La noche trae a mi soledad... nuevas aventuras (Privado)

Se mantuvo en silencio, sin moverse, escuchando la hermosa melodía de los cantos litúrgicos que entonaban los monjes en aquella Iglesia Ortodoxa en la que se había refugiado. El amanecer lo había alcanzado en mitad de una misión de la Inquisición. La noche anterior había asesinado a cinco monjes de un monasterio cercano,  habían sido encontrados culpables de sedición y seguidores del maligno. Su trabajo fue limpio, no bebió ni una sola gota de sangre sacrílega y tras darles la extrema unción los había mandado al  mas allá, sin una pizca de remordimiento.

Cuando pudo darse cuenta que la noche se le había esfumado de las manos, utilizando su velocidad  sobrenatural había llegado a esa pequeña y escondida Iglesia Ortodoxa, en verdad le sorprendió encontrar una en pleno Paris, - ¿que estará tramando el Santo Padre? - se preguntó, porque no era para nada lógico que una liturgia como esa se encontrara en Europa Central, pero cosas mas descabelladas se conocían. Aún cavilando en ello, descendiendo hasta las catacumbas, filas de sarcófagos de monjes y beatos, seguramente el jefe de la inquisición comenzaba a sentir que las fuerzas que antes poseía ya eran solo los estertores de un moribundo, - hay que amoldarse a los nuevos tiempos... en especial cuando lo más importante no es el alma de los fieles... sino sus abultadas billeteras – reconoció con un dejo de fastidio.

Recorriendo unos pasadizos llegó a una zona que le permitía observar sin ser descubierto la nave principal , allí, en la protección de la oscuridad había pasado la mañana y parte de la tarde, en pocas horas, el crepúsculo le permitiría salir nuevamente a las calles, debería alimentarse, proseguir con el informe de su misión, buscar algunos documentos y esperar pacientemente otra misión. - la verdad que odio el estar sin hacer nada – dijo en voz baja pateando un guijarro que chocó suavemente con las paredes del pasadizo.

Al crepúsculo se deslizó por aquel lugar hasta la nave principal y se sentó en una de los bancas mas apartadas del exterior, allí, se dedicó a recordar años y siglos de tardes como ésa en las que había escuchado las letanías y los cánticos de los ortodoxos rusos en las innumerables capillas, iglesias y basílicas que sembraban el territorio del Imperio Ruso. Con los parpados cerrados, con una  cadenciosa respiración, que no necesitaba pero le ayudaba a pasar inadvertido de posibles curiosos, se quedó reposando, hasta que los suaves sonidos de las vestiduras sacerdotales le dieron a entender que la ceremonia había concluido. Al abrir los ojos, comprobó gustoso que la noche había caído y podría seguir su camino.

La noche se veía estrellada, el sonido de los grillos y las calles casi desiertas  le arrancaron una sonrisa, amaba la soledad, el momento de contemplación, pero también se dijo que le vendría muy bien comenzar a socializar un poco mas, - comportándome como un viejo gruñón, no puedo seguir, llamaría demasiado la atención y nunca falta un maldito enemigo dispuesto a cobrar viejas afrentas – caviló. Sus pasos resonaron en el adoquin, quien diría que ese lugar era parte del Paris luminoso y lleno de vida, si parecía una pequeña aldea del interior de Europa, para Beltran eso era un alago, ¿que mejor lugar podía describir su nostálgico pensamiento? Estiró su cuerpo, su rostro mostró una picara sonrisa y por un segundo, se sintió el adolescente que había dejado su aldea hacía mas de mil años.

La noche ha caído nuevamente con aquella luna a medio llenar y puedo sentir la brisa fresca colarse por las ventanas de mi carruaje. Agita las cortinas de terciopelo y parece querer hablarme, susurrarme secretos, más no puedo oírlos, al igual que no puedo sentir el frío, al igual que no puedo ver la luz del día sin temer nuevamente caer en aquel estado de embriaguez mortuoria.

Hace muchas noches que no salía de mi mansión, me resultaba difícil admitirlo hasta esa altura, pero estaba aterrada. Miré a través de la ventanilla la calle, las luces en la acera, que parecían pequeños halos de luz que guiaban mi camino, un camino sin destino más que el salir a recorrer y liberarme de aquella sensación de encierro.

Mis ojos observaban todo, como queriendo devorarlo sin tapujos, habían pasado muchos años, muchísimos; tantos que me resultaba imposible comprender aquel miedo que sentía, un terror a que todo acabara de un momento a otro, a perder todo lo que había logrado en aquellos eternos días.

Si, temía a la muerte y aunque sonara irónico, pues sabía que hacía milenios que la sangre había dejado de recorrer mi cuerpo; temía a la muerte en soledad, temía no dejar nada, ni a nadie que me recordara, dejar aquel cuerpo de apariencia juvenil, acaso no era suficiente mi temor para que la vanidad decidiera quedarse en mi?.

Volví a mirar y entonces lo vi, aquel vampiro que solía vestir de forma pulcra y que conservaba el gesto misterioso: Beltrán Grinbaum.

Bastó un pequeño toque en el techo del carruaje para que mi mozuelo detuviera a los caballos. Me asomé sin recato y lo observé, esta vez de frente. Su rostro perfectamente definido como si fuera mármol, sus gestos pasivos y con una mueca de relajo, sus ojos prístinos y de mirar calmo. Su apariencia rebelaba sus intensiones.

-Buenas noches querido Beltrán, veo que al fin sales de tu escondite.- Bromeò tratando de sacarle otra sonrisa

Su voz danzarina escapó y fue llevada por la brisa hasta los oído expertos del castaño.

-Os molestaría acompañarme?, me gustaría disfrutar de vuestra compañía, la noche está espléndida pero es mejor cuando se observa en compañía.

Sonrió de soslayo.