AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Lion and the Rose {Privado}
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The Lion and the Rose {Privado}
La rabia le quemaba la cabeza, la cara y el cuello. La maldita cocinera había ordenado que no le administraran su medicina si antes no comía. ¡¿Cómo se atrevía?! ¡La despediría! - ¡Vas a obedecerme, pedazo de mierda asquerosa, y si no, vete fuera de mi vista! ¿Lo has entendido, miserable perro sarnoso? Milo, su ayudante, se mantenía firme entre la cama y la mesa en la que se encontraba el opio. Esos seis meses de servicio, le habían preparado para recibir todos los dardos venenosos que su amo lanzaba. - Soy yo quien da las órdenes y no esa zorra, ¿me oyes? Por millonésima vez, Caleb maldijo a Philip. Al muy bastardo, no le había bastado con exiliar a su único hijo a ese país de poca monta; sino que también, se había asegurado de enviarlo con tres de sus sirvientes más leales para hacerle la vida aún más miserable. Milo, Juliet y Will, estaban empeñados en ignorar cada una de sus rabietas a favor de su padre. ¿Cuánto les pagaba el respetable señor Nottingham para que no optaran por largarse? Debía ser una cuantiosa suma, porque había hecho de todo para acabar con su paciencia y el único resultado favorable, fue ver al médico y a un par de enfermeras marcharse y no mirar hacia atrás. ¡Y eso porque eran unos imbéciles franceses! Cogió uno de los libros que uno de sus sirvientes había subido para su entretención la noche anterior y lo lanzó contra Milo. - ¡Ve a buscar a Juliet y dile que está despedida! ¡Y luego coge tus cosas y lárgate con ella! El ayudante esquivó con facilidad el objeto y la furia de Caleb fue en aumento. Era toda una sorpresa que no se le hubiese reventado ya una vena. Al ver que no obtenía la respuesta deseada, cogió otro de los libros y lo lanzó contra la ventana que se encontraba cerrada. Aunque había perdido toda movilidad en sus piernas, su pecho y brazos se encontraban en buena forma. Enseguida, lanzó otro y, al quedarse sin reservas; lanzó el candelero. El cristal se agrietó y el excomandante en jefe, sintió una punzada de diabólico placer al notar cómo se formaba una telaraña alrededor de donde había acertado.
Desafortunadamente, Milo rodeó la cama rápidamente para poner todo lejos de su alcance. Juliet entró entonces, llevando una bandeja. Caleb la fulminó con la mirada, pero poco hizo para que la cocinera se amedrantara. Ésta colocó la bandeja sobre su regazo, esbozando una sonrisa estúpida. ¿Esperaba que con su amabilidad se esfumara toda su cólera? Como si de pronto él hubiese entrado en razón, cogió la cuchara y la hundió en la sopa. ¿Querían que se acabara todo el alimento para darle a beber su medicina? ¡Pues eso lo solucionaría! Llevó la cuchara hasta su boca y tragó. Un segundo después, lanzó la bandeja con todo su contenido a un lado. Había hecho eso infinidad de veces, siempre cuidando que no se derramara nada en su cama. Odiaba cuando lo movían como si se tratara de un maldito muñeco de trapo. Mejor no darles razones para hacerlo. - ¡Pedazo de bruja inhumana! ¿Cómo se atreve a darme de comer eso? ¿Qué es lo que le ha echado? ¿Veneno? Juliet le devolvió la mirada asesina. Giró sobre sus talones y murmuró unas palabras para sí misma. Jáh. ¡De modo que la había contrariado! Su regocijo no duró mucho al ver que la criada se marchaba. – Vuelve aquí, Juliet. No he terminado contigo. ¡Y tú! Explotó, señalando de nuevo a Milo. – ¡Dame mi maldita medicina! ¿Por qué demonios no le dejaban en paz? ¿Por qué no comprendían que quería estar solo? Si había evitado a los médicos y sus tratamientos, había sido precisamente porque no deseaba escucharlos. Ya había pasado por esa humillación cuando su padre decidió darlo por muerto. ¿Qué más daba? Pero si algo podía controlar, ya que nadie le daba un arma para poner fin a su miseria, era precisamente el dejarse morir de hambre. ¿Cuánto hacía que no probaba una buena comida? Los calambres en el estómago, cada vez más fuertes, parecían haberlo estado acompañando los últimos meses. Si esos malnacidos no se las apañaran para alimentarlo a la fuerza, ya habría logrado su cometido hacía mucho. Pero no duraría más, se dijo, nadie era tan terco como él. Vencería. La última batalla, era la decisiva.
Desafortunadamente, Milo rodeó la cama rápidamente para poner todo lejos de su alcance. Juliet entró entonces, llevando una bandeja. Caleb la fulminó con la mirada, pero poco hizo para que la cocinera se amedrantara. Ésta colocó la bandeja sobre su regazo, esbozando una sonrisa estúpida. ¿Esperaba que con su amabilidad se esfumara toda su cólera? Como si de pronto él hubiese entrado en razón, cogió la cuchara y la hundió en la sopa. ¿Querían que se acabara todo el alimento para darle a beber su medicina? ¡Pues eso lo solucionaría! Llevó la cuchara hasta su boca y tragó. Un segundo después, lanzó la bandeja con todo su contenido a un lado. Había hecho eso infinidad de veces, siempre cuidando que no se derramara nada en su cama. Odiaba cuando lo movían como si se tratara de un maldito muñeco de trapo. Mejor no darles razones para hacerlo. - ¡Pedazo de bruja inhumana! ¿Cómo se atreve a darme de comer eso? ¿Qué es lo que le ha echado? ¿Veneno? Juliet le devolvió la mirada asesina. Giró sobre sus talones y murmuró unas palabras para sí misma. Jáh. ¡De modo que la había contrariado! Su regocijo no duró mucho al ver que la criada se marchaba. – Vuelve aquí, Juliet. No he terminado contigo. ¡Y tú! Explotó, señalando de nuevo a Milo. – ¡Dame mi maldita medicina! ¿Por qué demonios no le dejaban en paz? ¿Por qué no comprendían que quería estar solo? Si había evitado a los médicos y sus tratamientos, había sido precisamente porque no deseaba escucharlos. Ya había pasado por esa humillación cuando su padre decidió darlo por muerto. ¿Qué más daba? Pero si algo podía controlar, ya que nadie le daba un arma para poner fin a su miseria, era precisamente el dejarse morir de hambre. ¿Cuánto hacía que no probaba una buena comida? Los calambres en el estómago, cada vez más fuertes, parecían haberlo estado acompañando los últimos meses. Si esos malnacidos no se las apañaran para alimentarlo a la fuerza, ya habría logrado su cometido hacía mucho. Pero no duraría más, se dijo, nadie era tan terco como él. Vencería. La última batalla, era la decisiva.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
- Mensajes : 74
Fecha de inscripción : 13/02/2014
Re: The Lion and the Rose {Privado}
La ilusa teoría de la pequeña, flacuchenta y fea Prudence, era que si algo estaba destinado a suceder, sucedería de todos modos aunque muchas cosas intentaran ponerse en su camino e impedirlo. Menos su destino, claro. Prudence Nightingale se niega a creer que alguien pueda escribir o decidir qué sucederá en su vida sin que ella tenga algún derecho a cambiar de camino o elegir lo que más le agrade. Es totalmente injusto según su punto de vista que un ser, ente, lo que sea, maneje las cuerdas de alguien a quien ni siquiera le han preguntado. ¿Es su real destino ser una cazadora? Por supuesto que no y que Dios la perdone, pero si él ha puesto en su camino a tantos otros que le han enseñado cosas nuevas es porque está de acuerdo en que no siga aquella profesión y se dedique mejor a cuidar heridas a tiempo completo. Pero eso sería algo imposible de explicar a sus padres, quienes a regañadientes aceptaron que consiguiera un trabajo fuera de la organización y sólo porque el dinero es algo que escasea más que nunca en estas fechas y es siempre es bien recibido algo adicional, sobre todo cuando no son ellos los que tienen que partirse el lomo para conseguirlo. Lindo amor de padres ¿no? Las orejas prominentes de Pru se escapan entre las hebras de su cabello mientras se arregla el vestido y espera tal como le han dicho. Desde el piso superior se escuchan unos gritos con palabras que no entiende pero que sí le ayudan a comprender el por qué nadie más quiso aceptar aquel puesto. Al parecer todo sería mucho más complicado de lo que le dijeron inicialmente.
Un hombre la conduce hasta la habitación con pasos lentos, tal como si quisiera retrasar lo más posible la llegada hasta ese lugar. A medio camino, una mujer con el rostro enrojecido por un sentimiento que no puede ser otro que la ira, pasa junto a ellos y murmura algunas frases inentendibles pero que incluyen bastantes improperios que la señorita Nightingale sólo había oído decir a los soldados cuando se les practicaba algún tipo de procedimiento de verdad doloroso. En la puerta del cuarto, a tan sólo un par de metros de donde ella se encuentra clavada al suelo, horrorizada por lo que ahora sí puede escuchar con claridad, puede ver de pie a un caballero que luce familiar y que al mirarla le recuerda perfectamente bien de dónde lo conoce. Es él con quien había hecho todo el trato para trabajar ahí, su nombre -si la memoria no le falla- es Milo y ahora se ve bastante cabreado, muy distinto de la imagen que ella tuvo antes de él. Las advertencias parecen una nimiedad ahora que al fin se asoma a la fuente de aquellos sonidos que preferiría evitar. En medio de una cama bastante espaciosa yace un hombre, es mayor que sus hermanos y también luce más peligroso que ellos. Y aquello ya es mucho decir. Tiene los ojos penetrantes y azules, como si fueran estacas de hielo capaces de atravesarte si das un mal paso; y aunque sus labios parecen llenos de vida, lo que liberan es veneno que marca con mayor realce los ángulos filosos de los detalles de su rostro. Sin dudas, bajo otras circunstancias, Prudence podría decir que aquel ser es realmente un hombre atractivo, pero ahora le parece el mismísimo demonio. —Mi nombre es Prudence Nightingale, Señor, y estoy aquí para cuidar de usted. — antes de que alguien le dé la orden para hablar o le indiquen que puede hacerlo, ella se adelanta, se acerca a la cama pero sin tocarla y con una voz fuerte y clara le indica quién es y qué hace ahí. Así le han enseñado que deben ser las cosas. Directas.
Un hombre la conduce hasta la habitación con pasos lentos, tal como si quisiera retrasar lo más posible la llegada hasta ese lugar. A medio camino, una mujer con el rostro enrojecido por un sentimiento que no puede ser otro que la ira, pasa junto a ellos y murmura algunas frases inentendibles pero que incluyen bastantes improperios que la señorita Nightingale sólo había oído decir a los soldados cuando se les practicaba algún tipo de procedimiento de verdad doloroso. En la puerta del cuarto, a tan sólo un par de metros de donde ella se encuentra clavada al suelo, horrorizada por lo que ahora sí puede escuchar con claridad, puede ver de pie a un caballero que luce familiar y que al mirarla le recuerda perfectamente bien de dónde lo conoce. Es él con quien había hecho todo el trato para trabajar ahí, su nombre -si la memoria no le falla- es Milo y ahora se ve bastante cabreado, muy distinto de la imagen que ella tuvo antes de él. Las advertencias parecen una nimiedad ahora que al fin se asoma a la fuente de aquellos sonidos que preferiría evitar. En medio de una cama bastante espaciosa yace un hombre, es mayor que sus hermanos y también luce más peligroso que ellos. Y aquello ya es mucho decir. Tiene los ojos penetrantes y azules, como si fueran estacas de hielo capaces de atravesarte si das un mal paso; y aunque sus labios parecen llenos de vida, lo que liberan es veneno que marca con mayor realce los ángulos filosos de los detalles de su rostro. Sin dudas, bajo otras circunstancias, Prudence podría decir que aquel ser es realmente un hombre atractivo, pero ahora le parece el mismísimo demonio. —Mi nombre es Prudence Nightingale, Señor, y estoy aquí para cuidar de usted. — antes de que alguien le dé la orden para hablar o le indiquen que puede hacerlo, ella se adelanta, se acerca a la cama pero sin tocarla y con una voz fuerte y clara le indica quién es y qué hace ahí. Así le han enseñado que deben ser las cosas. Directas.
Prudence Nightingale- Cazador Clase Media
- Mensajes : 6
Fecha de inscripción : 02/03/2014
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