AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Unbreakable || Privado
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Unbreakable || Privado
“La hora del lobo es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos…”
Ingmar Bergman
Ingmar Bergman
Las nubes se mecían inconstantes en el cielo nocturno. El brillo de la luna, en cuarto creciente, les otorgaba ese gris difuminado. Las estrellas aparecían y desaparecían entre las formas sin forma, producto del fervor del viento, que las llevaba de aquí para allá. La noche coqueteaba con las bondades y las maldades de los humanos y de los que habían dejado de serlo. El corazón de la hechicera latía con fuerza, como cada noche en ese horario. Las tres de la madrugada. La hora del Diablo, el inverso a la hora de la muerte de Cristo, el momento donde Satán se hace más poderoso, el instante impreciso en el que su tridente brilla esplendoroso y se clava en las almas, amarrándolas a sí mismo para siempre. La hora de la condena, la del horror; la hora en la que Nemhain sentía sus manos temblar, ansiosas, deseosas de teñirse del carmín intenso de la sangre de sus víctimas. Él, en su mente, le pedía, le rogaba, le ordenaba que le hiciera un regalo, uno tormentoso y hermoso, como sólo ella sabía hacer. La voz profunda e intensa tronaba en su cabeza, le hacía latir las sienes, y no había parte del cuerpo de la joven que no se estremeciera imaginando la caricia áspera de unos dedos que amenazaban con cubrir su cuello, pero que, sin embargo, jamás llegaban. Ella misma había intentado una y mil veces, frente al espejo de su humilde hogar, apretar su garganta; había disfrutado de la risa de él, mientras sentía sus ojos secarse y sus fosas nasales abrirse y cerrarse con extraña desesperación. Había caído al suelo, exhausta, y había admirado, minutos después, las marcas que había dejado en su propia piel. El blanco lechoso parecía aún más pálido cuando aquellos suaves moretones rosáceos lo adornaban como flores que se resisten a morir cuando la nieve las cubre con su manto helado.
La calle desértica era una postal maravillosa, sombras tiesas y hojas secas que remolineaban en las esquinas. Estaba parada, con la mirada perdida, con sus cabellos plata refulgiendo sobre la capa oscura que la cubría de los hombros hasta los pies. Pies que arrastraba para caminar, atados a cadenas imaginarias, que pesaban con cada paso más. Nemhain nunca sabía dónde se encontraba, hasta que observaba a su alrededor y se preguntaba cómo había llegado hasta allí. Vivía en un estado de constante alienación; la realidad era lo que ella quería, o más bien él, quería que fuese. Nada de lo que tocaba era tangible si no se decidía a que lo fuera; olvidaba con facilidad acciones básicas para sobrevivir, tales como comer o dormir. Nemhain cosía y el mundo se reducía a las telas, Nemhain mataba y su existencia giraba alrededor de la muerte. La soledad era su flagrante compañera, testigo ocular de todas sus miserias; era quien podía dar fe de la totalidad de su alma, pero no hablaba, era muda, sigilosa y constante, no como él, que era estrambótico, extrovertido y petulante. Juntos se complementaban, y arrancaban a la irlandesa de la monotonía absurda –tal como la catalogaba la voz- en la que caía en su trabajo. Sin darse cuenta, mientras las agujas y los hilos unían trozos de tela, tarareaba alguna canción y podía sonreír, sintiéndose dichosa de hacer lo que más amaba. Era lo único que despertaba placer en la costurera, el resto, fuese lo que fuese, no generaba en ella ni dicha, ni culpa, ni pesar, ni alegría.
<<Suéltalo, pequeña, ya está muerto>> y el ruido del cuerpo al caer retumbó en aquel lugar abandonado a la suerte. Nemhain lo había arrastrado hacia allí, lo había tomado de la mano y le había contado un cuento. Su mirada vacua descendió hacia el cadáver del adolescente que había querido robarle el único abrigo que poseía. Inclinó su cuerpo para quitarle la manzana que acababa de descubrir en uno de los bolsillos del raído pantalón del joven. La puso frente a sus claros ojos y la observó con detenimiento, como si fuese la primera vez que veía una fruta como aquella. Sus labios se curvaron con suavidad. << ¿Te gusta su color, cierto? Rojo, mi niña, rojo como la sangre. ¿Tienes ganas de más?>> él habló. La conocía íntimamente y eso la asustaba. Era increíble su capacidad de convertir en palabras emociones que ella era incapaz de describir o que, quizá, ni siquiera sabía que tenía. La frotó con la manga derecha y caminó ciento veinticinco metros, hacia un banco de madera, solitario, bajo un farol que titilaba, amagando con extinguirse si el viento aumentaba su velocidad. Se sentó y se acomodó el cabello, que le cubría el rostro. Mordió la manzana y disfrutó de su gusto dulce, hasta bajó los párpados para experimentar un gozo anormal; la bruja, en ciertos momentos de enajenación, vivía con tal intensidad, que podía decirse que estaba apreciando una situación por vez primera. Su lengua recorría con suavidad sus labios carnosos, para quitar los restos del jugo frutal. No recordaba la última vez que había comido, o si en alguna otra ocasión de su corta existencia, había ingerido alimento alguno.
—Quiero más. ¿Usted quiere más? —preguntó con voz inocente, tímida, en una pausa entre bocado y bocado.
<<Siempre quiero más. Pero espera aquí, ya aparecerá. >>
La calle desértica era una postal maravillosa, sombras tiesas y hojas secas que remolineaban en las esquinas. Estaba parada, con la mirada perdida, con sus cabellos plata refulgiendo sobre la capa oscura que la cubría de los hombros hasta los pies. Pies que arrastraba para caminar, atados a cadenas imaginarias, que pesaban con cada paso más. Nemhain nunca sabía dónde se encontraba, hasta que observaba a su alrededor y se preguntaba cómo había llegado hasta allí. Vivía en un estado de constante alienación; la realidad era lo que ella quería, o más bien él, quería que fuese. Nada de lo que tocaba era tangible si no se decidía a que lo fuera; olvidaba con facilidad acciones básicas para sobrevivir, tales como comer o dormir. Nemhain cosía y el mundo se reducía a las telas, Nemhain mataba y su existencia giraba alrededor de la muerte. La soledad era su flagrante compañera, testigo ocular de todas sus miserias; era quien podía dar fe de la totalidad de su alma, pero no hablaba, era muda, sigilosa y constante, no como él, que era estrambótico, extrovertido y petulante. Juntos se complementaban, y arrancaban a la irlandesa de la monotonía absurda –tal como la catalogaba la voz- en la que caía en su trabajo. Sin darse cuenta, mientras las agujas y los hilos unían trozos de tela, tarareaba alguna canción y podía sonreír, sintiéndose dichosa de hacer lo que más amaba. Era lo único que despertaba placer en la costurera, el resto, fuese lo que fuese, no generaba en ella ni dicha, ni culpa, ni pesar, ni alegría.
<<Suéltalo, pequeña, ya está muerto>> y el ruido del cuerpo al caer retumbó en aquel lugar abandonado a la suerte. Nemhain lo había arrastrado hacia allí, lo había tomado de la mano y le había contado un cuento. Su mirada vacua descendió hacia el cadáver del adolescente que había querido robarle el único abrigo que poseía. Inclinó su cuerpo para quitarle la manzana que acababa de descubrir en uno de los bolsillos del raído pantalón del joven. La puso frente a sus claros ojos y la observó con detenimiento, como si fuese la primera vez que veía una fruta como aquella. Sus labios se curvaron con suavidad. << ¿Te gusta su color, cierto? Rojo, mi niña, rojo como la sangre. ¿Tienes ganas de más?>> él habló. La conocía íntimamente y eso la asustaba. Era increíble su capacidad de convertir en palabras emociones que ella era incapaz de describir o que, quizá, ni siquiera sabía que tenía. La frotó con la manga derecha y caminó ciento veinticinco metros, hacia un banco de madera, solitario, bajo un farol que titilaba, amagando con extinguirse si el viento aumentaba su velocidad. Se sentó y se acomodó el cabello, que le cubría el rostro. Mordió la manzana y disfrutó de su gusto dulce, hasta bajó los párpados para experimentar un gozo anormal; la bruja, en ciertos momentos de enajenación, vivía con tal intensidad, que podía decirse que estaba apreciando una situación por vez primera. Su lengua recorría con suavidad sus labios carnosos, para quitar los restos del jugo frutal. No recordaba la última vez que había comido, o si en alguna otra ocasión de su corta existencia, había ingerido alimento alguno.
—Quiero más. ¿Usted quiere más? —preguntó con voz inocente, tímida, en una pausa entre bocado y bocado.
<<Siempre quiero más. Pero espera aquí, ya aparecerá. >>
Nemhain Caomhánach- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 07/07/2013
Re: Unbreakable || Privado
Masajeaba sus sienes una y otra vez, tratando inútilmente, de ahuyentar los insoportables dolores de cabeza. En su mente, recitaba todos los nombres de las piedras preciosas y semipreciosas que conocía. Su excelente memoria, podía incluso describir sus características. Vladimir mantenía los ojos cerrados, consciente de que se encontraba solo, en un pequeño y sofocante espacio. El interior del elegante carruaje que recorría los oscuros callejones parisinos, imponente en comparación a otros, parecía ceñirse sobre él. Las ruedas del coche y las pezuñas de los caballos hacían crujir los guijarros. Intentó concentrarse en ese constante sonido y cuando ya no pudo soportarlo, golpeó el techo con los nudillos. No se molestó a esperar que el cochero se detuviera por completo. Necesitaba escapar. Salir de esa prisión. Inhaló con fuerza cuando estuvo finalmente fuera. El aire fresco llenó sus pulmones. - ¿Se encuentra bien, Monsieur? – El Duque no respondió. El rictus cruel en sus labios tampoco sufrió algún cambio. – Caminaré desde aquí. Ve a casa. – Si Vladimir pudiese ver a los demás a los ojos, habría visto que Louis-Cesare le miraba como si se hubiese vuelto loco. Los sirvientes, que habían recibido con mucho entusiasmo a su nuevo Señor, comenzaban a susurrar a sus espaldas. Las pesadillas, sus constantes estallidos de ira, los prolongados silencios y un sinfín de cosas que derivaban de su comportamiento, no podían solo ignorarse. Ellos deseaban que regresara a Rumanía y los dejara a cargo de la propiedad que su padre había comprado hacía varios años. - ¿Está usted seguro? Estos callejones son peligrosos. Nadie debería tentar a la suerte. – El Duque no respondió. Se alejaba a grandes pasos. No creía en la suerte. Para él, no existía. Solo se trataban de probabilidades y estadísticas. Unas de las áreas en las que sobresalía.
Pasaron varios minutos hasta que escuchó que el carruaje se ponía en movimiento. Volvió a masajearse las sienes. El dolor no disminuyó. Un gruñido bajo salió de su pecho. Caminó por varias cuadras, dejándose guiar por los rayos plateados que escapaban de la acechante Luna. Vladimir había leído una cantidad insuperable de libros. Durante las noches, cuando las pesadillas llegaban a agobiarlo, él se perdía en aquélla biblioteca donde había visto a su padre asesinar a su madre. Leía hasta que su mente estaba llena de información. Se interesaba por todos y por ningún tema en exclusivo. Su única fiel atracción era el coleccionar esas hermosas y perfectas piedras. De modo que sabía que lo que el cochero había dicho era cierto. Los Basarab pertenecían a una familia noble, que había desempeñado un papel importante en el establecimiento del Principado de Valaquia. El nombre de Vlad “Tepes” había despertado su interés y desde entonces, era un experto en vampiros. El Duque no buscaba enfrentarse a estos seres, pero por si cabía la posibilidad de un encuentro, iba tan preparado como le era posible. Ensimismado en sus pensamientos, no se dio cuenta de la mujer que se encontraba sentada en un banco de madera, ni del farol que remarcaba los cabellos rubios casi blancos. Su excelente memoria fotográfica, sin embargo, seguía trabajando. Se detuvo unos metros más adelante, como si de pronto se hubiese acordado de algo. Algo normal en la vida de Vladimir. Giró sobre sus talones y con pasos precisos, casi contados, se detuvo – esa vez – frente a la mujer. Su mirada estaba enfocada en un punto tras de ella. – Estos callejones son peligrosos. – Habló, copiando las palabras de su lacayo. –Siempre hay alguien observándonos. – El loco citaba las últimas palabras de uno de los diarios de sus antepasados.
Pasaron varios minutos hasta que escuchó que el carruaje se ponía en movimiento. Volvió a masajearse las sienes. El dolor no disminuyó. Un gruñido bajo salió de su pecho. Caminó por varias cuadras, dejándose guiar por los rayos plateados que escapaban de la acechante Luna. Vladimir había leído una cantidad insuperable de libros. Durante las noches, cuando las pesadillas llegaban a agobiarlo, él se perdía en aquélla biblioteca donde había visto a su padre asesinar a su madre. Leía hasta que su mente estaba llena de información. Se interesaba por todos y por ningún tema en exclusivo. Su única fiel atracción era el coleccionar esas hermosas y perfectas piedras. De modo que sabía que lo que el cochero había dicho era cierto. Los Basarab pertenecían a una familia noble, que había desempeñado un papel importante en el establecimiento del Principado de Valaquia. El nombre de Vlad “Tepes” había despertado su interés y desde entonces, era un experto en vampiros. El Duque no buscaba enfrentarse a estos seres, pero por si cabía la posibilidad de un encuentro, iba tan preparado como le era posible. Ensimismado en sus pensamientos, no se dio cuenta de la mujer que se encontraba sentada en un banco de madera, ni del farol que remarcaba los cabellos rubios casi blancos. Su excelente memoria fotográfica, sin embargo, seguía trabajando. Se detuvo unos metros más adelante, como si de pronto se hubiese acordado de algo. Algo normal en la vida de Vladimir. Giró sobre sus talones y con pasos precisos, casi contados, se detuvo – esa vez – frente a la mujer. Su mirada estaba enfocada en un punto tras de ella. – Estos callejones son peligrosos. – Habló, copiando las palabras de su lacayo. –Siempre hay alguien observándonos. – El loco citaba las últimas palabras de uno de los diarios de sus antepasados.
Vladimir Basarab- Realeza Rumana
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Fecha de inscripción : 03/09/2014
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Re: Unbreakable || Privado
Él le había dicho que ya vendría. Él jamás se equivocaba. Él estaba listo para más. Ella se lo daría. Cruzada de piernas, con el rostro bajo, alisaba una y otra vez la capa, a la altura de las rodillas. Un leve movimiento, y al notar que volvía a arrugarse, sus dedos estiraban nuevamente la tela. Su respiración acompasada, acompaña el ritmo de una canción que él tarareaba en su mente, deseoso del momento de lograr su cometido. Nemhain suspiró en el preciso instante que alguien pasó frente a ella, pero la muchacha ni siquiera levantó la cabeza. Miró de reojo al extraño, que caminó unos cuantos metros y luego regresó. Ella ya había incorporado su cuello, y pestañeaba con rapidez, debido a un incómodo objeto que le molestaba en uno de sus ojos, que había llegado allí atraído por el viento. Comenzó a lagrimear por el derecho, sin prestar demasiada atención al desconocido que se había parado frente a ella. La hechicera alzó su mano y pasó sus yemas hasta lograr quitarse por completo el trozo de hoja seca. Él se mantenía en silencio, a pesar de que el hombre había hablado. La joven se preguntó si era necesario dar una respuesta. Se secó los dedos en la ropa. Estornudó con suavidad, como si hubiera rozado al universo con su diminuta nariz. Su mirada se quedó en los elegantes zapatos del extraño, en sus piernas largas y delgadas, su torso extenso, su rostro que observaba el más allá. Él era alto, muy muy alto; y desde su posición, parecía un caballero interminable, oscuro. El farol no paraba de titilar, y las sombras que se dibujaban en su cara le parecieron extraordinarias. Recordó que le había hablado, ¿qué había dicho? Algo sobre ser observados, quizá. <<Sí, pequeña. Él tiene razón, siempre hay alguien observándonos. A ti te gusta que te miren cuando creas para mí. >>
—Sí, me gusta —le respondió. Luego, giró levemente su cuerpo, para observar el callejón. —Y siempre hay alguien hablándonos —completó, para regresar a su posición. Se puso de pie y se paró al lado del desconocido; era muy pequeña en comparación, cada persona que la conocía, resaltaba su contextura menuda. — No me molesta que me observen —torció su cabeza, intentando ver lo que él veía, si es que así era. Su cabello se meció al compás de la brisa.
Él olía bien, su ropa era elegante. Nemhain sabía apreciar una buena tela. Apretó los puños, él comenzaba a pedirle, ella quería esperar. Había sido dotada con el don de dominar los fenómenos naturales, y el viento aumentó hasta apagar, finalmente, la luz. La oscuridad se erigió en la calle, sobre ellos, los envolvió y abrazó. La hechicera permaneció quieta, sólo su pecho subía y bajaba conforme inspiraba y expiraba. Ni el drástico cambio de clima, que amenazaba con arrancarle el abrigo, fue capaz de provocar en ella un movimiento. Podía percibir en él su existencia perturbada. La irlandesa volvió a bajar su cabeza, y sus orbes, ésta vez, reposaron en sus propios pies. Eran diminutos, sus zapatos estaban raídos, y un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando la brisa se coló por uno de los huecos que su calzado tenía en la planta. No recordaba dónde los había obtenido, sólo que había sido mucho tiempo atrás. Estaba segura que le quedaban un poco grandes, por la libertad con la que podía hacer danzar a sus dedos.
<<Podrás quedarte con sus zapatos. Imagina qué hermosas prendas podrías hacer con esa vestimenta. Es elegante, mi niña. Intenta no romperla. >>
—No le robaré su ropa —se quejó en un susurró. Frunció el entrecejo. Ella jamás se quedaba con nada que no le perteneciera, por más que no supiera distinguir entre lo que estaba bien y lo que estaba mal.
<<Le pedirás que te lo regale. >> Él sabía que era en vano discutir. No le divertía robar. Él quería la vida del desconocido caballero, quería su alma. Y Nemhain, como siempre, se la daría. Su protegida, su querida, jamás le negaba algo.
—Sí, me gusta —le respondió. Luego, giró levemente su cuerpo, para observar el callejón. —Y siempre hay alguien hablándonos —completó, para regresar a su posición. Se puso de pie y se paró al lado del desconocido; era muy pequeña en comparación, cada persona que la conocía, resaltaba su contextura menuda. — No me molesta que me observen —torció su cabeza, intentando ver lo que él veía, si es que así era. Su cabello se meció al compás de la brisa.
Él olía bien, su ropa era elegante. Nemhain sabía apreciar una buena tela. Apretó los puños, él comenzaba a pedirle, ella quería esperar. Había sido dotada con el don de dominar los fenómenos naturales, y el viento aumentó hasta apagar, finalmente, la luz. La oscuridad se erigió en la calle, sobre ellos, los envolvió y abrazó. La hechicera permaneció quieta, sólo su pecho subía y bajaba conforme inspiraba y expiraba. Ni el drástico cambio de clima, que amenazaba con arrancarle el abrigo, fue capaz de provocar en ella un movimiento. Podía percibir en él su existencia perturbada. La irlandesa volvió a bajar su cabeza, y sus orbes, ésta vez, reposaron en sus propios pies. Eran diminutos, sus zapatos estaban raídos, y un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando la brisa se coló por uno de los huecos que su calzado tenía en la planta. No recordaba dónde los había obtenido, sólo que había sido mucho tiempo atrás. Estaba segura que le quedaban un poco grandes, por la libertad con la que podía hacer danzar a sus dedos.
<<Podrás quedarte con sus zapatos. Imagina qué hermosas prendas podrías hacer con esa vestimenta. Es elegante, mi niña. Intenta no romperla. >>
—No le robaré su ropa —se quejó en un susurró. Frunció el entrecejo. Ella jamás se quedaba con nada que no le perteneciera, por más que no supiera distinguir entre lo que estaba bien y lo que estaba mal.
<<Le pedirás que te lo regale. >> Él sabía que era en vano discutir. No le divertía robar. Él quería la vida del desconocido caballero, quería su alma. Y Nemhain, como siempre, se la daría. Su protegida, su querida, jamás le negaba algo.
Nemhain Caomhánach- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 07/07/2013
Re: Unbreakable || Privado
– Zachary – Pronunció, ausente, la mirada puesta en ese mismo punto en el vacío. Cualquiera creería que El Duque era incapaz de seguir el hilo de una conversación porque nadie veía la concordancia en sus palabras. Además, siempre se corría el riesgo de que su brillante mente hubiese traído a su boca, uno de esos pensamientos que flotaban a la espera de que él las cogiera. Es esa ocasión, sin embargo, ese nombre sí significaba algo en el tema que abordaba con la extraña. Zachary Simmons – su cazador y guardián especial – le observaba de entre las sombras. Vladimir no lo había visto, pero lo sabía. Había calculado cuántos minutos pasarían antes de que el cochero llegara a su mansión y anunciara a su lacayo que su amo había preferido caminar el último tramo. El trabajo de Zach consistía en protegerlo de cualquier peligro. Sus investigaciones sobre aquél grupo que se dedicaba a prestar servicios para nobles y para aquéllos que pudiesen pagar sus altos honorarios, le habían convencido, ¡algo que no era nada sencillo! Basarab podía repetir todo el maldito reglamento y código que regía a los Guardianes Dantescos sin cometer ningún fallo. “Un guardián jamás abandona su puesto”, le había dicho una y otra vez Simmons, molesto ante la idea de quedarse atrás. Como era de esperar, no tardó nada en salir en su búsqueda cuando no le vio llegar. No agregó nada más por lo que pareció una eternidad. Ni siquiera parecía ser consciente de la oscuridad que ahora les rodeaba y quizás eso último fuese cierto. Había pasado tantas noches como esas, solo que encerrado entre cuatro paredes, escuchando los gritos y conversaciones a su alrededor; contando los segundos que pasaban para detenerse cuando le visitara el guardia, le llevaran la comida o le bañaran con agua fría. Había sufrido brutales torturas, una peor que otra. Recordaba cada vez que hicieron que recitara cada palabra de un documento o de una conversación. Al principio, había hecho lo que ellos habían querido. Memorizando todo cuanto le exigieron, hasta que un día simplemente se calló, negándose a seguirles el juego. Oh, y cómo le hicieron gritar entonces, ¡para hacerle recordar cómo utilizar la lengua!
El Duque no quería volver a esos días, no más allá de sus pesadillas. Esa era la razón de su estadía en tierras francesas. Acarició sus sienes de nuevo, una de sus manos, presumía de un elegante anillo con una piedra de zafiro. Vlad era un coleccionista de piedras preciosas y semipreciosas. Su obsesión por ellas las llevaba a cuidarlas como su mayor tesoro. Había pagado cantidades impresionantes por algunas. Raras, perfectas y hermosas. Su hermana le había obsequiado esa pieza unos días después de que lo sacara del manicomio. Sabía que lo había hecho con la esperanza de que se lo agradeciera. ¡Pero él no había querido hablar! Ni esa noche ni la próxima. Sus primeras palabras habían sido para pedir una rebanada de pan mientras todos estaban sentados en el comedor una mañana. – Conmigo no hablan –, agregó. No se quejaba, constataba un hecho. Era así como había sabido que lo llamaban el Loco Basarab. Su padre muchas veces lo había golpeado, esperando que reaccionara, que entendiera que debía mirarle a la cara. – Tienen miedo de lo que pueda hacerles –. Sus familiares y sirvientes no eran la excepción. Sabía que su hermana había preparado a Zachary antes de partir de Rumanía, pues él podía entretenerse en algo por horas. El cazador debía asegurarse que eso no pasara. La gente no quería su compañía por momentos como ese. – Pero no puedo hacerles daño. – Continuó, más para sí que para ella. – No volveré ahí. – Apartó la mirada del vacío, solo para colocarla sobre el hombro de la rubia. A su mente llegó el recuerdo de las cortesanas muertas sobre la cama, con él en medio y su sangre sobre su piel. Frunció el ceño. – Esta noche promete ser fría, madeimoselle. El tiempo favorito de los inmortales. – Y lo era, pues buscaban la caliente ambrosía que corría por la vena de los que aún vivían.
El Duque no quería volver a esos días, no más allá de sus pesadillas. Esa era la razón de su estadía en tierras francesas. Acarició sus sienes de nuevo, una de sus manos, presumía de un elegante anillo con una piedra de zafiro. Vlad era un coleccionista de piedras preciosas y semipreciosas. Su obsesión por ellas las llevaba a cuidarlas como su mayor tesoro. Había pagado cantidades impresionantes por algunas. Raras, perfectas y hermosas. Su hermana le había obsequiado esa pieza unos días después de que lo sacara del manicomio. Sabía que lo había hecho con la esperanza de que se lo agradeciera. ¡Pero él no había querido hablar! Ni esa noche ni la próxima. Sus primeras palabras habían sido para pedir una rebanada de pan mientras todos estaban sentados en el comedor una mañana. – Conmigo no hablan –, agregó. No se quejaba, constataba un hecho. Era así como había sabido que lo llamaban el Loco Basarab. Su padre muchas veces lo había golpeado, esperando que reaccionara, que entendiera que debía mirarle a la cara. – Tienen miedo de lo que pueda hacerles –. Sus familiares y sirvientes no eran la excepción. Sabía que su hermana había preparado a Zachary antes de partir de Rumanía, pues él podía entretenerse en algo por horas. El cazador debía asegurarse que eso no pasara. La gente no quería su compañía por momentos como ese. – Pero no puedo hacerles daño. – Continuó, más para sí que para ella. – No volveré ahí. – Apartó la mirada del vacío, solo para colocarla sobre el hombro de la rubia. A su mente llegó el recuerdo de las cortesanas muertas sobre la cama, con él en medio y su sangre sobre su piel. Frunció el ceño. – Esta noche promete ser fría, madeimoselle. El tiempo favorito de los inmortales. – Y lo era, pues buscaban la caliente ambrosía que corría por la vena de los que aún vivían.
Vladimir Basarab- Realeza Rumana
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Fecha de inscripción : 03/09/2014
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Re: Unbreakable || Privado
El brillo del zafiro que refulgía entre los dedos del extraño, fue de las cosas más bellas de las que Nemhain había sido testigo. No pudo contenerse, y ella, que siempre tenía su mirada perdida, sus ojos observando la nada, se clavaron en aquella pieza de colección. Solía manipularlos, había damas que querían sus vestidos con incrustaciones, y la joven se llenaba las manos de aquellas maravillosas piedras, que iluminaban la oscuridad de su morada. Los guardaba en pequeñas cajas de madera, los mantenía ocultos, hasta que llegase el momento exacto de colocarlos en los atuendos que le encargaban. Rubíes, esmeraldas, zafiros, diamantes, perlas cultivadas, eran los únicos lujos que había en la humilde choza en la que pernoctaba, pero de los cuales no disfrutaba. La hechicera siempre vestía igual, con aquel aspecto sencillo, despojado de la luminosidad de sus diseños. No cuidaba de su imagen, pues era algo que no le interesaba. Ella vivía sumida en su mundo de telas y colores, de voces; vivía pendiente del aura de los demás, lo terrenal le sabía a vacío, a inexistencia. Nemhain tenía la capacidad de ver más allá, quizá por los poderes con los cuales había sido dotada de nacimiento, quizá porque la voz que habitaba su alma, tenía ojos allí donde todos creían que no los veían, y le transmitía aquellos conocimientos que elaboraba en el demiurgo o en el purgatorio.
—A mí, sólo me habla él —comentó en un hilo de voz, demasiado subyugada por la joya. Se preguntó si era en la mano de aquel extraño caballero que adquiría aquella tonalidad impresionante, no era el azul común de los zafiros, era más intenso, más profundo, parecía arrancado de los ojos del Diablo, y la asaltó la duda de si el hombre no tenía algún parentesco con quien vivía en su cabeza.
<<No, pequeña>> respondió inmediatamente. <<Él es un simple humano. ¿Ves su aura? No tiene poderes, sólo está perturbado, mucho más perturbado que tú. Porque tú, mi dulce Nemhain, eres mi doncella, haces y deshaces para mí, pero él no tiene a nadie más que su alma oscura… Sé que te da pena, no es necesario que lo digas.>>
—Su zafiro es muy hermoso —dijo finalmente, aunque no sabía si había sido un comentario para el desconocido o para Él. <<Me gustaría usarlo…>> se atrevió a pensar con inocencia, y no pudo evitar una mueca de disgusto cuando la carcajada retumbó en sus sienes, provocándole una puntada espantosa. —Si él no vuelve, yo tampoco… — ¿había tomado como una invitación? Nemhain, sin embargo, volvió la vista al vacío, a aquel camino oscuro de promesas vanas, de sueños rotos, y de silencios vejados por el silbido lascivo del viento.
—No hay inmortales por aquí. Usted y yo somos simples humanos, ellos —señaló hacia el callejón. Distinguía los espíritus que se aglutinaban a su alrededor, querían ser testigos oculares del arte de la hechicera —ya no pueden morir —sintió el peso de la mirada ajena en el hombro, y la incomodó. De pronto, tuvo la necesidad de estar cubierta, de que su capa, que ya danzaba en calles lejanas, volviese a ella y la abrazase. Las brasas de aquellos ónixs que tenía por ojos, le auguraron malos presagios. Nemhain no sabía lo que era el miedo, no conocía la culpa, ni el remordimiento; su salud era fuerte, a pesar de su descuidada alimentación, pero su higiene era intachable.
— ¿Puedo tocarlo? —de pronto, con un suave movimiento, se había colocado frente al caballero. Era varios centímetros más alto, jamás había visto una figura tan regia. El rostro de Nemhain no se había movido del zafiro, que la llamaba, que clamaba el tacto de sus dedos largos y delgados, y no pudo evitar que sus pálidas mejillas se tiñeran de un suave carmesí, mientras señalaba tímidamente la mano que portaba tan exquisita pieza. Pudo imaginar el fulgor celestial de la piedra entre la espesura de la sangre. Su corazón se agitó al compás de una danza mortuoria de épocas lejanas, y la ansiedad le recorrió las venas a velocidad impensadas. Quería tocar aquel zafiro.
<<Puede ser tuyo si lo deseas. Yo lo deseo. ¿Y tú, mi ángel? ¿Lo deseas?>> Él jamás preguntaba, siempre ordenaba, pero comenzaba a descubrir placer en indagar en los anhelos de su marioneta.
—A mí, sólo me habla él —comentó en un hilo de voz, demasiado subyugada por la joya. Se preguntó si era en la mano de aquel extraño caballero que adquiría aquella tonalidad impresionante, no era el azul común de los zafiros, era más intenso, más profundo, parecía arrancado de los ojos del Diablo, y la asaltó la duda de si el hombre no tenía algún parentesco con quien vivía en su cabeza.
<<No, pequeña>> respondió inmediatamente. <<Él es un simple humano. ¿Ves su aura? No tiene poderes, sólo está perturbado, mucho más perturbado que tú. Porque tú, mi dulce Nemhain, eres mi doncella, haces y deshaces para mí, pero él no tiene a nadie más que su alma oscura… Sé que te da pena, no es necesario que lo digas.>>
—Su zafiro es muy hermoso —dijo finalmente, aunque no sabía si había sido un comentario para el desconocido o para Él. <<Me gustaría usarlo…>> se atrevió a pensar con inocencia, y no pudo evitar una mueca de disgusto cuando la carcajada retumbó en sus sienes, provocándole una puntada espantosa. —Si él no vuelve, yo tampoco… — ¿había tomado como una invitación? Nemhain, sin embargo, volvió la vista al vacío, a aquel camino oscuro de promesas vanas, de sueños rotos, y de silencios vejados por el silbido lascivo del viento.
—No hay inmortales por aquí. Usted y yo somos simples humanos, ellos —señaló hacia el callejón. Distinguía los espíritus que se aglutinaban a su alrededor, querían ser testigos oculares del arte de la hechicera —ya no pueden morir —sintió el peso de la mirada ajena en el hombro, y la incomodó. De pronto, tuvo la necesidad de estar cubierta, de que su capa, que ya danzaba en calles lejanas, volviese a ella y la abrazase. Las brasas de aquellos ónixs que tenía por ojos, le auguraron malos presagios. Nemhain no sabía lo que era el miedo, no conocía la culpa, ni el remordimiento; su salud era fuerte, a pesar de su descuidada alimentación, pero su higiene era intachable.
— ¿Puedo tocarlo? —de pronto, con un suave movimiento, se había colocado frente al caballero. Era varios centímetros más alto, jamás había visto una figura tan regia. El rostro de Nemhain no se había movido del zafiro, que la llamaba, que clamaba el tacto de sus dedos largos y delgados, y no pudo evitar que sus pálidas mejillas se tiñeran de un suave carmesí, mientras señalaba tímidamente la mano que portaba tan exquisita pieza. Pudo imaginar el fulgor celestial de la piedra entre la espesura de la sangre. Su corazón se agitó al compás de una danza mortuoria de épocas lejanas, y la ansiedad le recorrió las venas a velocidad impensadas. Quería tocar aquel zafiro.
<<Puede ser tuyo si lo deseas. Yo lo deseo. ¿Y tú, mi ángel? ¿Lo deseas?>> Él jamás preguntaba, siempre ordenaba, pero comenzaba a descubrir placer en indagar en los anhelos de su marioneta.
Nemhain Caomhánach- Hechicero Clase Baja
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Re: Unbreakable || Privado
Hermoso. Una sonrisa muy fugaz curvó las comisuras de Vlad ante aquélla palabra. Sabía, por experiencia, que las mujeres se sentían atraídas por las joyas. Dentro de su círculo social, los caballeros las utilizaban para mantener contentas a sus amantes y esposas. Él, no había tenido ni una ni otra. Podía entender el sexo, pero no el afecto. Su hermana le había pedido a Luca – su hermanastro – que lo llevase al burdel que frecuentaba, esperando poder sacarlo de ese trance en que parecía siempre quedarse. Elena desconocía que el odio de éste, que casi saboreaba el título de Duque de Rumanía, era tal; que trataba de inculparlo en la muerte de un par de prostitutas. Basarab era bien conocido por su locura. Su padre jamás ocultó que había enviado a su hijo a un manicomio para que fuese tratado. De modo que, aunque ostentara un título tan importante, su nombre estaba irremediablemente manchado. Si Luca seguía con su plan, podía verse atrapado de nuevo en ese maldito lugar. No regresaría a sus tierras. No hasta que las aguas se tranquilizaran. Su boca formó un rictus cruel al tiempo que su ceño se fruncía. ¿Cómo podía ella saber que no había inmortales observándoles? Según los Diarios de Los Basarab, solo aquéllos con poderes sobrenaturales podían reconocerse. – “El aura nos indica el humor, la identidad y los niveles de hostilidad. Nadie puede esconderse. Somos tinieblas y la luz no alumbra en ellas.” – Citó, con su voz ausente, perdido en aquéllas palabras que solo había necesitado leer una vez. - ¿Qué eres? – Preguntó, sin seguir el hilo de su conversación. Hizo un esfuerzo magnánimo por mirarla directamente a los ojos, pero solo logró enfocar los suyos un segundo antes de desviarlos. El intenso color azul de la fémina le hizo recordar a una de sus preciadas piedras. Vladimir era un coleccionista y sabía sobre la belleza. El rápido estudio sobre el rostro de la mujer había sido suficiente para grabarlo a fuego en su mente. Se suponía que su memoria fotográfica era su maldición. Porqué si no, había olvidado lo más importante: ¡¿cómo había asesinado a aquéllas prostitutas?! Hasta ese entonces, nunca había bloqueado un recuerdo.
Deslizó su mano por el cabello, tirando de éstos. La migraña era cada vez más fuerte. Su guardián debió percibirlo, porque salió de su escondite, con los músculos tensos. – No es seguro, Milord. – El inglés le hablaba con irritación. – Estamos en este lugar alejado de la mano de Dios. No podré garantizar su seguridad si nos atacan. – El Duque no necesitaba mirar al cazador para saber que estaba preparado para cualquier situación. Lo había visto en acción. Confiaba en él, o al menos, eso creía. Sin embargo, también era consciente de sus desventajas como humano. – Simmons. – Le acalló. – Te presento a… – Su voz se fue apagando cuando buscó la información en su mente y no la encontró. – Aún no he tenido el placer de escuchar su nombre, madeimoselle. Permítame presentarme. – Siguió, tan formal como le habían enseñado. – Mi nombre es Vladimir Alexandru Decebal Haralamb Basarab, actual Duque de Rumanía. – Metió la mano en su bolsillo, para sacar el elegante reloj de oro. Jugó con la tapa, abriéndola y cerrándola. El sonido parecía tranquilizarlo. – Mi lacayo no parece estar de acuerdo con usted sobre la ausencia de esos seres. ¿A quién debo creerle? ¿A un experto en el tema o a una desconocida? – Enarcó una ceja, esbozando una media sonrisa. Zach gruñó a su espalda. De alguna forma, ellos habían conectado. El guardián no lo trataba con condescendencia. No creía que estuviera loco, a diferencia de todos los que le rodeaban. Vlad nunca lo había esperado. Su propia familia lo miraba con miedo, como si temieran que se lanzara sobre ellos. ¿Se había arrepentido Elena de haberlo sacado de ese infierno? Sus dedos, que seguían jugando con el reloj de bolsillo; parecían captar la atención de la rubia. Recordó su cuestión. A él no le gustaba que lo tocaran. Lo ponía nervioso. Torturas, maltrato, dolor. Solo eso venía de extraños. – No, dijo, no puede hacerlo. – ¿Sabía ella a lo que se refería? Más valía.
Deslizó su mano por el cabello, tirando de éstos. La migraña era cada vez más fuerte. Su guardián debió percibirlo, porque salió de su escondite, con los músculos tensos. – No es seguro, Milord. – El inglés le hablaba con irritación. – Estamos en este lugar alejado de la mano de Dios. No podré garantizar su seguridad si nos atacan. – El Duque no necesitaba mirar al cazador para saber que estaba preparado para cualquier situación. Lo había visto en acción. Confiaba en él, o al menos, eso creía. Sin embargo, también era consciente de sus desventajas como humano. – Simmons. – Le acalló. – Te presento a… – Su voz se fue apagando cuando buscó la información en su mente y no la encontró. – Aún no he tenido el placer de escuchar su nombre, madeimoselle. Permítame presentarme. – Siguió, tan formal como le habían enseñado. – Mi nombre es Vladimir Alexandru Decebal Haralamb Basarab, actual Duque de Rumanía. – Metió la mano en su bolsillo, para sacar el elegante reloj de oro. Jugó con la tapa, abriéndola y cerrándola. El sonido parecía tranquilizarlo. – Mi lacayo no parece estar de acuerdo con usted sobre la ausencia de esos seres. ¿A quién debo creerle? ¿A un experto en el tema o a una desconocida? – Enarcó una ceja, esbozando una media sonrisa. Zach gruñó a su espalda. De alguna forma, ellos habían conectado. El guardián no lo trataba con condescendencia. No creía que estuviera loco, a diferencia de todos los que le rodeaban. Vlad nunca lo había esperado. Su propia familia lo miraba con miedo, como si temieran que se lanzara sobre ellos. ¿Se había arrepentido Elena de haberlo sacado de ese infierno? Sus dedos, que seguían jugando con el reloj de bolsillo; parecían captar la atención de la rubia. Recordó su cuestión. A él no le gustaba que lo tocaran. Lo ponía nervioso. Torturas, maltrato, dolor. Solo eso venía de extraños. – No, dijo, no puede hacerlo. – ¿Sabía ella a lo que se refería? Más valía.
Vladimir Basarab- Realeza Rumana
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Re: Unbreakable || Privado
<< ¿Quién eres, mi pequeña?>> repitió él, inmediatamente después del desconocido. La pregunta le pareció extremadamente desconcertante, más por la forma en que la voz la repitió. Podría haberse aventurado a una contestación simple y concisa como “Nemhain”, pero ¿era sólo eso? ¿Un nombre? ¿No había algo más detrás de aquella forma en que habían decidido que se llamaría? En ocasiones, solía olvidarlo, quizá porque nadie le decía de aquella manera. Sólo contadas personas, que creían que, por haberle encargado vestidos en varias ocasiones, podrían tratarla con aquella familiaridad. A la bruja, de hecho, Nemhain le parecía una completa extraña, quizá había sido en la niñez, en aquellas memorias terroríficas que, en pocas ocasiones, solían acudir. A veces, su hermana, se hacía presente y le reprochaba cosas que la joven no creía que fuesen cuestionables. Y ella, también la llamaba “Nemhain”, y en su voz parecía brotar el odio, el resentimiento, mezclado con el horror y la angustia. <<¿Quién soy?>> se preguntó, y el sonido de su propia voz en su cabeza, le pareció completamente insólito, ya que, generalmente, era él quien ocupaba sus pensamientos. Como acto reflejo, se miró las manos, buscando en ellas una respuesta al interrogante sustancial, que le recorría la fibra más íntima de su ser. No había opciones, sólo podía imaginar las vertientes rojizas recorriéndole las palmas y los dedos. Alzó escasamente el rostro, y supo que en la sangre del caballero, como en la sangre de todos sus elegidos, se encontraba la respuesta.
Ciertamente, Nemhain no prestó atención ni al nuevo acompañante, ni a los nombres extensos y abundantes, ni tampoco al título nobiliario. Para ella, él era “el hombre del zafiro”, esa era su definición, eso era lo único de Vladimir que importaba. El diálogo entre los dos hombres le pareció vacuo, que en nada podía ayudarle a responder la incógnita que, la simple pregunta del Duque le había generado. Y sintió una profunda y honda decepción cuando él se negó a que tocase la piedra. Seguramente, había sido porque ella no se presentó, o porque ignoró completamente algo de lo que él le exigía una respuesta. Ambos, parecían demasiado enfrascado en la cuestión de los sobrenaturales, y para Nemhain, aquello era completamente indiferente. Ellos existían, sí; pasaban a su lado, también; pero no serían capaces de fijarse en ella, una criatura insignificante, que arrastraba sus pies como si los llevase atados a cadenas, con una mente enturbiada y sin riquezas. Además, podían percibir su aura, que delataba los poderes que su ascendencia familiar le había heredado, y de los cuales hacía escaso uso.
<<Estás aburrida, mi niña… Esto no te lleva a ningún lado. Puedo sentir el fuego de tu ardiente corazón, quieres lo mismo que yo…>>
La hechicera clavó sus ojos clarísimos en una piedra que descansaba a sus pies, y estaba entre ella y el Duque de algún remoto lugar que no había alcanzado a retener. Sabía que las personas se presentaban de aquella manera, ostentando un papiro de nombres que, a Nemhain, le hubiese sido imposible memorizar. De casualidad, recordaba sus tareas, sólo porque el arte la llevaba a un mundo espléndido. Sentía que en su espalda crecían, lentamente, alas blancas y enormes, a medida que hilvanaba los hilos, que unía las telas o bordaba formas delicadas.
— ¿Quién es usted? —preguntó, como si volver a ese meollo turbulento, que tanta revolución le estaba provocando, fuese algo que a Vladimir le interesase.
<<Mi pequeña, sabes bien que, tanto él, como tú, y como todos, son lo que los demás crean. Pero tú eres especial, porque sólo debe importarte lo que yo pienso de ti, y para eso, sí tienes una respuesta>> Nemhain sintió alivio, y pudo imaginar que en las comisuras inexistentes de la voz, se formaban una leve sonrisa. Giró sobre sus talones, como si estuviese sola, y regresó al asiento.
—Esto soy yo —murmuró para sí. Sacó un pequeño escalpelo de plata, que había encontrado tiempo atrás en la residencia de un cirujano, y se provocó un profundo corte en la palma. La sangre brotó a borbotones. Los relámpagos, creados por la hechicera, iluminaron el firmamento; los truenos hacían vibrar el suelo. Un rayo lejano incendió un árbol, acabando con las aves y sus nidos repletos de pichones. Nemhain era tormenta, era tempestad.
Ciertamente, Nemhain no prestó atención ni al nuevo acompañante, ni a los nombres extensos y abundantes, ni tampoco al título nobiliario. Para ella, él era “el hombre del zafiro”, esa era su definición, eso era lo único de Vladimir que importaba. El diálogo entre los dos hombres le pareció vacuo, que en nada podía ayudarle a responder la incógnita que, la simple pregunta del Duque le había generado. Y sintió una profunda y honda decepción cuando él se negó a que tocase la piedra. Seguramente, había sido porque ella no se presentó, o porque ignoró completamente algo de lo que él le exigía una respuesta. Ambos, parecían demasiado enfrascado en la cuestión de los sobrenaturales, y para Nemhain, aquello era completamente indiferente. Ellos existían, sí; pasaban a su lado, también; pero no serían capaces de fijarse en ella, una criatura insignificante, que arrastraba sus pies como si los llevase atados a cadenas, con una mente enturbiada y sin riquezas. Además, podían percibir su aura, que delataba los poderes que su ascendencia familiar le había heredado, y de los cuales hacía escaso uso.
<<Estás aburrida, mi niña… Esto no te lleva a ningún lado. Puedo sentir el fuego de tu ardiente corazón, quieres lo mismo que yo…>>
La hechicera clavó sus ojos clarísimos en una piedra que descansaba a sus pies, y estaba entre ella y el Duque de algún remoto lugar que no había alcanzado a retener. Sabía que las personas se presentaban de aquella manera, ostentando un papiro de nombres que, a Nemhain, le hubiese sido imposible memorizar. De casualidad, recordaba sus tareas, sólo porque el arte la llevaba a un mundo espléndido. Sentía que en su espalda crecían, lentamente, alas blancas y enormes, a medida que hilvanaba los hilos, que unía las telas o bordaba formas delicadas.
— ¿Quién es usted? —preguntó, como si volver a ese meollo turbulento, que tanta revolución le estaba provocando, fuese algo que a Vladimir le interesase.
<<Mi pequeña, sabes bien que, tanto él, como tú, y como todos, son lo que los demás crean. Pero tú eres especial, porque sólo debe importarte lo que yo pienso de ti, y para eso, sí tienes una respuesta>> Nemhain sintió alivio, y pudo imaginar que en las comisuras inexistentes de la voz, se formaban una leve sonrisa. Giró sobre sus talones, como si estuviese sola, y regresó al asiento.
—Esto soy yo —murmuró para sí. Sacó un pequeño escalpelo de plata, que había encontrado tiempo atrás en la residencia de un cirujano, y se provocó un profundo corte en la palma. La sangre brotó a borbotones. Los relámpagos, creados por la hechicera, iluminaron el firmamento; los truenos hacían vibrar el suelo. Un rayo lejano incendió un árbol, acabando con las aves y sus nidos repletos de pichones. Nemhain era tormenta, era tempestad.
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Re: Unbreakable || Privado
Vladimir escuchó, en la lejanía, como Zach profería una retahíla de maldiciones. Todas, dirigidas a la extraña que se había negado a presentarse. En cualquier otra ocasión, El Duque le habría reprendido por su falta de modales, pero ahora estaba extrañamente interesado por las gotas carmesíes que se escurrían entre los dedos de la rubia. De alguna forma, su mirada había encontrado belleza en ese abrasivo color y ahora, se negaba a hacerse a un lado. – ¡¿Está usted loca?! Le acaba de decir quién es y usted osa ponerlo en peligro. Ellos vendrán, atraídos por el olor. – El guardián, colocó una mano sobre el hombro de Vlad para atraer su atención, pero aquello era inútil. Estaba en uno de ‘sus’ episodios, atrapado por las garras del pasado. Él, tirado en una cama, sintiendo un charco bajo su espalda. Dos mujeres abrazándolo, con la mirada desenfocada. Sangre. Sobre su pecho, muslos, rostro, manos. Algo sobre el escalpelo le molestaba. Vladimir había despertado con una preciosa daga con incrustaciones de piedras preciosas en el puñal. Una daga que había adquirido un par de noches atrás antes de ese terrible amanecer. No podía recordar cómo había llegado hasta él. Ese tipo de objetos, los colocaba en vitrales en una torre del castillo de los Basarab una vez terminaba la transacción. Nadie, tenía permitido entrar allí. Era muy estricto en lo referente a sus colecciones. Él mismo se encargaba de limpiar para evitar que otros pusieran sus manos, lo que solo confirmaba sus sospechas, había matado. – Yo lo hice. – Farfulló, dándose la vuelta para coger de las solapas a Zach. – ¡Maldita sea! Yo las maté. Estaré condenado si regreso. – No era la primera vez que decía esas palabras en voz alta. El guardián era su confidente, estaba al tanto de la situación. Su hermana lo había dejado bajo su cuidado, como si fuera un jodido crío. – Cálmese, Milord. Eso no va a suceder. Será mejor que nos vayamos. – La voz desenfadada del cazador, le molestó magnánimamente.
Eso que los demás llamaban ira, despertó en su interior. Bulló. Ardió. – No me des órdenes y ayúdala. – Demandó, metiendo furioso el reloj en su bolsillo. – Es tu trabajo. – Muchas preguntas se formaban en su mente. No entendía nada. Abrió la boca para volver a presentarse. ¿No lo había escuchado la primera vez? ¿Y qué demonios importaba ya? – ¿Por qué has hecho eso? – Señaló, su mirada de nuevo siendo atraída por la sangre. Zach, muy inteligente, se interpuso en su camino. Habían tenido suerte. Si Vlad volvía a perderse, solo Dios sabía cuánto tiempo le tomaría volver en sí. La primera vez que El Duque había regresado a casa después de su estancia en el manicomio, había vagado por el castillo y se había perdido. Elena lo había encontrado mirando una pintura de su padre, como si éste esperaba que saliera del cuadro para golpearlo. Más tarde, el loco Basarab le había dicho que no había dado ningún paseo, que había pasado todo el tiempo observando a Octavian. “Eso fueron más de tres horas,” había exclamado horrorizada su hermana, solo para obtener como respuesta un ceño fruncido. – Necesito su pañuelo, Milord. – Era evidente que Zach se estaba vengando. El guardián podría cortar un pedazo de tela de su ropa y usarlo para controlar el flujo de sangre. Sin una palabra, Vlad se lo pasó. – ¿Cómo puede responder eso a mi pregunta? ¿Qué significa? ¿Está usted bien? – El cazador no dejaba de murmurar entredientes mientras hacía todo cuanto podía por ayudar. – Eso es todo lo que puedo hacer por ella, pero si la llevamos a la mansión, podré coser la herida y; por supuesto, le pondré a usted a salvo, Señor. Lo cual es lo único que realmente me importa. La mujer se lesionó por sí sola. – El gruñido de Zach se unió al de Vladimir. – ¿Le importaría, madame? Así podremos deshacernos de su compañía. –
Eso que los demás llamaban ira, despertó en su interior. Bulló. Ardió. – No me des órdenes y ayúdala. – Demandó, metiendo furioso el reloj en su bolsillo. – Es tu trabajo. – Muchas preguntas se formaban en su mente. No entendía nada. Abrió la boca para volver a presentarse. ¿No lo había escuchado la primera vez? ¿Y qué demonios importaba ya? – ¿Por qué has hecho eso? – Señaló, su mirada de nuevo siendo atraída por la sangre. Zach, muy inteligente, se interpuso en su camino. Habían tenido suerte. Si Vlad volvía a perderse, solo Dios sabía cuánto tiempo le tomaría volver en sí. La primera vez que El Duque había regresado a casa después de su estancia en el manicomio, había vagado por el castillo y se había perdido. Elena lo había encontrado mirando una pintura de su padre, como si éste esperaba que saliera del cuadro para golpearlo. Más tarde, el loco Basarab le había dicho que no había dado ningún paseo, que había pasado todo el tiempo observando a Octavian. “Eso fueron más de tres horas,” había exclamado horrorizada su hermana, solo para obtener como respuesta un ceño fruncido. – Necesito su pañuelo, Milord. – Era evidente que Zach se estaba vengando. El guardián podría cortar un pedazo de tela de su ropa y usarlo para controlar el flujo de sangre. Sin una palabra, Vlad se lo pasó. – ¿Cómo puede responder eso a mi pregunta? ¿Qué significa? ¿Está usted bien? – El cazador no dejaba de murmurar entredientes mientras hacía todo cuanto podía por ayudar. – Eso es todo lo que puedo hacer por ella, pero si la llevamos a la mansión, podré coser la herida y; por supuesto, le pondré a usted a salvo, Señor. Lo cual es lo único que realmente me importa. La mujer se lesionó por sí sola. – El gruñido de Zach se unió al de Vladimir. – ¿Le importaría, madame? Así podremos deshacernos de su compañía. –
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Re: Unbreakable || Privado
<<No me toques, no me toques, no me toques, no me toques, no me toques, no me toques, no me toques…>>
Estaba paralizada, mientras aquel extraño, al cual no había logrado registrar anteriormente, la tocaba y le envolvía su mano con aquella suave tela. Tenía los ojos demasiado abiertos, lo que le provocaba un leve dolor a medida que se secaban, incapaz de pestañear. Estaba conteniendo la respiración, sentía la presión en su pecho, que clamaba por liberarse y exhalar, y volver a inhalar profundamente. Pero no podía, estaba tiesa, siendo una muda testigo de aquella vejación. Jamás permitía que la tocaran sin su permiso, no soportaba la idea de la cercanía de otras personas, y mucho menos de desconocidos. Las manos del hombre la quemaban, y aquel ardor se extendía a lo largo de su brazo, le surcaba el hombro y ya estaba dispersándose por su espalda. Sus gritos silenciosos habían sido capaces de acallar la voz que la acompañaba, y se sentía sola y desprotegida. Un nudo le atenazaba la garganta, y no hubiera podido tragar de haberlo intentado.
— ¡Basta! —exclamó, poniéndose de pie intempestivamente. Le dolía cada parte de su cuerpo, como si hubiera sido apaleada por diez hombres. Su mirada colérica se posó primero en aquel que había osado acercársele, y luego se miró la mano. La tela blanca ya había sido traspasada por algunos lunares de su sangre. La herida le latía y la sentía caliente. — ¿Qué quieren de mi? —se arrancó el improvisado vendaje, y el fluido carmesí comenzó a emanar nuevamente. El corte había sido más profundo de lo imaginado.
<<Quieren acabar contigo, mi niña. Quieren acabar conmigo. ¿Les permitirás que me callen? ¿Dejarás que me maten? >> ¡Al fin! Había regresado, no la había abandonado, estaba allí, junto a ella, en ella, hablándole, recordándole que no estaba sola. <<Él quiere lo mismo que nosotros… Percíbelo>> agregó.
Nemhain suavizó las facciones y sus orbes, otrora desencajadas y oscurecidas, habían recuperado su coloración clara, y recorrieron nuevamente al refinado caballero, al hombre del rubí. Sí, podía ver a su alrededor aquel deseo de poseer lo mismo que ella. Se acercó, ignorando al otro, el cual había dejado de existir en su pequeño mundo, y se centró en la estampa magnífica del duque. Terminó de acortar la distancia, y con movimientos sutiles, le tomó una mano, luego el dedo índice, y lo llevó al corte, hundiéndolo en él. El dolor era profundo, hondo, pero dulce, y debió humedecerse los labios, pues se le habían secado por la pequeña tortura a la que se estaba sometiendo.
—La...voz... me dijo que quiere lo mismo que yo… —murmuró. El viento que había provocado amainó. — ¿Es así? ¿Desea esto? —aumentó la presión, lo que provocó que el sangrado se intensificara. El suelo a sus pies, ya era regado por las pocas gotas que no habían quedado depositadas en su propia ropa. —Iré con usted, pero él… —señaló con la mirada al molesto acompañante— me da miedo. Me hizo daño —alzó el rostro, para enfrentar al encumbrado.
<<No irás con él, Nemhain. No podrás crear para mi si te vas; van a amarrarte, perderás tu libertad>> sugirió, en aquel sensual susurro que utilizaba para incitarla a obedecer una orden.
—Cállate —le respondió en voz muy baja. —Quiero el zafiro —agregó, en el mismo tono. —No te lastimarán, no lo permitiré. Déjame ir…
<< ¡¿Cómo te atreves a enfrentarme, niña?!>> exclamó. Y su grito le retumbó en las sienes. <<Haz lo que quieras, pero no estaré contigo cuando te maten>> y se llamó al silencio.
La bruja, de pronto, sintió la soledad embargándola; la voz nunca había tenido aquel arrebato de ira. Nemhain sintió que podría consigo misma, que era independiente, y si bien la sensación le aterró, también pensó que podría disfrutar de crear para sí misma.
Estaba paralizada, mientras aquel extraño, al cual no había logrado registrar anteriormente, la tocaba y le envolvía su mano con aquella suave tela. Tenía los ojos demasiado abiertos, lo que le provocaba un leve dolor a medida que se secaban, incapaz de pestañear. Estaba conteniendo la respiración, sentía la presión en su pecho, que clamaba por liberarse y exhalar, y volver a inhalar profundamente. Pero no podía, estaba tiesa, siendo una muda testigo de aquella vejación. Jamás permitía que la tocaran sin su permiso, no soportaba la idea de la cercanía de otras personas, y mucho menos de desconocidos. Las manos del hombre la quemaban, y aquel ardor se extendía a lo largo de su brazo, le surcaba el hombro y ya estaba dispersándose por su espalda. Sus gritos silenciosos habían sido capaces de acallar la voz que la acompañaba, y se sentía sola y desprotegida. Un nudo le atenazaba la garganta, y no hubiera podido tragar de haberlo intentado.
— ¡Basta! —exclamó, poniéndose de pie intempestivamente. Le dolía cada parte de su cuerpo, como si hubiera sido apaleada por diez hombres. Su mirada colérica se posó primero en aquel que había osado acercársele, y luego se miró la mano. La tela blanca ya había sido traspasada por algunos lunares de su sangre. La herida le latía y la sentía caliente. — ¿Qué quieren de mi? —se arrancó el improvisado vendaje, y el fluido carmesí comenzó a emanar nuevamente. El corte había sido más profundo de lo imaginado.
<<Quieren acabar contigo, mi niña. Quieren acabar conmigo. ¿Les permitirás que me callen? ¿Dejarás que me maten? >> ¡Al fin! Había regresado, no la había abandonado, estaba allí, junto a ella, en ella, hablándole, recordándole que no estaba sola. <<Él quiere lo mismo que nosotros… Percíbelo>> agregó.
Nemhain suavizó las facciones y sus orbes, otrora desencajadas y oscurecidas, habían recuperado su coloración clara, y recorrieron nuevamente al refinado caballero, al hombre del rubí. Sí, podía ver a su alrededor aquel deseo de poseer lo mismo que ella. Se acercó, ignorando al otro, el cual había dejado de existir en su pequeño mundo, y se centró en la estampa magnífica del duque. Terminó de acortar la distancia, y con movimientos sutiles, le tomó una mano, luego el dedo índice, y lo llevó al corte, hundiéndolo en él. El dolor era profundo, hondo, pero dulce, y debió humedecerse los labios, pues se le habían secado por la pequeña tortura a la que se estaba sometiendo.
—La...voz... me dijo que quiere lo mismo que yo… —murmuró. El viento que había provocado amainó. — ¿Es así? ¿Desea esto? —aumentó la presión, lo que provocó que el sangrado se intensificara. El suelo a sus pies, ya era regado por las pocas gotas que no habían quedado depositadas en su propia ropa. —Iré con usted, pero él… —señaló con la mirada al molesto acompañante— me da miedo. Me hizo daño —alzó el rostro, para enfrentar al encumbrado.
<<No irás con él, Nemhain. No podrás crear para mi si te vas; van a amarrarte, perderás tu libertad>> sugirió, en aquel sensual susurro que utilizaba para incitarla a obedecer una orden.
—Cállate —le respondió en voz muy baja. —Quiero el zafiro —agregó, en el mismo tono. —No te lastimarán, no lo permitiré. Déjame ir…
<< ¡¿Cómo te atreves a enfrentarme, niña?!>> exclamó. Y su grito le retumbó en las sienes. <<Haz lo que quieras, pero no estaré contigo cuando te maten>> y se llamó al silencio.
La bruja, de pronto, sintió la soledad embargándola; la voz nunca había tenido aquel arrebato de ira. Nemhain sintió que podría consigo misma, que era independiente, y si bien la sensación le aterró, también pensó que podría disfrutar de crear para sí misma.
Nemhain Caomhánach- Hechicero Clase Baja
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