AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las Guerras del Opio
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Las Guerras del Opio
Se ha contado a menudo la historia del Comisario Lin, que provocó la primera guerra del Opio. Esta representa el ejemplo clásico de las limitaciones de la honestidad, de la integridad y diligencia al llevar a acabó una campaña para suprimir el tráfico de una droga. Sin embargo Lin creía estar en una buena posición para lograr su objetivo. Tenía cierto poder sobre los comerciantes británicos, porque sabía que no podían permitirse el lujo de arriesgar la pérdida del comercio del té realizado a través de Cantón y se decidió a explotar la autoridad que esto les otorgaba. -“Los comerciantes británicos"- anunció tras su llegada - "deben entregar todas sus existencias de opio.”-
Cuando le ofrecieron la entrega de mil cajas creyendo que eso le apaciguaría, aprovechó la ocasión para demostrar que sabía exactamente la cantidad de opio que poseían y de que hasta que no lo hubiesen entregado todo quedaría suspendido todo comercio con barcos británicos y toda navegación de barcos británicos por aguas del río Cantón.
En ese momento el capitán Charles Eliott, superintendente en jefe de Comercio, casi de milagro, logró llegar a la ciudad. En virtud de su cargo y no viendo otra salida, ordenó que se entregara todo el opio: 20.000 cajas. Lin puso fin al bloqueo, se apropió del opio y supervisó su destrucción. Se mezcló con sal y cal, disuelta en agua y se arrojó al mar. Lin había logrado su primer objetivo; pero no le sirvió de nada.
Elliot también ordenó salir a todos los súbditos de la corona Inglesa y a todos los barcos británicos, con el fin de que no pudieran ser detenidos como rehenes; los comerciantes estadounidenses, la mayoría de los cuales se habían dedicado al tráfico del opio, permanecieron en Cantón para actuar como agentes de los británicos, con el fin de que el comercio del té no quedara interrumpido. El opio que llegaba de la India se desviaba sencillamente a puntos situados a lo largo de la costa, tal como el censor imperial Pu Chi-t’ung había advertido que ocurriría en un memorial enviado al emperador.
Y Lin supo entonces que era incapaz de controlar el contrabando.
Tras la destrucción del opio, pensó realizar una purga entre los funcionarios de aduanas; pero descubrió que la gran mayoría de ellos estaban involucrados en el tráfico del opio. Incluso en los sitios en los que logro que se actuara , esto solo condujo a que los contrabandistas desarrollaran tretas mas ingeniosas para burlarles. A veces se enterraba en los bosques o en los recintos de los templos. Incluso había sido metido en cajas con apariencia de ataúdes y enterrado en tumbas.
Para colmo de sus males, Lin estaba teniendo problemas para reclutar informadores, porque no le servían a menos que conocieran en negocio, en cuyo caso trabajarían para los contrabandistas que siempre podrían pagarles mucho más.
Lo que quedó demostrado es la imposibilidad de la prohibición como forma de suprimir el tráfico de una droga que creaba tanta adicción como el opio.
Los adictos que sentían la necesidad de disponer de ella, pagaban el dinero que el contrabandista les pedía. Si disminuían los suministros debido a la labor más eficaz de las aduanas, subía el precio, permitiendo un mayor margen de beneficio con el cual sobornar a los funcionarios de las aduanas para que se hicieran de la vista gorda. Y como el contrabando estaba tan generalizado, muchos miles de personas, de este los remeros de los “cangrejos rápidos” a los fumadores de opio, tenían el interés común de quebrantar la ley y de proteger a los que la quebrantaban.
Allí donde estaban involucrados funcionarios o ciudadanos respetables, existían oportunidades para la extorsión y para el chantaje; y cuanto más duros eran los castigos penales por los delitos del opio, mayor era el riesgo de que los involucrados en ellos cometiesen actos de violencia incluso de asesinato, antes de permitir que se les detuviera.
Todo esto lo aprendió Lin en los meses que transcurrieron entre la marcha de los británicos de Cnatón y la llegada de la fuerza expedicionaria que Elliot había pedido para castigar al comisario por su osadía.
La fuerza británica incluía lo que Lin describió como: “Barcos con ruedas de carro, que ponen los ejes en movimiento por medio de fuego y pueden moverse a gran velocidad” . El detalle más importante de estos barcos de vapor era que podrían moverse con el mar en calma o en contra del viento. Sin embargo no perdieron el tiempo subiendo río arriba hacia Cantón; se dirigieron más al norte para presionar directamente sobre Pekín.
Lin que había gozado del favor imperial, fue bruscamente depuesto y enviado al exilio. Su error, tal como lo había observado el censor Pu, radicó en el hecho de imaginar que la amenaza de interrupción del comercio legal británico sería suficiente para acabar con el tráfico de opio.
De hecho el trafico no se vió seriamente afectado ni antes ni durante la subsecuente guerra que el imperio Chino perdería un par de años más tarde, cuando se les obligó finalmente a aceptar las condiciones impuestas por los británicos. Hacia esa época ya había quedado reestablecido el tráfico del opio.
Que por cierto era con mucho el artículo comercial más rentable que importaban a China.
Cuando le ofrecieron la entrega de mil cajas creyendo que eso le apaciguaría, aprovechó la ocasión para demostrar que sabía exactamente la cantidad de opio que poseían y de que hasta que no lo hubiesen entregado todo quedaría suspendido todo comercio con barcos británicos y toda navegación de barcos británicos por aguas del río Cantón.
En ese momento el capitán Charles Eliott, superintendente en jefe de Comercio, casi de milagro, logró llegar a la ciudad. En virtud de su cargo y no viendo otra salida, ordenó que se entregara todo el opio: 20.000 cajas. Lin puso fin al bloqueo, se apropió del opio y supervisó su destrucción. Se mezcló con sal y cal, disuelta en agua y se arrojó al mar. Lin había logrado su primer objetivo; pero no le sirvió de nada.
Elliot también ordenó salir a todos los súbditos de la corona Inglesa y a todos los barcos británicos, con el fin de que no pudieran ser detenidos como rehenes; los comerciantes estadounidenses, la mayoría de los cuales se habían dedicado al tráfico del opio, permanecieron en Cantón para actuar como agentes de los británicos, con el fin de que el comercio del té no quedara interrumpido. El opio que llegaba de la India se desviaba sencillamente a puntos situados a lo largo de la costa, tal como el censor imperial Pu Chi-t’ung había advertido que ocurriría en un memorial enviado al emperador.
Y Lin supo entonces que era incapaz de controlar el contrabando.
Tras la destrucción del opio, pensó realizar una purga entre los funcionarios de aduanas; pero descubrió que la gran mayoría de ellos estaban involucrados en el tráfico del opio. Incluso en los sitios en los que logro que se actuara , esto solo condujo a que los contrabandistas desarrollaran tretas mas ingeniosas para burlarles. A veces se enterraba en los bosques o en los recintos de los templos. Incluso había sido metido en cajas con apariencia de ataúdes y enterrado en tumbas.
Para colmo de sus males, Lin estaba teniendo problemas para reclutar informadores, porque no le servían a menos que conocieran en negocio, en cuyo caso trabajarían para los contrabandistas que siempre podrían pagarles mucho más.
Lo que quedó demostrado es la imposibilidad de la prohibición como forma de suprimir el tráfico de una droga que creaba tanta adicción como el opio.
Los adictos que sentían la necesidad de disponer de ella, pagaban el dinero que el contrabandista les pedía. Si disminuían los suministros debido a la labor más eficaz de las aduanas, subía el precio, permitiendo un mayor margen de beneficio con el cual sobornar a los funcionarios de las aduanas para que se hicieran de la vista gorda. Y como el contrabando estaba tan generalizado, muchos miles de personas, de este los remeros de los “cangrejos rápidos” a los fumadores de opio, tenían el interés común de quebrantar la ley y de proteger a los que la quebrantaban.
Allí donde estaban involucrados funcionarios o ciudadanos respetables, existían oportunidades para la extorsión y para el chantaje; y cuanto más duros eran los castigos penales por los delitos del opio, mayor era el riesgo de que los involucrados en ellos cometiesen actos de violencia incluso de asesinato, antes de permitir que se les detuviera.
Todo esto lo aprendió Lin en los meses que transcurrieron entre la marcha de los británicos de Cnatón y la llegada de la fuerza expedicionaria que Elliot había pedido para castigar al comisario por su osadía.
La fuerza británica incluía lo que Lin describió como: “Barcos con ruedas de carro, que ponen los ejes en movimiento por medio de fuego y pueden moverse a gran velocidad” . El detalle más importante de estos barcos de vapor era que podrían moverse con el mar en calma o en contra del viento. Sin embargo no perdieron el tiempo subiendo río arriba hacia Cantón; se dirigieron más al norte para presionar directamente sobre Pekín.
Lin que había gozado del favor imperial, fue bruscamente depuesto y enviado al exilio. Su error, tal como lo había observado el censor Pu, radicó en el hecho de imaginar que la amenaza de interrupción del comercio legal británico sería suficiente para acabar con el tráfico de opio.
De hecho el trafico no se vió seriamente afectado ni antes ni durante la subsecuente guerra que el imperio Chino perdería un par de años más tarde, cuando se les obligó finalmente a aceptar las condiciones impuestas por los británicos. Hacia esa época ya había quedado reestablecido el tráfico del opio.
Que por cierto era con mucho el artículo comercial más rentable que importaban a China.
Rahman Al'Ramiz- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/04/2012
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