro, dependiendo de la confianza, de la situación y de las palabras. La chica creía y al mismo tiempo no lo hacía. Es que el amor mismo se trataba de confusión. Deseaba volver a experimentarlo claro, pero aquello ya no se encontraba en sus manos. Dejarse llevar resultaba tonto, absurdo, y la entrada a un posible túnel lleno de oscuridad. ¿Por qué túnel? Porque quizás ya no tuviera una salida, y en el camino al principio del mismo, probablemente se perdería, y se dejaría caer ahí, sin poder volver a avanzar, a ver la luz y experimentar esperanza. ¡No! En definitiva no iba a permitirse volver a lo mismo. Mucho trabajo le estaba costando el poder volver a respirar después de zambullirse a aguas frías. No debía caer en lo mismo, ser demasiado ingenua resultaba tener grandes desventajas.
— Usted es demasiado complicado — Rompió el hielo después de haber escuchado sus palabras. La primera vez que se había conocido, Doreen quiso darle un par de cachetadas para que el hombre reaccionara, para que dejara de pensar y sintiera, y lo estaba haciendo, dejarse llevar por sus impulsos, por sus emociones, eso logró que la joven se sintiera abrumada, quizás en el fondo creyó que nunca se dejaría llevar, y por eso se sentía confundida. — Sé lo que significa levantarse y pensar en esa persona amada — Palabras que podían ser tomadas cómo acciones realizadas en un futuro, las dejaba así para ver sus reacciones; si, probablemente la joven se estaba comportando de forma egoísta al protegerse. A esas alturas de la vida había aprendido a hacerlo, y si ponerlo a prueba era poder seguir sobre la tabla flotante en medio del mar, lo haría. Lo que Quentin no sabía, y quizás en algún futuro lo sabría, es que ella desde la mañana siguiente a esa noche en que se conocieron, le pensó — Lo sé porque es algo extraño, se vuelve incluso desesperante el hecho de querer dejar de pensar, soñar o imaginar para volver real ¿No le parece? — Se acercó un poco más a él para poder acurrucarse, el frío le estaba pasando malas facturas. ¡Maldita sea ella con su debilidad al clima!
En su interior una pregunta apareció ¿Arriesgarse o no? Lo que continuaría hasta a ella misma le sorprendió.
— Quentin yo… — Le soltó la mano, misma que se dirigió a la mejilla del mayordomo, sus ojos pestañearon un par de veces, con lentitud, con aires coquetos. La chica suspiró por un instante y en vez de estar sentada terminó por arrodillarse, sentándose de esa manera para verlo. Todo sin soltarlo claro. — No lo sé… — No daba una respuesta clara, era como dejarlo en lo mismo, pero la chica no sé quedó así, se inclinó haca el frente, se aproximo al rostro ajeno, sintió el aliento entrecortado del joven por notar la proximidad, aquello la hizo sentir valiente, y por primera vez, en control de la situación, era también como si el joven le estuviera dando su fortaleza, su esperanza, amor propio y carácter para afrontar aquello que estaban experimentando. La chica acercó un poco más su rostro al ajeno y al final sus narices se rozaron, la joven las hizo acariciarse mientras le tomaba en un abrazo por los hombros. — Podríamos intentar… Intentar algo… — ¿Qué era ese algo? La chica frunció el ceño pero no se separó, no estaba haciendo nada mal, aunque lo quisiera, un beso más le haría tomar valor o apartarse del intento. ¿No? Puso los ojos en blanco más para ella misma. Ahora se trataba de la que pensaba más de la cuenta, eso estaba mal, ella no era así. — Siempre hay esperanza — Le acarició el cabello a la altura de su oreja, incluso con la yema de los dedos rozó con esa zona. — Es la que debe morir junto con nosotros, nunca antes — Se aseguró de poder sonreír al mismo tiempo que le veía a los ojos — Seguro que no ha experimentado eso, me refiero a de la mano del corazón — Se mordió el labio inferior y se separó del hombro. La chica notó lo acelerada que se encontraba su respiración.
— Estoy segura que mi nana debe ver todo lo que estamos haciendo — Se inclinó a su oído para poder susurrarle, sus labios rozaban la zona sin querer, o quizás queriendo. Ella misma no lo sabría, se comportaba con un poco más de valentía, e involuntariamente cierto aspecto coqueto apareció. Todo gracias a él. — Y creo que no le molesta, ya habría interrumpido ¿por qué será? — Se separó de nueva cuenta, en su interior muy a regañadientes, se puso de pie y lo invitó a hacerlo con ella para volver dentro, a la cocina — Creo que su comida se comienza a enfriar, sería muy malo de mi parte sino le alimentara como es debido antes de marcharse a su trabajo. — Esa frase le hizo sentir varias sensaciones raras, como de pertenencia, realidad y futuro. Algo extraño.
Al entrar de nuevo a la cocina. La rubia le soltó y se acercó rápidamente a la mesa. Observó ambos platos y para su buena suerte el vapor de los alimentos seguía saliendo. Debían de estar calientes por lo que volteó a ver al mayordomo sonriendo con timidez. Doreen le observó a detalle por un "largo raro" (en realidad había sido un par de minutos, su mirada se había clavado más tiempo de lo pensado en aquel par de labios rosáceos que el joven poseía; le había encantado su sabor, y la calidez que tenían. Sin darse cuenta, la joven ya había dado los pasos necesarios para estar solo a un palmo de distancia de él. Una clase de magnetismo especial. Se sintió cohibida porqué el también la había observado todo ese rato. Al final sonrió.
— Usted que es tan correcto, dígame una cosa, ¿qué tan mal es visto lo que estamos haciendo? El estar solos, el acercarnos tanto — Le tomó ambas manos, su corazón le decía que debía dejarse llevar, que no fuera tan tonta, que la vida dolía al igual que cualquier herida física, que su corazón se había roto pero eso no significaba que seguiría todo el tiempo de esa manera. Aunque un día fuera malo al siguiente salía el sol, iluminaba todo a su alrededor, y si el día aparecía nublado se tenía la idea de que el agua que caería del cielo se llevaría las tristezas y la desesperanza. Doreen siempre había sido así, de ver lo bueno aunque todo fuera mal, aunque claro, todo lo veía hacía mientras no tuviera que ver con ella misma. En esa ocasión, en ese momento, después de todo encontró la formula para poder apreciarse, para sacar a flote que quizás había esperanza en ella. El resultado de la ecuación venía con un nombre, con un hombre, con una persona que tenía enfrente. No debía dejarlo pasar — Béseme, Quentin… Sin interrupciones, sin lagrimas, sin pensamientos, sin llantos, sin pasado, sin dolores, béseme porque su corazón, sus pensamientos, su cuerpo y su alma lo desean, ahora, en éste momento… — Pidió con las mejillas coloradas, sin dejar de verlo aunque el enfrentamiento de mirada le costara. Ambos necesitaban saber, necesitaban acrecentar esa mecha que había encendido una pequeña llama. Era momento de dejar el pasado atrás, de crear un presente en el que ambos existían, con un futuro incierto pero que podría asegurar se pertenecían.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Retrato de una cena confidente [Doreen Caracciolo]
La miró y la miró. Y mientras más lo hizo, menos quiso entender los motivos que había tenido el destino para guiarlo hasta allí. Algo se deslizaba por debajo de sus barreras y lo embriagaba. Maldito velo que lo cegaba. Era suave, se adormilaba con él. ¿Y quién querría volver a despertar a un invierno con la primavera floreciendo por dentro? Quentin se iba hacia allá, a un punto lejano, prolongado e infinito hacia arriba. Escuchaba hablar a Doreen, pero realmente no la estaba entendiendo. Su ser estaba ocupado solamente de sentirla. Y el sentir no sabía de palabras, tiranas deformadoras de la realidad.
Podría acariciarla el resto de su vida. Como lo ella pidiese. No podría servir a nadie más después de que fuese suya. No… ahora todo cambiaría. Sería un hombre de bien, uno de verdad. No se conformaría con fingir serlo. Después de esto comenzaría a vivir. Tendría sueños, no avaricia. Sería el más empeñoso de los trabajadores. Haría lo necesario para que su esperanza sonriera. Se convertiría en alguien digno de ella y entonces podría besar cada una de sus penas para hacerlas desvanecerse. Porque había visto los sueños de Doreen y se habían vuelto los propios. Cada día saldría el sol. La lluvia no los mojaría. Más temprano que tarde haría el mérito necesario para pedir su mano y luego… no se acababan los “luego”. Qué cosa más impresionante. No había prisa. Podía, en efecto, disfrutarlos. Vendrían los hijos, y ellos gozarían el calor de las faldas de su madre. Su padre sería el guardián y aliado que a él mismo le hubiese gustado abrazar de niño. Sentiría miedo, seguramente, pero con su luz a su lado no tendría fuerza dicha emoción. Porque nunca podría hacer menos que amar lo que viniera de ella.
—Venga —fue él quien se acercó. Esos labios… ahí estaban. Sellaría su pacto con ella. Voluntariamente se sometería a la esclavitud.
Pero entonces vino el desastre. Un paisaje rojo tiñó la ilusión y la hizo pedazos. El ayer volvió a la vida ante sus ojos. Le hizo recordar quién era, o el camino que había construido para llegar donde estaba. ¿Que un muerto de hambre de había vuelto un mayordomo de mundo por fortuna? ¡Qué estupidez! Había una razón detrás.
En ese momento la eternidad se suspendió. El tiempo se paralizó. El espacio se redujo a un ínfimo punto. Era como si la tierra se abriera y los cielos se desgarraran. Se sintió como si estuviese asistiendo al nacimiento del mundo sólo para verlo morir en sus brazos, deslizarse entre sus dedos corriente abajo. Había palpado la gloria por un instante. Nunca más. Igual de gloriosa sería su pérdida. Adiós para siempre. Surgía una voz. «No para ti, Quentin Debussy. Jamás será para ti»
Porque él… él sabía bien quien era. Lo que había hecho. Ese nombre estaba manchado. No existía lugar al cual correr. Con suerte podía intentar esconderse. Sus guantes blancos podían cubrir sus manos, pero nunca tendrían el poder de limpiar la sangre. Aquella carga lo acompañaría en la tierra y el etéreo, así hasta disolverlo.
En un doloroso abrazo que juntó sus mejillas, Quentin acarició pausadamente la nuca de la mujer. Era como si la arrullase, conteniéndola antes de dormir, cuando lo que haría sería despertar. Doreen era un sueño maravilloso. Pero no era su destino realizarse. Los ojos del mayordomo vibraron mortalmente tensos en un punto invisible a espaldas de a quien estrechaba. Increíblemente estaba intentando no quebrarse.
—Por favor, no hable —susurró a duras penas. Cuánto quiso arrepentirse de todo y callarlos a ambos con un beso, pero por piedad no lo hizo. Volvió ese tono que le enseñaron en su juventud. Una máquina. Así y todo, salía entremezclada la aprensión. Las palabras brotaban pesadas. No quería dejarla ir, pero por primera vez no estaba pensando sólo en él.— No soy quien cree que soy. —había hecho cosas de las que no tenía perdón. Ella no necesitaba saberlas.
Mientras ceñía contra sí a la manceba que amaba, un fantasma de su pasado lo miró de vuelta. Yolande Debussy lo castigaba con la mirada, justo frente a él. Era la nota que le faltaba a su réquiem, la precursora del mal. Se burlaba. Quentin se supo completamente loco en su alucinación.
—Agradécele a tu padre. Le debes toda tu insignificancia —la escuchó decir, venenosa.
—No. A ti, madre. A ti —la culpaba por haberlo engendrado. ¿Qué diferencia había entre él y un cerdo en el matadero, esperando su momento para alimentarse y morir?
El compás se había roto. Ningún camino se abriría para él, excepto el que le aguardaba a las criaturas sin alma. Ése era su lugar. No tenía por qué arrastrarla consigo. Besó aquella tibia mejilla con dolorosa pausa y le susurró con una distante gentileza.
—Usted merece el cielo; yo no puedo entregárselo. Le pediré que no me diga que sí es posible. He vivido más que usted y sé que no. No le mienta… a un mentiroso. Por eso, si alguna vez volvemos a vernos, ignore mi presencia y siga su camino. Con su ayuda haré lo mismo. La felicidad la espera; está aguardando a que la tome en un lugar al cual no la puedo seguir. —dijo antes de soltarla. Ese calor lo llevaría con él hasta que sus días se hubieran consumido— Mejor así —el pasado respiraba en su cuello. No estaba muerto. Y jamás podría enterrarlo.— Gracias. Ahora sé lo que se siente.
Dos pasos hacia atrás prolongados sin quitar su vista de Doreen y supo que ya estaba hecho. Asumiría su sentencia, su infierno en vida, quemándose donde no la alcanzara a ella. Se quedaría con el recuerdo, con la fugaz felicidad de saber que el mundo aún albergaba una luz, y con los sentimientos que no le recitaría. Así lo decidió. Descubrió con profunda amargura que las palabras más hermosas están hechas para el silencio, no para confesarlas.
Y el marchito desapareció tan pronto como había aparecido. Nadie podría distinguir si se había tratado de una fantasía o realmente había ocurrido, pero a Quentin no le cabía la menor duda. Mientras más rápido caminaba de vuelta a la mansión, mayor era su certeza. Había falsamente creído que era un ser realista, ¡qué errado! Había vivido como una sombra errante hasta ese entonces, y volvería a serlo tan pronto retornada a sus labores, pero por un segundo fue real, y lo fue sintiendo por aquella mujer de los ojos transparentes.
De pronto, frenó su paso y echó un último vistazo al sitio en donde había abandonado su única dicha. Se despidió. Allí estaba quien nunca sería suya. Pero qué nefasto se sentía. A ella le hubiese entregado su alma entera, mas por desgracia, hacía tiempo que la había vendido. Maldijo a los que podían llorar; él, que ya no tenía el privilegio de las lágrimas.
—Adiós, Doreen. Adiós para siempre.
Podría acariciarla el resto de su vida. Como lo ella pidiese. No podría servir a nadie más después de que fuese suya. No… ahora todo cambiaría. Sería un hombre de bien, uno de verdad. No se conformaría con fingir serlo. Después de esto comenzaría a vivir. Tendría sueños, no avaricia. Sería el más empeñoso de los trabajadores. Haría lo necesario para que su esperanza sonriera. Se convertiría en alguien digno de ella y entonces podría besar cada una de sus penas para hacerlas desvanecerse. Porque había visto los sueños de Doreen y se habían vuelto los propios. Cada día saldría el sol. La lluvia no los mojaría. Más temprano que tarde haría el mérito necesario para pedir su mano y luego… no se acababan los “luego”. Qué cosa más impresionante. No había prisa. Podía, en efecto, disfrutarlos. Vendrían los hijos, y ellos gozarían el calor de las faldas de su madre. Su padre sería el guardián y aliado que a él mismo le hubiese gustado abrazar de niño. Sentiría miedo, seguramente, pero con su luz a su lado no tendría fuerza dicha emoción. Porque nunca podría hacer menos que amar lo que viniera de ella.
—Venga —fue él quien se acercó. Esos labios… ahí estaban. Sellaría su pacto con ella. Voluntariamente se sometería a la esclavitud.
Pero entonces vino el desastre. Un paisaje rojo tiñó la ilusión y la hizo pedazos. El ayer volvió a la vida ante sus ojos. Le hizo recordar quién era, o el camino que había construido para llegar donde estaba. ¿Que un muerto de hambre de había vuelto un mayordomo de mundo por fortuna? ¡Qué estupidez! Había una razón detrás.
En ese momento la eternidad se suspendió. El tiempo se paralizó. El espacio se redujo a un ínfimo punto. Era como si la tierra se abriera y los cielos se desgarraran. Se sintió como si estuviese asistiendo al nacimiento del mundo sólo para verlo morir en sus brazos, deslizarse entre sus dedos corriente abajo. Había palpado la gloria por un instante. Nunca más. Igual de gloriosa sería su pérdida. Adiós para siempre. Surgía una voz. «No para ti, Quentin Debussy. Jamás será para ti»
Porque él… él sabía bien quien era. Lo que había hecho. Ese nombre estaba manchado. No existía lugar al cual correr. Con suerte podía intentar esconderse. Sus guantes blancos podían cubrir sus manos, pero nunca tendrían el poder de limpiar la sangre. Aquella carga lo acompañaría en la tierra y el etéreo, así hasta disolverlo.
En un doloroso abrazo que juntó sus mejillas, Quentin acarició pausadamente la nuca de la mujer. Era como si la arrullase, conteniéndola antes de dormir, cuando lo que haría sería despertar. Doreen era un sueño maravilloso. Pero no era su destino realizarse. Los ojos del mayordomo vibraron mortalmente tensos en un punto invisible a espaldas de a quien estrechaba. Increíblemente estaba intentando no quebrarse.
—Por favor, no hable —susurró a duras penas. Cuánto quiso arrepentirse de todo y callarlos a ambos con un beso, pero por piedad no lo hizo. Volvió ese tono que le enseñaron en su juventud. Una máquina. Así y todo, salía entremezclada la aprensión. Las palabras brotaban pesadas. No quería dejarla ir, pero por primera vez no estaba pensando sólo en él.— No soy quien cree que soy. —había hecho cosas de las que no tenía perdón. Ella no necesitaba saberlas.
Mientras ceñía contra sí a la manceba que amaba, un fantasma de su pasado lo miró de vuelta. Yolande Debussy lo castigaba con la mirada, justo frente a él. Era la nota que le faltaba a su réquiem, la precursora del mal. Se burlaba. Quentin se supo completamente loco en su alucinación.
—Agradécele a tu padre. Le debes toda tu insignificancia —la escuchó decir, venenosa.
—No. A ti, madre. A ti —la culpaba por haberlo engendrado. ¿Qué diferencia había entre él y un cerdo en el matadero, esperando su momento para alimentarse y morir?
El compás se había roto. Ningún camino se abriría para él, excepto el que le aguardaba a las criaturas sin alma. Ése era su lugar. No tenía por qué arrastrarla consigo. Besó aquella tibia mejilla con dolorosa pausa y le susurró con una distante gentileza.
—Usted merece el cielo; yo no puedo entregárselo. Le pediré que no me diga que sí es posible. He vivido más que usted y sé que no. No le mienta… a un mentiroso. Por eso, si alguna vez volvemos a vernos, ignore mi presencia y siga su camino. Con su ayuda haré lo mismo. La felicidad la espera; está aguardando a que la tome en un lugar al cual no la puedo seguir. —dijo antes de soltarla. Ese calor lo llevaría con él hasta que sus días se hubieran consumido— Mejor así —el pasado respiraba en su cuello. No estaba muerto. Y jamás podría enterrarlo.— Gracias. Ahora sé lo que se siente.
Dos pasos hacia atrás prolongados sin quitar su vista de Doreen y supo que ya estaba hecho. Asumiría su sentencia, su infierno en vida, quemándose donde no la alcanzara a ella. Se quedaría con el recuerdo, con la fugaz felicidad de saber que el mundo aún albergaba una luz, y con los sentimientos que no le recitaría. Así lo decidió. Descubrió con profunda amargura que las palabras más hermosas están hechas para el silencio, no para confesarlas.
Y el marchito desapareció tan pronto como había aparecido. Nadie podría distinguir si se había tratado de una fantasía o realmente había ocurrido, pero a Quentin no le cabía la menor duda. Mientras más rápido caminaba de vuelta a la mansión, mayor era su certeza. Había falsamente creído que era un ser realista, ¡qué errado! Había vivido como una sombra errante hasta ese entonces, y volvería a serlo tan pronto retornada a sus labores, pero por un segundo fue real, y lo fue sintiendo por aquella mujer de los ojos transparentes.
De pronto, frenó su paso y echó un último vistazo al sitio en donde había abandonado su única dicha. Se despidió. Allí estaba quien nunca sería suya. Pero qué nefasto se sentía. A ella le hubiese entregado su alma entera, mas por desgracia, hacía tiempo que la había vendido. Maldijo a los que podían llorar; él, que ya no tenía el privilegio de las lágrimas.
—Adiós, Doreen. Adiós para siempre.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Temas similares
» El rostro del retrato ( Doreen Caracciolo)
» Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
» This is the dream… [Doreen Caracciolo]
» Peregrino // Doreen Caracciolo
» Extraviada [Doreen Caracciolo]
» Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
» This is the dream… [Doreen Caracciolo]
» Peregrino // Doreen Caracciolo
» Extraviada [Doreen Caracciolo]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour