You can live without air but not without music • Privado

El auge de los negocios de los Coulston era notable, empezando de su cambio de Marseille a París y pasando por las mejores ropas y lugares que usaban o asistían. No había nada que el dinero no pudiera comprar y tampoco existía dinero que el señor Coulston no pudiera conseguir, era un hombre hábil que le daba la vuelta a los nuevos comerciantes con una mano en la cintura, productor y exportador, sus telas comenzaban a venderse en las mejores cortes y la reputación prácticamente le llovía sobre la cabeza sin poder detenerla con una sombrilla. La razón de su éxito era la que permitía pagarle esos gustos a sus dos mujeres favoritas.

Jewell tenía una fascinación por las artes, sobre todo las que involucraban pinceles pero también era una gran amante de la música pero, si le preguntaban, no había instrumento más perfecto que la misma voz humana. Aún la asombraban los matices que salían de una boca bien educada y la presteza con la que se ejecutaban los compases al tiempo que contaban una historia misma. Era impresionante e imponente poder disfrutar de la ópera en vivo y desde que su padre podía pagarle todo capricho sin despeinarse una de sus incipientes canas, sólo asistía a los mejores espectáculos.

Esa noche el teatro se vestía de gala para presenciar uno de los contados espectáculos de Pierre Alexander Monsigny, el frances virtuoso que había llegado a renovar la ópera parisina, o eso era lo que decían muchos de los críticos más reconocidos de la obra. Quizás la joyita fuera muy pequeña para saber cómo era la ópera antes de él, lo que sí sabía era que le fascinaba la forma en que llevaba el concepto de la música y la representación. En su casa en la costa había escuchado algunos imitadores copiar su estilo, siempre con la leyenda de “de Monsigny, traído de París”, por lo que presenciar la ejecución del hombre en vivo le resultaba inconteniblemente emocionante. Era el estreno por lo que Jewell estaba más emocionada que antes, incluso sus padres le habían dado permiso de quedarse a la celebración después de la obra para dar la bienvenida a la excelente temporada de Le Déserteur, el revival de una de sus obras más queridas en toda su trayectoria.

Sobraba decir que la puesta en escena había sido arrebatadora, al menos la rubia se había olvidado de lo apretado que estaba el corsé de su vestido porque las actuaciones eran las responsables de su pérdida de aliento. Ella jamás llegaría a verse tan bien en un escenario y esa profesión era simplemente impensable para alguien de su altura pero sí que le gustaría pararse en él para admirar desde ahí las butacas ocupadas. Incluso había pedido a sus padres un momento para ver el teatro vacío, ambos adultos abandonaron el palco que recién había adquirido su progenitor en una de las mejores posiciones en el teatro y se quedó admirando el silencio del lugar. Tan hermoso como la obra misma.

-Lo siento mucho, cabellero-. Se disculpó con el hombre que acaba de golpear con la puerta del palco mientras intentaba salir por sus propios medios del lugar sin que la falda del vestido se le atorara entre los asientos. En su arrebato de abrir pronto, había golpeado a un hombre con el marco de la puerta, esperaba no haberle hecho ningún daño ni fastidiar su humor. -En verdad lo siento-. Repuso quedamente un tanto apenada por la situación, de haber traído su abanico en la mano seguro lo hubiera usado para cubrir el rubor de sus mejillas.

Los enormes y almendrados ojos claros de Jewell se posaron en la figura que había golpeado, al principio había tomado sólo por un hombre pero en la forma de vestir y del andar se veía que iba más allá de un simple amante del teatro. La pulcritud de sus formas delataba su buena cuna o su buena suerte con los negocios propios, esas telas no se las podía costear mucha gente. Ella lo sabía, pese a involucrarse poco en el hacer de su progenitor era diestra en distinguir aquella mercancía que le permitía darse esos lujos tan costosos de asistir a los estrenos de tan deseadas presentaciones. El bochorno se apropió de su rostro, maldijo mil y un veces a su interior por ser tan descuidada, se había confiado, el no escuchar el murmuro propio de las conversaciones del otro lado de la puerta activó esa parte minúscula de su ser que pugnaba por seguir sus impulsos y sus dedeos, por más pequeños que estos pudieran ser.

Los ojos del caballero se toparon con los de ella, quien los bajó casi de inmediato por seguir rotundamente apenada por ese pequeño incidente. Las palabras que emanaron de su boca fueron amables y compresivas, mucho más de lo que ella merecía por aquellos descuidos tan infantiles. -Aún así lamento mucho haber interrumpido su camino de tan estrepitosa forma-. Volvió a disculparse acomodando al fin toda la falda fuera de la puerta del balcón, esos espacios no estaban diseñados para las nuevas modas francesas que se apoderaban de cuanta chica tuviera el dinero suficiente para pagar las faldas, o sus madres. -Espero suponer correctamente que no le he hecho ningún daño-. Inquirió lo más discreta que pudo, tampoco le correspondía lanzarle una pregunta tan directa puesto que ni siquiera sabía quién era pero un poco de cortesía por parte de su agresor sí se merecía.

Volvió a desviar la mirada pero ahora el color de su rostro se debía a otra razón muy distinta al haberla golpeado. Jewell tenía escaso, por no decir nulo, trato con los varones mayores que ella, incluso con los de su edad tenía un trato cordial pero lejano, seguro que a ninguno se le ocurriría decirle algo tan elocuente como lo que el caballero frente a ella acaba de articular. Fuera de sus hermanos, en el trato con los hombres se sentía torpe, mas aún si se le sumaba su acento que distaba de ser parisino, todos siempre se fijaban en él porque saltaba al oído. -No veo el motivo por el cual un golpe mío pueda compararse con un regalo divino-. Repuso algo avergonzada por ello, Dios era orden y creación, era la perfección culpable del bello mundo en el que vivían y ella no era más que un pequeño despite con faldas largas que apenas lograba controlar con las manos enfundadas en guantes de encaje a la muñeca.

La tensión acumulada en los hombres de la chica se relajó cuando escuchó que no le había hecho ningún daño, y esperaba que en esa respuesta incluso se englobara el no haber maltratado tan finas costuras que seguro valían más que su peso en monedas. Recuperó un poco la compostura perdida por el bochorno de haberlo chocado, aunque muy en el fondo , en su interior, siempre estaría ese recuerdo de cómo había conocido al caballero. Su madre le solía decir que las primeras impresiones eran importantes porque no había oportunidad de repetirlas o cambiarlas, no culparía al hombre si de ahora en adelante la tuviera como la chica rubia y torpe que no sabe ni salir por una puerta sin armar un escándalo. ¿Por qué? Después de sus dos años viviendo en París no lograba superar algunos de sus impulsos de cuando era una chica más libre, cuando no tenía que vestir en forma y podía ir al puerto a pasar la tarde si lo deseaba. Al parecer ninguna institutriz le iba a quitar eso.

La calidez de la sonrisa la pudo sentir incluso antes de levantar un poco la vista, era de aquellas que trapazan el rostro y penetran la voz para hacerla más ligera y agradable al oído. -Me alegra saber que el destino no quiso provocarle algún daño mientras entretejía su grueso hilo-. Concedió Jewell un tanto más ligera, incluso al hablar. Necesitaba decirle de alguna forma que en verdad estaba aliviada de no haberlo lastimado, y más importante, de no haberlo enfadado por su torpeza. Ella siempre escuchaba que una cosita pequeñita podía arruinar el día, también estaba dispuesta a no arruinarle a nadie el día mucho menos por insensateces.

La carcajada que brotó de los labios del varón la sorprendió, ella no le encontraba la gracia, era como cuando Jaron lanzaba un comentario aposta para que el resto se riera y ella terminara con interrogantes en los ojos. ¿Qué hacía? ¿Qué hacía? ¿Ahora qué tenía que hacer? Su cabeza entró en pánico, buscó en su Manual de Reglas y Normas para ser una Señorita Perfecta lo que debía de hacer si un caballero le hablaba de esa forma. No encontró nada útil, nada que le ayudara a calmar el color rojo de sus mejillas o le hidratara la boca, se había quedado sin habla porque le parecía demasiado inesperado. Seguramente sólo estaba siendo cortés con ella pero eso no quitaba que la hubiera tomado desprevenida y con la guardia baja, tampoco es que tuviera mucha guardia. -Sus palabras son muy amables, caballero, y ciertamente agradables a los oídos, gracias-. Contestó cuando pudo reunir los pedazos de pequeña cordura en uno solo. Finalmente se armó de valor y chocó sus ojos claros con los de él, parecían extrañamente oscuros y relucientes incluso bajo esas tonalidades cálidas de luz había un matiz que no se aventuraría a definir de alguna forma.

-¿Se dirigía a la recepción por motivo del estreno de la obra?-. Preguntó para aligerar la carga que había inventado en el ambiente, ella debía de encontrar a sus padres ahí y esperaba que no se molestaran por tardar tanto en salir. Tampoco era que tuviera mucha prisa, ya lo había dicho, el teatro medio vacío también le provocaba buenos sentimientos.

El temor de Jewell se confinó al escucharlo, el caballero no olvidaría nunca el golpe con la puerta, lo que ella no entendía era cómo podía verlo de una forma tan agradable cuando ella sólo veía catástrofe. Respiró profundamente intentando calmarse un poco más, si él lo tomaba con gracia, entonces así también debía de tomarlo ella y dejar de darle vueltas a los accidentes acontecidos.

-Lo dice porque ha sido un mal menor, seguro su opinión sería distinta si se hubiera roto una ceja, por ejemplo-. Intentó convencerlo de que no era tan bueno como él creía, más bien era extraño que alguien a quien acaba de golpear la tratara de tal forma, era extrañamente agradable. Seguro el destino tenía sus formas de actual y Dios tenía caminos más intringados, ¿quién era ella para cuestionar el orden del universo? Absolutamente nadie, estaba dejada a las leyes que estos le dictaran y la aceptaba de muy buena gana.

Al parecer el caballero veía cosas muy distintas a las que ella observaba cuando se miraba al espejo, no era fea pero tampoco se sentía particularmente bonita, se consideraba normal y eso podría deberse a que sus hermanos siempre se mofaban de ella por ser la más pequeña y también la más pecosa. -No sé qué he podido hacer para merecer los halagos de tan distinguido caballero-. Repuso con toda la confusión danzando en sus pupilas, era mala escondiendo lo que sentía en todo momento y por lo general era demasiado fácil leer lo que le pasaba por la cabeza en cada una de sus expresiones. Jewell escuchó atentamente lo que le decía, ¿un hotel? Ella creía que el evento se iba a llevar acabo en alguno de los amplios salones anexos al teatro, a lo mejor tenía mal la información. Sobre todo viniendo de la boca de un noble como él, no sólo era un caballero sino que también era un duque. ¡Ahora sí que había sido horrible! ¡Había golpeado a un duque! De no ser la confianza que le daba la sonrisa del hombre hubiera divagado más en su vergüenza. -Mucho gusto en conocerlo, duque de Vhroom-. Contestó con media sonrisa en los labios, intentando imitar perfectamente el sonido del lugar germano.

La pausa se hizo casi eterna cuando recordó que tenía que presentarse también. ¡Vaya noche, Coulston, estás olvidando todo! -Mi nombre es Jewell Coulston, hija de Thimpthée Coulston de Marseilla, negociante manufacturero de textiles-. Añadió una pequeña reverencia y todo, después de todo era una presentación muy propia y debía de comportarse como tal.

Conversaban como si nada hubiera pasado, incluso Jewell se preguntaba de no ser porque ella sacaba el tema a colación cada que podía si estarían hablando de lo mismo o ya hubieran pasado a otra cosa, o quizás ya se hubieran despedido. Sabiéndose como se sabía estaba segura de que se lo preguntaría al menos una vez más, antes de despedirse, porque quería asegurarse de que todos los malentendidos que pudieran surgir a raíz de ese choque estuvieran totalmente olvidados. Respiró aliviada cuando la sonrisa, un tanto hipnótica, del duque se adueñó de sus labios. -Es usted una persona distinta a las otras, en el mejor de los sentidos, gracias por no hacer de esto un falta mayor de mí hacia usted-. Respondió con la misma sonrisa y un tanto más animada y segura de que lo decía en serio y no sólo por cortesía.

Rió negando con la cabeza, sentía sus rizos bien formados golpearle los hombros con ese movimiento, incluso en una habitación con luz artificial, su cabello resplandecía dorado cuando sus gestos lo hacían bailar. La sorpresa se cruzó en el rostro de la chica, ¿una invitación? ¿A cenar? ¿Ahora qué tenía que hacer? Estaba paralizada, no era ella quien por lo general aceptaba o denegaba las ofertas que recibía para cenar o salir con alguien, por lo general era su madre -en ocasiones su padre- quien intervenía frente a esas peticiones. Sobre todo porque la costumbre entre las clases altas dictaba que alguien acompañara a la joven dama cuando debía de desplazarse fuera de casa, en algunas ocasiones era uno de sus hermanos y en otras su institutriz, en estos últimos tiempos era ella más que cualquier otro.

-Me complace mucho su invitación, duc, pero he venido a la ópera con mis padres y heriría profundamente sus corazones si desapareciera sin previo aviso-. Explicó lo mejor que pudo, Jewell realmente estaba arrepentida de tener que declinar una invitación de tan distinguido caballero pero ella sólo era una chiquilla, que aunque parecía una mujer, aún seguía dependiendo de la voz y orden de sus progenitores incluso para decisiones tan sencillas como aquella. Además estaba el hecho de que debía de encontrarlos en breve y desaparecer nada más alarmaría una velada tranquila. -Si vamos en la misma dirección, no veo problema en acompañar nuestros pasos, caballero-. Ofreció en compensación a la negativa, muchos podrían decir que eran pretextos para no ir a cenar con él pero lo cierto era que actuaba de la forma que siempre le habían enseñado, no podía pasar de la autoridad de sus padres sin consecuencia alguna, para ella o para el duque frente ella.

El corazón de Jewell se normalizó cuando vio tan buena reacción del caballero, ¿pero qué podía hacer ella? Era la rosa cuidadosamente sembrada en el jardín de su padre y de su madre, mientras se mantuviera en tierra, floreciendo sus mejores cualidades, pertenecería a ellos y estaría atada a su voluntad. No sería hasta el momento en que por su propia mano fuera cortada que tendría la libertad de no depender de sus palabras y deseos; sería a otra persona de los cuales dependería pero para eso faltaba tiempo, o eso era lo que a ella le gustaba pensar, mientras en casa le armaban el plan de vida, ella se dedicaba a disfrutar los pequeños momentos de libertad que le concedían.

-Gracias, señor duque por acompañarme-. Respondió moviendo sus pasos hacia la dirección en la que se suponía iba a ser la recepción. Jewell estaba familiarizada con el teatro lo suficiente para no perderse, lo cual sería un terrible problema si tomaba en cuenta de que aparte del duque, todos ya deberían estar por debajo celebrando tan impresionante estreno.

el vestido arrastraba ligeramente, no demasiado para llegar a ensuciarse pero sí lo suficiente para cubrirle hasta la planta de los pies. La joven había tomado clases de práctica en cuando se los habían mandado a hacer, bajar las escaleras o subirlas con descuido terminaría en una catástrofe y ella estaba decidida a dejar el incidente con la puerta como el único de la noche.

Habían andado un tramo en silencio, que no era incómodo pero era silencio y luego llegó esa pregunta que sorprendió a la chica. ¿Eso se podía preguntar así sin más? -Aún vivo con mis padres y no hay planes próximos de que eso vaya a cambiar, caballero-. Respondió porque no había razón alguna para mentir, los rumores en casa corrían pero ella siempre era ajena a ellos, dentro de su burbuja de cristal nada la golpeaba hasta que era definitivo. Mientras tanto ella podía vivir con el alma tranquila.

Marido, una palabra peculiar en la cabeza de Jewell, hasta el momento ella sólo conocía lo que era mamá, papá y hermanos, incluso algunos compañeros de su edad que podrían llamarse amigos pero marido en particular le sonaba muy ajeno. Quizás fuera el hecho de que simplemente nunca había tenido que darle muchas vueltas al asunto, si bien sabía que se iba a casar en algún momento y tendría uno, no se ocupaba de ello en tanto eso no sucediera. Tampoco es que le preocupara realmente, aceptaría la propuesta porque sus padres antes le habrían dado el visto bueno, y sus padres sólo querían lo mejor para ella.

La chica rió por lo bajo negando suavemente con la cabeza. -¿Tantos años me calcula usted, caballero?-. Preguntó con gracia, le resultaba curioso que le dijeran "una chica de vuestra edad", ¡sólo tenía 17 años! Y si bien la iban a comprometer pronto, aún no dejaba de tener esa sensación en el estómago que le dictaba que sólo era la menor de la familia pintando árboles en el balcón de la casa. Le parecía un tanto extraño y lejano pese a que ese futuro fuera muy cercano. -Oh, caballero, yo jamás llegaría a actuar como una princesa-. Comentó sutilmente, muy en el interior se conocía bastante bien para saber que no tenía lo necesario siquiera para entrar a una de aquellas fiestas, si bien ahora se encontraba controlada y mesurada, había días en los que no se podía decir lo mismo, esos días en los que extrañaba Marseille y quería intentar recrear su vida ahí en la nueva y más grande adquisición de sus padres. Era una vena rebelde, pequeña y minúscula, que latía por debajo de su piel. -Me gusta la pintura-. Respondió lo mejor que pudo porque tampoco estaba muy segura de lo que contestar. Era obvio, a los ojos incluso de un desconocido, que estaba dejada a la voluntad de su padre y de su madre, más del primero, pero eso no le quitaba que pudiera elegir algunas cosas, por decir, piano en lugar violín o pintura en lugar de solfeo. Eran esos pequeños espacios de libertad lo que más adoraba.

Pronto llegaron a las escaleras que conducían al piso inferior, la chica tuvo que tomar su vestido para levantarlo un poco, no sería la primera vez que se tropezaba al andar con una de aquellas prendas y preferiría evitar la vergüenza. serían demasiados accidentes por el día de hoy.

Jewell asintió con la cabeza cuando le dijo la edad. El caballero tenía muy buen ojo y resultaba muy atento a los detalles, aunque tampoco sería muy difícil calcularle la edad, aunque Jewell tuviera una cara de niña había otros aspectos de su persona que delataban sus años. -Tengo 17 años caballero-. Le confirmó porque incluso el número 19 le parecían demasiados años para ella. -Está en lo correcto caballero sólo que yo aún no me desposado, el tiempo de hacerlo se acerca sin duda pero por el momento vengo al teatro acompañada de mis padres-. Respondió sin saber muy bien qué más decirle, ella no sabía de los planes que tenían sus padres para su futuro inmediato y todas los obras de teatro que veía le parecían una utopía sobre el escenario, una oda al amor humano inalcanzable y en el que las chicas del mundo real tenían que acatar la decisión de sus padres. Jewell escuchaba mucho de ese ardiente sentimiento pero no podía asegurar haberlo sentido en algún momento, quería sus padres y hermanos pero esa pasión que carcome por dentro le era desconocida.

La rubia aceptó el brazo del noble caballero para bajar las escaleras, después de todo le habían enseñado a no hacer ningún tipo de desplante a las cortesías que le presentaban, con la otra mano se ocupó de seguir sosteniendo sus vestido. -La falta de una virtud se compensa con otra virtud, no más importe ni mejor o peor, simplemente otra que compensa nuestra falta de habilidad con el dominio de otra-. Respondió, la joven Coulston sabe muy bien lo que es no ser buena para alguna actividad, a ella le pasaba a menudo con el piano, le gustaba mucho el instrumento y practicaba poniendo en cada nota el alma entera pero sus dedos no resultaban ser especialmente hábiles con el instrumento, eran coordinados pero no prodigiosos. Ella lo sabía e intentaba mejorar pese a todo. -Sería un gusto poder pintarle un retrato de las bellezas de París, señor, nada me haría más feliz que saber se lleva un grato recuerdo de mi país-. Respondió Jewell claramente emocionada por poder poner su cabeza en una pintura en específico, quizás París no fuera su ciudad y no sintiera afecto especial por ella pero Francia era su país y eso jamás cambiaría, si en ella quedaba poner el nombre del país en alto, lo haría, aunque fuera sólo una pintura.

-Muchas gracias por la invitación caballero, mi familia estará complacida en oírla y extender la misma hacia usted-. Dijo intentando no comprometer de mala forma el nombre de su padre, al final del día era él quien decidía quién entraba o no a su hogar. -Dígame, ¿le ha gustado la obra de hoy?-. Pregunto mientras terminaban de bajar las escaleras y se dirigían al salón en el que habían preparado la recepción.