AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
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Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Me encontraba en el campamento gitano sentada en uno de los escalones de madera del exterior de un desvencijado carromato que nadie utilizaba para nada y que al encontrarse prácticamente en el límite de lo que se consideraba área gitana y zona de bosques me permitía sumirme en mis propios pensamientos tras haber buscado algo de tiempo para mi misma. La vieja abuela estaba un poco delicada de salud lo cual me tenía bastante preocupada, me había dedicado a cuidarla e ir a verla estos últimos días pero a pesar de la profunda toz que solía salir de sus enronquecidos pulmones y de la mucosidad de color verde que escupía en una cuenca que mantenía al lado de la cama, me recibía siempre con una sonrisa e insistía en que era culpa de los cambios del clima, soleados en ocasiones y en otros tan frío que calaba los huesos. Decía ella que ya le había sucedido antes y que pronto se le pasaría pero a pesar del buen ánimo que presentaba ante mis ojos cuando iba a verla me preocupaba el verla tan enflaquecida por lo que cuando uno de los niños del campamento irrumpió frente a mis ojos con la respiración agitada indicándome que a la abuela se le había acabado la medicina y que era necesario que alguien fuera al hospital a conseguir una nueva receta de parte del doctor no tardé ni dos segundos en tomar la decisión de ir yo misma.
-P-pero Dominika no crees que sería mejor que Alexey o el viejo Vassily fueran en tu lugar?- La voz infantil acompañada del rostro de Yurik me miraba con bastante preocupación. -E-es de noche y si vas tu sola... permíteme acompañarte entonces.- Su pecho se hinchó desplegando valentía al realizar su ofrecimiento pero negué con la cabeza. -Alguien tiene que permanecer cerca de la abuela por si necesitase algo. Será mejor que ese seas tú Yurik. Yo volveré pronto.- Me levanté dispuesta a emprender el camino y tras avanzar unos pasos giré para verle. -¡Ah! Pero será mejor que no le digas a nadie adonde fui. Ya sabes, no todos confían en la medicina de los payos. ¡Estaré de vuelta pronto!-
Dicho eso tomé el camino que me llevaría al hospital, el cual se encontraba a un par de horas de distancia del campamento pero estaba acostumbrada a realizar largas caminatas y estaba motivada a ir. Aunque la vieja abuela no fuera mi pariente de sangre me sentía más unida a ella que a nadie desde que mi madre se había marchado de París. Había encontrado en la vieja romaní un entrañable consuelo y cariño por lo que le estaba profundamente agradecida y por lo que nada que hiciera por ella me parecía demasiado.
Es por eso que tras un par de horas me encontré frente a un enorme edificio rojo de ladrillo con un gran letrero blanco en su fachada que imaginé diría el nombre del mismo, cosa que no pude comprobar ya que no sabía leer ni escribir cosa de la cual no me sentía nada orgullosa y que si era sincera hubiera deseado remediar.
Cuando entré en el lugar esperé encontrarme con la misma reacción de siempre, las miradas despectivas provenientes de los payos al notar que una romaní se atrevía a incursionar en sus dominios pero para mi sorpresa nadie pareció reparar en mi. El interior del edificio era muy amplio, numerosas camas se encontraban alineadas unas junto a otras con personas yaciendo en ellas. Algunas se quejaban, otras parecían inconscientes. Era la primera vez que me encontraba en un lugar así y al principio no estaba segura de que hacer. Al ver a una mujer uniformada de blanco me dirigí a ella y tras ser dirigida de un lugar a otro finalmente di con una a quien le expliqué nuevamente la situación y quien me indicó que el doctor al que buscaba se encontraba ocupado y que tendría que esperar para verle.
Asentí y mientras esperaba dirigí mi mirada a mi alrededor caminando entre las camas de los enfermos y heridos. Una señora mayor parecía pedir algo con insistencia, me acerqué y pronto advertí que lo que quería era agua por lo que tras buscar y preguntar durante varios minutos pude finalmente conseguir una taza con el vital líquido y la llevé hacia la señora a quien ayudé a incorporarse. Bebió con cierta dificultad y tras ayudarla a recostarse y darme cuenta de que se quedaba dormida volví a caminar por el lugar escuchando los quejidos de los pacientes. Repentinamente pensé que mientras esperaba por el doctor quizás podría ayudar un poco...
-P-pero Dominika no crees que sería mejor que Alexey o el viejo Vassily fueran en tu lugar?- La voz infantil acompañada del rostro de Yurik me miraba con bastante preocupación. -E-es de noche y si vas tu sola... permíteme acompañarte entonces.- Su pecho se hinchó desplegando valentía al realizar su ofrecimiento pero negué con la cabeza. -Alguien tiene que permanecer cerca de la abuela por si necesitase algo. Será mejor que ese seas tú Yurik. Yo volveré pronto.- Me levanté dispuesta a emprender el camino y tras avanzar unos pasos giré para verle. -¡Ah! Pero será mejor que no le digas a nadie adonde fui. Ya sabes, no todos confían en la medicina de los payos. ¡Estaré de vuelta pronto!-
Dicho eso tomé el camino que me llevaría al hospital, el cual se encontraba a un par de horas de distancia del campamento pero estaba acostumbrada a realizar largas caminatas y estaba motivada a ir. Aunque la vieja abuela no fuera mi pariente de sangre me sentía más unida a ella que a nadie desde que mi madre se había marchado de París. Había encontrado en la vieja romaní un entrañable consuelo y cariño por lo que le estaba profundamente agradecida y por lo que nada que hiciera por ella me parecía demasiado.
Es por eso que tras un par de horas me encontré frente a un enorme edificio rojo de ladrillo con un gran letrero blanco en su fachada que imaginé diría el nombre del mismo, cosa que no pude comprobar ya que no sabía leer ni escribir cosa de la cual no me sentía nada orgullosa y que si era sincera hubiera deseado remediar.
Cuando entré en el lugar esperé encontrarme con la misma reacción de siempre, las miradas despectivas provenientes de los payos al notar que una romaní se atrevía a incursionar en sus dominios pero para mi sorpresa nadie pareció reparar en mi. El interior del edificio era muy amplio, numerosas camas se encontraban alineadas unas junto a otras con personas yaciendo en ellas. Algunas se quejaban, otras parecían inconscientes. Era la primera vez que me encontraba en un lugar así y al principio no estaba segura de que hacer. Al ver a una mujer uniformada de blanco me dirigí a ella y tras ser dirigida de un lugar a otro finalmente di con una a quien le expliqué nuevamente la situación y quien me indicó que el doctor al que buscaba se encontraba ocupado y que tendría que esperar para verle.
Asentí y mientras esperaba dirigí mi mirada a mi alrededor caminando entre las camas de los enfermos y heridos. Una señora mayor parecía pedir algo con insistencia, me acerqué y pronto advertí que lo que quería era agua por lo que tras buscar y preguntar durante varios minutos pude finalmente conseguir una taza con el vital líquido y la llevé hacia la señora a quien ayudé a incorporarse. Bebió con cierta dificultad y tras ayudarla a recostarse y darme cuenta de que se quedaba dormida volví a caminar por el lugar escuchando los quejidos de los pacientes. Repentinamente pensé que mientras esperaba por el doctor quizás podría ayudar un poco...
Última edición por Dominika Ankudinov el Jue Feb 13, 2014 2:07 pm, editado 4 veces
Dominika Ankudinov- Gitano
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Fecha de inscripción : 10/09/2013
Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
La noche invernal de París se clavaba cruelmente como un cuchillo en la espalda de Anette, sus huesos, doloridos por el frío y la humedad, mermaban sus fuerzas y las llevaban hasta el mas extremo limite. El escaso abrigo del que disponía la bruja era claramente insuficiente y el hecho de no disponer si quiera de calzado no ayudaba. Los dedos de sus pies, encogidos por el frío, llenos de llagas de tanto andar, parecían los de un alpinista que se aventura demasiado alto sin protección suficiente y normalmente esas historias no terminan bien. Los lentos pasos de la muchacha se detuvieron frente a un gran edificio de ladrillo rojo, sobre la entrada de este un gran cartel blanco "Hôpital de Saint-Denis". Sobre su temblorosa mano derecha, el ultimo franco que le quedaba, pero era mucho mas importante sobrevivir a la enfermedad aquella noche que el comer, ya que podía aguantar mas de un día sin echarse nada al estomago, de hecho estaba acostumbrada a ello, llevaba ya tres días sin comer.
- Vamos querida, entra, necesitas ayuda, necesitas medicinas para bajarte la fiebre, no puedes dejarnos solos, ¿ que será de mi si me dejas sola con Gastón ? - Catherine bromeaba tomando la gelida mano de Anette, una mano que no le ofrecía ningún calor, tan solo cierto alivio al ver que no estaba sola en esto.
- Deja de decir chorradas Catherine, todas las chicas sois iguales, llevamos muchos años juntos y hasta ahora le ha ido perfectamente sin la ayuda de nadie, no es la primera vez que enferma ni la primera vez que tiene fiebre - Gastón separaba a ambas chicas, el brazo de Anette que hacía segundos se alzaba con unas fuerzas de procedencia desconocida caía con pesadez. - Deberíamos irnos, buscar el sitio mas calido posible para dormir y te pondrás bien sola, cuando te recuperes del todo usaremos ese franco para comer algo. ¿ Quien crees que tiene razón ?.
Los ojos de Anette se llenaban de lágrimas " ¿Por que Gastón siempre me hace decidir entre ambos?, no me gusta llevarle la contraria a ninguno". Aunque los pensamientos de la joven eran claros era incapaz de quejarse y con gran timidez y tartamudeo por el frío y el sollozo su única respuesta fue breve y concisa - Yo...me siento muy mal...no quiero morir. El silenció inundó la entrada del hospital y tanto la imagen de Gastón como la de Catherine se fundieron en un abrazo con la enfermiza chiquilla. - Perdona, tienes razón, que nos atiendan y te curen, ya comeremos otro día, ¿ vale ? - Gastón sonreía y procedieron a entrar en el hospital.
Pasillos llenos de gente, enfermeras de un lado para otro, numerosos enfermos por doquier, sin duda el invierno había azotado con fuerza la capital francesa, y mucha gente sucumbía a la gripe y la fiebre. Pero la chica permanecía inmóvil, rodeada de todos los desconocidos, sin decir palabra alguna. - Si no vas a decir ni hacer nada no nos sirve estar aquí - Gastón de brazos cruzados apoyado en una pared mostraba su descontento - Gastón, deja de ser tan impertinente, la pobre esta enferma...prueba a llamar la atención de aquel caballero, tiene pinta de ser un medico, venga, animo - Catherine animaba a la chica a hacerlo con su cariño y dulzura habitual, que sería de Anette sin ella...
El doctor, de espaldas, ajeno a toda situación notó sin esperarlo un leve tirón de su bata, girándose para encontrarse frente a él a la joven, en un estado mas que lamentable. El hombre suspiró y cruzándose de brazos observó durante unos segundos a la chica, era fácil sacar un diagnostico. - Mira niña, lo siento, pero no damos tratamiento a huérfanos que vengan arrastrándose hasta aquí, las medicinas no son gratis y hay gente mas importante a las que darselas, esta siendo un invierno duro.
La mano de Anette mostró al doctor el franco que llevaba consigo, mas este negó con la cabeza, haciendo que las lágrimas se precipitasen en gran cantidad por las sonrojadas mejillas debido a la fiebre de la bruja. La moneda cayó al suelo, ya no tenia fuerzas ni para sostenerla ni para agacharse a por ella, únicamente se mantenía en pie de milagro.
-S'il vous plaît....yo...yo..le doy...es...es to...todo...cuanto tengo - La voz le salia sin apenas fuerza, de forma dubitativa, temblorosa, con una gran angustia que era arrastrada por cada letra que salia desde su garganta - P...p..po..por que..no quie...quiere a..ayu..ayudarme monsieur? - Si bien la escena era capaz de conmover a la mayoría de los presentes ninguno se atrevía a intervenir, el egoísmo era algo común en la sociedad parisina, el doctor continuaba con su negativa - Lo siento, no es suficiente - La respuesta, tan breve como tajante fue como el disparo de un revolver sobre la frente de la joven, que notó como las pocas fuerzas que la habían mantenido hasta ahora en pie la abandonaban, sus temblorosas piernas cedieron con el peso del resto del cuerpo, golpeando las rodillas con fuerza contra el suelo, estallando en un completo llanto. Ya no le importaba nada, nadie estaba dispuesto a ayudarla, ni si quiera un medico que se dedica a ayudar y salvar vidas estaba dispuesto a hacerlo sin pedirle mas de lo que podía darle. Había cientos de personas en el hospital, decenas en los pasillos que la rodeaban, pero se sentía mas sola que nunca.
Anette Sebille- Hechicero Clase Baja
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Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
La visión de las personas enfermas mermaba mi usualmente buen ánimo. No podía creer la enorme cantidad de camas. Desde donde me encontraba las hileras parecían interminables y se encontraban estas tan pegadas las unas a las otras que apenas cabía un alma apretándose entre ellas para poder atenderles. Sin embargo las enfermeras escaseaban, pude darme cuenta de eso enseguida. Me acerqué a otro hombre que al encontrarse delirante me aferró el brazo fuertemente llamándome Angelique. Las lágrimas se derramaban por sus mejillas, parecía tener una carga tan pesada en el alma que no tuve voluntad para desengañarle, y cuando tras pedirme perdón por el daño que le había hecho a Angelique le indiqué que lo hacía y que no se preocupara, el gesto de alivio y la paz que se reflejaron en el curtido rostro del hombre me sirvió para no arrepentirme de haberle engañado. Acomodé su almohada y me volteé, era imposible que los pacientes y enfermos me tomaran por una enfermera al no tener el uniforme blanco pero algunos más me llamaban para pedirme algún favor y nadie parecía molestarse porque lo hiciera y aún si lo hubieran hecho, ¿qué había de malo en brindar una mano aquí y allá?
Sobrecogida, terminé de apretar la mano de una anciana que me pedía que localizara a su nieto, este llevaba semanas sin venir a verle y la angustia de la mujer era palpable al no haber recibido noticias de él. Estaba convencida de que no le había abandonado, algo tenía que haberle pasado. Asentí y le sonreí levemente, reconfortándola con ese mínimo gesto al presionar su arrugada mano y entonces recordé a que había venido. No debía olvidar lo importante que era conseguir la receta para la abuela.
Volví a encontrarme con la anterior enfermera que me había dicho que esperara. Esta me indicó que el doctor había terminado con el previo paciente y que lo encontraría en uno de los pasillos del ala sur. En cuanto escuché esas palabras me apresuré y casi corrí pero me detuve al contemplar una inesperada escena. Una chica muy joven de cabello rubio que lloraba y suplicaba ser atendida. Escuché como el médico se había negado a ayudarla prácticamente echándola del lugar y despreciándola al llamarla "huérfana". La indignación me embargó. Recordé lo que era ser víctima de los prejuicios de los demás pero lo que me parecía inaudito, lo que no acabé de comprender fue como un hombre que debería haberle ayudado se negaba por un tema como el dinero. Observé como la muchacha derrotada caía de rodillas sobre el suelo. Al parecer a nadie le importaba, cada quien estaba en su propio mundo. Mis pies se dirigieron hacia ella y arrodillándome a su lado toqué sus hombros. -Te enfermarás más si te dejas caer sobre el frío suelo ¿y no queremos que eso suceda verdad?- Le sonreí intentando animarla de esa manera y tomando su mano la ayudé a levantarse.
-Monsieur...- Llamé la atención del médico quien molesto por la nueva interrupción apenas me miró de lado. -Ha habido un error...- Mi mano temblaba al dirigirse a la bolsa de monedas que llevaba en mi cintura. Por un momento mis dedos se detuvieron sobre ella y se negaron a hacer lo que mi mente les había ordenado. -Esta chica es... es mi hermana y yo pagaré la consulta, tengo suficiente dinero para eso y la medicina que necesite.- Mis dedos tomaron la bolsa que con cuidado había amarrado con mi cinto alrededor de mi larga falda romaní y que contenía las monedas que debía usar para adquirir la receta de la abuela, pero ahora había otra prioridad. La abuela no se quedaría sin su medicina, lidiaría con eso después pero ahora debía asegurarme de que vieran a la chica, que de tan frágil parecía un pajarito apagado a quien hubieran cortado las alas, pero algo me motivaba a ayudarla.
El médico de expresión severa me observó unos segundos, pero si dudaba que en realidad fuéramos hermanas no dijo nada. Tomó la bolsa de monedas de mi mano, la abrió, revisó rápidamente el contenido y carraspeó antes de hablar. -Enfermera consígame una cama a la niña.- La enfermera nos miró bastante molesta pero obedeció y nos dijo que la siguiéramos. Tras caminar por varios pasillos corrió una cortina y señaló una camilla. -Allí, el doctor vendrá cuando pueda. Estamos muy ocupados y un cuadro gripal no es prioridad.- Estuve a punto de protestar pero me mordí la lengua, no ganaría nada si me peleaba con ella, así que simplemente tomé nuevamente a la chica de la mano y la ayudé a sentarse sobre las sábanas que cubrían lo que debería de haber sido una cama pero adonde al menos podría descansar. -Creo que acá estarás bien... seguramente el payo, es decir el doctor no tardará demasiado...- Le sonreí. -Por cierto si para los demás somos hermanas debería conocer tu nombre. Soy Dominika.-
Sobrecogida, terminé de apretar la mano de una anciana que me pedía que localizara a su nieto, este llevaba semanas sin venir a verle y la angustia de la mujer era palpable al no haber recibido noticias de él. Estaba convencida de que no le había abandonado, algo tenía que haberle pasado. Asentí y le sonreí levemente, reconfortándola con ese mínimo gesto al presionar su arrugada mano y entonces recordé a que había venido. No debía olvidar lo importante que era conseguir la receta para la abuela.
Volví a encontrarme con la anterior enfermera que me había dicho que esperara. Esta me indicó que el doctor había terminado con el previo paciente y que lo encontraría en uno de los pasillos del ala sur. En cuanto escuché esas palabras me apresuré y casi corrí pero me detuve al contemplar una inesperada escena. Una chica muy joven de cabello rubio que lloraba y suplicaba ser atendida. Escuché como el médico se había negado a ayudarla prácticamente echándola del lugar y despreciándola al llamarla "huérfana". La indignación me embargó. Recordé lo que era ser víctima de los prejuicios de los demás pero lo que me parecía inaudito, lo que no acabé de comprender fue como un hombre que debería haberle ayudado se negaba por un tema como el dinero. Observé como la muchacha derrotada caía de rodillas sobre el suelo. Al parecer a nadie le importaba, cada quien estaba en su propio mundo. Mis pies se dirigieron hacia ella y arrodillándome a su lado toqué sus hombros. -Te enfermarás más si te dejas caer sobre el frío suelo ¿y no queremos que eso suceda verdad?- Le sonreí intentando animarla de esa manera y tomando su mano la ayudé a levantarse.
-Monsieur...- Llamé la atención del médico quien molesto por la nueva interrupción apenas me miró de lado. -Ha habido un error...- Mi mano temblaba al dirigirse a la bolsa de monedas que llevaba en mi cintura. Por un momento mis dedos se detuvieron sobre ella y se negaron a hacer lo que mi mente les había ordenado. -Esta chica es... es mi hermana y yo pagaré la consulta, tengo suficiente dinero para eso y la medicina que necesite.- Mis dedos tomaron la bolsa que con cuidado había amarrado con mi cinto alrededor de mi larga falda romaní y que contenía las monedas que debía usar para adquirir la receta de la abuela, pero ahora había otra prioridad. La abuela no se quedaría sin su medicina, lidiaría con eso después pero ahora debía asegurarme de que vieran a la chica, que de tan frágil parecía un pajarito apagado a quien hubieran cortado las alas, pero algo me motivaba a ayudarla.
El médico de expresión severa me observó unos segundos, pero si dudaba que en realidad fuéramos hermanas no dijo nada. Tomó la bolsa de monedas de mi mano, la abrió, revisó rápidamente el contenido y carraspeó antes de hablar. -Enfermera consígame una cama a la niña.- La enfermera nos miró bastante molesta pero obedeció y nos dijo que la siguiéramos. Tras caminar por varios pasillos corrió una cortina y señaló una camilla. -Allí, el doctor vendrá cuando pueda. Estamos muy ocupados y un cuadro gripal no es prioridad.- Estuve a punto de protestar pero me mordí la lengua, no ganaría nada si me peleaba con ella, así que simplemente tomé nuevamente a la chica de la mano y la ayudé a sentarse sobre las sábanas que cubrían lo que debería de haber sido una cama pero adonde al menos podría descansar. -Creo que acá estarás bien... seguramente el payo, es decir el doctor no tardará demasiado...- Le sonreí. -Por cierto si para los demás somos hermanas debería conocer tu nombre. Soy Dominika.-
Dominika Ankudinov- Gitano
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Fecha de inscripción : 10/09/2013
Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Las lágrimas de Anette se precipitaban contra el suelo, derrotada, de rodillas, sin saber que hacer o que decir, sin saber que iba a ser de ella. Catherine posaba sus manos sobre sus mejillas, pegando frente con frente, sin decir nada.
- ¡ Eres un desgraciado !, ¿ y tu te haces llamar médico ?, ¿ por que no quieres atenderla ?, ya te ha dicho que no tiene mas dinero, ¡ ayudala joder ! - Gastón gritaba sin cesar al médico, pero tales gritos eran evidentemente ignorados, a ojos del doctor no había discusión alguna, huerfana sin dinero y solitaria, no había necesidad de gastar medicamentos, pero a ojos de la bruja, nadie de la sala prestaba atención a su llanto, a los gritos de su amigo pidiendo auxilio, al vano intento de Catherine por consolarla, ¿ como iba a poder confiar en nadie si nadie intercedía por ninguno de los tres ?. De pronto algo inesperado ocurrió, unas manos se posaron sobre sus hombros y una sensación de calidez recorrió su espiritu, era completamente diferente a cuando se abrazaba o tomaba de las manos a Gastón y Catherine, era una sensación distinta, que en cierto sentido la llenaba. Tal inesperada situación la cogió por sorpresa, haciendo que aferrase inicialmente sus brazos contra su pecho, asustada, pero en cuanto la extraña tomó su mano se dejó llevar, tampoco tenía fuerzas para resistirse. Anette se incorporó con ayuda, no sin antes recoger con esfuerzo la moneda que segundos antes había dejado caer.
Ya en pie, observó a aquella desconocida que parecía tener intención de ayudarla, o al menos lo intentaba con la reducida visión que le permitían sus lágrimas, que trataba de secar con la manga del abrigo. No parecía francesa, pero su origen era lo menos importante ahora mismo, decía ser su hermana. - ¿ Pero quien se cree esta que es ?, ¿ hermana ?, nosotros si que somos sus hermanos, ella no es.. - Gastón calla, deja que nuestra hermana mayor hable - replicó Catherine señalando la bolsa de dinero de la inesperada familiar, enmudeciendo por completo a Gastón, que captó con rapidez el mensaje. La táctica de la mujer funcionó, Anette sería atendida, una leve sonrisa se dibujó en su rostro, que no dejó escapar ninguna palabra, ni si quiera de agradecimiento.
Los siguientes minutos los pasó en completo silencio, temerosa por que la mentira fuese descubierta, no quería meterse en mas problemas, y no quería que por su culpa se metiese otra persona en ellos, que si bien no la conocía parecía ser la única dispuesta a ayudarla. Llegaron hasta una camilla y con ayuda pudo sentarse al fin, sus piernas, doloridas, agradecían ese descanso, en especial sus pies desnudos. Un suspiro de alivio y cansancio surgió de su boca, mientras sus ojos se clavaban en la extraña, Dominika decía ser, tal como había pensado, no era francesa, y el llamarle payo al médico la había terminado de identificar.
-Es una gitana Anette, no podemos fiarnos de ella, ya sabes lo que dicen de ellos, solo quieren engañarte para después robarte - Gastón, con su desconfianza habitual advertía a la bruja, pero rápidamente Catherine intercedía - Solo nos queda un franco, contando que quiere pagar sus medicinas perderá dinero si nos roba, es una tonte...- Ya, ¿ y el colgante que ?, eso vale mas que toda su...¿ caravana ? - La bruja cerraba su abrigo y cruzaba sus brazos en su pecho en actitud defensiva - No..e..eso no... - ¡ Gastón !, la estas asustando...tranquila, no va a pasarte nada, esta señorita esta tratando de ayudarte, ¿ que te decía tu madre al respecto ? -No hables con desconocidos - dejaba caer el chico para enfado de Catherine -¡ Se agradecida con quien te brinde ayuda !.
-Shhhh... - sin muchas fuerzas, Anette mandaba callar a ambos, que le hacían caso de inmediato, y volvía su atención a la gitana - Me...merci..bea...beaucoup -suspiró y cogió fuerzas para terminar la frase, le costaba horrores tratar con una desconocida a la que tenía miedo - ma..made..mademoiselle - aunque sin apenas fuerza y en un breve susurro al menos había contestado. -Ahora dile tu nombre a Mademoiselle Dominika, parece una buena chica, que no te ciegue que ella sea gitana. - De presentarse a que te roben hay solo un par de pasos. -Gastón por favor, dejalo ya - Vale vale, pero luego no llores como haces siempre.
-A...a....Anette...-hizo una breve pausa-...yo...- la joven buscaba las palabras adecuadas, pero no sabía que decir, los pensamientos cruzados que tenían con Dominika le hacían dudar demasiado, y la siempre abierta guerra de opiniones entre Gastón y Catherine solo empeoraban la cosa, tras unos segundos de reflexión, y las palabras tratando de salir por sus labios lo condensó todo en dos palabras cuya respuesta era lo único que necesitaba saber de la gitana. - ¿P..Por..Por que ?.
- ¡ Eres un desgraciado !, ¿ y tu te haces llamar médico ?, ¿ por que no quieres atenderla ?, ya te ha dicho que no tiene mas dinero, ¡ ayudala joder ! - Gastón gritaba sin cesar al médico, pero tales gritos eran evidentemente ignorados, a ojos del doctor no había discusión alguna, huerfana sin dinero y solitaria, no había necesidad de gastar medicamentos, pero a ojos de la bruja, nadie de la sala prestaba atención a su llanto, a los gritos de su amigo pidiendo auxilio, al vano intento de Catherine por consolarla, ¿ como iba a poder confiar en nadie si nadie intercedía por ninguno de los tres ?. De pronto algo inesperado ocurrió, unas manos se posaron sobre sus hombros y una sensación de calidez recorrió su espiritu, era completamente diferente a cuando se abrazaba o tomaba de las manos a Gastón y Catherine, era una sensación distinta, que en cierto sentido la llenaba. Tal inesperada situación la cogió por sorpresa, haciendo que aferrase inicialmente sus brazos contra su pecho, asustada, pero en cuanto la extraña tomó su mano se dejó llevar, tampoco tenía fuerzas para resistirse. Anette se incorporó con ayuda, no sin antes recoger con esfuerzo la moneda que segundos antes había dejado caer.
Ya en pie, observó a aquella desconocida que parecía tener intención de ayudarla, o al menos lo intentaba con la reducida visión que le permitían sus lágrimas, que trataba de secar con la manga del abrigo. No parecía francesa, pero su origen era lo menos importante ahora mismo, decía ser su hermana. - ¿ Pero quien se cree esta que es ?, ¿ hermana ?, nosotros si que somos sus hermanos, ella no es.. - Gastón calla, deja que nuestra hermana mayor hable - replicó Catherine señalando la bolsa de dinero de la inesperada familiar, enmudeciendo por completo a Gastón, que captó con rapidez el mensaje. La táctica de la mujer funcionó, Anette sería atendida, una leve sonrisa se dibujó en su rostro, que no dejó escapar ninguna palabra, ni si quiera de agradecimiento.
Los siguientes minutos los pasó en completo silencio, temerosa por que la mentira fuese descubierta, no quería meterse en mas problemas, y no quería que por su culpa se metiese otra persona en ellos, que si bien no la conocía parecía ser la única dispuesta a ayudarla. Llegaron hasta una camilla y con ayuda pudo sentarse al fin, sus piernas, doloridas, agradecían ese descanso, en especial sus pies desnudos. Un suspiro de alivio y cansancio surgió de su boca, mientras sus ojos se clavaban en la extraña, Dominika decía ser, tal como había pensado, no era francesa, y el llamarle payo al médico la había terminado de identificar.
-Es una gitana Anette, no podemos fiarnos de ella, ya sabes lo que dicen de ellos, solo quieren engañarte para después robarte - Gastón, con su desconfianza habitual advertía a la bruja, pero rápidamente Catherine intercedía - Solo nos queda un franco, contando que quiere pagar sus medicinas perderá dinero si nos roba, es una tonte...- Ya, ¿ y el colgante que ?, eso vale mas que toda su...¿ caravana ? - La bruja cerraba su abrigo y cruzaba sus brazos en su pecho en actitud defensiva - No..e..eso no... - ¡ Gastón !, la estas asustando...tranquila, no va a pasarte nada, esta señorita esta tratando de ayudarte, ¿ que te decía tu madre al respecto ? -No hables con desconocidos - dejaba caer el chico para enfado de Catherine -¡ Se agradecida con quien te brinde ayuda !.
-Shhhh... - sin muchas fuerzas, Anette mandaba callar a ambos, que le hacían caso de inmediato, y volvía su atención a la gitana - Me...merci..bea...beaucoup -suspiró y cogió fuerzas para terminar la frase, le costaba horrores tratar con una desconocida a la que tenía miedo - ma..made..mademoiselle - aunque sin apenas fuerza y en un breve susurro al menos había contestado. -Ahora dile tu nombre a Mademoiselle Dominika, parece una buena chica, que no te ciegue que ella sea gitana. - De presentarse a que te roben hay solo un par de pasos. -Gastón por favor, dejalo ya - Vale vale, pero luego no llores como haces siempre.
-A...a....Anette...-hizo una breve pausa-...yo...- la joven buscaba las palabras adecuadas, pero no sabía que decir, los pensamientos cruzados que tenían con Dominika le hacían dudar demasiado, y la siempre abierta guerra de opiniones entre Gastón y Catherine solo empeoraban la cosa, tras unos segundos de reflexión, y las palabras tratando de salir por sus labios lo condensó todo en dos palabras cuya respuesta era lo único que necesitaba saber de la gitana. - ¿P..Por..Por que ?.
Anette Sebille- Hechicero Clase Baja
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Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
El hospital de caridad había dejado poco a poco de ser gratuito de forma tan paulatina que casi nadie lo había visto venir. Por supuesto se seguían manteniendo centros de acogida para los que eran pobres como ratas, pero las condiciones de salubridad de esos lugares hacían que fuera más probable morir allí dentro de una infección que durmiendo bajo un puente de la ciudad. Los nobles mandaban a llamar a los médicos para que los visitaran en sus hogares, y para la clase media siempre quedaba el recurso de recurrir a los ahorros para ver a un galeno en condiciones o desembolsar una cantidad mucho menor en uno de aquellos hospitales donde antes se podía entrar sin restricciones y en los que ahora se abonaba una cuota mínima, que sin embargo para algunos seguía siendo demasiado para lo poco que tenían. En un comienzo adujeron que esos francos simbólicos servirían para sufragar los medicamentos y materiales que se utilizaban, pero luego los doctores - que en principio se desplazaban hasta allí para atender altruistamente a los que les necesitaran sin retribución económica ninguna - habían insistido en cobrar un sueldo por las molestias del viaje y del tiempo que perdían en sus consultas con pacientes que podían pagarles mejor. Climent, que despreciaba hondamente a aquellos que teniéndolo todo seguían empeñados en su avaricia de conseguir aún más, siempre se negó a que se le pagara un solo franco cuando estaba atendiendo en el hospital. Podría deducirse que eso no tenía por qué incumbir a sus compañeros, pero había otros médicos que consideraban que con esa actitud Marceau los desprestigiaba a los demás.
Uno de aquellos tacaños con las manos muy largas era Houbert, un profesional con quien casi todo el mundo tenía conflictos por su temperamento sencillamente intratable. Climent sabía que tendría problemas cuando sus jornadas coincidían, y para prevenir disgustos siempre que podía iba tras los pasos de ese usurero y procuraba deshacer los entuertos que el otro causaba. No obstante tenía sus propios pacientes que atender y no podía estar todo el tiempo pendiente de lo que hacía ese idiota, así que no se dio cuenta de que rechazaba tratar a Anette porque en ese momento estaba vendando una pierna. Por suerte lo ubicó otra vez en su campo de visión justo cuando Dominika le daba unas monedas a una enfermera y ella guiaba a las dos chicas hacia una de las camas vacías. Apretando los labios hasta formar una fina línea pálida el doctor Marceau interceptó a la enfermera justo cuando volvía. - No avise a Houbert, me quedo el caso. - La vieja urraca, que era fiel al otro médico por esa ley que aseguraba que Dios los cría y ellos se juntan, titubeó sabiendo que si le hacía caso no verían ni un franco más de la familia de Anette. - ¿Hay algún problema? - Inquirió entonces Climent, pero no tenía un tono de voz cordial que invitara al desahogo, sino que escondía una advertencia. Había un proverbio antiguo que decía que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable. Probablemente la enfermera vio un indicio de esa ira en los ojos del siempre apacible doctor Marceau, porque siguió su camino sin objetar nada.
Parcialmente contento con el discurrir de las cosas el hombre corrió la cortina y sonrió a las dos personas que estaban dentro, era un alivio que la niña no hubiera traído detrás a veinte parientes como hacían algunos. - Ahora mismo vuelvo. - Saludó con la voz algo cansada. - Acuéstate en la cama, por favor.- Cogió la cubeta de cerámica vacía y se alejó un momento a buscar agua caliente y una pastilla de jabón, con las que volvió al poco tiempo junto al lecho de la enferma. Se dio cuenta de que la otra muchacha llevaba una bolsa con algún dinero que seguramente pensarían que iban a necesitar. - Guarde los francos, mademoiselle, no les voy a cobrar. - Y por la forma en que lo dijo quedó más que claro que, si de él dependiera, tampoco les cobraría ningún otro médico en todo el recinto.
Uno de aquellos tacaños con las manos muy largas era Houbert, un profesional con quien casi todo el mundo tenía conflictos por su temperamento sencillamente intratable. Climent sabía que tendría problemas cuando sus jornadas coincidían, y para prevenir disgustos siempre que podía iba tras los pasos de ese usurero y procuraba deshacer los entuertos que el otro causaba. No obstante tenía sus propios pacientes que atender y no podía estar todo el tiempo pendiente de lo que hacía ese idiota, así que no se dio cuenta de que rechazaba tratar a Anette porque en ese momento estaba vendando una pierna. Por suerte lo ubicó otra vez en su campo de visión justo cuando Dominika le daba unas monedas a una enfermera y ella guiaba a las dos chicas hacia una de las camas vacías. Apretando los labios hasta formar una fina línea pálida el doctor Marceau interceptó a la enfermera justo cuando volvía. - No avise a Houbert, me quedo el caso. - La vieja urraca, que era fiel al otro médico por esa ley que aseguraba que Dios los cría y ellos se juntan, titubeó sabiendo que si le hacía caso no verían ni un franco más de la familia de Anette. - ¿Hay algún problema? - Inquirió entonces Climent, pero no tenía un tono de voz cordial que invitara al desahogo, sino que escondía una advertencia. Había un proverbio antiguo que decía que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable. Probablemente la enfermera vio un indicio de esa ira en los ojos del siempre apacible doctor Marceau, porque siguió su camino sin objetar nada.
Parcialmente contento con el discurrir de las cosas el hombre corrió la cortina y sonrió a las dos personas que estaban dentro, era un alivio que la niña no hubiera traído detrás a veinte parientes como hacían algunos. - Ahora mismo vuelvo. - Saludó con la voz algo cansada. - Acuéstate en la cama, por favor.- Cogió la cubeta de cerámica vacía y se alejó un momento a buscar agua caliente y una pastilla de jabón, con las que volvió al poco tiempo junto al lecho de la enferma. Se dio cuenta de que la otra muchacha llevaba una bolsa con algún dinero que seguramente pensarían que iban a necesitar. - Guarde los francos, mademoiselle, no les voy a cobrar. - Y por la forma en que lo dijo quedó más que claro que, si de él dependiera, tampoco les cobraría ningún otro médico en todo el recinto.
Climent A. Marceau- Humano Clase Media
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Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Aguardé a que ella se acomodase sobre la camilla y sonreí intentando de esa manera infundirle algo de tranquilidad ya que me daba cuenta de que estaba bastante nerviosa. No era para menos después de lo que había pasado, me costaba demasiado imaginarme que en ese estado hubiese vuelto al exterior. ¿Qué le habría sucedido o adonde habría dormido? -Nada de mademoiselle... Dominika.- Miré hacia la cortina cerciorándome de que nadie escuchase y luego al mirarla le guiñé un ojo. -Después de todo debes recordar que soy tu hermana y se oiría raro que me llamaras mademoiselle. Aparte disto mucho de serlo.- Reí por lo bajo al aseverar ese hecho y me encogí de hombros restándole importancia a su pregunta. -¿Por qué no?-
La miré un momento, mientras esperábamos a que llegase el doctor, aunque para ser honesta el imaginarme que el payo de gesto malencarado e intimidante regresase a atender a Annette me preocupaba bastante. Si ahora estaba nerviosa ¿Como estaría cuando entrase ese hombre de detrás de la cortina? -¿No tienes familiares que deban saber que estás aquí?- Le pregunté y aguardé una respuesta unos segundos tras los cuales escuché pasos que se acercaban. Suspiré, al menos le brindarían cuidado médico, pero rápidamente la tomé de la mano para evitar que temblase.
Cuando observé al hombre de bata blanca aparecer frente a nosotras lo observé primero extremadamente sorprendida y después bastante intrigada. ¿Y el otro doctor? Estuve a punto de preguntarle pero preferí callar, no fuera a creer que estaba protestando y que deseaba que el otro tomase su lugar. -Parece una persona agradable.- Le comenté a ella cuando él se alejó un momento para ir a traer algo. Me incliné sobre ella para ayudarla a recostarse y en cuento vi regresar al doctor le pregunté. -¿Qué piensa usted que tiene Annette? ¿Es una gripe como mencionó la enfermera?-
Estuve a punto de trastabillar sobre mis propios pies cuando le escuché decir que no necesitaba los francos. -Pero... es dinero bueno...- dije, pensando que si no nos cobraba seguramente tampoco atendería a la chica. ¿Acaso nos iba a enviar de vuelta a la calle como nos habían amenazado unos minutos antes? ¿O pensaba que por mi indumentaria romaní estaba tratando de embaucarlo con el contenido del saquito de monedas? -Por favor ¡acéptelo!-
Abrí el pequeño saco para que él pudiese ver el interior. -Si no le parece suficiente podría añadir algo más...- Llevé mis manos a mi cuello, de donde colgaban los diversos collares que adornaban mi atavío romaní y tome de todos ellos el que consideraba de más valor para pásarselo. -No tengo más monedas pero le aseguro que con esto cubriremos el costo de la consulta...- Mi tono oscilaba entre suplicante, desesperado a bastante tenaz y más tozudo que otra cosa. ¡Demonios! -¡No nos iremos a menos que la examine primero!- Dudaba que Annette pudiera tan siquiera tener la suficiente fuerza para abandonar la camilla así que esperé a que el médico respondiese sin considerar un segundo permitir que nos largasen del lugar.
La miré un momento, mientras esperábamos a que llegase el doctor, aunque para ser honesta el imaginarme que el payo de gesto malencarado e intimidante regresase a atender a Annette me preocupaba bastante. Si ahora estaba nerviosa ¿Como estaría cuando entrase ese hombre de detrás de la cortina? -¿No tienes familiares que deban saber que estás aquí?- Le pregunté y aguardé una respuesta unos segundos tras los cuales escuché pasos que se acercaban. Suspiré, al menos le brindarían cuidado médico, pero rápidamente la tomé de la mano para evitar que temblase.
Cuando observé al hombre de bata blanca aparecer frente a nosotras lo observé primero extremadamente sorprendida y después bastante intrigada. ¿Y el otro doctor? Estuve a punto de preguntarle pero preferí callar, no fuera a creer que estaba protestando y que deseaba que el otro tomase su lugar. -Parece una persona agradable.- Le comenté a ella cuando él se alejó un momento para ir a traer algo. Me incliné sobre ella para ayudarla a recostarse y en cuento vi regresar al doctor le pregunté. -¿Qué piensa usted que tiene Annette? ¿Es una gripe como mencionó la enfermera?-
Estuve a punto de trastabillar sobre mis propios pies cuando le escuché decir que no necesitaba los francos. -Pero... es dinero bueno...- dije, pensando que si no nos cobraba seguramente tampoco atendería a la chica. ¿Acaso nos iba a enviar de vuelta a la calle como nos habían amenazado unos minutos antes? ¿O pensaba que por mi indumentaria romaní estaba tratando de embaucarlo con el contenido del saquito de monedas? -Por favor ¡acéptelo!-
Abrí el pequeño saco para que él pudiese ver el interior. -Si no le parece suficiente podría añadir algo más...- Llevé mis manos a mi cuello, de donde colgaban los diversos collares que adornaban mi atavío romaní y tome de todos ellos el que consideraba de más valor para pásarselo. -No tengo más monedas pero le aseguro que con esto cubriremos el costo de la consulta...- Mi tono oscilaba entre suplicante, desesperado a bastante tenaz y más tozudo que otra cosa. ¡Demonios! -¡No nos iremos a menos que la examine primero!- Dudaba que Annette pudiera tan siquiera tener la suficiente fuerza para abandonar la camilla así que esperé a que el médico respondiese sin considerar un segundo permitir que nos largasen del lugar.
Dominika Ankudinov- Gitano
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Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Anette puso una expresión amarga, no le gustaba la idea de tratar a alguien que acababa de conocer por su nombre de pila, no era como la habían educado, pero la gitana tenía razón, si iban a hacerse pasar por hermanas no había cabida para los modales, sería absurdo e irreal. ¿Por que no ?, esa respuesta le había pillado por sorpresa, por lo general la gente no reparaba si quiera en la existencia de la chica, mientras que Dominika no decía necesitar un motivo para ayudarla. La bruja miró a través de los ojos de la gitana, impregnándose de una calida sensación de amabilidad, que le hizo cerrar sus ojos, respirar hondo y sonreír levemente.
-Es gitana, claro que dista mucho de ser una señorita - ante las palabras de Gastón, Anette miraba en su dirección con una notable cara de enfado - Eso esta muy feo por tu parte, Dominika nos esta ayudando, ya nos gustaría que hubiese mas simpáticas señoritas como ella, pídele perdón - reprendía Catherine, que junto a la severa mirada la bruja conseguía sus exigencias - Eh....perdón Dominika...lo siento...
Anette volvía su mirada a Dominika para en cuestión de segundo bajarla contra el suelo por la pregunta que le había hecho la romaní. Sus ojos se llenaron de lágrimas, le era imposible no llorar cada vez que pensaba en ello, en su madre, en los que habían sido como sus hermanos - No..nadie.. - contestó en voz baja, para tras unos segundos ahogar su llanto y mirar a sus inseparables amigos - mi..miento... - tomó aire - ellos..ellos son mi fa..familia ahora...
Tomó la mano de la gitana, sujetándola con las pocas fuerzas de las que disponía, era una sensación que le encantaba sentir, y que en cierto sentido no quería dejarla escapar. Un doctor diferente al anterior apareció, este parecía muy distinto, inspiraba una sensaciones completamente diferentes, rebosaba un espíritu lleno de bondad, amabilidad y altruismo, sensaciones que la bruja era capaz de percibir al mirarle fijamente y que eran raras de ver en la mayoría de los habitantes de París.
Acostada sobre la camilla contemplaba la escena, el doctor, tal como era de esperar de alguien con tal espíritu decidió no aceptar el dinero de la gitana, que confusa, lo interpretó como que no iba a ser atendida, la situación le divertía, era curioso ver como en cuestión de unos minutos había pasado de estar llorando en los pasillos sin que nadie le hiciese caso a tener dos personas mas junto a ella dispuestas a ayudarla por todos los medios necesarios.
-Mad...- se calló, había estado a punto de no llamarla por su nombre - Dom...- suspiró, seguía siendo incapaz de llamar a la extraña por su nombre de pila - Her...mana - se le hacía extremadamente raro llamar a alguien así.-...no pr..pretende co..brar, lo..lo hará gratis... - explicó con dificultad, ya que ella si había leído las intenciones del medico. - Que gran hombre, hacen falta mas como él, y no como el doctor cara de pasa, solo pensando en el dinero - sonreía Catherine desde su rincón - Se nota que te gusta, casate con él. - bromeaba Gastón - Para mi que aquí hay gato encerrado, no puede ser todo tan bonito - ¿ No podrías por una vez pensar que todo va a salir bien, asentir y sonreír ? - preguntaba con ligero enfado la chica a Gastón, que se limitaba a contestar asintiendo y sonriendo de la forma mas sarcástica posible.
-Mer..ci...m..monsi..eur...médecin - agradeció en voz baja, con pocas fuerzas y un notorio cansancio, y trató de acomodarse en la camilla, a la espera de ser atendida - Te pondrás bien cariño, ya lo veras... - Consolaba Catherine acariciando su mejilla desde su lado.
Anette Sebille- Hechicero Clase Baja
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Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Por las ropas que llevaba no le fue difícil a Climent catalogar a la acompañante de su pequeña paciente como una perteneciente a la etnia gitana, especialmente cuando ella sacó a relucir lo más reivindicativo de su carácter y se sacó del escote por lo menos cinco colgantes diferentes con los que pretendía comprar la atención médica que la rubia necesitaba. El médico podría haberse sentido ofendido ante esa desconfianza, pero comprendía que era la consecuencia natural de que existieran hombres como Houbert que de haber podido les habrían sacado a esas dos hasta los dientes de oro. No tuvo oportunidad de explicarse antes de que la enferma lo hiciera por él, diciéndole a su hermana que no pretendía cobrarles nada porque iba a atenderlas gratis. - Así es señoritas. ¿Cree que puedo examinarla ahora? - Preguntó a Dominika con un deje divertido en su voz debido a que la romaní parecía una leona defendiendo a su cría. Le indicó a Anette que su gesto no tenía importancia negando con la cabeza, no lo hacía para que le dieran las gracias aunque no iba a mentir diciendo que no resultaba agradable para variar después de toda una tarde de pacientes exigentes gritando a su alrededor como si fuera un mercader en un puesto de pollos.
Se arremangó las mangas de la bata hasta los codos y metió las manos en la cubeta de agua caliente. - Así que Anette. - Comentó repitiendo las palabras de su supuesta hermana mientras cogía la pastilla de jabón y se frotaba bien hasta mitad del antebrazo. - Yo soy el doctor Marceau. - Muchos de los enfermos, sobre todo los de más corta edad, llegaban al hospital asustados y el tiempo dedicado a calmarlos era siempre tiempo bien invertido. - ¿Dices que tienes gripe? - No era su intención dudar de la opinión profesional de una de las enfermeras, pero con todos sus respetos ellas no eran médicos y a menudo podían equivocarse, sobre todo si eran grullas viejas y resentidas como esa que les había acompañado a la camilla. - ¿Desde cuándo te encuentras mal? Quiero que me cuentes por orden todas las cosas que has ido notando: si tienes tos o fiebre, si te duele el estómago o el pecho y todo eso. - Le bastaba un vistazo para saber que fuera lo que fuese estaba bien arraigado al cuerpo de la adolescente y que iba a necesitar algo que un jarabe y el alta. Climent aprovechó a la primera enfermera que pasó cerca de allí para pedirle que trajera un camisón de los que usaban para ingresar a los que estaban más graves. - Ahora necesito que te quites tu ropa y te pongas esto, el vestido vamos a lavarlo bien y mañana a primera hora lo tendrás listo. - Se dio la vuelta cortésmente por si a ella le daba vergüenza desnudarse delante de un hombre mayor. Una cosa era retirarle un poco el escote del traje para auscultarla y otra muy distinta pedirle de buenas a primeras que se quedara en cueros. El médico intentaba respetar la dignidad de las personas que iban a verle, pues la mayoría ya se sentían bastante humillados por tener que admitir que habían tardado tanto en ir a buscar atención porque vivían en la calle y no tenían donde caerse muertos.
En aquella época todavía no estaba instaurado el uso del estetoscopio como método universal de auscultación, y el modo tradicional dictaba que se debía apoyar directamente la oreja sobre el pecho de los pacientes. No obstante, gracias a los folletines científicos que Marceau leía con avidez sin saltarse ninguno tan pronto como llegaban de todos los rincones del mundo, ya había oído hablar de un instrumento de madera en forma de cilindro que permitía amplificar los soplos cardíacos y murmullos de los pulmones, y así había mandado a fabricarse uno en un carpintero de París que se lo había reproducido sin rechistar. El galeno era consciente de que ir por ahí con ese extraño utensilio no hacía sino aumentar la desconfianza que sus compañeros más anticuados tenían en su forma de trabajar, pero tan pronto como comprobó en su propia experiencia que efectivamente así se oían los ruidos del pecho mucho mejor ya nunca quiso prescindir de él. Sacó su estetoscopio primitivo con forma de bocina del bolsillo de la bata y se giró otra vez cuando Anette estuvo ya vestida con el camisón. - Mademoiselle, haga el favor de llevar toda su ropa a esa enfermera de allí y decirle que quiero que la hierva y que esté lista mañana. - Le indicó a Dominika a propósito a una mujer ya entrada en años que siempre había trabajado codo con codo con Climent y que sabía que no pondría objeciones a la gitana cuando le transmitiera su petición. Luego se sentó en el borde de la cama y con delicadeza desató el cordón del cuello del nuevo vestido de su paciente y comenzó a explorarla con su extraño cilindro de madera.
Se arremangó las mangas de la bata hasta los codos y metió las manos en la cubeta de agua caliente. - Así que Anette. - Comentó repitiendo las palabras de su supuesta hermana mientras cogía la pastilla de jabón y se frotaba bien hasta mitad del antebrazo. - Yo soy el doctor Marceau. - Muchos de los enfermos, sobre todo los de más corta edad, llegaban al hospital asustados y el tiempo dedicado a calmarlos era siempre tiempo bien invertido. - ¿Dices que tienes gripe? - No era su intención dudar de la opinión profesional de una de las enfermeras, pero con todos sus respetos ellas no eran médicos y a menudo podían equivocarse, sobre todo si eran grullas viejas y resentidas como esa que les había acompañado a la camilla. - ¿Desde cuándo te encuentras mal? Quiero que me cuentes por orden todas las cosas que has ido notando: si tienes tos o fiebre, si te duele el estómago o el pecho y todo eso. - Le bastaba un vistazo para saber que fuera lo que fuese estaba bien arraigado al cuerpo de la adolescente y que iba a necesitar algo que un jarabe y el alta. Climent aprovechó a la primera enfermera que pasó cerca de allí para pedirle que trajera un camisón de los que usaban para ingresar a los que estaban más graves. - Ahora necesito que te quites tu ropa y te pongas esto, el vestido vamos a lavarlo bien y mañana a primera hora lo tendrás listo. - Se dio la vuelta cortésmente por si a ella le daba vergüenza desnudarse delante de un hombre mayor. Una cosa era retirarle un poco el escote del traje para auscultarla y otra muy distinta pedirle de buenas a primeras que se quedara en cueros. El médico intentaba respetar la dignidad de las personas que iban a verle, pues la mayoría ya se sentían bastante humillados por tener que admitir que habían tardado tanto en ir a buscar atención porque vivían en la calle y no tenían donde caerse muertos.
En aquella época todavía no estaba instaurado el uso del estetoscopio como método universal de auscultación, y el modo tradicional dictaba que se debía apoyar directamente la oreja sobre el pecho de los pacientes. No obstante, gracias a los folletines científicos que Marceau leía con avidez sin saltarse ninguno tan pronto como llegaban de todos los rincones del mundo, ya había oído hablar de un instrumento de madera en forma de cilindro que permitía amplificar los soplos cardíacos y murmullos de los pulmones, y así había mandado a fabricarse uno en un carpintero de París que se lo había reproducido sin rechistar. El galeno era consciente de que ir por ahí con ese extraño utensilio no hacía sino aumentar la desconfianza que sus compañeros más anticuados tenían en su forma de trabajar, pero tan pronto como comprobó en su propia experiencia que efectivamente así se oían los ruidos del pecho mucho mejor ya nunca quiso prescindir de él. Sacó su estetoscopio primitivo con forma de bocina del bolsillo de la bata y se giró otra vez cuando Anette estuvo ya vestida con el camisón. - Mademoiselle, haga el favor de llevar toda su ropa a esa enfermera de allí y decirle que quiero que la hierva y que esté lista mañana. - Le indicó a Dominika a propósito a una mujer ya entrada en años que siempre había trabajado codo con codo con Climent y que sabía que no pondría objeciones a la gitana cuando le transmitiera su petición. Luego se sentó en el borde de la cama y con delicadeza desató el cordón del cuello del nuevo vestido de su paciente y comenzó a explorarla con su extraño cilindro de madera.
Climent A. Marceau- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 25/01/2014
Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Aún aguardaba a que el médico aceptase el collar cuando escuché las palabras de Anette diciendo que la examinarían gratis, miré de ella hacia el payo que ahora se había volteado para lavarse las manos y mi desconcierto debió de haberse hecho evidente en mi rostro aunque el rubor no tardo en teñir mis mejillas al darme cuenta de que mi naturaleza desconfiada se había engañado con respecto a las intensiones del doctor y que no era la tacañería sino la generosidad la que le había motivado a negarse a recibir los francos.
No pude evitar sentirme avergonzada mientras volvía a colocar el collar alrededor de mi cuello y guardaba el pequeño saco de monedas atándolo nuevamente a mi cinto y sin embargo al hacerlo sentí un alivio y una emoción infinitas. Anette sería atendida y al haber recuperado los francos podría comprar con ellos el medicamento que necesitaba la abuela. Comencé a animarme al pensar en ello y a prestar más atención a la conversación entre la chica y el médico. Me acerqué un poco a ella cuando él giró discretamente sobre si mismo para ayudarla a incorporarse sobre la camilla mientras se cambiaba de ropa. -¿A qué te referías con que ellos son tu familia ahora?- Le susurré para que sólo ella me escuchase. Volvió a mi mente su previo comentario, ¿No tenía familia o si? Su respuesta no había sido muy clara. -Si necesitas que busque a alguien con mucho gusto lo haré.- Sonreí al decirlo mientras ella terminaba de vestirse con la bata del lugar.
Sentí que ella debía de encontrarse tan perdida como yo y es que encontrarme en este lugar rodeada de payos y desconocer por completo sus costumbres me desorientaba un poco y por lo visto me hacía meter la pata más de lo usual. -Lamento la confusión, con respecto a la paga, y le agradezco que haga todo lo posible para ayudar a mi hermana.- dije al médico de la manera más natural y miré sonriente a Anette al decirlo. Muy probablemente él, que parecía bastante inteligente, sabía perfectamente que no compartíamos la misma sangre pero una vez que inicias una charada hay que llevarla hasta las últimas consecuencias.
Tomé la ropa de Anete en mis manos y estreché un poco la mirada al observar el armatoste tan extraño que el hombre se sacaba del bolsillo. -¿Y eso qué es?- pregunté con bastante curiosidad pero antes de que me respondiese me apresuré a llevar la ropa adonde la enfermera al notar que esta comenzaba a abandonar la zona por lo que les deje solos un momento. La mujer me miró un tanto desconfiada al acercarme cosa que no me sorprendió pero tras repetir las instrucciones asintió y me aseguró que la ropa estaría lista para el día siguiente. Eso me indicó que él payo, aunque se veía algo joven, ejercía bastante autoridad en el lugar, lo cual era bueno, quería decir que Anete seguramente se encontraba en buenas manos.
Corrí de vuelta y frené sobre mis zapatos abriendo la cortina, al parecer ya la había examinado. -¿Entonces tendrá que quedarse a pasar la noche?- pregunté, pues si la ropa estaría hasta el día siguiente era obvio que esos eran los planes. Tomé la mano de Anete en la mía, esperando confortarla de esa manera. No tenía idea de que habían estado hablando, aunque estaba convencida de una cosa, no la dejaría sola. A pesar de no conocerla, y aunque solo la había tratado unos minutos, sentía un impulso muy fuerte que me orillaba a querer protegerla. Quizás veía en ella algo de mi misma, de cuando era más joven y mamá tuvo que abandonar Paris dejándome atrás involuntariamente.
No pude evitar sentirme avergonzada mientras volvía a colocar el collar alrededor de mi cuello y guardaba el pequeño saco de monedas atándolo nuevamente a mi cinto y sin embargo al hacerlo sentí un alivio y una emoción infinitas. Anette sería atendida y al haber recuperado los francos podría comprar con ellos el medicamento que necesitaba la abuela. Comencé a animarme al pensar en ello y a prestar más atención a la conversación entre la chica y el médico. Me acerqué un poco a ella cuando él giró discretamente sobre si mismo para ayudarla a incorporarse sobre la camilla mientras se cambiaba de ropa. -¿A qué te referías con que ellos son tu familia ahora?- Le susurré para que sólo ella me escuchase. Volvió a mi mente su previo comentario, ¿No tenía familia o si? Su respuesta no había sido muy clara. -Si necesitas que busque a alguien con mucho gusto lo haré.- Sonreí al decirlo mientras ella terminaba de vestirse con la bata del lugar.
Sentí que ella debía de encontrarse tan perdida como yo y es que encontrarme en este lugar rodeada de payos y desconocer por completo sus costumbres me desorientaba un poco y por lo visto me hacía meter la pata más de lo usual. -Lamento la confusión, con respecto a la paga, y le agradezco que haga todo lo posible para ayudar a mi hermana.- dije al médico de la manera más natural y miré sonriente a Anette al decirlo. Muy probablemente él, que parecía bastante inteligente, sabía perfectamente que no compartíamos la misma sangre pero una vez que inicias una charada hay que llevarla hasta las últimas consecuencias.
Tomé la ropa de Anete en mis manos y estreché un poco la mirada al observar el armatoste tan extraño que el hombre se sacaba del bolsillo. -¿Y eso qué es?- pregunté con bastante curiosidad pero antes de que me respondiese me apresuré a llevar la ropa adonde la enfermera al notar que esta comenzaba a abandonar la zona por lo que les deje solos un momento. La mujer me miró un tanto desconfiada al acercarme cosa que no me sorprendió pero tras repetir las instrucciones asintió y me aseguró que la ropa estaría lista para el día siguiente. Eso me indicó que él payo, aunque se veía algo joven, ejercía bastante autoridad en el lugar, lo cual era bueno, quería decir que Anete seguramente se encontraba en buenas manos.
Corrí de vuelta y frené sobre mis zapatos abriendo la cortina, al parecer ya la había examinado. -¿Entonces tendrá que quedarse a pasar la noche?- pregunté, pues si la ropa estaría hasta el día siguiente era obvio que esos eran los planes. Tomé la mano de Anete en la mía, esperando confortarla de esa manera. No tenía idea de que habían estado hablando, aunque estaba convencida de una cosa, no la dejaría sola. A pesar de no conocerla, y aunque solo la había tratado unos minutos, sentía un impulso muy fuerte que me orillaba a querer protegerla. Quizás veía en ella algo de mi misma, de cuando era más joven y mamá tuvo que abandonar Paris dejándome atrás involuntariamente.
- Spoiler:
- Off: Mis disculpas por la tardanza en responder, estoy en proceso de mudanza y todo se me ha enredado un poco.
Última edición por Dominika Ankudinov el Jue Feb 27, 2014 6:01 pm, editado 1 vez
Dominika Ankudinov- Gitano
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Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Anette trataba de atender a las instrucciones del doctor a la par que escuchar las palabras de Dominika, Gastón y Catherine, así como también sus pensamientos. Tantas cosas le creaban una gran sensación de pesadez y agobio, que sumado de su débil estado era algo bastante superior a sus fuerzas. No entendía la confusión de Dominika...cierto, no se los había presentado, para ella no debían de ser mas que dos críos mas, mirando y opinando.
-Ellos s..son Gastón - Hola - y Catherine - Hola, encantada, gracias por todo lo que haces - ella...ya habéis oído...su nombre - señalaba hacía sus amigos , aunque la presentación resultase inútil para cualquiera y no tuviese ni fuerzas ni ganas de hacerla de formas más formal. - Ellos son mi..familia - concluía con pocas fuerzas en su voz, aunque ella había tratado de hacer una presentación para que Climent también conociese a los muchachos difícilmente su voz había sido escuchada mas allá de un metro de distancia, por lo que el medico, que ahora se encontraba haciendo los preparativos, era imposible que hubiese escuchado a la joven.
-Síntomas...- susurró para si misma a las palabras del doctor de forma pensativa, para a continuación mirar a sus amigos en busca de ayuda - Hace como...dos o tres días..¿no? - Si...un par de días...- Has tenido un poco de fiebre - Poca...mas bien bastante fiebre... - Y no te tienes en pie - Estoy débil...y me duele...el cuerpo - Si sigues descalza cogerás una neumonía - Me duele..al respirar...- Anette enumeraba todo lo que recordaba que le ocurría en una conversación-monólogo - También tienes hambre, te convendría comer - comentó Gastón - No..mendigo comida... - contestó con ligero enfado a pesar de que era cierto el hecho de que llevase días sin comer. la bruja miró su estomago que rugía para despues quedarse pensativa por la orden del doctor de tener que cambiarse...no se veia con fuerzas para hacerlo por ella misma, necesitaba que la asistiesen.
-Ayudadme... - pidió a sus "tres hermanos" - Yo me encargo de que el degenerado este no mire , ¿vale? - una servicial y sonriente Catherine daba la vuelta a Gastón mientras vigilaba de reojo a la bruja, haciéndole saber en todo momento que ella seguía allí. - No soy un depravado- Con la ayuda de Dominika se puso el camisón del hospital y volvió a sentarse sobre la cama, contemplando el extraño artilugio de madera que portaba Climent, no le inspiraba mucha confianza el cacharro, pero si la persona que lo empuñaba. Todos se quedaron ahora observando, viendo como Climent desataba el cordón del cuello del vestido, mas la expresión de la joven no cambió en absoluto. Lejos de la timidez y miedo habitual que Anette mostraba se sentía en cierta medida cómoda en presencia de médicos, y mas aún si imponían la misma tranquilidad de Marceau. No era la primera vez que era atendida por uno, es más, siempre fue una chica algo enfermiza, por lo que era normal que a menudo un medico la revisase cuando vivía en Versailles, incluso cuando estaba sana, para asegurarse de que así siguiese. Tal convivencia continua con médicos le hizo interesarse en cierta medida por la medicina y los doctores, personas a las que admiraba por ayudar a los demás y curarlos de sus males.
Anette observaba con cara rara la técnica empleada por Climent, la estaba examinando, como haría cualquier otro medico...pero usaba un cilindro de madera...no entendía nada - Dis..culpe...- trató de llamar ligeramente su atención - me esta..auscultando..¿ con un...palo ?
Anette Sebille- Hechicero Clase Baja
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Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
Si realmente aquellas dos chicas eran hermanas no se parecían en nada, pero Climent no hizo preguntas porque ese asunto no le atañía. No quería pecar de desinteresado, pero al hospital de caridad llegaba gente con historias muy trágicas y lamentablemente el doctor no tenía recursos para ayudarlos a todos, así que había aprendido que a veces era mejor no meter las narices donde no le llamaba nadie, limitarse a hacer su trabajo lo mejor que supiera y luego esperar que a sus pacientes recuperados todo les fuera mejor y que un golpe de suerte virase su fortuna. Si Dominika llamaba hermana a Anette y además se ofrecía a pagar su tratamiento, enfadándose incluso cuando Marceau insinuaba que no iba a aceptar su dinero, era alguien que se preocupaba por la muchacha y por tanto merecedora de su confianza; hasta qué punto su parentesco era real no le importaba. - No se preocupe. - Disculpó amablemente a la gitana, sabiendo que tristemente el malentendido había estado propiciado por otros médicos que efectivamente podrían haberse quejado perfectamente de que en la bolsa de la joven había pocos francos para los honorarios que ellos consideraban que debían cobrar.
Sonrió cuando ante la visión de su estetoscopio las dos se apresuraron a preguntar. No le molestaba explicarse, de hecho en momentos más distendidos gustaba mucho de explayarse sobre las novedades científicas de las que era conocedor y cómo los artilugios como ése estaban destinados a conducir la ciencia médica a un futuro de mayor precisión y eficacia. - Es un fonendoscopio o estetoscopio. - Les dijo, hablando en voz alta para las chicas mientras movía el canuto sobre el pecho de la enferma y así lo hacía cumplir con su labor. - Así puedo oír mejor lo que hay dentro de tus pulmones y cómo late tu corazón. Auscultar directamente con la oreja todavía es una práctica muy extendida pero se pierden muchos matices. - Terminó su inspección y le dejó el instrumento a Anette para que se entretuviera mirándolo si así lo deseaba mientras él percutía con diligencia entre sus costillas. Decía que estaba débil, que había tenido fiebre y que le dolía el pecho al respirar. Si se tratase de una señorita de clase alta esos síntomas podrían indicar que estaba ante una dolencia grave, pero en el caso de la bruja no había más que mirar cómo iba vestida y en qué condiciones llegaba para percatarse de que su flojera era la consecuencia lógica de su escasez de alimento. Climent tuvo que hacer un esfuerzo casi físico para que no se le quebrase el alma en pedazos cuando ella reconoció que era demasiado orgullosa para mendigar comida. - Ni deberías hacerlo, hay comedores sociales para gente que no puede comprar siempre víveres en el mercado. - Aunque sabía que esos lugares estaban atestados de indigentes que casi tenían que pelear por un cuenco de sopa compuesta por tres fideos independentistas flotando en un caldo transparente como el agua.
Alzó una mano cuando vio pasar a una enfermera y le pidió que trajera una ración del rancho del día para Anette. - Sí, va a tener que pasar la noche aquí. - Indicó a Dominika. - Y con ella puede permanecer un acompañante que supongo que serás tú. Yo no hago hoy la ronda nocturna pero mañana a primera hora volveré a ver cómo se encuentra. - Siempre se sentía culpable al decir a sus pacientes que se iba a dormir a su cómodo hogar mientras ellos se quedaban ingresados, pero seguramente ellos lo comprenderían si supieran que dos noches a la semana las pasaba en el hospital. Era sencillamente imposible que todos los doctores estuvieran presentes todos los días veinticuatro horas porque acabarían muriendo de extenuación, pero aún así a Climent le habría encantado poder recuperar fuerzas con la mitad de su cerebro igual que los delfines mientras con la otra mitad seguía trabajando. - Toma, es importante que bebas agua. - Le dijo a la niña acercándole un vaso lleno hasta arriba. - No oigo nada anormal en tus pulmones y eso quiere decir que la gripe no se te ha cogido al pecho, buena señal. La fiebre y la debilidad pueden ser porque cuando enfermamos necesitamos comer y descansar mucho para reponernos, y algo me dice que tú no has podido hacer ninguna de las dos cosas en condiciones. - Sin poder evitar que le quedase paternalista le puso una mano en la cabeza con gesto tranquilizador. - Tengo confianza en que solo cenando bien y durmiendo aquí ya te encontrarás mucho mejor, pero voy a dejar instrucciones para que te den unos fármacos si por la noche te sube la temperatura o te empieza a doler mucho la cabeza. - Mientras les explicaba a la bruja y a Dominika todo aquello tomó con sus dedos la muñeca de Anette y le buscó el pulso. - Hay medicamentos que quitan la tos, pero en tu caso como no tienes demasiada yo prefiero dejarla como está porque te va a ayudar a sacar el germen fuera de tu garganta. - Aquella explicación dejaría bastante que desear a nivel fisiopatológico en los círculos científicos más selectos, pero para las dos jóvenes seguramente bastaría. Cuando había terminado su discurso llegó la enfermera de antes con el cuenco de la comida. - Gracias Claire, me alegra saber que va a estar usted al cargo de los pacientes hoy. - Realmente apreciaba a aquella mujer, era de las que todavía se tomaban el trabajo en serio y con las que él no solía tener problemas para hacerse entender. - Anette se queda ingresada y no quiero ver una... - Se interrumpió porque la enfermera se había puesto a hablar al mismo tiempo que él, ya que de tanto escuchar la misma frase se la sabía de memoria. - No quiere ver una sanguijuela a diez metros de esta cama. No se preocupe. - Y luego llenó la cuchara con el guiso y se la puso en la boca a la bruja, con cariño pero con firmeza propia de toda mujer que sabía por experiencia lo que era tener hijos delicados de salud.
Sonrió cuando ante la visión de su estetoscopio las dos se apresuraron a preguntar. No le molestaba explicarse, de hecho en momentos más distendidos gustaba mucho de explayarse sobre las novedades científicas de las que era conocedor y cómo los artilugios como ése estaban destinados a conducir la ciencia médica a un futuro de mayor precisión y eficacia. - Es un fonendoscopio o estetoscopio. - Les dijo, hablando en voz alta para las chicas mientras movía el canuto sobre el pecho de la enferma y así lo hacía cumplir con su labor. - Así puedo oír mejor lo que hay dentro de tus pulmones y cómo late tu corazón. Auscultar directamente con la oreja todavía es una práctica muy extendida pero se pierden muchos matices. - Terminó su inspección y le dejó el instrumento a Anette para que se entretuviera mirándolo si así lo deseaba mientras él percutía con diligencia entre sus costillas. Decía que estaba débil, que había tenido fiebre y que le dolía el pecho al respirar. Si se tratase de una señorita de clase alta esos síntomas podrían indicar que estaba ante una dolencia grave, pero en el caso de la bruja no había más que mirar cómo iba vestida y en qué condiciones llegaba para percatarse de que su flojera era la consecuencia lógica de su escasez de alimento. Climent tuvo que hacer un esfuerzo casi físico para que no se le quebrase el alma en pedazos cuando ella reconoció que era demasiado orgullosa para mendigar comida. - Ni deberías hacerlo, hay comedores sociales para gente que no puede comprar siempre víveres en el mercado. - Aunque sabía que esos lugares estaban atestados de indigentes que casi tenían que pelear por un cuenco de sopa compuesta por tres fideos independentistas flotando en un caldo transparente como el agua.
Alzó una mano cuando vio pasar a una enfermera y le pidió que trajera una ración del rancho del día para Anette. - Sí, va a tener que pasar la noche aquí. - Indicó a Dominika. - Y con ella puede permanecer un acompañante que supongo que serás tú. Yo no hago hoy la ronda nocturna pero mañana a primera hora volveré a ver cómo se encuentra. - Siempre se sentía culpable al decir a sus pacientes que se iba a dormir a su cómodo hogar mientras ellos se quedaban ingresados, pero seguramente ellos lo comprenderían si supieran que dos noches a la semana las pasaba en el hospital. Era sencillamente imposible que todos los doctores estuvieran presentes todos los días veinticuatro horas porque acabarían muriendo de extenuación, pero aún así a Climent le habría encantado poder recuperar fuerzas con la mitad de su cerebro igual que los delfines mientras con la otra mitad seguía trabajando. - Toma, es importante que bebas agua. - Le dijo a la niña acercándole un vaso lleno hasta arriba. - No oigo nada anormal en tus pulmones y eso quiere decir que la gripe no se te ha cogido al pecho, buena señal. La fiebre y la debilidad pueden ser porque cuando enfermamos necesitamos comer y descansar mucho para reponernos, y algo me dice que tú no has podido hacer ninguna de las dos cosas en condiciones. - Sin poder evitar que le quedase paternalista le puso una mano en la cabeza con gesto tranquilizador. - Tengo confianza en que solo cenando bien y durmiendo aquí ya te encontrarás mucho mejor, pero voy a dejar instrucciones para que te den unos fármacos si por la noche te sube la temperatura o te empieza a doler mucho la cabeza. - Mientras les explicaba a la bruja y a Dominika todo aquello tomó con sus dedos la muñeca de Anette y le buscó el pulso. - Hay medicamentos que quitan la tos, pero en tu caso como no tienes demasiada yo prefiero dejarla como está porque te va a ayudar a sacar el germen fuera de tu garganta. - Aquella explicación dejaría bastante que desear a nivel fisiopatológico en los círculos científicos más selectos, pero para las dos jóvenes seguramente bastaría. Cuando había terminado su discurso llegó la enfermera de antes con el cuenco de la comida. - Gracias Claire, me alegra saber que va a estar usted al cargo de los pacientes hoy. - Realmente apreciaba a aquella mujer, era de las que todavía se tomaban el trabajo en serio y con las que él no solía tener problemas para hacerse entender. - Anette se queda ingresada y no quiero ver una... - Se interrumpió porque la enfermera se había puesto a hablar al mismo tiempo que él, ya que de tanto escuchar la misma frase se la sabía de memoria. - No quiere ver una sanguijuela a diez metros de esta cama. No se preocupe. - Y luego llenó la cuchara con el guiso y se la puso en la boca a la bruja, con cariño pero con firmeza propia de toda mujer que sabía por experiencia lo que era tener hijos delicados de salud.
Climent A. Marceau- Humano Clase Media
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 25/01/2014
Re: Entre Sábanas Blancas [Anette Sebille, Climent Marceau]
La perplejidad se asomó por un momento en mi rostro, por un lado porque aún esperaba la respuesta del payo mientras él maniobraba el pequeño aparato y por otro porque la presentación que había realizado Anette tan solo unos segundos antes me había resultado por demás sorpresiva y bastante inesperada, por un momento la chica había mirado a nuestro alrededor como si en realidad estuviese alguien más presente y se le veía tan convencida al hacerlo que a punto estuve de creer que de un momento a otro un par de jóvenes entrarían desde detrás de la cortina para acompañarnos. Tal cosa no sucedió y después de unos segundos en que me sentí bastante perpleja se me ocurrió que no era de extrañar que su estado afiebrado le estuviese jugando algún truco a su mente. Tenía al menos la suficiente experiencia con enfermos como para saber que cuando la temperatura subía demasiado podía llevarle a uno a ver cosas que no eran reales. El pensar en que Anette creyese que sus amigos se encontraban con nosotras me conmovió aún más. Catherine y Gastón les había llamado... ¿Quiénes podían ser?
Eso me llevo a preguntarme de donde provenía realmente ella. Su ropa indicaba que se trataba de alguien de condición parecida a la mia o quizás todavía más humilde porque cuando escuché que no mendigaba sentí formarse un acuciante nudo en mi garganta. Incluso en los peores momentos entre los nuestros nunca hacía falta una comida caliente porque solíamos compartir nuestros recursos cuando a alguien padecía alguna necesidad, costumbre que se seguía manteniendo incluso entre los habitantes del campamento en el que me encontraba ahora aunque fuesemos parte de diversas tribus establecidas en un mismo lugar. Tampoco faltaba la ocasión, si es que alguno de nosotros se encontraba en un aprieto en que otro se preocupase en cuidarle las espaldas, todo lo cual contribuía a que me sintiese afortunada de ser quien era y a la vez completamente orgullosa de mi herencia romaní.
Mientras cavilaba en estos pensamientos escuché la explicación de lo que era ese pequeño palo alargado y a medida que tanto Anette como el médico intercambiaban palabras comencé a sentirme más tranquila. El payo de cabello oscuro tenía una mirada amable que iba acorde con el tono de su voz resultando alguien agradable y cordial. Estaba segura ahora de que la fortuna había intervenido de alguna manera en el último minuto para que fuese él quien le atendiese.
-No será necesario que acuda a un comedor social, no le hará falta entre los nuestros.- Miré de reojo a Anette tras decir eso. Mis palabras habían sido un poco arriesgadas sobretodo porque implicaban que ella vendría conmigo después de su salida del hospital. ¿Qué reacción tendrían los mios si me veían llegar con una chica cuya figura resaltaría entre nuestros rostros de tez oscura al destacarse su fina tez blanca y su hermoso y brillante cabello rubio? -Así, es yo me quedaré aquí con ella esta noche.- respondí, sin dudar en hacerlo pero lamentando ahora haberle indicado a Yurik que no me acompañara ya que todo se complicaba si no podía enviar recado al campamento explicando por qué no volvería esta noche y por otro lado no debía olvidar el motivo que me había traído hasta acá. Aún tenía que conversarlo con el doctor.
-¿Entonces confía en una completa recuperación doctor... ?- hice una pausa porque desconocía su nombre y presioné suavemente la mano de Annette antes de tener que dejarla para darle espacio a la enfermera que se aproximaba con un tazón de comida caliente y que con expresión firme pero amable le acercó la primera cucharada a la boca. -Te pondrás bien.- Le dije, guiñandole el ojo y me alejé unos pasos para no estorbar, de manera que ahora me encontraba frente a la cortina. -Antes de que se marche doctor... me gustaría hablar con usted un momento en privado si no es mucha molestia.-
Eso me llevo a preguntarme de donde provenía realmente ella. Su ropa indicaba que se trataba de alguien de condición parecida a la mia o quizás todavía más humilde porque cuando escuché que no mendigaba sentí formarse un acuciante nudo en mi garganta. Incluso en los peores momentos entre los nuestros nunca hacía falta una comida caliente porque solíamos compartir nuestros recursos cuando a alguien padecía alguna necesidad, costumbre que se seguía manteniendo incluso entre los habitantes del campamento en el que me encontraba ahora aunque fuesemos parte de diversas tribus establecidas en un mismo lugar. Tampoco faltaba la ocasión, si es que alguno de nosotros se encontraba en un aprieto en que otro se preocupase en cuidarle las espaldas, todo lo cual contribuía a que me sintiese afortunada de ser quien era y a la vez completamente orgullosa de mi herencia romaní.
Mientras cavilaba en estos pensamientos escuché la explicación de lo que era ese pequeño palo alargado y a medida que tanto Anette como el médico intercambiaban palabras comencé a sentirme más tranquila. El payo de cabello oscuro tenía una mirada amable que iba acorde con el tono de su voz resultando alguien agradable y cordial. Estaba segura ahora de que la fortuna había intervenido de alguna manera en el último minuto para que fuese él quien le atendiese.
-No será necesario que acuda a un comedor social, no le hará falta entre los nuestros.- Miré de reojo a Anette tras decir eso. Mis palabras habían sido un poco arriesgadas sobretodo porque implicaban que ella vendría conmigo después de su salida del hospital. ¿Qué reacción tendrían los mios si me veían llegar con una chica cuya figura resaltaría entre nuestros rostros de tez oscura al destacarse su fina tez blanca y su hermoso y brillante cabello rubio? -Así, es yo me quedaré aquí con ella esta noche.- respondí, sin dudar en hacerlo pero lamentando ahora haberle indicado a Yurik que no me acompañara ya que todo se complicaba si no podía enviar recado al campamento explicando por qué no volvería esta noche y por otro lado no debía olvidar el motivo que me había traído hasta acá. Aún tenía que conversarlo con el doctor.
-¿Entonces confía en una completa recuperación doctor... ?- hice una pausa porque desconocía su nombre y presioné suavemente la mano de Annette antes de tener que dejarla para darle espacio a la enfermera que se aproximaba con un tazón de comida caliente y que con expresión firme pero amable le acercó la primera cucharada a la boca. -Te pondrás bien.- Le dije, guiñandole el ojo y me alejé unos pasos para no estorbar, de manera que ahora me encontraba frente a la cortina. -Antes de que se marche doctor... me gustaría hablar con usted un momento en privado si no es mucha molestia.-
Dominika Ankudinov- Gitano
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Fecha de inscripción : 10/09/2013
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