Sex is the consolation you have when you can't have love - Privado.

por **Justine Larden** Vie Dic 13, 2013 1:13 am

Aunque intenta no analizar todo demasiado, sabe que el único culpable acá es el champagne. Culpable de las risas exageradas, de la voz más alta, del piso que se mueve y que la fiesta llena de personas termine en una aventura personal que ahora los tiene en la sala de la casa de Justine, temiendo que alguien entre o temiendo quizás que eso no suceda. Fin de año es siempre sinónimo de más eventos sociales, fiestas, celebraciones anticipadas, despedidas y también de tener que asistir a ellos, porque si no vas es porque no existes; y en el ambiente en que ella se mueve, no existir es lo mismo que ser delincuente o peor aún, ser pobre.

Fue en una de esas reuniones donde lo vio por primera vez, estaba sentado detrás del piano y movía los dedos sobre las teclas como si fuera lo más fácil de hacer, tenía la capacidad de que aquel arte luciera cercano y factible, tal como aprender a atarse los cordones o hacer el amor. Y eso, por sobre cualquier cosa, fue lo que llamó su atención y la cautivó de un modo que le impidió retirar la mirada de sus manos, de su rostro, de él. Un par de averiguaciones después supo su nombre y también que eso no era una entretención para él, al parecer el señor era realmente un maestro capaz de amenizar cualquier fiesta y deslumbrar a todos con su talento. Justo lo que ella necesitaba para esa noche y para las siguientes.

Justine esperó hasta que la gente comenzó a retirarse, la vez anterior sólo pudo hablar con él unos instantes, pero esa noche pudieron compartir una copa, luego otra, luego otra y algunas más hasta que sólo quedaron ellos dos y fue momento de también dejar el salón, por supuesto, juntos para seguir la fiesta en privado. — ¿Ahora qué quieres? ¿Vino o más champagne? — se pasea descalza, dando pequeñas miradas por sobre su hombro mientras revisa las botellas vacías en su propio bar hasta encontrar lo que necesita para ambos. Tiene algunos mechones del cabello sueltos que se han salido del moño que tanto costó en hacerse y si sus mejillas están coloradas, no es por la temperatura ni tampoco por maquillaje.

— Quiero brindar… — deja la copa a un lado, se acerca y le besa los labios como ha hecho desde que pudieron estar solos. El sabor es exquisito y por algunos instantes se plantea no seguir bebiendo sólo para no confundir lo que hay en su boca. — Quiero brindar porque esta noche es eterna… — vuelve a reír, se sienta en su regazo y le rodea el cuello para acortar la distancia entre ellos. No está ebria, pero está demasiado feliz, demasiado llena de burbujas que le hacen cosquillas en el vientre. El hombre es guapo, no puede negarlo, pero la sensación de tenerlo para ella, justo ahí, es aún más excitante que la sonrisa o falta de ellas que pueda darle. — ¿Por qué brindarías tú? —