Damage [Privado]

por **Imara Z. Horváth** Dom Mayo 04, 2014 7:58 pm

Él había decidido quedarse. Nada más importaba, sólo aquellas palabras que se balbucearon esa noche. Zainhé tenía miedo, siempre lo tuvo, pero de forma extraordinaria, él los había disipado con tal rapidez, que a los pocos minutos de estar con él, ya lo había perdonado. Ahora la inquisidora sonreía con la sangre fluyéndole por las mejillas; su felicidad se irradia a través del brillo en sus pupilas y es ese mismo calor el que comparte con su hijo.
Lo observa jugar con sus cabellos, admirar ese rostro tan descolocado en su madre, un semblante nuevo, algo que desconocía, pero con la inocencia propia del infante, sabe ser lo mejor para ella. Zainhé lo colma de besos y lo abraza contra su pecho. Se detiene ahí delicadamente, capturando la escena en sus memorias. Una imagen más que guardar en sus recuerdos como la de la noche anterior. Traian, recostado al lado de su hijo, ignoraba por completo el parecido que ambos tenían. No se equivocó al decir que Lorand guarda algo de ella, pero sin duda alguna, esos ojos azules, tan profundamente intensos, eran de él. Al igual que la avasalladora sonrisa y la fuerza que destilaban a través de sus movimientos. El pequeño cuerpo de su hijo encajaba a la perfección en el hueco de su torso, de la misma forma en la que Zainhé se había ajustado a la altura de Traian. Verlos dormir, acariciando el suspiro el uno del otro, le había hecho sentirse plena. Emotiva. Sus lágrimas brotaron, pero no se sentía triste o melancólica, era algo diferente. La misma sensación que evoca al escuchar a su hijo preguntar por él. –Regresará por la tarde, mi amor. Espéralo.- Más esa tarde, él no regresaría.

La incertidumbre se apodera de ella, al observar que el reloj ha avanzado más de lo que debería. Sus labios, aquellos que habían estado guardando una curva a su regreso, forman la misma línea recta de siempre. Incluso Murielle, la mujer que le ha ayudado todo este tiempo, se compadece de su silenciosa agonía y aunque la observa desesperanzada sentarse frente a la ventana admirando la infinidad de la noche, no le dice nada. Lorand, abatido por la espera, cae dormido sobre el regazo de la mujer y Zainhé, cabeceando no desea retirarse a su habitación. No puede hacerlo. En sus entrañas se remueve un algo que le inquieta. El hormigueo recorre cada centímetro de su cuerpo hasta colarse por su columna. Es escalofriante. No puede respirar. –No- Susurra abriendo los ojos de golpe. Los cerró durante un segundo, una cifra insignificante de tiempo que bastó para mostrarle la peor escena sobre Traian. Se puso de pie. Quiso salir a buscarlo, pero la desesperación le mantiene ahí, además, no sabe a donde debe de ir.
Vaga de una esquina a la otra, mordiendo sus uñas, mientras el sudor destila por los costados de su cuello. Sabe que algo anda mal. Desvía la mirada al reloj, han pasado casi cinco horas y aún no vuelve. El amanecer se aproxima. Puede ver el orbe dorado del sol tocar su puerta con los primeros rayos del día. Muerde su labio inferior y ya no puede soportarlo más.-Murielle, cuida de él. No tardo.- Ella, la mujer a la cual veía como una madre, impide su salida, pero era más abrumante el hecho de no saber de él, que cualquier otra cosa. Su hijo estaría a salvo en casa. Se viste con uno de sus abrigos especiales y sale a buscarlo.

Afuera, el mundo parece ser enorme. En cualquier rincón de la tierra, él podría estar esperándola ¿Por dónde comenzar? Y, para su dicha o desgracia, sólo existe una persona que puede decirle con exactitud, donde está él. Desvía su camino hasta la inquisición rogando que su líder estuviese ahí.
En el trayecto, toda escena absurda se cruza por su cabeza. ¿En verdad cuestionaría a Târsil sobre el paradero de uno de los hombres que más odia? ¿Él querrá decirle? El inquisidor no es consiente de que ‘La cobra’ y el padre de Lorand son el mismo hombre, tal vez ni siquiera sabe que ese soldado ha estado mintiéndole a la Iglesia al no proporcionar su verdadero nombre. «Es la única manera, Imara» Quiere creerlo, tomar el valor suficiente y enfrentar a Târsil. Traspasa una serie de laberintos hasta llegar a su encuentro. –La cobra, ¿A qué misión le mandaste?- Exige saber. Después que él le de la ubicación, renunciaría a la Inquisición y correría a buscarlo. –¡Dime!- Los segundos que él tarda para colocarse en la misma conversación que ella y responderle, se vuelven eternos para Zainhé.

por **Târsil Valborg** Lun Jul 14, 2014 11:19 pm

A veces, la gente tiene esa sensación de que Târsil piensa cada vez menos en su pasado, pero no pueden estar más equivocados. La muerte de sus padres y la misteriosa desaparición de su hermano, a quien él considera también muerto a falta de las pistas que demuestren lo contrario, están más latentes que nunca. Son la razón de sus actos, de su carácter iracundo, de su aislamiento y su silencio. Duda que algún día pueda dejarlo atrás. No es el tipo de hombre que tiene la facilidad de dejar el pasado en su sitio. Por el contrario, la venganza es la clave, no su principal motivación, sino la única.

Mientras se halla solo, sentado en medio del gran salón de entrenamiento que yace sumamente oculto dentro de la catedral, afilando sus dagas, sólo puede pensar en el rostro de su enemigo, tan vívido como sus recuerdos del día anterior, a pesar de que ya han transcurrido más de veinte años desde el fatídico suceso. Se trata de un vampiro de apariencia madura cuyo nombre aún desconoce. Recuerda su sonrisa retorcida, con siniestros y afilados colmillos sobresaliendo entre sus labios ensangrentados, sangre de su padre, de su madre, y de Traian, su hermano mayor. Él odia esa imagen en su cabeza. Lo hace sentirse colérico, sumamente cabreado, y tanta es su rabia que, pronto se encuentra haciéndose daño con su propia arma, presionando su mano contra el la afilada hoja, provocándose una herida. La sangre tiñe el piso de rojo y sólo el dolor es capaz de sacarlo de su ensimismamiento, eso y la voz de Zaihné, que se acerca a él a pasos agigantados.

—¿Y a ti qué más te da a dónde lo he enviado? —Responde imitando el tono retador y exigente que ella ha utilizado al hablarle—. ¿Desde cuándo te interesa tanto lo que ocurra con él? —La mira con extrañeza, confundido, alzando ambas cejas y frunciendo el entrecejo—. No habrás cometido la estupidez de poner los ojos en ese estúpido arrogante… —bromea ácidamente y sonríe satisfecho, pensando que lo que ha dicho es la idea más descabellada, lo más alejado de la realidad. Pero el inesperado silencio de Zainhé le golpea con fuerza en la cara y le borra la sonrisa.

—¡Maldita sea, Zaihné! ¿Qué mierda tienes en la cabeza? —Ahora se le nota visiblemente alterado. La sola idea de que su amiga, su única amiga, la única, se haya atrevido a interesarse en La Cobra, un tipo al que secretamente considera bastante capaz pero que, por situaciones muy personales, no tolera, realmente logra perturbarlo.

—Te has vuelto loca —la expresión en su rostro refleja la indignación—. Ya puedes irte por donde viniste. Y no molestes más. Ve a casa y atiende a tu hijo, has algo de provecho, para variar. ¿No te cansas de cometer errores? ¿Qué es lo que estás buscando, embarazarte de nuevo de otro imbécil? —Sus palabras son duras y tan filosas como sus dagas. No se detiene a pensar en que acaba de insinuar que Lorand es un error, que nunca debió nacer.

Tras decidir que esa conversación es una completa estupidez, da media vuelta y le da la espalda. Vuelve a lo que estaba haciendo. No piensa decirle lo que ella exige. No va a darle las pistas para que salga corriendo detrás él. No piensa convertirse en cómplice de la más inmunda y vil tontería.

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