El primer encuentro [Privado Mara M.]

Aquella noche por increíble que se escuche, pude salir de la capilla muy rápido apesar de que tuve mi pelea diaria con Aleera. Después de tantas décadas de su eterna compañía no había encontrado el remedio exacto para librarme de ella y poder alimentarme hasta que Demian regresó. El estar con él, poder entrenar sin miedo a lastimar a mi contrincante, el salir de la cotidianidad con mi mejor amigo me había recuperado mágicamente la poca cordura que había perdido a causa de mi maldita obsesión con Aleera. Aún seguía amandola, aquello que sentía por ella era lo que me hacía sentirme "vivo" en aquella inmensidad de vacío en la que todos los seres de la noche vivíamos inmersos, pero igualmente seguía odiándola por ser tan caprichosa y niña mimada; una mezcla de sentimientos que me corroían el ser desde hacía ya mucho tiempo.

Entonces cuando salí de la casa después de dejarla aburrida en la estancia víctima de mis "no ofensas" me dispuse a recorrer el campamento gitano, me encantaba como las mujeres me veían y gritaban que era un vampiro y yo me hacía el iluso ante aquellas exclamaciones fingiendo decepsión y pena de que me confundieran con, la que en realidad era mi verdadera naturaleza.

Llegué al sacro lugar esperando ver a una de esas exóticas bailarinas con pulseras de monedas en los pies y pareos largos y vistosos de colores extravagantes. Ir al campamento de gitanos siempre era una experiencia diferente. Caminé entre ellos y a la distancia se veía una de aquellas mujeres que buscaba haciendo una danza del vientre algo extraña parada sobre una lona y con algunos hombres mirándola. Era muy hermosa, tenía unos ojos muy grandes y cautivadores con los que tenía atrapados a más de cinco hombres al mismo tiempo. Caminé despacio hacia ellos. Aquella noche mi apariencia no variaba mucho de la común con mis botas de piel, mis patalones cafés y una camisa de manta blanca abierta hasta la mitad del pecho, esta vez había amarrado mi cabello en una coleta. Crucé mis manos detrás de mi cuerpo y me aproximé hasta aquel tumulto de gente.

Justo cuando me acerqué otra persona llamó mi atención inmediatamente. No era ninguno de los hombres esperando algo más de la bailarina, era de hecho una joven, aproximadamente unos 20 años, cabello rojizo y mirada intensa, no era de ese lugar, se le notaba en la ropa que vestía y en la manera en la que veía idiotizada a la bailarina, igualmente como los caballeros la veian a ella. Me acerqué por detrás examinandola de arriba a abajo mientras ella veía muy animada a la bailarina en su danza. Me coloqué a su costado y le sonreí llamando su atención. -Lindo baile verdad?.- sentencié entablando conversación y fulminando con la mirada a un par de hombres que le estaban echando el ojo de una manera mórbida. Acerqué mis albios a su oído como si la conociera de antes y le susurré. -Me parece que este no es un lugar propicio para que una jovencita como tú esté sola.- le señalé con la mirada a los dos tipos que la veían y que cuando ella los miró, le devolvieron la mirada con un par de señales obsenas impropias seguramente para una jovencita de sociedad

Hacia más de dos semanas de mi última escapada a la noche parisina. Desde que mi doncella, Claudine, me viese tratando de huir de mi alcoba una vez anochecido, la vigilancia en mi casa se volvió más ferrea aún. Todavía me dolían los moratones y golpes que mi padre me había provocado con su cinturón. Aquella noche, tirada en el suelo del despacho y con la sangre recorriéndome la espalda fui incapaz de derramar ni una sola lágrima. Muchos habrían calificado mi actitud de altanera, pero nada más lejos de la realidad. Me sentía avergonzada por mi comportamiento, pero solo pensaba en volver a hacerlo cuanto antes.

Las luces de la París nocturna me tenían absolutamente obnubilida. Sus callejuelas con pequeñas tabernas, la Rue Sant Germaine con sus elegantes cafés, los coches tirados por caballos que llevaban a las parejas en un romático paseo... Aquello era el cielo para mi, y los golpes de mi padre no me alejarían de él.

Lo tenía todo preparado. Mis padres daban cada año en otoño una cena en la que recibían a las familias más selectas de la sociedad parisina. Ese sería el momento para escapar. Importantes personalidades se congregaban en el salón mientras fumaban, reían y bebían. Por lo general odiaba aquellas reuniones en las que no se hacía nada divertido. Todos actuaban como en una partida de ajedrez: vigilaban los movimientos del contrario y actuaban en consecuencia. Eso si, todo ello disfrazado con falsas sonrisas y halagos. Me mantuve en mi papel de perfecta hija mientras mi madre iba presentándome a las pocas personas que aún no conocía. Me habían obligado a acudir a las fiestas desde los trece años y me tenía más que aprendido qué era lo que debía decir, a quien y cuando. Miré el reloj todo el tiempo y cuando sonaron las diez y media de la noche empecé con mi furtivo plan. Lentamente me acerqué al grupo de mujeres en el que se encontraba charlando mi madre y toqué su brazo con delicadeza.

-Discúlpeme, madre-dije en voz baja.- Ayer no pude descansar bien ¿Podría retirarme ya?

Mi madre puso mala cara, pero las risas de sus amigas ayudaron a dulcificar su rostro.

-Oh... Elisabeth, querida. La mujercita parece cansada y quiere dormir. Ojalá mi hija fuese así de educada. Creo que la dejamos leer demasiado. Tiene la cabeza llena de pájaros y pretende conocer mundo.

El coro de mujeres soltó una carcajada al unísono que me hizo sentir un escalofrio.

-Esta bien, hija. Buenas noches.

Incliné ligeramente la cabeza a modo de despedida y subí hacia mi alcoba. En esos instantes el corazón me latía desenfrenadamente. Cerré la puerta por dentro y me coloqué una capa negra por encima de mi vestido blanco de seda. Aquello no me ayudaba a pasar desapercibida del todo, pero algo ayudaba. Abri las puertas de mi balcón y bajé con presteza gracias a la enredaderas que trepaban hasta el segundo piso. Una vez en el jardín me apresuré y abandoné las cercanías de mi casa.

Me daba igual que me descubriesen. Ni todos los golpes del mundo podían quitarme las ganas de ver aquel mundo de nuevo. Empecé a caminar por las calles parisinas hasta llegar a un circo ambulante. Aquello era los más terrirífico y a la vez lo más atrayente que había visto en toda mi vida. Me confundí entre la muchedumbre y me quedé obnubilada viendo el magnético baile de una joven. De repente un hombre me habló al oído y me puse rígida. Mis ojos se posaron en los suyos y traté de ocultar mi sonrojo. Su mirada me había dejado sin respiración. Me recompuse como pude y contesté.

-Si, es un baile increible.

Escuché lo que me decía y miré a los hombres. Cerré los ojos para no ver sus gestos y suspiré.

-Parece ser que ningún sitio divertido es apropiado para una joven como yo-dije, con un deje de amargura

Una tierna sonrisa se posó en mis labios cuando la jovencita me devolvió la mirada. Algo que pude amar en sobremanera fué el hecho de que su corazón no se acelerara por mi abrupta irrupción a su escrutinio. Por lo general los mortales siempre sentían una presencia ligeramente inquietante ante la presencia de un vampiro y me gustaba encotnrarme con aquellos que eran lo suficientemente valientes y aguerridos como para estar firmes ante mi presencia.

-Debo discernir de tu respuesta, más bien creo que todo depende de la compañía.- le contesté con una voz grave y elegante, una voz que pretendía entablar una confianza entre ambos. -Con una buena compañía podrías estar sentada tomando el té en la mismísima sala en la mansión de Satán y no te pasaría nada, todo depende el enfoque que le des a las cosas.- de pronto me sentí como dándole una lección de vida aquella chiquilla para que se diera cuenta de que los hombres de ahí la veían morbosamente pero que no todos eran así.

Le ofrecí mi brazo y un gesto de invitación para que lo tomara. -Para mí sería un completo placer hacer de esa compañía para tí.- sonreí más amigablemente. -Mi nombre es William- el acento de mi voz no podía dejar de sonar ligeramente británico aunque estuviésemos hablando en francés y el de ella me sonó a americano. -pero me gusta que me llamen Lyam, un completo placer mademoiselle.- le respondí ahora en inglés, sabía que no había nada más cálido que encontrar a alguien que hablase la misma lengua natal, más si tenías al rededor de veinte años y estabas en un país en el que por lo que podía ver en ella, no te sentías muy cómodo y escapabas de casa para ver un espectáculo gitano.

Escuché sus palabras sin apartar la mirada de sus ojos. Por extraño que pareciera en aquellos momentos no tenía ni miedo ni ansiedad. No estaba acostumbrada a que los hombres se acercaran a mi de aquella manera, pero él era diferente, o al menos lo parecía. No sabía explicar el por qué de mi repentina confianza, pero así era. Me mantuve en silencio, sin querer prestar atención a las lascivas miradas del resto de los hombres de aquel lugar.

-He de decir que tiene usted razón-afirmé en voz baja, pero tratando de parecer fuerte y no una niña asustada.- Sin embargo, en los tiempos que corren, las buenas compañías escasean. ¿No cree?

Observé como me ofrecía su brazo y sin terminar de comprender por qué me fiaba de él, lo acepté. Me di cuenta de que en ese mismo momento muchas de las grotescas miradas se desviaron y me sentí bastante aliviada.

-El placer es mio, Monsieur. Mi nombre es...

Por un momento dudé en si debía decírselo. ¿Y si era uno de los socios de mi padre? ¿Y si me llevaba de vuelta a casa para que me castigasen? Le miré con la sombra de la duda. William, o Lyam me infundía una confianza dificil de creer pero los contínuos golpes y amenazas de mi padre me habían convertido en una persona desconfiada.

La jovencita aceptó sujetar mi brazo que estaba completamente cubierto por la manga de mi camisa y por el cuál no pudo sentir el contacto con mi fría piel. Aunque la noche estaba fría y seguramente ni siquiera se hubiese dado cuenta de ese detalle. Se le veía confiaba ante mi presencia, contenta de estar en ese lugar y también temerosa de regresar a su casa.

Con tan solo un contacto de sus ojos con los míos pude presenciar por medio de mis poderes cual era la historia de la chica, una historia que cualquiera de las personas de ahí mismo hubiera adivinado simplemente por su mero aspecto.Una chica de clase alta, educada de la manera más cristiana posible, que al mismo tiempo sufría de la violencia profesada por su padre que violaba todos los preceptos de la vida de devoción que mostraban en sociedad. La niña le tenía mucho miedo a esos golpes y no era para menos. Todavía no podía comprender como los humanos se regocijaban de lastimar a personas más desvalidas que ellos, era mucho más divertido cuando te enfrentabas con alguien que está al nivel y te da batalla.

Aquella noche por lo que una imagen me dejó ver, había una fiesta en su casa y ella escapó aprovechándose de ello. Una sonrisa recorrió mis labios al notar eso sin poder evitarlo. La joven se llamaba Mara Meunier, pero dejaríamos que pensara que no lo sabía. -Que lindo tu nombre Jessica.- le dije en voz baja y le guiñé un ojo dándole seguridad de que no iba a obligarla a nada.

Mis pasos comenzaron a dirigirse a un área en donde se servían bebidas y comida que los gitanos preparaban.-¿Te parece si te invito algo de tomar?- La guié hasta ahí y tomé asiento. -Es una muy bella noche y me parece que tú tienes ganas de divertirte, me gustaría cuidar tu diversión si me lo permites.- hubo algo en ella que me cautivo de una forma muy extraña.

Sonreí agradecida cuando Lyam optó por no obligarme a decir mi nombre. Según pasaban los minutos me iba convenciendo de que aquello no era una trampa y de que podía relajarme en su presencia. Me guió hasta una zona donde la gente bebía animadamente y me quedé embelesada contemplando el lugar. Nada de frases corteses, nada de miradas cargadas de significado, nada de falsedad... Aquella personas simplemente se estaban divirtiendo.

Tomé asiento enfrente suya sin poder quitar la mirada de las parejas que reían, de los amigos que charlaban... Aquello, a pesar de ser algo burdo para lo que estaba acostumbrada, me parecía maravilloso. Por fin pude centrar mi atención en mi extraño acompañante y le dediqué una sonrisa cortés.

-Muchas gracias, Monsieur-dije mientras le estudiaba con detenimiento- Sería un placer que me acompañase esta noche.

Cuando te crias entre víboras aprendes a captar la esencia de las personas con tan solo una mirada. Lyam era un hombre educado, algo soñador y sobre todo.... protector. Sin embargo había algo en él que me fascinaba más de lo que estaba dispuesta a confesar. Había algo debajo de toda aquella fachada de perfecto caballero que me cautivaba.

-Sin embargo, no comprendo su interés en mi y en mi seguridad. No os conozco de nada.-susurré para no hacer más largo el silencio.

Alcé la mano para que la chica que atendía se acercara y nos tomara la orden. Interrumpí a Mara cuando me preguntó cual era mi interés en ella porque no la conocía en lo más mínimo. -¿Gustas algo de beber o de comer? Yo invito esta noche.- dije educadamente y haciéndo enfásis de mi invitación con un movimiento propio de cabeza.

Miré a la mesera. -Para mí sólo va a ser una copa de ajenjo por favor.- uno de los placeres que no se me habían negado con la inmortalidad era el alcohol, y agradecía eso ya que me permitía relacionarme con los humanos sin que estos sospecharan del porque no comía ni bebía nada. Un hombre bebiendo ajenjo podía pasar desapaercibido aunque no comiera, pero un hombre sin comer ni beber en aquel lugar hubiese resultado muy extraño.

La chica que atendía tomó la orden de ambos y se retiró a buscar lo que le pedimos
-No tengas miedo ni desconfianza, no es que me preocupe precisamente de tu seguridad es que al igual que tú, yo estoy buscando una noche divertida y me parece que eres la chica de la noche, si algo te pasara eso arruinaría también mi diversión.- le guiñé un ojo y comencé a pensar que entretenimiento sería el más "propicio" para que un vampiro de más de 400 años y una niña de clase alta pudieran divertirse.

Antes de que la mesera pudiera retirarse la detuve y miré a Jessica. -¿Un té? ¿Un agua mineral? Aquí hay de todo.- comenté comprendiendo los pensamientos de la chica, no quería que pensara que quería embriagarla ni mucho menos, tenía algo que me llamaba demasiado la atención y quería averiguar que era.

Entrecrucé mis dedos unos sobre otros y la miré fijando mi mirada a la de ella haciendo que se tranquilizara con uno de mis poderes mentales. No serviría de nada que estuviera tan insegura y nerviosa si de todos modos ya se había escapado, pasaríamos una noche divertida. -No mal interpretes mis palabras pequeña, me refiero a que esta noche el Universo ha creado esta noche para ambos, en donde tú y yo pasaremos un rato ameno si es que te apetece. Conozco a mucha gente de por aquí y seguramente encontraremos algo divertido, de hecho ya tengo algo en mente, pero si prefieres puedo acompañarte de regreso a tu casa.- espeté tranquilamente dejando que ella decidiera que ahcer sin interponer mi poder mental sobre ella.

Se me comenzaban a ocurrir muchas actividades en las cuales ocuparnos esa noche y una de ellas tenía que ver con aquel fuego gitano que hacía formas divertidas en el aire cuando lo lanzabas, algo que extrajeron de los chinos sin duda, pero que era un espectáculo digno de ver.