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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Panim Mar Mayo 20, 2014 12:31 am

Silencioso bosque. Su mudez era atravesada por un corazón primitivo. El casuario cazaba presas formidables. El hambre le pedía más y accedía a sus deseos. Sólo actuaba. Avanzaba con esas piernas colosales impulsada por todas las voces que caían de los árboles. Las hierbas de los arbustos más ásperos rasgaban su ser, pero estaban lejos de lastimarla; alimentaba sus deseos de cazar. Era el contraste de los dos olores más notorios de la naturaleza, a vida y a muerte, lo que la volvía insaciable de ese círculo interminable. Su hogar algún día se convertiría en su tumba, en un lecho sin fronteras armado sobre las hojas. ¿Y qué mejor que morir en casa?

Esperaba ese momento en que se uniera de forma irrevocable a los pastos que la habían visto crecer, pero hasta que llegara su hora, gastaría las que tenía custodiando su territorio. Que los humanos no pasaran. Que le dejaran ese pedazo de tierra. Sólo ese pedía para hablarle a su madre: la tierra. Allí, mientras corría tras el jabalí, podía sentirla en el centro de su frente.

Dejar sentar para mí en sombra más oscura tuya. Bendición, bien, mía —aceleraba el paso. Se sentía irremediablemente feliz con el baile de sus plumas cerradas y el tronar de sus patas contra la tierra, adonde pertenecía. Adonde pertenecían todos; sólo que lo habían olvidado— Ilusión no convertir para mí. Panim en lento letargo querer desvanecerse, parte de tú. —pertenecía allí. Nadie se lo quitaría o amenazaría siquiera. Antes devoraría su propio corazón.

El mamífero corría despavorido, con su chillido sepulcral matando silenciosamente el canto de las criaturas a su paso. Era el sonido de la tierra, cuna de las noches de la cambiaformas. La volvía más primitiva. Sus ojos se dilataban de la emoción involuntariamente.

Pero de pronto su olfato le trajo un mensaje de suma urgencia: no era la única yendo tras la presa. Un sonido gutural se le escapó; le fastidiaba que le entorpecieran la cacería. No quería concentrarse en nada más. Así que aceleró el paso para no darle el gusto a la otra criatura, fuera hombre o alimaña, de arrebatarle el sabor de la tierna carne en el pico.

Dio zancadas más alargadas, atravesando el atardecer. La vegetación llegó a ser tan densa en un determinado punto que tuvo que separarla casi con sus patas. Iba. No dejaba vestigio de su pasar con esa carrera que más en correr se traducía en saltos simulando vuelo. El casuario sentía que su aliento era contenido por los árboles. Ni siquiera se dio el tiempo para inhalar el aire nuevamente para identificar mejor a su contrincante. No le importó. Ya fuera que estuviera a un kilómetro o a un paso, no se iría sin haber arrancado la primera lonja de fibra.

Ya casi le rozaba el pelaje al animal cuando sintió la presencia de otro demasiado cerca para su gusto. El plumaje se le erizó.

¡Para Panim comer! —alistó el filo de sus garras.

El eco que de repente había dejado de ser distante sacudió a las bestias, derribando últimas fronteras de la tarde. La presa, el cazador y el anticazador bajo las hojas tibias.
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Mensaje por Keath Roggers Jue Mayo 29, 2014 10:30 pm

“Es sentir libertad en cada una de tus extremidades, hasta que el viento se rompa y tu alma se expanda”
Semanas de claro cansancio eran las que me arrollaban, había empezado ese trabajo nuevo como seguridad en la taberna y como espía en contra de la iglesia, que me dejaba exhausto y las doce horas de hermoso sueño que solía tener no estaban siendo otorgadas. Recordaba los días bajo el suave sol de invierno, cuando tenía frío y me acurrucaba entre mantas en la forma de un gigante labrador café.  Durmiendo, corriendo, comiendo y jugando. Habían sido épocas formidables, pero ahora me sentía un poco mejor conmigo mismo, aquella parte humana, escondida en mi interior, estaba teniendo más actividad y hasta había podido conseguir una hermosa gata para que cuidara de mí en todos los momentos de mi vida. Aunque en ese instante no lo estaba haciendo, ya que era de tarde y estaba buscando alguna pista de las excursiones de los inquisidores. Hacía bastante no sabía nada de ellos, lo cual resultaba muy extraño, siendo que se suponía estarían en pleno arranque. Eso me hacía pensar en que había algo extremadamente raro, en principio, busqué comunicarme con los pájaros de alrededor, todos me decían que realmente no los habían visto, pero yo, como siempre, muy inquieto, no encontré forma de dejarme convencer acerca de ello. Así que me adentré más al bosque, a esas partes que pocas veces había visitado, ya que de alguna manera me resultaban tenebrosas o peligrosas, buscando alguna extrañeza por el lugar.
Pasaron más de tres horas, la tarde empezaba a caer y sin duda alguna no había encontrado rastro de nada, pero mi estómago empezaba a gruñir y mi instinto perruno estaba más activo que nunca. Primeramente me tiré sobre las flores de primavera que inundaban el pasto, las olisqueé hasta que me di cuenta que las estaba dañando a todas y salí huyendo, como si alguien me hubiese retado. Seguí correteando por el bosque, recordé cómo me sentía cuando en Pensilvania todo era “mío” y estaba casi todo el tiempo convertido en un animal junto a mi familia. Me inundó la nostalgia, pero la reprimí con unos ladridos hacía conejos y otras criaturas que parecían casi espiarme.  Moví la colita de un lado a otro cuando escuché el sonido de unos pájaros en los arbustos y con la lengua afuera y empezando a tener mucha hambre y sed, decidí que volvería a comer como lo hacía hace muchos años atrás, cuando no había nadie que me impidiera nada. Había encontrado que el mundo humano y animal eran demasiado diferentes y hasta había llegado a perder la costumbre de la carne cruda en mi organismo. Pero cuando el sonido suave de una presa se acercó, mi cuerpo de Staffordshire terrier se achicó hacia el suelo y mis orejas se elevaron al igual que mi cola.
Sentí la adrenalina y la lengua se me estiró a zancadas, jadeé y cuando escuché el trote del animal salí a buscarlo con extremo deseo, la cadena alimenticia estaba en auge. Empecé a dar saltos, pero algo andaba mal, había más pasos de los necesarios en la misma dirección. Los pastos estaban largos, lo que impedía que pudiese ver correctamente a aquel jabalí que sin duda estaba allí dispuesto a ser la comida de la noche. Pasaron alrededor de cincuenta segundos, cuando el sonido seco de un tercer animal se topó conmigo, mis ojos no mentían, un aura humana estaba presente, el olor suave de la piel y el color intenso del sexo femenino en su presencia me indicó que estaba frente a una cambiaforma. Di gracias a aquella habilidad que tan sabiamente había conseguido, ya que hubiese empezado una pelea con aquel animal de haber sido de otra forma. Pero fue una extraña casualidad, mis dientes y patas se hincaron contra el cuello del jabalí al tiempo que un extraño pájaro de cuello alto parecía agarrar otra parte. No pude verlo bien, el choque se sintió hueco cuando los tres cuerpos dimos contra el tronco de un árbol y las hojas caían tibias y suaves. Las antiguas amortiguaban, las nuevas nos tapaban. Pero estaba muy ocupado como para pensar y comencé a garronear del cuero, lo hice hasta que aquella alma iracunda empezó a esfumarse. —¿Cambiante, estás bien?— Mis ojos buscaron a aquel ser, moví mi cabeza y esperé a que el alma del animal se apague.
Llevaba en mi espalda perruna una bolsa que colgaba por mi pecho, eran las ropas que mantenía en caso de que necesitara convertirme, no quería tener que estar desnudo, ya que no podía estar convertido en un animal todo el tiempo y muchas veces el instinto me hacía transformarme y quería estar preparado para ello, desde aquella vez, donde nos habíamos acurrucado con la gata en forma de dos humanos desnudos… No me podía volver a suceder con nadie más. El estrés salió de mi cabeza con una sacudida enorme de cabeza, que echó babas hacía ambos lados y le ladré para llamar la atención del animal raro. — ¿Qué eres tú? ¿Cómo te llamas? — Indagaba con entusiasmo, con la cola que no paraba de moverse, porque sin duda estaba contento de encontrar a alguien en aquel solitario lugar.

“Es un impulso de relacionarme, es un instinto de supervivencia.” 
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Mensaje por Panim Jue Jul 10, 2014 11:26 am

Hasta que se cumplió la profecía; los dos cambiaformas, mezclando en una presa sus potencias y velocidades, sólo pudieron acabar en impacto contra la naturaleza que los había hecho engañar a los hombres. Panim bufó con ese desagradable sonido aguileño. Miró hacia la presa; ahí estaba, carente de vida al no haber resistido el golpe directamente en la cabeza ni mucho menos el remate de las mandíbulas del cánido. Debía estar contenta, desgarrando la carne con sus garras rápidamente para sentir todavía la sangre caliente del animal corriendo por su esófago hasta abajo, pero le molestaba el cómo se había logrado. No había sido por su intrepidez a la hora de cazar, sino por la improvisada colectividad entre ella y aquella criatura que tan animosamente hacía tintinear su cuerpo.

El olfato le rebeló a Panim que no era tan distinto a ella. Eran piedras de una misma montaña, aunque de polos opuestos. Para las aves, los cánidos siempre arruinaban la diversión con sus colas desordenadas, lenguas jadeantes y ojos desorbitados. No calculaban sus pasos, salvo cuando la necesidad los impulsaba a formar jaurías, que no eran más que un grupo del cual las otras criaturas se debían cuidar, porque harían cualquier cosa para sobrevivir, incluso atacar a inocentes. Pero eso no le molestaba a la casuario; la madre tierra no sabía de culpables o inocentes, sino de fuertes y débiles. Y por eso en parte le puso de mal humor que Keath le saliera al paso logrando darle muerte al jabalí; si hubiera sido una adversaria más de temer, sus cuchillas afiladas hubieran alcanzado el botín antes que los colmillos del perro. Pero no fue así. Fue algo compartido. Ahora tendría también que compartir lo cazado en su propio territorio.

¡Ah! —graznó el ave, inclinando su alargado cuello para manifestar su fastidio al que, ella denominaba, como intruso— ¿Hacer tú qué? ¡Desastre! ¡Mío era! ¡Tuya culpa!

Un montón de mensajes casi inconexos transmitió Panim como una niña a quien acababan de quitarle un dulce, pero a una mozuela muy tenaz. ¿Que si estaba bien? ¡Desde luego que no! Se había burlado de ella en su propio hogar, y ahora le chorreaba agua del hocico con el instinto satisfecho. ¿Y ella? Totalmente ofuscada, con las plumas lisas inusualmente electrificadas. Terminaría tragándose su orgullo para comer, porque el hambre resultaba ser un impulso universal, mucho más grande que el que pudiera generar un depredador lastimado por compartir la comida. Tendría que hacerlo, al fin y al cabo. Que no se le ocurriera a ese perro no probar un bocado y ofrendarle la presa, o le daría una paliza por insultarla de esa manera.

El ave inhaló y exhaló profundamente, intentando bajar su enojo y aceptar que esta vez no le había tocado perder, pero tampoco ganar. Los perros no eran sus criaturas favoritas, pero lo eran más que los gatos. No tenían la soberbia de alguien que a propósito hubiera irrumpido un sitio tan sagrado para ella como lo era aquel, y eso era digno de recibir tal vez no bienvenida, pero sí una oportunidad, o al menos eso le había enseñado el misionero, que en paz descansaba. Aun así, Panim no bajaría la guardia. Nunca lo hacía. Fue por eso que agitó sus alas una vez más, demostrando que estaba sana para pelear, antes de cambiar de casuario a un halcón peregrino, cuyo pico ganchudo era mucho más cómodo para comer.

Panim aquí —infló y desinfló el ave su pecho repetidamente— ¿Quién tú ser? ¿Amigo o enemigo? ¡Decir ahora! Tierra no esperar; Panim tampoco hacer.

Paciente para cazar, pero terriblemente impaciente para indagar en aquellos con quienes se topaba. Podía ser que aquel extraño fuera un cambiaformas como ella, pero tenía rastros de civilización en los que no confiaba, como esa bolsa colgante. ¿Qué llevaba dentro que debía ocultarlo? ¿Qué podía necesitar que no le hubiera dado la tierra al nacer? ¿Lo habían logrado convencer los humanos de que necesitaba cosas innecesarias, al igual que ellos? Estaba a punto de averiguarlo, o él, a punto de decírselo.

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Mensaje por Keath Roggers Miér Jul 16, 2014 1:27 pm

“Son palabras que no tienen pasado, o lo tienen demasiado”
Fueron dos ladridos deseosos los que salieron de mi garganta cuando la mirada ofuscada de aquel extraño pájaro se hacía presente. Evidentemente no le había gustado que me meta en su camino, lo podía notar porque mi instinto me glorificaba las conexiones con los demás animales, pero no me importaba, si me obligaba a darle todo el alimento, se lo daría sin chistar, después de todo no quería meterme en problemas con uno de los míos y no me interesaba pelear a menos que fuese estrictamente necesario. Si por el contrario estaba a favor de compartir la comida se lo agradecería, tenía hambre y salir a buscar otro animal sería completamente molesto, eran difíciles de atrapar y tenía que ser sincero, si ella no hubiese estado allí para dar unos golpes más a ese jabalí, aún estaría luchando para romperle el cuello. Mi cola se movió de un lado al otro, observando sus picoteos y sus aleteos que mostraban molestia, quería olerla por todos lados, pero ella me arrancaría un ojo si lo hacía, di unos saltos alrededor de mí mismo y negué de manera que las mejillas de mi largo hocico revolotearan soltando una cantidad considerable de saliva. — ¡Lo siento! No me di cuenta que estabas corriendo a este, ¿lo compartimos un poquito? —
No fue necesario pedirlo nuevamente, en su aleteo estaba escrito que comiera y me callara, casi me sentí intimidado, pero me reí por dentro, alzando las orejas en punta al igual que la cola que estaba dura hacía arriba al momento que arranqué un pedazo de carne y el tierno sabor se mezcló en mis fauces. Había olvidado el dulce gusto del alimento recién cazado, el calor emanando de aquel alma animal que pasaba a formar parte de la tierra nuevamente, para darnos un poco más de vida a nosotros. Di gracias a los dioses en un movimiento suave de patas, agachándome lento y pausado. Cuando vivía en Pensilvania siempre nos alimentábamos de esa forma, estábamos todo el tiempo convertidos en animales; ella me recordaba a mí en ese entonces, torpe y sin sentido de su parte humana, compenetrada con la naturaleza hasta un punto indefinido. Me temía que olvidase como convertirse en humana, como muchos cambiantes que había conocido en el zoológico o circo. Pero no podía pensar mucho en eso y menos cuando estaba comiendo mi pedazo del animal con tanto énfasis. — ¿Panim? Nombre raro, soy Keath, soy un amigo, compañero también; ¿vives aquí? ¡Te molesté al llegar, me di cuenta! Espero no estés enojada. —Enviaba mensajes del mismo modo que ella, observando sus ojos cada tanto, mientras terminaba de llenar mi barriga y sacaba la lengua con increíble satisfacción. No tardé demasiado en rodar por el suelo y bañar mi cuerpo en tierra, era la forma de expresar mi felicidad.
Pronto quedé sentado en los yuyos que estaban a nuestro alrededor, con las patas delanteras entre las traseras, mirando al animal frente a mí, estaba curioseando algo y no sabía qué. Observé a mí alrededor y no tardé mucho en notar que tenía curiosidad sobre mi bolso. Le ladré y moví mi cabeza a los lados, sacando la lengua al final. —Tengo ropa, para cubrirme cuando voy con los humanos, se quejan si estamos como la naturaleza nos trajo. ¿Has vivido con humanos alguna vez? No pareces muy sociable, ¡hablemos! Estoy caminando hace varios días. Me aburro mucho. — Exageré un poco, pero de poder ser necesitaba que alguien me guíe por esas zonas tan desconocidas para mí. Tenía que encontrar donde se escondían aquellos inquisidores y seguramente ella tenía algún dato para decirme. Aunque a decir verdad toda esa situación aparentaba tan extraña que seguro terminaría haciendo cualquier cosa menos la misión que me había encargado. Verificar la zona y los lugares peligrosos. — ¿Dónde hay agua? — Noté que mi garganta estaba sedienta, mi lengua estaba enrollada y agitada, aunque tenía el estómago lleno la comida estaba entumecida en mi interior. Había olvidado un poco como era estar en ese hábitat, como buscar agua correctamente… Con el paso de los años ese tipo de cualidades se habían apaciguado, me había acostumbrado a la vida de ciudad.

“No temo por situaciones que no tienen salvación, temo por aquello que sí la tiene” 
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Mensaje por Panim Dom Ago 10, 2014 11:58 pm

¿Compartir? Lo odiaba, pero era una alternativa bien recibida si se tenía en la otra pata que el canino se retirase así sin más para que la “pobre avecita esmirriada” alcanzara a comer algo para intentar ponerse a su altura a la próxima. Jamás, y menos en las tierras que consideraba suyas. Conocía cada rama y árbol de memoria, y no quería tener que dejar de frecuentarlos por la vergüenza de la humillación. Así que disminuyó el volumen de su pecho en señal de paz y dio su brazo a torcer. Tendría que ser una tonta si rechazara ese trato. Tan mal de la cabeza no estaba.

Al principio le costó acercarse a probar el alimento, distraída con el extraño ritual que el visitante tenía para comer. ¿Es que por todo tenía que moverse tal disperso? Desde los ojos ansiosos hasta la cola asesina que pendía al final de su espalda tiritona reinaba el derroche de energía. ¿Era posible que un ser así sobreviviera en la naturaleza? El ave giró la cabeza sobre su mismo eje en confusión. No era una criatura demasiado joven ni tampoco anciana. Rondaba su edad, seguramente. Supuso que algo debía tener su manera de hacer las cosas que continuaba con vida. Tal vez su forma no era ni mejor ni peor, sino sólo diferente.

Diferente mí… ¿malo no ser? ¿Eso es? —se preguntó, pero no contestó. El color rojo de la carne invitaba a solucionar las dudas en otro momento.

No supo cómo reaccionar cuando Keath le hizo saber que consideraba extraño su nombre. ¿Y qué se suponía que era normal? Si hablaba de lo cotidiano, lo que solía verse día tras día, ella sólo conocía el bosque. Ahí era la única con nombre, ¿no sería eso suficientemente extraño? Al parecer para el can no, pues se notaba que llevaba un mundo sobre sus hombros mucho más amplio que el de ella. Si él decía que era inusual, debía ser cierto. Y qué bueno. Mientras menos parecida al “hombre civilizado”, mejor. No quería necesitar cosas inútiles. ¿Para qué? ¿Para quitárselo a sus hermanos como el ser humano hacía con los suyos? ¡Pero qué desatino! Había suficiente para todos, ¿por qué acumular?

Poco le faltó para dedicarle una mirada asesina a Keath cuando éste preguntó si estaba enojada, pero con sorpresa la cambiante comprobó que su cuerpo ya no acumulaba la ira del comienzo. Es que nunca se había topado con un cánido de su especie. Era una curiosidad. Si mantenía sus colmillos lejos de su vista, quizás terminaría animándose a olisquearlo. Si no, pues no sería el único revolcándose en la tierra.

Mía era —remarcó mirando a la presa— Pero furia de Panim no con tú; con Panim ser. No alcanzó a tú. —cerró el asunto tragando el último fibroso pedazo esperando que éste la hiciera más fuerte. Estaba claro que tenía que mejorar su dieta si pretendía defender sus terrenos de criaturas más grandes y fuertes.

Recordó Panim al misionero que le había enseñado las palabras que conocía gracias a las lecciones que nunca se completaron. Y su mirada se ausentó por unos segundos, perdida en el callejón en el que lo encontró sin vida. Única vez en que se acercó a la civilización y no volvería. ¿Para qué? No se ofrecería gratuitamente que la mataran por lo que llevaba puesto. Bajó el volumen de su voz cuando volvió a hablar. Era algo doloroso que pretendía ignorar, pero ya que Keath había preguntado, no era posible ocultarlo.

No práctica en hablar. Muchos soles no con… versar. —contestó con sinceridad, asimilando de a poco la última palabra— Sociedad no recibe para mí como para con tú. No gustar trastos; ellos echarán para mí. Tierra sabia; humano tonto. —señaló el bolso de ropa— Ahora Keath seguir para Panim. Recordar olor de agua. ¡Cerca, cerca!

El halcón emprendió un vuelo suave para que su ahora invitado lo siguiera. Emitía sonidos de advertencia a los otros animales que osaran enfrentarlos, demostrando también que estaba sana físicamente y que podría combatirlos si se pasaban del límite. El efecto fue que llegaron al riachuelo más cercano sin contratiempos. Unas cuantas criaturas permanecían allí, pero eran indefensas y no lo suficientemente apetitosas como para corretear tras ellas.


Perro —llamó el ave, pero inmediatamente recordó la importancia que se le daba al nombre y corrigió la palabra empleada— Keath. No querer trastos aquí. —ver a su especie vestida le producía un sentimiento de invasión insoportable. Imaginarlo ya le incomodaba— Cambiante perfecto. ¿Por qué árbol tapar? Bello es. Flores no ser ocultas; Keath no ser escondido. Aquí no.
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Mensaje por Keath Roggers Vie Ago 22, 2014 9:35 pm

“No pasaré más tiempo del debido, acomodaré, cuidaré y atenderé.”
La notaba pensante, sus ojos se fijaban en mi cola. Mi pecho se avivaba con cada uno de mis movimientos estaba con adrenalina por el cuerpo, supe entonces que ella no entendía mi forma de hacer las cosas. Como los gatos que simplemente se arrastraban por los pisos demostrando su hermosura. Solo que en este caso, el ave era rígida, no mostraba querer ser más de los demás, simplemente hacía notar la supervivencia en sus ojos, vivir para la naturaleza, tal como lo hacía mi familia cuando de pequeño vivíamos en Pensilvania, lo mismo me habían enseñado, pero yo solo había aprendido lo esencial, cómo comer, cómo cazar. Luego, en mi vida, la diversión siempre estaba por delante de todo lo demás. Quizá era por eso mismo que estaba vivo y conociendo otras multitudes, las ganas de vivir eran lo que siempre me habían movido hacía el progreso. Me consideraba un semi humano, mientras que ellos se consideraban semi animales. De todos modos y aún con más entusiasmo que el de antes, volví a moverle la cola. Mientras arrebataba un pedazo de carne de mi costado de la presa, mordisqueaba, saboreaba y sacaba la larga lengua, tirándola hacía un costado. — Gracias entonces Panim. Gracias a que no alcanzaste puedo comer, tenía mucha hambre, hace mucho que ando caminando. — Le conversaba observando sus ojos, las frases se intercambiaban mediante nuestros pensamientos, así que procuraba ser lo más suave y dulce que podía, no quería asustarla, ella hasta podría ser una buena guía para aquel bosque que yo poco conocía.
— Entiendo, bueno ahora puedes practicar conmigo un poco. Ohh… ¿Puedes hablar con la tierra? Mi familia lo hacía, podía sentirla, pero yo nunca pude hacer esas cosas, no puedo concentrarme. — Reí deliberadamente saltando con las patas delanteras, con la lengua a rastras de la sed, jadeante, mientras observaba sus plumas tan respingadas y aplastadas en la piel. Rasqueteé para ese entonces la tierra que estaba debajo de mí, volviendo a revolverme y a sacudirme un poco más. Hasta quedar agitado y observé la bolsa que tenía en mi espalda, las ropas que cubrían la naturaleza de mi persona. Era lo que me recordaba a donde pertenecía. Yo era una persona de la ciudad, un hombre que tenía una mujer esperándolo en la casa. Uno como cualquiera, con un trabajo común y bueno… otro no tanto, ya que se trataba de recorrer los lugares y buscar enemigos, tenía que recordar cada una de las partes del bosque, pero al fin y al cabo era simplemente yo, siendo un perro. Debía hacerlo, después de todo, tenía prioridades. — ¡Gracias! ¿Eh? Nada de ropa entonces, Panim. Solo nuestros cuerpos y almas, lo prometo. — Entre un ladrido y un jugueteo le hablaba, hasta que al fin el agua se hizo presente y corrí a ella, tumbando el pequeño bolso con ropa a un lado. Fueron mis patas delanteras las que ahuyentaron a una buena parte de los patitos que había en un costado y las traseras terminaron por hundirse hasta que todo mi cuerpo quedó mojado. Abrí el hocico en un rápido instante. El agua entraba y la tragaba desesperadamente. Hasta que pasados unos mínimos segundos el perro se transformaba en humano.
Me hundía por completo en el riachuelo, salpicaba toscamente, hasta que lentamente las patas se convertían en piernas, peludas y fuertes, marcaban las leves olas con más intensidad que antes. Y luego de unos minutos una cabeza tostada de cabellos oscuros y ojos verdes se hacía presente. — Oh, esto es delicioso, pensé que no podría volver a bañarme nunca más. ¿No te metes? ¿Solo bebes desde allí? — Pregunté curiosamente, al tanto que mis manos pasaban por sobre mi rostro, quitando el exceso, girando para sacudirme un poco. —Esta hermosa el agua, ven, es divertido. — Le sonreí, con esos dientes blancos y filosos que tenía, unos colmillos caninos que mostraban mi verdadera esencia, por poco que fuese, en mi forma humana tenía mucho de un animal o más bien, de un perruno. Principalmente la personalidad agitada y poco controlable. Observé a los lados, ya me había asegurado de no sentir el aroma a humanos cerca. Pero sabía que Panim lo notaría antes de ser así. Parecía una mujer a la que no le agradaban los humanos. —Yo no soy un árbol de todos modos, ¿Esta que parte del bosque es? Dime Panim… ¿Hay humanos cerca de aquí? ¿Se esconden algunos o solo estás tú y los animales en esta área? — Moviendo la cabeza, girándola, mientras me aplastaba sobre la cristalina agua, frotando mi cuerpo, sentía la tierra cubriendo por completo mi piel.

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Dos figuras sombrías bajo las hojas tibias {Keath Roggers} Empty Re: Dos figuras sombrías bajo las hojas tibias {Keath Roggers}

Mensaje por Panim Jue Sep 11, 2014 10:27 am

El fuerte sobrevivía en la naturaleza. Simple, preciso, conciso, y aún así cruel. Consistía en ser permanentemente un ejemplo perfecto de la vigorosidad. El que nacía débil, sólo podía esperar un milagro. La naturaleza no perdonaba la endeblez. No necesitabas de un libro que te lo ilustrase, ni de un tutor que lo instruyese. Estaba ahí, por encima por los álamos y por debajo los escollos. Ni siquiera era necesario buscar. Aunque te escondieras, los ojos ámbar  de las bestias te lo recordaban. Alguien debía prevalecer, y debía dilucidarse a través de la fuerza de la brutalidad. Pero Keath, en parte, no sólo era cambiante, sino también un hombre que había aprendido a vivir en civilización. Panim, aunque lo desconociera, o le fuese demasiado incómodo asimilarlo, también poseía esa cuota de razón en su cuerpo. Y se le escapaba de repente, por ejemplo, al dejar de lado su ira celosa de su espacio. Aún, así, sus músculos se mantenían contraídos, preparada para escapar o atacar de ser necesario. Allí todo se valía.

Pero una parte de ella sintió alivio cuando el perruno, sin reclamos ni ningún tipo, descartó la huella del hombre civilizado de su cuerpo e ingresó al agua tal como debía estar. El ave salvaje sonrió a través de sus ojos, abanicando las alas y dando pequeños saltos con alegría. De pronto, ahí estaba esa belleza que el humano fascinaba esconder, creyendo que hasta eso era de su propiedad cuando era imposible poseer algo tan perfecto. El sacerdote le había hablado a Panim acerca de una fantasía de los más extraña: el “matricidio”, ¿o era “matrimonio”? No recordaba, pero algo había dicho del derecho al cuerpo de la otra persona. ¿Pero qué cosa más rara era aquella? Panim podía entender de pactos perpetuos, de ayuda mutua, de afecto, pero… ¿la propiedad? Ella podía cazar una presa y llevársela, ¿pero hacer eso con otro ser vivo? Eso no se parecía a nada benigno que hubiera conocido. Mas la belleza de la desnudez de los ríos, de los bulbos regordetes cargados de rocío, del musgo que volvía endebles las rocas, ¡del mismo cambiante frente a ella! Por Gaia, ¿cómo se podía cometer tal maldad con algo tan maravilloso? La musculatura, el contorno, ese insultante brío. Ese debía ser el paraíso.

Esa prenda tierra dar para ti. Única Panim decir Keath deber llevar —lo que hiciera fuera de allí ya era asunto suyo, pero en sus terrenos, los cuales eran prestados, bien lo sabía, ahí no tenía nada que ocultar.— “Verdad” comenzar con “ver”.

Siguiendo eso, él también la vería. Una abanicada con sus alas, dos abanicadas, tres, hasta que comenzó a notarse el lienzo ya no de una ave, sino de una mujer. Lo último en desaparecer fueron las alas, que por ilusión óptica parecida que se hubieran ocultado tras su espalda en vez de desvanecerse. Prácticamente brincó hacia el agua, como una niña inexperta, pero sin miedo alguno al cambio de temperatura. Ingresó de una sola vez, empujando juguetonamente a Keath hacia un lado antes de sumergirse. No recordaba hacía cuánto que no jugaba. Cuando emergió sacudió su cuerpo de pies a cabeza, haciendo énfasis en la parte superior de su anatomía, especialmente en sus hombros. Era una escena muy divertida y particular; Keath sacudía la cabeza con destreza mientras Panim hacía los mismo tremolando los brazos y la cintura. Sin importar que se vieran como humanos, el animal que llevaban por dentro continuaba allí, cada uno según sus propias características, sin contención alguna. ¿Era un hombre el que se disfrazaba de animal o era que la criatura hacía uso de un humano camuflaje?

Humano tonto; débil. Convivir no; extermina. No aceptar vida. Vida no, no, ¡no ver humano! —le daban coraje. Hasta los gusanos eran más listos— Pantanos proteger para nos. Aquí venir no. Panim no gustar aroma cuchillos. Panim gustar olor de terrenales.

Un tinte aromático que no había captado antes, salpicó en el olfato de la instintiva blonda, quien al identificarlo torció su cabeza hacia ambos lados, curiosa.

Keath tener hembra. —no conocía bien el sistema de apareamiento de los perros. Los lobos, al menos, conservaban pareja para toda la vida, al igual que los halcones. ¿Y si había adoptado el trato social de los humanos?— ¿Cachorros? —si los tenía, no debía compartir el cuidado de aquellos, como lo hacían los de su especie. Es que recibía la fragancia de la feminidad, pero no así de la infancia.
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Mensaje por Keath Roggers Jue Sep 25, 2014 10:07 am

“No culpes al animal por defenderse, culpa al humano por desafiarlo”


Odiaba bañarme, realmente era algo que hacía muy pocas veces en la semana. Pero esos últimos días de viaje por el bosque habían sido demasiado ásperos. Había decidido recorrerlo por completo, espiando y calculando los lugares donde los vástagos de la Iglesia se asentaban. No solo por aquella oposición que poco a poco parecía no querer dar frutos. Sino para saborear mi propia curiosidad. En un futuro pensaba poder tener una familia enorme, llena de hijos e hijas, que seguramente saldrían con la misma habilidad que teníamos con mi novia. Eso significaba que los niños estallarían en forma diferentes y muy probablemente sin control alguno. Teníamos que buscar un lugar seguro donde convivir, que no sea muy lejos de la ciudad, pero tampoco a la vista de todos. ¿Era una locura? Sí, probablemente sí, más que nada porque siquiera se lo había consultado a Camila. Pero qué más daba, quería soñar y hacerlo muy alto. Saboreé el agua dulce que entraba en mi boca en esos instantes. Mi cuerpo ya era completamente humano y mis manos comenzaron a jugar, salpicando hacía todos lados. No podía quedarme quieto ni un solo segundo, la necesidad de moverme era casi insoportable hasta para mí mismo. — ¿Verdad comienza con ver? Ah, es cierto, entonces ¿tú me puedes mostrar la verdad? — Le cuestioné con sincera curiosidad, todo en mi era fiel a mis creencias, inocente y hasta un poco tonto si se me miraba de una perspectiva más alejada.

Lo cierto es que sabía muy bien mi posición y cuando lo tenía que hacer, podía gastar mi voluntad para estar serio y quieto. Pero eso era realmente aburrido, a decir verdad, ser un humano era aburrido, siempre plagado de preocupaciones éticas y morales. Siendo que podía valerme de los bosques, ¿por qué lo hacía? Quizá curiosidad, eso es lo que más me movía en la vida, debería ser eso y ahora por amor. Al principio, había llegado por el mismo motivo que al final, amor a la esposa que había tenido y ahora nuevamente por la novia que deseaba nunca perder. Claro que ahora era más fácil, la anterior había sido una simple humana, débil a las enfermedades y al paso del tiempo. Pensaba esas cosas, como cualquiera que se escabulle en el pasado cuando se baña, pero pronto todo se desvaneció. La cambiante que estaba frente a mi comenzaba su transformación. La miré, no quería apartar la mirada, ella podría tomarlo como una ofensa, un acto demasiado humano que mezclaba la pureza con el desnudo. Pero en los animales eso no sucedía, así que no hice caso y por el contrario, le tiré agua con ambas manos, dejando fluir una risa un tanto brusca. — ¡Pajarita! ¿Así que no pasan por aquí los humanos? Eso es bueno, últimamente hay algunos que son peores que los comunes. Vienen directamente para matar a personas como tú o como yo. — Le exclamé al tiempo que observaba sus cabellos rubios y como se sacudía mullidamente a un lado y al otro. Volví a mojarla justo cuando terminó por ladear su cabeza. Conocía bien como era eso en los pájaros y sabía que el final era la cabeza y la cola. Así que para molestarla intenté volver a empaparla golpeando el agua con las manos.

— ¿Tener... hembra? ¡Oh, ya entendí! Sí, tengo una hembra, es de la gama de los felinos. Tenemos algunas peleas así que si me ves un rasguño ya sabes, cuando es un lince es realmente peligroso. — Empecé a reír, no era realmente en serio lo de las peleas, eso pasaba muy poco. En general tan solo habíamos discutido una vez y había sido algo tan alejado de la realidad que casi lo podía considerar una pesadilla. Como fuese, me sorprendió que la muchacha lo haya podido notar, seguramente tenía una clara habilidad para los aromas. Lo que en parte me tranquilizaba mucho, me daba la pauta de que podía relajarme en esa área. Por ello me tiré un poco más en el agua, cerrando los ojos. No esperaba que sus siguientes palabras fuesen aquellas. Salté casi disparado hacia el cielo, mis mejillas se tiñeron de un sonrojo que se extinguió al instante y comencé a reír, tan tosco que parecía estar tosiendo. — Aún no, pero ya me pondré en campaña para tener gatitos y perritos. ¿Te gustan los cachorros? — Me acerqué un poco, mirándola con curiosidad y así mismo olisqueé el ambiente. Mi percepción para ese tipo de cosas no era realmente buena, pero apenas podía distinguirla a ella, sin duda no podía dar una hipótesis a si tenía un macho o no, así que me animé a preguntar. — ¿Y tú tienes macho? Aunque por acá no creo que haya muchos como nosotros ¿o sí? Eres la primera con la que me he topado. — Enfaticé con marcada curiosidad, a decir verdad, en Paris los cambiantes no solían vivir como animales. Al contrario de ello vagaban por la ciudad tal y como yo lo hacía. — ¿Nunca has pensado en ir a la ciudad? Quizá allí puedas hacer más amigos. ¿Quieres ser mi amiga? — Le sonreí, mostrando mis dientes de perro acelerado, sin duda si tuviese la cola allí mismo estaría moviéndose para todos lados con locura.

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