Sota de oros [Mieri G. Milanova]

Recuerdo del primer mensaje :

No llevar ni dos días en París, y ya parecía que Emhyr le había cogido el truco a aquellas calles por las que caminaba.

Creer que su francés era malo, hizo que al principio se echará atrás a la hora de atreverse con al gente, y de empezar sus pequeños espectáculos ambulantes, donde el sonido de la guitarra española y la magia absurda inundaba las calles atrayendo a todo tipo de público de cualquier clase. Pero no, la lengua no le complico las cosas, incluso su leve acento se dejaba llevar entre el sonido de aquel idioma que incluso podía disimularlo. Lo que no disimulaba su extranjería, eran sus facciones orientales, incluso su ropa, a pesar de ser humildes y no llamar mucho la atención, no era lo que precisamente vestían en París, ni los más pobres.

Sería fácil sobrevivir en aquel entorno, donde con un simple truco de cartas ya llamaba la atención al más insensato, que por creer la buena suerte y en la diosa fortuna, se dejaba los bolsillos apostando con cada uno de los truco que beneficiarían al desterrado.

La lluvia comenzaba a caer, entre los humedales verdes de aquellos bastos bosques.
Como lagrimas aquellas finas gotas caían sobre las ropas del encapuchado de ropas extrañas y extranjeras. Era extraño que en la soledad del lugar, ausente de asfalto, de los carros y el bullicio de la ciudad, alguien caminase en la soledad y entre cortinas de niebla espesa, pero allí estaba Emhyr escapando de una sociedad que comenzaba a ansiar la impaciencia.

El tiempo había comenzado correr lento y apacible, pero algo lo perturbaba por dentro, haciéndole participe de aquella impaciencia colectiva. Para Emhyr llegar a París era comenzar una nueva búsqueda, cuyo objetivo era encontrar su obsesión particular y aquella que le había dejado cicatrices en su piel, y dejado con vida sin explicación alguna. Vampiros, era lo que ha Emhyr tanto le llamaba la atención en su pequeño mundo sobrenatural, era algo curioso que debía descubrir aunque su vida estuviese en juego, esa ambicionada inmortalidad.

Sus manos rozaban dentro de su bolsillo la baraja de aquellas cartas españolas, las cuales, usaba para hacer sus trucos y echar la fortuna. Se detuvo pensativo, apoyando su espalda contra aquel tronco, mientras la lluvia continuaba con su paso lento.
Un leve cosquilleo electrizaste en sus dedos, un momento de concentración usando aquella magia para asomarse un poco al futuro, una sonrisa que curvo sus labios al ver la carta que había salido al azar, y la gracia estaba en lo que solía significar aquella carta para el pueblo llano: la sota de oros.

Deslizando su espalda por el tronco termino sentándose cómodamente, mirando la carta con demasiada atención, olvidando aquello que le rodeaba, buscando si esta misma le decía algo. Por un momento cerro los ojos como le había enseñado su madre, ella decía que mirar dentro de uno mismo daba más de una respuesta, pero solo podía ver la imagen de una mujer, ¿una mujer? La tenía a cientos, pero ¿que tenía aquella mujer de especial? Y sin darse cuenta Emhyr se quedo dormido.

La piel se estremeció bajo la aguja levemente, pero ni un quejido salió de la boca del turco que no cesaba en su canción, por su mirada la mente de Emhyr estaba lejos de allí.

La vista estaba comenzando a desenfocarse, y la voz a debilitarse en su susurro, la canción se vio interrumpida y muerta en silencio en sus labios en cuanto ella poso sus dedos que contrastaron calientes y agradables en la piel que comenzaba a arder febril. Llevaba tiempo en la habitación, pero tanto era el estado de concentración por no desmayarse que no se había dado cuenta de su inicial presencia.

La mano de Emhyr tomó aquella que tocaba su rostro, la apretó suavemente volviendo a la realidad.
Con rostro dolorido y mudo en palabras, se incorporó y camino hacia el lugar donde había dispuesto todo para asearse.
Sus ojos por un momento se posaron en la piel de ella, que había quedado descubierta y vio una marca que le pareció familiar.
Por el camino se le veía lento y mientras dejaba sin pudor las ropas no tras la puerta, sino en la sala donde estaba ella. La desnudez para él no era nada, es mas por un momento sonrió con el deseo de avergonzarla.

El agua purificaba las heridas, sería mientras se secaba cuando Emhyr pensó en la marca y luego se miro aquel tatuaje de su antebrazo, entonces cayó en el detalle.

Su vista se nublo, su corazón dio un palpito, una intuición.

-Rubia. -La llamo cerca de la puerta en un susurro para no alterar la paz de aquella casa. -Sino quieres recoger del suelo a un hombre desnudo ven enseguida con esa ropa... -El trapo para secarse se lo envolvió en la cintura mientras abría la puerta y salia del baño. -Coge mis hierbas, vamos a hacer ese ungüento antes de que pierda el conocimiento

Mieri soñaba con despertarse de aquel mal sueño, pensó quizá que aquello no era mas que una mala broma. Aunque todo lo peor había pasado, no sentía del todo comodidad ante el chico que allí había acogido sin permiso.

- No hagas ruido, o nos podrían echar a ambos.- Dijo con pesadez en la voz, aquella situación comenzaba a hacerse le dura, demasiado para su joven cuerpo, demasiado para su joven mente. Mierei no pudo evitar morderse la lengua en mas de una ocasión se ruborizaba, si, pero aquello era tan ridículo para ella que solo quedaba frustración en el querer decir y no poder o mejor dicho, no saber. Ese era su gran problema, su inexperiencia, y aquel parecía haberla cagado en demasía, pues cada cosa que el decía o hacia, ella tan solo podía responder apartando la mirada.

- La ropa está sobre la cama, tranquilo, no miraré, tampoco es que quisiera hacerlo pero...¡bah! -exclamó mas bien en un susurro, sonando de nuevo frustrada por no saber como expresarse sin sonar estúpida. Mieri reposaba a los pies de la cama, en el suelo, aun de rodillas terminando lo que parecía el tan aclamado ungüento, antes de lo esperado.- Olvida tus apestosas hiervas, esto servirá, no eres el primero...-ella misma boqueó, el sentido de sus palabras no era el que ella hubiese deseado, por lo que se sintió nervioso intentando explicarse aun sin mirar al joven.-Los hombres de la casa vienen magullados tras la época de caza, siempre me encargué de sus heridas.-Se explicó, esta vez más tranquila, sonando mas cordial quizás, pero sin dejar de lado esa pizca de desconfianza que tenia con cualquier desconocido, en realidad, con cualquiera.

Aquel ungüento, sin ella saberlo siquiera, olía casi exactamente como la hierva que el joven guardaba con cierto recelo, quizás, supiera un modo de crearlo el cual nadie le enseñó. ¿Pura casualidad?

- Primero...eres raro y segundo...eres muy raro.-Dijo arrebatandole el cuenco con una sonrisa sin siquiera mirarle directamente a los ojos. Ella se apartó el cabello tras la oreja para que este no le molestase a la hora de proceder, ya que hasta la mas pequeña de las heridas, merecía un buen cuidado a demás de cariño.- Nadie me enseñó ciertamente, yo observé durante años a las viejas curanderas que me iba encontrando en el transcurso de la vida. Sus remedios me fascinaban aun siendo una niña "esto" en nada se parece a lo que ellas usaban, simplemente aprendí a captar olores y sabores que la tierra proporcionaba.- le miró- El resto es historia, he curado a otros en muchas ocasiones, se puede decir que la época de caza ayuda a mejorar la receta al poder practicarla con los hombres heridos mas que en el ego.- dijo negando y soltando una suave risa a la vez que pasaba los dedos por la herida, empapados en aquel ungüento.- Yo no lo llamaría visiones. - dijo con voz mas seria, aunque en ningún momento desaparecía el tono suave de su voz.- Algunos lo llaman sonambulismo, no soy la única que lo parece.- mostró una sonrisa amable, aunque no le gustase nada hablar sobre lo que había ocurrido.- El resto es mera casualidad.- se dio cuenta de que estaba mirando fijamente la piel del hombre, agradable al tacto y tibia por la perdida de sangre. Tres golpes a la puerta la hicieron helarse y abrir los ojos en demasía, era lo que ocurría cuando algo la alertaba, realmente el miedo la congelaba solo cuando podía darse un verdadero problema...¿y que mayor problema podría haber, que hubiese un hombre en el cuarto de una muchacha que formaba parte de la servidumbre? - Mieri, no llegaste a comer en la noche y oí ruido aquí arriba, pensé que tenías hambre.-el susurro tras la puerta parecía amable aunque no en exceso. La mujer iba a irrumpir en la habitación pero Mieri actuó de inmediato abalanzándose contra ella y cerrándola de golpe.-N...no abras, estoy...-"¡piensa rápido!".-¡Desnuda!-de espaldas a la puerta y mirando al joven se puso roja como un tomate, imaginando quizás cosas que no debería.-¿Seguro que estas bien?-Si, no te preocupes.-se oyó el ruido de una bandeja posarse en el suelo y de los pasos que se alejaban. Solo en aquel instante, Mieri abrió la puerta para recoger la comida y ponerla al lado del joven sin siquiera mirarle.-¿Por que me haces tantas preguntas?¿No crees que deberías contarme algo sobre ti? ya sabes...información a cambio de información.-ladeó la cabeza.

-No, espera! Yo...!-quiso pararle, elegir obviamente la opción mas larga y enrevesada, para ella el haberse encontrado con alguien con mucha mas experiencia que ella en casi cualquier cosa, no la atemorizaban, sino todo lo contrario, creando en ella un sentimiento de curiosidad infinita.

Mieri podía pensar que aquella historia sería fruto de una mente realmente perturbada, pero había algo en ella quizás ilusión, quizás ganas de explorar mundo, pero era curiosidad que le infundía cada palabra de aquel muchacho. A partir de la primera palabra, su mente jugaba con escenarios y lugares acorde el chico narraba, haciendo que ella viese alrededor de ambos como si estuvieran en los sitios y las situaciones que el chico parecía haber experimentado.

Ella asintió, empujando la bandeja más cerca de el, como dando a entender que ella no tenía apetito en aquellos momentos, mas aun encontrándose en la misma un apetitoso cuenco de hermosas y suculentas fresas rojas. Ella las miraba, pero jamas las tocaba pues le hacían enfermar siempre. Para ella era algo triste, ya que soñaba con poder probarlas. Quizás su sabor fuese tan rico como la apariencia que tenían, pero eso nunca lo sabría.

No dejó de prestar atención en ningún momento al joven, es mas, le parecía realmente interesante su historia, pese a que esta tan solo fuese -al parecer- la punta del iceberg.

-No puedes dejarme con la mielo en los labios, si no vas ha ser completamente sincero, mejor no digas anda mas...una verdad medias es igual que mentir y yo no soporto que me mientan.- suspiró y se ajustó la tela de la bata que cubría su piel y se sentó a su lado.-No es que no quiera creerte, pero dudo de que esto que me pasa sea algo especial...mira a donde nos llevó ¿recuerdas?-giró la cabeza para mirarle y acto seguido volvió a mirar a los pies de la cama con la mirada perdida. No quería ahondar más en lo que sea que le ocurriese, tampoco ella era nadie importante, sin embargo el chico parecía esconder mas de mil y una historias a las que ella le hubiese encantado haber vivido.

-Me gustaría saber mucho mas, pero nos e que preguntas hacer.- dijo mas bien lanzando el pensamiento en voz alta en lugar de dirigirse directamente hacia Emhyr.-¿Donde está tu familia? ¿Como es Constantinopla? ¿Por qué viniste a Paris? ¿Por qué no puedes volver a casa?- dijo encogiéndose de hombros, como dándole a entender que no eran demasiadas preguntas sino poca la información. Mieri, lo quisiese o no, se sentía cada vez más cómoda conversando con el, simplemente estando sentada junto a el en la cama. Jamas en su corta existencia, se le habría ocurrido hacer aquello, es mas, repudiaba un tanto al sexo masculino ya que ninguno se acercaba a ella con buenas intenciones.