AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Abriendo las puertas nuevamente [Privado]
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Abriendo las puertas nuevamente [Privado]
Del diario de Andrews de Lesseps. {Antepasado de generación desconocida de la familia de Lesseps}
¿Un vampiro con miedo? ¿A caso aquello era posible? Me estaba riendo de lo que había escuchado hacia unas noches de mí amada Arlett, me pregunto por qué la había escogido a ella entre todas las damas que antes rondaban mi cama y solo tenía una respuesta. Recuerdo las palabras precisas...
“Yo no fui el que te escogió, sino que tú lo hiciste por mí con tu luz iluminaste mis noches oscuras ese día que despoje tu más preciado tesoro entendí que eras para mí, que no podría vivir sin mi ángel de luz, Arlett tu eres la que le da vida a mí no vida, eres la amante de mis sueños, de mis pesadillas eres la mujer que con solo una palabra destruyo todo lo que había escrito para mi destino. Eres la flor más hermosa de mi jardín y siempre serás la única que hace que el frio y el calor sean uno cuando estás conmigo… sé que el hijo que esperas no es mío… pero no importa… porque por siempre ellos llevaran la sangre de un Lesseps. Porque tú me perteneces como yo te pertenezco a ti. Nunca en mis años había encontrado la perfección y a tu lado todo es perfecto”
Sí que lo es, ella que ahora duerme en profundo sueño es la mujer de mi vida, a quien entregare todo, tal como lo será para mi hijo.
Antes de dormirse me pidió que le creara un perfume especial para ella, que solo lo pudiera ocupar ella y nadie más, los deseos de ella son órdenes para mí y ahora en la oscuridad de la noche puedo trabajar.
Ingredientes:
Aceite de amapolas para darle consistencia, Concentrado de violetas para obtener un color tornasol, concentrado de cerezas y de menta para que funcione la mezcla. Con piscas de lima y amaretto, para darle fuerzas… y… el ingrediente que nunca ha de faltar y más si se trata de un perfume especial extracto de coco y de nocturne.
La nocturne le dará al perfume la consistencia para que solo sea exquisito en la piel de ella, de mi Arlett.
(…) ya casi amanece y el perfume está listo, nunca antes había creado algo con tales características, solo quiero que ella despierte para que la fragancia la envuelva y sea la mujer inmortal de mis sueños y pesadillas… Me falta un nombre… pero cual más que ARLETT.
Después de leer aquellas páginas tenía que admitir que a pesar de no llevar sangre de aquel hombre que fue segura mente algún antepasado muy lejano teníamos más cosas en común y pensando más a fondo aquella hoja precisamente se parecía a una del diario de mi padre Antoine de Lesseps. ¿Curioso? En realidad toda teníamos algo de aquel vampiro, quizás él había mordido a sus hijos a los gemelos Antoine y Viola, o tal vez le dio de beber sangre de él. Moví la cabeza en negativa ya que aún no llegaba al nacimiento de los pequeños, no sabía nada en concreto más que eran gemelos y que tenían un criado o esclavo sospechoso. Cerré el libro de cuero grabado con el escudo familiar y mire la perfumería, todo parecía en orden. Pero ya se había plantado en mí la curiosidad sobre aquel perfume, agradecía que Lionel me haya traído la Nocturne así que por lo demás tenia todos los ingredientes necesarios. Me encamine a la puerta del lugar y di vueltas el letrero dando a conocer que las puertas de “Il imagine” estaban cerradas al público.
Tome de una mesita junto a las repisas de fragancias masculinas unos pañuelos que estaban infectados en aromas, el día había sido bastante movido, con varias entregas especiales. Un día perfecto que terminaría con el broche de Oro, una fragancia que no estaba en las estanterías y que era necesario tener, Arlett más que un perfume era la vida de la familia. Con los pañuelos en las manos me fui al laboratorio que quedaba detrás de una puerta, que escasamente el público podía ver, deje abierto por si llegaba mi chofer a buscarme. El lugar {laboratorio} era más amplio que la perfumería misma, tenía todo lo necesario para la creación de perfumes, contaba con un horno al vacío empotrado en la pared del final que me servía para sacar el concentrado u extracto a las hierbas. Camine por el lugar sacando grandes frascos con los ingredientes necesarios, los dispuse de manera ordenada en el gran mesón de mezclas y me faltaba algo. Al tubo de ensayos para fragancias de muestra, fui de nuevo a la perfumería cruzando el umbral y escuche como las campanillas tocaban, alguien había abierto la puerta dejando entrar el viento que a esas horas paseaba por las calles, mirando hacia el joven de presencia misteriosa solo musite – La perfumería está cerrada – dije con una sonrisa en mi rostro, acercándome al mesón de ventas para saber de quien se trataba.
¿Un vampiro con miedo? ¿A caso aquello era posible? Me estaba riendo de lo que había escuchado hacia unas noches de mí amada Arlett, me pregunto por qué la había escogido a ella entre todas las damas que antes rondaban mi cama y solo tenía una respuesta. Recuerdo las palabras precisas...
“Yo no fui el que te escogió, sino que tú lo hiciste por mí con tu luz iluminaste mis noches oscuras ese día que despoje tu más preciado tesoro entendí que eras para mí, que no podría vivir sin mi ángel de luz, Arlett tu eres la que le da vida a mí no vida, eres la amante de mis sueños, de mis pesadillas eres la mujer que con solo una palabra destruyo todo lo que había escrito para mi destino. Eres la flor más hermosa de mi jardín y siempre serás la única que hace que el frio y el calor sean uno cuando estás conmigo… sé que el hijo que esperas no es mío… pero no importa… porque por siempre ellos llevaran la sangre de un Lesseps. Porque tú me perteneces como yo te pertenezco a ti. Nunca en mis años había encontrado la perfección y a tu lado todo es perfecto”
Sí que lo es, ella que ahora duerme en profundo sueño es la mujer de mi vida, a quien entregare todo, tal como lo será para mi hijo.
Antes de dormirse me pidió que le creara un perfume especial para ella, que solo lo pudiera ocupar ella y nadie más, los deseos de ella son órdenes para mí y ahora en la oscuridad de la noche puedo trabajar.
Ingredientes:
Aceite de amapolas para darle consistencia, Concentrado de violetas para obtener un color tornasol, concentrado de cerezas y de menta para que funcione la mezcla. Con piscas de lima y amaretto, para darle fuerzas… y… el ingrediente que nunca ha de faltar y más si se trata de un perfume especial extracto de coco y de nocturne.
La nocturne le dará al perfume la consistencia para que solo sea exquisito en la piel de ella, de mi Arlett.
(…) ya casi amanece y el perfume está listo, nunca antes había creado algo con tales características, solo quiero que ella despierte para que la fragancia la envuelva y sea la mujer inmortal de mis sueños y pesadillas… Me falta un nombre… pero cual más que ARLETT.
Después de leer aquellas páginas tenía que admitir que a pesar de no llevar sangre de aquel hombre que fue segura mente algún antepasado muy lejano teníamos más cosas en común y pensando más a fondo aquella hoja precisamente se parecía a una del diario de mi padre Antoine de Lesseps. ¿Curioso? En realidad toda teníamos algo de aquel vampiro, quizás él había mordido a sus hijos a los gemelos Antoine y Viola, o tal vez le dio de beber sangre de él. Moví la cabeza en negativa ya que aún no llegaba al nacimiento de los pequeños, no sabía nada en concreto más que eran gemelos y que tenían un criado o esclavo sospechoso. Cerré el libro de cuero grabado con el escudo familiar y mire la perfumería, todo parecía en orden. Pero ya se había plantado en mí la curiosidad sobre aquel perfume, agradecía que Lionel me haya traído la Nocturne así que por lo demás tenia todos los ingredientes necesarios. Me encamine a la puerta del lugar y di vueltas el letrero dando a conocer que las puertas de “Il imagine” estaban cerradas al público.
Tome de una mesita junto a las repisas de fragancias masculinas unos pañuelos que estaban infectados en aromas, el día había sido bastante movido, con varias entregas especiales. Un día perfecto que terminaría con el broche de Oro, una fragancia que no estaba en las estanterías y que era necesario tener, Arlett más que un perfume era la vida de la familia. Con los pañuelos en las manos me fui al laboratorio que quedaba detrás de una puerta, que escasamente el público podía ver, deje abierto por si llegaba mi chofer a buscarme. El lugar {laboratorio} era más amplio que la perfumería misma, tenía todo lo necesario para la creación de perfumes, contaba con un horno al vacío empotrado en la pared del final que me servía para sacar el concentrado u extracto a las hierbas. Camine por el lugar sacando grandes frascos con los ingredientes necesarios, los dispuse de manera ordenada en el gran mesón de mezclas y me faltaba algo. Al tubo de ensayos para fragancias de muestra, fui de nuevo a la perfumería cruzando el umbral y escuche como las campanillas tocaban, alguien había abierto la puerta dejando entrar el viento que a esas horas paseaba por las calles, mirando hacia el joven de presencia misteriosa solo musite – La perfumería está cerrada – dije con una sonrisa en mi rostro, acercándome al mesón de ventas para saber de quien se trataba.
Viola de Lesseps- Humano Clase Alta
- Mensajes : 2531
Fecha de inscripción : 17/06/2010
Edad : 38
Localización : Paris
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Abriendo las puertas nuevamente [Privado]
Ésa misma mañana, en una de las calles del Barrio de Saint Germain. Marcel se encontraba dentro de una de las lujosas casas del barrio, dónde al parecer se había perpetrado un asesinato.
-¿Ve algo, detective? -preguntó una juvenil voz. Un ayudante de policía que estaba situado bajo el arco de la puerta, impidiendo bajo mandato de su superior que no entrara nadie.
-¿Ves tú algo, señor… eh…? -el detective carraspeó, dirigiendo sus ojos desde el cuerpo inerte de una mujer, sobre una enorme y variopinta cama, al chaval; por primera vez desde que éste había aparecido en la habitación, en aquella escena del crimen-. ¿Cómo dices que te llamabas?
-Loius Roux, señor Maupassasnt -murmuró el muchacho, con una voz temblorosa. Todos conocían el temperamento del detective. El mal humor que solía tener, sus cambios de humor cuando algo no salía bien… y su extraña obsesión con determinados casos. Está loco, solían decir en la comisaría-. Y bueno… -se rascó la cabeza, pensando-. Veo una mujer de unos cincuenta años muerta sobre la cama, como si estuviera dormida… y… esto… ¿nada más? ¿Muerte natural?
Se notaba poco a poco, en su habla, que se iba emocionando. De acuerdo, ése detective, Marcel de Maupassant, no tenía muy buena fama respecto a su forma de ser y/o comportarse, pero su fama en resolver los casos más extraños y complicados le precedía. El ayudante de policía Roux le admiraba. Así de claro.
-No hay señales de forcejeo en toda la habitación -contestó Maupassant, sentándose en la cama, al lado del cadáver, con una enorme sonrisa en sus labios-. Y según nos ha dicho la criada, no han robado absolutamente nada… Todo está en orden. Así que es hora de inspeccionar el cadáver, señor Roux. Dígale a la criada que pase, por favor.
El joven Louis asintió, yendo hacia la cocina de la casa, dónde se encontraba la criada. Mientras tanto, Marcel, observaba el cuerpo de la mujer. En un principio se fijó en que no había ni un solo signo de forcejo. No había heridas, ni moratones… Nada de nada. Chasqueó la lengua, inclinándose un poco sobre el cuerpo muerto. Y ajá, ¡ahí estaba! De su boca salía un líquido verdoso, que olía bastante mal, todo hay que decirlo. Sacó sus guantes de cuero de uno de los bolsillos de su chaqueta (odiaba tocar ese tipo de cosas con sus propias manos). Y abrió la boca de la mujer. Vómito. Sí, eso era. Movió con cuidado el cuerpo, viendo como debajo de ella había algo mucho más desagradable. Antes de morir debió tener una diarrea sanguinolenta terrible. Marcel cerró los ojos, volviendo a dejar a la mujer como antes. Una de las causas que le venía primero a la cabeza era la deshidratación, causada por un envenenamiento; eran signos típicos en esa clase de asesinatos. ¿Pero qué clase de veneno, y lo más importante, cómo se había introducido en su cuerpo?
-Señor Maupassant… la criada ya está aquí -dijo el ayudante, dejando que una mujer de unos veinte años entrara. La chica parecía estar a punto de llorar, otra vez. Se notaba que debía haber estado llorando prácticamente desde que encontró el cuerpo muerto de su señora.
-Genial -comentó el detective, levantándose de la cama y dirigiéndose hasta la criada. Estuvo observándola unos siete minutos. Sin decir nada. El ayudante iba a decir algo, cuando Marcel le hizo una señal para que se mantuviera callado. En ésos siete minutos Marcel estaba por apostar que la joven, con sus gestos, con su llanto, no mentía. Y si lo hacía, debía dedicarse a ser actriz en el mejor teatro de París antes que limpiar la mierda de los demás-. Oh, mujer… no se ponga nerviosa, ¿de acuerdo? -murmuró Maupassant, al ver que tras ese largo silencio de observación la chica se estaba poniendo más y más nerviosa. Su respiración alterada le delataba a kilómetros-. Dígame, ¿cuándo llamó a la policía? ¿Esta mujer… gozaba de buena salud?
-S-Sí… -la chavala miró de reojo a la mujer, y rompió a llorar.
-Por el amor de Dios… Louis, sígueme, vamos a otra habitación -dijo el detective finalmente, para así interrogar tranquilamente a la sirvienta.
Y en el salón se siguieron preguntas y respuestas, una tras otra. De todo ello Maupassant pudo saber varias cosas de interés (además de darse cuenta de que aquel caso era interesante, y que por fin su aburrimiento parecía estar bien muerto, igual que la mujer de la otra habitación). Lo primero, que la señora de la casa había gozado de una salud excelente en los cinco años que había estado la criada trabajando para ella. Hasta hace diez días; había comenzando a encontrarse mal, sin motivo aparente. Diarrea, náuseas y continuos vómitos, mareos, malestar en general. Había acudido al médico y éstos no tenían ni idea de qué podía ser. Le habían recetado unos medicamentos que no le habían provocado mejora alguna. Veneno, sí. Ésa idea aparecía bien clara en la mente del detective, ¿pero cómo? Sólo trabajaba ella en la casa, la criada era quien limpiaba, quién cocinaba… Y la mujer nunca comía fuera, al parecer era alérgica al gluten, intolerante a la lactosa y al marisco. Como para arriesgarse de ir a un restaurante… ¿Entonces? Alguien de fuera debió dárselo, a ella. Pero no a través de la comida, desde luego.
Volvieron a la habitación de antes, el ayudante de policía seguía en la puerta, custodiando la estancia, y la criada esperaba en el pasillo. Marcel observaba cada rincón, buscando lo que fuera, una simple pista… No importaba. Sus manos pasaban distraídamente por los muebles de la habitación, acariciando la madera de éstos con la yema de sus dedos. Se detuvo finalmente en el tocador, dónde había centenares de productos de belleza, pero dos únicos perfumes.
- Il Imagine… -susurró Marcel, cogiendo el frasco de perfume y observándolo detenidamente. Conocía el perfume, desde luego. Era uno de los más famosos, y también de los más vendidos. Creado por la respetada perfumista Viola de Lesseps. Y el otro… ¿broche de oro? No había oído hablar de esa fragancia en su vida. Cogió las dos y fue hasta el pasillo, para preguntarle a la criada-. ¿Estos dos perfumes eran de uso común por su señora?
-E-Ehm… -asintió repetidas veces-. Il Imagine era su perfume predilecto… Nunca usaba otro, y nunca he sabido que usara otro… La señora era una de las clientas más fieles de la señorita Lesseps, sin embargo… -su rostro pareció iluminarse, y por primera vez miró directamente a los castaños ojos del detective-. El otro no… hace cosa de diez días vino un chico, dijo que era aprendiz de Lesseps, un enviado suyo… Y que traía un perfume en pruebas, el cual entregaban a las clientas más fieles, para ver si era de su agrado… El broche de Oro, lo llamó.
-Señor Roux… ya tenemos caso y arma del crimen -dijo con una alegría poco común en él, alzando el perfume y agitando éste; provocando que el líquido de su interior se moviera de un lado a otro.
Mediodía, Biblioteca Mazarino de París.
Estaba claro para Marcel que la señorita Lesseps no tenía nada que ver en el asesinato de una de sus clientas. No creía que su estupidez fuera tan inmensa como para dejar unas pruebas tan evidentes. ¿Una trampa, tal vez? Sí, podía ser una opción válida. ¿Pero por qué, y quién? Sin embargo en el resto de la comisaría no estaba todo tan claro (eran así de ineptos y además, siempre querían cerrar los casos cuanto más rápido mejor). Pensaban que la perfumista era la culpable, a pesar de todo. Los inspectores superiores de Maupassant le habían dicho que tenía solamente diez días para demostrar que sus teorías eran ciertas (sabían que era inteligente y que probablemente tendría razón… pero cielo santo, qué manía le tenían…). Si en diez días no daba con el supuesto verdadero culpable, la señorita Lesseps sería arrestada. Marcel trabajaba contrarreloj. Algo que le provocaba una excitación asombrosa; cuántos más impedimentos había para resolver un caso rocambolesco, mejor se lo pasaba él. No se daba cuenta de que había vidas inocentes pendiendo de un hilo.
-Señor Maupassant… -dijo la bibliotecaria, sentada en una de las mesas libres que había en la biblioteca, al lado de Maupassant. Había un montón de libros sobre esa mencionada mesa. Todos sobre diferentes tipos de venenos-. Lo que yo sospechaba… Ricina, es el veneno que entra en los patrones de lo que busca… Muerte por inhalación en unos diez días, vómitos, diarrea y deshidratación. Apenas 500 microgramos sirven para asesinar a una persona adulta; y se obtiene a partir de la pulpa de la semilla del recino, una planta originaria de África, pero se puede cultivar en casi cualquier lugar si hay un clima cálido. El proceso para extraer el veneno, al parecer, es muy sencillo…
Marcel sonrió como un crío pequeño que se encontraba ante una juguetería para él sólo.
-Muchísimas gracias, señorita Seydoux. Le debo una, ya lo sabe -hizo una exagerada reverencia, y sin más, se fue de allí.
Perfumería Il imaginé, París. Anocheciendo.
No le daba tiempo… Si no se daba prisa no llegaría a la perfumería antes del cierre, y perdería un día precioso para adelantar en el caso. Corría a todo tren por las calles de París, ante la mirada extrañada de los viandantes. Le había dicho a su ayudante que procurara ir al periódico y evitar que la noticia del asesinato diera a luz (después de todo, la asesinada era una mujer de importante categoría, muy famosa en la capital francesa). No quería dejar al asesino bajo previo aviso… Mejor pillarle por sorpresa y que no le diera tiempo a huir. Darle a entender que su crimen había resultado un éxito, que la incapaz policía parisina había supuesto que la muerte de la señora era natural.
Vio el cartel de cerrado, pero no dudó en entrar a pesar de ello. Estaba en una misión, como se solía decir a sí mismo. Echó un vistazo rápido al lugar, observando los perfumes en las estanterías, pero ni rastro del Broche de Oro.
-Cerrada para los clientes, supongo, pero no para mí -dijo el detective, con una voz agotada, respirando hondo para recuperar el aliento. Se quitó su sombrero negro de copa (vestía completamente de negro), e hizo una pequeña reverencia con su cabeza-. Marcel de Maupassant, detective -se presentó, dejando sobre la mesa su certificación como detective, y depositando también los dos frascos-. Este perfume, Il Imaginé, es suyo -sentenció-. ¿Y éste otro…? -señaló el Broche de Oro, con una sonrisa en sus labios. Una sonrisa falsa y forzada, pero que sólo alguien muy conocedor en el arte de la mentira podría interpretar como tal, que era falsa-. Ha sido usado para asesinar a la señora Bourqué… cliente suya, ¿cierto?
Espetó eso último sin más, sin tacto alguno. Ni se le había pasado por la cabeza que tal vez la señora Bourqué podría ser amiga de la perfumista, y no sólo una clienta… Pero lo importante era ése perfume. ¿Sería realmente de la señorita Lesseps? ¿O era una imitación? ¿Podría ser robado…? Ah, tantas preguntas y tan poco tiempo…
-¿Ve algo, detective? -preguntó una juvenil voz. Un ayudante de policía que estaba situado bajo el arco de la puerta, impidiendo bajo mandato de su superior que no entrara nadie.
-¿Ves tú algo, señor… eh…? -el detective carraspeó, dirigiendo sus ojos desde el cuerpo inerte de una mujer, sobre una enorme y variopinta cama, al chaval; por primera vez desde que éste había aparecido en la habitación, en aquella escena del crimen-. ¿Cómo dices que te llamabas?
-Loius Roux, señor Maupassasnt -murmuró el muchacho, con una voz temblorosa. Todos conocían el temperamento del detective. El mal humor que solía tener, sus cambios de humor cuando algo no salía bien… y su extraña obsesión con determinados casos. Está loco, solían decir en la comisaría-. Y bueno… -se rascó la cabeza, pensando-. Veo una mujer de unos cincuenta años muerta sobre la cama, como si estuviera dormida… y… esto… ¿nada más? ¿Muerte natural?
Se notaba poco a poco, en su habla, que se iba emocionando. De acuerdo, ése detective, Marcel de Maupassant, no tenía muy buena fama respecto a su forma de ser y/o comportarse, pero su fama en resolver los casos más extraños y complicados le precedía. El ayudante de policía Roux le admiraba. Así de claro.
-No hay señales de forcejeo en toda la habitación -contestó Maupassant, sentándose en la cama, al lado del cadáver, con una enorme sonrisa en sus labios-. Y según nos ha dicho la criada, no han robado absolutamente nada… Todo está en orden. Así que es hora de inspeccionar el cadáver, señor Roux. Dígale a la criada que pase, por favor.
El joven Louis asintió, yendo hacia la cocina de la casa, dónde se encontraba la criada. Mientras tanto, Marcel, observaba el cuerpo de la mujer. En un principio se fijó en que no había ni un solo signo de forcejo. No había heridas, ni moratones… Nada de nada. Chasqueó la lengua, inclinándose un poco sobre el cuerpo muerto. Y ajá, ¡ahí estaba! De su boca salía un líquido verdoso, que olía bastante mal, todo hay que decirlo. Sacó sus guantes de cuero de uno de los bolsillos de su chaqueta (odiaba tocar ese tipo de cosas con sus propias manos). Y abrió la boca de la mujer. Vómito. Sí, eso era. Movió con cuidado el cuerpo, viendo como debajo de ella había algo mucho más desagradable. Antes de morir debió tener una diarrea sanguinolenta terrible. Marcel cerró los ojos, volviendo a dejar a la mujer como antes. Una de las causas que le venía primero a la cabeza era la deshidratación, causada por un envenenamiento; eran signos típicos en esa clase de asesinatos. ¿Pero qué clase de veneno, y lo más importante, cómo se había introducido en su cuerpo?
-Señor Maupassant… la criada ya está aquí -dijo el ayudante, dejando que una mujer de unos veinte años entrara. La chica parecía estar a punto de llorar, otra vez. Se notaba que debía haber estado llorando prácticamente desde que encontró el cuerpo muerto de su señora.
-Genial -comentó el detective, levantándose de la cama y dirigiéndose hasta la criada. Estuvo observándola unos siete minutos. Sin decir nada. El ayudante iba a decir algo, cuando Marcel le hizo una señal para que se mantuviera callado. En ésos siete minutos Marcel estaba por apostar que la joven, con sus gestos, con su llanto, no mentía. Y si lo hacía, debía dedicarse a ser actriz en el mejor teatro de París antes que limpiar la mierda de los demás-. Oh, mujer… no se ponga nerviosa, ¿de acuerdo? -murmuró Maupassant, al ver que tras ese largo silencio de observación la chica se estaba poniendo más y más nerviosa. Su respiración alterada le delataba a kilómetros-. Dígame, ¿cuándo llamó a la policía? ¿Esta mujer… gozaba de buena salud?
-S-Sí… -la chavala miró de reojo a la mujer, y rompió a llorar.
-Por el amor de Dios… Louis, sígueme, vamos a otra habitación -dijo el detective finalmente, para así interrogar tranquilamente a la sirvienta.
Y en el salón se siguieron preguntas y respuestas, una tras otra. De todo ello Maupassant pudo saber varias cosas de interés (además de darse cuenta de que aquel caso era interesante, y que por fin su aburrimiento parecía estar bien muerto, igual que la mujer de la otra habitación). Lo primero, que la señora de la casa había gozado de una salud excelente en los cinco años que había estado la criada trabajando para ella. Hasta hace diez días; había comenzando a encontrarse mal, sin motivo aparente. Diarrea, náuseas y continuos vómitos, mareos, malestar en general. Había acudido al médico y éstos no tenían ni idea de qué podía ser. Le habían recetado unos medicamentos que no le habían provocado mejora alguna. Veneno, sí. Ésa idea aparecía bien clara en la mente del detective, ¿pero cómo? Sólo trabajaba ella en la casa, la criada era quien limpiaba, quién cocinaba… Y la mujer nunca comía fuera, al parecer era alérgica al gluten, intolerante a la lactosa y al marisco. Como para arriesgarse de ir a un restaurante… ¿Entonces? Alguien de fuera debió dárselo, a ella. Pero no a través de la comida, desde luego.
Volvieron a la habitación de antes, el ayudante de policía seguía en la puerta, custodiando la estancia, y la criada esperaba en el pasillo. Marcel observaba cada rincón, buscando lo que fuera, una simple pista… No importaba. Sus manos pasaban distraídamente por los muebles de la habitación, acariciando la madera de éstos con la yema de sus dedos. Se detuvo finalmente en el tocador, dónde había centenares de productos de belleza, pero dos únicos perfumes.
- Il Imagine… -susurró Marcel, cogiendo el frasco de perfume y observándolo detenidamente. Conocía el perfume, desde luego. Era uno de los más famosos, y también de los más vendidos. Creado por la respetada perfumista Viola de Lesseps. Y el otro… ¿broche de oro? No había oído hablar de esa fragancia en su vida. Cogió las dos y fue hasta el pasillo, para preguntarle a la criada-. ¿Estos dos perfumes eran de uso común por su señora?
-E-Ehm… -asintió repetidas veces-. Il Imagine era su perfume predilecto… Nunca usaba otro, y nunca he sabido que usara otro… La señora era una de las clientas más fieles de la señorita Lesseps, sin embargo… -su rostro pareció iluminarse, y por primera vez miró directamente a los castaños ojos del detective-. El otro no… hace cosa de diez días vino un chico, dijo que era aprendiz de Lesseps, un enviado suyo… Y que traía un perfume en pruebas, el cual entregaban a las clientas más fieles, para ver si era de su agrado… El broche de Oro, lo llamó.
-Señor Roux… ya tenemos caso y arma del crimen -dijo con una alegría poco común en él, alzando el perfume y agitando éste; provocando que el líquido de su interior se moviera de un lado a otro.
Mediodía, Biblioteca Mazarino de París.
Estaba claro para Marcel que la señorita Lesseps no tenía nada que ver en el asesinato de una de sus clientas. No creía que su estupidez fuera tan inmensa como para dejar unas pruebas tan evidentes. ¿Una trampa, tal vez? Sí, podía ser una opción válida. ¿Pero por qué, y quién? Sin embargo en el resto de la comisaría no estaba todo tan claro (eran así de ineptos y además, siempre querían cerrar los casos cuanto más rápido mejor). Pensaban que la perfumista era la culpable, a pesar de todo. Los inspectores superiores de Maupassant le habían dicho que tenía solamente diez días para demostrar que sus teorías eran ciertas (sabían que era inteligente y que probablemente tendría razón… pero cielo santo, qué manía le tenían…). Si en diez días no daba con el supuesto verdadero culpable, la señorita Lesseps sería arrestada. Marcel trabajaba contrarreloj. Algo que le provocaba una excitación asombrosa; cuántos más impedimentos había para resolver un caso rocambolesco, mejor se lo pasaba él. No se daba cuenta de que había vidas inocentes pendiendo de un hilo.
-Señor Maupassant… -dijo la bibliotecaria, sentada en una de las mesas libres que había en la biblioteca, al lado de Maupassant. Había un montón de libros sobre esa mencionada mesa. Todos sobre diferentes tipos de venenos-. Lo que yo sospechaba… Ricina, es el veneno que entra en los patrones de lo que busca… Muerte por inhalación en unos diez días, vómitos, diarrea y deshidratación. Apenas 500 microgramos sirven para asesinar a una persona adulta; y se obtiene a partir de la pulpa de la semilla del recino, una planta originaria de África, pero se puede cultivar en casi cualquier lugar si hay un clima cálido. El proceso para extraer el veneno, al parecer, es muy sencillo…
Marcel sonrió como un crío pequeño que se encontraba ante una juguetería para él sólo.
-Muchísimas gracias, señorita Seydoux. Le debo una, ya lo sabe -hizo una exagerada reverencia, y sin más, se fue de allí.
Perfumería Il imaginé, París. Anocheciendo.
No le daba tiempo… Si no se daba prisa no llegaría a la perfumería antes del cierre, y perdería un día precioso para adelantar en el caso. Corría a todo tren por las calles de París, ante la mirada extrañada de los viandantes. Le había dicho a su ayudante que procurara ir al periódico y evitar que la noticia del asesinato diera a luz (después de todo, la asesinada era una mujer de importante categoría, muy famosa en la capital francesa). No quería dejar al asesino bajo previo aviso… Mejor pillarle por sorpresa y que no le diera tiempo a huir. Darle a entender que su crimen había resultado un éxito, que la incapaz policía parisina había supuesto que la muerte de la señora era natural.
Vio el cartel de cerrado, pero no dudó en entrar a pesar de ello. Estaba en una misión, como se solía decir a sí mismo. Echó un vistazo rápido al lugar, observando los perfumes en las estanterías, pero ni rastro del Broche de Oro.
-Cerrada para los clientes, supongo, pero no para mí -dijo el detective, con una voz agotada, respirando hondo para recuperar el aliento. Se quitó su sombrero negro de copa (vestía completamente de negro), e hizo una pequeña reverencia con su cabeza-. Marcel de Maupassant, detective -se presentó, dejando sobre la mesa su certificación como detective, y depositando también los dos frascos-. Este perfume, Il Imaginé, es suyo -sentenció-. ¿Y éste otro…? -señaló el Broche de Oro, con una sonrisa en sus labios. Una sonrisa falsa y forzada, pero que sólo alguien muy conocedor en el arte de la mentira podría interpretar como tal, que era falsa-. Ha sido usado para asesinar a la señora Bourqué… cliente suya, ¿cierto?
Espetó eso último sin más, sin tacto alguno. Ni se le había pasado por la cabeza que tal vez la señora Bourqué podría ser amiga de la perfumista, y no sólo una clienta… Pero lo importante era ése perfume. ¿Sería realmente de la señorita Lesseps? ¿O era una imitación? ¿Podría ser robado…? Ah, tantas preguntas y tan poco tiempo…
Marcel de Maupassant- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 08/01/2014
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Re: Abriendo las puertas nuevamente [Privado]
Una voz cortante resonó entre las vitrinas, mis ojos se posaron sin mas sobre aquel hombre que se presentaba agitadamente tan solo con escuchar que era un detective mi piel se erizo por completo, mi clientela era fiel, conocía las vidas y no vidas de cada uno, no era que yo fuera chismosa, sino que ellos mismos venían contándome sus problemas, sus líos amorosos, lo que deseaban, sus sueños frustrados y todo aquellos que sirviera para desahogarse, a parte del solo hecho de vender perfumes era una muy buena confidente, por decir que sabia de que perfume ocupaban hasta las infinitas amantes de ciertos caballeros de la alta sociedad. Pero aun así ¿Qué hacia el Monsieur Maupassant en mi perfumería? A simple vista no venia por la compra de algún perfume y lo aclaro cuando poso sobre el mostrador dos perfumes, y el aire pareció faltarme cuando dijo aquella palabra “Asesinar” – Madame Bourquè Asesinada, ella... por ella estoy en París, amiga de la familia- dije con un hilo de voz, pude sentir como mis cejas se alzaron de la impresión y todo pareció volverse negro, aquella dama había conocido a mi padre, era mas por ella me había venido a vivir a París, y aun recordaba las palabras de ellas cuando fue a la perfumería de mi padre en Londres “ A París le hace falta de su magia… de aquellos aromas que enamoran y te hacen soñar” pestañee un par de veces y no sabia que decir ni mucho menos que hacer, asentí con la cabeza ante lo que me preguntaba de los perfumes y como acto reflejo tome el otro frasco y lo quede mirando.
Il Imagine – susurre – Aquel perfume es de mi creación, pero este – arrugue la frente – Tengo de estos frascos – musite – Pero están todos vacíos – o al menos eso era lo que sabia, reconocía el frasco, era en forma de gota con un pequeño tallado de una pluma en la superficie visible- Encargue de este modelo de frascos hace poco mas de un mes, son traídos de la India – agregué – Me llegaron diez de estos frascos, para un perfume que aun no creo – Me apresure en decir – Es mas puedo mostrarle los frascos – me quede en silencio por un largo momento ¿Y si me faltaba alguno? le quede mirando aun con la boca completamente cerrada - Yo, puedo saber que contiene aquel perfume Detective - dije con certeza, si, en realidad podía saber lo que contenía cualquier perfume, mi padre se había encargado de que estudiara que no solo me quedara con la creación primitiva de perfumes si no que fuera mas allá, ayudada de la química y biología pude lograr que fragancias se adhieran mejor según los pH de las personas, como decía el "Mejor saber, que te pillen que no sabes de lo que hablas" no sabia que hacer primero ni mucho menos que decir. Las pruebas tal vez apuntaban a que yo era quien había cometido tal atrocidad, tenia un nudo en la garganta. Por mi cabeza pasaban centenares de ideas, de rostros, de secretos, ahora el saber parecía estar en mi contra. El detective parecía decidido a buscar respuestas y es mas yo también deseaba saber aquellas respuestas, pero no sabia que preguntar ni mucho menos que hacer.
Detective - hable al fin pero mi voz salio casi como un suave susurro - ¿Creen que yo lo hice, cierto? - le quede mirando directo a los ojos mientras aun sostenía aquel frasco y lo inspeccionaba cuidadosamente, no quería abrirlo, tal vez podría ser letal al olfato, tenia miedo y mil posibilidades en mi cabeza, pero ciertamente había una verdad yo no había sido y estaba dispuesta a probarlo aun cuando mi reputación estuviera en juego. Basta de pavadas, tenia el que hacer su trabajo y yo limpiar mi nombre frente a el - Dígame en que puedo ayudarle, yo no he cometido ningún asesinato y si usted cree que fui estoy dispuesta a limpiar mi nombre y el de mi perfumería. - ciertamente hasta yo misma me había sorprendido por lo que había salido de mis labios, pero era necesario, si esto salia a la luz la perfumería se iría abajo, París creería que yo era una asesina. Mi estomago se apretó aun no podía creer del todo que lo que me decía el detective era cierto, sentía unas ganar tremendas de llorar, a final de cuentas Madame Bourquè era por decirlo así una amiga tanto de mi padre como mía, tomábamos el te, a veces la acompañaba a la opera o al ballet, nuestra relación era bastante unida.
Moví mi cabeza y pensé rápidamente que hacer, primero si mostrarle los frascos o llevarlo a mi laboratorio para empezar la separación de las fragancias, la ansiedad me estaba comiendo en ese momento y los nervios recorrían por mi piel como si fuera de vida o muerte ¿A caso no lo era? quede mirando las estanterías mientras pensaba donde había dejado aquella caja con los frascos de cristal, estaba ya a esas horas abierta a todo lo que el detective quisiera hacer, interrogatorio, revisar la perfumería, el laboratorio, mi otro laboratorio que tenia en mi mansión, lo que deseara, había un culpable que deseaba ocultarse bajo mi nombre ¿Quien deseaba dejarme mal? ¿y mas matando a una de las clientas mas fieles que había tenido la Familia de Lesseps? muchas preguntas aparecían en mi cabeza, alguien no solamente quería dañar a Madame Bourquè si no también a mi. - Digame que hago primero - fue lo ultimo que pude decir antes de que el comenzara hablar. La ansiedad seguía comiéndome y esperaba no jugara en mi contra aquello.
Il Imagine – susurre – Aquel perfume es de mi creación, pero este – arrugue la frente – Tengo de estos frascos – musite – Pero están todos vacíos – o al menos eso era lo que sabia, reconocía el frasco, era en forma de gota con un pequeño tallado de una pluma en la superficie visible- Encargue de este modelo de frascos hace poco mas de un mes, son traídos de la India – agregué – Me llegaron diez de estos frascos, para un perfume que aun no creo – Me apresure en decir – Es mas puedo mostrarle los frascos – me quede en silencio por un largo momento ¿Y si me faltaba alguno? le quede mirando aun con la boca completamente cerrada - Yo, puedo saber que contiene aquel perfume Detective - dije con certeza, si, en realidad podía saber lo que contenía cualquier perfume, mi padre se había encargado de que estudiara que no solo me quedara con la creación primitiva de perfumes si no que fuera mas allá, ayudada de la química y biología pude lograr que fragancias se adhieran mejor según los pH de las personas, como decía el "Mejor saber, que te pillen que no sabes de lo que hablas" no sabia que hacer primero ni mucho menos que decir. Las pruebas tal vez apuntaban a que yo era quien había cometido tal atrocidad, tenia un nudo en la garganta. Por mi cabeza pasaban centenares de ideas, de rostros, de secretos, ahora el saber parecía estar en mi contra. El detective parecía decidido a buscar respuestas y es mas yo también deseaba saber aquellas respuestas, pero no sabia que preguntar ni mucho menos que hacer.
Detective - hable al fin pero mi voz salio casi como un suave susurro - ¿Creen que yo lo hice, cierto? - le quede mirando directo a los ojos mientras aun sostenía aquel frasco y lo inspeccionaba cuidadosamente, no quería abrirlo, tal vez podría ser letal al olfato, tenia miedo y mil posibilidades en mi cabeza, pero ciertamente había una verdad yo no había sido y estaba dispuesta a probarlo aun cuando mi reputación estuviera en juego. Basta de pavadas, tenia el que hacer su trabajo y yo limpiar mi nombre frente a el - Dígame en que puedo ayudarle, yo no he cometido ningún asesinato y si usted cree que fui estoy dispuesta a limpiar mi nombre y el de mi perfumería. - ciertamente hasta yo misma me había sorprendido por lo que había salido de mis labios, pero era necesario, si esto salia a la luz la perfumería se iría abajo, París creería que yo era una asesina. Mi estomago se apretó aun no podía creer del todo que lo que me decía el detective era cierto, sentía unas ganar tremendas de llorar, a final de cuentas Madame Bourquè era por decirlo así una amiga tanto de mi padre como mía, tomábamos el te, a veces la acompañaba a la opera o al ballet, nuestra relación era bastante unida.
Moví mi cabeza y pensé rápidamente que hacer, primero si mostrarle los frascos o llevarlo a mi laboratorio para empezar la separación de las fragancias, la ansiedad me estaba comiendo en ese momento y los nervios recorrían por mi piel como si fuera de vida o muerte ¿A caso no lo era? quede mirando las estanterías mientras pensaba donde había dejado aquella caja con los frascos de cristal, estaba ya a esas horas abierta a todo lo que el detective quisiera hacer, interrogatorio, revisar la perfumería, el laboratorio, mi otro laboratorio que tenia en mi mansión, lo que deseara, había un culpable que deseaba ocultarse bajo mi nombre ¿Quien deseaba dejarme mal? ¿y mas matando a una de las clientas mas fieles que había tenido la Familia de Lesseps? muchas preguntas aparecían en mi cabeza, alguien no solamente quería dañar a Madame Bourquè si no también a mi. - Digame que hago primero - fue lo ultimo que pude decir antes de que el comenzara hablar. La ansiedad seguía comiéndome y esperaba no jugara en mi contra aquello.
Viola de Lesseps- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/06/2010
Edad : 38
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