Surrender to me | Privado

por **Nejbet Ištar-Anat** Sáb Sep 13, 2014 2:24 am

- Os he dicho un millón de veces que me importa bien poco lo que diga "el señor". Haréis lo que yo os diga mientras él no esté presente, puesto que sois doncellas mías y no suyas... Además, "el señor" es únicamente vuestro señor, no el mío. Él es mi esposo, no mi padre, ni mi dueño ni nada parecido. Así que haced el favor de decir al cochero que prepare el carro y los caballos si no queréis iros directamente a las mazmorras. ¿Me he explicado con suficiente claridad, o necesitáis que sea más directa? -Las dos doncellas, con el rostro desencajado por el temor ante los reproches de su ama, salieron de la habitación de forma atropellada, casi echando a correr, para alivio de la primera, quien finalmente pudo dar los últimos retoques a su atuendo y su peinado.

Si bien era cierto que su vestido hubiera provocado que su esposo pusiera el grito en el cielo, estaba tan cansada de sus continuos reproches y desaires que poco o nada la importaba en aquel momento lo que él pudiera hacer o decir: iba a ir a esa celebración independientemente de lo que opinara. Y se iba a poner lo que le diera la real gana, por la simple razón de que ella le permitía hacer y deshacer a su antojo sin quejarse. ¿Qué menos que pedir lo mismo a cambio? Estaba cansada de verle llegar oliendo a alcohol y al perfume barato de todas aquellas putas con las que solía yacer. Mejor que se acostumbrara a que su esposa comenzara a hacer exactamente lo mismo con los miembros del sexo masculino. Ojo por ojo. Y no sólo eso, ¿quién narices se creía que era para decirles a las criadas que no la dejaran salir a la calle bajo ningún concepto sin la supervisión de uno de sus secuaces, y cumpliendo unas absurdas normas de vestimenta que estaba bastante claro que no hubiese cumplido en un millón de años? ¡Era tan ridículo! Si se creía que tenía autoridad suficiente para mandar sobre ella y sus decisiones, estaba más que equivocado.

Una vez se cercioró de que sus cabellos estaban perfectamente recogidos, y su aspecto era más que cautivador, dibujó una sonrisa de rebeldía ante el espejo para alzarse sobre unos tacones y colocarse aquellos pendientes de diamantes que casi nunca utilizaba. Su esposo se los había regalado después de decirle que una de las criadas se había quedado embarazada de él. La verdad es que el rencor no se había ido en absoluto, pero aceptó el regalo porque le sentaban de maravilla. En eso se había convertido su matrimonio, después de todo: en una absoluta indiferencia del uno hacia el otro, salvo cuando discutían, cosa que solía pasar bastante a menudo debido a los terribles celos que él sentía por cualquiera que se acercase su mujer. A ella sus berrinches le resultaban más divertidos que otra cosa, y aunque a veces llegaba a ponerse bastante paranoico y violento, ambos habían asumido que lo suyo hacía mucho que no iba a ninguna parte. Pero las costumbres y esa extraña sensación de dependencia pueden más que las ganas de perderse de vista de vez en cuando. Porque sí, a Nejbet le gustaba. Le gustba enfadarlo, hacerlo reaccionar, recordarle que ella también manda y que hay un peligro real ahí fuera: es lo suficientemente atractiva para que otros se fijen en ella. Le gustaba reavivar la llama de esa pasión que él parecía querer apagar a toda costa. ¿En qué quería convertirla? ¿En una sumisa y aburrida señorita de la alta sociedad, consagrada a la costura y a recibir visitas importantes a los que hablar de cosas intrascendentes? No. Esa no era ella. Y si tenía que convertirse en la peor de las rameras para demostrarle de que iba en serio con sus exigencias, así sería.

Bajó la larga escalinata de la mansión asegurándose de pisar lo bastante fuerte con los tacones para que su marido pudiera oírla alto y claro. O la acompañaba a esa dichosa fiesta, o no le aseguraba ser completamente fiel. Al menos no aquella noche. Se lo había propuesto. O su marido reaccionaba, o tendrían un problema más grave que el que ya habían tenido cuando él decidió que ambos se mudarían a París sin decírselo antes. Llegó hasta el carruaje un tanto frustrada por el hecho de que él no apareciera, pero una vez éste arrancó decidió olvidarse de él y de su indiferencia. La culpa de lo que sucediera sería suya y sólo suya.