AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Lion and the Rose {Privado}
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The Lion and the Rose {Privado}
Fulminaba con la mirada el nuevo libro que sostenía sobre su regazo. “Le malade imaginaire (El enfermo imaginario)” de Molière – título que se leía en la portada – parecía, de forma excesiva, más que una burla un insulto a su persona. Ahora comprendía porqué el imbécil de Milo, su ayudante de cámara, se había excusado con alguna tontería sobre estar en cualquier otro lado. Cuando Caleb le había hecho ver que debería estar allí por si algo se le ofrecía, éste simplemente había salido como alma que lleva el diablo de su habitación; casi tropezando con la sirvienta que le llevaba su desayuno, en el pasillo. – ¡Vuelve aquí, pedazo de mierda! – Por alguna razón que no comprendía, en lugar de lanzar el libro contra la puerta, lo abrió por en medio y arrancó un par de hojas con toda la ira que sentía reventar en su pecho. La guerra entre sus sirvientes y él, había sido declarada desde que arribaron a ese país de poca monta. Si dejase a un lado su temperamento, habría visto lo que se escondía tras esas provocaciones. De cierta forma, los empleados que su padre había contratado para encargarse de su cuidado, se preocupaban por él. O al menos, Juliet lo hacía. Quizás eso tenía más que ver con que lo había visto crecer. Para el inglés, en cambio, no había nada más humillante que saber que la mujer le había visto en toda su gloria, cuando era un comandante en jefe del ejército británico, para verlo ahora convertido en esa bazofia. Habría preferido estar rodeado de desconocidos, de personas que no dudarían en poner en su mano un arma para librarse de su condenada existencia; dado que ya ni siquiera podía llamar vida a ese infierno. – Bola de imbéciles. – Vociferó, importándole un reverendo bledo que la joven elegida para subir su comida se encogiera de miedo. – ¡¿Qué?! – Ladró, cuando ésta tartamudeó un Buenos Días. – ¿Te tocó la paja más chica? – La malicia en el tono de su voz no era tan predominante como el odio que dejaba ver su rostro.
– Lárgate de aquí y llévate esa bandeja. No regreses a menos que traigas mi medicina. No. – Se corrigió, cerrando el libro con fuerza y lanzándolo al otro lado de la habitación. – Te ordeno que regreses a la cocina y traigas el opio que tanto necesito. Y será mejor que lo hagas rápido, porque mi paciencia esta mañana se ha ido de paseo y estoy seguro que no querrás regresar a las calles, de donde seguramente provienes. – La maldita cocinera había hecho de su mansión una casa de acogida para algunas mujeres de clase baja. Había alegado que por su comportamiento nadie quería estar bajo su mandato y que ellas estarían tan agradecidas de salir de la miseria, que harían la vista gorda a su inmadurez. Oh sí, la perra se había atrevido a llamarlo un crío. Por suerte para la joven, en ese momento apareció otro criado, llevando una carta. La misiva era de su madre, ¿de quién más sino? Al parecer, haberlo parido no había sido suficiente trabajo. Joderlo continuamente con cómo era la vida en casa ahora que no estaba, era su nueva razón de vivir. – Valentine ha llegado, Señor. ¿Le hago subir? – Caleb cogió la carta con disgusto aunque, decir que la había arrancado de los dedos ajenos, sería más acertado. – Por supuesto, imbécil. ¿Crees que de pronto me han brotado alas o que estar postrado en esta cama se ha convertido en mi pasatiempo favorito los últimos seis meses? – La satisfacción le recorrió al ver cómo el hombre rechinaba los dientes. Bravo por los pequeños placeres que podía arrebatar de vez en cuando. No se le pasó por alto que la joven había salido de la habitación con aparente sigilo, dejando la bandeja cerca de su cama. ¿Ya la habían instruido con no hacer caso de sus arrebatos? – Apresúrate. Tengo un funeral que planear. – Si el criado pensó que hablaba en serio, no lo demostró. Huyó, agradecido por librarse de su compañía. Caleb creyó oír que levantaba una plegaria para que alguien ayudara a la recién llegada.
– Lárgate de aquí y llévate esa bandeja. No regreses a menos que traigas mi medicina. No. – Se corrigió, cerrando el libro con fuerza y lanzándolo al otro lado de la habitación. – Te ordeno que regreses a la cocina y traigas el opio que tanto necesito. Y será mejor que lo hagas rápido, porque mi paciencia esta mañana se ha ido de paseo y estoy seguro que no querrás regresar a las calles, de donde seguramente provienes. – La maldita cocinera había hecho de su mansión una casa de acogida para algunas mujeres de clase baja. Había alegado que por su comportamiento nadie quería estar bajo su mandato y que ellas estarían tan agradecidas de salir de la miseria, que harían la vista gorda a su inmadurez. Oh sí, la perra se había atrevido a llamarlo un crío. Por suerte para la joven, en ese momento apareció otro criado, llevando una carta. La misiva era de su madre, ¿de quién más sino? Al parecer, haberlo parido no había sido suficiente trabajo. Joderlo continuamente con cómo era la vida en casa ahora que no estaba, era su nueva razón de vivir. – Valentine ha llegado, Señor. ¿Le hago subir? – Caleb cogió la carta con disgusto aunque, decir que la había arrancado de los dedos ajenos, sería más acertado. – Por supuesto, imbécil. ¿Crees que de pronto me han brotado alas o que estar postrado en esta cama se ha convertido en mi pasatiempo favorito los últimos seis meses? – La satisfacción le recorrió al ver cómo el hombre rechinaba los dientes. Bravo por los pequeños placeres que podía arrebatar de vez en cuando. No se le pasó por alto que la joven había salido de la habitación con aparente sigilo, dejando la bandeja cerca de su cama. ¿Ya la habían instruido con no hacer caso de sus arrebatos? – Apresúrate. Tengo un funeral que planear. – Si el criado pensó que hablaba en serio, no lo demostró. Huyó, agradecido por librarse de su compañía. Caleb creyó oír que levantaba una plegaria para que alguien ayudara a la recién llegada.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/02/2014
Re: The Lion and the Rose {Privado}
El dolor era su negocio. Hasta ahora, no se había cruzado ninguna barrera
Mina pasaba ahora más tiempo fuera de casa, se había hecho común que tuviese que desplazarse para realizar sus trabajos en otro lugar a conveniencia del cliente. Aquello no le gustaba mucho, puesto que debía trasladar un arsenal completo para poder cumplir su cometido. Por suerte, esa mañana tenía dos ventajas: la primera, se basaba en el simple hecho de poder salir temprano, a la luz de un sol que por fin no auguraba vampiro. Los inmortales eran sus clientes más frecuentes últimamente y ella sabía bien que eso era un tremendo riesgo. La segunda, era que quien la visitara en días anteriores, le había indicado que no había ningún muerto para arreglar o retratar. Debía asistir así, sin más que una absoluta disposición y paciencia para entender los deseos de su joven jefe.
Por suerte para la inglesa, la noche anterior no tuvo demasiado trabajo y eso le permitió descansar las horas necesarias para estar bien despierta a eso de las seis de la mañana. Recordaba que le habían indicado que la persona a quien vería, solía madrugar bastante y no toleraba impuntualidades. Mina ya se había hecho esperar para otorgarle una cita temprano, ahora no podía llegar ni un minuto después de las ocho. Un baño tibio fue lo necesario para refrescarse y sus ropas fueron elegidas cuidadosamente para visitar a un cliente de la clase alta. Para su suerte, el negocio crecía lo suficiente como para permitirse invertir en ella. No obstante, a primera vista se veía apenas el abrigo de tono gris con el que se cubría del frío invierno. Quizás hubiese disfrutado más el ir en otra época y a pie, dejando que el sol le calentara la piel por el camino. Pero ahora era cuestión de tomar un té y un carruaje. Pretendía llegar antes de la hora establecida.
Con las dificultades propias de la nieve y las típicas lluvias de invierno, llegó a las ocho menos cuarto a una casa enorme en la que vivían los Nottingham, o al menos uno de ellos. El cochero la acompañó hasta la puerta cubriéndola con un paraguas, y fue recibida con total amabilidad en el lugar. Todo parecía ir bien, hasta que en la parte superior sonaron improperios a todo pulmón. Una mujer de edad avanzada se dirigió a Mina rápidamente para retirarle el abrigo y mirarla con cara de vergüenza ajena —Le ruego por favor que no tenga miedo, sino paciencia. El Señor está un poco afectado pero no le pasará nada, se lo aseguro— dijo en voz muy baja, como temiendo ser escuchada. A los pocos instantes, una chiquilla bajó corriendo las escaleras, con un gesto de terror que dejó a Mina estupefacta — ¿Vengo a ver a quien se escucha en el piso superior, no es así? — preguntó ella a la mujer en un susurro y con una pequeña sonrisa que sólo buscaba tranquilizarla. A leguas se notaba que lo conocía de años y que aún sentía pena por el grosero sujeto que no dejaba de alzar la voz ahí arriba. Ella, asintió.
—Sígame, por favor— indicó pronto un hombre apenas hubo bajado la escalera y Mina no tuvo más remedio que mirar de nuevo a la mujer con toda la calma que le fue posible. Mientras ascendía, no podia negar que sentía curiosidad por el extraño hombre ¿Por qué alguien gritaría así? Sin embargo, no temía, Mina había tenido ya toda clase de clientes y en medio de eso, había aprendido a dominar todo tipo de carácter o manía, incluyendo la lectura de mente de algunos vampiros. —Señor, aquí está. —dijo el hombre asomándose a la puerta y dando paso a Mina. Al ingresar, quien la atendía todavía se encontraba en cama, con una cara de pocos amigos y sin la más mínima muestra de querer levantarse. De hecho, hasta tardó en dirigir su vista a la puerta —Buenos días. Soy Mina Valentine y supongo que es usted el Señor Nottingham ¿Verdad? — la seriedad de Mina para con sus clientes era aterradora. Una cosa era la servidumbre atemorizada de él, y otra cosa era él mismo siendo un potencial cliente. De antemano, sabía que en temas de la muerte no caben sonrisas ni palabras de ánimo. Ella se limitaba a lo suyo y eso mismo empezaba a hacer. —Siga por aquí, por favor— volvió a hablar el hombre, que había ubicado una silla junto a la cama de su señor que, dicho sea de paso, no lucía para nada enfermo. —Gracias— mencionó ella con más amabilidad al sujeto que se retiró con cierta desconfianza. —Bien, dígame usted lo que desea y la fecha en que debe estar listo— inquirió ella pronto y dirigiendo de inmediato su mirada a quien se hayaba postrado, como si fuese más una abogada que enjuicia que alguien que se dedica al negocio de la muerte.
Por suerte para la inglesa, la noche anterior no tuvo demasiado trabajo y eso le permitió descansar las horas necesarias para estar bien despierta a eso de las seis de la mañana. Recordaba que le habían indicado que la persona a quien vería, solía madrugar bastante y no toleraba impuntualidades. Mina ya se había hecho esperar para otorgarle una cita temprano, ahora no podía llegar ni un minuto después de las ocho. Un baño tibio fue lo necesario para refrescarse y sus ropas fueron elegidas cuidadosamente para visitar a un cliente de la clase alta. Para su suerte, el negocio crecía lo suficiente como para permitirse invertir en ella. No obstante, a primera vista se veía apenas el abrigo de tono gris con el que se cubría del frío invierno. Quizás hubiese disfrutado más el ir en otra época y a pie, dejando que el sol le calentara la piel por el camino. Pero ahora era cuestión de tomar un té y un carruaje. Pretendía llegar antes de la hora establecida.
Con las dificultades propias de la nieve y las típicas lluvias de invierno, llegó a las ocho menos cuarto a una casa enorme en la que vivían los Nottingham, o al menos uno de ellos. El cochero la acompañó hasta la puerta cubriéndola con un paraguas, y fue recibida con total amabilidad en el lugar. Todo parecía ir bien, hasta que en la parte superior sonaron improperios a todo pulmón. Una mujer de edad avanzada se dirigió a Mina rápidamente para retirarle el abrigo y mirarla con cara de vergüenza ajena —Le ruego por favor que no tenga miedo, sino paciencia. El Señor está un poco afectado pero no le pasará nada, se lo aseguro— dijo en voz muy baja, como temiendo ser escuchada. A los pocos instantes, una chiquilla bajó corriendo las escaleras, con un gesto de terror que dejó a Mina estupefacta — ¿Vengo a ver a quien se escucha en el piso superior, no es así? — preguntó ella a la mujer en un susurro y con una pequeña sonrisa que sólo buscaba tranquilizarla. A leguas se notaba que lo conocía de años y que aún sentía pena por el grosero sujeto que no dejaba de alzar la voz ahí arriba. Ella, asintió.
—Sígame, por favor— indicó pronto un hombre apenas hubo bajado la escalera y Mina no tuvo más remedio que mirar de nuevo a la mujer con toda la calma que le fue posible. Mientras ascendía, no podia negar que sentía curiosidad por el extraño hombre ¿Por qué alguien gritaría así? Sin embargo, no temía, Mina había tenido ya toda clase de clientes y en medio de eso, había aprendido a dominar todo tipo de carácter o manía, incluyendo la lectura de mente de algunos vampiros. —Señor, aquí está. —dijo el hombre asomándose a la puerta y dando paso a Mina. Al ingresar, quien la atendía todavía se encontraba en cama, con una cara de pocos amigos y sin la más mínima muestra de querer levantarse. De hecho, hasta tardó en dirigir su vista a la puerta —Buenos días. Soy Mina Valentine y supongo que es usted el Señor Nottingham ¿Verdad? — la seriedad de Mina para con sus clientes era aterradora. Una cosa era la servidumbre atemorizada de él, y otra cosa era él mismo siendo un potencial cliente. De antemano, sabía que en temas de la muerte no caben sonrisas ni palabras de ánimo. Ella se limitaba a lo suyo y eso mismo empezaba a hacer. —Siga por aquí, por favor— volvió a hablar el hombre, que había ubicado una silla junto a la cama de su señor que, dicho sea de paso, no lucía para nada enfermo. —Gracias— mencionó ella con más amabilidad al sujeto que se retiró con cierta desconfianza. —Bien, dígame usted lo que desea y la fecha en que debe estar listo— inquirió ella pronto y dirigiendo de inmediato su mirada a quien se hayaba postrado, como si fuese más una abogada que enjuicia que alguien que se dedica al negocio de la muerte.
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/07/2014
Re: The Lion and the Rose {Privado}
Si Caleb era intratable en un día normal, decir que se volvía insoportable cuando leía noticias de los Nottingham, era quedarse demasiado cortos. No ayudaba en absoluto el tema que abordaba su madre en esas dos malditas hojas, redactadas con letra pequeña. Hacía menos de una semana, Isabella – su hermana menor – había ofrecido un baile para la crema y nata de la sociedad londinense, con motivo de su compromiso. Alphonse, quien había sido como un hijo para su padre, antes de que él se integrase al ejército; era el bastardo afortunado. No debería sorprenderle que Philip, rápidamente, decidiese volverlo a tomar bajo su protección; pero sin embargo, aún lo hacía. A éste, parecía importarle un carajo que nunca se hubiesen soportado e, incluso, había olvidado la rivalidad existente entre su primogénito y futuro yerno. Mientras todos continuaban con su puta existencia, él tenía que tragarse su jodido orgullo hasta que la muerte se apiadara y le visitara. El dolor que sentía aplastar su pecho ante la traición de aquél que le había engendrado y, por quién había abandonado cualquier sueño antes siquiera de saber que los tenía, solo hacía más contundente su decisión de quitarse la vida. Le importaba un bledo que se le tachara de cobarde. ¡No tenía nada más que dar! Lo había dado todo por su país y por su padre, ¿y para qué demonios? Estaba pudriéndose en esa casa, maldiciendo a sus inútiles piernas por no obedecerlo, y odiando a cualquiera que se atreviese a mirarlo con lástima en la mirada. No es que le fuera mejor con el reproche, o con las estúpidas palabras que utilizaban, en un inútil intento de levantarle el ánimo. ¿Era tan difícil para el mundo, entender que quería simplemente morirse? Philip le había escrito solo una vez después de la visita de su prometida que, gracias al cielo, había sido fácil de convencer para que se largara. No quería verla, ni oírla, ni respirar el mismo aire que ella. Mucho menos ahora que su padre exigía que tuviese un hijo, para preservar el legado familiar. Podía recordar sus insultos, la manera en que le preguntaba si todavía creía poder tener descendientes, a pesar de su condición de inválido. El respetado Señor Nottingham, siempre acostumbrado a salirse con las suyas; pagaría a cualquier mujer de su círculo, una suma cuantiosa si con ello lograba que se casara con su único hijo y otra más, si quedaba encinta de un varón. Ahora que los meses habían pasado, su padre reconocía que había actuado sin pensar en el futuro de su familia. Jamás se había disculpado por fingir su muerte, ni tampoco lo haría.
Lo conocía tan bien que, cuando consiguiese su objetivo, diría a todos que había sido su idea armar ese teatro. Sería tan convincente, que perdonarían su agravio. El cargo que su padre tenía en el ejército, era el más alto. Las conexiones que éste poseía, le harían ganar el indulto con solo chasquear los dedos. De modo que así estaban las cosas. Ahora la urgencia de Caleb por ganar esa batalla, era tal, que solo Valentine podría ayudarlo. Con su muerte, él vencía. No importaba cuántos hijos tuviesen sus hermanas, ninguno podría heredar sus riquezas. La fortuna que los Nottingham habían amasado, terminaría en manos de un primo lejano y Philip no lo soportaría. A decir verdad, probablemente, no podía engendrar hijos; pero no quería arriesgarse. Su miembro, parecía estar funcionando como siempre, antes del accidente. Si bien no se había acostado con ninguna mujer desde entonces, las erecciones seguían apareciendo, especialmente por las mañanas. Tampoco es que pensase intentarlo. Un hombre podía soportar solo una serie de humillaciones y, tener que ver cómo una mujer hacía todo el trabajo durante el acto, no era una de ellas. Furioso por el hilo de sus pensamientos y porque de pronto su cuerpo parecía estar listo para la acción, arrugó las hojas que sostenía y las lanzó al otro lado de la habitación. Le pediría a uno de sus sirvientes que las quemara, así no tenía que mirarlas de nuevo. Fue hasta entonces que reparó en que no estaba más solo. ¿Es que ya nadie tocaba? ¡Maldita sea! ¡Estaba rodeado de ineptos! A punto estuvo de soltar improperios para correr a la recién llegada, creyendo que sus sirvientes le gastaban otro de sus juegos. Era bien sabido por su personal, que enfermeras iban y venían. Los idiotas, incluso hacían apuestas de cuánto aguantaría la más nueva. No era el caso. Valentine, no era un él, sino un ella. Su humor de perros, empezó a salir a raudales de sus fauces. – ¿Es esto una puta broma? – Decir groserías delante de una dama, no le importaba. – Esperaba a alguien… diferente. – Y era en esa palabra donde se escondía el verdadero insulto. – Usar su apellido para ganarse más clientes, me parece poco ético. ¿Viene alguien más con usted? – Desdeñoso, miró a su sirviente, esperando que éste le dijese que sí. No tuvo suerte. – Vaya día de mierda, me pregunto qué otras sorpresas me esperan. – El sarcasmo, era letal en cada una de sus palabras. – Pero por favor, no haga caso de los desvaríos de un enfermo y póngase cómoda. – Ironizó, con la sonrisa más falsa que poseía. Una silla, ya estaba dispuesta junto a su cama. Si ella iba a sacarlo de su miseria, podía intentar ser amable. Quizás eso, lo mataría mucho antes.
Lo conocía tan bien que, cuando consiguiese su objetivo, diría a todos que había sido su idea armar ese teatro. Sería tan convincente, que perdonarían su agravio. El cargo que su padre tenía en el ejército, era el más alto. Las conexiones que éste poseía, le harían ganar el indulto con solo chasquear los dedos. De modo que así estaban las cosas. Ahora la urgencia de Caleb por ganar esa batalla, era tal, que solo Valentine podría ayudarlo. Con su muerte, él vencía. No importaba cuántos hijos tuviesen sus hermanas, ninguno podría heredar sus riquezas. La fortuna que los Nottingham habían amasado, terminaría en manos de un primo lejano y Philip no lo soportaría. A decir verdad, probablemente, no podía engendrar hijos; pero no quería arriesgarse. Su miembro, parecía estar funcionando como siempre, antes del accidente. Si bien no se había acostado con ninguna mujer desde entonces, las erecciones seguían apareciendo, especialmente por las mañanas. Tampoco es que pensase intentarlo. Un hombre podía soportar solo una serie de humillaciones y, tener que ver cómo una mujer hacía todo el trabajo durante el acto, no era una de ellas. Furioso por el hilo de sus pensamientos y porque de pronto su cuerpo parecía estar listo para la acción, arrugó las hojas que sostenía y las lanzó al otro lado de la habitación. Le pediría a uno de sus sirvientes que las quemara, así no tenía que mirarlas de nuevo. Fue hasta entonces que reparó en que no estaba más solo. ¿Es que ya nadie tocaba? ¡Maldita sea! ¡Estaba rodeado de ineptos! A punto estuvo de soltar improperios para correr a la recién llegada, creyendo que sus sirvientes le gastaban otro de sus juegos. Era bien sabido por su personal, que enfermeras iban y venían. Los idiotas, incluso hacían apuestas de cuánto aguantaría la más nueva. No era el caso. Valentine, no era un él, sino un ella. Su humor de perros, empezó a salir a raudales de sus fauces. – ¿Es esto una puta broma? – Decir groserías delante de una dama, no le importaba. – Esperaba a alguien… diferente. – Y era en esa palabra donde se escondía el verdadero insulto. – Usar su apellido para ganarse más clientes, me parece poco ético. ¿Viene alguien más con usted? – Desdeñoso, miró a su sirviente, esperando que éste le dijese que sí. No tuvo suerte. – Vaya día de mierda, me pregunto qué otras sorpresas me esperan. – El sarcasmo, era letal en cada una de sus palabras. – Pero por favor, no haga caso de los desvaríos de un enfermo y póngase cómoda. – Ironizó, con la sonrisa más falsa que poseía. Una silla, ya estaba dispuesta junto a su cama. Si ella iba a sacarlo de su miseria, podía intentar ser amable. Quizás eso, lo mataría mucho antes.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/02/2014
Re: The Lion and the Rose {Privado}
"Ya lo sabía, es más inteligente el que tolera que el que grita."
Bien, si trabajar para sobrenaturales no era sencillo, tampoco lo sería permanecer unos minutos con aquél insoportable y dominante hombre. Desde su cama, miraba todo a su alrededor con grosera arrogancia e incluso, cada movimiento que ejecutaba, parecía querer destruirlo todo. Las primeras palabras que salieron de su boca en presencia de Mina tampoco cambiaban el panorama. A leguas, se notaba que le importaba un carajo lo que se pensara de él. Conocidos o no, él continuaría con esa actitud degradante que bien conocían sus empleados. En un primer momento, Mina creyó que el asunto de la broma se debía a que ella no había sido citada. No obstante, la aclaración vino prontamente, con una queja que, por suerte, Mina ya conocía.
—No es novedad eso para mí, Señor Nottingham— se apresuró a responder ella con total naturalidad, como si eso no fuera la segunda grosería que él cometía en su presencia. —No uso mi apellido para ganar nada, mi nombre completo está en la tarjeta con la que llegó su empleado a mi casa. — aquello lo dijo con agrado. Si bien no estaba molesta, tampoco iba a dejar que la mentira le ensuciara el nombre que intentaba hacer conocido en París. Eso era lo que mejoraría tanto su trabajo como sus ingresos y no estaba dispuesta a jugar con ese asunto. —Pero descuide, siempre esperan que sea un hombre o que no sea tan joven. Sin embargo, si me llamó a mí y no a la morgue, es porque quiere algo en particular. No se base en mi apariencia, o en caso contrario, dígame si prefiere que me retire y arregla sus asuntos con alguien más— su voz fue tan calma como firme, amable mas no sumisa, y exactamente del mismo tono con el que saludó. La inglesa, lo miraba con las cejas en alto, porque esa expresión era la que tomaba en los negocios, como si eso pudiera ocultar que también sentía y que no todo era sencillo en esa profesión. Las palabras de él no la lastimaban en lo absoluto, porque realmente había pasado por un par de situaciones en la que unos cuantos tipos machistas solicitaban hombres para llevar a cabo lo que pedían. A cambio, obtenían trabajos que se limitaban a sacar las vísceras de los cuerpos, para después cocerlos y entregarlos vestidos pero jamás bien terminados. Otros, en cambio, no entendían cómo es que alguien tan joven podía dedicarse a algo tan “horrible”, incluso, una vez pagos los trabajos, evitaban saludarla por las calles cada vez que se cruzaban con ella. Los parisinos eran muy básicos, y tan superficiales que no daban cabida a utilizar un poco el cerebro y la creatividad para pensar en posibilidades diferentes hasta para la muerte. Era probable que ese fuera el caso de su nuevo cliente que, a pesar de no ser francés, como delataba su acento, parecía haberse sumergido en el mismo problema que los sujetos de los que se rodeaba.
Con respecto a muchas cosas que también mencionó él, Mina calló. La ética tenía una connotación diferente para ambos y, en su caso, se basaba más en un asunto de respetos y silencios. —Vengo sola y trabajo de ese mismo modo. Si necesita silencio, lo obtendrá. Si necesita detalles que otros no pueden darle, también será así. Supongo que por eso me llamaron a mí. Ah, sin mencionar que me dijeron que aún no hay ningún muerto para tratar. Así que supongo que lo de hoy serán tratos previos ¿No es así? — la parte inicial de su respuesta, hacía parte de una especie de contrato de confidencialidad, el cual dejaba claro en cuanto llegaba a cualquier lugar. De algún modo, suponía que a él eso le importaba muy poco, pero debía decirlo. La segunda parte, quería buscar un poco más de información, dado que, si no había muerto y él se refería a sí mismo como un enfermo ¿No estaría entonces aquél hombre planeando previamente su propia muerte? Vaya, entonces sí que consideraba al mundo entero un incompetente ¿Quién busca planear su propia muerte con absoluto detalle? Sólo alguien que se ha consumido por una ira que le brota por cada poro, como si no admitiera más remedio que el eterno desahogo. La paciencia sería la única herramienta que podría usar Mina esa mañana. La mujer que la atendiera, tenía más que la razón. Lo curioso, es que por alguna razón, a Mina le resultó más un reto que una molestia. Además ¿Cómo no encontrarle gusto a tener un trabajo distinto que el que los vampiros le proponían tan constantemente? Como él lo pedía, Mina se puso cómoda y no le retiró la mirada ni por una fracción de segundo. Si quería hablar y quejarse mientras dejaba claros los detalles de su muerte, entonces ella escucharía.
—No es novedad eso para mí, Señor Nottingham— se apresuró a responder ella con total naturalidad, como si eso no fuera la segunda grosería que él cometía en su presencia. —No uso mi apellido para ganar nada, mi nombre completo está en la tarjeta con la que llegó su empleado a mi casa. — aquello lo dijo con agrado. Si bien no estaba molesta, tampoco iba a dejar que la mentira le ensuciara el nombre que intentaba hacer conocido en París. Eso era lo que mejoraría tanto su trabajo como sus ingresos y no estaba dispuesta a jugar con ese asunto. —Pero descuide, siempre esperan que sea un hombre o que no sea tan joven. Sin embargo, si me llamó a mí y no a la morgue, es porque quiere algo en particular. No se base en mi apariencia, o en caso contrario, dígame si prefiere que me retire y arregla sus asuntos con alguien más— su voz fue tan calma como firme, amable mas no sumisa, y exactamente del mismo tono con el que saludó. La inglesa, lo miraba con las cejas en alto, porque esa expresión era la que tomaba en los negocios, como si eso pudiera ocultar que también sentía y que no todo era sencillo en esa profesión. Las palabras de él no la lastimaban en lo absoluto, porque realmente había pasado por un par de situaciones en la que unos cuantos tipos machistas solicitaban hombres para llevar a cabo lo que pedían. A cambio, obtenían trabajos que se limitaban a sacar las vísceras de los cuerpos, para después cocerlos y entregarlos vestidos pero jamás bien terminados. Otros, en cambio, no entendían cómo es que alguien tan joven podía dedicarse a algo tan “horrible”, incluso, una vez pagos los trabajos, evitaban saludarla por las calles cada vez que se cruzaban con ella. Los parisinos eran muy básicos, y tan superficiales que no daban cabida a utilizar un poco el cerebro y la creatividad para pensar en posibilidades diferentes hasta para la muerte. Era probable que ese fuera el caso de su nuevo cliente que, a pesar de no ser francés, como delataba su acento, parecía haberse sumergido en el mismo problema que los sujetos de los que se rodeaba.
Con respecto a muchas cosas que también mencionó él, Mina calló. La ética tenía una connotación diferente para ambos y, en su caso, se basaba más en un asunto de respetos y silencios. —Vengo sola y trabajo de ese mismo modo. Si necesita silencio, lo obtendrá. Si necesita detalles que otros no pueden darle, también será así. Supongo que por eso me llamaron a mí. Ah, sin mencionar que me dijeron que aún no hay ningún muerto para tratar. Así que supongo que lo de hoy serán tratos previos ¿No es así? — la parte inicial de su respuesta, hacía parte de una especie de contrato de confidencialidad, el cual dejaba claro en cuanto llegaba a cualquier lugar. De algún modo, suponía que a él eso le importaba muy poco, pero debía decirlo. La segunda parte, quería buscar un poco más de información, dado que, si no había muerto y él se refería a sí mismo como un enfermo ¿No estaría entonces aquél hombre planeando previamente su propia muerte? Vaya, entonces sí que consideraba al mundo entero un incompetente ¿Quién busca planear su propia muerte con absoluto detalle? Sólo alguien que se ha consumido por una ira que le brota por cada poro, como si no admitiera más remedio que el eterno desahogo. La paciencia sería la única herramienta que podría usar Mina esa mañana. La mujer que la atendiera, tenía más que la razón. Lo curioso, es que por alguna razón, a Mina le resultó más un reto que una molestia. Además ¿Cómo no encontrarle gusto a tener un trabajo distinto que el que los vampiros le proponían tan constantemente? Como él lo pedía, Mina se puso cómoda y no le retiró la mirada ni por una fracción de segundo. Si quería hablar y quejarse mientras dejaba claros los detalles de su muerte, entonces ella escucharía.
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/07/2014
Re: The Lion and the Rose {Privado}
Lo odiaba absolutamente todo. Desde que abría los ojos e incluso cuando los cerraba, Caleb luchaba sus propias batallas. Que Valentine no se sobresaltara por sus improperios, ¡se sentía como una estafa! Estaba acostumbrado a que las personas le temieran, verlos retroceder le provocaba un retorcido placer. Sólo aquéllos que llevaban tiempo sirviendo a su familia, eran lo suficientemente valientes – o estúpidos – como para quedarse. Por supuesto, pensó con desagrado, ¡les estaban pagando una jodida fortuna por soportarlo! Su rostro, que expresaba enfado, no le restaba amenaza a su ensombrecida mirada. – ¡¡¡Milo!!! – No necesitaba gritar, pero aun así lo hizo. El susodicho, estaba parado cerca de la puerta, con el ceño fruncido; tratando de decidir si podía tomarse un respiro ahora que su Señor, no requeriría de sus cuidados en un plazo inmediato. ¡No podía estar más equivocado! El inglés, al ver su sobresalto, sonrió afablemente a su visita. ¡Alguien respondía a sus alaridos como debía! – ¡¿Es cierto?! ¡¿Por qué no lo mencionaste, pedazo de imbécil?! Fuiste tú quien leyó su tarjeta de presentación, ¡¿dime por qué demonios omitiste esa información?! La Señora Valentine, ha tenido el descaro de insultarme, insinuando que debería haberlo sabido. – ¿Estaba exagerando? Quizás. ¿Pero a quién demonios podría importarle? Mientras los demás no querían obedecerle completamente, pues su padre era quien pagaba sus honorarios, era él quien solventaría el trabajo de la joven. Ergo, podía actuar de la forma en que le placiera con ella. Su ayudante de cámara, encogió los hombros deliberadamente y ese gesto, sólo provocó que las venas en el cuello de Caleb se tensasen. Un día de ésos, estaba seguro, ¡simplemente reventarían y moriría! – Déjanos solos. – Ladró, desdeñoso. Milo no necesitó más incentivo para abandonar la habitación. – No tiene que preocuparse por su virtud, – aclaró malicioso, por si se daba el terrible caso de que le importase quedarse a solas y en su compañía. – No es como si pudiese saltar de esta cama para reclamarla. – Un regusto a bilis subía por su boca. El sudor, perlaba su frente. La misiva de su madre, al parecer, le había hecho enfermarse. Necesitaba su medicina. El olvido, era el único escape que le quedaba. Opio y brandy, eso podía tranquilizarle.
Se tragó su petición, decidiendo que no iba a exigirle a la extraña que fuese por ella. Muy probablemente, le diría lo mismo que sus sirvientes, sólo como represalias por la hostilidad que le profesaba. – Me estoy muriendo. – Farfulló con disgusto, como si supiera con antelación que ella no le creería. ¡La condenada mujer fingía no enterarse de nada! Sin embargo, Caleb era consciente de su presencia desde el mismo instante en que había entrado. Curioso, pensó, estando como estaba tan fuera de sí. Curioso también que, todos los insultos que le dedicaba, parecía entrarle por un oído y salirle por el otro. – Y como última voluntad, deseo ofrecerles un regalo a mis familiares, en memoria de su hijo pródigo. Los vivos tienden a olvidar a los muertos con demasiada facilidad y preferiría asegurarme, de que eso no pase. – El tono con que escupía esas palabras, no iba acorde a lo que expresaba. No sentía pesar, ni tristeza, mucho menos desdicha; en cambio, había añoranza, ansiedad y un resquicio demente porque ese día, finalmente llegara. – Pero dado que mi ayudante de cámara, es un parásito, preferiría que me iluminara sobre qué exactamente puede hacer por mí. ¡Sólo Dios sabe qué otra información me han ocultado! Odiaría invertir mi fortuna en un trabajo mediocre. Estoy buscando algo a la atura del prestigiado Señor Nottingham. Mi padre, no su sucesor. – Aclaró, como si Mina necesitase saberlo. Calló abruptamente cuando un calambre atravesó su estómago. ¡Y pensar que él creía haberse acostumbrado a esos reclamos! No había probado ningún alimento los últimos días, pero eso no era ninguna novedad. Él sólo era solícito con su medicina, esa que insistía en beber para calmar sus dolores. ¡Unos que todos creían que eran inventos suyos! Tal vez lo eran. Ni siquiera él podía recordar si era cierto o no. Lo que importaba era que podía embotar su mente hasta el punto de adormecerlo. No es que en sus pesadillas, tuviese descanso, pero al menos allí; no tenía que soportar a sus sirvientes. Había aceptado, desde que despertó en un camastro, con sus piernas inútiles; que era un enfermo, ¡un deshecho humano! Sabía que su vida estaba acabada, que el futuro no auguraba más que fracasos y miserias.
Se tragó su petición, decidiendo que no iba a exigirle a la extraña que fuese por ella. Muy probablemente, le diría lo mismo que sus sirvientes, sólo como represalias por la hostilidad que le profesaba. – Me estoy muriendo. – Farfulló con disgusto, como si supiera con antelación que ella no le creería. ¡La condenada mujer fingía no enterarse de nada! Sin embargo, Caleb era consciente de su presencia desde el mismo instante en que había entrado. Curioso, pensó, estando como estaba tan fuera de sí. Curioso también que, todos los insultos que le dedicaba, parecía entrarle por un oído y salirle por el otro. – Y como última voluntad, deseo ofrecerles un regalo a mis familiares, en memoria de su hijo pródigo. Los vivos tienden a olvidar a los muertos con demasiada facilidad y preferiría asegurarme, de que eso no pase. – El tono con que escupía esas palabras, no iba acorde a lo que expresaba. No sentía pesar, ni tristeza, mucho menos desdicha; en cambio, había añoranza, ansiedad y un resquicio demente porque ese día, finalmente llegara. – Pero dado que mi ayudante de cámara, es un parásito, preferiría que me iluminara sobre qué exactamente puede hacer por mí. ¡Sólo Dios sabe qué otra información me han ocultado! Odiaría invertir mi fortuna en un trabajo mediocre. Estoy buscando algo a la atura del prestigiado Señor Nottingham. Mi padre, no su sucesor. – Aclaró, como si Mina necesitase saberlo. Calló abruptamente cuando un calambre atravesó su estómago. ¡Y pensar que él creía haberse acostumbrado a esos reclamos! No había probado ningún alimento los últimos días, pero eso no era ninguna novedad. Él sólo era solícito con su medicina, esa que insistía en beber para calmar sus dolores. ¡Unos que todos creían que eran inventos suyos! Tal vez lo eran. Ni siquiera él podía recordar si era cierto o no. Lo que importaba era que podía embotar su mente hasta el punto de adormecerlo. No es que en sus pesadillas, tuviese descanso, pero al menos allí; no tenía que soportar a sus sirvientes. Había aceptado, desde que despertó en un camastro, con sus piernas inútiles; que era un enfermo, ¡un deshecho humano! Sabía que su vida estaba acabada, que el futuro no auguraba más que fracasos y miserias.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
Algunos usan la muerte como escape. Otros, como escudo.
¿Por qué debía gritar para todo? Ese hombre tenía un problema mayor al que Mina había previsto. No era necesario analizarlo mucho como para notar lo infeliz que era. Era eso o definitivamente se trataba de un absoluto soberbio. —Señorita— corrigió, porque era evidente que él creía lo que se le antojaba de cualquiera que se cruzara por su camino; pero, más que nada, porque le parecía inconcebible un reclamo de ese tipo por algo tan estúpido ¿Qué no era más fácil pedirle a ella que se retirara porque no soportaba tratar ningún negocio con mujeres? —Y disculpeme, pero no lo he insultado en ningún momento. De ser así, le pido que me recuerde con detalle el instante en que me atreví a hacerlo— solicitó Mina con la más absoluta de las calmas. No obstante ¿No podría eso provocarlo más? Pese a que de buena gana ella se habría reído por tal exageración, lo cierto es que no toleraba demasiado tanta grosería, ni con ella ni con otros. Además, si alguien allí era bueno con los insultos, era él ¿Tanto lío iba a armar porque Valentine no era un hombre? Sólo faltaba que manifestara de nuevo que era un completo machista.
—No estaba preocupada por eso— respondió Mina, de nuevo con esa voz tan gentil que podría parecerle a él un sarcasmo o incluso burla, pese a que ella en los negocios no sonreía. Sin embargo, todo iba quedando más claro: Él no podía levantarse de la cama y, quizás, era eso mismo el motivo de tanta amargura. Era una pena para alguien tan joven e incluso atractivo, pero dado su carácter, con suerte moriría pronto. Además, a leguas se notaba que era un completo controlador; no por nada pretendía preparar él mismo su funeral. —Hay varias cosas que puedo ofrecer. No solamente arreglaré con detalle su cuerpo una vez que fallezca, sino que como recuerdo, puedo retratarlo o incluso pintarlo. La base de mi trabajo es hacer que usted aún parezca vivo si así lo dispone, y no solo me refiero a que luzca como si estuviese dormido. Una vez termine, puedo enviar tanto su cuerpo como el cuadro final al lugar que disponga— explicó, con una aterradora frialdad para un tema como ese. De por sí, para Mina la muerte era algo natural, pero consideraba que exponer el tema del modo en que lo hacía en ese momento, era dignamente merecido por el muy arrogante Nottingham —Si no es usted fácilmente impresionable, puedo mostrarle algo de lo que hago para que pueda decidir con un poco más de conocimiento. Entonces entenderá que cada franco que paga vale absolutamente la pena— y era cierto, porque no tenía honorarios tan elevados por mero ego. Su trabajo tenía la dedicación que sólo puede darle alguien sin otra responsabilidad aparte. Ella estaba sola y como tal, desbordaba toda su pasión en la labor que con seguridad había elegido. Pero, pasando de lo que la inglesa era capaz ¿De qué padecía él? Tenía la frente perlada, el ánimo añejado y ahora, parecía que algún dolor fuerte lo había silenciado —Necesito saber de qué padece, Señor Nottingham. Debo saberlo para saber cómo proceder con su cuerpo una vez que muera. — Solicitó ella, como si el dolor de él no le generara absolutamente nada. Mina no era fría, pero con él debía caminar con cuidado, porque estaba claro que pretender ayudarlo era prácticamente ofenderlo. Bien pudo ella llamar a alguien, pero el muchacho no tenía problema alguno en hacerse escuchar. Si lo requería, pronto recurriría a los elevados improperios para cualquiera de sus sirvientes, a quienes debía pagar muy bien para que lo toleraran así como era.
Por lo pronto, la paciencia de Mina sólo esperaba que él decidiera ver algo del trabajo que ella llevaba en un portafolio y que, basado en eso, tomara la decisión rápidamente. Luego, se establecería el precio del trabajo completo y ella partiría sin más, a la simple espera de la noticia de la muerte del hombre para poder proceder. La próxima vez que ella lo viera, él ya no podría gritar.
—No estaba preocupada por eso— respondió Mina, de nuevo con esa voz tan gentil que podría parecerle a él un sarcasmo o incluso burla, pese a que ella en los negocios no sonreía. Sin embargo, todo iba quedando más claro: Él no podía levantarse de la cama y, quizás, era eso mismo el motivo de tanta amargura. Era una pena para alguien tan joven e incluso atractivo, pero dado su carácter, con suerte moriría pronto. Además, a leguas se notaba que era un completo controlador; no por nada pretendía preparar él mismo su funeral. —Hay varias cosas que puedo ofrecer. No solamente arreglaré con detalle su cuerpo una vez que fallezca, sino que como recuerdo, puedo retratarlo o incluso pintarlo. La base de mi trabajo es hacer que usted aún parezca vivo si así lo dispone, y no solo me refiero a que luzca como si estuviese dormido. Una vez termine, puedo enviar tanto su cuerpo como el cuadro final al lugar que disponga— explicó, con una aterradora frialdad para un tema como ese. De por sí, para Mina la muerte era algo natural, pero consideraba que exponer el tema del modo en que lo hacía en ese momento, era dignamente merecido por el muy arrogante Nottingham —Si no es usted fácilmente impresionable, puedo mostrarle algo de lo que hago para que pueda decidir con un poco más de conocimiento. Entonces entenderá que cada franco que paga vale absolutamente la pena— y era cierto, porque no tenía honorarios tan elevados por mero ego. Su trabajo tenía la dedicación que sólo puede darle alguien sin otra responsabilidad aparte. Ella estaba sola y como tal, desbordaba toda su pasión en la labor que con seguridad había elegido. Pero, pasando de lo que la inglesa era capaz ¿De qué padecía él? Tenía la frente perlada, el ánimo añejado y ahora, parecía que algún dolor fuerte lo había silenciado —Necesito saber de qué padece, Señor Nottingham. Debo saberlo para saber cómo proceder con su cuerpo una vez que muera. — Solicitó ella, como si el dolor de él no le generara absolutamente nada. Mina no era fría, pero con él debía caminar con cuidado, porque estaba claro que pretender ayudarlo era prácticamente ofenderlo. Bien pudo ella llamar a alguien, pero el muchacho no tenía problema alguno en hacerse escuchar. Si lo requería, pronto recurriría a los elevados improperios para cualquiera de sus sirvientes, a quienes debía pagar muy bien para que lo toleraran así como era.
Por lo pronto, la paciencia de Mina sólo esperaba que él decidiera ver algo del trabajo que ella llevaba en un portafolio y que, basado en eso, tomara la decisión rápidamente. Luego, se establecería el precio del trabajo completo y ella partiría sin más, a la simple espera de la noticia de la muerte del hombre para poder proceder. La próxima vez que ella lo viera, él ya no podría gritar.
Última edición por Mina Valentine el Jue Mayo 19, 2016 12:15 pm, editado 1 vez
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
¿Debería anunciar que aborrecía que lo corrigieran, cuando en su rostro se podía leer tal predisposición? Caleb, pensó que no. Podía sentir cómo la rabia hervía dentro de él, envenenando cada una de sus venas y arterias. Si seguía así, también, pronto iba a triturarse los dientes. Su mandíbula estaba firmemente apretada y no estaba por la labor de suavizarse. ¡Ella se estaba burlando! ¡En su maldita cara! Le hablaba con condescendencia, como si nada de lo que le dijese le afectara. Irónico. Jodidamente irónico, en realidad. Debía sentirse satisfecho de que la joven, no se alterara por sus improperios, pero no lo estaba. Todo lo contrario. La frialdad que bañaba cada una de las palabras de la fémina, acompañadas con gentileza, atizaban el fuego en su pecho. Por supuesto, no le iba a recordar nada. ¿Para qué explicarle que el idiota de Milo, quien había hecho las diligencias para propiciar ese encuentro, le hizo creer, deliberadamente, que iba a tratar con un hombre sobre los arreglos a priori de su muerte? Eso le haría verse como un estúpido. Era el dueño de esa mansión y por ende, los sirvientes debían guardarle respeto. Lo cual, parecía no ser el caso. Desde que la primera impresión era la única que importaba, pues era uno de los principios que le había inculcado Philip, el inglés estaba cerca de perder los estribos, de nuevo. – No soy fácilmente impresionable. – Murmuró disgustado, con un borde seco en su voz. – Y mi padre, lo es todavía menos. Si no me convence a mí, Señorita Valentine, mi cuadro puede terminar siendo devorado por el fuego. – Toda la intención se dejaba escuchar en el apelativo. Definitivamente, algunas cosas nunca cambiarían. – No tengo que señalar que eso sería un terrible y devastador infortunio. Me retorcería en el Infierno si eso sucediere. Al fin y al cabo, estoy haciendo estos preparativos para que mi partida sea menos dolorosa para mis seres queridos. – Las mentiras salían con hermosa facilidad de su boca. Cuando tuviese esas pinturas, porque ahora había decidido que serían dos, sorprendería a todos en el ejército con su obsequio. Aunque, ahora que lo pensaba mejor, ¿no había dicho ella que podía enviar también su cuerpo? No debía ser difícil, no cuando pertenecía a unas de las familias más influyentes de Inglaterra. El apellido Notinghman, abría puertas que, para cualquier otro, no serían fáciles de acceder.
– Acérquese y muéstreme. – Ordenó, alisando la sábana que le cubría de la cintura hasta las piernas. El espacio que había para que ella se sentara a su lado, era nimio. Sin duda alguna, sus cuerpos se rozarían porque Caleb, no iba a moverse. No arrastraría su trasero sobre la amplia cama para que la joven se deslizara y, realmente, no creía que ésta rodease el mueble para ponerse cómoda. La etiqueta dictaba que un caballero y una dama, no podían estar solos en una habitación. O al menos, estaba seguro que así era la última vez que las estudió. Nadie querría verse comprometido. Él, ciertamente, no tenía nada que perder. ¿Pero y ella? ¿Era así con todos sus clientes? ¡¿Insensata?! ¡¿Poco le importaba su prestigio?! Eso era. De lo contrario, habría insistido en que la reunión fuese en otro sitio. ¿Y porqué demonios se hacía todas esas preguntas? No había pensado en ello con ninguna de sus enfermeras. Quizás se debía a la belleza de Mina. Sólo un hombre ciego, no se fijaría en eso. Desde que su vista trabajaba perfectamente, no iba a negar que su presencia le hacía pensar en otras ideas que no tenían nada que ver con muertos y arreglos. Llevaba postrado en esa maldita cama más de cuatro meses, si a eso le agregaba los meses que estuvo planeando cuál formación seguiría su escuadrilla para la Guerra de las Cruces, donde lo perdió todo; decir que extrañaba las atenciones de una mujer, era quedarse demasiado cortos. Su frustración y odio, subieron unos cuantos decibeles debido a esa línea de pensamientos. Valentine, le estaba haciendo desear aquello que nunca podría tener. Iracundo, arrancó la sábana que tenía sobre las piernas, arrojándola al otro lado de la cama. – No voy a volver a caminar nunca. – La amargura consumía cada palabra. Después del médico que le viese en su país, no había permitido que otro hiciese su diagnóstico. Philip, había matado cualquier esperanza antes de que siquiera las albergara. – ¿Le es suficiente con esa información? ¿O desea algo más detallado? – Podría mentir. Inventarse una enfermedad. ¡Decir cualquier cosa! ¿Pero qué ganaría? Estaba pagando por su servicio y debía hacer lo que le solicitara. – Sólo basta decir que estamos planeando mi suicidio. Es bueno saber que la muerte, hace a cualquiera un ser frío y sin sentimientos. – Y por alguna extraña razón, eso no era un elogio. No en esa ocasión.
– Acérquese y muéstreme. – Ordenó, alisando la sábana que le cubría de la cintura hasta las piernas. El espacio que había para que ella se sentara a su lado, era nimio. Sin duda alguna, sus cuerpos se rozarían porque Caleb, no iba a moverse. No arrastraría su trasero sobre la amplia cama para que la joven se deslizara y, realmente, no creía que ésta rodease el mueble para ponerse cómoda. La etiqueta dictaba que un caballero y una dama, no podían estar solos en una habitación. O al menos, estaba seguro que así era la última vez que las estudió. Nadie querría verse comprometido. Él, ciertamente, no tenía nada que perder. ¿Pero y ella? ¿Era así con todos sus clientes? ¡¿Insensata?! ¡¿Poco le importaba su prestigio?! Eso era. De lo contrario, habría insistido en que la reunión fuese en otro sitio. ¿Y porqué demonios se hacía todas esas preguntas? No había pensado en ello con ninguna de sus enfermeras. Quizás se debía a la belleza de Mina. Sólo un hombre ciego, no se fijaría en eso. Desde que su vista trabajaba perfectamente, no iba a negar que su presencia le hacía pensar en otras ideas que no tenían nada que ver con muertos y arreglos. Llevaba postrado en esa maldita cama más de cuatro meses, si a eso le agregaba los meses que estuvo planeando cuál formación seguiría su escuadrilla para la Guerra de las Cruces, donde lo perdió todo; decir que extrañaba las atenciones de una mujer, era quedarse demasiado cortos. Su frustración y odio, subieron unos cuantos decibeles debido a esa línea de pensamientos. Valentine, le estaba haciendo desear aquello que nunca podría tener. Iracundo, arrancó la sábana que tenía sobre las piernas, arrojándola al otro lado de la cama. – No voy a volver a caminar nunca. – La amargura consumía cada palabra. Después del médico que le viese en su país, no había permitido que otro hiciese su diagnóstico. Philip, había matado cualquier esperanza antes de que siquiera las albergara. – ¿Le es suficiente con esa información? ¿O desea algo más detallado? – Podría mentir. Inventarse una enfermedad. ¡Decir cualquier cosa! ¿Pero qué ganaría? Estaba pagando por su servicio y debía hacer lo que le solicitara. – Sólo basta decir que estamos planeando mi suicidio. Es bueno saber que la muerte, hace a cualquiera un ser frío y sin sentimientos. – Y por alguna extraña razón, eso no era un elogio. No en esa ocasión.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
"Nuestras vidas se definen por las oportunidades, incluso las que perdemos"
F. Scott Fitzgerald
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A Mina le tenía sin cuidado si él se molestaba o no, de hecho, le haría un enorme favor si le pedía que se retirara y contratara sus servicios con alguien más. A ella no le faltaban clientes, ni paciencia, pero no por eso estaba dispuesta a ser uno más con los sirvientes de tan grotesco muchacho. —Eso es bueno, y de todas maneras, no sentirá nada— respondió Mina en un tono igual de seco al de él, pero todavía más condescendiente. Además, no mentía, porque él permanecería bajo el bisturí sin poder emitir tan siquiera un suspiro. Seguramente, sus empleados sólo podían descansar mientras él dormía ¿Esperaban entonces con ansias su muerte? Era probable, aunque también lo era que se angustiaran por el destino de sus trabajos. Y en cuanto a él ¿Había algo que le preocupara justo antes de morir? Esa frialdad tan extraña para su edad, le despertaba a Mina una curiosidad incomprensible. No entendía bajo ninguna circunstancia, que alguien en plena flor de la vida, y con la apariencia y riquezas que poseía él, deseara morir. No obstante, se guardaba las preguntas bajo la capa del profesionalismo, y sus gestos no se inmutaban pese a querer decirle lo que quizás otros no se habían atrevido a hacerlo. —El cuadro estará perfecto, aunque no tiene sentido que lo elabore si sabe de antemano que terminará destruido tan prontamente— musitó, escrutándolo con la mirada, notando sin pretenderlo que el mencionar a su padre parecía endurecerle aún más las facciones de su rostro — ¿Hay algún familiar aquí con el que deba tratar, o será alguno de sus sirvientes quien me informe de su deceso? — entre líneas, Mina obtendría la información que deseaba. Si alguien iba realmente a condolerse por la muerte del joven Nottingham, hubiese estado presente en aquél mismo momento. Por lo que deducía, él estaba prácticamente solo.
Pero pese a lo conversado, él quería ver lo que ella era capaz de hacer, e incluso, parecía hacerle espacio en su cama para que ella se acomodara cerca y le enseñara trabajos previos que le permitieran hacer una elección. Sin emitir gesto alguno, Mina se puso de pie y acercó mucho más la silla a la cama, y sacando una especie de libro de entre sus pertenencias, lo extendió hacia él. Él estaba muy equivocado si creía que la inglesa iba a romper todo su protocolo por tenerlo en su situación. Caleb Nottingham era para Mina un cliente como cualquiera, aunque quizás, un poco más destruido emocionalmente. Esa versión, quedó evidenciada cuando él retiró con enojo la sábana que lo cubría y respondió cortantemente a ella sobre la posible causa de su muerte. Con lentitud, ella retiró el book y lo dejó sobre sus propias piernas mientras le prestaba completa atención. Ahora, se le hacía conocido ¿Acaso lo había visto en algún otro lugar? Su acento podría ser una señal, ambos eran ingleses ¿Era posible haberlo cruzado en un momento previo? No tenía mucho tiempo para pensar, pero si era así, debía mover sus recuerdos rápidamente.
Tras un largo suspiro después de haberlo dejado hablar, Mina se puso de pie —Lo lamento, Señor Nottingham, su condición física no causa la muerte, y aunque sus pensamientos sí lo hacen, no podré ser cómplice de su suicidio. No soy yo quien llevará a cabo el tratamiento de su cuerpo, aunque sí sé ahora a quien tendría que enviarlo. Me disculpo por haberle hecho perder su tiempo, pero no podría mirar a la cara a mi padre, y decirle que contribuí a la muerte del hijo de su amigo Philip. Ahora lo recuerdo bien, a usted ya le había visto— las palabras de Mina se sintieron heladas, incluso para ella. El haber recordado de quien se trataba, le cambiaba la perspectiva. Su padre, al igual que el de él, también se había movido dentro de la milicia, y Mina lo acompañó en una ocasión a uno de esos eventos típicos que se suelen realizar al finalizar el año. No había guerra para esas fechas, y cada miembro del entonces ejército británico, podía asistir con sus familias y disfrutar de un magnífico baile y la mejor de las cenas. Fue fugaz la aparición de Caleb, pero lo recordaba con claridad, porque su padre había bromeado con presentarle al hijo de Philip, con tal de mermar la idea de Mina de viajar a Francia para aprender un arte a la que él no le tenía mucho afecto. Eso lo cambiaba todo, quizás, ahora no podría irse tan sencillamente y permitirle terminar con su vida por un accidente del que ella no tenía la menor información. —Supongo que debo irme, aunque mi voto de silencio sigue vigente. Tenga buen día, Señor Nottingham— agregó, despidiéndose pese a todo. Si él no quería una ayuda que implicara vida, ella no podría permanecer en contra de su voluntad. No obstante, el voto de silencio aplicaría a sus padres, más no a sus empleados. Rompería con su protocolo, por su propio bien y por el de su consciencia.
Pero pese a lo conversado, él quería ver lo que ella era capaz de hacer, e incluso, parecía hacerle espacio en su cama para que ella se acomodara cerca y le enseñara trabajos previos que le permitieran hacer una elección. Sin emitir gesto alguno, Mina se puso de pie y acercó mucho más la silla a la cama, y sacando una especie de libro de entre sus pertenencias, lo extendió hacia él. Él estaba muy equivocado si creía que la inglesa iba a romper todo su protocolo por tenerlo en su situación. Caleb Nottingham era para Mina un cliente como cualquiera, aunque quizás, un poco más destruido emocionalmente. Esa versión, quedó evidenciada cuando él retiró con enojo la sábana que lo cubría y respondió cortantemente a ella sobre la posible causa de su muerte. Con lentitud, ella retiró el book y lo dejó sobre sus propias piernas mientras le prestaba completa atención. Ahora, se le hacía conocido ¿Acaso lo había visto en algún otro lugar? Su acento podría ser una señal, ambos eran ingleses ¿Era posible haberlo cruzado en un momento previo? No tenía mucho tiempo para pensar, pero si era así, debía mover sus recuerdos rápidamente.
Tras un largo suspiro después de haberlo dejado hablar, Mina se puso de pie —Lo lamento, Señor Nottingham, su condición física no causa la muerte, y aunque sus pensamientos sí lo hacen, no podré ser cómplice de su suicidio. No soy yo quien llevará a cabo el tratamiento de su cuerpo, aunque sí sé ahora a quien tendría que enviarlo. Me disculpo por haberle hecho perder su tiempo, pero no podría mirar a la cara a mi padre, y decirle que contribuí a la muerte del hijo de su amigo Philip. Ahora lo recuerdo bien, a usted ya le había visto— las palabras de Mina se sintieron heladas, incluso para ella. El haber recordado de quien se trataba, le cambiaba la perspectiva. Su padre, al igual que el de él, también se había movido dentro de la milicia, y Mina lo acompañó en una ocasión a uno de esos eventos típicos que se suelen realizar al finalizar el año. No había guerra para esas fechas, y cada miembro del entonces ejército británico, podía asistir con sus familias y disfrutar de un magnífico baile y la mejor de las cenas. Fue fugaz la aparición de Caleb, pero lo recordaba con claridad, porque su padre había bromeado con presentarle al hijo de Philip, con tal de mermar la idea de Mina de viajar a Francia para aprender un arte a la que él no le tenía mucho afecto. Eso lo cambiaba todo, quizás, ahora no podría irse tan sencillamente y permitirle terminar con su vida por un accidente del que ella no tenía la menor información. —Supongo que debo irme, aunque mi voto de silencio sigue vigente. Tenga buen día, Señor Nottingham— agregó, despidiéndose pese a todo. Si él no quería una ayuda que implicara vida, ella no podría permanecer en contra de su voluntad. No obstante, el voto de silencio aplicaría a sus padres, más no a sus empleados. Rompería con su protocolo, por su propio bien y por el de su consciencia.
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
La odió en ese momento. Más que a la maldita bala que acabó con su vida, más que a sus inútiles piernas, más que a nadie y más que a todo. Ella no iba a ayudarlo, ni siquiera iba a intentarlo. ¡Se marchaba! Usaba su condición física a su favor y eso le hervía la sangre, porque por un instante, le había hecho creer que finalmente iba a ganar la guerra entre él y su padre. – ¡Lárguese entonces! Atreviese la puerta y no mire hacia atrás. Es usted una farsante, me trata como lo hace cada uno de mis empleados. En cuanto escuchan lo que no quieren oír, corren lejos de mi vista, a sabiendas de que no podré seguirlos. ¿Qué se siente, señorita Valentine? ¿Euforia? ¿Placer por saberse vencedora en la batalla contra un tullido? – Caleb era fuego y su lengua, venenosa como una serpiente. Las palabras que expresaba, eran dardos que lanzaba con plena intención de causar daño. – No le estoy pidiendo que sea mi cómplice. No tendrá que hacer nada que no tenga que ver con lo que sea que haga. Usted necesita un cuerpo sin vida y yo voy a proporcionárselo. Me dijeron que era una de las mejores, así que le advierto, no me provoque. Una palabra mía y ni las moscas se le acercarán. Tengo las herramientas para destruirla, ¿comprende? – Estaba más que claro que el inglés, lucharía hasta su último aliento. No para vivir, sino para destruir aquello que osara interponerse en su muerte. Los calambres que sintiera su cuerpo, se habían catapultado bajo la desmedida rabia que devoraba sus entrañas. Odiaba que la mujer que había encontrado atractiva unos segundos antes, lo hubiese conocido a él antes de terminar reducido en ese despojo de ser humano. Especialmente, porque no quedaba nada del antiguo Caleb y, sobre todo; porque empezaba a preguntarse cómo habría sido estar plantado ante ella como un hombre completo. Era imposible no querer lastimarla con sus palabras soeces, con la falta de educación mostrada esos últimos meses, a raíz de su accidente.
– Aunque por supuesto, ¡¿qué se puede esperar de la hija de un amigo de Philip?! – Farfulló, rígido. – Los Valentine, no deben ser diferentes a los Nottingham, si se mueven en el mismo maldito círculo. Supongo que debería estar agradecido de haber sido exiliado a este asqueroso país. – Por la manera en que lo decía, dejaba en claro su punto de vista. – ¿Preferiría que deje instrucciones para el futuro? Quizás cuando esté muerto, se le haga más fácil tratar conmigo. Está más que claro, que su convivencia con cadáveres le ha afectado, a tal punto, de que le es imposible atender los deseos de su cliente. Pensaba que había dicho que era profesional y no una aficionada. – ¿Por qué demonios seguía hablando? En cualquier otra situación, no sólo hubiese lanzado las cosas a su alcance contra el ser que lo sacaba de sus cabales, dando por terminada cualquier conversación; sino también, gritado hasta el cansancio para que sus criados subieran a ver qué estaba pasando. Por alguna extraña razón, Caleb no quería a nadie más en su habitación. Ella era su última oportunidad para vengarse del hombre que lo había engendrado, el mismo por el que había dado su vida, entrenándose hasta el cansancio. Formar parte del ejército, nunca fue su sueño, sino el de su padre. Nunca tuvo elección, así como tampoco pudo elegir a la mujer con quien quería compartir la vida. El compromiso se había llevado a cabo entre las familias interesadas. Una orden más que seguir, una orden más que cumpliría para honrar al mariscal de campo. Su madre soportaba la vida con un tipo como Philip, seguramente, su compañera aprendería a lidiar con él también. Pero eso había sido antes de que sus piernas quedaran inservibles, antes de que la muerte fuese su último consuelo. No quería la lástima de nadie y, ciertamente, no la de Mina Valentine.
– Aunque por supuesto, ¡¿qué se puede esperar de la hija de un amigo de Philip?! – Farfulló, rígido. – Los Valentine, no deben ser diferentes a los Nottingham, si se mueven en el mismo maldito círculo. Supongo que debería estar agradecido de haber sido exiliado a este asqueroso país. – Por la manera en que lo decía, dejaba en claro su punto de vista. – ¿Preferiría que deje instrucciones para el futuro? Quizás cuando esté muerto, se le haga más fácil tratar conmigo. Está más que claro, que su convivencia con cadáveres le ha afectado, a tal punto, de que le es imposible atender los deseos de su cliente. Pensaba que había dicho que era profesional y no una aficionada. – ¿Por qué demonios seguía hablando? En cualquier otra situación, no sólo hubiese lanzado las cosas a su alcance contra el ser que lo sacaba de sus cabales, dando por terminada cualquier conversación; sino también, gritado hasta el cansancio para que sus criados subieran a ver qué estaba pasando. Por alguna extraña razón, Caleb no quería a nadie más en su habitación. Ella era su última oportunidad para vengarse del hombre que lo había engendrado, el mismo por el que había dado su vida, entrenándose hasta el cansancio. Formar parte del ejército, nunca fue su sueño, sino el de su padre. Nunca tuvo elección, así como tampoco pudo elegir a la mujer con quien quería compartir la vida. El compromiso se había llevado a cabo entre las familias interesadas. Una orden más que seguir, una orden más que cumpliría para honrar al mariscal de campo. Su madre soportaba la vida con un tipo como Philip, seguramente, su compañera aprendería a lidiar con él también. Pero eso había sido antes de que sus piernas quedaran inservibles, antes de que la muerte fuese su último consuelo. No quería la lástima de nadie y, ciertamente, no la de Mina Valentine.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
“El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura.”
Su condición lo cegaba, al punto que omitía cualquier intento por superarse e incluso, cualquier tentativa de ayuda por parte de terceros. —No, no siento placer en pensar que alguien tan joven como usted quiere morir. Sé que muchos de los muertos que arreglo hubiesen dado todo por tener esa lozanía que usted resuma, pero para ellos no hubo segundas oportunidades, ellos no pudieron aprovechar ese invaluable beneficio— respondió, como si le doliera en cierto modo el dolor de todos, incluido el de Caleb ¿Cómo es que alguien podía creer que todos disfrutaban su pena? Quizás, era porque él se tenía tanta, que la reflejaba en terceros sin importar si acertaba o no. Y fue eso mismo lo que hizo que Mina detuviera sus pasos y se dedicara a centrar su mirada en Caleb. No le sentía lástima, pero tampoco le daba igual. —No lo provoco, y tampoco necesito nada, sé bien a lo que me dedico, pero no por eso deseo que muera gente. Tampoco me importa que mueva a media París para que no me contrate por no haber cumplido su capricho, porque mi trabajo ha hablado sólo y lo seguirá haciendo— dijo con cierta molestia, pero manteniendo esos cánones de respeto que reflejaban a la perfección su ética. En eso, era tan buena como con las manos a la hora de arreglar a cualquiera. Además, él no tenía idea que Mina no sólo arreglaba cuerpos humanos, sino que también hacía trabajos para y con seres sobrenaturales en medio de la noche. Para bien o para mal, ellos representaban la mayor cantidad de sus ingresos e incluso y por lo mismo, pronto podría comprar el lugar en el que vivía, en el cual permanecía por ahora en renta. La inglesa había logrado hacerse a una buena fama sola, y cada uno de sus francos había sido trabajado con esfuerzo. El dinero de los Valentine no había servido más que para viajar a Francia, pero de ahí en más, Mina no había pedido ni un solo centavo. En resumen, era inmune a los intentos de ofensa de Caleb, y lo demostraba cada vez que le respondía con calma.
—Quizás es porque mis clientes siempre son los que pagan, no los que arreglo. — musitó, y estando cerca de la puerta, la cerró del todo tras de sí, y volvió sus pasos cerca de la cama. Sin preguntar, se sentó de nuevo, lo observó discutir en silencio y tras unos segundos, suspiró —No soy igual a mi padre, y sé que usted, en el fondo, tampoco es igual a Phillip— afirmó, porque bien que había escuchado cosas del padre de Caleb a través del suyo —No necesito preguntarle lo que ya sé. Tengo claro que desea morir aunque su condición no lo lleve a ello. Sin embargo no pretendo irme y saber que seguirá con esa idea. Me voy a quedar, y voy a trabajar para usted si es lo que quiere, pero no lo haré para que muera, sino para que viva.— declaró, con una seguridad que se reflejaba en la manera de mirarlo. Bien podría tomarlo él como manifestación de guerra, pero Mina no quería rendirse en ese momento. No obstante, necesitaba al menos una luz de parte de él. Ella podría hacer excepción con sus quehaceres y tiempos, porque no sólo era su juventud, sino que sabía bien lo que representaba. Su padre había visto algo en el heredero de los Nottingham, porque había pensado arreglar un matrimonio entre ellos con Phillip, pero Mina prácticamente escapó a Francia antes de permitir nada. Recordaba bien esa noche en que lo había visto, tan lleno de ese típico orgullo militar, uno que ahora había mutado en un odio hacia sí mismo. Era por eso que no podía tratar bien a nadie, porque ni siquiera podía hacerlo con él mismo. El amor propio le fallaba más que las piernas, y era casi inhumano salir de allí sin intentar nada ¿Qué tanto haría falta para cambiarle un poco la opinión? Si se negaba y volvía a pedir soledad a las malas, ella lo dejaría a solas, pero no pararía de pensar ni un solo momento en lo que había sido de su suerte. Si algo de deseo por vivir le quedaba, Mina lo empujaría a fortalecerlo, pero si no, no tocaría su cuerpo cuando este estuviera inerte. —Usted decide. Me quedaré para que viva, o desapareceré para que muera. Si elige la primera opción, dudo rendirme tan fácil—y como si él jamás hubiese dicho nada grosero aquella mañana, le sonrió.
—Quizás es porque mis clientes siempre son los que pagan, no los que arreglo. — musitó, y estando cerca de la puerta, la cerró del todo tras de sí, y volvió sus pasos cerca de la cama. Sin preguntar, se sentó de nuevo, lo observó discutir en silencio y tras unos segundos, suspiró —No soy igual a mi padre, y sé que usted, en el fondo, tampoco es igual a Phillip— afirmó, porque bien que había escuchado cosas del padre de Caleb a través del suyo —No necesito preguntarle lo que ya sé. Tengo claro que desea morir aunque su condición no lo lleve a ello. Sin embargo no pretendo irme y saber que seguirá con esa idea. Me voy a quedar, y voy a trabajar para usted si es lo que quiere, pero no lo haré para que muera, sino para que viva.— declaró, con una seguridad que se reflejaba en la manera de mirarlo. Bien podría tomarlo él como manifestación de guerra, pero Mina no quería rendirse en ese momento. No obstante, necesitaba al menos una luz de parte de él. Ella podría hacer excepción con sus quehaceres y tiempos, porque no sólo era su juventud, sino que sabía bien lo que representaba. Su padre había visto algo en el heredero de los Nottingham, porque había pensado arreglar un matrimonio entre ellos con Phillip, pero Mina prácticamente escapó a Francia antes de permitir nada. Recordaba bien esa noche en que lo había visto, tan lleno de ese típico orgullo militar, uno que ahora había mutado en un odio hacia sí mismo. Era por eso que no podía tratar bien a nadie, porque ni siquiera podía hacerlo con él mismo. El amor propio le fallaba más que las piernas, y era casi inhumano salir de allí sin intentar nada ¿Qué tanto haría falta para cambiarle un poco la opinión? Si se negaba y volvía a pedir soledad a las malas, ella lo dejaría a solas, pero no pararía de pensar ni un solo momento en lo que había sido de su suerte. Si algo de deseo por vivir le quedaba, Mina lo empujaría a fortalecerlo, pero si no, no tocaría su cuerpo cuando este estuviera inerte. —Usted decide. Me quedaré para que viva, o desapareceré para que muera. Si elige la primera opción, dudo rendirme tan fácil—y como si él jamás hubiese dicho nada grosero aquella mañana, le sonrió.
Última edición por Mina Valentine el Dom Ene 01, 2017 2:49 pm, editado 1 vez
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
– ¿Debería agradecerle que me tenga en tan alta estima? – Cuestionó con sarcasmo, frustración y molestia. La mujer había entrado con la más absoluta de las calmas a su habitación, pero se había movido alrededor como un maldito torbellino. Si hacía un rápido resumen de las pérdidas sufridas tras aquélla devastación, la falta de cordura sería la primera cosa liderando su enorme lista. ¿Cómo se las arreglaba una desconocida para remover todo dentro de su cabeza? Mina, parecía creer que podía restaurarlo todo, quizás la costumbre de arreglar a los muertos, le hacía pensar que podía hacerle lo mismo. ¡Pero era imposible! ¡Estaba roto, maldita sea! Literal y jodidamente roto. Ni todas las palabras del mundo, podrían reparar su daño. – Si fuera un poco más como mi padre, señorita Valentine, le aseguro que no estaríamos sosteniendo ésta conversación; la misma habría terminado antes de que usted se hubiese negado a satisfacer mis caprichos. – Profirió, usando la palabra con que ella describiera a sus demandas. Si él era exigente, lo de Philip no tenía precedentes. Su padre, causaba temor y respeto al mismo tiempo. – ¿Por qué no puede sólo aceptar hacer su trabajo? ¿Cree que es la primera persona que intenta persuadirme? Mi madre, no para de enviar sus cartas, así como yo tampoco paro de quemarlas. Luego están mis hermanas. ¿También tuvo la dicha de conocerlas? – Sonrió o, al menos, sus comisuras se estiraron en un gesto de desprecio. – Como sea, ellas también intentan animar a su hermano inválido con sus aburridas anécdotas. Así que perdone mi atrevimiento, pero tengo curiosidad, ¿cómo espera lograr un imposible? Podríamos sólo continuar con lo que teníamos planeado y ambos, habremos ganado. Usted mantendrá su intachable reputación y yo, podré descansar en paz, sabiendo que se ha hecho mi voluntad. –
Fue entonces, cuando un suspiro de cansancio, escapó de sus pulmones. Estaba harto de pelear, de esconder tras esos altísimos muros, lo duro que era para él toda esa maldita situación. – Usted no va a comprenderme, nadie puede hacerlo. ¡Lo tenía todo! ¡Una familia, un excelente puesto en el ejército y una vida prometedora! – Farfulló exaltado. – Ahora soy sólo ésta basura. Dependo de otros para poder hacer las cosas que hacía con facilidad. ¡¿Puede imaginar lo que es eso?! No, no puede, porque la realidad supera los límites de lo terrible. – Las manos del inglés, estaban fuertemente cerradas sobre la sábana que cubría sus piernas en un revoltijo. Finalmente, apartó la mirada de la fémina y la dejó clavada en la ventana que estaba abierta. Afuera, el mundo continuaba, pero para él, se había detenido desde que perdiera la movilidad de sus piernas. – Puede quedarse, Mina. O puede marcharse. Realmente, no puedo hacerle cambiar de opinión. Sería hipócrita de mi parte obligarle, cuando es evidente que mis percepciones tampoco son de su agrado. – Había en sus palabras cierto atisbo de dolor e ira. Odiaba el hecho de dejarla marchar, porque entonces habría perdido, no sólo su oportunidad de venganza; sino también, de conocerla. No importaba que se negase a reconocerlo, cada palabra que escapara de esos labios, habían hecho eco en sus pensamientos. Se preguntó, por primera vez, hasta cuándo dejaría de resonar esa voz en su interior. Por el bien de su sentido común, esperaba que durara el mismo tiempo que ella, en salir de esa mansión por siempre.
Fue entonces, cuando un suspiro de cansancio, escapó de sus pulmones. Estaba harto de pelear, de esconder tras esos altísimos muros, lo duro que era para él toda esa maldita situación. – Usted no va a comprenderme, nadie puede hacerlo. ¡Lo tenía todo! ¡Una familia, un excelente puesto en el ejército y una vida prometedora! – Farfulló exaltado. – Ahora soy sólo ésta basura. Dependo de otros para poder hacer las cosas que hacía con facilidad. ¡¿Puede imaginar lo que es eso?! No, no puede, porque la realidad supera los límites de lo terrible. – Las manos del inglés, estaban fuertemente cerradas sobre la sábana que cubría sus piernas en un revoltijo. Finalmente, apartó la mirada de la fémina y la dejó clavada en la ventana que estaba abierta. Afuera, el mundo continuaba, pero para él, se había detenido desde que perdiera la movilidad de sus piernas. – Puede quedarse, Mina. O puede marcharse. Realmente, no puedo hacerle cambiar de opinión. Sería hipócrita de mi parte obligarle, cuando es evidente que mis percepciones tampoco son de su agrado. – Había en sus palabras cierto atisbo de dolor e ira. Odiaba el hecho de dejarla marchar, porque entonces habría perdido, no sólo su oportunidad de venganza; sino también, de conocerla. No importaba que se negase a reconocerlo, cada palabra que escapara de esos labios, habían hecho eco en sus pensamientos. Se preguntó, por primera vez, hasta cuándo dejaría de resonar esa voz en su interior. Por el bien de su sentido común, esperaba que durara el mismo tiempo que ella, en salir de esa mansión por siempre.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
—No en realidad— se limitó a decir, teniendo más que claro que Caleb hablaba con absoluto sarcasmo, uno que no podía ocultar su tono de voz o su mirada. Igual que no se podía ocultar que eso a Mina le causaba gracia ¿Cómo lo tomaría él? Quizás se molestara más, sobre todo cuando estaba tan acostumbrado a que todo el mundo obedeciera sus amenazas y respondiera de prisa a sus gritos. —Usted mismo lo ha dicho, son caprichos, pero sí, sé cómo es su padre, crecí viéndolo asistir a mi casa y escucharlo conversar con mi padre. Creo que no lo vi sonreír ni una sola vez— comentó, intentando no muy conscientemente aplacar la tormenta que representaba el único varón de Philip, de quien por supuesto había escuchado hablar. Su padre se sentía muy orgulloso de él en sus mejores años, parecía que Caleb era cuanto había deseado de un hijo, pero era un desastre pensar que ese mismo hombre orgulloso era ahora un padre ausente, o quien sabe, quizás era el mismo Caleb el que se encargaba de espantar a todos por esa amargura que lo dominaba. —No importa cuántos lo han intentado, porque sólo tengo claro que nadie ha logrado nada. Pero sí, de hecho si mal no recuerdo compartí tutor con una de sus hermanas, hasta que empecé a hacer dibujos algo, mmm, diferentes, y decidieron cambiarla. Desde entonces nunca volvimos a hablar, a pesar de cruzarnos en ciertas reuniones— una mesurada risita salió de sus labios, porque recordaba haber encontrado unas gráficas de sus tíos maternos, de quienes habían aprendido el negocio, para luego replicarlas. Por supuesto no era algo aceptado para una señorita, se supone que ella debería interesarse en el bordado, no en la anatomía humana para diseccionar a un muerto. Ese suceso se dio cuando Mina tenía unos once o doce años, pero le había merecido un buen castigo por parte de su padre, quien por supuesto no lo aprobaba. De hecho, aún no lo hacía, pero eso no venía al caso. Sin embargo, una duda si le quedaba pendiente a Mina ¿Durante cuánto tiempo fueron de alguna manera tan cercanos? No se habían tratado jamás, pero a pesar de poder hacerlo, lo hacían ahora en la peor de las circunstancias. —Mi voluntad nunca ha sido contribuir a un suicidio, además, no es usted para mí “un hombre inválido”, estoy segura que es más que eso— comentó retomando su seriedad, esa que le daba el hablar de su trabajo; sin mencionar que Caleb tenía incapacidades más grandes que el hecho de no poder mover sus piernas —Mi reputación la da mi trabajo, no los rumores, ya se lo dije. De nuevo reitero que no voy a contribuir en ese deseo suyo de rendirse, porque no le encuentro otro nombre— agregó. Mina podía ser tan dulce como certera, sobre todo cuando sabía que una vida dependía de ello. Ahora no lo veía como su cliente, ella nunca sería tampoco su empleada; sus deseos iban más allá de eso.
Sus suspiros le dieron a Mina la razón, y bajó la guardia, relajando un poco la postura y prestándole toda su atención; incluso, cuando él empuñó una mano con fuerza en la sábana, ella se atrevió a poner su mano tibia sobre la ajena, como si buscara calmarlo —El problema no son sus piernas, sino su mente— susurró, y retiró con prontitud la mano, antes de recibir algún tipo de reprensión por aquél atrevido acto que no tenía ni un ápice de mala intención. —Pido una semana, por el lazo que sea que ha unido a nuestras familias durante tantos años. Sé que no nos conocimos, e incluso es probable que de mí sólo haya escuchado que Valentine tenía una hija un poco extraña, pero pido una semana para intentar hacerlo cambiar de opinión. Si no funciona, desapareceré de su vida para siempre ¿Está de acuerdo? — propuso, a riesgo de perder clientes esa semana para poder estar al pendiente de alguien que probablemente, se limitara a tratarla a los gritos y a hacerle la vida imposible durante toda esa semana.
Sus suspiros le dieron a Mina la razón, y bajó la guardia, relajando un poco la postura y prestándole toda su atención; incluso, cuando él empuñó una mano con fuerza en la sábana, ella se atrevió a poner su mano tibia sobre la ajena, como si buscara calmarlo —El problema no son sus piernas, sino su mente— susurró, y retiró con prontitud la mano, antes de recibir algún tipo de reprensión por aquél atrevido acto que no tenía ni un ápice de mala intención. —Pido una semana, por el lazo que sea que ha unido a nuestras familias durante tantos años. Sé que no nos conocimos, e incluso es probable que de mí sólo haya escuchado que Valentine tenía una hija un poco extraña, pero pido una semana para intentar hacerlo cambiar de opinión. Si no funciona, desapareceré de su vida para siempre ¿Está de acuerdo? — propuso, a riesgo de perder clientes esa semana para poder estar al pendiente de alguien que probablemente, se limitara a tratarla a los gritos y a hacerle la vida imposible durante toda esa semana.
Mina Valentine- Humano Clase Media
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Re: The Lion and the Rose {Privado}
Ese era Philip. Un hombre con una capacidad visceral para manipular y subyugar a quienes les rodeaban. Su madre, le tenía miedo. Si Caleb lo había dudado antaño, lo había confirmado ahora. Sólo ese maldito miedo, consumiéndola, era lo que la detenía de coger sus cosas y visitarlo. Después de todo, era su padre quien tenía la primera y la última palabra. Le molestaba a sobremanera saber que, aún con toda esa distancia de por medio, él aún controlara su vida. Quizás le molestaba aún más, reconocer que no podía salvarla a ella, ni a sus hermanas, ni a sí mismo; de las garras de un maldito dictador. Era evidente que su madre, no amaba a Philip. Nunca lo había hecho, no importaba cuántas veces le dijese lo contrario cuando era pequeño. Bastaba con mirarla a los ojos, para saber que mentía. A su manera, ella había intentado protegerlo. ¡Como si no quisiera que viera con odio a su progenitor! ¡Como si no viera el terror agudo destilando en sus orbes en sus visitas esporádicas a casa! Caleb había sido un hijo ejemplar, siempre siguiendo los mandatos del mariscal. No había dicho ni una palabra cuando lo comprometieron con una mujer a la que nunca había visto, porque eso era lo que se esperaba. Había tenido sus dudas, por supuesto, no porque creyera en el amor, sino porque al menos, había esperado encontrar a una compañera perfecta. De pronto, la idea de comprometerse con Mina, se le antojaba jodidamente atractivo. Sus familias habían sido cercanas, por supuesto, pero no había sido ella la que Philip eligiera y ahora sabía por qué. Él nunca habría querido para su hijo, una mujer que se dedicaba a arreglar a los muertos. Descubrir ese hecho, lo dejó aturdido. ¿No había dicho Philip, en su última carta, que quería un nieto? Era inminente, que contrajera matrimonio cuanto antes y asegurara la línea de los Nottingham; si es que aún podía hacerlo.
Mina era absolutamente hermosa y, lo que era aún mejor, parecía tener esa estúpida necesidad de hacerlo cambiar de opinión. ¿Por eso estaba allí? Philip era inteligente, bien podría saber que su hijo pensaría en casarse con ella en un último acto de rebeldía. ¿Era eso lo que quería? Maldición. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar para conseguir un heredero? Tal vez, debía rendirse y darle lo que tanto quería. Philip no miraría en su dirección una vez tuviese a su nieto en Inglaterra. Le olvidaría finalmente, quizás incluso ordenaría su muerte. Frustrado, molesto y sintiendo asco hacia el hombre que era la cabeza de su familia, clavó su mirada en Mina. Entonces sonrió, con tal frialdad, que cualquiera creería que su alma estaba irremediablemente congelada. – Jugaremos su juego, con sus reglas, pero por su bien, espero que recuerde ésta noche como lo que fue. Si por alguna extraña razón, usted logra lo imposible, estará atada a mí irremediablemente. No planeo continuar con éste infierno de vida solo. – Esa, era una abierta invitación para que corriera hacia el abismo y se dejara llevar por el huracán que yacía en su interior. Uno que ella, parecía haber despertado de su largo letargo. – El lazo que une a los Valentine y a los Nottingham, ¿es lo suficientemente fuerte? ¿Está dispuesta a apostar su libertad, para estar conmigo? Nuestras citas serán aquí, evidentemente, no planeo salir de mi cuarto para ser el hazmerreír. – Había utilizado la palabra citas, para ver su reacción. Realmente, Caleb aún parecía esperar que ella saliera huyendo. De esa forma, podría odiarla y no desearla de la manera en que lo estaba haciendo. El calor de su mano, misma que había retirado con prontitud, había calentado su corazón. ¿Qué tanto daño haría en una semana? Se preguntó, mientras aceptaba el reto, esperando averiguar qué tenía ella de especial.
Mina era absolutamente hermosa y, lo que era aún mejor, parecía tener esa estúpida necesidad de hacerlo cambiar de opinión. ¿Por eso estaba allí? Philip era inteligente, bien podría saber que su hijo pensaría en casarse con ella en un último acto de rebeldía. ¿Era eso lo que quería? Maldición. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar para conseguir un heredero? Tal vez, debía rendirse y darle lo que tanto quería. Philip no miraría en su dirección una vez tuviese a su nieto en Inglaterra. Le olvidaría finalmente, quizás incluso ordenaría su muerte. Frustrado, molesto y sintiendo asco hacia el hombre que era la cabeza de su familia, clavó su mirada en Mina. Entonces sonrió, con tal frialdad, que cualquiera creería que su alma estaba irremediablemente congelada. – Jugaremos su juego, con sus reglas, pero por su bien, espero que recuerde ésta noche como lo que fue. Si por alguna extraña razón, usted logra lo imposible, estará atada a mí irremediablemente. No planeo continuar con éste infierno de vida solo. – Esa, era una abierta invitación para que corriera hacia el abismo y se dejara llevar por el huracán que yacía en su interior. Uno que ella, parecía haber despertado de su largo letargo. – El lazo que une a los Valentine y a los Nottingham, ¿es lo suficientemente fuerte? ¿Está dispuesta a apostar su libertad, para estar conmigo? Nuestras citas serán aquí, evidentemente, no planeo salir de mi cuarto para ser el hazmerreír. – Había utilizado la palabra citas, para ver su reacción. Realmente, Caleb aún parecía esperar que ella saliera huyendo. De esa forma, podría odiarla y no desearla de la manera en que lo estaba haciendo. El calor de su mano, misma que había retirado con prontitud, había calentado su corazón. ¿Qué tanto daño haría en una semana? Se preguntó, mientras aceptaba el reto, esperando averiguar qué tenía ella de especial.
Caleb Nottingham- Esclavo de Sangre/Clase Alta
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