AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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|| Noche... Que Conduce al Destino || Privado ||
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|| Noche... Que Conduce al Destino || Privado ||
Nocturno es el manto que recubre el firmamento atestiguado en los suelos de París, Francia. Específicamente en sus lejanías donde muy a duras penas esos rayos platinados del astro lunar logran tocar puesto que entre colinas y extensos campos el oleaje de vientos parecen ser los únicos habitantes del bello marco escénico… Hasta ahora.
En un reflejo contra la luz de la luna se puede apreciar una figura amorfa que se transporta con velocidad por los senderos de la zona, a toda prisa va moviéndose pues cuida la agilidad para hacerlo debido a que detrás de él pareciese ser una horda de guardias que a punta de fuego así como espadas van maldiciendo su nombre y proclamando autoridad para que éste ser se detenga; por supuesto, no lo hace.
Entre árboles y con lo que se puede llamar suerte –o destino- se encuentra contra una muralla alta, ahí mismo unos arbustos le sirven de escondite para frenar su paso y dejar pasar de largo a los miembros de la autoridad –Esos tíos no podrían coger un resfriado ni siquiera en invierno- sus palabras delatan un acento extranjero y la iluminación de plata pronto muestra la silueta del joven con voz gruesa.
Alto cerca de uno y noventaicinco metros, pantalones y camisa en tonalidad oscura que se arropa con una fina capa del mismo tono. Sin embargo, el detalle yace en su rostro pues es un antifaz azabache el que obstruye con su identidad, dejando solamente una mirada marrón como característica singular de su mueca.
Así pues, éste decide levantarse y dar un paso al frente confiado de que ha perdido a los despistados, pero cual ironía, un último guardia aparece tras él, apuntándole con su fusil en la espalda y renegando para que se rinda -¿Qué ustedes salen de todos lados? Aléjate ahora mismo y prometo que no te haré nada- una carcajada por parte de su ahora contrincante hacen que el buscado suelte un suspiro profundo y con pesadez.
–Tú lo pediste- y sin más, alzando ambas manos como simulación de rendición simplemente pasa a flexionar sus piernas para ejercer un potente salto en solo un instante, utilizando la pared ante él como soporte para ganar extra altura y así girar sobre su propio eje desprendiendo una potente patada contra el rostro de su acosador.
Fulminante impacta en la quijada del uniformado, haciéndolo caer inconsciente en el suelo –Buenas noches, gilipollas- con un gesto sarcástico hace una mímica con su mano diestra en señal de despido, sin embargo poco es el tiempo que transcurre para escuchar como los gritos vuelven a empezar a acercarse ya que parece que le han escuchado.
-¡Oh, vamos!- y con una sonrisa ladina ajusta bien a su cinturón una bolsa café, que parece resguardar un motín –Piensa, piensa, piensa- y cual iluminación divina, este no tarda en percatarse de aquellas paredes frente a él, por ello, decide escalar ayudado de un árbol para cruzar al otro lado, cayendo en un extenso jardín donde una magnificencia de recinto se visualiza ante sus ojos.
Desconfiado comienza a caminar hasta adentrarse en el terreno, el cual parece ignorar sobre a quién le pertenece pues al utilizarlo como método de salida –o refugio- ignora totalmente la leyenda enmarcada con el apellido “Destutt de Tracy” sobre la placa del portón principal a sus espaldas.
Una aventura, una salida.. ¿O quizás sea el destino?
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: || Noche... Que Conduce al Destino || Privado ||
Jamás era ajena a los ruidos en su mansión. Conocía todos y cada uno de los movimientos de los sirvientes, hasta el horario en el cuál crujía cada madera. Bárbara era metódica y una obsesiva del control. Necesitaba tener todo bajo su mando, hasta aquello que no podía dominar, como la naturaleza; para ello existía la precaución. Nada escapaba de su instinto, ni de su olfato, al menos no bajo su techo, el cual consideraba sagrado. Era lo más propio, además de sus propios fantasmas, que había poseído en toda su vida. Los trabajadores estaban a sus órdenes, las rutinas las imponía ella misma, y hasta tenía reglas para con su propia persona. No importaba si su día de trabajo había sido pesado, ella supervisaba cada tarea antes de ir a la cama, y aún en su descanso, se mantenía alerta. Claro estaba que, la patrona, jamás descansaba; y eso era algo que todos los sabían y, quizá por ello, los casos en los que ocurría algún error, eran sumamente esporádicos, si no inexistentes. A la viuda era una de las pocas cosas que le generaba satisfacción: el orden y la disciplina con la que todos se manejaban. Todos conocían sus tareas, cada uno sabía qué hacer, y ella podía descansar en sus tres empleados de confianza, que eran sus ojos, su voz y su consciencia cuando ella no estaba disponible o se encontraba fuera de la residencia.
Abrió los ojos de par en par cuando escuchó el ladrido de sus perros. Apoyó su mano derecha sobre la cabeza del weimaraner de nueve meses que le había regalado un duque alemán con el cual había cerrado un negocio tiempo atrás, descendiente del creador de la raza, de la casa de Sajonia-Weimar-Eisenach. El animal se había convertido en el nuevo mimado de Bárbara, y dormía en su alcoba, a pesar de que la mujer tenía cierta aprensión por el desorden de su habitación, siempre y cuando éste no fuera provocado por sus mascotas, ellos eran los hijos que la vida no le había dado ni le daría. A pesar de la corta edad, el can paró las orejas y gruñó levemente; se tranquilizó con el tacto de su ama, que lo acarició con suavidad, y le susurró una orden para que se quedara callado. Sabía que los otros cuatro, si bien no rondaban el patio, no permitirían que nadie entrase. Sus ladridos advertirían a la guardia de que alguien podría estar rondando la mansión, y despertaría a algún descuidado que no se protegía de Morfeo.
Volvió a recostarse, y en su mente lanzó una maldición. Jamás se atrevería a decirla en voz alta. Le costaba conciliar el sueño, y cualquier sonido que escapase de lo cotidiano, la despertaba; como aquella noche. Cuando las pesadillas la apremiaban, despertaba a su doncella, la cual iba en busca del mayordomo, que le preparaba un té que la relajaba, mas no volvía a entregarse al descanso, y podía pasar una jornada entera bebiendo café y trabajando. Bárbara era abnegada, no a un hombre, sino a los negocios que le habían sido heredados. Y, si bien se cansaba y, en ocasiones, su propio cuerpo le pedía una pausa, su autoexigencia le impedía cualquier flaqueza, y continuaba con el papelerío, con el análisis, con las reuniones y con los viajes. Era consciente de que necesitaba dormir, por ello, se molestaba profundamente cuando algo corrompía las pocas horas en las que conseguía que sus músculos se liberasen de tensiones y su cabeza abandonara la autómata en la que se convertía cuando se trataba de sus responsabilidades. Pero no podía negarlo, lo disfrutaba y la llenaba de satisfacciones.
—Leithund, no quieren dejarnos tranquilos —murmuró la viuda, apretando sus sienes con ambas manos, al volver a escuchar el ladrido de los guardianes. Se puso de pie y se envolvió en la bata de seda azul plomo que colgaba sobre su sillón. —Ven, acompáñame, veremos qué hacen los ineptos que trabajan para mí. —Sabiendo que no era la primera vez que alguien lograba meterse en su residencia, antes de salir, tomó el arma que descansaba en el cajón de su mesa de luz. No la tenía cargada, pero le daba seguridad la frialdad y el contacto suave. Leithund caminó a su lado dando pequeños saltos, mordisqueándole el cinturón, aunque, al percibir un ruido que, para el oído humano era imposible, nuevamente paró las orejas y alzó la pata derecha, en posición de caza. Era un ejemplar espléndido y se sentía verdaderamente afortunada de poseerlo, no sólo por su belleza, sino por la versatilidad de su personalidad a pesar de la corta edad. — ¿Alguien está adentro? —susurró al animal desde la punta de la escalera. Se aferró a la baranda, pero no se atrevió a bajar. Bárbara era valiente, pero no tanto para arriesgar su vida; pagaba muy bien para que otros lo hicieran por ella.
Abrió los ojos de par en par cuando escuchó el ladrido de sus perros. Apoyó su mano derecha sobre la cabeza del weimaraner de nueve meses que le había regalado un duque alemán con el cual había cerrado un negocio tiempo atrás, descendiente del creador de la raza, de la casa de Sajonia-Weimar-Eisenach. El animal se había convertido en el nuevo mimado de Bárbara, y dormía en su alcoba, a pesar de que la mujer tenía cierta aprensión por el desorden de su habitación, siempre y cuando éste no fuera provocado por sus mascotas, ellos eran los hijos que la vida no le había dado ni le daría. A pesar de la corta edad, el can paró las orejas y gruñó levemente; se tranquilizó con el tacto de su ama, que lo acarició con suavidad, y le susurró una orden para que se quedara callado. Sabía que los otros cuatro, si bien no rondaban el patio, no permitirían que nadie entrase. Sus ladridos advertirían a la guardia de que alguien podría estar rondando la mansión, y despertaría a algún descuidado que no se protegía de Morfeo.
Volvió a recostarse, y en su mente lanzó una maldición. Jamás se atrevería a decirla en voz alta. Le costaba conciliar el sueño, y cualquier sonido que escapase de lo cotidiano, la despertaba; como aquella noche. Cuando las pesadillas la apremiaban, despertaba a su doncella, la cual iba en busca del mayordomo, que le preparaba un té que la relajaba, mas no volvía a entregarse al descanso, y podía pasar una jornada entera bebiendo café y trabajando. Bárbara era abnegada, no a un hombre, sino a los negocios que le habían sido heredados. Y, si bien se cansaba y, en ocasiones, su propio cuerpo le pedía una pausa, su autoexigencia le impedía cualquier flaqueza, y continuaba con el papelerío, con el análisis, con las reuniones y con los viajes. Era consciente de que necesitaba dormir, por ello, se molestaba profundamente cuando algo corrompía las pocas horas en las que conseguía que sus músculos se liberasen de tensiones y su cabeza abandonara la autómata en la que se convertía cuando se trataba de sus responsabilidades. Pero no podía negarlo, lo disfrutaba y la llenaba de satisfacciones.
—Leithund, no quieren dejarnos tranquilos —murmuró la viuda, apretando sus sienes con ambas manos, al volver a escuchar el ladrido de los guardianes. Se puso de pie y se envolvió en la bata de seda azul plomo que colgaba sobre su sillón. —Ven, acompáñame, veremos qué hacen los ineptos que trabajan para mí. —Sabiendo que no era la primera vez que alguien lograba meterse en su residencia, antes de salir, tomó el arma que descansaba en el cajón de su mesa de luz. No la tenía cargada, pero le daba seguridad la frialdad y el contacto suave. Leithund caminó a su lado dando pequeños saltos, mordisqueándole el cinturón, aunque, al percibir un ruido que, para el oído humano era imposible, nuevamente paró las orejas y alzó la pata derecha, en posición de caza. Era un ejemplar espléndido y se sentía verdaderamente afortunada de poseerlo, no sólo por su belleza, sino por la versatilidad de su personalidad a pesar de la corta edad. — ¿Alguien está adentro? —susurró al animal desde la punta de la escalera. Se aferró a la baranda, pero no se atrevió a bajar. Bárbara era valiente, pero no tanto para arriesgar su vida; pagaba muy bien para que otros lo hicieran por ella.
Bárbara Destutt de Tracy- Humano Clase Alta
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Re: || Noche... Que Conduce al Destino || Privado ||
La caminata nocturna se apodera del marco escénico con un hombre de negro que cruza de manera sigilosa los jardines principales de aquella mansión. Sus movimientos fugaces y extremadamente cuidadosos pareciesen ser no suficientes para pasar desapercibido en un cien por ciento pues irónicamente logra llegar hacia el jardín trasero donde es recibido por nada más y nada menos que… Cuatro canes.
-¡Por Satanás!...- dice en susurro con todo aire de cinismo, observando tras su antifaz la posición de cuatro perros de razas evidentemente finas pero que dejando esto en segundo plano, el protagonismo se centra en su enorme tamaño -¿Qué sigue?... ¿Un cachorro bravo?- sonríe ladino para él, siendo acechado por los guardianes.
Con sus ladridos feroces y a todo volumen acosando al español, éste no tarda en improvisar un poco, tomando de su cinturón una cerbatana otorgada por uno de los clanes gitanos con los que viajó por España, empezando a cargarle con unas agujas especiales –Detesto esto…- da un paso atrás cuando el que parece ser el Macho Alfa hace lo mismo, acorralándolo contra la pared –El efecto no duraría más que solo horas… Sin embargo…- y entonces, el animal se lanza contra él.
Rosa Negra en un reflejo coloca su antebrazo recibiendo una profunda mordida que en instantes desgarra su piel, sin embargo, ahoga el grito de dolor y simplemente con destreza se las ingenia para lograr soplar su diminuto artefacto, impactando el cuello del bravo que cae en solo segundos totalmente dormido.
-Esto dejará mancha- se queja aun sin perder su pésimo sentido del humor –Pero… ¿Qué?- los otros tres canes se lanzan al mismo tiempo, por lo que un salto se ejecuta con sus piernas, girando de manera maestra por los aires para dejarlos pasar de largo y con esto decide disparar un total de tres agujas que fungen como somníferos de manera exitosa.
-Por ahora esto detendrá a los perritos…- deja salir un quejido al sentir el hilo de sangre correr por su extremidad –Debo de curar esto o al menos parar el sangrado- se dice para así acercarse a una de las puertas traseras, donde con calma se arrodilla una vez que se percata que yace cerrada.
Sus manos buscan con calma un par de herramientas que le permiten introducirlas en la cerradura, por lo cual sin mucho esfuerzo logra abrir para introducirse en la mansión… Perseguido por la guardia, acosado y mordido por perros… ¿Qué más la falta para adornar la noche del ladrón más famoso de Francia?
Cual sombra se desliza por el piso principal, adentrándose entre las tinieblas para usarlas como aliadas y así evitar ser descubierto, buscando algo para curar su mano.
-Debes estar bromeando- susurra una vez que escucha un quinto perro ladrar, como si supiera de su llegada y esta vez no pareciese estar solo –Creo que no me queda más que actuar- se dice con pesadez, idealizando ya el plan de escape cuando de pronto, por la pérdida de sangre siente como el conocimiento casi se le va y torpemente tropieza con un jarrón, cayendo al suelo.
-Agh… N… No- se dice para así esperar las consecuencias de su estúpido accidente, aquel que deja como resultado un sonoro estruendo al tener la vasija rota a su lado
-¡Por Satanás!...- dice en susurro con todo aire de cinismo, observando tras su antifaz la posición de cuatro perros de razas evidentemente finas pero que dejando esto en segundo plano, el protagonismo se centra en su enorme tamaño -¿Qué sigue?... ¿Un cachorro bravo?- sonríe ladino para él, siendo acechado por los guardianes.
Con sus ladridos feroces y a todo volumen acosando al español, éste no tarda en improvisar un poco, tomando de su cinturón una cerbatana otorgada por uno de los clanes gitanos con los que viajó por España, empezando a cargarle con unas agujas especiales –Detesto esto…- da un paso atrás cuando el que parece ser el Macho Alfa hace lo mismo, acorralándolo contra la pared –El efecto no duraría más que solo horas… Sin embargo…- y entonces, el animal se lanza contra él.
Rosa Negra en un reflejo coloca su antebrazo recibiendo una profunda mordida que en instantes desgarra su piel, sin embargo, ahoga el grito de dolor y simplemente con destreza se las ingenia para lograr soplar su diminuto artefacto, impactando el cuello del bravo que cae en solo segundos totalmente dormido.
-Esto dejará mancha- se queja aun sin perder su pésimo sentido del humor –Pero… ¿Qué?- los otros tres canes se lanzan al mismo tiempo, por lo que un salto se ejecuta con sus piernas, girando de manera maestra por los aires para dejarlos pasar de largo y con esto decide disparar un total de tres agujas que fungen como somníferos de manera exitosa.
-Por ahora esto detendrá a los perritos…- deja salir un quejido al sentir el hilo de sangre correr por su extremidad –Debo de curar esto o al menos parar el sangrado- se dice para así acercarse a una de las puertas traseras, donde con calma se arrodilla una vez que se percata que yace cerrada.
Sus manos buscan con calma un par de herramientas que le permiten introducirlas en la cerradura, por lo cual sin mucho esfuerzo logra abrir para introducirse en la mansión… Perseguido por la guardia, acosado y mordido por perros… ¿Qué más la falta para adornar la noche del ladrón más famoso de Francia?
Cual sombra se desliza por el piso principal, adentrándose entre las tinieblas para usarlas como aliadas y así evitar ser descubierto, buscando algo para curar su mano.
-Debes estar bromeando- susurra una vez que escucha un quinto perro ladrar, como si supiera de su llegada y esta vez no pareciese estar solo –Creo que no me queda más que actuar- se dice con pesadez, idealizando ya el plan de escape cuando de pronto, por la pérdida de sangre siente como el conocimiento casi se le va y torpemente tropieza con un jarrón, cayendo al suelo.
-Agh… N… No- se dice para así esperar las consecuencias de su estúpido accidente, aquel que deja como resultado un sonoro estruendo al tener la vasija rota a su lado
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: || Noche... Que Conduce al Destino || Privado ||
El estruendo que, desde su lugar le llegó lejano, le alteró los nervios. Ya no le cabían dudas de que un extraño había invadido la paz de su hogar. No era la primera vez que algo como aquello sucedía, y se preguntó si alguien estaba intentando burlarse de ella sobornando a los empleados encargados de la seguridad. Regresó corriendo a su habitación y, del cajón de su mesa de luz, sacó un cofre, el cual abrió sin llave para extraer una daga que le había sido enviada como regalo por un comerciante turco, que había quedado prendado de ella tras cerrar un negocio. Bárbara jamás despreciaba regalos, y menos uno como aquel, luego de haber leído la nota que lo acompañaba: “Ya que no me permite cuidarle, que ésta daga lo haga en mi nombre. Sea prudente, Bárbara, y mantenga los sentidos atentos, siempre.” Sabía que, debido al rumbo que habían tomado los acontecimientos, su vida corría peligro, por lo que no dudó en tener aquella arma al alcance de su mano. Aunque, a sabiendas de que, sólo podría protegerse guiada por el instinto, pues no era diestra en el manejo.
Cuando salió, se encontró con los dos hombres que se encargaban de supervisar la planta alta, y ahogó una exclamación provocada por el susto. Estos le preguntaron si se encontraba bien, que habían sido advertidos por el ruido, que irían a revisar el resto de la mansión. Bárbara decidió acompañarlos, a pesar de la negativa de los trabajadores. Leithund caminaba a su lado, con el pelo del lomo crispado y los nervios alterados, sabiendo que un desconocido irrumpía el hogar que con tanto celo protegía. Cansada de buscar el sitio donde el jarrón se había roto, informó que se retiraba a su despacho, el ubicado en la planta baja, que cuando terminaran el relevamiento, la buscaran allí para ver qué medidas tomar. Acompañada por su mascota, se sentía más segura que en compañía de los dos centinelas, que ciertamente la intimidaban debido a su tamaño; justamente por ello los había contratado, si eran capaces de poner en alerta a una mujer como Bárbara, no cabía dudas de que a otros también.
Al entrar al despacho, agradeció que sus empleadas hubiesen olvidado apagar la luminaria, se dirigió hacia el rincón donde se encontraban las bebidas espirituosas. Se sirvió una medida de whisky, tomó un ejemplar de “El Príncipe” de Maquiavelo, se sentó en el cómodo asiento de tres cuerpos y comenzó la lectura. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había aprehendido aquel libro, uno de sus favoritos, ¡sin dudas! El perro se echó a sus pies, tranquilo por la tibieza del rincón y por percibir la tranquilidad en la que su ama se había sumido. Tranquilidad que se quebrantó minutos después, cuando la puerta se abrió de súbito, un hombre entró, seguramente creyendo que la habitación estaba vacía.
Bárbara se incorporó rápidamente y tomó a Leithund del collar. Pudo advertir que estaba herido, y algo le dijo que había sido obra de alguno de sus canes. ¿El delincuente se habría atrevido a hacerles daño a sus mascotas? El pensamiento le nubló la razón escasos segundos, pero que sirvieron para insuflarle coraje y recuperar la daga, que yacía en el suelo junto al libro. El perro que la acompañaba en ese momento, se estremecía de ira, y la viuda debía hacer un gran esfuerzo por contenerlo, aunque la idea de soltarlo y que le destrozara una pierna, comenzaba a figurarse como de lo más atractiva.
—Buenas noches —dijo con cierta ironía y seguridad. Que el intruso estuviera debilitado por la pérdida de sangre, la ponía en ventaja. Parecía ser un hombre fuerte, no cualquiera lograba mantenerse en pie con semejante herida. — ¿Puede decirme qué se le ofrece? Si dice la verdad, seguramente saldrá de ésta casa sin lamentar las consecuencias —rogó que sus trabajadores se diesen cuenta del regadero de sangre que, por obvias razones, habría dejado el hombre en su camino.
Cuando salió, se encontró con los dos hombres que se encargaban de supervisar la planta alta, y ahogó una exclamación provocada por el susto. Estos le preguntaron si se encontraba bien, que habían sido advertidos por el ruido, que irían a revisar el resto de la mansión. Bárbara decidió acompañarlos, a pesar de la negativa de los trabajadores. Leithund caminaba a su lado, con el pelo del lomo crispado y los nervios alterados, sabiendo que un desconocido irrumpía el hogar que con tanto celo protegía. Cansada de buscar el sitio donde el jarrón se había roto, informó que se retiraba a su despacho, el ubicado en la planta baja, que cuando terminaran el relevamiento, la buscaran allí para ver qué medidas tomar. Acompañada por su mascota, se sentía más segura que en compañía de los dos centinelas, que ciertamente la intimidaban debido a su tamaño; justamente por ello los había contratado, si eran capaces de poner en alerta a una mujer como Bárbara, no cabía dudas de que a otros también.
Al entrar al despacho, agradeció que sus empleadas hubiesen olvidado apagar la luminaria, se dirigió hacia el rincón donde se encontraban las bebidas espirituosas. Se sirvió una medida de whisky, tomó un ejemplar de “El Príncipe” de Maquiavelo, se sentó en el cómodo asiento de tres cuerpos y comenzó la lectura. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había aprehendido aquel libro, uno de sus favoritos, ¡sin dudas! El perro se echó a sus pies, tranquilo por la tibieza del rincón y por percibir la tranquilidad en la que su ama se había sumido. Tranquilidad que se quebrantó minutos después, cuando la puerta se abrió de súbito, un hombre entró, seguramente creyendo que la habitación estaba vacía.
Bárbara se incorporó rápidamente y tomó a Leithund del collar. Pudo advertir que estaba herido, y algo le dijo que había sido obra de alguno de sus canes. ¿El delincuente se habría atrevido a hacerles daño a sus mascotas? El pensamiento le nubló la razón escasos segundos, pero que sirvieron para insuflarle coraje y recuperar la daga, que yacía en el suelo junto al libro. El perro que la acompañaba en ese momento, se estremecía de ira, y la viuda debía hacer un gran esfuerzo por contenerlo, aunque la idea de soltarlo y que le destrozara una pierna, comenzaba a figurarse como de lo más atractiva.
—Buenas noches —dijo con cierta ironía y seguridad. Que el intruso estuviera debilitado por la pérdida de sangre, la ponía en ventaja. Parecía ser un hombre fuerte, no cualquiera lograba mantenerse en pie con semejante herida. — ¿Puede decirme qué se le ofrece? Si dice la verdad, seguramente saldrá de ésta casa sin lamentar las consecuencias —rogó que sus trabajadores se diesen cuenta del regadero de sangre que, por obvias razones, habría dejado el hombre en su camino.
Bárbara Destutt de Tracy- Humano Clase Alta
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