AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
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El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Recuerdo del primer mensaje :
París 1804...
Palacete Vilhjálmur
Palacete Vilhjálmur
Toda una semana no la había visto. El príncipe se había ausentado sin decir palabra, desapareciendo de los ojos que ven más allá del presente de Derek, los fantasmas de Hadewish o el rastreo de Benelope. La incognita de a donde había ido no sólo era la sosobra de la futura princesa de Brucelas, sino de los que se se hacían llamar ahora, “La familia”. Benelope había pasado toda la noche anterior con Aidara intentando tranquilizarla, tenía que confiar en que Violante asistiría al compromiso del que futuros marido y mujer conversaron por tanto tiempo. Por supuesto, Benelope no estaba realmente segura de sí Violante cumpliría a su palabra, pero tenía que confiar en él.
La mañana de la boda llegó y aunque a ningún invitado, incluyendo los padres de Aidara, se les informó de la ausencia del príncipe; una tensión se respiraba en el aire. Se notaba en el rostro de Aidara y en el de Derek. Al medio día el padre solicitó hablar con el príncipe, por supuesto, se le dijo que estaba indispuesto en esos momentos. Violante había cambiado, aquella noche, con la muerte de Ainara él no fue el mismo y no solamente por la tragedia que representó ver como Tiare destrozaba el cuerpo del amor de su vida tan despiadadamente, sino porque en él corría esa sangre poderosa. A partir de ese momento, a su regreso e inclusive antes de su encuentro con Amanda Smith meses después, él consiguió mantenerse despierto todo un día, pasar todo el día con ella, y aunque bajo el total resguardo, su futura esposa se sentía dichosa pese a verlo de vez en cuando triste.
Cuando el reloj estaba por marcar las cuatro Derek tomó a la hermosa novia y la alejó del incomodo recinto en el Palacete donde se le preguntaba por el príncipe. —Aún no puedo ver nada señorita Dupont...— se detuvo pues sus ojos pudieron ver el futuro y observó el arrivo de Crystall en uno de los carruajes del príncipe. El ilusionista sonrió, no porque en ese carruaje viniera precisamente el príncipe, era porque vería a su hermana después de casi un año de separarse. La extrañó, la necesitó pero obedeció a Benelope en todo momento y cuando notó que Aidara lo observaba buscando una respuesta a su cambio de semblante, Derek volvió a cambiar de expresión sintiéndose mal de que quizás ella creyera que veía a Violante.
Cuando comenzó a escucharse un ajetreo en los jardines Derek salió junto a Aidara, el carruaje del príncipe había llegado, tenía las cortinas oscuras bien fijadas ocultando el interior y cuando se detuvo frente a la puerta, los invitados se abrieron camino para que el anfitrión hiciera presencia, el chofer caminó hacía la puerta y al momento de abrirla un hermoso vestido jade se iluminó por los rayos de verano, Louis le ofreció la mano y Crystall, con los cabellos como el oro descendió ostentando un brillo de real. Los presentes comenzaron su saludo, después de todo se trataba de la duquesa de la Haya. Derek se adelantó y cuando ella lo contempló, comenzó a correr y se lanzó a sus brazos. —Te extrañé— dijo ella y Derek la estrechó aún más. —Y yo a ti... ¡hermana!— exclamó lo último para evadir los chismes sobre ellos. Cuando se separaron Crystall caminó hasta Aidara y tras hacerle una reverencia y felicitar su compromiso acortó la distancia. —Él está aquí... en su habitación— le informó y antes de que Aidara pudiera hacer algo la tomó de la muñeca. —Que el novio vea a la novia es de mala suerte, señora Vilhjálmur— dijo y tomándola del brazo izquierdo comenzaron a caminar al interior del Palacete.
Finalmente llegó el alba y con ésta la iluminación del Palacete en el exterior e interior. Las nupcias comenzaron a escucharse y en los jardines apareció el príncipe perfectamente ataviado de negro, con el rostro maquillado para ocultar su palidez en la brillante luna menguante. Llegó ante el altar sobrepuesto y junto a Derek y otros dos esperó la llegada de la novia. La música cambió y en el camino de pétalos que conducían al altar, el padre de Aidara la llevaba hacía el destino que ambos anhelaban. El príncipe giró y la miró por sobre el velo, sabía que lo que había hecho con respecto a desaparecer le había dolido pero él lo necesitó, por fin había enterrado el recuerdo de Ainara y lo ocurrido con Amanda; por fin estaba listo para ella, y sólo ella.
La ceremonia inició, el príncipe en ningún momento volteó a ver a su prometida, escuchó con atención, y rememoró su boda con Benelope, su querida Benelope que se encontraba precisamente ahí, como una de las damas de compañía de la que sería la princesa. –A partir de ahora te entregaré todo de mí... amor– pensó después de dar sus votos nupciales, alzó el velo de su bella Aidara y la besó no como un extraño, no como el prometido, la besó como su esposo. En ese momento ya eran marido y mujer, y nadie, nadie los separaría, de eso se encargaría la familia.
A pesar de todo la velada transcurrió rápidamente y a media noche todos se retiraron dejándoles en su lecho, solos, para pasar la noche por primera vez, compartir la cama y unir sus cuerpos. O al menos eso lo esperaba todo el mundo, todos excepto Violante.
La mañana de la boda llegó y aunque a ningún invitado, incluyendo los padres de Aidara, se les informó de la ausencia del príncipe; una tensión se respiraba en el aire. Se notaba en el rostro de Aidara y en el de Derek. Al medio día el padre solicitó hablar con el príncipe, por supuesto, se le dijo que estaba indispuesto en esos momentos. Violante había cambiado, aquella noche, con la muerte de Ainara él no fue el mismo y no solamente por la tragedia que representó ver como Tiare destrozaba el cuerpo del amor de su vida tan despiadadamente, sino porque en él corría esa sangre poderosa. A partir de ese momento, a su regreso e inclusive antes de su encuentro con Amanda Smith meses después, él consiguió mantenerse despierto todo un día, pasar todo el día con ella, y aunque bajo el total resguardo, su futura esposa se sentía dichosa pese a verlo de vez en cuando triste.
Cuando el reloj estaba por marcar las cuatro Derek tomó a la hermosa novia y la alejó del incomodo recinto en el Palacete donde se le preguntaba por el príncipe. —Aún no puedo ver nada señorita Dupont...— se detuvo pues sus ojos pudieron ver el futuro y observó el arrivo de Crystall en uno de los carruajes del príncipe. El ilusionista sonrió, no porque en ese carruaje viniera precisamente el príncipe, era porque vería a su hermana después de casi un año de separarse. La extrañó, la necesitó pero obedeció a Benelope en todo momento y cuando notó que Aidara lo observaba buscando una respuesta a su cambio de semblante, Derek volvió a cambiar de expresión sintiéndose mal de que quizás ella creyera que veía a Violante.
Cuando comenzó a escucharse un ajetreo en los jardines Derek salió junto a Aidara, el carruaje del príncipe había llegado, tenía las cortinas oscuras bien fijadas ocultando el interior y cuando se detuvo frente a la puerta, los invitados se abrieron camino para que el anfitrión hiciera presencia, el chofer caminó hacía la puerta y al momento de abrirla un hermoso vestido jade se iluminó por los rayos de verano, Louis le ofreció la mano y Crystall, con los cabellos como el oro descendió ostentando un brillo de real. Los presentes comenzaron su saludo, después de todo se trataba de la duquesa de la Haya. Derek se adelantó y cuando ella lo contempló, comenzó a correr y se lanzó a sus brazos. —Te extrañé— dijo ella y Derek la estrechó aún más. —Y yo a ti... ¡hermana!— exclamó lo último para evadir los chismes sobre ellos. Cuando se separaron Crystall caminó hasta Aidara y tras hacerle una reverencia y felicitar su compromiso acortó la distancia. —Él está aquí... en su habitación— le informó y antes de que Aidara pudiera hacer algo la tomó de la muñeca. —Que el novio vea a la novia es de mala suerte, señora Vilhjálmur— dijo y tomándola del brazo izquierdo comenzaron a caminar al interior del Palacete.
Finalmente llegó el alba y con ésta la iluminación del Palacete en el exterior e interior. Las nupcias comenzaron a escucharse y en los jardines apareció el príncipe perfectamente ataviado de negro, con el rostro maquillado para ocultar su palidez en la brillante luna menguante. Llegó ante el altar sobrepuesto y junto a Derek y otros dos esperó la llegada de la novia. La música cambió y en el camino de pétalos que conducían al altar, el padre de Aidara la llevaba hacía el destino que ambos anhelaban. El príncipe giró y la miró por sobre el velo, sabía que lo que había hecho con respecto a desaparecer le había dolido pero él lo necesitó, por fin había enterrado el recuerdo de Ainara y lo ocurrido con Amanda; por fin estaba listo para ella, y sólo ella.
La ceremonia inició, el príncipe en ningún momento volteó a ver a su prometida, escuchó con atención, y rememoró su boda con Benelope, su querida Benelope que se encontraba precisamente ahí, como una de las damas de compañía de la que sería la princesa. –A partir de ahora te entregaré todo de mí... amor– pensó después de dar sus votos nupciales, alzó el velo de su bella Aidara y la besó no como un extraño, no como el prometido, la besó como su esposo. En ese momento ya eran marido y mujer, y nadie, nadie los separaría, de eso se encargaría la familia.
¡¡¡LARGA VIDA AL PRÍNCIPE Y LA PRINCESA¡¡¡
A pesar de todo la velada transcurrió rápidamente y a media noche todos se retiraron dejándoles en su lecho, solos, para pasar la noche por primera vez, compartir la cama y unir sus cuerpos. O al menos eso lo esperaba todo el mundo, todos excepto Violante.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
No solamente sonrió a las palabras, sino también las acarició y las sello en los labios de su esposa. —Que así sea— la volvió a besar. —Cuando mortal dijiste que que era lo que habías hecho para merecerme, ahora yo como inmortal pregunto ¿cuánto me debía el destino que con tu amor me pago?— su voz cándida fue en aumento, el brillo de sus ojos resurgió y una sonrisa pícara se asomó en su rostro jovial. –Estoy aquí amor, siempre para ti- finiquitó con un beso. Después, se mordió el índice derecho y delineó los labios de Aidara con su sangre hasta que la boca de Aidara se abrió y el dedo entró para ser sanada por la lengua de su esposa.
Cerró los ojos sacando el dedo de la boca de Aidara, la besó y en besos bajó por el cuello, entre los senos, el torso, el vientre, hasta llegar al sexo de su esposa. Con aquel índice todavía húmedo describió con la yema el sexo de su mujer, mientras lo contemplaba con adoración. Era de ella, Aidara le pertenecía y solamente él bebería de ella y tomaría su cuerpo. El príncipe besó ambas piernas y miró de reojo a su princesa al tiempo que sacaba su lengua ensangrentada. Las gotas de sangre cayeron en el clítoris y él con su dedo se aseguró de que la sangre le acariciara, su lengua avanzó hasta introducirse en la vagina, ahí esparció su sangre en el interior. La yema de su índice describía círculos en el clítoris, la lengua sanó y la fue sacando lentamente sin detener el movimiento de su dedo. Desde abajo él seguía viéndole, escuchándole. El dedo dejó de tocar el clítoris y en reemplazo la lengua comenzó a lamerle; sus índices acariciaron la intimidad y abrieron los labios vaginales para que las yemas de los dedos recorrieran todo el sexo de su mujer.
Sintió su hombría excitada y eso le hizo actuar con un breve destello de salvajismo, introdujo en su boca el clítoris y comenzó a chuparlo, a arañarlo con sus colmillos a morderlo tiernamente. Sus dedos penetraban el sexo; y los ojos del príncipe se mantuvieron atentos a las expresiones de su Aidara, su mujer, su esposa, su princesa, su todo, su única razón para existir, el sol que Tiare no pudo destruir y al pensar en ese demonio Violante cerró los ojos. No por miedo, o porque estuviese recordando algo, tan sólo fue el hecho de alegrarse porque la situación le haya brindado la presente felicidad y que de él valía que perdurara por siempre, si Aidara sufría no sería de felicidad, ya se lo había prometido, pero ahora, con el clítoris en su boca reafirmaba su juramento y en el sexo de su princesa le dijo que la amaba.
Los dedos abandonaron la intimidad de Aidara, así como la boca el clítoris, Violante se reincorporó buscando besar a su esposa y en el momento en que lo hacía la fue penetrando lentamente, tomando ahora su virginidad como inmortal. Sus brazos se pasaron por debajo de su espalda, una mano subió a la nuca mientras que la otra bajo a las nalgas que estaría por siempre bien definidas. La levantó a él y quedaron sentados, con la hombría en su interior; el príncipe marcó los primeros movimientos de Aidara, pero sólo esos porque ella misma se los apropió y recreo nuevos. Ya no había dolor, la mortalidad se lo había arrebatado, ahora sólo existía placer, un placer que ya no sería el secreto de Violante, no podría ya decirle como gozaba él del sexo como inmortal, porque ahora ella ya lo sabía, hablar en ese momento era absurdo, los gemidos mutuos conversaban.
Cerró los ojos sacando el dedo de la boca de Aidara, la besó y en besos bajó por el cuello, entre los senos, el torso, el vientre, hasta llegar al sexo de su esposa. Con aquel índice todavía húmedo describió con la yema el sexo de su mujer, mientras lo contemplaba con adoración. Era de ella, Aidara le pertenecía y solamente él bebería de ella y tomaría su cuerpo. El príncipe besó ambas piernas y miró de reojo a su princesa al tiempo que sacaba su lengua ensangrentada. Las gotas de sangre cayeron en el clítoris y él con su dedo se aseguró de que la sangre le acariciara, su lengua avanzó hasta introducirse en la vagina, ahí esparció su sangre en el interior. La yema de su índice describía círculos en el clítoris, la lengua sanó y la fue sacando lentamente sin detener el movimiento de su dedo. Desde abajo él seguía viéndole, escuchándole. El dedo dejó de tocar el clítoris y en reemplazo la lengua comenzó a lamerle; sus índices acariciaron la intimidad y abrieron los labios vaginales para que las yemas de los dedos recorrieran todo el sexo de su mujer.
Sintió su hombría excitada y eso le hizo actuar con un breve destello de salvajismo, introdujo en su boca el clítoris y comenzó a chuparlo, a arañarlo con sus colmillos a morderlo tiernamente. Sus dedos penetraban el sexo; y los ojos del príncipe se mantuvieron atentos a las expresiones de su Aidara, su mujer, su esposa, su princesa, su todo, su única razón para existir, el sol que Tiare no pudo destruir y al pensar en ese demonio Violante cerró los ojos. No por miedo, o porque estuviese recordando algo, tan sólo fue el hecho de alegrarse porque la situación le haya brindado la presente felicidad y que de él valía que perdurara por siempre, si Aidara sufría no sería de felicidad, ya se lo había prometido, pero ahora, con el clítoris en su boca reafirmaba su juramento y en el sexo de su princesa le dijo que la amaba.
Los dedos abandonaron la intimidad de Aidara, así como la boca el clítoris, Violante se reincorporó buscando besar a su esposa y en el momento en que lo hacía la fue penetrando lentamente, tomando ahora su virginidad como inmortal. Sus brazos se pasaron por debajo de su espalda, una mano subió a la nuca mientras que la otra bajo a las nalgas que estaría por siempre bien definidas. La levantó a él y quedaron sentados, con la hombría en su interior; el príncipe marcó los primeros movimientos de Aidara, pero sólo esos porque ella misma se los apropió y recreo nuevos. Ya no había dolor, la mortalidad se lo había arrebatado, ahora sólo existía placer, un placer que ya no sería el secreto de Violante, no podría ya decirle como gozaba él del sexo como inmortal, porque ahora ella ya lo sabía, hablar en ese momento era absurdo, los gemidos mutuos conversaban.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: El príncipe y la princesa | Privado +18 | La caída del Príncipe
Muchas veces me hablaron de un destino,
De un sendero que debíamos de seguir y buscar…
Y solo ahora que lo tengo delante, entiendo aquellas palabras.
Al final tomé la decisión correcta,
Mi sendero; era el camino hacia sus besos.
A él.
Nunca antes le había preguntado cómo se sentía la inmortalidad. Que era que el cuerpo nunca jamás envejeciera, que no sufriera las enfermedades mundanas del resto de mortales… que no llegara a cansarse jamás. Y aunque ahora se arrepentía de no haberle preguntado, de no saber más de su nueva condición, en tanto sus labios se encontraban con los de su príncipe entendió que había cosas que aprendería por sí sola, con ayuda de su maestro y amado. Como en aquellos instantes en que su fría sangre se encontraba exaltada, ardiendo en su cuerpo, solo por su príncipe, quien hasta en el roce y la caricia más suave, lograba que el ser al completo de la princesa temblara bajo la promesa candente de su mirada.De un sendero que debíamos de seguir y buscar…
Y solo ahora que lo tengo delante, entiendo aquellas palabras.
Al final tomé la decisión correcta,
Mi sendero; era el camino hacia sus besos.
A él.
Tras sus besos, sintiendo la sangre de su maestro en los labios y en su boca, chupó aquel dedo, sanando con su lengua la herida. Recogiendo así aquella esencia que esperaba jamás perder y con una sonrisa de dicha, y los ojos humedecidos por el placer que adivinaba en los movimientos ajenos, le sintió bajar finalmente tras estremecer todo su cuerpo, deteniéndose en aquella parte de su cuerpo que conseguía hacerla enardecer de aquel placer, que exquisito se colaba en cada una de sus terminaciones nerviosas, y las que provocaban más allá de los graves gemidos y frecuentes suspiros, que su cuerpo anhelará mucho más de lo que él le daba. De lo que para siempre seria suyo.
Ella jadeó sintiendo como los dedos de Violante se abrían paso hacia ella. El dolor que esperó, la leve molestia pasó esta vez inadvertido o quizás solo es que ya jamás sentiría el recuerdo de aquella primera unión de sus carnes. Fuera por lo que fuera, enseguida sus pensamientos dejaron de centrarse para abandonarse al ritmo de los dedos que se deslizaban en su interior. La sangre de él consumada por su cuerpo hacia arder el cuerpo de la neófita en llamas que recorrían su cuerpo. La princesa empezó a arquearse buscando cada vez más su contacto, hasta que sollozando de placer se agarró a las sabanas que cubrían la cama con fuerza. No únicamente usaba los dedos con ella, también la boca parecía haber encontrado el juego perfecto. Gimiendo el nombre de él, echó la cabeza hacia atrás entornando los ojos incapaz de resistir al ataque de su boca en su clítoris, el vaivén era intenso y en ningún momento acalló los jadeos de sus labios entreabiertos, por los que asomados se encontraban sus colmillos incapaces de esconderse cuando sentía que todo su cuerpo se desmoronaba ante el ardiente roce y mordidas que él le predicaba. Le chupaba, le mordía y luego arañaba, volviendo a calmar la zona con su lengua y de nuevo volvía a empezar. Con una cadencia salvaje seguía y su cuerpo ya no encontraba donde afianzarse. Sus manos dejaron de aprisionar las sabanas, para dirigirse a los hombros masculinos cuando él se reincorporó y la besó. Sintiendo el gusto dulce de su intimidad en aquel besó, gimió al tiempo que sentía su sexo aprisionar su miembro, oprimiéndolo y lentamente hundiéndose en él.
Temblorosa lo acogió por completo y besándole, se mordió su propia lengua derramando su sangre en los labios de su príncipe, jugando al mismo juego que él. La sangre del maestro siempre sería ambrosia para sus sentidos. No obstante, también para el maestro el lazo de sangre existía y el exquisito sabor de su hija eterna, era incuestionable. Tanto o más, como que el sol alumbra tras las oscuras noches, el infinito firmamento. Esperando que el príncipe sintiera los efectos de su sangre, empezó a moverse de forma firme en su regazo. Subiendo y bajando en su falo hasta sentir que no quedaba ni un recoveco por llenar. Tras unos minutos besándole, ahogando sus gemidos en sus labios, en su boca, sin pensarlo siquiera lo tumbó de nuevo y rodó con él por la cama hasta terminar contra el suelo. Apenas sintió el golpe que no fue más que una caricia para su piel y una suave risa surgió de su garganta. Jamás se había sentido así. Se sentía esplendida, llena de fuerzas y vitalidad al lado de él y eso la llenaba de dicha. Seguía siendo ella. Siempre sería ella, sólo que ahora mejorada ya que no moriría en unos años. Ahora tendría todos los años por vivir con él, una eternidad si así él deseaba.
Aidara volvió a mover las caderas y de nuevo una descarga de placer la partió. Le sentía tan profundamente anclado en ella que era incapaz de respirar por la plenitud que sentía. Por suerte no le era necesario respirar, solo que aún mantenía aquella actitud mortal y por ello algunas veces dejó de besarle para recuperar aliento y así recorrer con sus labios el cuello de su amado sin hincar los dientes, intentando controlar aquellas ansías que dominaban su cuerpo. Se afianzó a él por completo y tras un movimiento de él sobre ella, echando la cabeza atrás entregándose a los nuevos gemidos, de un momento a otro en un borrón, en apenas un segundo ya no estaban en el suelo, si no la princesa rodeando las caderas de su príncipe, sentada a horcajadas contra una de las paredes de la alcoba mientras que él la sostenía y arremetiendo, la hacía suya. Como suya, para siempre sería.
Aidara Dupont- Vampiro Clase Alta
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