Hogar, dulce hogar (Privado)

por **Bella / Mía Borja** Sáb Abr 26, 2014 10:15 pm

Las cosas con las hermanas Borja no iban del todo bien, por fin Mía había contado todo a Bella acerca de aquél medio hermano y la otra se había enojado, sabría que eso pasaría, pero ya no podía ocultarlo, eso de que ella se la pasara en fiestas sin son y sin enterarse de nada había cansado a la gemela, por lo mismo había optado por decidirse y contarle toda la verdad, no sabía si había sido más contraproducente, pues tenía más de una semana que ni siquiera le cruzaba la palabra, ese era el día en el que dejaban el hotel para poder mudarse a una pequeña casa modesta que habían encontrado, habían decidido que su estancia en París era un poco más que un viaje de placer como se tenía pensado, apenas Mía había hecho sus maletas pero se encontraba sola en aquella habitación, su hermana ya se había ido hacía un par de horas sin siquiera esperarla o tan siquiera decirle que se fueran juntas.

Mandó la mayoría de sus cosas con un carruaje del hotel pero se llevó una en las manos mientras se decidía por caminar un rato para poder tranquilizarse, la verdad que estar así no era o que más le gustaba, no lo soportaba, sentía que algo le faltaba, unas pequeñas lágrimas se desvanecieron por sus ojos mientras ella emprendía su camino hacia la zona residencial, en la otra mano llevaba un pequeño bolso junto con los guantes que optó por no ponerse, dando pasos tranquilos, observando el paisaje. Algunos suspiros se escaparon de sus labios al tiempo que sintió como el sol comenzaba a descender y algunas nubes se pintaban en el cielo, tendría que apurar el paso y eso fue lo que hizo, aunque la maleta pesaba lo suficiente como para retrasarla un poco.

Se atajó apenas en una cornisa que había cerca mientras la gente pasaba comenzando a golpear la maleta debido a las carreras que daban y ella no podía hacer mucho más que volverla a jalar a su lugar inicial, haciendo una que otra rabieta, hasta que uno de sus guantes voló y sus cabellos se movían al compás del viento haciéndola enojar bastante, intentando no perder de vista su guante mientras veía como se ennegrecía.

por **Pierce M. Culpepper** Mar Abr 29, 2014 5:19 pm

"La cortesía es un signo de un caballero tanto como el coraje."

Theodore Roosevelt

Era un buen tiempo, el tiempo perfecto para salir y darse una vuelta por la ciudad que le había abierto a las puertas hacia su otra vida. París, la famosa ciudad del amor. Si bien Pierce no era de enamorarse, pero como sus hermanas siempre le decían, algún día terminaría cayendo en la trampa. No, él no podía enamorarse, no teniendo una bestia dentro de él. Así que, en lugar de aceptar la invitación de pasar a comer a la casa de unos amigos de la familia decidió poner una excusa y seguir su paseo por la acera, evitando a toda costa envolverse con la hija más jóven de aquella familia. Lo último que quiere en su vida es estar atado a una mujer que no quiere, si no entonces se volvería loco. Pasó por el negocio del socio de su padre, saludándolo con un abrazo y besándole la mano a su mujer. —Es el día perfecto para comprar unas petunias para su hermosa amada, ¿no es así, joven Pierce?— le dijo ella, con un brillo en los ojos demasiado entusiasmado. El castaño sólo esbozó una sonrisa, al mismo tiempo que se acomodaba el cuello del chaleco. —No lo creo. Por lo menos ahora mismo, no— respondió, dándole otro abrazo al hombre y haciéndole un gesto con la mano a su esposa. —Pero cuando sea el día, no dudaré en venir hacia acá. Pasen buena tarde— y continuó con su camino, interactuando con varios por donde pasaba.

Mientras más tiempo pasaba, la gente en las calles aumentaba y el ambiente lleno de tensión y estrés laboral era tan denso que el felino dentro de él podía presentir el olor de todo el sudor que los transeúntes derramaban. Incluso comenzaba a sentirse algo acalorado, así que sin dudarlo se quitó el abrigo ligero de encima y se subió las mangas, dejando el primero encargado con la misma mujer que hace unos momentos había ayudado, y que sin dobles vueltas accedió a guardar su abrigo hasta cuando volviera de su paseo. Le agradeció y dio vuelta en la esquina próxima, justo en el momento en el que un guante blanco chocó contra su rostro. Estaba algo sucio y con manchas de pisotones, fue sólo cuestión de levantar la mirada para encontrar a la dueña de aquél accesorio tan femenino. Una muchacha, no a muchos metros de él, hacía lo posible por llevar una maleta y seguramente no perder de vista su guante, pero sus propios cabellos le impidieron darse cuenta que Pierce ya había tomado posesión de éste. Caminó hacia a ella tranquilamente, esquivando a un buen puño de apurados mercaderes, y se puso a su lado, subiendo aún más sus mangas.—Deja que te ayude con ésto, por favor— le dijo mirándole, con una sonrisa en el rostro. Con un sólo brazo tomó la maleta por el mango, y con el otro le ayudó a componerse.—¿Estás bien? Te noto abatida, parece que has llorado— musitó, entregándole el guante sucio.—Aquí tienes. Está algo sucio pero creo que puede salvarse con una buena lavada. Si necesitas algo, puedes decírmelo. Soy Pierce— le tomó de la mano descubierta, depositando un beso en ésta, justo como lo había con la mujer del socio de su padre.

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