La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana - Privado.

Utilicé la velocidad que me dieron los años para correr en la dirección contraria. Estoy seguro que alguien está persiguiéndome o que al menos lo hacía hasta hace sólo momentos atrás. Tuve que desviarme y con eso he perdido valiosos minutos que luego me pasarán la cuenta, al menos aún es de día y aún me quedan bastantes horas antes de que oscurezca. No le tengo miedo a la oscuridad ni tampoco a lo que ella trae, pero cada vez que llega la noche siento que el tiempo está corriendo en contra y con eso estoy perdiendo algo que nunca podré tener otra vez. No sé qué es, no planeo descubrirlo pronto tampoco, intentar hacerlo sería tan ilógico como comenzar a contar los granos de arena que hay a la orilla del mar o convencer a un humano común y corriente de la existencia de tantas criaturas sobrenaturales como personas hay en la tierra. Ellos conviven con nosotros día a día y aún así están ciegos, voluntariamente ciegos.

Seguí entonces corriendo pero disminuí la velocidad hasta que pareció más bien un trote lo que realizaba, nadie podría creer que me encontraba en esos sectores haciendo nada pero bien podría disimular que había llegado ahí buscando consejo en alguien que viera todo desde un punto diferente al mío. Lo que en parte es bastante cierto.

La noche anterior, luego de que el labio sangrante del chico frente a mí dejara de gotear pequeñas cantidades de sangre, comencé a notar que algo continuaba molestándome y no se trataba sólo de un detalle sin importancia como el extraño color carmesí que ese líquido tomaba en contraste con la piel oscura del muchacho. Mientras caminaba de vuelta a la habitación en la que duermo desde que llegué a Paris, descubrí que me sentía desorientado, confuso, de un modo en que no lo estaba hace mucho tiempo. La última vez que me descubrí pensando de esta manera estaba en Noruega, junto a mi familia y tenía bastantes años menos.

Ahora mis pasos se hicieron más lentos, atravesé el sector donde vivían los gitanos sin encontrar lo que necesitaba. Muchos de ellos me hicieron ofertas tentadoras, hablaban del futuro como si este ya estuviera escrito y no existiera en nosotros la posibilidad de ir creándolo a medida que avanzamos en la vida. Eso no es lo que esperaba escuchar, necesitaba la opinión de alguien que no me conociera, de alguien a quien nadie oiría. Lo que necesitaba era encontrar un brujo dispuesta a soportar la violencia que pueden engendrar mis palabras.

Detrás de mí escuché la voz de un pequeño niño que no debía tener más de diez años, corría con las mejillas sonrojadas en mi dirección y me detuve para poner atención a lo que tenía que decir. Parecía repetir palabras dichas por alguien más sin comprender del todo lo que estas representaban.

Busca a aquella que tiene una cicatriz en el lado derecho de su cadera.

Y eso fue exactamente lo que hice, comencé a buscarla hasta que di con ella bastantes horas después. Justo antes del atardecer.