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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Irïna K.V. of Hanover Vie Mar 14, 2014 8:18 pm

Aquel día no hubo lugar para sonrisas ni gestos de victoria. Ni siquiera para las lágrimas. El reino permanecía en shock, apagado, sin ser capaz de aceptar el hecho que, desde aquel momento, cambiaría sus vidas para siempre. El negro era un manto que cubría cada recodo de la ciudad, apagando cualquier pensamiento alegre... Un color con el que incluso los enemigos de los reyes salientes se habían decidido también a lucir como muestra de respeto. La sensación de que que ese gran funeral se oficiaba por su culpa la empujaba a agachar la cabeza a medida que se acercaba el momento de dar el último adiós a aquellos que le habían enseñado todo lo que sabía. Su vestido, demasiado elegante para lo trágico del momento -a su parecer-, le recordaba constantemente que tras el entierro de sus padres sería coronada como reina. Se alzaría con un trono que jamás había deseado el mismo día en que se veía obligada a despedirse de las dos personas que siempre fueron su mundo. Se sentía tan apática que apenas supo qué decir cuando le preguntaron qué tal se encontraba. Estaba pálida. Helada. Aunque ninguno se imaginaba que la escarcha que hacía tiritar sus labios estaba por dentro, y no por fuera. Apenas si podía pensar en las últimas palabras de los dos monarcas, que le recordaron que ella lograría hacer de ese reino un lugar mejor. Lo que no le dijeron, era cómo.

Tras pronunciar sus votos supo, de forma casi instantánea, que su vida no sería tan plena como ellos habían imaginado. El hecho de que la mitad de sus sirvientes acabaran siendo unos traidores acabó por darle la razón, apenas unos días después de que la joven e inexperta Reina tratase de configurar un nuevo reglamento para el estado. La justicia no parecía ser del agrado de todos... O tal vez, no todos tenían asumido el mismo sentido de la justicia. Sin quererlo, se puso en su contra a aquellos que se supone poseen el agrado de los soberanos de una tierra. Ingenua de ella no utilizó su poder para despojarles de sus privilegios, pensando de forma equivocada, que la calma regresaría pasado un tiempo de crisis. El tiempo no solo no le dio la razón, sino que la instó a buscar nuevas estrategias a fin de tener contentas a todas las partes. Pero su corazón era demasiado sensible con aquellos que menos tenían, y no cedió a los chantajes de una monarquía que veía peligrar sus riquezas. Tampoco es que le importase mucho en un principio. Pero los problemas que siguieron a su decisión le confirmaron sus sospechas: no iban a poner de su parte. ¡Cuán irónico resultaba que te dijesen que ibas a ser una buena monarca, sin explicarte cómo se supone que debe hacerse eso! Sin embargo, el hecho de no rendirse venía implícito en su naturaleza...


Y allí estaba. Pese a tratarse de una ceremonia de gala, había decidido sus joyas y sirvientes en el hostal que le servía de residencia mientras permanecía en el exilio. Lejos de su patria, de su hogar... Lejos de su pueblo. Desde hacía unos meses sentía que la cabeza le pesaba debido a todo el sobresfuerzo que estaba llevando a cabo a fin de mantenerse oculta, mientras hacía sus tareas como Reina. Y la lejanía no ayudaba en absoluto. Sabía de buena mano que muchos nobles estaban cometiendo absolutas tropelías con las personas más humildes, y desde allí no había demasiado que pudiera hacer, salvo ordenar a sus soldados de mayor confianza que llevasen a esos salvajes antes las autoridades. Y aquí empezaba otro problema: la mayoría de "jueces" llevaban vendidos a las diferentes familias desde hacía décadas. Demasiados problemas que solucionar para ella sola. Se llevó la mano derecha a la sien y se masajeó un instante, antes de permitir que una de sus doncellas prosiguiese con el trenzado de su cabello mientras iban en el carruaje. A ojos de los demás, debería parecer una simple muchacha de clase alta, que había sido invitada a una fiesta. Aunque la sombra de la duda aún permanecía rondando sus pensamientos. ¿Quién la habría invitado, y con qué propósito? Por precaución utilizaba el nombre de Marisse, una de sus sirvientas, ¿acaso su apellido era el de una familia noble de la zona? Con suerte, lo descubriría antes de que supieran de su mentira.

Entró al Palacio antes de la hora acordada, a fin de poder disfrutar de unos instantes de paz antes de volver a ponerse la "máscara" de parisina común y corriente... Además de permitirse el lujo de pasear unos minutos por las salas ricamente decoradas del lugar. Se sentía fascinada con el tipo de arquitectura que habían utilizado, tan distinta a la que recordaba. Su fortaleza siempre le había parecido más sobria, imponente, que lujosa. Tal vez porque el propósito de su padre siempre fue que todos se sintieran iguales bajo su mandato. Libres, independientes, y valiosos. Claro que la teoría siempre sonaba mejor que la práctica, y su amada Escocia tampoco se libraba de esa realidad, pese a su empeño por conseguirlo. Una vez la gente comenzó a entrar a la sala en que se desarrollaría la fiesta propiamente dicha, Irïna se mezcló con el resto de asistentes, a fin de llamar la atención lo menos posible. Pasar desapercibida siempre se le había dado bien. Tomó una copa de vino y se limitó a observar con una media sonrisa, tranquila aunque sin alegría manifiesta, cómo todos empezaban a bailar al son de melodías que le eran totalmente desconocidas. Se quedó en un rincón, mientras instaba a sus doncellas a que se divirtieran. Algo que ella, aunque quisiera, nunca conseguiría hacer.


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Mensaje por Danna Dianceht Miér Abr 02, 2014 1:26 pm

Escocia…su amada Escocia en demasiado poco tiempo había cambiado. E irremediablemente, eso había comportado unos grandes cambios. Cambios que el pueblo aceptaba y por los que se encontraban listos para afrentar, sin embargo no fue el pueblo quien echó la ruina a las tierras prosperas Escocesas. Fue la misma realeza, quien en cuando vieron peligrar sus puestos privilegiados, sus riquezas mermadas bajo la libertad y el pensamiento soñador de aquellos a los que mandaban, echaron las calumnias y se levantaron contra la joven reina, que sin desearlo jamás se había alzado mientras aún las cenizas de sus amados padres, yacían recientes. Los traidores rodearon a la joven reina y Danna, demasiado lejos de sus tierras, no llegó a tiempo para intervenir y llevársela. Llegó tarde. Irina aquel mismo día había partido de escondidas. Tomando el primer caballo que encontró, cabalgó por los bosques cuyos conocía con los ojos cerrados e intentó encontrarla, llegar a ella. Horas en la noche permaneció la joven duquesa buscándola en el anonimato y volviendo derrotada a su solitario castillo, cabizbaja sintió como la ultima amistad, la ultima alma por la que lucharía contra mar y fuego, se desvanecía, dejándola sola.

Los reyes, los cuales la familia Dianceht siempre había seguido y tratado con lealtad y respeto, manteniendo entre ellos un estrecho lazo de amistad desde tiempos inmemorables. Como así también la pequeña Irina, la hija de los reyes; la futura reina y Danna, la futura duquesa de Dianceht, que desde pequeñas habían crecido juntas. Habían sido el lazo más allá de la cortesía que ambas familias habían establecido. Danna y la pequeña Irina – unos años menor que ella- pasaron su infancia en sus ratos libres, correteando por los inmensos jardines de palacio, o perdiéndose en el laberinto seguidas por sus doncellas a las que intentaban como dos traviesas jóvenes perder de vista. Entre ellas se forjó un lazo, que al crecer, interrumpiendo sus juegos fueron obligadas a dejar a causa de los diferentes deberes de una y otra. Una duquesa no podía corretear como un infante con la que sería su reina, y una reina debía cuidar bien su imagen, así como sus confidentes. Y la alegre pequeña duquesa, no parecía poder convertirse en la mejor para el puesto de honor al lado de la reina. Así fue como las alejaron e irremediablemente, el tiempo hizo su oscura magia distanciándolas, sin embargo, nadie apagó el fuego del corazón de la pequeña duquesa, la que algunas noches, arriesgándose cruzaba los jardines reales y tirando piedras en la ventana de Irina, la convencía para escapar y salir juntas a pasear dentro la protección de las tierras de su padre el rey. De esos tiempos ya hacía mucho, como de la partida y anonimato de la reina, la que seguía ejerciendo su poder desde su escondite, negando la posibilidad a los traidores de apoderarse del castillo y sus tierras, como lo que por orden de nacimiento le fue impuesto. La corona escocesa. No obstante Danna, seguía pensando en encontrarla, en que algún día volverían a cruzarse en los caminos y entonces sí, ella estaría para ayudarla. Escocia la necesitaba y solo ella sabía de los traidores y los atropellos que los nobles hacían a los humildes escoceses. Barbaridades en las que muchas veces había tenido que intervenir, lo único que siendo una duquesa, poco podía hacer, más que acoger en su hogar a la gente maltratada.

Danna suspiró al aire frío de la noche, tras bajar del carruaje. Tras llegar hacia unos días a Paris, finalmente tantas invitaciones de fiestas y bailes la habían hecho cambiar los planes de lo que iba a ser una solitaria y tranquila noche en su alcoba, para convertirla en una noche de música y bailes, en el que esperaba distraer su mente. Y allí estaba, en el palacio Royal, con uno de sus trajes nuevos y el cabello -tras muchos intentos de sus doncellas de recogérselo- lucía suelto a su espalda, mientras su vestido  de hilos dorados, danzaba a sus pasos. Ella por el contrario de su reina, no se escondía, aunque por suerte allí en Paris, no eran muchos quienes la conocían por lo que aún todavía podía pasar con cierto anonimato.  Solo entrar la música invadió sus sentidos, y agradeciendo que aún fuera temprano y solo estuviera el salón medio lleno, fue que con Marie, su dama recorrió el salón, con una sonrisa asomándose en sus finos labios.

Ve y diviértete Marie. No deseo arruinaros la fiesta. —Susurró Danna a su dama, a la que veía desde solo entrar, una emoción a flor de piel que pedía ser colmada con bailes en brazos de algún joven desconocido.  —No os puedo dejar sola... —Protestó ella o intentó, ya que tras una mirada de la duquesa, asintió y sonriendo se separó un poco de ella. Danna cuando se proponía algo, siempre lo conseguía. Y si ella no terminaba bailando, no era motivo para que Marie siguiera sus mismos pasos. Recorriendo con la mirada el salón, fue que sus ojos coincidieron con los azules de una joven, la que permanecía rodeada de otras jóvenes como ella. Frunció el ceño extrañada y como si fuera atraída por una fuerza desconocido, lentamente camino hacia ella. Sus ojos en ningún momento dejaron de observar a la joven. ¿Seria ella? En su mente solo podía acudir su nombre. Irïna... Se mordió el labio inferior inquieta y siguió su camino hacia ella, sin darse cuenta si ella sabía de su presencia o si aún no la había reconocido. Fuera como fuera, tenía que hablar con ella. En este lugar sin embargo, no. No era el momento ideal para la conversación. Si por eso, de hacerla reír y emocionarse con el recuentro de ambas.


Última edición por Danna Dianceht el Vie Ene 23, 2015 12:18 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Irïna K.V. of Hanover Lun Abr 14, 2014 9:02 pm

Sentada en aquella mesa, estratégicamente apartada de la pista de baile, su mente comenzó a divagar acerca de los mil asuntos que tenía pendientes y a los que, en cualquier otra ocasión, hubiese prestado considerablemente más atención que a la asistencia de aquella absurda fiesta. Pero el protocolo siempre era el protocolo, y la insistencia de sus acompañantes había sido tan excesiva que no le había quedado otra opción. Y tenían razón. Si quería pasar por una noble normal, no responder a ninguna invitación era mucho más sospechoso que estar todo el día de celebración en celebración. Sin embargo, su cabeza estaba a kilómetros de allí, perdida entre las brumas de mil recuerdos de su patria, y de los problemas por los que estaba pasando ante su ausencia. Sí, lo hacía lo mejor que podía dada su situación, pero seguía sin ser suficiente. Los datos estaban allí. Los atropellos hacia los miembros de las clases más bajas seguían siendo el pan de cada día, y pese a que sus órdenes eran acatadas en su mayoría, un monarca ausente no imponía tanto como uno que ejecutase los castigos de forma directa. Pero volver sería demasiado arriesgado... Demasiado peligroso. Estaba segura de que todo podría desmoronarse en cuanto pusiera un pie en Escocia, y eso le dolería más que estar lejos de ella. Y eso si dejaba de lado el hecho de que, además, estaba amenazada de muerte. Y no había heredero directo. ¿Cómo afrontaría el país una guerra de sucesión en la que todos los primos y sobrinos lejanos pelearan para ver quién era el más apto? Sería más que egoísta por su parte, y eso arruinaría la poca confianza que aún tenían en ella. La llamaban "La Justa", "La Valiente", y aunque a diario intentaba hacer honor al primer nombre, el segundo ya no lo tenía tan claro.

Tenía miedo. Demasiado miedo. Tanto, que no podía confesarlo sin parecer una niña perdida, pese a que realmente fuese una cría, y estuviese más perdida que nunca. Temía que su reino se descontrolase, defraudar la confianza de sus padres, deshonrar su memoria... Temía morir antes de tiempo, antes de lograr que el mundo, que su mundo, se convirtiese en un lugar mejor. Un lugar en que todos pudieran vivir en paz sin importar sus creencias, sus clases o sus opiniones. Esa siempre había sido su meta, desde que naciera en el seno de una familia tan importante. La había perseguido, había insistido y luchado tanto por ella, que no podría soportar fracasar en ello. Pero era más duro de lo que en primera instancia supuso. Lógicamente, no pensó que el camino a la igualdad fuese un camino de rosas, pero tampoco se esperaba que fuese un fuego abiertos entre detractores y la gente que la apoyaba. No quería bajas, no quería usar la fuerza para demostrar que tenía razón. Quería que todos desearan alcanzar la misma meta, puesto que pensaba firmemente que era noble y justa más que ninguna. Fantaseó demasiado, como siempre. Sus padres siempre le advirtieron de lo imprescindible que era para alguien de su posición mantener siempre los pies en el suelo, y la cabeza bien pegada a los hombros. Debió hacerles más caso. Debió aprovechar los últimos momentos que tuvieron juntos para aprender algo más. Pero, como siempre, la muerte desbarata todos los planes que tuvieran. Es mejor hacer las cosas cuanto antes, porque mañana puede ser demasiado tarde. Pese a lo triste que pudiera parecer que alguien tan joven pensara así, era lo que la mantenía viva por el momento. La capacidad para reaccionar rápido. Como cuando decidió abandonar el país, su país, a fin de protegerlo, y protegerse a sí misma.

Había perdido demasiado, ¿pero cuánto más podría haberse desvanecido ante sus ojos de haberse quedado, aun sobreviviendo a los intentos de asesinato? Pensó en el bien común más que en el suyo propio, por extraño que pudiera parecerle a muchos. No era una cobarde por haber huido: prefirió vivir alejada de todo cuanto amaba, que empezar una sangrienta cacería de aquellos que querían verla bajo tierra. Aunque quizá la frustraba que la tranquilidad se estuviese demorando tanto en regresar. Tomó la copa de vino que ella misma había acabado de servirse y bebió un largo sorbo, para luego suspirar largamente. El tiempo la estaba haciendo cada vez más desconfiada. Ella compraba los alimentos que luego comía, y ella los cocinaba. No podría arriesgarse, aunque todos cuantos la seguían siempre fueron de su confianza. O eso pensaba. Lo cierto es que era más una costumbre. En sus viajes apenas si llevaba dos escoltas, y nunca había tenido ningún percance. Prefería eso que perderse entre decenas de rostros cuyos nombres nunca recordaría, y caer en la trampa de confiar demasiado en todos ellos. Podía parecer absurdo, pero habían sido demasiadas personas las que la traicionaron. Y para seguir siendo como era, amable, justa, necesitaba dejar de pensar que todos a su alrededor eran los enemigos. Eliminando aquellos actos que en el pasado fueron arriesgados, eliminaba la necesidad de mirar siempre a su alrededor con desconfianza. Aunque su actitud siempre fuera así. Sus sirvientes la respetaban. Una de las doncellas se quedó cerca de ella, mirándola de vez en cuando con una sonrisa agradecida. Eran sus amigos, una pseudofamilia. ¿Qué importancia tenia servirse su propio vino cuando podría disfrutar de esa pequeña tranquilidad?

Observó al gentío, bailando alegremente, con una mezcla de nostalgia y expectación. Siempre esperaba que pasara algo malo, como si necesitara estar alerta en todo momento, y por ello se olvidaba de disfrutar. Siguió bebiendo de la copa, mirándoles sin prestar demasiada atención a ninguna persona en concreto, cuando unos ojos esmeralda reclamaron su atención de forma tan repentina, que casi se atraganta. La doncella se acercó a ella, preocupada, para ayudarla a levantarse. Irïna se disculpó varias veces, visiblemente nerviosa, y se escabulló entre la multitud con la excusa de buscar el aseo. Si aquella era Danna, su tapadera comenzaba a tambalearse seriamente. Y lo era, estaba segura. Su paso firme y su más que evidente elegancia siempre habían formado parte del carácter de la que siempre fue su mejor amiga. Su confidente. Su hermana, a falta de una de sangre. Cuando estuvo lo bastante cerca de ella para que la escuchase sin dificultad, y varias personas la vieran, la monarca hizo una exagerada reverencia y dibujó una sonrisa tímida.

- ¡Oh, mademoiselle, gracias a Dios que la encuentro! Mi señora estaba preocupada por vos y me ordenó que os buscara inmediatamente. Menos mal que estáis bien. Vuestra mesa está lista, si me seguís. Pronto servirán la cena. -Sus palabras salieron un tanto forzadas, pero su acento escocés quedó bastante camuflado. Tenía siempre algún discurso de aquel tipo programado por si se cruzaba con alguien que conociera. Claro que nunca hubiera pensado que iba a coincidir precisamente con Danna en un lugar tan concurrido como aquel. Sus mejillas se sonrojaron levemente, a causa de la emoción contenida. El latir de su corazón estaba tan acelerado que era todo cuanto podía oír. Estaba allí. Por fin volvía a verla. Quería saltar sobre su regazo, decirle lo mucho que la había echado de menos, y llorar por toda la tensión acumulada en aquellos meses. Pero todo cuanto mostró fue una sonrisa humilde, manteniendo aquella pose gacha que toda doncella solía adoptar cuando estaba frente a alguien de mayor rango. Las miradas pronto se alejaron de ambas, por lo que volvió a respirar tranquila. Nadie había sospechado nada. Estaba a salvo. Al menos, de momento.


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Mensaje por Danna Dianceht Lun Jun 16, 2014 2:17 pm

A la entrada al salón, los bailes se hicieron interminables y la duquesa se los quedó viendo. La gracia con la que muchas veces se movían las parejas y danzaban, hasta para la duquesa que era bastante elegante en su forma de caminar, que hasta a veces parecía que no tocara el suelo con sus pies, aquella magia que tenían las mejores parejas del salón la dejaban hipnotizada. Tanto como recordaba que se quedaba cuando años atrás danzaba en los bailes reales junto con su amiga de la infancia; La princesa y actual reina de Escocia. Ambas podían pasarse noches y noches danzando que jamás terminaban agotadas, solo ligeramente mareadas algunas veces, a lo que reían, y se iban a descansar, para tras unos minutos volver a bajar a la fiesta.

Al pensar en ello, Danna río para sí misma, entendiendo por que las habían separado al final. Una duquesa como ella, o por lo menos tal cual eran de jóvenes, eran demasiado despiertas, demasiado vivas y alegres como para hacer los papeles de ambas como correspondía. Y si debían de ser comedidas, en aquellos tiempos solo se dejaban llevar, disfrutando todo lo que podían. Una nueva sonrisa cruzó por el rostro de la duquesa, el cual se vio entorpecida por la negativa de su dama a divertirse un poco por sí sola, ya que habían jóvenes que no dejaban de observarla y eso ella enseguida lo había observado. Por lo que ahora lo que más merecía su dama era divertirse un poco, ya que a ella no le ocurriría nada. En aquel lugar se encontraba varios miembros de la clase más alta de Paris, por lo que no había mucho descontrol, ya que había guardias vigilando quienes entraban y quienes rondaban por los alrededores. Tras despedirse de su dama, a la que solo pudo convencer mal mirándola, fue que observando a una de las damas en la fiesta, se le antojaron aquellos ojos conocidos, hasta reconocer en aquella joven, a Irina. O por lo menos eso se creía cada vez más y más, conforme que se acercaba al grupo de damas en el que se encontraba ella. Observándola, fue testigo de cuando Irina la reconoció y una extraña palidez hizo tambalear a la joven, que fue ayudada por una preocupada acompañante que se encontraba entre las damas con las que entablaba conversación. ¿Sus damas? Se preguntó Danna, entendiendo poco del porqué no iba hacia ella, si ya la había visto y segura estaba que también la habría reconocido.

Desconcertada vio cómo se disculpaba varias veces y se alejaba, visiblemente nerviosa. Frunció el ceño y saludando con los que se encontraba, disimulando lo que pudo fue que la siguió, entendiendo que no podría descubrirse. Si Irina actuaba desde las sombras, no podía hacerse reconocer como lo que era, por más que aquello a Danna le doliese, pues para ella Irina, era y había nacido para ser reina. Se dirigió hacia el baño, atrapándola antes de tiempo, acercándose con una tímida sonrisa y confundida en sus labios. A causa de no saber muy bien cómo proceder. Aún la gente las rodeaba cuando desde siempre, su mejor amiga se volteó hacia ella y tras una exagerada reverencia se disculpó. Danna la escuchó y con una dulce sonrisa en sus labios, observándola directamente a los ojos, lo entendió todo sin necesidad de palabras. Como cuando eran jóvenes y con apenas un solo gesto fueran capaces de leerse las mentes.

Tranquilícese, todo fue error mío, me distraje con esos bailes y perdí a vuestra señora. ¿Se encuentra ella bien? —Preguntó fingiendo que aquella era una dama de una señora que ni existia. — Vayamos, yo os sigo. Mejor no la hagamos esperar mucho más o se enojará. — Dijo Danna esperando porque ella le mostrara el camino a algún lugar en el que pudiese hablar con calma y en intimidad, por todo lo que tenían de que hablar. Que no era poco… tras tantos años separadas, les separaban muchas situaciones como secretos y aquello para ella era imperdonable. De pequeña todo se lo había contado, absolutamente todo, y aún ahora quería volver a contar con ella, con aquella amistad tan mágica y fuerte como la que tenían. Se sentía incomoda al verla actuar así con ella, sin embargo al saber que podría correr peligro su vida, fue que se contuvo a mostrar signo alguno, más que el de una duquesa firme y altiva, aunque luego la duquesa de Escocia, fuera completamente adversa, lo contrario a ello. Esperó que se pusiera en marcha, siguiéndola todo el rato hasta que se adentraron a una sala desprovista de decoración y muebles, muy alejada del ruido de la fiesta y sus invitados.

¿Irina… eres tú? —Preguntó al asegurar que la puerta estuviera bien cerrada y volverse a su amiga sin saber cómo actuar ante ella. Lo único que deseaba era estrecharla en sus brazos y no soltarla jamás. — Si sois un fantasma no me hace gracia alguna… mucho os eché de menos, demasiado. Para que ahora todo sea una simple ilusión o sueño de mi mente.


Última edición por Danna Dianceht el Vie Ene 23, 2015 12:17 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Lun Sep 15, 2014 5:56 pm

¡Oh, el amor! ¿Qué es el amor? El amor es un conjunto de sensaciones y emociones, tan estúpidas e intensas que únicamente los humanos pueden ser tan necios de sentirlas sin que les importe un bledo sus consecuencias. Y eso que éstas suelen ser bastante graves, casi devastadoras, para ellos. Ni siquiera les importa. Suelen estar más preocupados por la intensidad de ese amor y por lo recíproco del mismo que por el daño que ineludiblemente éste causa en sus ridículamente simples vidas. Y no se lo discuto. Debe ser aburrido vivir inmersos en un universo simple y llano, sin misterios y encrucijadas que les obliguen a utilizar de forma más efectiva el cerebro que la naturaleza les ha dado. Lo cierto es que ya no recuerdo cómo fueron esos momentos para mi. Hace tantos años que dejé de formar parte de la humanidad que apenas tengo claro si alguna vez llegué a ser tan simple como lo son ellos. Francamente, lo dudo. La vida era mucho más complicada antes, cuando los individuos no podían refugiarse en las normas de una sociedad que, aún estando vigente en estos momentos, tampoco es que sea demasiado justa para todos. ¿La verdad? No me importa demasiado. Mientras más injusticias hayan en el mundo, más sencillo es para mi moverme en él con relativa discreción pese a los muchos crímenes que cometo allí donde voy. No por ello me resulta menos llamativa la obsesión de los humanos con sus sentimientos. Supongo que mi carencia de los mismos es lo que motiva esa curiosidad. Quién sabe.

El caso es que aquí estoy, en busca de venganza por culpa de un amor pasado que no salió del todo bien. Como de costumbre. La verdad es que me divierte cuando mis trabajos consisten en actuar como antagonista supremo de cupido, destrozando lo que él alguna vez unió o, como en este caso, sólo unió por una de sus partes. Porque, si algo tengo claro después de todos estos milenios de historia que llevo tras mis espaldas, es que si las mujeres llegan a ser bastante más rencorosas cuando un antiguo amor les hace daño, la rabia que puede albergar un hombre es muchísimo peor. Y aquí está la prueba. Un amor no correspondido para mentes perturbadas se traduce como una mentira, y una mentira merece la peor de las violencias. Y de eso me encargo yo. De hacer pagar el precio más elevado posible por las faltas que mis víctimas cometieron tiempo atrás. Si bien los asesinatos que he cometido con este propósito, como sicario, no constituyen una ínfima parte de los muchos crímenes que he cometido en esta gran ciudad que es París, son estos trabajos los que me otorgan el nivel de vida que ahora poseo, así que, me guste más o menos el trabajo, tengo que hacerlo. Aunque... ¿a quién voy a engañar? Me encanta. Si hacer daño a inocentes sin ningún propósito me otorga una satisfacción solamente equiparable a mi nivel de insensibilidad, cuando tengo una motivación más concreta, esto sólo hace aumentar mi efectividad. Y eso que ya de por sí soy bastante bueno en lo que hago. Por no decir el mejor.

Entro en la fiesta sin levantar sospechas, valiéndome de la influencia que mi sangre aún ejerce sobre varios de los sirvientes y la mayoría de los asistentes que están aquí esta noche. Nunca dejo nada al azar cuando la suma es tan generosa como lo es en este caso. Además, si ese fantasma me ha pagado tanto, está claro de que se trata de un asunto más importante de lo que dejó entrever en un principio. Y me fascinan los asuntos importantes. Me mezclo entre la multitud buscando la cabellera rubia de aquella a quien me han mandado buscar. Salvo eso, no tengo mucha más información, y casi toda es contradictoria: una monarca que se hacía pasar por plebeya y que seguramente estaría utilizando el apellido de soltera de su madre. Y bueno, aunque me asegurara de que al verla sabría perfectamente de quién se trataba, a menos que sondee los recuerdos de los presentes no veo de qué manera pueda encontrar...la. Allí está. Tampoco ha sido tan complicado, después de todo, aunque la pista más importante me la ha dado la morena que está junto a ella. Esos ojos verdes... me había advertido de ellos. Tienen algo raro. ¿Es... humana? De entrada no me lo parece. Ahora sí me fijo en la que parece ser la reina de Escocia. Delgada. Frágil. Nerviosa. Y arrebatadoramente hermosa. ¿Cómo alguien así podía pasar desapercibida entre una multitud que se suponía que representaba a la nobleza más importante del país? ¿No reconocían a la reina de uno de los países vecinos? Una prueba más de que los humanos son sumamente estúpidos. Me acerco a ellas sigilosamente, saludando aquí y allá a aquellos que sé que me reconocen. Mientras, buceo en los recuerdos de la rubia e intento hacer lo propio con los de la morena, aunque inexplicablemente no puedo hacerlo en un principio. ¿Qué tendrán escondido en sus cabezas? ¿Acabaré poniéndola en evidencia ante todos, o aguantaré hasta el momento oportuno para cumplir con mi deber? Llevármela, sana y salva, hasta las mazmorras de la ciudad. Luego ya se encargarían de ella.

Cuando me quiero dar cuenta, las estoy siguiendo por un jodidamente largo pasillo que parece no acabar nunca. Sondeo los pensamientos de mi presa y me doy cuenta instantáneamente de que está más preocupada por hablar de cosas intrascendentes con su amiga que de fijarse en quién sigue a ambas. Me mantengo a una distancia prudencial, observando con detenimiento cada movimiento, cada gesto, cada palabra que pasa por su mente. Pobre humana. Está tan confusa que no sabe cómo encauzar su vida. De pronto, desaparecen de mi vista tras una gruesa puerta que parece salida de la nada. Enarco una ceja, confuso. ¿Realmente se han dado cuenta de que voy tras ellas? Pego una oreja a la puerta y concentro todos mis sentidos en escuchar lo que ocurre dentro. Como pensaba: nada interesante. Empiezo a aburrirme. Sólo quiero acabar una maldita vez con este dichoso trabajo y, de paso, comprobar si las reinas tienen la "sangre azul".


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Mensaje por Irïna K.V. of Hanover Sáb Nov 22, 2014 2:39 pm

Aquellos ojos, aquellos gestos, aquella mirada intensa y su extraña capacidad para entender lo que Irïna quería decir, aun sin haberlo dicho. Todas ellas cualidades de Danna Dianceht, de su Danna, de su mejor amiga, de la única persona en el mundo en la que aún podía confiar sin asomo de duda. Habían estado juntas desde siempre, uña y carne como se solía decir, y nadie salvo ella podría imaginar el dolor que la invadía estando lejos de su tierra, de sus raíces, de todo cuanto amaba, incluyéndola a ella. Porque ambas lo habían sufrido. Tuvo que dejarlo todo y salir corriendo como si más que alguien benevolente, se tratara de una criminal. Tuvo que marcharse sin avisar, sin dejar una miserable carta a su mejor amiga. Se sentía terriblemente culpable por ello, aunque no se había dado cuenta hasta ese momento. Cuando sus miradas se cruzaron. Cuando ella le siguió la corriente sin necesidad de explicarle qué pasaba. Había entendido que ese no era el mejor lugar para hablar, y que nadie sabía ni quién era ella, ni qué estaba haciendo allí. Porque así es como Irïna lo había elegido, había elegido marcharse, sufrir, por mantener unido un pueblo que pujaba por no romperse a pedazos. Era lo correcto, o al menos, pensó que era lo mejor que podía hacer. Si no lo único. Y no se arrepentía de ello, no, estaba segura de que si las cosas aún no habían estallado había sido precisamente porque dio aquel paso. No, su culpabilidad venía de la consciencia de haber dañado a sus seres queridos. A las pocas personas que aún consideraba cercanas. Especialmente, a Danna.

- Oh, no os disculpéis, mademoiselle. No hay ningún problema. Sólo estaba un poco preocupada por vos. Ella se encuentra bien, seguidme, os indicaré el camino. -Resultaba un tanto irónico que se sintiera rara fingiendo ser quien no era, cuando era precisamente eso lo que estaba haciendo desde hacía meses. Lo que le había permitido sobrevivir... Si su padre la estuviera viendo, no creía que se sintiera especialmente orgulloso. Él era más partidario del "mantén siempre la cabeza bien alta, y ten muy presente quién eres, lo que eres, cuáles son tus metas y tu identidad, porque no hay nada más importante que eso", esa frase que siempre solía repetirle cuando ella aún era una niña y no sabía quién era o quién quería llegar a ser. Siempre le reprochó que luego, al llegar a los dieciséis años, quisiera precisamente despojarla de aquello que le hizo prometer que respetaría por siempre, al quererla casar con un desconocido "por el bien del país". Ahora, en parte, comprendía que sus motivos para que quisiera comprometerla era evitar la situación que estaba desarrollándose en aquellos momentos. De haber estado casada, probablemente, no hubiera tenido que huir del país, y la posible presencia de un descendiente, de un hijo, trastocarían de un plumazo los deseos de aquellos aspirantes a reyes que querían desplazarla de su legítimo derecho. La joven sacudió la cabeza con energía, deshaciéndose de aquellos pensamientos que, repentinamente, habían invadido su mente. ¿Qué sentido tenía pensar en ello precisamente en aquel momento? Ella nunca quiso eso, y estaba segura de que su padre, en el fondo, tampoco lo quiso.

Ahora nada de eso importaba. Le habían arrebatado a sus padres. Su juventud. Y la habían echado de su país casi a patadas. Sólo le quedaban tres cosas: su identidad, ese pensamiento de justicia que siempre prevalecía en su personalidad. Luego estaba Lorick, aunque no sabía por qué lo consideraba tan importante. Y por último, estaba Danna. Lo más importante que tenía y tendría nunca. Jamás había establecido un vínculo tan intenso y duradero como con la duquesa. Era su mejor apoyo, independientemente de la distancia que hubiera entre ambas. Y siempre había sido así. En las alegrías y en las penas, en los momentos apacibles y en las adversidades, siempre habían estado unidas, y sabía que ella tampoco habría estado nunca de acuerdo con que renunciara a ser lo que era: libre, vivaz, y comprometida con un país por el que sacrificaría, y había sacrificado, absolutamente todo. Un largo pasillo por fin se abrió paso entre ambas, un pasillo que le permitió un grado de intimidad suficiente para que abandonara su pose gacha de doncella y la tomara por el brazo, para acto seguido salir corriendo a toda prisa. Necesitaba decirle tantas cosas que no estaba segura de por dónde empezar. Una disculpa sería lo más indicado en aquel momento, pero no sabía si tendría fuerzas para decirle todo lo que sentía sin venirse abajo. Hacía mucho que necesitaba la compañía de alguien en quien confiar para desahogarse. Pero eso no era lo más importante. Miles de preguntas se agolpaban en su cabeza a una velocidad vertiginosa. ¿Qué está pasando en casa? ¿Qué has hecho todos estos meses? Demasiadas cosas que decir y poco tiempo e intimidad para decirlas.

Sólo cuando la puerta se cerró tras ambas, Irïna pudo voltearse, e ignorando momentáneamente las palabras de la duquesa, se lanzó directamente hacia ella, en un abrazo que esperaba que durase para siempre. - Dios santo, Danna, ¡no sabes cuánto te he echado de menos! -Fue lo único que salió de entre sus labios, y lo único que sentía que era realmente necesario decir en aquellos momentos. Quería llorar. Reír. Saltar. ¡Quería hacer cualquier cosa menos soltarla! No quería soltarla bajo ningún concepto. - ¡Por supuesto que soy yo! Me reconoceríais en cualquier lugar... -Recibió a su mejor amiga con una sonrisa de oreja a oreja, la más sincera que había dibujado en mucho tiempo. - ¡¿Qué hacéis en París?! Pensé que estaríais en Escocia... -La simple mención del nombre de su patria le provocó una punzada de dolor en el pecho, aunque no fue suficiente para despojarla de la emoción del momento. Estaba demasiado contenta como para estropearlo. - ¿Cómo estáis, Danna? ¿Qué habéis hecho durante todo este tiempo? ¡Tengo tantas cosas que contaros, y tantas ganas de que me contéis! -Buscó con la mirada algo parecido a un asiento en la sala, pero únicamente divisó un par de cajas desperdigadas por la habitación. - Contadme, por favor, contadme... ¿Cómo están las cosas en casa? Hace mucho que mis consejeros dejaron de escribirme. Estoy segura de que se aliaron con mis enemigos... ¿Cómo está el pueblo? ¿Qué es lo que está pasando? ¡Decidme algo, por favor! -Se sentó en una de las cajas, intentando contener sus nervios. Su corazón iba demasiado deprisa, y el vértigo inicialmente motivado por la alegría del reencuentro, empezaba a parecerse más a un mareo que a otra cosa. Se notaba rara, como si algo se estuviese retorciendo dentro de su cabeza. Seguramente serían los nervios.


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Mensaje por Danna Dianceht Vie Ene 23, 2015 12:15 pm

¡Cuánta alegría corría por el cuerpo de la duquesa en aquel mísero instante! Aún sin creerse que todo aquello fuera real, con gratitud y una felicidad desbordante agradeció cuando quien había sido siempre su confidente, su mejor amiga, una hermana de corazón, la agarró y sin previo aviso se puso a correr con un deseo desbordante por llegar lejos de miradas indiscretas y de poder realmente mostrarse, quitarse sus disfraces y ser quienes solían ser. Con una gran sonrisa Danna no fue menos y a su lado corrió como si volvieran a tener apenas nueve años y volvieran a esconderse de sus institutrices, corriendo juntas contra cualquier adversidad con la que se encontraran por el camino. A veces habían sido caballos, jinetes e incluso una vez huyeron de sus propias madres que intentaban detenerlas y devolverlas a sus quehaceres, sin entender que a esa edad el exterior las llamaba como un fuego vivo lleno de secretos que debían y se encontraban en la imperiosa necesidad de descubrir. Intentó detener su risa, fracasando en el intento puesto que su suave y melódica risa terminó haciéndose notar entre ambas.

El pasillo rápidamente fue pasado y en un abrir y cerrar de ojos, tras la puerta cerrarse la duquesa encajó sus brazos alrededor de la figura de su gran amiga y reina, aunque en aquel instante en ella solo podía ver a aquella amiga que tanto había necesitado desde su partida y por la que tan preocupada había estado, también veía a su gran reina perdida y oculta, por la que una gran parte de su corazón murió al saber de su ausencia en palacio y en Escocia. ¿A quién entonces había podido contar sus secretos? ¿A quién le había contado las nuevas y no tan buenas noticias? ¿Con quién había reído hasta que en un mar de lágrimas habían cesado las risas? Cuando Irina marchó, una parte de Danna se fue con ella. Desde su desaparición ya no había contado, ni considerado a nadie tan cercana como siempre consideró a su reina y mejor amiga. Ella había llorado y Escocia junto a ella desfalleció tras perder a una de las personas de más noble corazón de la región. Ahora simplemente la duquesa se encargaba de acudir a palacio cuando demandaban o exigían los pagos y los documentos de las tierras que ella regentaba como duquesa y de aquellos pueblos que cercanos, eran también de su responsabilidad. Nada comparado cuando tiempo antaño, sus padres y ella habían acudido a menudo a visitar a sus reyes e incluso, hospedándose Danna muchas temporadas en palacio.

Irina. ¡Irina!—la estrechó en su abrazo y llenándose de su perfume, sonrío sin poder creerse la suerte de encontrarla de nuevo. Ella también quiso llorar, reír o hasta gritar de la alegría de verla. Habían estado siempre tan unidas y ahora tan separadas, que como en un vendaval el corazón se le resquebrajo al pensar en los años que se había perdido de su amiga y al contrario también. ¡Por cuantos habrían pasado y que tan poco sabrían ahora de ellas, tras aquel largo tiempo! — No puedo estar más agradecida de encontrarte. ¡Me hiciste tanta falta! ¡Te extrañe tanto! ¡Y habéis cambiado tanto! —Dijo eso ultimo separándose ligeramente de su abrazo para observarla y sonreír. — No creo poder reconocerte siempre, unos años más y no me lo habría creído. ¡Estas aún más bella de lo que en mis sueños imaginé! —Una sonrisa cómplice se adueñó de la duquesa que sintió por un efímero momento la sensación de que todo volvía a ser como debía. Todo volví a su cauce y aun sabiendo que Irina debería seguir escondida hasta que fuese seguro para ella regresar, solo dejó que el pensamiento de tener junto a ella de nuevo floreciese en su mente y que aprovechara aquel momento para estar junto a ella, para recordarla de nuevo así en su memoria, con aquella sonrisa de oreja a oreja.

¡Ha pasado tanto tiempo, que no sé ni por donde comenzar!—Le contestó sonriente acompañándola hacia las cajas donde tomó asiento junto a ella. — Estoy bien Irina, muy bien. El norte siempre os dije que era más rico y fértil, por lo que en mi ducado todo marcha a la perfección. Aquí la importante ahora, eres tú. ¿Cómo estáis? ¿Dónde os alojáis? ¡Estaba tan preocupada por ti estos años! — Volvió a repetir tomando la mano de su reina entre las suyas, en un intento de así al sentirla cerca, calmarse y respirar hondo. — Tranquila, el pueblo está bien. Descontento con algunos procedimientos, con las nuevas leyes de impuestos, pero cuentan con gran parte del apoyo noble. Ya os dije que yo siempre cuidaría el pueblo y como yo hay más gentes dando la cara por la causa. Los escoceses siempre resistimos… si no miraos a vos misma. Habéis resistido hasta cuando desde palacio se os proclamaba muerta. Por lo que no temas, ellos siempre os estarán esperando y estarán preparados para vuestra vuelta al trono algún día, pero contadme, ¿Qué tenéis pensado? Sabéis que mi castillo siempre estará abierto para esconderos o para lo que necesitéis. Siempre he estado esperando que me enviarais alguna carta para iros a buscar allá donde estuvierais y mi juramente para con mi reina y ante todo mi hermana, es inamovible y bien firme al paso del tiempo. —Como toda noble al asumir el reinado Irina, había hecho un juramento y aunque aquel juramente había sido sagrado, para ella cualquier palabra que intercambiaba con quien consideraba una hermana siempre había sido sagrado desde lo más hondo de su corazón. — Irina… ¿Estáis bien? Os veo más pálida de lo acostumbrado… ¿queréis que vaya a buscaros un poco de agua para así reponeros? —Le preguntó preocupada al verla como si estuviese mareada o una fuerte jaqueca la hiciera encogerse del picante dolor. — Yo también creo que siento que me mareo, el reencuentro… veros de nuevo… Sigo insistiendo que para mí estamos en un maravilloso sueño y mi corazón podría salirse de mi pecho en cualquier momento.


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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Feb 26, 2015 12:17 am

Cuando la situación no podía parecerme más patética, entonces las escucho hablar a ambas, y una mueca de desesperación acude a mi semblante. ¿De verdad eran capaces de ignorar cualquier posible peligro y comenzar a contarse batallitas y cursilerías varias? ¿No se supone que la reina está oculta? ¿Por qué demonios alguien que se esconde sería tan descuidado? En los minutos que han transcurrido desde que entraron en la habitación, nadie se ha dignado a venir a buscarla. Me siento como un tigre a punto de saltar sobre una presa ciega, sorda, y sin capacidad de huir. Aburrido. Casi tan aburrido como la conversación que está teniendo lugar en el interior de aquella especie de almacén. Para cualquier otra persona, incluso hubiera parecido un bonito reencuentro entre dos amigas, pero para mi todo aquel despliegue de preguntas y confesiones no eran más que un ejemplo perfecto de por qué los seres humanos deben ser considerados como estúpidos. Y no sólo los humanos, al parecer, porque cuando finalmente puedo concentrarme en el olor de la otra muchacha sin toda aquella mezcla de aromas y perfumes presente en el resto de invitados, me doy cuenta, entre sorprendido y divertido, de que no le queda nada de humana. Es un maldito licántropo. Interesante. Aunque para mi desgracia, mi presa de esta noche se trata de una aburrida y simple humana que ha tenido la desgracia de ser reina. Me hubiese entretenido mucho más jugando un poco con la loba. Quién sabe, quizá pueda entregar a la chica, y quedarme con ella después. Desde luego, sería un pago mucho más satisfactorio que una simple suma de dinero que estaba claro que no necesitaba.

Mientras decido qué hacer, o mejor dicho, con qué pretexto entrar en la sala sin levantar demasiadas sospechas, me entretengo jugueteando con la mente de la humana desde el otro lado de la puerta. Indago en sus recuerdos, en sus traumas, en esas imágenes que su cerebro ha reprimido para facilitarle la supervivencia. Y... ¡Sorpresa! Comienzo a toparme con una serie de resistencias que no deberían estar ahí. O por lo menos, no solían estar presentes en el resto de humanos. Normalmente, era bastante sencillo manipular sus recuerdos incluso cuando trataban de oponer resistencia. Pero ella no sabe que soy yo quien está tratando de penetrar en su cabeza, de traerlos a la consciencia. Y sólo hay una razón para eso, una razón que automáticamente la convierte en un sujeto interesante, más que en una simple humana sin demasiado interés. Otro sobrenatural la protege, y ha construido una especie de "prisión" para esos recuerdos que está claro que podrían dañarla enormemente. La pregunta que surge ahora es, ¿dónde está? Si alguien se preocupa lo suficiente por esa chica como para bloquear el acceso a esas vivencias, tiene poco sentido que se atreva a dejarla sola sin más. ¿O acaso al huir de su país también abandonó a esa criatura? Una sonrisa maliciosa se dibuja en mi semblante. Si así es, probablemente no le haría demasiada gracia encontrársela hecha pedazos. La diversión estaba asegurada.

Así es como decido que ya no me interesa tanto cumplir con las órdenes de quien me ha contratado, como obtener un entretenimiento que me saque de esta dichosa monotonía en que se ha convertido mi estancia en París. Al menos, no sin antes averiguar qué es lo que esconde dentro de esa cárcel de recuerdos. No sin antes destruirla a ese nivel, psicológicamente. ¿Cómo reaccionaría a aquello que alguien no quería que viese? ¿Enloquecería? ¿Ansiaría su muerte? ¿Se daría cuenta quizá de que su vida no tenía ningún sentido más allá del lento devenir hasta la muerte? Quizá incluso pudiera convertirla, darle una inmortalidad para que sufriera por esos recuerdos que entonces la perseguirían por toda la eternidad. ¡Ah! No puedo soportar tanta expectación, así que cuando terminan de saludarse y percibo un cambio en su ritmo cardíaco, me aventuro a llamar a la puerta, como si fuese un simple invitado más, buscando una estancia en concreto. El baño, por ejemplo. Y justo cuando abro la puerta, activo la ilusión de que se encontraban en un baile que había podido ver en su cabeza. Un baile celebrado en su palacio, cuando sus padres aún vivían. La música resuena en el lugar, aunque únicamente nosotros podamos oírla. Cierro la puerta tras de mi, dando por comenzado el juego. - Buenas noches, señoritas... ¿Están disfrutando de la fiesta?


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Mensaje por Irïna K.V. of Hanover Sáb Mayo 16, 2015 9:54 pm

El destino siempre encuentra alguna forma de conseguir que dos personas que están entrelazadas por sus hilos vuelvan a encontrarse. En cualquier parte del mundo, sin ningún pretexto ni motivo. Era lo que debía suceder. Aunque quizá tenía formas bastante curiosas de llevar a cabo sus propósitos. Aquel era un ejemplo bastante paradigmático de ese hecho. Allí estaban ambas, dos adultas que, antaño, como niñas, jugaron y crecieron juntas como verdaderas hermanas, a pesar de que no hubiera ningún vínculo de sangre entre ellas. Allí estaban, encerradas en un cuartucho, sentadas en cajas, alejándose de una fiesta, como alguna que otra vez hicieron de pequeñas, para hablar de las aventuras que vivían juntas a diario. Allí estaban, después de tanto tiempo, con los sentimientos a flor de piel, confesándose la una a la otra lo mucho que se habían echado de menos, a pesar de que la emoción que las unía no hubiera cambiado ni un ápice desde la última vez en que se encontraron. Miles de preguntas fueron lanzadas al aire en los primeros segundos, muchas, jamás fueron respondidas. Pero eso era indiferente, porque volvían a estar juntas. Eso era lo único que importaba. Lo único que les importaba.

- Hermana mía... bien sabéis que no fue por gusto por lo que tomé la decisión de alejarme de la tierra que amo, y que me vio nacer y crecer. Una monarca asesinada no haría ningún bien al pueblo, y eso es lo único que me importó en ese momento. ¡Y no hay un día en el que no me arrepienta de haberos dejado atrás, por culpa del deber al que ser monarca me somete! Quise escribiros, hablaros de mi paradero, confirmaros que me encontraba con buena salud, pero todos los consejeros que aún quedan a mi lado me dijeron que no era seguro. Ni para vos, ni para mi. Danna, hay muchos más lobos entre aquellos que creíamos conocer. Muchos de los que juraron lealtad a mi persona luego se alzaron contra mi y atentaron contra mi vida. Llegué al punto de no saber en quién confiar... Sólo me quedabais vos, pero la idea de que por mi culpa os ocurriese algo era demasiado dura para que pudiera asumirla. Lo siento mucho, amiga mía, hermana... Siento esta larga ausencia, y que me hayáis echado de menos, pero os juro que no ha sido más de lo que yo os he extrañado a vos... -Su voz se quebró varias veces a causa del llanto. Días y noches había pasado preguntándose como estaría la única familia que le quedaba. Días y noches llenos de lágrimas, por su país, por Danna, por Lorick... Por todo aquello que se había visto obligada a dejar atrás. Pero su encuentro debía ser un buen augurio, ¡estaba segura! Desde ese momento, las cosas no podían más que mejorar...

... O quizá no...

Quizá realmente estaba predestinada a sufrir un terrible destino. Quizá la suerte la había dado de lado, y no regresaría jamás. Quizá su destino era perecer bajo el peso de un apellido que de haber podido, nunca hubiera aceptado. Quizá una reina realmente nunca debe sentirse segura. Porque la sensación de seguridad, lleva a bajar la guardia. Y si bajas la guardia cuando tienes tantos enemigos que apenas si puedes contarlo, es tu final.

Eso fue lo último que pensó, antes de que aquella fantasía se adueñase de su consciencia, y cayese presa de las malas intenciones del desconocido. Pensó que ese era el final. Que aquello que había evitado a toda costa, dañar a su mejor y única amiga, había resultado un rotundo fracaso...

Y luego ya... La nada. Luego estaban en el gran salón del castillo, en aquella noche en que su padre tuvo a bien celebrar una de aquellas fiestas que ella siempre trataba de evitar a toda costa. La última que pasaron juntos, y la primera en que se divirtió de verdad. Se vio a sí misma, tomando la mano de Danna y danzando por la pista recreada por el sueño, como si aquella misma noche se estuviese repitiendo nuevamente. ¿O estaba sucediendo en realidad? Estaba confusa, se sentía ligera. Había algo que iba mal, pero era incapaz de saber qué, ni de pensar en ello por más de dos segundos. Se arrojó a los brazos del desconocido, como si del amor de su vida se tratara, y le sonrió a pesar de sospechar que era precisamente él quien hacía que todo estuviera mal. - Mi buen señor, por fin habéis venido a por mi. -Su sonrisa, a pesar de ser terrorífica, le pareció la más hermosa del mundo, o eso supuso, al saberse incapaz de hacer otra cosa más que bailar y sonreír. Buscó a Danna con la vista, sintiendo como si mil agujas se clavaran en su mente sin cesar. Y lo único que alcanzó a decir, a voz de grito, fue que corriese. Para después seguir bailando con el demonio que había venido en su busca.


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Mensaje por Danna Dianceht Lun Jun 01, 2015 2:58 pm

De haber escuchado que algún día lloraría de ver a su reina, amiga y hermana cuando ambas siempre sonreían sin parar a todo aquel que las apreciase, se habría reído y cortésmente se hubiese alejado de aquellos que fueran por allí diciendo tales disparates como aquellos. Pero ahora, tras una dura y fría separación de quien consideraba hermana e incluso que por algunas noches creyó muerta o abandonada lejos de su alcance, las lágrimas así como las de su reina no dejaron piel en sus mejillas que humedecer. ¿Se podría llorar de alegría? Sin duda alguna. Ella así lo estaba haciendo y no s arrepentía de esas lágrimas que salían de lo más hondo de su corazón, como tampoco fue capaz de decirle a Irina que dejase de llorar, aunque con sus lágrimas rompiera su corazón. Era sano y de sabios llorar y por la vida que la mismísima reina de Escocia le contaba, no habría sido nada fácil, había pasado muchas penurias y noches desvelada por lo que lo último que podría negarle ahora que la tenía frente a si era el que no desahogara su alma. Ahora era el momento para que las tristezas que llevaban anidadas en su corazón rompiesen sus cadenas y frente a ella siempre se había podido liberar de sus emociones. Como cuando de pequeña le hablaba de su vida en la corte y ambas, siempre juntas,  desahogaban cada uno de sus temores y vergüenzas, apoyándose mutuamente como unas verdaderas hermanas harían. Danna moriría por protegerla y así como los demás podrían aprovecharse de las flaquezas de su reina; ella solo la protegería aún más en aquellos instantes de debilidad.

No puedo siquiera imaginar cuanto dolor habréis tenido que pasar estos años escondida de quienes una vez se proclamaron aliados de la corona… pero, habríais podido buscarme. Si ha habido una familia que siempre ha estado al lado vuestro esta ha sido la mía, y os habríamos protegido con la vida si hubiese hecho falta. Sois mi media hermana, mi amiga y mi reina y me odié por años al saber de vuestra huida y no haber podido reconfortaros. —Las lágrimas también se deslizaron por su rostro y con suavidad llevó una de sus manos al rostro ajeno, secándole las lágrimas, doliéndole verle de aquel modo cuando por fin todo parecía poder ir a mejor. No obstante, no fue así y demasiado absorta del descubrimiento de Irina que pasó desapercibido el aroma inconfundible a no muerto, a inmortal en el pasillo adyacente a la recamara, siendo sino hasta que las puertas se abrieron y un extraño deja-vu azotó su mente que lo sintió. Había un vampiro entre ellas pero la música y las parejas que bailaban a su alrededor, no la dejaban concentrarse, ni echar a un lado el terrible dolor de cabeza que la asoló, dejando sus instintos anulados por el momento.

¿Dónde estaba? Se preguntó confundida cuando se encontró junto a Irina bailando en lo que parecía ser la gloria Escocesa de antaño. Sonrío a la princesa que bailaba con ella mientras las demás damas de la corte la observaban con envidia de ser la más íntima de todas ellas y de un breve vistazo, contempló a los padres de Irina bailando unas parejas más lejos que ellas. Bailaban con elegancia y lentitud mientras ambos pares de ojos no dejaban de recrearse el uno con el otro. Danna pensó en aquel amor envidiable que se profesaban y por unos segundos dejó que aquella visión la cautivase. No todos los reyes podían alardear de un matrimonio por amor y de nobles sentimientos… tan ciertos, como que el sol sale cada mañana y la luna cada noche. Sonrío una última vez y volteándose hacia Irina de golpe se desconcertó. En lo más hondo de ella había algo que la hacía sospechar e intuía que esa noche ya la había vivido años atrás. Siendo aquella noche la última fiesta que pudo divertirse sin reparos con Irina. Por eso cuando la vio de pronto en brazos de un joven, se tensó. Irina esa noche había bailado con más gente a parte de con ella, pero recordaba aquella canción y aquel baile; había sido uno de los últimos antes de que la princesa fuera a despedirse y ambas se perdieran riendo entre los jardines de noche. Por lo que, basándose en eso, ningún hombre había pedido su mano y aún menos se hubiese ella echado a los brazos de un desconocido.

Dejad a la princesa. —Ordenó mirando directamente al joven mientras miles de agujas parecían clavarse en su mente. Dio un paso adelante y luego otro hasta llegar a ellos y haciendo oídos sordos de la petición ajena de huir de aquel lugar, con fuerza separó a Irina del desconocido y se encaró ella, protegiéndola con su cuerpo. La música no cesó y viendo como la visión seguía sin detenerse a causa del incidente actual, se hizo a la idea rápidamente. Jamás antes había luchado contra la visión de un inmortal, pero aquel que tenía enfrente no lucia diferente de uno de ellos. — Y dejad esta visión… destruid este sueño de papel y mostraros caballero. —Su voz fue afilada, casi un gruñido y a pesar de las agujas taladraron su cabeza cada vez sus instintos más y más despertaban ante la cercanía del ser sobrenatural y enemigo natural de los licántropos. Lo miró fijamente y por unos segundos sintió la absurda necesidad de ir también a sus brazos y danzar con él como si fuese lo que más quería en el mundo. Parpadeó y tomando de la mano a Irina la empujó suavemente lejos de ellos antes de que pudiese terminar herida. — ¡Corred, huid! Sal de este lugar y escóndete, yo me encargo de él. No temas y vete, por favor. ¡Hazme caso! —Le urgió. En otra circunstancia jamás hubiese ordenado nada a Irïna, aún menos ordenado, pero conociendola seguramente quisiera entregarse a que ella sufriera algún daño por ella, y eso no se lo permitiria. Ahora deberían verse las caras aquel ser y ella, para proteger la vida de aquella que tanto amaba.


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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Miér Oct 28, 2015 11:00 pm

Siempre me sorprenderá la facilidad con la que es posible adueñarse de los sueños, pensamientos y deseos de los seres humanos. Es tan sencillo que a veces más que un reto, se me antoja un poco monótono. Pero este no es el caso. Puedo ver en su mente con total claridad, que el rostro que dibuja sobre el mío no es el real. Tan inmersa se halla en mi engaño, en mi mentira, en esa extraña forma de tortura que tanto me gusta aplicar, que ni siquiera nota la frialdad de mis manos, de mi cuerpo, al estrecharla contra mi. Así, de cerca, parece incluso más frágil de lo que esperaba. Más pequeña, sí, y también más hermosa. Como una rosa de cristal, a punto de precipitarse contra el suelo donde su destino será romperse en mil pedazos. El destino hacia el que yo la llevaré, por supuesto. Nuestros pasos se acompasan inmediatamente, y entonces me doy cuenta de que el sentimiento que profesa hacia la persona que cree que soy, que sueña que soy, es mucho más intenso de lo que está dispuesta a reconocer... Ah, mujeres, siempre orgullosas. Siempre correctas. Siempre negándose los placeres de dejarse llevar por el caos, por el descontrol. De no ser mi presa, y de tener algún tipo de sentimiento, me hubiera dedicado a enseñarle esos aspectos de la vida que se pierde por cegarse ante los modales. Aunque la verdad, eso ya lo intenté, y no es que saliera demasiado bien.

- Por supuesto... ¿Acaso dudaba que vendría? Yo siempre cumplo mis promesas, y le prometí que la rescataría, que la protegería de todo daño. Que juntos, escaparíamos de aquello que le resultara temible. -Irónico es que la haga sonreír con mis palabras, cuando probablemente yo sea la peor de sus pesadillas. O al menos, terminaré siéndolo. Me dejo llevar por la luz de su mirada, por esos pozos azules y brillantes que despiertan cierto sentimiento de ¿lástima? en mi. En cierto modo, es triste tener que terminar con la existencia de cosas tan hermosas como ella. Aunque, para mi, es la consecuencia necesaria. Las cosas hermosas están destinadas a perecer. Y yo suelo ser el verdugo escogido. Me encanta convertir en cenizas lo que antes era precioso, perfecto. Único. La degradación de aquello que exhala pureza me otorga más poder del que nunca podría soñar. No pienso renunciar a eso.

- Tú no te metas... -Farfullo, visiblemente molesto, cuando la otra mujer se encara y se atreve a alejar de mi a mi objetivo. Odio que se entrometan en mi camino, y mucho más cuando me pagan tan bien como en aquel caso. Me giro hacia ella y la miro directamente a los ojos. Supura miedo por cada poro, aunque no parece tan sumida en la ilusión como su amiga. ¡Ja! Ya sabía yo que había algo raro en ella... Atufa a lobo que casi me sorprende no haberme dado cuenta antes. Sonrío de forma maliciosa, antes de dar un paso en su dirección. - ¿O qué? ¿Vas a sacar las uñas? ¿A intentar morderme? La verdad es que en una noche tan despejada como esta, y sin Luna, estás en franca desventaja... Chica. -Abro los brazos en una clara invitación para que se acerque, poniendo toda mi atención en el influjo de ese recuerdo que sé que también le afecta. - Si cuando me marche quieres seguir recordando tu nombre, más te vale que no te metas en mi camino... -Mi mano se desliza por su cintura, para luego darle una elegante vuelta, y alejarla con demasiada fuerza. En cualquier otro momento, me hubiera quedado sin dudarlo con el espécimen de licántropa en lugar de con la humana que ahora lloriqueaba, confusa, sobre el suelo. Pero la lobita no vale tanto. Cargo con el cuerpo de la monarca sobre el hombro derecho, y tras ejecutar una leve reverencia, me despido de la otra. Pobres infelices. No sólo les he jodido su gran y dramático reencuentro, sino que además les he arrebatado la posibilidad de despedirse. Porque no volverían a verse después de aquello. O ese era el plan.


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