Inesperado || Nolan MacLeod

"Hoy por ti, mañana por mi"

Siobhan ya no era completamente infeliz, ahora tenía una nueva esperanza en su vida, algo por que luchar, alguien por quien respirar, un chico que le devolvía las ganas de seguir buscando, de seguir de pie para poder encontrar a sus hermanos. Era completamente irónico que sus padres la quisieran alejada del mundo de sus hermanos, cuando ella misma se adentraba al mismo. A ella no le importaba nada, para ella eran todos iguales, las enfermedades salían sobrando, porqué se podían tratar con mucho empeño, y con demasiado amor, cosa que la sociedad no entendía, pero ella si. Su amor era grande, infinito, tan inmenso y profundo como los océanos, quizás por eso su fe era tan grande y ciega, quizás podría pecar de estúpida, o ingenua, pero para ella no importaba, podían decirle cualquier cosa, y ella sería feliz así. Quien se atreviera a juzgar las creencias, pero sobre todo su vida, entonces nunca antes había vivido la separación de un ser tan importante, y por lo consiguiente, ningún derecho tenía en hacer mención alguna de su situación. Nadie podría escarmentar en cabeza ajena, y aunque su delicado cuerpo tuviera que sufrir las consecuencias, no caería, nunca más lo volvería a hacer con tal de llegar a su meta. Quizás aquella noche podría estar un paso más cerca de sus hermanos, vivir encerrada ya no era una opción, aquello había sido mucho tiempo un freno, pero no más.

Aquella mañana, la joven había recibo correspondencia, una de las cartas era de sus padres, quienes le pedían casi en un ruego, que asistiera a una fiesta que, para su mala suerte, se celebraba esa noche. La otra carta como estaba por esperarse, eran las invitaciones que le habían otorgado. Quiso salir corriendo de su casa, invitar a Slevin con ella, pero no podía, tenía la visita de sus padres, y ella siempre buscaba darle su espacio. Por esa razón optó en asistir sola, al final de cuentas, conocía a muchas personas, y el anfitrión era uno de sus familiares más cercanos. Siobhan no era una chica que se preocupara demasiado por los cuidados de su apariencia, era una gran ventaja para ser el ser demasiado delicada, y hermosa, pues con un simple vestido, y un peinado medianamente elaborado, podría aparentar ir para la mejor de las celebraciones. Sólo tardo aproximadamente quince minutos en su aspecto, lo demás del tiempo lo invirtió en limpiar unas figuras antiguas de dinosaurios que había adquirido, unos nuevos que le regalaría a su nuevo amigo.

La castaña llegó dos horas antes a la recepción, se encaminó hacía el cuarto de sus tíos, y ayudó a su tía para que pudiera estar como la mejor de las anfitrionas. Joyas de todos los tamaños, colores e incluso sabores le eran mostradas para escogerle a su familiar, siempre que iba a esa casa, aunque fueran veces muy contadas, Siobhan era bien tratada, cómo si fuera incluso hija de aquel joven matrimonio, que apenas tenían dos pequeños en casa. Quizás esa habían sido una de las razones por las cuales no había objetado demasiado al ir a la celebración. Su tía, estaba empeñada en presentarle a un par de jóvenes de alta sociedad para que su pequeña y adorada sobrina no se quedará sola para toda la vida, pero a ella no le importaba eso. La joven todo el tiempo se encargaba de decirle a su tía, que lo único que le podría pedir, era ayudarla a encontrar a sus hermanos, por extraña razón todos se negaban, y aunque eso le barrada demasiado el ánimo, seguía creyendo que antes de su muerte tendría que alcanzar aquel objetivo.

- ¿A dónde van pequeños? - Su delicada y suave voz, resonó en los jardines del lugar en que se estaba celebrando ahora la fiesta. Mientras todos los invitados comenzaban a llegar, Siobhan se encontraba jugando en los jardines con sus dos primos pequeños. Aquellos niños no sólo la veían como una figura a respetar, en realidad la miraban con un amor inimaginable, cómo si fuera una verdadera hermana. Mientras ellos corrían de un lado a otro. Siobhan abría la tela de su vestido para poderse sentar de manera correcta. Sacaba de una caja una gran cantidad de juguetes de manera que se les había regalado a los pequeños. Los sacó cada uno de ellos, con la finalidad de hacer una especie de fila, jugaría con aquellos pequeños hasta dejarlos completamente cansados, llevarlos a sus camas, y poder llegar a asistir a la fiesta las últimas horas, donde todos ya se han centrado en sus respectivas parejas, y nadie se detendría a mirarla para intentar aunque fuera a platicar. Suspiró profundamente al ver a los niños, su instinto maternal siempre estaba a flor de piel.

Era su deber y placer asistir a una celebración a la que fue invitado por algún conocido en la ciudad. Tenía instrucciones severas de su familia: o comenzaba a socializar como Dios manda o podía irse olvidando de la herencia. No es como si le importara el dinero, por muchos años vivió peor que un mendigo y lo disfrutó, en esos viajes que parecían interminables y que, como todo, terminaron.

Su atuendo debía ser tan destacable como su apellido, por lo que se esmeró en no asistir en cualquier cosa que le acomodara, sino como la moda parisiense dictaba. Y, de hecho, como irían todos los demás varones... en ese aspecto, pensaba, les concedía un punto a favor a las mujeres, que podían pavonearse como hermosas flores en primavera, coloridas y diversas.

Con la cautela que le caracterizaba al tratar a los de su misma clase, demostrando modales exquisitos y deleitando a sus interlocutores con magníficas historias sobre sus travesías, o al menos las partes que podía contar, logró abrirse paso entre los invitados, incluyendo la notable familia anfitriona. Las damas revoloteaban a su alrededor y, por supuesto, algunos muchachos también, y eso le hacía medianamente feliz. Tenía una copa con buen vino, comida más que excelente, compañía culta... pero algo faltaba, quizá una pizca de personalidad propia en medio de tantas máscaras que ocultaban seres de almas retorcidas. ¿Pero quién era él para juzgar eso?

Pasado un rato, varias historias e incontables bailes, se escabulló con la excusa de tomar un poco de aire, si bien no era su intención ir al exterior, sino merodear por la lujosa mansión en busca de ese espacio de pureza, quizá el cuarto privado de la joven ama de la casa, quizá incluso la cocina; algo que le demostrara que había humanos y no cáscaras huecas rellenas de falsedad.

Subió por las escalinatas usadas por la servidumbre, sus pies siempre silenciados por las alfombras donde las había. La música llegaba a sus oídos como un suave murmullo. Sin embargo, otro murmullo fue el que desató todos sus sentidos: voces. Agudas voces lo guiaban a través de un corredor hacia ellas, melodiosas y alegres. A decir verdad, un pensamiento sobre tener una familia propia pasó como rayo y se desvaneció con la misma velocidad.

Detuvo sus pasos silenciosos delante de una puerta, los escuchaba jugar, los podía oler, un aroma a limpio, a jabón y perfume, y una sonrisa asomó en sus labios al percatarse que no eran todos niños, sino que había una muchacha entre ellos. Dudó, quería llamar a la puerta o asomarse y echar solo un vistazo que satisficiera su curiosidad; en cambio, permaneció de pie junto a la puerta, a la sombra, disfrutando del alegre sonido de las voces por cuanto tiempo le fuese posible.

Les dio el tiempo suficiente para que las criaturas se escondieran, para que se fueran a jugar a donde mejor creyeran, pero debía ser cuidadosa con ellos. Los niños podían llegar a ser muy problemáticos sino se veía por dónde iban, y no es que lo hicieran a propósito, sino que su inocencia no medía limites, y por esa razón llegaban a cometer grandes indiscreciones. No deseaba que a sus pequeños parientes les ocurriera algo, así que con el tiempo prudente contado en su cabeza, los iría a buscar.

Siobhan terminó de colocar los juguetes de forma estratégica, así cuando los niños regresaran se entretendrían por un largo rato con ellos, y no se irían a otro lado. Eso sería una buena táctica para terminar por hacerlos de dormir. ¿De verdad los chiquillos querían descansar al escuchar tanto estruendo en su hogar? Ella no lo haría, pero los niños resultaban tan predecibles algunas veces, que terminarían por dejarse llevar por el cansancio acumulado.

Miró al cielo por unos momentos. Estaba despejado, las estrellas tintinaban con notoriedad, y la luna se mostraba llena. Lo que causaba escalofríos para la joven, dado que cada que ocurría eso, escuchaba como lobos hambrientos aullaban aquellas noches. Aunque claro, era su instinto humano, porque nada sabía de las criaturas sobrenaturales. Quizás se encontró con más de uno en su vida, pero nunca prestó demasiada atención por estar buscando a sus hermanos. ¿Dónde estarían? ¿Estarían bien? ¿La pasarían tan bien como aquellas personas que se encontraban en la fiesta? Envidiaba a todos aquellos que sonreían y disfrutaban ajenos a lo malo que pudieran pasar los demás. En ocasiones odiaba a esos de clase alta que creían que por tener todo el dinero del mundo, ya tenían felicidad y la vida solucionada.

Después de un rato de reflexión, se dio cuenta que era el momento correcto para ir a buscar a los niños. Se puso de pie, dejando atrás los juguetes, y se dirigió a una de las puertas que daban paso a una sala nada humilde cercana a los terrenos de los jardines. Cuando abrió la puerta, con su mirada baja, no pudo notar que había un invasor merodeando por los terrenos, se dio de lleno contra el pecho masculino, se tambaleó por un momento, y cayó al suelo.

— Ou… — Musitó sintiendo aún el impacto que había tenido al caer de sentó en el suelo. Cerró sus ojos por inercia. Se llevó una mano a su faldón para cubrir sus piernas que se habían expuesto a causa de la caída. Cuando abrió los ojos lo vio, y sintió como en ese momento sus mejillas se llenaron de calor, de ese color rosáceo característico de la chica, dando que era alguien sumamente tímido. — Lo lamento, no lo vi — Comentó aún mirando al joven tendida en el suelo.

— ¿Me ayuda? — Preguntó aún con timidez observando al joven, su vestido de gala tenía ciertos metales que le ayudaban a formar la pomposidad que la tela mostraba, no era fácil levantarse después de una caída con ellos, aquello sin duda la hizo sonreír, dado que desde que era una pequeña no pasaba semejante vergüenza. Ahora se sentía relajada, porque buenos recuerdos la invadían. Quizás era una buena señal, de esa forma ella podría llevar con más rapidez con sus hermanos. Todo lo relacionaba con ellos.

No podía negar que escuchó los pasos de la joven desconocida, pero estaba tan absorto en la paz que se respiraba lejos del champán y las risas falsas que no fue capaz de reaccionar a tiempo. En cualquier otra ocasión habría sostenido a la dama antes de que se lastimara, pero tenía que hacer el ridículo. Se apresuró a tomar su mano y colocar la otra palma en su espalda para ayudarle a ponerse en pie, sonriendo un poco.

-Perdone usted, milady -ayudó a acomodar un mechón que se despegó del peinado original. Hizo una reverencia a modo de disculpa y mostró sus respetos a la joven -¿Se encuentra bien? -la actitud del escocés era completamente distinta a la que tenía hace unos minutos con el resto de los asistentes, con quienes hablaba animado, incluso flirteaba con las damas y algunos jóvenes curiosos, contaba con ímpetu cada una de sus andanzas. La belleza de los rasgos de la joven y su aroma, ese olor dulce, inquietante hasta cierto punto, lo obligó a doblegarse y actuar como un caballero debía ser.

Echó una ojeada a su alrededor, aún sosteniendo la delicada mano de la muchacha. No había nadie, quizá fuera demasiado impertinente de su parte quedarse a espiar a medias la presencia de los jóvenes humanos. Suspiró en silencio tras inhalar una generosa bocanada del aroma de la chica, que se grabó bien por su peculiaridad balsámica, y soltó su manita tras besar sus nudillos.

No parecía presentar ninguna herida, su pomposo vestido estaba en perfectas condiciones y sus mejillas rosadas mostraban salud. Y ahora que notaba el vestido comprendió por qué le pidió ayuda, por qué toda mujer, de hecho, se rehusaba a moverse demasiado en la sociedad parisina: los vestidos de gala parecían lo más incómodo que podían vestir. Eso lo hizo echar de menos la sencillez escocesa y la familiaridad del trato de sus compatriotas.

Además, al ver su rostro, notó el parecido con la señora anfitriona de la fiesta. La belleza de ambas era notable, pero esta joven tenía en sus rasgos la mancha de la virtud, la inocencia de quien mira la vida con optimismo, si bien observaba en ella una sombra de melancolía. Deseó con todo su corazón que la ternura nunca abandonara sus ojos ni su sonrisa, siendo invadido por el pensamiento de que debía alejarla de la concurrencia a corta distancia de ellos, de esas personas que, en su mayoría, no tenían escrúpulos y eran víctimas de sus propios vicios.

El impacto no había sido tan traumático, tan rudo como pensó. Pero sí le había dolido de cierta manera. Se sintió avergonzada por no percatarse por algún daño. Jugando con niños se debía estar alerta de todo, aunque quizás su aburrimiento y sueño le estaba jugando malas pasadas. La jovencita le miró a detalle, curiosa; aquel rostro jamás lo había visto, y si lo había hecho se le había borrado de su memoria, aunque eso era imposible, poseía una mente privilegiada.

De igual forma arqueó una ceja analítica. Según las reglas de la fiesta, no se les permitiría a los invitados acercarse a las zonas privadas de los anfitriones. A los salones de descanso, a las salas privadas, a la biblioteca, y a los pasillos que corrían para las alcobas, sin decir que las habitaciones. Alerta se encontraba, pero no sintió que pudiera representar una amenaza. Debía aprender a confiar un poco más en las personas. Tener siempre no la llevaría a ningún lado.

— No se preocupe, estoy bien — Aclaró con tranquilidad. Su mirada se perdía en la nebulosa de enfrente. Los ojos del hombre tenían un aire distinto, y la forma de sus ojos tenían un aire salvaje. Se sintió claramente intimidada, y eso se demostró en sus mejillas sonrosadas. La última vez que alguien le había tomado de la mano y dado un beso en el dorso de la misma, ya tenía sus años encima, sus hermanos habían sido los únicos hombres a los que se le permitía hacer eso, y de vez en cuando Slevin, ese que tanto recordaba a los que estaba buscando. Con prontitud le apartó la mano y la colocó - ambas - detrás de su espalda. Entrelazó los dedos, pero en vez de agachar la mirada, mantuvo el contacto visual por un largo rato. — ¿Se ha perdido? — Preguntó risueña, y sin poder ocultar esas mejillas que delataban su estado de ese momento.

— Tengo entendido que no se les permite a los invitados cruzar de éste lado, aunque debió existir un error, espero no haberle asustado — Le dedicó una sonrisa autentica, natural, llena de bondad y paz — Iré a buscar a mis pequeños sobrinos ¿quiere acompañarme? Quizás si ven una compañía masculina que imponga podrán obedecer e irse a dormir, yo no tengo aún autoridad sobre ellos, soy muy blanda — Se explicó avergonzada.

Sin siquiera esperar respuesta alguna, la jovencita comenzó a andar, esperanzada en poder tener la compañía del caballero. Normalmente no era tan suelta, tampoco tan confianzuda, de hecho no lo era, su mecanismo de defensa la volvía hermética, cerrada, indiferente al resto, pero quizás estaba tan cansada de colocar excusas, barreras, y alejar a las personas. Necesitaba amigos, gente que pudiera darle la mano y ofrecerle un cálido abrazo en momentos de desesperanza.

— Por cierto, mi nombre es Siobhan — Mencionó mirándolo por encima del hombro. La jovencita estaba buscando a los inquietos niños; uno, dos, tres cuartos de forma consecutiva. En la quinta habitación, a lo lejos pudo escuchar un par de risas cómplices, se dio cuenta que no estaba lejos de su objetivo. En su rostro apareció la sonrisa de alivio que tanto estaba buscando dejar ver. Se preocupaba demasiado por quienes querida, sin importar que pudieran estar seguros, para ella los peligros más grandes podrían provenir en la casa. Lo sabía por experiencia propia.

Comprendía bien que nada tenía que estar haciendo en esa parte de la propiedad, curioseando en la oscuridad como un ladrón. Entendía bien que la joven dama se sobresaltara ante su presencia y el único remedio era demostrar que no era una amenaza. Le costaba un poco, eso sí, pues tenía un aroma delicioso, como un perfume dulzón y suave, y esa apariencia angelical no ayudaba mucho a quitar la impresión favorable que de ella tenía, casi tomándole simpatía desde el primer instante.

-Oh, no, no estoy perdido, conozco el camino de regreso. La verdad es que necesitaba un poco de aire -confesó con bastante tacto, guardándose las manos en la misma posición que ella. No la tocaría, por supuesto, en vista de lo mucho que le incomodaba un gesto tan común, de mera cortesía y muestra de respeto. Pensaba irse pronto de ahí, excusarse y salir, abandonar la fiesta muy a pesar de lo mal que eso se viera, sin embargo al momento siguiente estaba siendo invitado, si no obligado, a acompañar a la jovencita. Sonrió un poco, asintiendo amablemente y aceptando.

Caminó unos pasos detrás de ella, sorprendido de lo digno de su andar. Era un estilo que se aprende desde muy temprana edad, de quien se sabe importante e imponente, y de quien conoce su propio poder sobre el resto. Su nombre era hermoso, además, y elegante y, dado que no parecía muy interesada en los formalismos, respondió con el mismo tono relajado.

-Es usted sobrina de los anfitriones, he escuchado su nombre algunas veces. Es todo un placer, milady, mi nombre es Nolan -si se iban a tutear mejor que fuera mutuo. Cierto era, también, que su nombre no alcanzaba mucha fama sin referirse a sus historias. Todos los escoceses poseían esa habilidad de contar hazañas de tal modo que fascinaban a quienes les escuchaban, y él, como es natural, no era la excepción. Gracias a esas maneras desenvueltas logró abrirse paso sin tanta dificultad y agradecía mucho a quienes se interesaban por él y, también, a quienes le ofrecían a sus hijas. La idea de que alguien siquiera señalara a esa jovencita no le desagradaba, pero, ¿quién querría a una bestia salvaje como yerno o cuñado? Nadie, absolutamente nadie. Aún hallándose en un estado de perdición emocional por alguien, seguía meditando sobre su futuro, sobre su linaje.

Perdido en esas ideas no se dio cuenta de dónde iban hasta que notó el cambio de postura de la joven. Intuyó, gracias a sus sentidos, la posición de los niños y sus risitas ahogadas. Sonrió amplio y se deslizó, silencioso como una sombra hasta una de las paredes, desde donde podría seguir avanzando ocultándose tras los muebles y sorprender a uno de los niños: fue la treta perfecta, porque uno de ellos avanzaba directamente a él, pensando exactamente en la misma ruta de escape y mirando sólo a la joven de cabellos dorados mas no al escocés, de quien no se cuidaba. Con un rápido movimiento alzó al pequeño que emitió un gritillo de sorpresa y luego risas por las cosquillas que le hacía, arrancándole al mismo adulto una risa llena de ánimo. La suavidad de la piel del niño, su aroma, su peso, todo era simplemente angelical para sus sentidos exaltados por el juego.

En su naturaleza se hallaba ese lado lúdico del que muchas veces le era casi imposible escapar, y viendo que el niño no desconfiaba de él se lo echó al hombro y continuó detrás de la joven sonriendo amplio, sus ojos achicándose un poco y rodeados de pequeñas arruguitas que, decían sus criados, le quitaba esa cara de enojón que adoptaba sin querer cuando se hallaba serio.

¿Debía acercarse a él? ¿Debía ceder ante la comodidad que estaban teniendo? No lo sabía, confiar era el primer paso al fracaso, a la traición, y al dolor; de la confianza se va hacía el respeto, y al ganar ese detalle, uno se encamina al cariño, al querer, al amar. Se sentía desprotegida, en un túnel que de seguir avanzando no podría tomar el camino de regreso. ¿Qué tenía de malo relacionarse con alguien más? Nada, absolutamente nada, pero ahí radicaba el problema, ella temía profundamente en perderlo de nuevo. Aunque ya había hecho aquella invitación, lo cierto es que pensaba un sin número de veces sobre sus acciones.

Siobhan tenía una encomienda. Debía acostar a dormir a los niños. Su tía le había dicho que hasta las ocho era su horario máximo permitido, pero cómo hace muchísimo tiempo no los veía, prefirió dejarlos jugar por un momento más. El tiempo se había pasado volando, y antes de ser reprendida por su imprudencia, debía encontrarlos y meterlos a dormir. Les prometería que pronto los vendría a ver y podrían jugar de vuelta. Esperaba que los niños lo aceptaran sin chistar, porque no deseaba reñirles.

— Es usted asombroso — Mencionó alegre cuando lo notó tomar el pequeño niño sobre su hombro. — Ahora necesitamos encontrar a la otra, porque estoy segura que mi tía no estará muy alegre de ver a sus pequeños despiertos — Le miró con cierta suplica. Con cuidado avanzó y alcanzó a la pequeña, la tomó con torpeza y la hizo avanzar por los pasillos para que se encontraran pronto con la habitación. Con la ayuda del cambiante los arropó, y dio a cada uno un beso antes de salir de ahí, cero la puerta detrás de sí.

— ¿Se encuentra muy aburrida la fiesta, mi señor? — Preguntó mirándolo de reojo. — Lo cierto es que las fiestas no son mis favoritas, no si mis hermanos no están. Ellos deberían estar disfrutando — Siempre los mencionaba, no existiría momento que no los hiciera. Para la jovencita, el mencionarlos ayudaba para tener a la gente alerta, quizás si ellos veían a alguien que se asemejaba a sus rasgos, podrían advertirle, enseñarle, llevarlos a ella. Se mordió los labios, necesitaba distraer sus pensamientos, ese día, esa noche, en ese momento, debía darse un tiempo para ella misma, dejar de lado tanta tragedia, poder tener un respiro, sentir el aire fresco en sus mejillas. Una joven de su edad tenía que tener otras preocupaciones, incluso situación sentimental debía estar apegada a un hombre que buscaba tener herederos.

Caminaron con tranquilidad por un par de pasillos. Lo guió por uno que se situaba al flanco derecho y luego abrió dos puertas pesadas, con cierta torpeza, pero al final lo hizo. Lo invitó a entrar. Se sentó en un banco de concreto y le dejó un espacio considerable, mismo que le invitaba a sentarse con ella. La vista del lugar dejaba el aprecio de un par de carpas que se había colocado a los invitados que gustaban del aire fresco.

— Si no son de su agrado ¿Por qué las frecuenta? — Ella, en su caso, había llegado porque sus tíos habían sido buenos con ella, los únicos que buscaban también a sus hermanos, y se sentía agradecida. Su tía buscaba un pretendiente para la joven, pero ella no estaba interesado en eso, no hasta que encontrara a esos que tenían su misma sangre. Esperaba que la gente llegara a entenderla, algunos la juzgaban.