AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
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El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Palacete Vilhjálmur
Toda una semana no la había visto. El príncipe se había ausentado sin decir palabra, desapareciendo de los ojos que ven más allá del presente de Derek, los fantasmas de Hadewish o el rastreo de Benelope. La incognita de a donde había ido no sólo era la sosobra de la futura princesa de Brucelas, sino de los que se se hacían llamar ahora, “La familia”. Benelope había pasado toda la noche anterior con Aidara intentando tranquilizarla, tenía que confiar en que Violante asistiría al compromiso del que futuros marido y mujer conversaron por tanto tiempo. Por supuesto, Benelope no estaba realmente segura de sí Violante cumpliría a su palabra, pero tenía que confiar en él.
La mañana de la boda llegó y aunque a ningún invitado, incluyendo los padres de Aidara, se les informó de la ausencia del príncipe; una tensión se respiraba en el aire. Se notaba en el rostro de Aidara y en el de Derek. Al medio día el padre solicitó hablar con el príncipe, por supuesto, se le dijo que estaba indispuesto en esos momentos. Violante había cambiado, aquella noche, con la muerte de Ainara él no fue el mismo y no solamente por la tragedia que representó ver como Tiare destrozaba el cuerpo del amor de su vida tan despiadadamente, sino porque en él corría esa sangre poderosa. A partir de ese momento, a su regreso e inclusive antes de su encuentro con Amanda Smith meses después, él consiguió mantenerse despierto todo un día, pasar todo el día con ella, y aunque bajo el total resguardo, su futura esposa se sentía dichosa pese a verlo de vez en cuando triste.
Cuando el reloj estaba por marcar las cuatro Derek tomó a la hermosa novia y la alejó del incomodo recinto en el Palacete donde se le preguntaba por el príncipe. —Aún no puedo ver nada señorita Dupont...— se detuvo pues sus ojos pudieron ver el futuro y observó el arrivo de Crystall en uno de los carruajes del príncipe. El ilusionista sonrió, no porque en ese carruaje viniera precisamente el príncipe, era porque vería a su hermana después de casi un año de separarse. La extrañó, la necesitó pero obedeció a Benelope en todo momento y cuando notó que Aidara lo observaba buscando una respuesta a su cambio de semblante, Derek volvió a cambiar de expresión sintiéndose mal de que quizás ella creyera que veía a Violante.
Cuando comenzó a escucharse un ajetreo en los jardines Derek salió junto a Aidara, el carruaje del príncipe había llegado, tenía las cortinas oscuras bien fijadas ocultando el interior y cuando se detuvo frente a la puerta, los invitados se abrieron camino para que el anfitrión hiciera presencia, el chofer caminó hacía la puerta y al momento de abrirla un hermoso vestido jade se iluminó por los rayos de verano, Louis le ofreció la mano y Crystall, con los cabellos como el oro descendió ostentando un brillo de real. Los presentes comenzaron su saludo, después de todo se trataba de la duquesa de la Haya. Derek se adelantó y cuando ella lo contempló, comenzó a correr y se lanzó a sus brazos. —Te extrañé— dijo ella y Derek la estrechó aún más. —Y yo a ti... ¡hermana!— exclamó lo último para evadir los chismes sobre ellos. Cuando se separaron Crystall caminó hasta Aidara y tras hacerle una reverencia y felicitar su compromiso acortó la distancia. —Él está aquí... en su habitación— le informó y antes de que Aidara pudiera hacer algo la tomó de la muñeca. —Que el novio vea a la novia es de mala suerte, señora Vilhjálmur— dijo y tomándola del brazo izquierdo comenzaron a caminar al interior del Palacete.
Finalmente llegó el alba y con ésta la iluminación del Palacete en el exterior e interior. Las nupcias comenzaron a escucharse y en los jardines apareció el príncipe perfectamente ataviado de negro, con el rostro maquillado para ocultar su palidez en la brillante luna menguante. Llegó ante el altar sobrepuesto y junto a Derek y otros dos esperó la llegada de la novia. La música cambió y en el camino de pétalos que conducían al altar, el padre de Aidara la llevaba hacía el destino que ambos anhelaban. El príncipe giró y la miró por sobre el velo, sabía que lo que había hecho con respecto a desaparecer le había dolido pero él lo necesitó, por fin había enterrado el recuerdo de Ainara y lo ocurrido con Amanda; por fin estaba listo para ella, y sólo ella.
La ceremonia inició, el príncipe en ningún momento volteó a ver a su prometida, escuchó con atención, y rememoró su boda con Benelope, su querida Benelope que se encontraba precisamente ahí, como una de las damas de compañía de la que sería la princesa. –A partir de ahora te entregaré todo de mí... amor– pensó después de dar sus votos nupciales, alzó el velo de su bella Aidara y la besó no como un extraño, no como el prometido, la besó como su esposo. En ese momento ya eran marido y mujer, y nadie, nadie los separaría, de eso se encargaría la familia.
A pesar de todo la velada transcurrió rápidamente y a media noche todos se retiraron dejándoles en su lecho, solos, para pasar la noche por primera vez, compartir la cama y unir sus cuerpos. O al menos eso lo esperaba todo el mundo, todos excepto Violante.
La mañana de la boda llegó y aunque a ningún invitado, incluyendo los padres de Aidara, se les informó de la ausencia del príncipe; una tensión se respiraba en el aire. Se notaba en el rostro de Aidara y en el de Derek. Al medio día el padre solicitó hablar con el príncipe, por supuesto, se le dijo que estaba indispuesto en esos momentos. Violante había cambiado, aquella noche, con la muerte de Ainara él no fue el mismo y no solamente por la tragedia que representó ver como Tiare destrozaba el cuerpo del amor de su vida tan despiadadamente, sino porque en él corría esa sangre poderosa. A partir de ese momento, a su regreso e inclusive antes de su encuentro con Amanda Smith meses después, él consiguió mantenerse despierto todo un día, pasar todo el día con ella, y aunque bajo el total resguardo, su futura esposa se sentía dichosa pese a verlo de vez en cuando triste.
Cuando el reloj estaba por marcar las cuatro Derek tomó a la hermosa novia y la alejó del incomodo recinto en el Palacete donde se le preguntaba por el príncipe. —Aún no puedo ver nada señorita Dupont...— se detuvo pues sus ojos pudieron ver el futuro y observó el arrivo de Crystall en uno de los carruajes del príncipe. El ilusionista sonrió, no porque en ese carruaje viniera precisamente el príncipe, era porque vería a su hermana después de casi un año de separarse. La extrañó, la necesitó pero obedeció a Benelope en todo momento y cuando notó que Aidara lo observaba buscando una respuesta a su cambio de semblante, Derek volvió a cambiar de expresión sintiéndose mal de que quizás ella creyera que veía a Violante.
Cuando comenzó a escucharse un ajetreo en los jardines Derek salió junto a Aidara, el carruaje del príncipe había llegado, tenía las cortinas oscuras bien fijadas ocultando el interior y cuando se detuvo frente a la puerta, los invitados se abrieron camino para que el anfitrión hiciera presencia, el chofer caminó hacía la puerta y al momento de abrirla un hermoso vestido jade se iluminó por los rayos de verano, Louis le ofreció la mano y Crystall, con los cabellos como el oro descendió ostentando un brillo de real. Los presentes comenzaron su saludo, después de todo se trataba de la duquesa de la Haya. Derek se adelantó y cuando ella lo contempló, comenzó a correr y se lanzó a sus brazos. —Te extrañé— dijo ella y Derek la estrechó aún más. —Y yo a ti... ¡hermana!— exclamó lo último para evadir los chismes sobre ellos. Cuando se separaron Crystall caminó hasta Aidara y tras hacerle una reverencia y felicitar su compromiso acortó la distancia. —Él está aquí... en su habitación— le informó y antes de que Aidara pudiera hacer algo la tomó de la muñeca. —Que el novio vea a la novia es de mala suerte, señora Vilhjálmur— dijo y tomándola del brazo izquierdo comenzaron a caminar al interior del Palacete.
Finalmente llegó el alba y con ésta la iluminación del Palacete en el exterior e interior. Las nupcias comenzaron a escucharse y en los jardines apareció el príncipe perfectamente ataviado de negro, con el rostro maquillado para ocultar su palidez en la brillante luna menguante. Llegó ante el altar sobrepuesto y junto a Derek y otros dos esperó la llegada de la novia. La música cambió y en el camino de pétalos que conducían al altar, el padre de Aidara la llevaba hacía el destino que ambos anhelaban. El príncipe giró y la miró por sobre el velo, sabía que lo que había hecho con respecto a desaparecer le había dolido pero él lo necesitó, por fin había enterrado el recuerdo de Ainara y lo ocurrido con Amanda; por fin estaba listo para ella, y sólo ella.
La ceremonia inició, el príncipe en ningún momento volteó a ver a su prometida, escuchó con atención, y rememoró su boda con Benelope, su querida Benelope que se encontraba precisamente ahí, como una de las damas de compañía de la que sería la princesa. –A partir de ahora te entregaré todo de mí... amor– pensó después de dar sus votos nupciales, alzó el velo de su bella Aidara y la besó no como un extraño, no como el prometido, la besó como su esposo. En ese momento ya eran marido y mujer, y nadie, nadie los separaría, de eso se encargaría la familia.
¡¡¡LARGA VIDA AL PRÍNCIPE Y LA PRINCESA¡¡¡
A pesar de todo la velada transcurrió rápidamente y a media noche todos se retiraron dejándoles en su lecho, solos, para pasar la noche por primera vez, compartir la cama y unir sus cuerpos. O al menos eso lo esperaba todo el mundo, todos excepto Violante.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2013
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Sólo tú, nadie más tiene la llave de mi corazón.
Nunca te vayas, nunca me dejes...todos mis sueños bailan con tu amor.
Nunca te vayas, nunca me dejes...todos mis sueños bailan con tu amor.
Su desaparición le carcomía las noches, en las que le resultaba imposible conciliar el sueño, preguntándose donde debía de estar el príncipe. Sólo en la última noche consiguió dormitar tras la ayuda de Benelope, que tranquilizándola había hecho huir sus miedos por unas cortas horas de vigilia. Sin embargo y pese a ello, en la mañana volvió la intranquilidad, la tensión y nada de lo que hiciera su nueva familia, conseguía disipar aquella sensación de su corazón. El único que podría calmarla, justo era aquel que lo había provocado y el que rogaba por que volviera a tiempo, regresara con ella sano y salvo. Él jamás se salía de sus pensamientos, en cada suspiro, reconocimiento, pequeña sonrisa se encontraba él detrás. Por recordarle, por extrañarle o por llamarle. No importaba realmente el motivo, solo que apareciera pronto, terminando con las pesadillas de la futura princesa.
En la mañana del gran día Aidara desayunó con sus padres, felicitó a su hermana por aquel primer hijo que esperaba tras cinco meses desde sus nupcias y embriagándose de ellos, permaneció las primeras horas para disfrutar de su presencia, de aquel amor que siempre le habían dado, antes de que debiera de despedirse de ellos. Tras aquella noche, tras los votos… aquel beso que perduraría en la eternidad en su memoria, no solo se hacía esposa de Violante, o se volvería Princesa, si no que debería de desprenderse de todo lo conocido anterior a su esposo, al palacio, a su nueva vida. Y entre aquello de lo que debía desprenderse, era el amor de su familia, los que jamás podrían saber de la condición de su esposo.
La joven princesa tras horas de compartir el tiempo con sus familiares, acudió rápidamente al lado de Derek, quien enseguida la apartó del palacete, huyendo de las preguntas incomodas por la ausencia del príncipe. No llegaban de venir carruajes. Aidara los observó uno a uno, pensando que en cualquiera de ellos su futuro esposo podía permanecer. Sus vivaces ojos escudriñaban cada gesto y rostro que iban apareciendo en el palacete. Había tantas personas por conocer, y tan poco que conocía, que le daba miedo no llegar a la altura, no hacer bien su papel como anfitriona y princesa. Suspiró y sonrío, dejando que los pensamientos se evaporaran con los rayos de sol que les alumbraban, centrándose en lo importante que era el día hoy, y volviéndose a centrar en Derek quien esbozaba una gran sonrisa, fijó la mirada en un carruaje del que bajó apresuradamente una joven que solo tocar los pies en el suelo, se echó en los brazos del brujo. Sonrío al reconocer a la joven por lo que Violante le había contado de sus allegados y dejó que los dos primos se saludaran efusivos, hasta que Crystall reparando en ella se le acercó. Una reverencia, palabras formales y lo que llevaba días esperando al fin se volvía realidad. ¡Violante había vuelto!
Su corazón revoloteó feliz en su pecho, sus mejillas adquirieron color de nuevo y a sus ojos les fue devuelto el brillo de dicha que le caracterizaban. Giró su cuerpo decidida a llamarle, a buscarle, cuando tomada de la mano fue detenida. Miró a la joven y tras sus palabras, asintió preguntándose si realmente Violante creía en aquellas supersticiones. Sonrío feliz, viendo en el rostro de Derek como también compartía la felicidad que sentía y con la calma de que todo iba a salir bien, tomando el brazo de Crystall dejó que la alejara de la tentación de ver a su prometido, antes del gran momento.
Sonrisas, vueltas sobre sí misma, el vestido. Benelope a su lado, ayudándola junto con las doncellas de que estuviera perfecta y finalmente con la llegada del alba, bajó las escaleras del palacete. La música enseguida llegó a sus oídos y con su aparición y tras un beso fugaz en la mejilla de quien la iba a entregar al príncipe; su padre, se encaminó dichosa y feliz hacia su destino. Para muchos el príncipe de los Países bajos, para ella, el amor y hombre de su vida, su esposo.
Con lágrimas en los ojos vivió intensamente el momento en que las cálidas manos de su padre la entregaba al príncipe. Sonrío al sentir la mano de él enlazándose en las suyas y sonriendo tras el velo, volvió al frente dirigiendo toda su atención a las palabras que el sacerdote pronunciaba. – Y aún después de mi muerte, seguiré amándote… mi amor. — Pensó ella completando así sus votos nupciales, sabiendo que el príncipe sería capaz de leerle la mente. Violante se le acercó y alzándole el velo, mirándose unos instantes permanecieron en silencio hasta que se agachó a sus labios y la besó.
¡¡¡LARGA VIDA AL PRÍNCIPE Y LA PRINCESA¡¡¡
Sonrío contra aquellos fríos labios al oír los canticos. Terminó el beso con un corto beso en sus labios y sin separarse de él le miró dichosa, sonrojada, completamente feliz.
— Os amo esposo — Susurró antes de que tras una sonrisa cómplice entre los dos se volvieran a los invitados, con las manos unidas, sin separarse ya más el uno del otro en todo la velada.
Los bailes se le hicieron cortos, para quien solo deseaba volver a brazos de su príncipe entre tanto bailar entre desconocidos y familiares. Todos querían felicitar a la nueva princesa. Y ella por más agradecida que se sintiera por aquel cálido recibimiento, en aquellos instantes solo podía verle a él.
Tras la velada, Benelope y las demás jóvenes invitadas a la fiesta se llevaron a Aidara mientras los hombres se llevaban al príncipe. Las jóvenes bromearon con la princesa, hasta que al llegar frente a la puerta de los dormitorios reales, todas enmudecieron conscientes de lo que debía de pasar en la cama de los príncipes aquella noche. Aidara respiró hondo e intentando no sentirse nerviosa, adelantó unos pasos. Los guardias que custodiaban la puerta se la abrieron y entrando en el lujoso dormitorio, las puertas se cerraron tras de sí. Con la mirada tras un reconocimiento y ver la gran cama adosada, buscó a su amado, encontrándoselo a unos pasos de ella. Los nervios de la princesa fueron aplacados solo con verle y acercándosele lentamente al tenerle finalmente frente de sí, se fundó en un abrazo, sin hablar. Sin palabra entre ellos. Expresando con su silencio todo lo que aquel día significaba para ella.
— ¿Sabéis? No puedo expresaros con palabras lo que siento, todo lo que habéis hecho por mí. Lo que me habéis dado… —Aún con esas palabras sentía que no conseguía describir lo que de verdad deseaba decirle, lo que había sentido cada instante de aquella noche. — Me habéis hecho tan feliz, que jamás creí que pudiera sentirme así. —Se separó de él lo suficiente para verle el rostro y sonrío, sin importarle que su vida cambiara a partir de aquel momento, que al día siguiente dejará de ser una Dupont para pertenecer a una realeza extranjera. Por qué lo más importante que tenía, ya se encontraba allí con ella y junto a él se sentía con fueras para superar cada obstáculo de aquella nueva vida.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 30/12/2013
Edad : 32
Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Cuando pasaron a través de la puerta custodiada por aquellos guardias que Benelope había traído para la seguridad de Aidara, Violante recordó la noche en que Tiare lo había engañado, humillado y ultrajado, la noche en la que incendió el Palacete reduciéndolo a una estructura inhabitable y como meses después, al encontrar a Aidara y comprometerse con ella mandó a reconstruir el Palacete para que en ese lugar se celebrara la boda. Benelope se había encargado de todo y en menos de dos meses la majestuosa edificación estaba nuevamente de pie y en su plena magnificencia. Por supuesto, la decoración había cambiado mucho, el toque de Benelope estaba totalmente presente lo que no le pareció mal, pues, seguramente recordaría a Ainara en cualqueir momento. Así como cuando entraron dentro de la habitación, una hermosa alcoba donde él creyó que había poseído y convertido a Ainara, una creencia implantada por Tiare.
Ese recuerdo fue fugaz, su ausencia la había hecho para olvidar ese tormentoso y desafortunado pasado. Y aunque Violante era un ser distinto al de antes por toda su existencia cargaría con la muerte de Ainara. La desafortunada mujer que se volvió una víctima de un oscuro y demoníaco ser sólo por amarlo, ese sentimiento se transformó en un crimen al que se le sentenció a la muerte. Violante había llorado cómo nunca antes lo había hecho, totalmente destruido, desquisiado e incontrolable; convertido en un ser irracional se abalanzó contra Tiare cuando ella aplastó el corazón de Ainara y le arrojó los pedazos; soportó el dolor físico, se azotó contra la barrera que Hadewish le creó por su seguridad. Cayó de bruces observando los ausentes ojos del cadáver de Ainara que lo miraban no con rencor sino con amor y que además seguían llorando, Violante había gritado totalmente horrorizado.
Pero eso ya era parte del pasado, ya no evocaba esas imágenes que se transformaron en pesadillas. No, por esa razón en la alcoba sólo pensó en algo, estar con Aidara, velar su sueño como siempre lo había hecho desde que se comprometieron. A partir de esa noche él se dedicaría a amarla y sobre todo y más importante para él, conservar su inocencia. De su seguridad no se preocupaba, Benelope le había prometido que la cuidaría y tenía además la constante vigilancia de Sigrid por las mañanas.
Los pensamientos sobre Aidara cambiaron cuando la sintió entre sus brazos. Escuchó sus palabras con una sonrisa y la besó en la frente. —Feliz, por siempre serás feliz, porque yo sacrificaré lo que tenga para que así lo seas—, las palabras aunque honestas eran en sí una mentira. Por supuesto él no podría darle todo, «¿qué pasaría si ella le pedía esa noche que la hiciera mujer, tomara su cuerpo y se fundieran convirtiéndose en uno solo?, o, ¿si le pedía que la volviera como él, una inmortal para estar con él por toda la eternidad?, ¿él se atrevería a hacerlo?» Se había prometido así mismo no hacerlo, no le iba a robar su inocencia, su hermosa esencia de pureza ni mucho menos la condenaría a una eternidad sin luz, una condena en la que tendría que alimentarse de hombres y mujeres para sobrevivir sólo por estar junto a él. No lo haría aunque ella no lo comprendiera.
Entonces, cuando volvió acercarse a él percibió la aceleración de su corazón, el calor de su cuerpo y el rubor en sus mejillas. La luz de las lámparas hicieron que el inmaculado vestido de su esposa resplandeciera ante sus ojos inmortales, el mismo rostro de Aidara no solamente le pareció seductivo sino también totalmente irresistible y divino. Se sintió intimidado y retrocedió un par de pasos, su sugestivo caminar le decía que estaba preparada para unirse a él, el corazón revolucionado le pedía que no retrocediera sino que la tomara en sus brazos y sintió debilidad, claudicó en un promesa, creía que sería una empresa inútil el no tomarla, en creer que ella podría ser vírgen e inocente por siempre; sabía que si la rechazaba le haría daño, era consciente y aún así se preparó para mantenerse firme. Sin embargo, de nada había servido, le iba ser imposible ceder ante la belleza de Aidara, amaba todo de ella y por supuesto, la quería toda, hacerla suya esa noche y todas noches.
Violante a cortó los pasos entre los dos y la besó, le tomó de la espalda y juntó ambos cuerpos, quería percibir todo el calor de ella, capturar sus pensamientos y aprisionarla en un abrazo eterno. Estaba completo, con ella al fin lo estaba y creyó advertir que su corazón latía, por vez primera en su vida como vampiro se sintió vivo, con el calor humano en su piel y la necesidad de respirar. Mientras el beso continuaba se sintió sofocado, como si necesitara aire; quiso prolongar el beso pero no pudo y se separó de ella, miró los hermosos ojos de su esposa y quedó hechizado, como petrificado, sintió que los brazos de ella rodeaban su cuello y él la comenzó a besar por todo el rostro, en la barbilla y tomó posesión del cuello. El cuerpo inmortal continuaba frío mas él experimentaba un inmenso calor, uno que sólo percibió como mortal, con Benelope... El calor del deseo.
Las manos del príncipe se volvieron locas y acariciaron tiernamente la espalda de su esposa, mientras seguía besando el cuello y regresaba a los labios, arrebatándole el aire que sentía él necesitaba. Esa sangre que su cuerpo no tenía hervía porque la necesitaba, porque la amaba. Poco a poco la resistencia que aún en su mente pretendía luchar para no tomar su cuerpo se desvanecía hasta que al fin cedió completamente a la pasión, con uno de sus dedos corazón delineó los labios de su amada, se separó ligeramente e hizo descender el dedo por el cuello hasta el escote del vestido, deteniéndose justo en el corazón. —Anda amor, ve a cambiarte— le dio un beso tierno y le dio la espalda sacándose el saco y quitándose el moño de la camisa, luego, se dio media vuelta para contemplarla una vez más al tiempo en el que desabotonaba su camisa.
Ese recuerdo fue fugaz, su ausencia la había hecho para olvidar ese tormentoso y desafortunado pasado. Y aunque Violante era un ser distinto al de antes por toda su existencia cargaría con la muerte de Ainara. La desafortunada mujer que se volvió una víctima de un oscuro y demoníaco ser sólo por amarlo, ese sentimiento se transformó en un crimen al que se le sentenció a la muerte. Violante había llorado cómo nunca antes lo había hecho, totalmente destruido, desquisiado e incontrolable; convertido en un ser irracional se abalanzó contra Tiare cuando ella aplastó el corazón de Ainara y le arrojó los pedazos; soportó el dolor físico, se azotó contra la barrera que Hadewish le creó por su seguridad. Cayó de bruces observando los ausentes ojos del cadáver de Ainara que lo miraban no con rencor sino con amor y que además seguían llorando, Violante había gritado totalmente horrorizado.
Pero eso ya era parte del pasado, ya no evocaba esas imágenes que se transformaron en pesadillas. No, por esa razón en la alcoba sólo pensó en algo, estar con Aidara, velar su sueño como siempre lo había hecho desde que se comprometieron. A partir de esa noche él se dedicaría a amarla y sobre todo y más importante para él, conservar su inocencia. De su seguridad no se preocupaba, Benelope le había prometido que la cuidaría y tenía además la constante vigilancia de Sigrid por las mañanas.
Los pensamientos sobre Aidara cambiaron cuando la sintió entre sus brazos. Escuchó sus palabras con una sonrisa y la besó en la frente. —Feliz, por siempre serás feliz, porque yo sacrificaré lo que tenga para que así lo seas—, las palabras aunque honestas eran en sí una mentira. Por supuesto él no podría darle todo, «¿qué pasaría si ella le pedía esa noche que la hiciera mujer, tomara su cuerpo y se fundieran convirtiéndose en uno solo?, o, ¿si le pedía que la volviera como él, una inmortal para estar con él por toda la eternidad?, ¿él se atrevería a hacerlo?» Se había prometido así mismo no hacerlo, no le iba a robar su inocencia, su hermosa esencia de pureza ni mucho menos la condenaría a una eternidad sin luz, una condena en la que tendría que alimentarse de hombres y mujeres para sobrevivir sólo por estar junto a él. No lo haría aunque ella no lo comprendiera.
Entonces, cuando volvió acercarse a él percibió la aceleración de su corazón, el calor de su cuerpo y el rubor en sus mejillas. La luz de las lámparas hicieron que el inmaculado vestido de su esposa resplandeciera ante sus ojos inmortales, el mismo rostro de Aidara no solamente le pareció seductivo sino también totalmente irresistible y divino. Se sintió intimidado y retrocedió un par de pasos, su sugestivo caminar le decía que estaba preparada para unirse a él, el corazón revolucionado le pedía que no retrocediera sino que la tomara en sus brazos y sintió debilidad, claudicó en un promesa, creía que sería una empresa inútil el no tomarla, en creer que ella podría ser vírgen e inocente por siempre; sabía que si la rechazaba le haría daño, era consciente y aún así se preparó para mantenerse firme. Sin embargo, de nada había servido, le iba ser imposible ceder ante la belleza de Aidara, amaba todo de ella y por supuesto, la quería toda, hacerla suya esa noche y todas noches.
Violante a cortó los pasos entre los dos y la besó, le tomó de la espalda y juntó ambos cuerpos, quería percibir todo el calor de ella, capturar sus pensamientos y aprisionarla en un abrazo eterno. Estaba completo, con ella al fin lo estaba y creyó advertir que su corazón latía, por vez primera en su vida como vampiro se sintió vivo, con el calor humano en su piel y la necesidad de respirar. Mientras el beso continuaba se sintió sofocado, como si necesitara aire; quiso prolongar el beso pero no pudo y se separó de ella, miró los hermosos ojos de su esposa y quedó hechizado, como petrificado, sintió que los brazos de ella rodeaban su cuello y él la comenzó a besar por todo el rostro, en la barbilla y tomó posesión del cuello. El cuerpo inmortal continuaba frío mas él experimentaba un inmenso calor, uno que sólo percibió como mortal, con Benelope... El calor del deseo.
Las manos del príncipe se volvieron locas y acariciaron tiernamente la espalda de su esposa, mientras seguía besando el cuello y regresaba a los labios, arrebatándole el aire que sentía él necesitaba. Esa sangre que su cuerpo no tenía hervía porque la necesitaba, porque la amaba. Poco a poco la resistencia que aún en su mente pretendía luchar para no tomar su cuerpo se desvanecía hasta que al fin cedió completamente a la pasión, con uno de sus dedos corazón delineó los labios de su amada, se separó ligeramente e hizo descender el dedo por el cuello hasta el escote del vestido, deteniéndose justo en el corazón. —Anda amor, ve a cambiarte— le dio un beso tierno y le dio la espalda sacándose el saco y quitándose el moño de la camisa, luego, se dio media vuelta para contemplarla una vez más al tiempo en el que desabotonaba su camisa.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2013
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Y sentía que jamás tendría suficiente con verte, con amarte…
Quería ser-lo todo, cada uno de tus despertares.
Nadie, absolutamente nadie podía contarle a la joven nueva princesa, que tanto su vida iba a cambiar. Cuales sería su papel, que sería ahora de ella al lado del nuevo príncipe. Y aun así, la joven se había lanzado al vacío por él. Sin tener nada en claro, hasta los sentimientos de aquel al que ahora llamaría esposo, eran y serían siempre un misterio. Su ausencia en aquella semana se lo confirmaba, y aun así, ni una palabra saldría de sus labios. Ella lo aceptaba por completo. Con su frío tacto, aquellos besos que eran capaces de enloquecerla con solo el más mísero roce, sus atentas sonrisas y melancólicos ojos. En cada una de sus facetas ella le había aceptado para siempre. Siendo ese término inquebrantable, pasara lo que pasará, viviría para amarle y respetarle.Quería ser-lo todo, cada uno de tus despertares.
Abrazada a él, sonrío al sentir aquel tierno beso en su frente, tan parecido a los que en esos meses anteriores, Violante le había dado en las noches que se había quedado velando su sueño. Aquellas noches ahora eran un dulce recuerdo de lo que había sido su anterior vida como Dupont, ahora, en esa alcoba era donde su propia historia. La de verdad, iba a dar pie. La alcoba de los príncipes. Uno de los refugios que como pareja tendrían en sus momentos asolas, lejos de los deberes reales que pudieran tener, y en caso de Aidara, deberes en que tendría que acompañar a su esposo.
—Para la felicidad no se debe sacrificar nadie. Si hay dicha…ella vendrá sola. —contestó con una dulce sonrisa separándose unos segundos de él, solo para luego volver de nuevo a refugiarse en sus brazos, buscando aquella unión de ambos, en la que sentirse protegida y amada, por su apuesto vampiro y príncipe de las noches.
Resultaba imposible detener la aceleración de su corazón, junto al rubor de mejillas que lucía la delicada piel femenina en lo que por unos segundos a su mente acudía aquella imagen de ellos dos, compartiendo la noche de boda, uniendo sus cuerpos bajo la luz de las velas. Imagen que en las últimas semanas se había repetido con frecuencia en sus sueños y que para su vergüenza, esperaba que su esposo no supiera de ello. Ruborizándose cada vez más, alzó la mirada hacia sus ojos, encontrándose con aquel rostro del más puro marfil que tanto le agradaba, hasta dejar sus preocupaciones, cada duda de su mente y desear con todo su corazón entregarse a él. Mirándole con anhelo y una sombra de deseo, intentó agarrarse a él con las manos, quedando suspendidas en el aire cuando el cuerpo del príncipe retrocedió. Por unos instantes le asaltaron las dudas, de nuevo aquellos nervios y sus manos le dolieron, sin poderse agarrar al cuerpo de su amado una vez más. Siendo aquellos instantes de agonía, apenas un suspiro de la princesa, ya que Violante acortando los pasos que había hecho de separación entre ambos, la besó de nuevo, tomándola de la espalda, en lo que ella correspondía con un suave gemido, y un escalofrió que bajó por su espalda, como aquellos fríos dedos que la acariciaban.
Aidara pasó los brazos alrededor de su cuello, pegándose más a él, sin dejar de beber de sus besos que no la dejaban más si no para respirar, volviendo a aturdirla tras nuevos besos, cada uno más intenso que los anteriores. Suspiró y sus manos acariciaron su rostro, su cuello hasta llegar a su espalda donde se quedaron abrazándole, buscando otorgarle un poco del calor de su cuerpo, que tanto deseaba para él y tan plácidamente se lo daría. Jadeó y con los ojos cerrados, completamente entregada, dejó que él la amara de aquella forma. Por qué no había más prueba de amor, que los besos que se daban.
Tras un nuevo gemido que quedó ahogado bajo los labios masculinos, se separó y resplandeciente de felicidad, se le quedó viendo frente a frente sintiendo como el dedo corazón le recorría el cuerpo hasta llegar a su pecho, donde resguardado su corazón latía como nunca antes lo había hecho. —No tardaré… —Le prometió con una pícara sonrisa antes de alejarse unos pasos de él, dándose la vuelta encontrándose con su imagen en un espejo desde el que podía observar a su esposo, desabrocharse la camisa que llevaba, descubriendo aquel pecho que se moría por recorrer con sus manos y labios toda la noche.
Con una ligera sonrisa, de quien sabe que podría estar haciendo algo mal, lentamente se desabrochó el blanco vestido que cubría su cuerpo. Primero bajó la tela de sus hombros, luego los brazos, quedando su espalda desnuda… hasta que finalmente el vestido terminó por caer sinuosamente a sus pies, revelando cada fina curva de su cuerpo. Revelando a la luz de las velas su tierna piel femenina, apenas quedando resguardada por una fina ropa interior. Con un suspiro y una sonrisa, se enfrentó a la imagen del espejo, descubriendo que no solo ella se estaba mirando a través de aquel espejo, si no que su esposo mantenía la mirada intensamente clavada en él.
Al verse descubierta se mordió el labio inferior y mostrándose segura, lentamente aprovechando para que su esposo pudiera ver cada resquicio de aquella piel que solo era de él y para siempre suya, se dio la vuelta hasta volver a coincidir con su mirada.
—Violante… esposo. —Lo llamó en un susurro entrecortado teñido de deseo, recorriendo con la mirada aquel pecho desnudo aún con la camisa a medio quitar. Se relamió los labios y con toda la seguridad que pudo volvió hacia él, hasta dejar sus manos sobre los hombros ajenos. Recorrió con sus dedos la tela que cubría su fría piel y lentamente se deshizo de ella, llenando la piel de sus caricias en lo que alzándose de puntillas, le besó nuevamente apresándole los labios con deseo y necesidad.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Se quedó ahí mirando, hipnotizado por la espalda desnuda que se le revelaba al caerse el vestido. Sintió ansiedad y miedo, sintió que se sofocaba hasta sentir un mareo que lo estremeció pese a que eso era imposible en una piel rígida y helada. A través del espejo pudo ver los perfectos pechos vírgenes de su esposa, los ojos azules que lo cautivaban todas las noches desde que la vio por vez primera, con esa mirada inocente que no se había percatado de la penetrante vista que él tenía sobre ella. Suya, toda ella era suya y nuevamente, ante esa desnudez exquisita volvió a plantearse la idea de conservarla virgen e inocente; como esas muñecas de porcelana en el mostrador que pasan generaciones enteras bellas y radiantes, sin ser corrompidas por el interior de la tienda donde manos pueden tocarla y hasta ser comprada. La conservaría como una linda muñeca y así la amaría.
Las miradas de ambos se cruzaron a través del espejo y eso hizo que él se concentrara en el momento. Estudió cada detalle, incluso la forma en la que se giró a él y la entonación con la que lo llamó. Ella lo deseaba como tantas otras mujeres lo desearon alguna vez, o al menos en su vida como inmortal. La vio acercarse, acariciar su pecho y quitarle la camisa; después, percibió el cálido beso en sus labios pero no reaccionó como lo había hecho momentos antes. Entonces evocó el recuerdo de su primera noche con Benelope y el resto de las cincuenta vírgenes a las que ultrajó con la prepotencia que nunca lo abandonó, sino que como inmortal, se incrementó. Aquellas mujeres no expresaban en un inicio un deseo a su persona, ni siquiera Dalma que se convirtió en su amante más solicitada; ninguna lo miraba como ahora Aidara lo hacía.
El deseo de su esposa era un deseo puro, totalmente natural; una lujuria sana y sentimental. no era como esas amantes que tuvo a lo largo de su existencia que veían en él un escape, que lo solicitaban con un deseo lleno de desesperación, una necesidad de estar con él, ya sea por un hechizo o por una obsesión y a todas las había tomado él con provecho, sin importarle en lo más mínimo lo que pudiera acontecer después. Y precisamente eso había traído a Tiare a su vida, la malicia con la que el príncipe regía su vida, destruyendo vidas para satisfacer sus banales caprichosos. Pero ahora la tenía a ella, y le quería, Aidara añoraba cumplir ese deseo que tenía todas las noches que pasó con él, en las que velaba su sueño, el deseo de fundirse y culminar su amor en la cama
—¿Recuerdas aquella noche en la que te conocí?— preguntó separándola de su cuerpo frío. —Te confundí con una mujer que había muerto meses atrás... No sólo era tu apariencia sino el brillo de tus ojos, la hermosa sonrisa y la gracia de tus palabras y movimientos— hizo una pausa introduciendo sus dedos entre los cabellos dorados mientras le prodigaba un beso en la frente. —Decidí convertirme en tu protector, resguardar esa inocencia y pureza que aún conservabas, pese a toda la nefasta sociedad de tu alrededor... y conforme pasaban las semanas y los meses me fui enamorando cada vez más, tanto que me rehusé a mantener mi promesa, quería tenerte entre mis brazos, sentir todo tu cuerpo cálido y que tu sintieras la frialdad del mío, pero no claudiqué hasta el día de hoy— concluyó momentáneamente y le dio la espalda, caminó un par de pasos al frente y pensó en Saskia, su única vástago y quien había dejado ya este mundo, después, e irremediablemente pensó en Ainara, si ella no se hubiera cruzado en su camino Saskia seguiría con vida porque él hubiera mantenido la promesa que le había hecho a la bella italiana. Sus gestos se entristecieron por un breve instante pero no volteó en ningún momento.
—Me fui porque quería saber si el amor que te juraría sería verdadero, necesitaba saber si no te iba a fallar como lo hice con Benelope tanto tiempo atrás. Me fui con la intensión de no volverte a ver si mis sentimientos eran falsos— suspiró consciente de que esas palabras seguramente estaban destrozando el corazón que momentos antes estaba feliz. —Pero me di cuenta de que mis sentimientos hacia ti son verdaderos y regresé para no volver a irme— dijo en un tono más animado y se giró para encarar el rostro de su esposa.
Caminó a ella y la tomó de las manos, le sonrió y después despejó su rostro de la invasión de los cabellos dorados. —Pero hay algo que cumpliré amor, algo que te he anunciado y ahora como esposo lo reafirmó pues realmente no sabes lo que sucederá a partir de esta noche... No te daré mi sangre para convertirte en una inmortal, cuidaré de ti y te veré envejecer. Te lo he dicho ya tantas veces que sé ya te fastidia pero hoy, como la señora Vilhjálmur puedes comprenderlo bajo otra perspectiva. Entonces la acercó y haciendo uso de su velocidad la llevó frente al espejo. —El espejo se convertirá en el objeto que más odies con el paso de los años, cuando mi piel se vuelva más fría y la fuerza de tu cuerpo se vaya lentamente de tu cuerpo, cuando la vejez te arrope y me consideren como tu hijo y no como tu esposo; hasta hoy he comprendido que pese a que no quería condenarte a nada ya lo he hecho— destruyó su corazón, despedazando el momento con el que ella había soñado y ahuyentando las sensaciones que el príncipe había experimentado minutos antes.
—Anda amor, vayamos a la cama velaré tu sueño nuevamente— le dio un beso en el hombro desnudo y la liberó del abrazo inmortal, después caminó por todo el cuarto y bajó la densidad de las lámparas de aceite de la alcoba procurando una luz mortecina que podría interpretarse de romántica o melancólica y que en ese instantes fungía como ésta última.
Las miradas de ambos se cruzaron a través del espejo y eso hizo que él se concentrara en el momento. Estudió cada detalle, incluso la forma en la que se giró a él y la entonación con la que lo llamó. Ella lo deseaba como tantas otras mujeres lo desearon alguna vez, o al menos en su vida como inmortal. La vio acercarse, acariciar su pecho y quitarle la camisa; después, percibió el cálido beso en sus labios pero no reaccionó como lo había hecho momentos antes. Entonces evocó el recuerdo de su primera noche con Benelope y el resto de las cincuenta vírgenes a las que ultrajó con la prepotencia que nunca lo abandonó, sino que como inmortal, se incrementó. Aquellas mujeres no expresaban en un inicio un deseo a su persona, ni siquiera Dalma que se convirtió en su amante más solicitada; ninguna lo miraba como ahora Aidara lo hacía.
El deseo de su esposa era un deseo puro, totalmente natural; una lujuria sana y sentimental. no era como esas amantes que tuvo a lo largo de su existencia que veían en él un escape, que lo solicitaban con un deseo lleno de desesperación, una necesidad de estar con él, ya sea por un hechizo o por una obsesión y a todas las había tomado él con provecho, sin importarle en lo más mínimo lo que pudiera acontecer después. Y precisamente eso había traído a Tiare a su vida, la malicia con la que el príncipe regía su vida, destruyendo vidas para satisfacer sus banales caprichosos. Pero ahora la tenía a ella, y le quería, Aidara añoraba cumplir ese deseo que tenía todas las noches que pasó con él, en las que velaba su sueño, el deseo de fundirse y culminar su amor en la cama
—¿Recuerdas aquella noche en la que te conocí?— preguntó separándola de su cuerpo frío. —Te confundí con una mujer que había muerto meses atrás... No sólo era tu apariencia sino el brillo de tus ojos, la hermosa sonrisa y la gracia de tus palabras y movimientos— hizo una pausa introduciendo sus dedos entre los cabellos dorados mientras le prodigaba un beso en la frente. —Decidí convertirme en tu protector, resguardar esa inocencia y pureza que aún conservabas, pese a toda la nefasta sociedad de tu alrededor... y conforme pasaban las semanas y los meses me fui enamorando cada vez más, tanto que me rehusé a mantener mi promesa, quería tenerte entre mis brazos, sentir todo tu cuerpo cálido y que tu sintieras la frialdad del mío, pero no claudiqué hasta el día de hoy— concluyó momentáneamente y le dio la espalda, caminó un par de pasos al frente y pensó en Saskia, su única vástago y quien había dejado ya este mundo, después, e irremediablemente pensó en Ainara, si ella no se hubiera cruzado en su camino Saskia seguiría con vida porque él hubiera mantenido la promesa que le había hecho a la bella italiana. Sus gestos se entristecieron por un breve instante pero no volteó en ningún momento.
—Me fui porque quería saber si el amor que te juraría sería verdadero, necesitaba saber si no te iba a fallar como lo hice con Benelope tanto tiempo atrás. Me fui con la intensión de no volverte a ver si mis sentimientos eran falsos— suspiró consciente de que esas palabras seguramente estaban destrozando el corazón que momentos antes estaba feliz. —Pero me di cuenta de que mis sentimientos hacia ti son verdaderos y regresé para no volver a irme— dijo en un tono más animado y se giró para encarar el rostro de su esposa.
Caminó a ella y la tomó de las manos, le sonrió y después despejó su rostro de la invasión de los cabellos dorados. —Pero hay algo que cumpliré amor, algo que te he anunciado y ahora como esposo lo reafirmó pues realmente no sabes lo que sucederá a partir de esta noche... No te daré mi sangre para convertirte en una inmortal, cuidaré de ti y te veré envejecer. Te lo he dicho ya tantas veces que sé ya te fastidia pero hoy, como la señora Vilhjálmur puedes comprenderlo bajo otra perspectiva. Entonces la acercó y haciendo uso de su velocidad la llevó frente al espejo. —El espejo se convertirá en el objeto que más odies con el paso de los años, cuando mi piel se vuelva más fría y la fuerza de tu cuerpo se vaya lentamente de tu cuerpo, cuando la vejez te arrope y me consideren como tu hijo y no como tu esposo; hasta hoy he comprendido que pese a que no quería condenarte a nada ya lo he hecho— destruyó su corazón, despedazando el momento con el que ella había soñado y ahuyentando las sensaciones que el príncipe había experimentado minutos antes.
—Anda amor, vayamos a la cama velaré tu sueño nuevamente— le dio un beso en el hombro desnudo y la liberó del abrazo inmortal, después caminó por todo el cuarto y bajó la densidad de las lámparas de aceite de la alcoba procurando una luz mortecina que podría interpretarse de romántica o melancólica y que en ese instantes fungía como ésta última.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Enséñame a amar con el cuerpo y el alma, aunque solo sea una vez en la vida,
o todas y cada una de las noches del resto de mis días.
o todas y cada una de las noches del resto de mis días.
— No haré nada parecido. No quiero volver a dormir como estas noches en las que simplemente me has abrazado contra ti, hasta que me quedase dormida. — Esas fueron las primeras palabras que acudieron a sus labios tras sentir como en muchas ocasiones anteriores, su corazón ante las palabras de Violante, se marchitaba.
Al principio se había sentido dichosa y hasta en cierto punto ansiosa, porque llevaba demasiado tiempo soñando en aquel momento, en aquella unión. En como seria su boda y la noche de aquel maravilloso día. Había leído al respecto, y entendía que perder la virginidad era algo que a las mujeres solía dolerles y hasta temer. Aún más con la juventud en las venas, donde dejar de ser vírgenes equivalía a un matrimonio forzado e impuesto en la mayoría de veces. Sin embargo aquel no era el caso de Aidara, que aunque no le gustaba el dolor, plácidamente iba a dejar pasar aquel instante doloroso, para sentir que realmente se sentía parte de alguien; de él.
Por ello que al oír las palabras del príncipe y tras abrazarle y no ser correspondida más que con un sepulcral silencio, temió lo peor. Y así fue. En cada una de las palabras de Violante, deseó haberlo acallado con sus labios y así silenciado sus mortales palabras que en ocasiones sintió faltarle el aliento, ahogarse. No obstante, ella había seguido allí, desnuda ante el cristal, esperando, rezando para que volviera a ella. Y cuando lo hizo, cuando volvió a tomarla en brazos, por más que sintió el beso en su hombro y los labios de él acariciando su piel, siguió estática sin poder creerse el final de su noche de bodas.
— No quiero eso. — Protestó, rebelándose sintiendo su corazón roto apagándose como aquellas lámparas de aceite, que el príncipe y ahora su esposo, iba bajando de intensidad.
Un sudor frio perlaba su cuerpo que ahora se mostraba tenso. Heroicamente estaba aguantando, aquellas ganas de echarse a llorar y replegarse sobre sí misma para protegerse. Se volvió sobre sí misma, hasta ver a su esposo caminando por la alcoba. Sus ojos no dejaron de seguir la espalda y pasos de Violante, observándolo sin saber muy bien que decir o cómo actuar. Le conocía bastante bien para saber que una vez tomaba una decisión no había quien se la sonsacase, aun así entre ellos de aquellas escenas en que él había terminado rehuyendo y luego volviendo a ella, había alguna anterior, así que contaba con el aprendizaje de ellas para saber cómo sobreponerse y salirse con la suya. Por qué el príncipe también la deseaba, y no se lo podía negar.
— Eres un cobarde. — Dijo tras unos segundos de completo silencio, avanzando hacia él, hasta quedarse frente a frente, impidiéndole así apagar la intensidad de la llama a la última de las lámparas que quedaban en la habitación y que él aún no había llegado a ella. — Yo lo he dejado todo por ti, sin pedir nada a cambio. He aceptado una unión que como tú dices, de aquí unos años será completamente diferente a la que será ahora. Yo seré anciana, más mayor y tú seguirás siempre mi joven amado. Y aun así, sabiendo esto… lo acepto, porque no hay más que desee en mi vida, que pasar el resto de mi tiempo contigo. ¿Y ahora me entristeces con todo tu pasado? ¿Con aquellas chicas que has tomado rudamente? —Negó con la cabeza, sin dejar de mirarle fijamente. — Ellas fueron alguna vez y ahora soy yo la que está aquí y no me puedes comparar con ellas. ¡No nos puedes comparar! —Dio énfasis a esto último dolida sintiendo el corazón hecho añicos con solo imaginar que aún siguiera pensando en ella. En aquella joven anterior a ella. — Esta vez será todo diferente. ¡Lo será! — Parecía hablar más consigo misma que con él, intentando convencerse de que el amor que él le tenía era autentico, puro, como el que ella le profesaba. Y que a final aquella unión sería más fuerte que todo lo demás.
— Así que con amor me tomareis, porque realmente quiero ser vuestra mujer. En cuerpo y alma y no aceptaré lo contrario. — Sus palabras fueron firmes, sin titubear, aunque lo que vendría a continuación de sus labios, podría ser su peor condena. La más grande de sus desdichas. Viéndole a los ojos, creyendo, confiando en él y en que el amor que los unía se antepondría a ello, tomó fuerzas para seguir, con la mirada en la de él y la barbilla alzada, sin dejar caer su mirada. Sin esconderse de su desnudez, que tan bien lucía en aquella penumbra, realzando el brillo de su piel. — Y si no es así, en ese caso, me vestiré y me iré a otra alcoba lejos de la vuestra. Por qué no consentiré ser alguien que uses de adorno. Quiero que confíes en mí, que hablemos de las cosas, quiero que cuentes tanto conmigo como yo lo hago contigo y entre otras muchas cosas, quiero ser tu mujer por completo.— dijo con voz suave intentando suavizar su expresión por más que sus ojos brillaban decididos a no dejarse vencer por la melancolía del momento.
— Si me deseáis, si sentís el mismo anhelo por tocar mi piel como yo siento por la tuya, entonces me tomareis en esa cama a mi espalda; en nuestra cama y alcoba.—Miró en dirección a la cama por unos segundos, con la mirada teñida de deseo, anhelo y dolor por que quizás jamás dormiría en aquella alcoba que desde solo llegar ya había sentido como de ambos. De nuevo volvió a verle a los ojos y al verle el rostro, su expresión meditabunda, negó con una triste sonrisa en sus labios. — En caso contrario, si no deseáis a vuestra esposa, si no la amas dejareis que se vaya a otra habitación a llorar su desgracia. Como toda digna mujer haría. Pero entonces si me condenada reís, a la burla y desdicha del amor no correspondido. — Susurró apretando su mano contra las de él, que aún mantenía agarradas, negándose a soltarle. No hasta que con una última palabra, él la despachara de su lado aquella noche, definitivamente. — Porque poco me importa si me condenan por amarte, habré sido feliz y dichosa de ello por el resto de mis días.
Y con esas palabras y un ruego en su mirada, una súplica que no se atrevía a alza en sus labios. Con aquel “tomadme, hacedme vuestra” en su mente, se quedó esperando un paso alejada de él, de su cuerpo, a que su esposo se decidiera, abrazandose a sí misma, proporcionandose el único calor que podía con sus propios brazos en aquella espera eterna que se la hacía al no estar en los brazos de su amado.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Como evidentemente las palabras del príncipe habían herido a su esposa, las de ella le partían ese sentimiento llamado corazón. Quieto en la última lampara, de espalda a ella sus ojos se pusieron rojos, quizá su corazón no latía y decir que su corazón se rompía era ilógico, pero lo cierto era que podía llorar y eso era lo que quería hacer. Sin embargo, se rehusó a hacerlo, sus ojos volvieron a aclararse y se reprendió por haberse vuelto tan débil, «¿en que momento dejó de ser el vampiro soberbio, caprichoso y prepotente?» lo sabía y tuvo nombre... Ainara Betancourt. Finalmente, en ese momento entendió el propósito de Tiare, su verdadera intención en él y aunque no la aceptó agachó su mirada derrotado.
Con la fuerza de voluntad que aún corría por sus venas encaró la mirada de su esposa que camina a él, sus ojos transmitieron una apatía a las palabras de la que llegó a llamar amor de su vida; ella no comprendía, su deseo le cegaba a la intención del príncipe, ¿o era a caso que el equivocado era él?,pero entonces llegó la exclamación que el príncipe repitió en su mente –¡Lo será!– había dicho también Ainara y temió por su esposa, «¿y si regresaba Tiare?» ya le había arrebatado una gran parte de él, sabía que tenía el poder para arrebatarle el resto y “la familia” nada podía hacerlo para impedirlo.
—Eres ingenua Aidara, no necesito hacerte mujer para amarte, el hecho de que decida no tocarte no significa que no pueda escucharte, que no puedas contar conmigo y lo más importante que todo lo que te he dicho sea mentira— no cambió de gesto, con la misma apatía se dirigió a ella y dio dos pasos atras. —Si no puedes comprenderlo... Retírate y no te presentes ante mí hasta que te hayas quitado esa idea de tus inocentes pensamientos— le ordenó con una voz fría, el tono de antaño que Aidara nunca había escuchado de él y del que seguramente escucharía constantemente si Violante se empeñaba en mantener a Aidara como bien lo había dicho ella... “su adorno”.
Apático, vio como en llanto Aidara tomaba sus cosas para marcharse lo más pronto posible de ese ser que amaba y le hacía un daño del que seguramente nunca creyó recibir en toda su vida; entonces ese mismo sentimiento que surgió quella noche en la Plaza Tertre lo invadió con una monstruoalidad aterradora.
Su sentimiento inmortal se despedazó y se maldijo nuevamente, se maldijo por hacerle daño «¿o acaso no le había prometido felicidad y nunca hacerle daño?» él estaba fallando, le fallaba en su primera noche y se llamó a si mismo ¡cobarde! Como ya lo había dicho Aidara. Una perla roja surcó su mejilla derecha, dándole un color a su pálida piel.
De pronto le pareció sentir como su cuerpo recobrara la vida, como su corazón volvía a latir y sus pulmones gritaban por un oxígeno que no tenían; una revolución se sensaciones multiples se generaron en su estómago y tuvo deseos de vomitar; su cuerpo tembló y casi perdió el equilibrio. —Espera— susurró y desapareció de la vista de Aidara para colocarse atrás de ella, abrazándola con cariño y depositando un beso tierno en su hombro. —He sido un débil todo este tiempo, pero amor, te lo prometo, te prometo que no volveré a fallarte— sus heladas manos se deslizaron por la cintura hasta el vientre, le continuos besos en su cuello tirándole los dorados cabellos al otro lado del cuerpo. —¡Te amo!— dijo al mismo momento en el que volvió a pensar en el cambio que había tenido y que aceptaba sin protesta alguna.
Teniéndola aprisisonada en su abrazo la hizo avanzar hacia el lecho con pasos cortos y dirigidos en sicronía con sus propios pasos. Los besos no cesaron y cuando se encontraban a escaso metro dejaron de avanzar, las manos del príncipe subieron a los perfectos senos de su esposa, los que tomó con firmeza, anunciándole a todos los objetos presentes, que le pertenecían, como le pertenecía todo el cuerpo, luego, entre caricias fue girando su cuerpo que ardía, los ojos del príncipe destellaban inmensas llamas de pasión, de una locura por tenerla tan cerca y rehusarse a hacerla suya. —Perdóname— suplicó mientras le tomaba de la barbilla haciendo que le mirara a los ojos, después, fue acercando sus labios a los de ella y la besó, sus manos rodearon la espalda y acercó sus pechos a los pectorales de él, haciendo que se estrujaran a la cercanía de ambos cuerpos, él con la frialdad y ella con la calidez.
Abandonó sus labios y fue besando el cuello, los hombros, los senos y fue descendiendo hasta besar cada rincón del cuerpo de su esposa, quería probar todo, absolutamente todo. —Me has escuchado decirte tantas veces que te amo...— dijo cuando estaba de rodillas con la vista a ella. —Ahora, que tomaré tu cuerpo y te convertiré en mujer sabrás finalmente como culmina la intensidad de mi amor que será eterna— concluyó desabrochando sus pantalones, dio un par de besos a las piernas y levántandose mostro su desnudez exponiendo el cuerpo mascuclino justo como lo exponía de hermosa esposa.
Con la fuerza de voluntad que aún corría por sus venas encaró la mirada de su esposa que camina a él, sus ojos transmitieron una apatía a las palabras de la que llegó a llamar amor de su vida; ella no comprendía, su deseo le cegaba a la intención del príncipe, ¿o era a caso que el equivocado era él?,pero entonces llegó la exclamación que el príncipe repitió en su mente –¡Lo será!– había dicho también Ainara y temió por su esposa, «¿y si regresaba Tiare?» ya le había arrebatado una gran parte de él, sabía que tenía el poder para arrebatarle el resto y “la familia” nada podía hacerlo para impedirlo.
—Eres ingenua Aidara, no necesito hacerte mujer para amarte, el hecho de que decida no tocarte no significa que no pueda escucharte, que no puedas contar conmigo y lo más importante que todo lo que te he dicho sea mentira— no cambió de gesto, con la misma apatía se dirigió a ella y dio dos pasos atras. —Si no puedes comprenderlo... Retírate y no te presentes ante mí hasta que te hayas quitado esa idea de tus inocentes pensamientos— le ordenó con una voz fría, el tono de antaño que Aidara nunca había escuchado de él y del que seguramente escucharía constantemente si Violante se empeñaba en mantener a Aidara como bien lo había dicho ella... “su adorno”.
Apático, vio como en llanto Aidara tomaba sus cosas para marcharse lo más pronto posible de ese ser que amaba y le hacía un daño del que seguramente nunca creyó recibir en toda su vida; entonces ese mismo sentimiento que surgió quella noche en la Plaza Tertre lo invadió con una monstruoalidad aterradora.
Su sentimiento inmortal se despedazó y se maldijo nuevamente, se maldijo por hacerle daño «¿o acaso no le había prometido felicidad y nunca hacerle daño?» él estaba fallando, le fallaba en su primera noche y se llamó a si mismo ¡cobarde! Como ya lo había dicho Aidara. Una perla roja surcó su mejilla derecha, dándole un color a su pálida piel.
De pronto le pareció sentir como su cuerpo recobrara la vida, como su corazón volvía a latir y sus pulmones gritaban por un oxígeno que no tenían; una revolución se sensaciones multiples se generaron en su estómago y tuvo deseos de vomitar; su cuerpo tembló y casi perdió el equilibrio. —Espera— susurró y desapareció de la vista de Aidara para colocarse atrás de ella, abrazándola con cariño y depositando un beso tierno en su hombro. —He sido un débil todo este tiempo, pero amor, te lo prometo, te prometo que no volveré a fallarte— sus heladas manos se deslizaron por la cintura hasta el vientre, le continuos besos en su cuello tirándole los dorados cabellos al otro lado del cuerpo. —¡Te amo!— dijo al mismo momento en el que volvió a pensar en el cambio que había tenido y que aceptaba sin protesta alguna.
Teniéndola aprisisonada en su abrazo la hizo avanzar hacia el lecho con pasos cortos y dirigidos en sicronía con sus propios pasos. Los besos no cesaron y cuando se encontraban a escaso metro dejaron de avanzar, las manos del príncipe subieron a los perfectos senos de su esposa, los que tomó con firmeza, anunciándole a todos los objetos presentes, que le pertenecían, como le pertenecía todo el cuerpo, luego, entre caricias fue girando su cuerpo que ardía, los ojos del príncipe destellaban inmensas llamas de pasión, de una locura por tenerla tan cerca y rehusarse a hacerla suya. —Perdóname— suplicó mientras le tomaba de la barbilla haciendo que le mirara a los ojos, después, fue acercando sus labios a los de ella y la besó, sus manos rodearon la espalda y acercó sus pechos a los pectorales de él, haciendo que se estrujaran a la cercanía de ambos cuerpos, él con la frialdad y ella con la calidez.
Abandonó sus labios y fue besando el cuello, los hombros, los senos y fue descendiendo hasta besar cada rincón del cuerpo de su esposa, quería probar todo, absolutamente todo. —Me has escuchado decirte tantas veces que te amo...— dijo cuando estaba de rodillas con la vista a ella. —Ahora, que tomaré tu cuerpo y te convertiré en mujer sabrás finalmente como culmina la intensidad de mi amor que será eterna— concluyó desabrochando sus pantalones, dio un par de besos a las piernas y levántandose mostro su desnudez exponiendo el cuerpo mascuclino justo como lo exponía de hermosa esposa.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
A quien entregas tu corazón, no solo le das la llave para que lo tome con amor,
también la de destruirte.
también la de destruirte.
— Sí, mi príncipe... como desees. — Y esas fueron las palabras más angustiosas y difíciles para la joven que totalmente expuesta y vulnerable se la había jugado, se había enfrentado a un príncipe e irremediablemente, había perdido.
El corazón de la princesa palpitó de dolor en cada una de las palabras de su amado. El rechazo que sintió en aquellos segundos en que solo oía sus frías palabras y carentes de sentimiento alguno, rompían su corazón antes ya doliente por él. ¿Ingenua? Si, lo había sido y mucho, sobre todo en creer que de verdad podría ganarse su corazón o lo que quedaba de él. Abatida, terminando por bajar la mirada vencida ante aquel ser que se le hacía desconocido, asintió a sus palabras en un sepulcral silencio, solo roto por los pequeños estremecimientos de su tembloroso cuerpo y lágrimas contenidas. Ahogándose en las lágrimas silenciosas que no pensó pronunciar, ni dar a conocer al príncipe, rápidamente fue hacia donde se encontraba su vestido y prendas, agachándose al suelo para tomarlas.
Por unos segundos, incapaz de volver a levantarse y poner rumbo a la puerta derecha a irse de la alcoba que debía ser compartida por ella y él, se quedó con la mirada en el suelo anegada de las lágrimas que ya mojaban sus mejillas. ¿Qué haría ahora? ¿Tendría el suficiente valor para resistir? ¿Para quedarse aún los muros del amor en que creía posible y reales, se hundieran cada día más? Si, se dijo firme alegando a su ingenuidad y creyendo ciegamente que podría hacerle cambiar. A fin de cuentas si él había vuelto a ella, si finalmente se habían desposado… ¿Cómo renegar ahora? Ahora todo lo soñado, todo lo inimaginable lo tenía con él. Y no iba a rendirse a ello, por más que en aquellos instantes se sintiera rendida y perdida, más adelante lograría alzar la cabeza, y demostrarle que su terquedad era tan o más grande que su ingenuidad.
Se secó las lágrimas con los brazos y finalmente se levantó del suelo con las ropas en las manos, concienciada de que debía irse, y lo más pronto posible. No deseaba oír de nuevo aquel tono de voz en él, ni ver en su rostro aquella gran apatía que le partía el alma. Y aun así, con todo el dolor que su cuerpo aguantaba estoicamente al oírle no pudo no hacerle caso y deteniéndose, se giró para verle, encontrándose que al voltear él ya no se encontraba frente de sí, si no detrás, abrazandola, rodeandola con sus brazos.
Temblorosa aceptó sus caricias, se le estremeció la piel al sentir las masculinas manos y heladas deslizándose por su desnuda piel. Exhalo un suspiro y jadeó al sentir sus besos en el cuello, quizás pensando que terminaría mordida, probando el exquisito placer y dolor que producían sus mordidas y que hacía tanto no sentía en su piel. Las caricias de su propio cabello siendo acomodado al otro lado de su cuello erizando su delicada piel, junto con los fríos labios de Violante en unos breves segundos la tuvieron receptiva de nuevo, con los ojos cerrados entregándose al momento.
Yo también os amo… tanto, que se parte mi alma de abrir los ojos y saberos una fantasía. Pensó, sabiendo que de ser verdaderamente él podría leerle la mente sin problema alguno y ahora más que nunca necesitaba que viera dentro de ella. Necesitaba que supiese el gran amor que le tenía, obsesivo pero puro sentimiento que nacía de su corazón al pensar en él. Como ella amaba cada gesto, cada rasgo y hasta manías de aquel vampiro que había robado todo su corazón solo conocerle.
Pegada a él, dejó que la fuera guiando lentamente hasta el lecho que compartirían hasta que escasos metros a llegar, el primer gemido resonó en aquella lujosa estancia, en cuando las manos de su esposo tomaron sus senos y por primera vez los tomó con posesividad y firmeza. Ruborizada miró hacia abajo siendo consciente de la perfección que existía entre sus senos vírgenes y sus manos en las que cabían perfectamente y tras unos suspiros más, quedó volteada, siendo su barbilla alzada por una de las manos de él. — Te perdono, te perdono… solo no vuelvas a renegar de mí. No volvaís a apartarme de vos. —suplicó contra aquellos labios que tanto se moría por besar y que finalmente besó para alegría de ella. Sentía el cuerpo ajeno contra el de ella, sus fuertes brazos rodeando su fina figura y por unos instantes pensó en que ya no le faltaría nunca jamás, nada más que no fuera él y la prisión de sus brazos, hasta que los besos descendientes provocaron que su mente no pudiera procesar sus pensamientos y terminará mordiéndose el labio, acallando algunos de los suaves gemidos de sus labios, mientras otros se manifestaron sin poderse acallar. Sobre todo cuando estos eran dirigidos a sus pechos y cerca de su intimidad; las piernas, que la hacían temblar de expectación.
En medio de aquel mar de caricias, suspiros y jadeos, su cuerpo ya se encontraba sonrojado a causa del deseo que acumulaba bajo su piel y de la vergüenza que sentía, cayendo por primera vez ante la mirada deseosa, necesitada, salvaje y seductora del vampiro, dándose cuenta que tal como la miraba, como la tocaba o como recitaba los susurros a su oído, más hermosa se sentía, mas femenina. Y abrazando aquella sensación sostuvo la mirada de él mientras le prometía hacerla su mujer y sus besos seguían el camino de su pierna, haciéndola estremecer. — Menos palabras esposo mío… ¿O deseáis que termine en el suelo por no ser capaz de detener el temblor de mis piernas?— Sorprendentemente aún tenía aliento para bromear con su amado. El mismo aliento que se desvaneció al verle desnudo ante ella. Su corazón parpadeó y su respiración se aceleró a causa la necesidad que con sus fríos besos había despertado cada tramo de su piel, sensibilizando el cuerpo que ahora era servido en bandeja únicamente para él. Y siempre seria así, porque su corazón, su alma y su cuerpo, únicamente le pertenecían a él.
— No consigo saber que habéis hecho, con que magia me habéis embrujado. —dijo acercándose a él, acortando aquella escasa separación que los separaba hasta abrazarse a él— Sois tan bello… que no consigo imaginar que hice para mereceros y teneros como mío esta noche.— musitó besándole el pecho lentamente subiendo hasta su cuello y de allí subir la mirada para verle a los orbes. En sus ojos ya solo quedaba un ligero rastro de la humedad de sus lágrimas, sin embargo el antes brillo triste y desamparado de sus luceros celestes había quedado sepultado tras el brillo del anhelo del amor hacia el vampiro. Sintiendo las manos del príncipe recorriendo su figura, estremeciéndose suspiró. —Por que sois mío, como yo soy vuestra. — Afirmó sin dudar ni un solo instante de la veracidad de sus palabras contra la piel de su cuello, recorriéndolo en una lenta caricia de sus labios.
—Oh amor, dejadme probar que se siente, dejad de jugar con mi cuerpo débil y mostradme que debo hacer. Como debo amaros. — Sus manos rodearon sus hombros y así enlazada a él, se pegó más a su cuerpo, sintiendo sus pechos contra el torso masculino, endurecidos, dolientes y febriles por sus atenciones. —Por favor, os lo suplico mi príncipe. — Suplicó fundiéndose en un nuevo beso siendo capaz de delinear el cuerpo de él contra el suyo y la forma en que sus intimidades se rozaban, provocando deliciosos suspiros y jadeos que terminaban acallados por sus fríos labios; aquellos mismos que los robaba y los creaba de nuevo con solo rozar y besar su piel. —Mostrádmelo todo, enseñadme a amaros como merecéis.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
La tenía entre sus brazos, sonriéndole, escuchándole. Inocente, ingenua, simplemente una romántica hechizada por el encanto del príncipe. ¿Qué vio en ella? le había preguntado y no tuvo que reflexionar. -Ainara- había pensado, y luego pensó en Tiare. Aquella inmortal que ligó sus destinos, una amenaza que destruyó el gran amor del príncipe, que frente a él asesinó a Ainara, su hermosa y amada canario. Entonces, ¿qué hizo Aidara para obtener el amor de un ser tan cambiante, sarcástico y hedonista?, ser ella, simplemente ella. Mas el príncipe no le respondió. —No dejaré de jugar con tu cuerpo porque por ese medio desbarataré el instinto que inconscientemente te hará restringirte. Pues aunque me ames, en principio, tu cuerpo se resistirá, pero no te preocupes amor, como me lo pides, yo te lo mostraré todo— susurró y tomándole de la cabeza le sonrió mientras caían a la cama.
Sus sexos se encontraron, dejando que su excitación estimulara el sexo de su esposa al tiempo en el que él le abría las piernas, recorría con su mano derecha la cintura, el vientre, los senos, el cuello, sus hombros y delineaba los perfectos labios. Se reincorporó quedando arrodillado y extendiendo sus brazos tomó los de su amada y la atrajo hacia él. El príncipe se sentó e hizo que ella se sentara sobre su excitación para que sus sexos nuevamente se rozaran. El vampiro la sostuvo de sus caderas y la inclinó ligeramente hacia atrás para que su cabello se mantuviera suspendido, acercó su cabeza a su cuello y depositó pequeños besos en cada parte de éste, le dio pequeños mordiscos sin que sangrara y también lamió la suave piel.
Sus manos se aventuraron a acariciar la espalda mientras su boca descendía a los extraordinarios senos que pertenecían a su esposa. Los beso con cariño, luego, los arañó dejando leves marcas en esa piel que perdía su color blanco adoptando el el rubor en toda su extensión. Con su lengua acarició los firmes pezones y los rasgó provocándole una herida imperceptible. Las manos terminaron su recorrido por la espalda, mas sólo la izquierda se mantuvo en el mismo lugar para sostener a Aidara y la otra, picara y juguetona se desplazó con las yemas de sus dedos hasta el seno izquierdo, lo tomó con delicadeza, poco a poco con posesión, estrujándolo lenta y prolongadamente; al mismo tiempo su boca se apoderaba del seno derecho, amándolo salvajemente, en total contraste con el movimiento sensual de su mano.
Los gemidos de su esposa eran música para sus oídos, su excitación ya había alcanzado su máximo desarrollo y se manifestaba entre las bien definidas nalgas. El príncipe la inclinó aún más, hasta casi descansarla en la superficie. Sus labios abandonaron el seno y se dirigieron desesperadamente a la boca para acallar los gemidos, a la par, su mano derecha empujaba el vientre atrás liberando la excitación varonil que se alzó golpeando el vientre de Aidara. En ese momento depositó nuevamente el cuerpo de su esposa en la cama, su excitación cayó sobre el sexo de su amada y él aún en los labios de ella fue moviéndose provocando un peligroso roce. El príncipe percibió el ardor de ese cuerpo virgen, su hermosa doncella se convertiría en mujer y aunque creyó que nadie le iba a dar una experiencia sexual como la de Dalma Folckò, cuando ambos eran mortales; o la puta del burdel; ahí, estando con Aidara rectificó que no hay mayor placer que el que se hace con amor y no meramente lujuria.
Sintió un escalofríos, no de él, sino de ella, percibió un temor que se acercaba más al nerviosismo. Ella lo quería complacer, el príncipe no necesitaba leer su mente para saberlo, los hermosos ojos que le pertenecían a Aidara le revelaban todo, sus emociones e inclusive su alma. En cambio Violante, a través de sus ojos inmortales no podía más que transmitir admiración y arrobo. —Te amo— aseguró alejando su boca de la ajena, luego, con su dedo corazón derecho describió lenta y pausadamente una linea que corrió por su cuello, entre sus senos, deteniéndose en su vientre plano donde comenzó a hacer círculos. Su intención, robarle unas risas para finalmente tomar su virginidad.
Sus sexos se encontraron, dejando que su excitación estimulara el sexo de su esposa al tiempo en el que él le abría las piernas, recorría con su mano derecha la cintura, el vientre, los senos, el cuello, sus hombros y delineaba los perfectos labios. Se reincorporó quedando arrodillado y extendiendo sus brazos tomó los de su amada y la atrajo hacia él. El príncipe se sentó e hizo que ella se sentara sobre su excitación para que sus sexos nuevamente se rozaran. El vampiro la sostuvo de sus caderas y la inclinó ligeramente hacia atrás para que su cabello se mantuviera suspendido, acercó su cabeza a su cuello y depositó pequeños besos en cada parte de éste, le dio pequeños mordiscos sin que sangrara y también lamió la suave piel.
Sus manos se aventuraron a acariciar la espalda mientras su boca descendía a los extraordinarios senos que pertenecían a su esposa. Los beso con cariño, luego, los arañó dejando leves marcas en esa piel que perdía su color blanco adoptando el el rubor en toda su extensión. Con su lengua acarició los firmes pezones y los rasgó provocándole una herida imperceptible. Las manos terminaron su recorrido por la espalda, mas sólo la izquierda se mantuvo en el mismo lugar para sostener a Aidara y la otra, picara y juguetona se desplazó con las yemas de sus dedos hasta el seno izquierdo, lo tomó con delicadeza, poco a poco con posesión, estrujándolo lenta y prolongadamente; al mismo tiempo su boca se apoderaba del seno derecho, amándolo salvajemente, en total contraste con el movimiento sensual de su mano.
Los gemidos de su esposa eran música para sus oídos, su excitación ya había alcanzado su máximo desarrollo y se manifestaba entre las bien definidas nalgas. El príncipe la inclinó aún más, hasta casi descansarla en la superficie. Sus labios abandonaron el seno y se dirigieron desesperadamente a la boca para acallar los gemidos, a la par, su mano derecha empujaba el vientre atrás liberando la excitación varonil que se alzó golpeando el vientre de Aidara. En ese momento depositó nuevamente el cuerpo de su esposa en la cama, su excitación cayó sobre el sexo de su amada y él aún en los labios de ella fue moviéndose provocando un peligroso roce. El príncipe percibió el ardor de ese cuerpo virgen, su hermosa doncella se convertiría en mujer y aunque creyó que nadie le iba a dar una experiencia sexual como la de Dalma Folckò, cuando ambos eran mortales; o la puta del burdel; ahí, estando con Aidara rectificó que no hay mayor placer que el que se hace con amor y no meramente lujuria.
Sintió un escalofríos, no de él, sino de ella, percibió un temor que se acercaba más al nerviosismo. Ella lo quería complacer, el príncipe no necesitaba leer su mente para saberlo, los hermosos ojos que le pertenecían a Aidara le revelaban todo, sus emociones e inclusive su alma. En cambio Violante, a través de sus ojos inmortales no podía más que transmitir admiración y arrobo. —Te amo— aseguró alejando su boca de la ajena, luego, con su dedo corazón derecho describió lenta y pausadamente una linea que corrió por su cuello, entre sus senos, deteniéndose en su vientre plano donde comenzó a hacer círculos. Su intención, robarle unas risas para finalmente tomar su virginidad.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Aquel día no pude sentirme más dichosa de albergarle en mí.
Sentía que había sido creada para él,
para ser y para siempre; completamente suya.
Sentía que había sido creada para él,
para ser y para siempre; completamente suya.
Aidara cerró los ojos y se dejó ir, sintiendo el sexo de Violante latiendo contra su suave entrepierna. Allá donde él posaba su boca, quedaba la marca inconfundible de su paso por la inocente y virgen piel de la princesa. Implacables caricias caían a la joven que apretaba los dientes acallando los gemidos que nacían de su garganta avergonzada, hasta que el roce seductor, tortuoso y placentero de su esposo sobre ella logró que perdiera el control y los suaves gemidos fueran liberados, delatando que estaba ardiendo, palpitando y anhelante de él.
Los pezones rosados de sus senos, henchidos de deseo se mostraban anhelantes de las caricias del príncipe, cual bajo la mirada nublada de su esposa, tras juguetear con sus dedos a tironearlos, a acariciarlos, inclinó la cabeza y los apresó entre sus labios. Aidara respiró profundamente al notar los delicados tirones y la increíble ola de placer que la recorría se hizo más intensa al sentir los húmedos azotes de su lengua en el seno derecho. ¿Qué le estaba haciendo? Mentalmente se había preparado para el dolor, lo que su madre le dijo que debía esperar y esperaba. Sin embargo se sentía diferente. Como en cada uno de sus intensos besos y caricias, sentía como le provocaba un calor húmedo y punzante que nacía en su bajo vientre. El cual la torturaba hasta desinhibirla entre los brazos de su amado.
Por un instante la joven bajó la vista, contemplando la visión embelesada unos instantes. Sus senos habían desaparecido. Donde se encontraban ellos, veía a su príncipe. Uno se encontraba siendo devorado en su boca y el otro era acariciado con suavidad por una de las manos de su esposo, que parecía buscar más de sus gemidos, a los que se encontraba incapaz de frenar. Se mordió el labio y cerrando los ojos volvió a arquearse, se corcoveó ofreciéndose todo lo que podía a los dedos, labios y a la lengua fría de su esposo. Incapaz de negarle, de negarse aquel placer que indescriptible corría por todo su cuerpo, logrando que se estremeciera de formas que nunca creyó posibles.
— ¡Violante! —Gimió en voz alta cuando el éxtasis se apoderó de ella, acallando sus siguientes suplicas y anhelos en los besos que el subió a prodigarle, acallándola en sus labios.
La humedad de su entrepierna bañó sus muslos y tembló excitada al sentir el sexo de su amado rozándose contra el suyo. Volvía a estar apoyada entre las sabanas de la cama que los verían yacer por primera vez y bajo el hechizo de aquel mar de deseo; apareció el miedo. Un escalofrío barrió todos sus sentidos. ¿Y si no estuviera a la altura de lo que él esperaba de ella? De nuevo se acordó de las habladurías y del dolor virginal. ¿Sería capaz de aguantar el dolor estoicamente? Cerró los ojos unos segundos intentando recuperarse mientras seguía besando a su esposo. Se concentraba en sus labios, en el frío aliento contra el suyo, en la seguridad de que estaba a salvo, que siempre estaría protegida por esos brazos que ahora la hacían suya y aunque pareció ganarle la partida al miedo, los nervios no desaparecieron. Temía no satisfacer a su amado como se esperaba de ella a causa de su inexperiencia. Jadeó temblorosa sintiendo como se hundía lentamente en ella, aprovechándose de los roces que lentamente la abrían a él.
Saboreó las palabras de los labios ajenos y sonrío dulcemente. Yo también os amo, pensó mirándole fijamente, centrando su mente en los orbes de su esposo que le inducían a la calma, y a la tranquilidad. Estaba con él. Nada podía pasarle, ni podría pasarles mientras estuviesen juntos, se dijo llenándose de la seguridad del amor de ambos. La princesa protestó suavemente al ser apartada de sus labios y sintiendo el recorrido de su dedo, su piel se erizo, ruborizándose ante la mirada de su amado. Las caricias en su vientre, provocaron una suave risa en la joven la que desconcentró y destensó su cuerpo para que él finalmente pudiera adentrarse en ella y apoderarse de su virginidad. Aidara apenas pudo prepararse. Tras sus suaves risas él termino hundiéndose en ella, a pesar de que en el último momento ella intentara detener la dolorosa intrusión, apretando los muslos intentando inconscientemente apartarse del miembro que desgarraba su interior.
Aidara hizo un gesto de dolor, cerró los ojos, su tierna carne virginal se tensó y tras aquel intenso dolor, Violante termino por rasgar su interior, adentrándose finalmente en ella. Se oyó a si misma sollozante unos segundos hasta que sintió sobre su boca el roce de los labios de su amado, que trataban de calmar su dolor. Los fuertes muslos masculinos mantenían sus esbeltas piernas separadas y aunque un eco de dolor le latía entre los muslos, era incapaz de olvidarse de las sensaciones que había experimentado todo su cuerpo mientras él la penetraba, enterrándose en ella hasta lo más profundo. Sentía sus pezones sensibles ponerse duros con el roce del torso masculino y un calor despertaba en su interior diluyendo su aflicción y miedo, los que también era combatidos por las atenciones suaves y dulces de su esposo sobre su tembloroso cuerpo.
— Os amo... —Musito entrecortadamente abriendo los ojos para así poder verle y sonreírle, en una mirada nublada de lágrimas y de felicidad. Ahora en la unión de la carne, era completamente suya. Como ella deseaba sentirse hasta el último de sus días y había deseado sentirse, desde el primer día que sus miradas se encontraron en una noche como aquella, en que aquellos mismos ojos, la habían contemplado como lo mas bello y preciado de este mundo.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Funcionó, la excitación del príncipe penetró, aunque no con facilidad el sexo de su esposa. Dentro, sintió la contracción de la vagina, el interior que rehusaba e intentaba impedir el avance de la excitación de su marido. Ella toda se tensó y él recurrió a los besos para tranquilizarla. Podría considerarse experto, ya había quitado bastantes virginidades en sus 225 años de inmortalidad, sin embargo, ninguna como la de ahora, no, ni siquiera cuando fue mortal o cuando estuvo con Ainara. El motivo era simple y él así lo entendía. Haber estado con ella por tantos meses lejos de su sexo, le hicieron ver en ella algo más que la relación sexual que no tenían. La amo con palabras y en besos, ella lo enamoró perdidamente y ahora la tomaba no como una mujer cualquiera, ni como una amante o como lo sido con Genie. No, ella era su esposa, su amada esposa y así yacía en ese momento.
No respondió a las palabras de Aidara, no era necesario, no en ese momento. Si era cierto que al ser un vampiro no carecía del problema de la eyaculación y podría mantener el acto sexual por toda una noche y más; no deseaba perder la concentración, no ahora que percibía aún el dolor en el cuerpo de su esposa. Violante se movía con lentitud, liberando sus gemidos para que diera alivio a ella de que él lo disfrutaba, buscando un contagio para que pronto ella dejara el dolor a un lado para abrirle las puertas al éxtasis.
El movimiento después de un par de minutos comenzó a ser más intenso y aplicó un poco de velocidad, sus brazos se deslizaron por su espalda y la fue alzando al tiempo en el que él se tiraba hacia atrás para que ella estuviera sobre él. El príncipe la tomó de la cintura dejando que toda su excitación penetrara el sexo de su esposa, la mantuvo allí, negándole el movimiento, reteniéndola. La contempló a los ojos y se levantó hasta estar sentado acomodándole las piernas para que no le causara molestia la nueva situación en la que el príncipe le había iniciado. Violante buscó su cuello y lo besó, luego, su hombro derecho, chupándolo hasta dejar su marca, dejar en el cuerpo blanco el moretón que anunciaba que le pertenecía, que era suya y de nadie más, aunque por supuesto no era necesario tal anuncio. Nadie sería capaz nunca de decir lo contrario.
El príncipe buscó los labios de Aidara y dentro de la boca se rasgó la boca para que el metálico líquido que era su sangre tocara la lengua de su esposa. Violante sintió como se estremecía, un temblor distinto a su actividad sexual, un placer que ella ya había experimentado y aprovechando ese momento le tomó de las caderas y guió los movimientos para que ella se moviera encima de su excitación, los movimientos se alejaron de ser lento mas no fueron rápidos. La abrazó haciendo que sus pechos ardientes estuvieran oprimidos en los pectorales helados de su esposo.
Su lengua se portó como nunca lo había hecho, con salvajismo dentro de la boca de Aidara, esparciendo su sangre vampírica por cada rincón, hasta casi ahogarla; luego, le dejó respirar para que liberara los gemidos que seguramente emergerían ante las dos entradas de placer que el podría ofrecerle, o al menos las que le ofrecía en ese momento pues existía una más que estaba por hacer. Los movimiento de las caderas de Aidara, de su sexo sobre la excitación eran ya naturales, totalmente sincronizados con los movimientos del príncipe. Fue entonces que anunciando sus intensiones mostró sus colmillos, dando libertad al cuerpo de Aidara dejó que se alejara, que sus pechos dejaran la opresión y en ese momento fue cuando como todo un asesino se abalanzó sobre el cuello de su esposa, de la princesa que no experimento una brusca mordida. Los colmillos penetraron con lentitud la piel, la sangre casi hirviendo de su esposa fue llenando la boca de Violante y él, inició a beber de ella con mucha lentitud.
No respondió a las palabras de Aidara, no era necesario, no en ese momento. Si era cierto que al ser un vampiro no carecía del problema de la eyaculación y podría mantener el acto sexual por toda una noche y más; no deseaba perder la concentración, no ahora que percibía aún el dolor en el cuerpo de su esposa. Violante se movía con lentitud, liberando sus gemidos para que diera alivio a ella de que él lo disfrutaba, buscando un contagio para que pronto ella dejara el dolor a un lado para abrirle las puertas al éxtasis.
El movimiento después de un par de minutos comenzó a ser más intenso y aplicó un poco de velocidad, sus brazos se deslizaron por su espalda y la fue alzando al tiempo en el que él se tiraba hacia atrás para que ella estuviera sobre él. El príncipe la tomó de la cintura dejando que toda su excitación penetrara el sexo de su esposa, la mantuvo allí, negándole el movimiento, reteniéndola. La contempló a los ojos y se levantó hasta estar sentado acomodándole las piernas para que no le causara molestia la nueva situación en la que el príncipe le había iniciado. Violante buscó su cuello y lo besó, luego, su hombro derecho, chupándolo hasta dejar su marca, dejar en el cuerpo blanco el moretón que anunciaba que le pertenecía, que era suya y de nadie más, aunque por supuesto no era necesario tal anuncio. Nadie sería capaz nunca de decir lo contrario.
El príncipe buscó los labios de Aidara y dentro de la boca se rasgó la boca para que el metálico líquido que era su sangre tocara la lengua de su esposa. Violante sintió como se estremecía, un temblor distinto a su actividad sexual, un placer que ella ya había experimentado y aprovechando ese momento le tomó de las caderas y guió los movimientos para que ella se moviera encima de su excitación, los movimientos se alejaron de ser lento mas no fueron rápidos. La abrazó haciendo que sus pechos ardientes estuvieran oprimidos en los pectorales helados de su esposo.
Su lengua se portó como nunca lo había hecho, con salvajismo dentro de la boca de Aidara, esparciendo su sangre vampírica por cada rincón, hasta casi ahogarla; luego, le dejó respirar para que liberara los gemidos que seguramente emergerían ante las dos entradas de placer que el podría ofrecerle, o al menos las que le ofrecía en ese momento pues existía una más que estaba por hacer. Los movimiento de las caderas de Aidara, de su sexo sobre la excitación eran ya naturales, totalmente sincronizados con los movimientos del príncipe. Fue entonces que anunciando sus intensiones mostró sus colmillos, dando libertad al cuerpo de Aidara dejó que se alejara, que sus pechos dejaran la opresión y en ese momento fue cuando como todo un asesino se abalanzó sobre el cuello de su esposa, de la princesa que no experimento una brusca mordida. Los colmillos penetraron con lentitud la piel, la sangre casi hirviendo de su esposa fue llenando la boca de Violante y él, inició a beber de ella con mucha lentitud.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Ya no me quedaba más que rogar…
Rogarle para que me dejase morir en su cuerpo
Y enterrarme así para siempre junto a él.
Rogarle para que me dejase morir en su cuerpo
Y enterrarme así para siempre junto a él.
Era increíble cómo se sentía. Siempre había oído escuchar de la unión de la carne y el placer indescriptible de ella, una vez la virginidad se era tomada. Sin embargo hasta aquel momento verdaderamente no había creído en las palabras infieles de sus amigas. Al contrario de lo que parecía, parte de sus amistades en París, sobretodo de muchachas, una gran parte de ellas, ya habían probado los placeres del matrimonio. Y no una vez, algunas más veces. Y verdaderamente la habían asustado con las descripciones tan gráficas y soeces de cómo se daba el acto sexual que tanto había apasionado a artistas y pintores. Ahora veía lo equivocada que estaban ellas y sí misma. Estar completamente enlazada como solo dos cuerpos y dos almas podían estarlo, estar con su amado príncipe era mucho mejor de lo que le habían dicho y ella pensado. Ya no tenía miedo ¿Cómo lo tendría? Si sentía que cada parte de su cuerpo había sido moldeado para las manos del príncipe y sus labios, creados solo para el propósito de besarle a todo momento posible de las noches. No había podido tener una primera vez más bella, que la que él le había regalado con su paciencia y amor.
Lentamente la princesa fue calmándose en el mar de besos que su esposo le prodigó, suaves, dulces, buscando aminorar aquel dolor que lentamente con sus también suaves movimientos, intentaba borrar de la mente de su amada. Sensible como se encontraba, sintió cada movimiento cada contracción de su intimidad dejando entrar o liberando de su calidez al miembro masculino que entró sin prisa y sin ningún obstáculo impidiendo su entrada, más que los leves temblores de su mujer. El dolor que instantes antes había sentido, tras hundirse en ella algunas veces más se desvaneció, dejando en su lugar otra sensación casi placentera que se apoderaba de ella. El calor que se había despertado en su interior pronto hizo acto de presencia y junto los gemidos de él, ella gimió sintiendo como su cuerpo lo acogía húmedo y preparado solo para él.
No hizo falta mucho para que Aidara bajo él se corcoveará, uniendo más sus intimidades. Rozando su cuerpo al de él, arqueándose en cuando las frías manos de Violante la acariciaron y la tomaron para hacer un cambio de posición, en el que simplemente se dejó llevar, apoyándose en el torso masculino, en sus hombros cuando la plenitud de ser llenada por él la abofeteó y profirió un suave gemido que acalló mordiéndose el labio, observando con aquellos ojos suyos los de él. Dócil se dejó instruir hasta que termino echando el cuello para atrás, exponiendo su cuello a los labios fríos de su esposo. Un escalofrió bajo por su espalda, erizando su piel y sonriendo por unos instantes, volvió su cabeza a él siendo atrapada por sus besos.
Aidara solo fue consciente de la lengua que jugaba con la suya y de aquel metálico sabor que se unía en su beso. Percibiendo débilmente el tacto de sus manos en la espalda de Violante, solo pudo aferrarse a él mientras sentía como la sangre inmortal hacia estragos en ella, elevando la pasión, desinhibiéndola. Llevándola a ansiar mucho más de él y de aquel frenesí que se apoderaba de ella. No faltó mucho esfuerzo de parte de su amado, para que su cuerpo empezara a moverse contra él, tomando el ritmo, el control, yendo cada vez más lejos. Parecían ya naturales sus movimientos, que alternando iba variando la intensidad. Cerró los ojos y gimiendo contra el oído de Violante fue abrasándose en aquella unión de cuerpos que la tenían presa.
Gimió y temblorosa abrió los ojos, encontrándose frente a frente con los largos y fuertes colmillos que tanto conocía, de las veces que ansiando sentirle cerca de ella, le había regalado su sangre. Antes de que él pudiera abalanzarse contra su cuello, sí misma lo ladeó hacia un lado, descubriéndolo, preparándolo para él en lo que de un movimiento y sintiendo los temblores de sus paredes vaginales pedir a gritos más intensidad se detuvo sobre toda su extensión. No había un movimiento que no la hiciera sentir tan plena más que aquel. Sentía que de verdad le acobijaba, que de aquella forma le daba cierto calor. Gimió su nombre y tras que sus labios terminaran de nombrarle, un ramalazo candente de dolor y placer la hizo gritar y aferrarse a su cuello con sus brazos, profundizando más la mordida entregandose por completo a él y a los colmillos que de ella bebían con lentitud.
Acercando más su cuerpo al de él, hasta sentir cada una de sus curvas amparadas por el fuerte y duro cuerpo masculino contra ella, se sintió expuesta y sin embargo no le importó. Él era su Violante, ya era suyo y nadie podía ya arrebatarselo, ni alejarla de él.
Sobrecogida por los espasmos de placer que la recorrían, cegada por aquel dulce placer, murmuró su nombre entre gemidos entrecortados y ahogados, empezando unos lentos movimientos con su pelvis y cadera, anhelante de sentir como la tomaba de todas las formas en que podía ser tomada por su cuerpo. Entre susurros suplicó que la amara, que no se separase de ella en toda la noche, que viviera en su cuerpo y que jamás, por ningún motivo se fuera de su lado. Y ella, respondiendo ante cada sorbo de su preciada sangre con un movimiento de su cuerpo sobre el sexo masculino y una inmensa cantidad de temblores que abarcaban todo su cuerpo. Apoyó las manos sobre su torso y le empujó lo suficiente para caer con él aun bebiendo de ella sobre la cama y allí se quedó, ahogando sus gemidos, sus suspiros contra la piel fría de su cuello. Pensándole y amándole, como solo una joven enamorada podía hacer con su amado y único dueño de su amor.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
El príncipe obedeció a aquel empujón sin fuerza, se dejó caer aferrado aún al cuello como una sanguijuela. Bebía, sus gemidos se ahogaba con la sangre, los movimientos de Aidara sobre su hombría se volvían más diestros, menos inhibidos y más sueltos. Aquel dolor que antes ella debió de haber sentido, había desaparecido, ahora estaba entregada totalmente al placer, justo como él.
Los colmillos salieron de la frágil piel, leves gotas surgieron de los orificios perfectos, y sin demorar los lamió sellando y desapareciendo la evidencia. Depositó un beso tierno mientras sus manos recorrían la espalda femenina hasta llegar a las nalgas, las apresó y las empujó con violencia hacia su excitación. Marcó un nuevo ritmo, un ritmo más fuerte, rápido y salvaje. Jadeaba con sus ojos cerrados, perdiéndose en sus recuerdos pasados, en las amantes que nunca podrían compararse con su esposa, su amada Aidara. Viajó más allá, en su época mortal, cuando su cuerpo ardía en la copula con aquellas doncellas que estaban sujetas a su capricho, y por primera vez en siglos pensó en todos aquellos bastardos que no conoció, o reconoció según era el caso, «¿por qué lo pensaba ahora?» no estaba seguro, quizás era el hecho de que ella nunca podría ser madre.
El cuerpo de Aidara se levantó, revelándole sus hermosos senos, su cabello rubio ya estaba alborotado y su rostro sonrojado ardía en pasión. Violante vio el porvenir, vio a Aidara con sus cabellos plateados, su cuerpo abandonado por la gracia cual ninfa, y el brillo en sus ojos apagado por el rencor de lo que el príncipe le negó. Así la veía y aunque el éxtasis no le permitió transformar su rostro en tristeza, su mente se rindió a la idea de no perderla. —¡Quédate conmigo por siempre!— le dijo en jadeos, observando como se turbaba, sin comprender cual era su intención. El príncipe levantó medio cuerpo, acarició una de sus mejillas y despejó el rostro de esos dorados cabellos. —Sé mi eterna compañera… te lo daré, el don oscuro…— continuaban sus jadeos.
La reacción de Aidara fue predecible, era lo que ansiaba, lo que esperaba escuchar de su amado y él lo sabía. Y entonces a él le llegó la duda «¿ella tenía la certeza de que no podría vivir sin su amor y cedería a su ruego?» era muy posible, el príncipe tenía la convicción de que lo conocía, quizá no profundamente, pero al menos si todo lo que procedería al amor que le tenía. ¿O no?, después de todo, ¿no era cierto que el príncipe terminaba arrepintiéndose de sus acciones rindiéndose a los deseos de Aidara? Volvió a reflexionar, sí, se arrepentía, y lo haría si le entregaba su sangre, si la volvía inmortal, le arrebataría su vida y él viviría condenado, o eso creía. Pretendió cambiar de opinión pero al ver la expresión de Aidara cobardemente decidió callar y sólo sonrió.
—Eres mi pareja, mi esposa, mi princesa… Ahora conviértete en mi eterna compañera, recorramos los siglos juntos, como dos inmortales unidos en un amor perdurable. ¡Te amo Aidara!, y yo moriría ver como tu, mi bella ninfa te marchitas hasta verte consumida por la muerte. Déjame quitarte la vida y regresarte a este mundo como una diosa— le rogó con una sonrisa, esperanzado, conociendo de ante mano la respuesta que su dulce Aidara le daría. Esa noche Aidara tenía que tenerlo todo, Violante lo comprendía y se había convencido de hacerlo pese a que ella pudiera desesperar.
Los colmillos salieron de la frágil piel, leves gotas surgieron de los orificios perfectos, y sin demorar los lamió sellando y desapareciendo la evidencia. Depositó un beso tierno mientras sus manos recorrían la espalda femenina hasta llegar a las nalgas, las apresó y las empujó con violencia hacia su excitación. Marcó un nuevo ritmo, un ritmo más fuerte, rápido y salvaje. Jadeaba con sus ojos cerrados, perdiéndose en sus recuerdos pasados, en las amantes que nunca podrían compararse con su esposa, su amada Aidara. Viajó más allá, en su época mortal, cuando su cuerpo ardía en la copula con aquellas doncellas que estaban sujetas a su capricho, y por primera vez en siglos pensó en todos aquellos bastardos que no conoció, o reconoció según era el caso, «¿por qué lo pensaba ahora?» no estaba seguro, quizás era el hecho de que ella nunca podría ser madre.
El cuerpo de Aidara se levantó, revelándole sus hermosos senos, su cabello rubio ya estaba alborotado y su rostro sonrojado ardía en pasión. Violante vio el porvenir, vio a Aidara con sus cabellos plateados, su cuerpo abandonado por la gracia cual ninfa, y el brillo en sus ojos apagado por el rencor de lo que el príncipe le negó. Así la veía y aunque el éxtasis no le permitió transformar su rostro en tristeza, su mente se rindió a la idea de no perderla. —¡Quédate conmigo por siempre!— le dijo en jadeos, observando como se turbaba, sin comprender cual era su intención. El príncipe levantó medio cuerpo, acarició una de sus mejillas y despejó el rostro de esos dorados cabellos. —Sé mi eterna compañera… te lo daré, el don oscuro…— continuaban sus jadeos.
La reacción de Aidara fue predecible, era lo que ansiaba, lo que esperaba escuchar de su amado y él lo sabía. Y entonces a él le llegó la duda «¿ella tenía la certeza de que no podría vivir sin su amor y cedería a su ruego?» era muy posible, el príncipe tenía la convicción de que lo conocía, quizá no profundamente, pero al menos si todo lo que procedería al amor que le tenía. ¿O no?, después de todo, ¿no era cierto que el príncipe terminaba arrepintiéndose de sus acciones rindiéndose a los deseos de Aidara? Volvió a reflexionar, sí, se arrepentía, y lo haría si le entregaba su sangre, si la volvía inmortal, le arrebataría su vida y él viviría condenado, o eso creía. Pretendió cambiar de opinión pero al ver la expresión de Aidara cobardemente decidió callar y sólo sonrió.
—Eres mi pareja, mi esposa, mi princesa… Ahora conviértete en mi eterna compañera, recorramos los siglos juntos, como dos inmortales unidos en un amor perdurable. ¡Te amo Aidara!, y yo moriría ver como tu, mi bella ninfa te marchitas hasta verte consumida por la muerte. Déjame quitarte la vida y regresarte a este mundo como una diosa— le rogó con una sonrisa, esperanzado, conociendo de ante mano la respuesta que su dulce Aidara le daría. Esa noche Aidara tenía que tenerlo todo, Violante lo comprendía y se había convencido de hacerlo pese a que ella pudiera desesperar.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Repetídmelo tantas veces como os sea posible
Cantad y luego recitad esas palabras, recordadme por siempre aquel día.
Cuando fui vuestra ante los cielos,
y en la inmensidad de aquel tiempo.
Que aún no consigo despertar de este sueño que me encarcela a vuestro cuerpo,
a vuestro amor... vuestro ser.
Y del qué tampoco quisiera jamás despertar.
Cantad y luego recitad esas palabras, recordadme por siempre aquel día.
Cuando fui vuestra ante los cielos,
y en la inmensidad de aquel tiempo.
Que aún no consigo despertar de este sueño que me encarcela a vuestro cuerpo,
a vuestro amor... vuestro ser.
Y del qué tampoco quisiera jamás despertar.
De haberlo sabido no lo habría creído. Esa noche la tenía en muy alta estima, había soñado muchas veces con ella y con qué todo resultase perfecto. Por fin se había unido en cuerpo y alma a su amado y ahora ya esposo. Y finalmente resultaba que no solo terminaría como siempre había fantaseado y soñado. Si no que su fin seria aún mejor, más glorioso que el que hubiera siquiera podido imaginar. ¿Estaba oyendo bien? Se preguntó la princesa viéndole fijamente sin entender al principio. Se centró en la medida que el éxtasis que recorría su cuerpo se lo permitió. Le miró, coincidiendo intensamente, buscando en los ojos de su amado la respuesta a su desconcierto y lo encontró. ¿Él también sentiría el miedo de que la vida pudiera arrebatarla de sus brazos antes de tiempo? Aquel por noches había sido su mayor pesadilla. Morir sin él. Sin poder verle, ni acariciarle una última vez. Y aunque ahora feliz y dichosa se abrazara a su amado, nadie sabía que podría ocurrir al día siguiente, ni en unos pocos años. No cuando ella era tan frágil y delicada. Tan mortal. ¿Cuántas veces se había callado las suplicas por que el príncipe se la llevara con él? Seguramente él habría sido consciente de sus inquietudes, ruegos y curiosidades. La curiosidad por descubrir la noche con él a su lado, la inquietud de no saber qué noche volvería a verlo y su ruego de que no la abandonara, que la llevara con él. Ahora y siempre. Donde fuese que fueran sus pasos.
Lentamente al entenderle y saber que todo lo sucedido era real, sonrío y solo le hizo falta que él le viera la mirada brillante para conocer su respuesta. Por ella nadie podría separarlos jamás. Aún como humana tenía la ilusión, la romántica esperanza de que pasara lo que pasara con ella, siempre terminaría reencontrándolo. Las almas que estaban predestinadas, se encontraban una y otra vez. Sin importar los años y vidas que tuvieran que pasar, ellas siempre se reconocían y unían. Sin embargo ahora, si de verdad pudiera soñar en pertenecerle eternamente. Las penas terminarían, el miedo se vería borrado de su faz. Podría acompañarle, ser cómplice en su mundo de noches sin fin y de días oscuros, que se encargaría de alumbrar para él. Ella sería el faro en la tormenta más oscura. Aquel rayo eterno de esperanza y de salvación que esperaba ser para su alma.
— Mi muerte y vida siempre te han pertenecido. No puedes pedirme algo que se te ha sido otorgado de todas las formas posibles. En sacramento, en palabras, promesas, en besos… con todo mi cuerpo. —Mencionó sobre los labios fríos de él, rozándolo con los propios en suaves caricias. Su cuerpo seguía sobre el ajeno, tomando suavemente de su cuerpo. Moviéndose, instándole a que la hiciera suya. Deseaba terminar, que él terminara con ella. Concluir aquella primera vez que como mortal disfrutaría y que se llevaría al recuerdo como la noche en que fue suya en todos los sentidos. Su primera y última vez antes de renacer como un fénix de sus cenizas. Más bella, más fuerte. Su eterna pareja, su eterna esposa y princesa. — Muérdeme… Solo tú tienes el derecho de hacerlo. Libérame y devuélveme a la vida junto a ti. Os amo Violante… Y no importa de cual forma este, o cuál sea mi condición, siempre lo haré. — No hizo falta que hablara más, con sus labios selló sus palabras y le besó.
Sentía su cuerpo pesado, tembloroso conteniendo la sensación que sentía hacer estragos en su cuerpo, quemándola por dentro como los fríos labios de él hacían con sus besos. En el mar de besos y caricias volvió a recostarlo, terminando esta vez ella sobre la cama, rodeando su cintura con sus piernas. Abriendo no solo su cuerpo a él, también su alma; su ser.
Sin dejar de mirarle gimió contra sus labios. Su cuerpo se estremeció ante sus caricias y con los brazos le rodeo por el cuello acercándolo más a ella. Estaba segura de lo que iba a hacer. Solo esperaba ese momento, el crudo segundo en que todo terminara y le permitiera tomarle la vida y luego salvarla de la muerte. Confiaba en que no la dejaría morir y centrándose solo en aquel instante, meciéndose contra él, dejó que su cuerpo perdiera el control en sus brazos. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, arqueándose su cuerpo bajo el de él. La culminación la sorprendió y de esa forma sus últimas barreras fueron devastadas. Se sentía preparada, se llevaría a su efímero descanso el recuerdo de aquella noche, y luego regresaría para amarlo realmente. Sin temores de dañarla. Sin contención. No obstante ahora era su amado quien debía escoger... Ella ya no podía hacer más que esperar a que aceptara su regalo y la amara lo suficiente para no quererla verla morir, en otros brazos que no fueran los de él.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Aunque no con esas palabras, era lo que Violante había espero escuchar de su amada. Después de todo, ella ya se lo había pedido, ya habían discutido de que no cambiaría en ella su sentir hacía él. El príncipe le sonrió cubriéndola de besos, la seguía embistiendo con pasión, gimiendo en esa piel caliente y tersa. Pensó en decir esas palabras que representan la máxima expresión del amor, pero ya lo había dicho bastante y prefirió mejor expresárselo como lo estaba haciendo. Las manos del príncipe se desplazaron por debajo de la cintura, él se reincorporó ligeramente y la cargó hacía él, los cabellos rubios quedaron suspendidos.
El príncipe mostró sus colmillos, sus ojos perdidos vieron más allá de la piel; vieron el alma de la princesa que estaba totalmente entregada a él, sintió la piel erizada, el corazón palpitando con estrépito, no por el sexo, porque aunque si bien era cierto que su corazón se había desbocado, ahora un pequeño temor generó el cambio del ritmo de ese bello corazón que le pertenecía a su hermosa princesa. Lentamente sus colmillos llegaron a ser contacto con la suave piel hasta que la perforaron.
—Adiós amada— le despidió por medio de la mente, no porque no la volvería a ver, no, despidió su vida, sus órganos, el color de su piel. Todo aquello que Aidara no tenía contemplado y sin embargo, que acontecería. La sangre llenó la boca del príncipe, en esta ocasión no bebió con calma y aunque tampoco con avidez, la sangre de Aidara era drenada con más intensidad. Violante tenía los ojos completamente abiertos, viendo el perfil de su amada y estrujando los brazos femeninos. La piel palidecía, el corazón latía con cansancio, la sangre de sus venas era escasa y los gemidos eran más parecidos a lamentos. La voz de Aidara no podía entenderse, era débil y apenas audible para el oído del mortal común.
El príncipe sacó su excitación del cuerpo frágil, consumido por él, moribundo. Sus cabellos habían perdido brillo y los ojos de Aidara se habían ocultado bajo sus párpados. Ya no había pensamientos en Aidara, el corazón dejaría pronto de latir, en ese momento Violante dejó de beber recostándola en la cama. La observó, con detalle, viendo su fragilidad, escuchando sus débiles órganos, con una sonrisa en su rostro, confiando en él, en que no la dejaría morir, en que no se arrepentiría y se libraría de su compromiso. No le fallaría, ella era la mujer a la que más amaba y no la perdería. Ya había perdido a Ainara, no volvería a permitir que se repitiera la situación.
Entonces, mientras aún escuchaba los latidos un terror lo cubrió «¿Y si está es otra ilusión de Tiare, y si esta mujer a la que estoy tomando y volveré inmortal no es Aidara, y si mi amada Aidara ya está muerta?» estaba horrorizado, analizó a la mujer que yacía en la cama, «no, ella es Aidara, Tiare ha desaparecido, la familia se hubiera dado cuenta, ella es Aidara» peleó con su incertidumbre, rasgó su muñeca y la sangre comenzó a caer. Violante tomó la boca de Aidara abriéndola y acercó la sangre para que él líquido que la transformaría en una diosa fuera adhiriéndose a su cuerpo, se fusionara y se formara uno solo.
Percibió las convulsiones internas. Su piel transparente obtuvo un color blanco inmaculado, los cabellos que perdieron brillo se volvieron dorados, los labios casi rojizos obtuvieron un rosa pálido. Aún se escuchaba el latido de su corazón y los órganos, pero éstos muy pronto morirían también. Las uñas de Aidara crecieron haciéndose fuertes, su cuerpo recuperó el volumen que perdió cuando Violante bebió de ella. Las facciones de Aidara se recuperaron, su belleza se había convertido en perfección y entonces abrió sus ojos. Esos ojos azules ahora brillaban como incandescentes, con una luz divina. El proceso aún no terminaba pero ya se había revelado a él la apariencia de su esposa, la vampiro que la acompañaría por el resto de la eternidad. Sondeó una vez más su mente pero ésta ya estaba cerrada a él.
El príncipe mostró sus colmillos, sus ojos perdidos vieron más allá de la piel; vieron el alma de la princesa que estaba totalmente entregada a él, sintió la piel erizada, el corazón palpitando con estrépito, no por el sexo, porque aunque si bien era cierto que su corazón se había desbocado, ahora un pequeño temor generó el cambio del ritmo de ese bello corazón que le pertenecía a su hermosa princesa. Lentamente sus colmillos llegaron a ser contacto con la suave piel hasta que la perforaron.
—Adiós amada— le despidió por medio de la mente, no porque no la volvería a ver, no, despidió su vida, sus órganos, el color de su piel. Todo aquello que Aidara no tenía contemplado y sin embargo, que acontecería. La sangre llenó la boca del príncipe, en esta ocasión no bebió con calma y aunque tampoco con avidez, la sangre de Aidara era drenada con más intensidad. Violante tenía los ojos completamente abiertos, viendo el perfil de su amada y estrujando los brazos femeninos. La piel palidecía, el corazón latía con cansancio, la sangre de sus venas era escasa y los gemidos eran más parecidos a lamentos. La voz de Aidara no podía entenderse, era débil y apenas audible para el oído del mortal común.
El príncipe sacó su excitación del cuerpo frágil, consumido por él, moribundo. Sus cabellos habían perdido brillo y los ojos de Aidara se habían ocultado bajo sus párpados. Ya no había pensamientos en Aidara, el corazón dejaría pronto de latir, en ese momento Violante dejó de beber recostándola en la cama. La observó, con detalle, viendo su fragilidad, escuchando sus débiles órganos, con una sonrisa en su rostro, confiando en él, en que no la dejaría morir, en que no se arrepentiría y se libraría de su compromiso. No le fallaría, ella era la mujer a la que más amaba y no la perdería. Ya había perdido a Ainara, no volvería a permitir que se repitiera la situación.
Entonces, mientras aún escuchaba los latidos un terror lo cubrió «¿Y si está es otra ilusión de Tiare, y si esta mujer a la que estoy tomando y volveré inmortal no es Aidara, y si mi amada Aidara ya está muerta?» estaba horrorizado, analizó a la mujer que yacía en la cama, «no, ella es Aidara, Tiare ha desaparecido, la familia se hubiera dado cuenta, ella es Aidara» peleó con su incertidumbre, rasgó su muñeca y la sangre comenzó a caer. Violante tomó la boca de Aidara abriéndola y acercó la sangre para que él líquido que la transformaría en una diosa fuera adhiriéndose a su cuerpo, se fusionara y se formara uno solo.
Percibió las convulsiones internas. Su piel transparente obtuvo un color blanco inmaculado, los cabellos que perdieron brillo se volvieron dorados, los labios casi rojizos obtuvieron un rosa pálido. Aún se escuchaba el latido de su corazón y los órganos, pero éstos muy pronto morirían también. Las uñas de Aidara crecieron haciéndose fuertes, su cuerpo recuperó el volumen que perdió cuando Violante bebió de ella. Las facciones de Aidara se recuperaron, su belleza se había convertido en perfección y entonces abrió sus ojos. Esos ojos azules ahora brillaban como incandescentes, con una luz divina. El proceso aún no terminaba pero ya se había revelado a él la apariencia de su esposa, la vampiro que la acompañaría por el resto de la eternidad. Sondeó una vez más su mente pero ésta ya estaba cerrada a él.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Porque soñé con que serias lo último que mis ojos vieran
Y esperé que fueran tus ojos,
lo primero que al despertar descubriera.
Y esperé que fueran tus ojos,
lo primero que al despertar descubriera.
¿Qué se sentía al morir? Nadie lo sabe, solo los inmortales que una vez han regresado de la muerte han experimentado aquel intenso dolor de perder todo atisbo de mortalidad. Inclusive, su latiente corazón. Y la princesa lo sabía desde un buen principio. No debía de ser agradable morir. No luchar contra la muerte era duro y el cuerpo de la joven se debatía entre la vida y la muerte, escogiendo la última para poder así renacer y velar por el alma de su príncipe. De su amado. Lo único que le importaba y le importaría. Por ello se dejó llevar y confió en que en aquel abrazo en que estaba encerrada, no iba a encontrar la muerte definitiva. Si no todo lo contrario. La liberación de un cuerpo débil, a cambio de una extensa vida al lado de Violante. Quien al despertar no solo sería su amado, esposo y príncipe, sino que también sería su eterno maestro.
Envuelta en su abrazo, sintiendo los sorbos ávidos de su amado, jadeó contra el cuello de él, recostando su cabeza en aquel lugar al que tanto le agradaba acostarse y permanecer horas y horas junto a él. El hueco entre su cuello y hombro, el cual parecía hecho adrede para ella y solo para ella, coincidiendo en él como una pieza de encaje perfecta. Pensó en el amor que le tenía, le envío toda palabra que pudo mientras su consciencia permanecía latiente en ella. Sin embargo no tardó mucho en sentirse pesada. Sus latidos fueron siendo cada vez más leves en lo más hondo de su pecho, su respiración también fue sufriendo altibajos y hasta sintió un extraño dolor en su piel. Hasta que por unos segundos, sintió miedo. La muerte tiraba de ella y ella se resistía pensando en su amado y príncipe que seguía sosteniéndola con cuidado, como siempre había cuidado de ella, con extremo mimo y cariño. Entonces un lejano susurro, como un mero pensamiento con la voz de su amado apareció en su mente y ella se aferró a su voz. Su príncipe se despedía de ella, y ella negada a desaparecer, a aceptar un adiós, reunió sus últimas fuerzas, el único halito de consciencia que le quedaba y pensó en lo que sería sus últimos pensamientos. Las últimas palabras que él escucharía de ella como mortal y probablemente para el resto de sus largas vidas. — Jamás será un adiós, solo es un hasta ahora príncipe mío. Siempre abriré los ojos de nuevo para verte. — Y con el pensamiento de que la última imagen como mortal serían los ojos de su amado, sucumbió al cansancio, a ese dulce calor que se apoderaba de sus huesos y sistemas, ralentizando su vida. Alejándola por unos segundos de él y de sus ojos.
Y allí en esa oscuridad eterna la que procede a la muerte, la princesa lo vio todo. Toda su vida pasó por sus ojos ya cerrados, inmóviles… fríos. Aquellos primeros recuerdos de cuando de niña correteaba por su hogar persiguiendo al perro de la familia. Su primer tropiezo y caída por las escaleras, donde aun raspándose la piel y con lágrimas en los ojos, presentó su mejor sonrisa. La primera vez que subió con miedo a un caballo, sujeta por los brazos de su padre. La transformación de aquella sonriente e inquieta niña hasta la joven educada, dulce y aún sonriente de antaño. Todo había sucedido tan rápido y aunque se hubiera despedido de su familia aquel mismo día, el día más feliz de su vida, ahora en los brazos de aquella apacible muerte volvió a despedirse de ellos a medida que en sus recuerdos iban apareciendo sus rostros. Su amorosa madre y el rígido pero cálido de su padre. Su cariñosa hermana mayor y sus brillantes ojos que parecían ver más allá en los demás. Sus tíos… y finalmente el rostro de su abuela, fallecida años atrás, que le tendía la mano en aquella oscuridad.
Con los sentimientos desbordados al ver a su abuela, tomó su mano sin duda y se dejó llevar junto a ella, observando como todo a su alrededor se transformaba, cambiaba. La antes completa oscuridad era ahora un restaurante vacío. Un salón de baile ausente de color. Aquel lugar le era conocido y moviéndose en aquel espacio, solo le bastó mirar enfrente para encontrarse con que su abuela la llevaba hacia uno de los balcones del lugar. Allí lo entendió todo. Había vuelto al lugar donde había empezado a cambiar su vida y ahora tras despedirse de todos aquella ultima vez, debía volver a su destino. Y el destino había quedado sellado cuando en un balcón de un restaurante meses atrás se había encontrado con Violante. La noche que irremediablemente hizo que su destino fuera a cambiar por completo. El día que jamás cambiaria por nada del mundo y que señalaría su gran cambio.
El balcón que se encontraba tras la cortina roja, estaba segura la separaba de la visión de él, de su presencia y del abrazo que tan bien conocía. Por unos segundos su mirada titubeó hacia su abuela. Hacía tantos años no recordaba su faz que se le hacía imposible separar la vista de ella, hasta que como si su abuela leyera la mente a su nieta y con una dulce sonrisa parecida a la de la misma Aidara, le indicó con un gesto de su cabeza que debía marchar con él. Era hora de despertar. De regresar donde debía de estar. La princesa asintió y soltando lentamente la mano de la de su abuela, volviendo la vista a la cortina de aquel balcón, se dirigió hacia allí con decisión. Dando la espalda a su mortalidad; lo escogía a él por siempre. Deseaba volver a verlo, abrazarse y decirle cuanto le amaba. Por qué ahora viendo sus recuerdos se había dado cuenta de algo primordial. Antes de él, su vida había estado vacía. Solo ahora con él a su lado, el tiempo cobraba sentido. A su espalda, como más se alejaban sus pasos de su abuela, esta iba desapareciendo, hasta que solo quedaron Aidara y la cortina que debía de correr a un lado, para encontrarse con su amado. Nerviosa, sintiendo su corazón aunque moribundo lleno de vida en ese instante, suspiró y con una sonrisa al pensar en que vería sus ojos de nuevo, apartó la cortina… Y al fin, sus azules ojos se abrieron.
Enseguida sus ojos se encontraron con los de él, y aunque sentía como inconscientemente sus labios atrapaban la muñeca ajena, bebiendo de aquello que le devolvía la vida tras cada sorbo. La princesa no pudo apartar sus ojos en ningún instante. ¿Cómo había podido ser tan ciega? Jamás nunca antes la belleza de Violante cautivó tanto sus sentidos. Como realmente ahora le podía ver. El brillo de sus ojos, la suave curva de sus labios escondiendo una sonrisa, la forma en que parecía estar concentrado en ella e incluso el movimiento de su muñeca en sus labios que no pasó desapercibido, y al que Aidara obedeció soltando su muñeca. Ya que a pesar de que aún deseaba más su cuerpo de aquel elixir que le proporcionaba, su mente se encontraba lejos de sus necesidades, donde solo la sensación de estar junto a él, perduraba. El sabor de su sangre que seguía en su paladar... Todo parecía atraparla aún más. Como si de humana hubiese tenido una venda y ahora se la hubiesen quitado. Su Violante... su amado.
— Mi príncipe… — Susurró, terminando por sonreír tras unos instantes de silencio donde solo hizo que contemplarle. Alzó una de sus manos y le acarició una de las mejillas, quedando prendada del tacto y la temperatura. Ahora él ya no era frío para ella. Se encontraban en la misma temperatura. Pero, y entonces… ¿Por qué le latía el corazón? Los vampiros no tenían corazón. Se dijo extrañada sintiendo en su pecho como seguía su órgano vital latiendo, aunque jamás había ido tan lento. — ¿Estoy despierta mi amor… o sigo soñando contigo? — No pudo evitar preguntarle y tras aquella pregunta de sus labios, se recostó en aquella cama y le besó, sellando así su transformación. Probando con aquellos nuevos labios los de su esposo. Respirando, llevándose su aroma con ella, aquel hechizante perfume... antes de que la última parte de la conversión se llevara a cabo y terminara por destruir lo último que quedaba de aquella joven mortal. La que ahora se erguía para su príncipe, como su princesa de la noche.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Una lágrima surcó su mejilla, hubiera deseado que fuera por Aidara pero no fue así. Se lamentó, sintió desprecio de él mismo porque esa lágrima de sangre le pertenecía a Ainara. Y nuevamente a su mente llegó la imagen de Tiare desprendiendo la cabeza de Ainara de su cuerpo como si se tratase de una muñeca de trapo. —Has despertado amor— le dijo y ese hijito de sangre desapareció. No puso resistencia, se dejó guiar por Aidara, dejó que le besara y sintiera su piel. —Se fuerte amor...— rogó en un susurro, se reincorporó y tocó su pecho desnudo, escuchando el corazón que seguía latiendo. —Tu cuerpo está por morir, tu corazón se detendrá, se marchitará y con éste lo harán tus pulmones, el resto de tus sistemas que te hacen mortal. Tu cuerpo querrá respirar, pero no lo percibirás porque sencillamente ya no podrás hacerlo. Nada, más que la sangre será lo que tu cuerpo sienta verdadero— casi le dijo en verso y le dio un beso inocente antes de que la transformación concluyera.
El príncipe la acercó a él, se sentó en el borde de la mesa y mantuvo a Aidara en sus piernas, como si se tratara de una niña pequeña. —Sujétate de mi cuello amor, aquí estaré— quiso darle confianza, y es que aunque no podía ya leerle la mente y le fuera casi imposible percibir su miedo, estaba muy seguro que estaría aterrada, «¿acaso no había anunciado que lo peor estaba por venir?» sí, pero temía un consuelo, él estaría ahí, él no permitiría que le pasara nada y le sonrió igual a la primera sonrisa que le ofreció aquella vez que se encontraron en aquel evento en el Palacio.
La última etapa finalmente se presentó, no podía escuchar nada dentro del cuerpo de Aidara pero en sus gestos sentía propio el dolor de ella. Sintió que se abrazaba con fuerza a él, asegurándose de que no se iría, o al menos él lo creyó así. No supo que tanto tiempo transcurrió, no había sido mucho pero tampoco poco, mas realmente no le importaba. Veía a Aidara sosegarse y eso le tranquilizaba, buscó sus labios para besarla, al principio besos tiernos, luego, llenos de pasión y energía. —Tienes que beber más de mi— le susurró en sus labios y le ofreció su cuello, cuellos que no rechazó.
Cerró sus ojos dejándose llevar por el placer, hacía mucho tiempo que nadie bebía de él por lo que comenzaba a disfrutarlo bastante. —Despacio— balbuceó en un tono romántico, mientras hundía sus dedos en los cabellos dorados. —Deja que la sangre entre libre a tu boca, no la fuerces, bébela con tranquilidad… nadie te presiona, sólo estamos tú y yo…— continuó sin alzar su tono o cambiarlo. Ya le había demostrado un dominio para hacerlo, pero conforme ella bebía comprendió que lo había conseguido porque ya había probado su sangre y aunque la agudeza de sus sentidos le permitían sentir con más detalle el sabor, no dejaba de alejarse de lo que como mortal probó.
Entonces sucedió, Violante abrió los ojos. Vio como ella bebía, como estaba aferrada a él. Contempló esos dorados cabellos y esa piel blanca. Y, a sorpresa de él mismo pensó en Ainara, en el engaño que le hizo Tiare, vio en Aidara la ilusión de Ainara y ese recuerdo quedó expuesto a que Aidara lo captara. El príncipe sintió un terror tan grande que si fuera un mortal su piel se erizaría. Sintió un descontrol en su mismo cuerpo y la sangre que tenía en buena proporción en su cuerpo se apresuró a salir de aquellos orificios hechos por su esposa, el elixir llenó la boca de Aidara lo que hizo que se despejara, la herida sanó inmediatamente manchando muy poco la piel. El príncipe estaba consternado.
Nuevamente llegaron sus recuerdos como golpes a su alma, latigazos asesinos. Era como si la sombra de Tiare lo persiguiera.
“No Tiare, no permitiré que mates a Ainara... Porque la elijo a ella y antes de destruirla tendrás que destruirme a mi y sí lo haces te quedarás sin nada... Prefiero sin dudarlo que mates a Aidara que ver morir a Ainara” sí, aquellas eran las palabras que sonaron por su mente desde la muerte de Ainara, las que pretendió renunciar y que no obstante las tenía tan arraigadas que le era imposible olvidar. La nostalgia lo embargó, cargó a Aidara y la puso sobre la cama mientras él se ponía de pie y caminaba al balcón. No salió, ni siquiera corrió las cortinas, sólo se plantó ahí, con la mirada al suelo y una mano sobre la pared. —Mi bella canario— susurró, Ainara lloraba porque sabía que el príncipe había elegido a Aidara sobre ella, porque no creía que la siguiera amando, porque quería entregarse al capricho del diablo, un capricho que la conduciría a la muerte. Y Violante caminó hasta ella, acarició sus mejillas y acercó sus labios a los femeninos “Sé que no crees en mis palabras... Pero no era mentira cuando te decía te amo... Te amo Ainara, ¡Te amo!” la besó y retó al diablo.
El príncipe no lloró, dejó que el recuerdo se fuera como el viento matutino que él nunca sintió, ni siquiera como mortal.
El príncipe la acercó a él, se sentó en el borde de la mesa y mantuvo a Aidara en sus piernas, como si se tratara de una niña pequeña. —Sujétate de mi cuello amor, aquí estaré— quiso darle confianza, y es que aunque no podía ya leerle la mente y le fuera casi imposible percibir su miedo, estaba muy seguro que estaría aterrada, «¿acaso no había anunciado que lo peor estaba por venir?» sí, pero temía un consuelo, él estaría ahí, él no permitiría que le pasara nada y le sonrió igual a la primera sonrisa que le ofreció aquella vez que se encontraron en aquel evento en el Palacio.
La última etapa finalmente se presentó, no podía escuchar nada dentro del cuerpo de Aidara pero en sus gestos sentía propio el dolor de ella. Sintió que se abrazaba con fuerza a él, asegurándose de que no se iría, o al menos él lo creyó así. No supo que tanto tiempo transcurrió, no había sido mucho pero tampoco poco, mas realmente no le importaba. Veía a Aidara sosegarse y eso le tranquilizaba, buscó sus labios para besarla, al principio besos tiernos, luego, llenos de pasión y energía. —Tienes que beber más de mi— le susurró en sus labios y le ofreció su cuello, cuellos que no rechazó.
Cerró sus ojos dejándose llevar por el placer, hacía mucho tiempo que nadie bebía de él por lo que comenzaba a disfrutarlo bastante. —Despacio— balbuceó en un tono romántico, mientras hundía sus dedos en los cabellos dorados. —Deja que la sangre entre libre a tu boca, no la fuerces, bébela con tranquilidad… nadie te presiona, sólo estamos tú y yo…— continuó sin alzar su tono o cambiarlo. Ya le había demostrado un dominio para hacerlo, pero conforme ella bebía comprendió que lo había conseguido porque ya había probado su sangre y aunque la agudeza de sus sentidos le permitían sentir con más detalle el sabor, no dejaba de alejarse de lo que como mortal probó.
Entonces sucedió, Violante abrió los ojos. Vio como ella bebía, como estaba aferrada a él. Contempló esos dorados cabellos y esa piel blanca. Y, a sorpresa de él mismo pensó en Ainara, en el engaño que le hizo Tiare, vio en Aidara la ilusión de Ainara y ese recuerdo quedó expuesto a que Aidara lo captara. El príncipe sintió un terror tan grande que si fuera un mortal su piel se erizaría. Sintió un descontrol en su mismo cuerpo y la sangre que tenía en buena proporción en su cuerpo se apresuró a salir de aquellos orificios hechos por su esposa, el elixir llenó la boca de Aidara lo que hizo que se despejara, la herida sanó inmediatamente manchando muy poco la piel. El príncipe estaba consternado.
Nuevamente llegaron sus recuerdos como golpes a su alma, latigazos asesinos. Era como si la sombra de Tiare lo persiguiera.
“No Tiare, no permitiré que mates a Ainara... Porque la elijo a ella y antes de destruirla tendrás que destruirme a mi y sí lo haces te quedarás sin nada... Prefiero sin dudarlo que mates a Aidara que ver morir a Ainara” sí, aquellas eran las palabras que sonaron por su mente desde la muerte de Ainara, las que pretendió renunciar y que no obstante las tenía tan arraigadas que le era imposible olvidar. La nostalgia lo embargó, cargó a Aidara y la puso sobre la cama mientras él se ponía de pie y caminaba al balcón. No salió, ni siquiera corrió las cortinas, sólo se plantó ahí, con la mirada al suelo y una mano sobre la pared. —Mi bella canario— susurró, Ainara lloraba porque sabía que el príncipe había elegido a Aidara sobre ella, porque no creía que la siguiera amando, porque quería entregarse al capricho del diablo, un capricho que la conduciría a la muerte. Y Violante caminó hasta ella, acarició sus mejillas y acercó sus labios a los femeninos “Sé que no crees en mis palabras... Pero no era mentira cuando te decía te amo... Te amo Ainara, ¡Te amo!” la besó y retó al diablo.
El príncipe no lloró, dejó que el recuerdo se fuera como el viento matutino que él nunca sintió, ni siquiera como mortal.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
El amor sana cualquier herida.
El amor se hizo para salvar a las personas,
sus almas.
El amor se hizo para salvar a las personas,
sus almas.
Extrañamente no se sentía diferente. No todavía. Y el responsable de aquello era su corazón que aún seguía latiente bajo su pecho. ¿Cómo podía ser que aún lo mantuviera vivo? ¿No había muerto todavía? Con preocupación, aunque no lo reflejaran sus intensos ojos, siguió y aceptó las palabras de su príncipe, entendiendo que aún debía venir lo peor de la conversión. Siendo justo cuando las últimas palabras del príncipe cayeron sobre ella, que sintió los primeros síntomas. — Mi amor… ya viene. — Le avisó. Sentía sus órganos extraños, revolviéndose en su interior, como si su cuerpo por dentro tuviera vida y desataran a correr todos a la vez, en aquel instante. Soltó bruscamente el aire de sus pulmones y agarrándose al cuello de Violante, se abrazó contra él, hundiendo su rostro en su perfecto pecho, agarrándose a él como si fuera su tabla de salvación. Lo que en efecto sentía así. Y como si en aquel estrecho contacto sintiera un poco de paz, dejó que él la rodeara más contra su cuerpo y como pudo aguantó las estocadas del dolor. Intentando siempre no preocupar más a su amado, escondiéndose contra su piel cuando el dolor era demasiado. Ocultándose de aquellos ojos que parecían ver más allá siempre de ella.
No supo cuánto duró aquel infierno, pero su cuerpo tembló y tras unos jadeos al no encontrar aire para poder respirar fue que todo terminó, ocupando ahora los labios de la princesa los besos de Violante, que al verla recompuesta la besó. El dolor sufrido en silencio había sido brutal. Podía recordar el dolor al retorcerse el corazón y detenerse. Aquel microsegundo de muerte y luego la desesperación por el movimiento mecánico de respirar para vivir. El que ahora sería ciertamente innecesario para ella. Más no, para ocultar entre los mortales su condición. Finalmente ya como vampira sintió un palpitante deseo que empezaba por su garganta y terminaba en la boca. Sus encías dolían y aún abrazada a Violante, tras los innumerables besos que le prodigo, inconscientemente recorrió con la nariz la curva de su cuello. Lo Olfateó, lo saboreó en su paladar, imaginó su textura y suspirando contra su piel sintió como los colmillos se desarrollaban alentados por la sed que quemaba su garganta. Gimió haciéndosele imposible resistir mucho más de alimentarse de él. Su cuerpo se lo exigía. Se sentía débil, sin fuerza. Necesitaba de aquel líquido carmesí hasta el punto que al darle el permiso, se recostó contra él y besando primero su cuello con los labios, abrió la boca y sin muchas más ceremonias le mordió.
Una vez agujereó la piel de su amado y sintió su sangre llenarla, profirió un suave gemido. No recordaba haber bebido jamás o comido como mortal, algo parecido a aquello. Hasta las veces que había probado anteriormente su sangre, no habían sido tan especiales como la de ahora. Parecía que aquella sangre hubiera sido creada para ella, para que la degustara. La princesa bebía y parecía no saciarse, deseando más de aquella esencia. Su humanidad se habría resentido de no ser porque de quien se encontraba tomando era de su esposo. Ya antes había bebido de él, lo que justamente hizo que se cegara todavía más. Sin su consciencia reprendiéndola, su naturaleza cobraba vida y en aquel momento la neófita solo deseaba algo; vivir. Sorbiendo una y otra vez, cegándose en su mundo, no fue hasta que las palabras de Violante la hicieron despertar de aquella necesidad, que dejándose guiar por sus dulces palabras, fue mucho más lenta al beber de él. Intento imitarlo, acordándose de como él se había alimentado de ella aquellos últimos meses y rápidamente lo consiguió.
Con los ojos cerrados, completamente abandonada a la sensación de tener una parte de Violante en su interior, disfrutó en silencio de sus caricias hasta que una sensación desconocida, alteró su mente. Una imagen se adueñó de su mente, en la que una joven se mostraba en aquella misma situación que ella. Apenas fue una imagen que vio más de unos pocos segundos, aun así el suficiente tiempo para ver que no era ella. Confundida por aquella visión, sin entender que ocurría, se encontró con los colmillos desclavados del cuello y observando a Violante se dejó cargar hasta volver a la cama, donde se quedó sentada en uno de los laterales sumida en sus propios pensamientos. La imagen había venido desde la posición de Violante. Como si ella viera desde los propios ojos de su príncipe y aquello la asustó. ¿Podría ser aquella otra joven, la chica por la que al conocerse la había confundido? Las dudas se arremolinaron en su cabeza y solo hizo falta voltearse hasta dar con Violante, perfilado contra la luz de la noche y las velas, ante uno de los balcones para que la sospecha tomara certeza en su mente. Su dulce Ainara… Así la había llamado. Y aquella era la joven que había contemplado.
— ¿Qué ocurrió entre vosotros, mi amor? — Se preguntó levantándose para acudir hacia él. Al caminar se sintió tan liviana, que jurando no sentir el peso de su cuerpo, ni el ruido de sus pies contra el suelo, sonrío encandilada por ello. Una suave risa que tardó poco en desaparecer para dar paso a un suspiro contra la espalda de ese hombre que tenía cada parte de su ser en sus manos. Desde su felicidad, hasta su desgracia en tan solo un pobre gesto. Así de cruel era a veces el amor. Sin dirigirle palabra la joven princesa se recostó contra su cuerpo desnudo, abrazándole por la espalda en donde depositó un suave beso en su piel, mientras el príncipe parecía aún ausente, lejos de la alcoba y de ella. — ¿Dónde andas amado mío? ¿Y tu corazón se encuentra aquí conmigo? —De nuevo preguntas que rondaban su mente y que esta vez se guardaría para ella. Con el lazo de la sangre uniéndolos, el uno al otro era imposible que pudiera ya leerle la mente. Con sus labios besó repetidamente la espalda de su amado, intentando despertarlo de aquel estado con su cariño y amor. Sus manos acariciaron su torso en una suave caricia y mordiendo juguetonamente uno de sus hombros con sus finos colmillos, terminó por besar aquel mismo hombro, quedándose simplemente en silencio arropándolo por sus brazos y contacto. Rodeándolo con su amor. — Lo siento, mi amor… — Y quizás sus ojos no fueran mojados por lágrimas de sangre, no obstante su muerto corazón se rompió, se resquebrajó. ¿Podría su amor algún día sanar el dolor de su amado? Ahora que tendría un tiempo infinito para él, esperó y rezó con la fe del corazón, que así fuera. — Siempre estaré aquí para ti… os lo prometo.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Sus recuerdos como pesadillas no dejaban de presentarse, no importara lo hermosos que fueran bajo otras circunstancias, en ese momento sólo eran palabras que le torturaban.
La vio levantar su mano y acariciar su frío rostro. “Llevame contigo… yo lo dejaría todo por ti, porque te amo, te amo Violante… siempre… para el resto de la eternidad” había dicho y tomó la mano del príncipe y la puso sobre su pecho sintiendo su corazón acelerado. “Mi corazón late así por ti, a penas te vi, mi corazón comenzó a latir acelerado… reconociéndote enseguida…” se abrazó a Violante y éste la estrechó “no tienes idea… lo bien que me siento en tus brazos… se siente tan correcto… me siento tan completa” sintió como se acurrucaba y sus manos acariciaron sus dorados cabellos; “llévame contigo, llévame lejos de acá, para siempre, no quiero perderte de nuevo… no quiero volverte a olvidar por favor, llévame contigo, haré lo que sea…” se apartó de él para mirarlo y Violante se perdió en esos ojos azules que habían conquistado y reanimado su corazón, si es que eso era posible.
Las caricias de Aidara apenas fueron perceptibles para él, le llamaban a olvidar pero él no se aferraba a sus recuerdos, ellos se aferraban a él y lo atormentaban.
“Amor… amor mío… dime que me amas… dime que nada ha cambiado entre nosotros, dime que me amarás por siempre, te lo ruego…” decía en gemidos pues Violante se encontraba amando su cuerpo.
Al príncipe se le volvió a partir el corazón, posiblemente ese era el recuerdo que más le dolía, más que ver como Tiare le había arrancado la cabeza.
“Cada día como un tormento me sentía un mortal en agonía pero con la maldición de saber que no moriría, deseaba la muerte, la imploraba pero ésta no se presentaba. No había lugar para nada, no quería que lo hubiera pero entonces llegó ella, me curó y logró darle vida a mi existencia, me recordaba a ti y con los días tu imagen desaparecía y comenzaba a creerme la idea de que realmente nunca exististe… estoy comprometido Ainara y la amo tanto como te amo a ti es por eso que no la puedo dejar, me lo prometí…” y esas palabras destrozaron el corazón de Ainara, Violante había percibido el dolor, sus ganas de gritar, su dolor, su dolor, siempre su dolor, la maldición por la injusticia de quitarle al ser que amaba ¿cómo era posible encontrarle para después perderlo? Pensó Ainara, su dolor, su dolor, siempre su dolor, le faltó el aire, no aceptaba las palabras del príncipe, se sofocaba, era el dolor, el dolor, siempre el dolor, y eso hizo que vendiera su vida a Tiare, la inmortal que se hacía llamar el diablo.
Aidara lo abrazaba, ¿Qué había dicho? No lo supo, su mente aún no estaba con ella mas su cuerpo si y una lágrima surcó la mejilla derecha dejando un hilito de sangre a su paso. Los recuerdos se fueron, cerró sus ojos para corroborar que era un hecho que se habían ido, que estaba con Aidara. Se giró y la miró con ternura. —Te amo Aidara, nunca, nunca lo dudes porque el día que lo hagas destruirás mi muerto corazón— la besó y en besos la llevó hasta la cama. Ella cayó y él la contempló en todo su esplendor, era una diosa, era su diosa, su princesa. Subió a la cama estando sobre ella. —Ahora no eres perfecta… porque ya lo eras amor mío— le volvió a besar y fue acariciando su cuerpo, igual al de él, frío.
—Discúlpame por lo que hice momentos antes, sé que viste algo aunque no sé que es... si quieres decirme algo, preguntarme, hazlo, no te calles—
La vio levantar su mano y acariciar su frío rostro. “Llevame contigo… yo lo dejaría todo por ti, porque te amo, te amo Violante… siempre… para el resto de la eternidad” había dicho y tomó la mano del príncipe y la puso sobre su pecho sintiendo su corazón acelerado. “Mi corazón late así por ti, a penas te vi, mi corazón comenzó a latir acelerado… reconociéndote enseguida…” se abrazó a Violante y éste la estrechó “no tienes idea… lo bien que me siento en tus brazos… se siente tan correcto… me siento tan completa” sintió como se acurrucaba y sus manos acariciaron sus dorados cabellos; “llévame contigo, llévame lejos de acá, para siempre, no quiero perderte de nuevo… no quiero volverte a olvidar por favor, llévame contigo, haré lo que sea…” se apartó de él para mirarlo y Violante se perdió en esos ojos azules que habían conquistado y reanimado su corazón, si es que eso era posible.
Las caricias de Aidara apenas fueron perceptibles para él, le llamaban a olvidar pero él no se aferraba a sus recuerdos, ellos se aferraban a él y lo atormentaban.
“Amor… amor mío… dime que me amas… dime que nada ha cambiado entre nosotros, dime que me amarás por siempre, te lo ruego…” decía en gemidos pues Violante se encontraba amando su cuerpo.
Al príncipe se le volvió a partir el corazón, posiblemente ese era el recuerdo que más le dolía, más que ver como Tiare le había arrancado la cabeza.
“Cada día como un tormento me sentía un mortal en agonía pero con la maldición de saber que no moriría, deseaba la muerte, la imploraba pero ésta no se presentaba. No había lugar para nada, no quería que lo hubiera pero entonces llegó ella, me curó y logró darle vida a mi existencia, me recordaba a ti y con los días tu imagen desaparecía y comenzaba a creerme la idea de que realmente nunca exististe… estoy comprometido Ainara y la amo tanto como te amo a ti es por eso que no la puedo dejar, me lo prometí…” y esas palabras destrozaron el corazón de Ainara, Violante había percibido el dolor, sus ganas de gritar, su dolor, su dolor, siempre su dolor, la maldición por la injusticia de quitarle al ser que amaba ¿cómo era posible encontrarle para después perderlo? Pensó Ainara, su dolor, su dolor, siempre su dolor, le faltó el aire, no aceptaba las palabras del príncipe, se sofocaba, era el dolor, el dolor, siempre el dolor, y eso hizo que vendiera su vida a Tiare, la inmortal que se hacía llamar el diablo.
Aidara lo abrazaba, ¿Qué había dicho? No lo supo, su mente aún no estaba con ella mas su cuerpo si y una lágrima surcó la mejilla derecha dejando un hilito de sangre a su paso. Los recuerdos se fueron, cerró sus ojos para corroborar que era un hecho que se habían ido, que estaba con Aidara. Se giró y la miró con ternura. —Te amo Aidara, nunca, nunca lo dudes porque el día que lo hagas destruirás mi muerto corazón— la besó y en besos la llevó hasta la cama. Ella cayó y él la contempló en todo su esplendor, era una diosa, era su diosa, su princesa. Subió a la cama estando sobre ella. —Ahora no eres perfecta… porque ya lo eras amor mío— le volvió a besar y fue acariciando su cuerpo, igual al de él, frío.
—Discúlpame por lo que hice momentos antes, sé que viste algo aunque no sé que es... si quieres decirme algo, preguntarme, hazlo, no te calles—
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
El amor nos encadena, nos aflige
Nos enloquece… nos enamora.
Por ello es lo más bello que hay en el mundo.
Porque todo lo que sentimos directamente o indirectamente
Está lleno de amor.
El dolor estaba visible en los ojos de la princesa, sabiendo que sus intentos por hacerle volver de allí donde estuviera su amado atrapado, eran en vano. Aun así siguió en su intento, sin ceder a la tristeza o a la desesperación. Abrazada a su espalda, siguió besando su piel, rodeándolo con sus brazos, pensando en cómo borrar aquella joven de la mente de su príncipe. Ella, una joven enamorada del amor y de quien le había hecho sentir aquel anhelo, y había hecho realidad su sueño de amarlo, jamás antes había probado los quehaceres del amor o del cuerpo en otro joven que no fuera él. No sabía que era perder a quien amabas, todo y que en ocasiones, por el comportamiento distante y las escapadas de él pudiese atinar a vislumbrar levemente aquel sentimiento que desgarraba los corazones hasta hacerlos trizas, irreconocibles. ¿Eso le habría pasado a él? Se preguntaba en tanto detenía sus labios sobre aquella fría piel. Nos enloquece… nos enamora.
Por ello es lo más bello que hay en el mundo.
Porque todo lo que sentimos directamente o indirectamente
Está lleno de amor.
Con mucho esfuerzo por no derrumbarse, cuando sentía todos sus sentidos alterados, más intensos y profundos, se calmó dejando que aquellos pensamientos se diluyeran hasta que solo quedara lo importante en su mente. Ella lo había aceptado y lo aceptaba con todo. Tanto con el presente, el glorioso futuro y el doloroso pasado con el que cargaba. Porque aún no se lo quisiera decir, sabía que su desaparición era por ello. A veces el pasado tendía a unirse con el presente y a su amado fuera lo que fuera, le atormentaba. Y en verdad jamás quiso ser la primera en su vida. La primera a la que amara, ya que tras tantos años vividos en su inmortalidad le habría mentido. No obstante, si deseaba ser la última de ellas. La ultima a la que pudiera decirle que la amaba. La ultima a la que amara y con la que terminara quedándose en sus noches oscuras para siempre a su lado.
Con aquellos pensamientos, simplemente se quedó aguardando paciente a que reaccionara a sus toques hasta que volviéndose hacia ella la abrazó nuevamente y atrajo a sus labios, besándola. Llenándola de aquellos besos a los que desesperada se agarró, esperando que ella fuera suficiente para luchar contra las tormentas que amenazaban con destruir su mundo, apenas levantado.
— Tu corazón no está muerto… yo siempre estoy con él. — susurró contra sus labios antes de volver a unirse a ellos con amor y devoción, rindiéndose a sus palabras, al roce inocente de sus cuerpos, a el hambre de su boca. Perdiendo la noción del espacio, terminó cayendo en la cama que había vivido junto a ella una de sus más apasionantes noches y sonriendo con cierta timidez, con un dedo indico a Violante que se acercara a ella. Extrañamente, aún seguía sintiéndose bastante normal. A pesar de su aspecto, de las ansias que tenia de su esposo, de su sangre, por el momento todo quedaba en segundo término cuando se hablaba de él. Sin perder la sonrisa lo acogió, deslizando sus piernas alrededor de las caderas masculinas. Afianzándolo sobre ella, encadenándolo de nuevo a su cuerpo mientras suspirando de placer seguían con aquellos besos.
Sus manos fueron acariciando su fuerte torso y arqueando su espalda para que él pudiera seguir con sus caricias, se pegó más a su cuerpo. — Shhh… — lo silenció en su oído, mordisqueándole con sus finos colmillos de forma provocadora, pero aun así tímidamente bajando por sus mejillas hasta besar su cuello, sin perder aquel toque de humanidad que parecía una segunda piel, en la ahora fría de la neófita. — Os he aceptado con todo… vuestro presente, nuestro futuro y tu pasado. No te preguntare. No necesito saber nada más, más si estás bien. Porque de no estar-lo, permaneceré siempre a tu lado y no te dejaré caer de nuevo en ese abismo, sin mí para alumbrarte el camino de regreso a casa. Pero si estáis bien, si has vuelto conmigo. Si estás aquí… entonces déjame realmente poder amarte sin limitaciones. Como el pintor ama a su musa. Como los príncipes aman a sus princesas.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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