In fraganti ~ Nolan MacLeod +18

Los días y las noches eran eternos en París, igual como lo habían sido en Sicilia desde que su hermano se largara, abandonándole a su suerte. ¿Quién se creía que era para huir sin mirar atrás? ¿A caso no pensaba responsabilizarse por sus crímenes? Lo tenía claro si creía que se iba a salir con la suya, que no le perseguiría hasta los confines de la Tierra para traerle de regreso a su lado y entonces obligarle a suplicar. Y ni si quiera así, pensaba perdonarle. Tenía muy claro que le amarraría a él para siempre, que sería su protector, su esclavo, su mancillador. ¿Podía buscarse a cualquier otro para ocupar su lugar? Sí, pero no era tan divertido, tan morboso, tan tabú, tan excitante. Sólo Lucca tenía la mirada cargada de culpa cada vez que le tocaba. Esa mirada que le hacía arder de un modo indescriptible.

Sacudió una mano frente a sus propios ojos, no era momento de ponerse a pensar en todo eso. Ahora tenía un creciente problema que debía solucionar y no podía esperar. Su sangre ardía, su cuerpo se estremecía y le exigía atención, ¡ya! Lo había probado todo para no tener que recurrir a otras personas, pero no funcionaba. Masturbarse a solas, era un sinsentido. Su libido le reclamaba algo prohibido, inesperado, incitante. Finalmente, tras mucho sufrimiento que por poco le llevó a la locura, logró encontrar algo que parecía ser lo suficientemente fuera de la ley como para calmar un poco sus necesidades. Necesitaba público. No importaba si le veían masturbarse o si se acostaba con alguien en mitad de un parque, en un callejón o en la fuente de la plaza. El riesgo a ser encontrados o la seguridad de saber que le estaban mirando con ojos reprochadores, le permitía alcanzar el clímax que de otro modo no conseguía. Pero no era sencillo encontrar personal dispuesto a asumir esos riesgos. Eran todos unos cobardes que no sabían disfrutar de la vida.

Aquella noche decidió tomar riendas en el asunto y acudió a un restaurante que no era lo suficientemente famoso como para tener seguridad propia, pero que tampoco era una cutrez a la que nadie se atreviera a entrar. Se pidió algo para cenar, ligero, a fin de cuentas no tenía la menor intención de comer lo que hubiera en el plato. Lo removió todo un poco con el tenedor, fingiendo algo de interés y llegado cierto momento, cuando ya había varias mesas ocupadas y cierto ambiente en el local, se retiró al baño de caballeros. Cerró la puerta, pero no corrió el pestillo y se sentó sobre la tapa del retrete. Desabotonó su pantalón y con el sonido de las voces que llegaban desde el salón de comidas, se empezó a masturbar. Ansiaba ser encontrado, que alguien abriera la puerta y se lo encontrara allí, acariciándose y jadeando. Coló la mano libre bajo su camisa y al encontrarse el pezón izquierdo, el más sensible de los dos, lo pellizcó y tiró de él, buscando mayor excitación para aguantar la espera.

A pesar de intentar prestar atención a sus alrededores, anhelando que alguien se acercara a la puerta, estaba demasiado excitado por la simple idea de que la puerta se abriera en cualquier momento como para escuchar cuando llamaron a esta con unos suaves toques. El leve crujir de las bisagras le interrumpió a medio jadeo, pero ni mucho menos dejó de tocarse, todo lo contrario. Aunque la respuesta ajena no fue a la que estaba habituado -muecas de desagrado, expresiones de sobresalto e incluso pánico o cosas similares- el hecho de haber sido pillado in fraganti, era el mismo.

La mirada intensa de ojos marrones que se fijaba en sus pupilas y la tranquilidad con la que aquel hombre se tomaba la situación, le hizo recordar a su hermano, lo que le excitó aún más de lo que ya lo estaba. Expuesto como estaba, se podía ver claramente como el líquido pre-seminal rezumaba por la uretra y se deslizaba por el glande hasta caer al suelo, debido a que se encontraba con las piernas separadas en su actual posición. Se podía ver también el movimiento de la otra mano bajo la camisa mientras seguía torturando su pezón. Jadeó, sin apartar la vista del masculino rostro que tenía en frente y se pasó la lengua por el labio inferior de modo lascivo.

-¿No te importa esperar... verdad? -Bajó la mirada hasta la entrepierna del que se encontraba de pie contra la puerta y volvió a buscar las orbes del contrario, queriendo dar a entender que se refería a esperar para usar lo que cualquiera en aquel lugar. Cualquiera menos él, al menos aquella noche. Aunque si le pidiera que se echara hacia atrás para mear, no le pondría tampoco ningún impedimento. Había visto y hecho cosas que prácticamente cualquiera negaría conocer, pero a él todo le importaba bien poco, sobretodo las apariencias, excepto un buen físico. Se preguntaba lo que escondería aquel tipo bajo la ropa, aunque la imaginación daba para mucho en una cabeza como la suya. Sonrió de medio lado y presionó la base de su falo para aumentar la concentración de sangre en los cuerpos cavernosos. Le encantaba obligarse a sufrir, estaba demasiado acostumbrado a ello como para dejarlo de lado y no hacerlo.- ¿Quieres verme mejor? -Sus ojos se oscurecieron por la lujuria que le consumía y sacó la mano que tenía bajo la ropa para sujetar el bajo de la camisa y tirar un poco hacia arriba, exponiendo su bien formado vientre, a la espera de la respuesta.

Si hubiese sido una muchacha la que estuviese en esa situación, pensaba, no lo estaría disfrutando tanto posiblemente. Esa mirada, ese ímpetu, el vigor de sus músculos, cada uno trabajando del mismo modo que un obrero emplea su cuerpo entero para una sola tarea. Se quitó el saco, la temperatura comenzaba a elevarse, y una vez formulada la primera pregunta, se limitó a acercarse al agua, extrajo su pañuelo y lo remojó un poco, exprimió el agua sobrante y se acercó al chico.

-Me preguntas si quiero ver mejor, pequeño, pero puedo asegurarte que jamás en mi vida he visto nada más interesante -se colocó en cuclillas, delante de él, dejó el saco en el piso sin importarle el riesgo de ensuciar la tela, y pasó el pañuelo húmedo por la piel caliente de sus muslos disfrutando del modo en que los vellos se erizaban por ahí donde el frío alcanzaba.

Su aroma no era el de un vulgar chico que se ofreciera a cualquiera, no guardaba el hedor de otros hombres, así que decidió que estaba bien por un rato. Detuvo la mano que seguía moviéndose sobre su falo y la alejó del músculo viril. Observó la piel, la forma de sus dedos, la calidez. Sonrió y lo soltó, colocando el pañuelo sobre su miembro y poniéndose de pie en un movimiento ágil.

-Dime algo, pequeño... ¿tus padres saben que juegas con el peligro? -le dedicó una sonrisa amable, sin muestras de lujuria ni malicia, simplemente la misma sonrisa que podría mostrarle a su ama de llaves, quizá. Pasó el dorso de la mano por su mejilla sudorosa deslizándola hasta tomar su mentón. En ese momento cambió la expresión a una llena de seriedad, con el ceño fruncido y los labios ligeramente apretados, pensativo.

Quizá podría jugar unos minutos con él, antes de que alguien notara que las mesas seguían vacías. Le quitó la camisa por completo y lo observó, hambriento, lleno de deseo por probar el gusto salado de su piel perlada en sudor, de paladear más el aroma que exhalaba su piel. Se reprendió por ello mentalmente, se suponía que debía dejar esos malos hábitos de una vez por todas y comportarse como un buen caballero.

-Tu nombre, niño -exigió en un tono grave, la garganta se le secaba con sólo disfrutar de la vista de un torso bien tonificado y bronceado.

Las palabras que pronunciaron los labios ajenos le satisficieron sumamente, pues le gustaba ser halagado ya fuera de manera discreta o descara, pues el resultado era el mismo para su hambriento ego. Al sentir la húmeda tela recorrer su caliente piel, notó como se le erizaba el vello y siseó de placer entre los dientes.

Dejó que el hombre le apartara la mano sin mostrar resistencia y disfrutó de la mirada lasciva que le dedicó, sabiendo bien que le examinaba a conciencia y con ganas de tocar más de lo que lo hacía, no importándole si iba a ser con las manos, la boca o incluso los pies, ya que todo tenía un morbo distinto que a él le encantaba.

La pregunta que le formuló, arrancó una traviesa y ladeada sonrisa de sus carnosos labios.

-¿Mis padres? -Se lo pensó un segundo, intentando averiguar qué respuesta enardecería más al contrario para lograr que diera un paso más, que no se cortara ni contuviera en formalidades.- No lo saben, no... -Optó por la sinceridad. Sus padres desconocían por completo sus andanzas, incluso su hermano, que le instruyera en las artes del sexo, el pecado y el incesto, desconocía su paradero actual desde que se largara de casa, abandonando a su sátiro hermano pequeño que ahora buscaba desesperadamente atención.

Alzó los brazos cuando el contrario se deshizo de la camisa que tapaba su torso algo sudoroso y bajó luego las manos hasta posarlas sobre los muslos, deslizando lentamente los dedos sobre su corto y oscuro vello de la zona. Sus pupilas permanecían dilatadas, creando un efecto oscurecedor en sus ojos color avellana. Ésta vez reprimió la sonrisa, pretendiendo mostrarse algo más débil y desamparado, aunque era difícil con la actitud imposible de ocultar de su cuerpo.

-Guido, señor... -Tal vez el hombre se ofendiera si le trataba de señor, pero era más lógico que se enfadara de no hacerlo, y aunque resultara extremadamente tentador provocar a la gente, a veces debía tener un mínimo de cautela, al menos de primeras.

Su falo seguía erguido, aunque al no sostenerlo y con la tela blanca y húmeda encima, se veía desatendido. De vez en cuando pulsaba, dando un mínimo respingo en busca de que lo tocaran. El pañuelo se había apegado a la piel de la erección y se veía ahora más oscuro, transparentando las palpitantes venas del miembro viril del joven italiano.

Sus pupilas oscilaron, siguiendo los movimientos del desconocido que tenía en frente, pues al contrario que él, Guido no había preguntado por su nombre; en parte por educación, en parte por el morbo de tacharle como alguien ajeno, nuevo y posiblemente peligroso, tal y como se había descrito a sí mismo justo en ese momento.

Los modales eran algo inculcado en él desde muy tierna edad a pesar de no ser de clase alta, pero nunca se había parado a pensar que se le notara, menos aún cuando estaba prácticamente desnudo con la verga dura y todo sudoroso. Sin embargo, no tenía pensado contradecir al hombre, al menos por el momento. Amplió la mueca de los labios que se curvaban hacia arriba en una sonrisa y respondió con toda la calma de la que fue capaz a pesar de la excitación que sentía.

-No me pone a tono el hacerlo de la manera normal. Necesito romper las reglas para que se me ponga así. -Bajó la mirada hasta su erección, ahora rodeada por la gran mano de dedos largos y tendones marcados del desconocido. ¿Para qué andarse con tonterías? No tenía ningún sentido, menos aún siendo como era él, que no se cortaba jamás un pelo ni se mordía la lengua. El calor de su propio cuerpo se transmitía a través de la empapada y fina tela blanca, impregnando la palma ajena con reclamo. ¿Debía ponerse en plan sumiso y suplicar para que hiciera más que sólo tocarle de manera mínima? Tenía claro que aquel tipo era un depredador, pero no sabía la clase de presa que andaba buscando y el italiano podía ser cualquiera siempre que le interesara. Indefenso, desvalido... osado y con descaro... rebelde y con dotes para sacar de quicio a cualquiera. La mejor manera de averiguarlo, era preguntando, así que lo hizo. -¿Qué esperas de mí?

Se estremeció en cuanto el aliento cálido de la boca ajena le rozó la erección y notó el cosquilleo de la cabellera del hombre contra la tersa piel de su vientre. Posó una de las manos en la pared lateral, más como método de contención que como apoyo, temiendo exigir más de lo permitido ante la situación. Se mordió el labio inferior, dejando que sus ojos se deslizaran por el camino que dejaba entrever la melena del desconocido por la parte de su nuca en la posición en la que se encontraban.

Permitió que sus caderas se movieran hacia el frente cuando le atrajo con una mano, notando sus nalgas moverse con dificultad sobre la sudada taza del inodoro. Le devolvió la mirada cuando el mayor alzó el rostro y escuchó la segunda parte de la respuesta a su curiosa pregunta. No era exactamente eso a lo que se había referido al interrogar al ajeno, pero tampoco había especificado nada y casi cualquier contestación podía ser buena según cómo se la tomara uno. Eso sí, al escuchar lo que le inquirió a continuación, abrió los ojos más de la cuenta. ¿Debía a caso saber quién era? ¿Se habían conocido antes y no lo recordaba? Pero entonces, ¿por qué le había preguntado su nombre? No, no era que se hubieran visto con anterioridad, era alguna otra cosa... Frunció el ceño un poco, estrechando los ojos.

-¿Debería conocer tu identidad?

Examinó los rasgos del rostro del hombre, el perfil de su nariz, la forma de sus ojos y los ángulos de su mandíbula, nada le parecía familiar. Analizó luego sus ropajes y aunque le parecieron un tanto extraños, tampoco le terminaban de indicar de quién se trataba ese desconocido. Pero la pregunta había encendido su curiosidad y su imaginación empezó a divagar. Debía tratarse de alguien conocido popularmente, sino no se hubiese sorprendido ante la idea de no haber sido reconocido. ¿Pero qué nombre teñía su fama?

Lo de ser viajero lo había intuido por su acento, al igual que el contrario sabría de su procedencia italiana y no sólo por su nombre. Sin embargo, lo del renombre por su padre, de eso no tenía ni la más menor idea, y tampoco sobre la reputación de sus quehaceres con jóvenes ansiosos como él mismo. Llevaba pocos meses en Francia y no solía prestar atención a la gente, a no ser que llamasen excesivamente su atención; claro que de haberse topado con semejante persona en el pasado, estaba seguro de que le recordaría sin duda alguna.

-¿Y qué fama es esa?

Le interesaba más una respuesta práctica que teórica.

Intentaba pensar, pero todo su cuerpo estaba encendido por el roce de las ásperas manos de ese desconocido, que a pesar de aparentar y decir ser noble, demostraban que su trabajo era más físico que mental. Sus ojos se deleitaron con las vistas cuando pudo ver aquel bien formado y apetecible torso, mordiéndose un lado del labio. Resopló por la nariz y volvió a fijar la mirada en las orbes ajenas.

-Esa idea me excita sobremanera... ¿no te parece morboso que nos pillen?

Se pasó la lengua por la comisura de la boca y sonrió ladinamente con los ojos entrecerrados y las pupilas bailarinas por la emoción de la situación. Despegó la mano de la pared y la llevó a rozar el oscuro vello que cubría parte de los pectorales de aquel espléndido cuerpo y la deslizó hasta el cierre de sus pantalones, dando un seco tirón hacia su propia posición. Con la mirada le pedía permiso, aunque sus dedos ya estaban afanosos en desabotonar la prenda. No buscaba estar en igualdad de condiciones como si fuera un niño "yo estoy desnudo, pues tú también", sino que anhelaba ver si ahí abajo era tan estupendo como de cintura para arriba.

Entrecerró los ojos hasta que casi no podía ver, disfrutando de la ardiente lengua ajena que marcaba un sendero por su cuello hasta terminarle en los labios. Atrapó momentáneamente la resbaladiza punta con los dientes, sin morder, pero la liberó enseguida y se relamió gustoso, antes de liberar un jadeo por las atenciones de las expertas manos del desconocido.

-¿Hacer el amor qué es eso?

Aunque la pregunta sonara irónica, en realidad no lo era del todo. Si bien se reía de la palabra y de la gente que juraba estar enamorada, desconocía por completo sus efectos o la diferencia entre follar o hacer el amor. Para él era todo lo mismo, sólo que vestido con un traje distinto que pretendía ser más elegante y cuidado, como si pretendieran vendérselo a aquellos que fingían no disfrutar de los placeres de los actos carnales.

En cuanto los pantalones del hombre cayeron, dejó de pensar en estupideces y dejó escapar un ahondado suspiro de placer. Estaba mucho mejor servido de lo que hubiese esperado y eso siempre era un regalo para todos los sentidos. Dejó que el otro se deshiciera de la ropa y en cuanto notó la yema del pulgar sobre el labio, su boca empezó a salivar. Podía decir lo que quisiera, que no se sentía obligado en lo más mínimo. Deseaba saborear su salada piel y sin pensárselo ni un segundo, se bajó de su asiento y se arrodilló en el suelo frente al apolíneo desconocido. Su propio miembro rozó el frío suelo al separar las piernas para estar más cómodo y eso le hizo estremecer. Sujetó el falo ajeno con una mano y con la otra acarició los testículos, no tardando en aproximar el rostro para oler la zona genital y lamerla con lentitud, deleitándose con su aroma y el calor que desprendía contra su ya de por sí fogosa lengua. Masajeó las gónadas entre los dedos y besó el tronco de la verga antes de dar un breve mordisco con malicia, pero sin fuerza.

Cuando hiciera una felación por primera vez, no pudo negar que le había parecido desagradable, incómodo e incluso vejatorio, pero había aprendido muchas cosas con el paso del tiempo gracias a su hermano, y a disfrutar de todas y cada una de las ventajas del sexo, la primera de todas. Algo que podía semejar sucio o bajo, resultaba ser en realidad deliciosamente placentero. Rodeó el glande con los labios y dejó que éste se adentrara en su boca, aprisionándolo con la lengua contra el paladar. Por las acciones ajenas, supo que el contrario lo estaba disfrutando tanto como él, así que no se detuvo. No, ni si quiera cuando se oyeron pasos aproximándose. De hecho, aquello le puso más cachondo aún de lo que ya se encontraba y succionó con fuerza la cabeza del falo que sostenía en la boca.

Cuando el desconocido le apartó, soltó un gruñido de frustración, quería seguir con la tarea. La protesta nació en su garganta pero no llegó a tomar forma de palabras, interrumpido por un feroz beso que le hizo recapacitar sobre su desacuerdo en que se detuviera. Disfrutó de la voracidad hasta que de pronto todo cambió y fue aprisionado entre unos fuertes brazos de una manera extraña. ¿Qué hacía? Intentó zafarse, pero el tipo era exageradamente fuerte, ¿para entrenar cargaba caballos o qué? Arrugó la frente e impotente ante los gestos del escocés, se vio obligado a sentarse nuevamente en la taza a regañadientes.

-Pero yo...

Dejó que el silencio se apoderara del ambiente al verle admirarle de aquella manera al sujetar su erección. Cualquiera diría que estaba observando un saco lleno de oro o el cáliz sagrado de las leyendas. Tragó ruidosamente con el roce cálido contra la piel algo fría de su miembro viril y resopló por la nariz en cuanto el aliento le acarició el glande, seguido por unos carnosos pero ávidos labios que le hicieron cerrar los ojos, agradecido por la atención recibida tras tanto reclamarla. Con una mano se aferró al asiento y con la otra rodeó la cabeza del desconocido, instándole a seguir y profundizar cuanto pudiera.

Se obligó a abrir de nuevo los ojos y mirar, no quería perderse detalle de lo que estaba sucediendo, por mucho que el placer de ser succionado de manera tan golosa le estuviera mermando la fuerza de voluntad. La imagen del hilo de saliva uniendo los labios del desconocido a su propio falo, le pareció de lo más lujuriosa y provocativa. Si bien su hermano había hecho muchas barbaridades con él, jamás le había hecho una mamada. Cada terminación nerviosa de su cuerpo, parecía estar conectada en aquel instante a la feroz y hambrienta mirada del escocés. Su propia boca se mantuvo entreabierta, dejando escapar roncos y ásperos gemidos que intentaba mantener en tono bajo. Le daba mucho morbo la idea de ser pillados, pero bien sabía que si eso sucedía, les echarían a patadas del local y eso bien podía estropear el ambiente, de cara al contrario. Él seguiría cachondo hasta el fin de los días si no se corría al menos un par de veces.

Se dejó separar más las piernas, tensando los muslos al firme roce de las manos ajenas y al ver que se humedecía un dedo y lo aproximaba a sus nalgas, enarcó las cejas con sorpresa. ¿Qué quería hacer? Si bien cualquier persona que conociera el sexo entre hombres, y no fuera un bárbaro, sabía que previamente había que preparar la zona para que no doliera, ése no era el caso de Guido. No porque no le importara el dolor, o porque disfrutara con él, sino porque nunca le habían tratado con cuidado, así que desconocía ese tipo de cosas tan simples y prácticas. El desconcierto era claramente visible en su rostro, pero la caricia de esa pervertida lengua le hizo sentir un tembloroso escalofrío de placer y contrajo el vientre, antes de pronunciar jadeante el nombre del escocés.

-No-lan...

Arrastró las sílabas como si las paladeara, degustando el sonido de éstas con deleite. Luego se perfiló los labios con la punta de la sinhueso y sonrió un poco de medio lado.

La manera en que lo tocaba, que era a penas un roce, mientras él se moría de ganas por algo más fuerte, le estaba volviendo loco. Su mira se intensificó, buscando la ajena, sin esperarse que le penetrara con un único dígito. Su esfínter se contrajo automáticamente, apresando la falange y en nada se amoldó a la intrusión. Por norma general, lo que se adentraba ahí era mucho más grueso y largo, con una temperatura increíblemente elevada y unas venas palpitantes, así que un dedo, ni lo notaba. Quiso exigir más, pero recordó que no sabía lo que le gustaba al escocés y si bien era un joven ansioso por complacerse a sí mismo, siempre había sido sometido por sus acompañantes y estaba acostumbrado a obedecer. Antes de poder hacer ninguna observación o sugerencia, el contrario ya había reclamado su boca en un fogoso beso.

Encorvó la espalda al tener el trasero hacia delante y también la cabeza, continuando aquel apasionado encuentro entre los labios de ambos que parecían devorarse a cambio de las cenas que seguían esperando en sus abandonados platos. Cando al fin le permitió tomar una profunda bocanada de aire, escuchó el mandato y se relamió lascivamente, esperando que llegara la parte realmente buena de la situación. No le importaba hacerlo de pie, a cuatro patas, sentado o recostado, siempre que no tardara en sentir aquella enorme y jugosa verga dentro. Disfrutó de los húmedos besos sin ver lo que el otro hacía con la chaqueta. Se recostó tal y como le fue ordenado, notando entonces que el suelo no estaba frío. Miró de soslayo y al ver la chaqueta se sorprendió. ¿Cuánto cuidado pensaba poner aquel hombre en acostarse con un desconocido? Estaba a punto de averiguarlo. Apoyó los codos sobre el saco para mantener el tronco erguido y así poder observar hasta el último detalle de cuanto alcanzara su vista. Aunque no aguantó así mucho, cuando el escocés le levantó las piernas, obligándole a colocar la espalda completamente perpendicular a las paredes. El húmedo contacto de la lengua contra su ano le hizo estremecer y tensar hasta el último músculo de su cuerpo, al tiempo que gemía calladamente.

-¿Qué... haces?

Alcanzó a preguntar con voz temblorosa por la excitación y el nerviosismo de descubrir algo nuevo. ¿Si sentía tan bien, por qué no lo había probado antes?