Scappare sarebbe un peccato ~ Nolan McLeod +18

Recuerdo del primer mensaje :

El italiano a penas se había movido en las horas que habían pasado en la cama. Había estado durmiendo, pero su cuerpo era demasiado consciente del dolor que sentiría con la mayoría de los gestos y había decidido permanecer en absoluto reposo. Sin embargo, el entumecimiento que sintió por esa inactividad, le hizo levantar uno de los brazos y fue entonces que notó el roce de la ropa de cama contra los arañazos de la espalda, arrancándole un quejido al tiempo que despertaba de mala manera, maldiciendo mentalmente.

Abrió los ojos con dificultad, percatándose entonces de la franja de sol que se colaba por entre las cortinas e incidía directamente sobre su pecho y el del escocés, que parecía aún dormido, o al menos increíblemente relajado. Le extrañó no haberle despertado con su gruñido de dolor, pero era tan raro el hombre, que ya no sabía qué esperar de él. Recordó lo ocurrido la noche de antes, el sexo en el baño del restaurante, el que tuvieron luego sobre la cama en la que ahora yacían y la enorme sorpresa. Había detalles de todo aquello que le obligaban a sonreír y otros que le dieron ganas de despellejar vivo al contrario, aunque se le pasaron enseguida. Refunfuñó un poco e intentó incorporarse, notando una acuciante punzada en su trasero. Maldita bestia salvaje... le había desgarrado entero. Giró el rostro y observó detenidamente el ajeno. El marcado contorno de su mandíbula bajo la varonil barba, sus largas pestañas creando suaves sombras contra la blanca piel del escocés y su cabello revuelto envolviendo unas facciones tremendamente atractivas.

Era obvio que el sexo no lo había soñado, pero seguía incrédulo ante la idea del cambio. ¿Era posible, realmente? Apoyó todo el peso en la mano que quedaba hacia el exterior y apartó la otra del colchón, llevándola a la sien del contrario. Rozó la zona con el dorso de los dedos y la deslizó hacia abajo, notando el duro y grueso bello facial contra su piel. El tacto era muy distinto al del lebrel grisáceo e imponente de la noche anterior, pero el porte elegante y la mirada... en eso el escocés no cambiaba. Suspiró, apartando la mano y con dificultad, pero con fuerza de voluntad y necesidad, giró despacio sobre la cama para dejar que sus pies colgaran y tocaran el suelo. Las losas se sentían frías y mandaron un breve escalofrío que le recorrió hasta las pantorrillas, terminando de despertar cualquier parte que siguiera aún dormida de su cuerpo. Quería levantarse y buscar el baño, pero seguía sin tener ni idea de la disposición de las estancias en aquella casa. Carraspeó, no muy seguro de tener aún voz después de tantos gritos y gemidos y mirando de soslayo al hombre, quiso despertarle.

-¿Nolan...?

Tal vez fuera porque el escocés era en parte animal. Los perros sabían amar incondicionalmente, seguro que también lo hacían los lobos, que decían emparejarse de por vida, o los zorros, aunque a penas supiera nada sobre ellos. Esa posibilidad implicaba que Nolan, como excepción, tal vez si fuera capaz de sentir algo como lo que implicaba el amor.

Le sorprendió que se percatara de lo sucedido con su hermano. Estaba convencido que no se le notaba en la voz, todo lo decía con el mismo tono, sin resentimiento ni dolor. Aunque sí estuviera furioso porque le dejara atrás como si jamás hubiese importado. Claro había quedado ya que a Lucca tanto le daba el bienestar de Guido. Sin embargo, no se avergonzaba de lo sucedido, jamás le importaron los tabús ni las estupideces, las limitaciones del ser humano y la sociedad que se deleitaba con privar a la gente de su libertad con imposiciones dictadas por a saber quién.

-Él me hizo quien soy. Es por él que necesito sexo constantemente, que me toquen, que me dejen satisfecho. Y aún así, nunca es suficiente. Jamás lo fue, ni si quiera con Lucca.

Todo había empezado como un juego, o eso le había vendido. "Probemos esto, verás qué divertido." "Deja que te toque aquí, que te lama allá." "Ahora hazlo tú." Había sido un niño de tan sólo siete años cuando todo había empezado, mientras que su hermano tenía once. ¿Por qué había sido? No se lo preguntó nunca. Y tampoco le pareció que estuviera mal. Era su pequeño secreto, el que compartía con la persona más cercana a él. Con aquel que pasaba la mayor parte del tiempo colmándole de atenciones, como al italiano le gustaba. Y al final, ¿qué había conseguido? Nada. Una adicción imposible de curar y quedarse solo.

Abrió los ojos tras haber soltado toda la perorata. Sabía que a nadie le importaba en realidad lo que los demás hicieran o dejaran de hacer, y que cuando les interesaba algo, solía ser para juzgarlo, para poder señalar con el dedo y acusar a cualquiera. La humanidad estaba acostumbrada a ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio, y el italiano lo tenía asumido desde ya muy jovencito.

Observó al escocés, notando su cambio de actitud. Algo le había hecho ponerse tenso, irascible, pero ni se le pasó por la cabeza que hubiese sido su historia. Porque si él no sentía una rabia tan grande como se suponía debiera, ¿por qué iba a hacerlo nadie por él? Le siguió con la mirada cuando se levantó y agradeció la brisa que entró repentinamente por la ventana, dispersando el aroma de la comida por toda la habitación y trayendo nuevos olores consigo de la calle. No los podía discernir, pero llevaban escrito el nombre de la ciudad.

Cuando Nolan empezó a narrar su historia, al principio no comprendió a qué venía, hasta que empezó a avanzar en la narración. Fue breve, pero directo y dejó entrever los sentimientos que aquel muchacho del país vecino al que se encontraban había provocado en el hombre. Le había dejado marca. Y luego le había abandonado también, aunque en su caso, no había sido una marcha voluntaria. Al menos el italiano podía intentar perseguir a su hermano, pero el contrario... él sólo podía perseguir su fantasma. Le supo mal.

Al escuchar la palabra amor de nuevo, abrió mucho los ojos y negó sin pensárselo. ¿Amar a su hermano? Él no amaba a nadie. No era capaz de semejante hazaña. No era una persona digna de sentir algo tan supuestamente puro. Era egoísta y se movía por el interés carnal.

-Sólo quiero una explicación. Tal vez... una disculpa.

Ni si quiera se había parado a pensar lo que realmente quería de Lucca. ¿Por qué le perseguía? Con lo fácil que hubiese sido quedarse en casa y seguir... solo. Ese era el problema, no quería estar solo. Pero la gente no le comprendía, nunca nadie lo intentó si quiera. El que más se había acercado había sido su hermano. Porque al menos él, compartía su secreto.

No quería darle más vueltas al tema, pensar en ello se le empezó a hacer complicado, y a Guido no le gustaban los líos que no pudiera controlar o de los que fuera incapaz de disfrutar. Por suerte, el escocés decidió también dar por zanjado el asunto, hablándole de otra cosa, en realidad, sugiriéndole algo.

-Lo más molesto es lo de la espalda, pero tampoco es insufrible...

Escuchó el leve golpear en la puerta y giró el rostro para encontrarse con una cocinera y se preguntó si habría sido la misma que trajera la comida u otra diferente. En realidad tampoco le importaba demasiado, era sólo por pensar en algo banal. No se molestó en cubrirse con la sábana ni se escandalizó por ser encontrado desnudo. Mucha gente le había visto tal y como vino al mundo, así que una más no importaba.

Al escuchar lo que dijo Nolan, no pudo reprimir una risa burlona. Le gustaba el teatro y ya sabía de buena tinta lo bien que se le daba narrar historias, así que tampoco le costó mucho imaginarle como a un juglar cantando gestas en el medievo. La idea resultaba realmente divertida.

Tomó la mano que le fue ofrecida y apoyando la otra en el borde del colchón, se impulsó lo suficiente para levantarse de la cama, pisando firmemente el suelo con ambos pies.

-No se la vio muy sonrojada, yo creo que no le gustó lo que vio.

Rió nuevamente, siguiéndole la broma al contrario. Prefería aquel ambiente distendido que no el hablar de cosas que podían volverse serias o incluso tensas. No había nada como una charla sin mucho trasfondo, pero con toques interesantes o graciosos. Buscó sus pantalones con la mirada y los alcanzó para poder ponérselos, usando al escocés como punto de apoyo con uno de los brazos, mientras levantaba una pierna y luego la otra para calzarse la prenda.

-¡Eh!

Exclamó al verse levantado de aquella manera y sin previo aviso. No era una damisela en apuros que necesitara de un caballero andante para que la cargara de un lado a otro de una calle con charcos. Pero tampoco se quiso pelear en exceso, los movimientos en aquella posición eran tirantes para la espalda y, al menos, no le llevaba como a una "princesa". Algo era algo.

-También hablarán de esto, seguro. De cómo el señor de la casa lleva a un hombre semi desnudo a cuestas por todo el lugar.

Rió, devolviéndole la pelota sobre lo de los comentarios. Era cierto que le gustaba ser el centro de atención, pero precisamente de las mujeres... no le agradaba. Solían tener lenguas muy viperinas, que él también, pero al menos él lo decía todo a la cara, sin tapujos ni segundas intenciones; mientras que las chicas... solían buscarle siempre los tres pies al gato, parecían sobrevivir a base de chismes y de poner a todo el mundo a caldo cuando no miraban o escuchaban.

Miró las cosas que iban pasando a su alrededor por el pasillo, intentando ubicarse con cada paso que daba el escocés. No era muy práctico en la postura en la que estaba, pero fue suficiente para crear un recorrido mental entre el punto de salida y el de destino. Se acomodó una vez le sentó en la cama y enarcó una ceja, viéndole rebuscar en el armario.

-¿Buscas ropa para mí?

La respuesta llegó con una prenda que le ofreció y que él examinó con detenimiento. Se veía mucho más ligera que sus pantalones y también más fresca, que dado el calor que parecía emanar en las últimas horas, sería de muy buen provecho. Apoyó los pies en el suelo, lo justo para bajarse la prenda que llevaba hasta los muslos y se volvió a sentar para deshacerse de ella por completo y colocarse la nueva, otra vez hasta más allá de las rodillas y vuelta a levantarse para terminar de subirlos y abotonarlos correctamente.

-¿A dónde me quieres llevar?

Preguntó con curiosidad, al tiempo que se ponía el cómodo calzado. Lo miró con curiosidad, pues nunca antes había usado algo parecido, que aunque parecía bastante poco útil para andar por el adoquinado exterior, se notaba extremadamente agradable al abrazar el pie. Se levantó del todo y aprovechó que había un espejo en el interior de la puerta del armario para mirarse las marcas rojizas de la espalda. Se veían bastante, pero no había herida abierta, era como si se hubiera caído en terreno de piedras y se la hubiese rascado, aunque formando ocho senderos más o menos paralelos de a cuatro.

Se puso de puntillas para observar también lo que había al otro lado de la ventana, y que el escocés tapaba con sus anchos hombros. Pudo ver un jardín enorme, o más bien algo similar a un bosque. Mucha vegetación, arbustos frondosos, árboles largos como torres de iglesia y de colores vivos como si estuvieran recién pintados con óleo. El olor a hierba fresca y a flores salvajes se adentró por la rendija del ventanal, como si se hubiera mantenido al margen hasta que se percatara de lo que había allá fuera. Se sintió extraño por un momento, dándose cuenta de lo subjetiva que era la mente a los estímulos. Algo que podía parecer una tontería, pero que sin darse cuenta, le afectaría más de lo imaginable.

-¿Hay limonadas de color rosa?

Enarcó ambas cejas con sorpresa. Él tampoco sabía de la existencia de tal cosa, y se preguntaba cómo las harían. Estaría prohibido añadir pigmentos, seguro, así que debían mezclar alguna cosa comestible que aportara dicha tonalidad... tal vez cerezas o granadinas.

Se miró los pies y movió los dedos que no se sentían restringidos por el calzado. Era agradable, la tela no aprisionaba sus articulaciones y además parecía que transpiraban muy bien.

-¿Fuera iré descalzo?

La curiosidad iba creciendo en su interior con cada comentario ajeno. Eran cosas sencillas, pero que intrigaban al italiano sin saber muy bien por qué. Salió del dormitorio en cuanto le cedió el paso y miró al contrario esperando a que le indicara cómo proseguir.

-¿Escaleras abajo y...?

Empezó a descender la escalinata, sujetándose a la barandilla con la mano derecha. Dio pasos cortos y lentos, no por miedo a caerse, sino sin motivo alguno, simplemente porque sí, porque le apetecía hacerlo de aquel modo. Una vez en el piso inferior, volvió a mirar a Nolan y sonrió, esperando a que él pasara delante y le guiara.

Cuando se percató de la presencia del perro, enarcó ambas cejas con curiosidad. No se había dado cuenta la noche anterior de que hubiera un perro allí, aunque siendo sinceros, no es que prestara demasiada atención en aquel entonces. Vio como el escocés le trataba con cariño y volvió a recordarle en forma de lebrel, tan grande y elegante, fuerte y veloz. El can que yacía dormido en el suelo, era prácticamente lo opuesto a aquella visión en la alcoba. Se le veía achacado y bastante sucio, seguramente no llevaría mucho tiempo en la casa, ya que no se imaginaba al servicio permitiendo que un animal en esa condición se paseara tranquilamente sin una buena limpieza. Rió silenciosamente al imaginar a alguien bañando a Nolan como perro sin saber que se trataba de un humano. Una tontería, lo sabía, pero la idea le vino sola a la cabeza y se le antojó realmente divertida.

Cuando se asomaron al exterior, pudo percibir de manera aumentada aquellos olores que minutos antes, seguramente sólo fueran producto de su estimulada mente. Más que un jardín delimitado, parecía un terreno sin final, el principio de un bosque de dimensiones desconocidas, lleno de animales pequeños y grandes, de árboles que en su vida había visto en libros si quiera y de secretos tan grandes como toda la extensión del arbolado territorio.

Se sentó en otra de las sillas, la que había más cercana a la posición del contrario y se aseguró de no dejarse llevar por el impulso de apoyarse contra el respaldo, evitando así posibles roces con las marcas de la piel, que con cada rato que pasaba, parecían ir sanando más. Se miró los vasos de limonada con una de las cejas alzadas y tomó una copa para olerla. Desde luego era limón, dulce y ácido a la vez, se notaba en el aroma que desprendía. Pero había algo más que no lograba identificar. Se atrevió a darle una probada, un leve sorbo que intento no hiciera ruido y lo paladeó con calma, relamiéndose.

-¿Cereza?

Estaba casi seguro de que ese era el otro ingrediente, pero prefería que se lo confirmaran antes que pecar de sabelotodo. No estaba muy puesto en muchas cosas, pero siempre se le había dado bien el probar vinos, aunque le gustaran más los suaves y poco avariciosos.

-Está bueno, la verdad. El aspecto no me daba mucha confianza...

Confesó, volviendo a reír, esta vez en voz alta, sin contenerse y bebió un poco más del jugo. Dejó el recipiente sobre la mesa e inspiró profundamente, disfrutando de la tranquilidad del lugar, de su lado silvestre y despreocupado. Le encantaba la naturaleza, aunque también era algo que le asustaba. No ella en sí, sino vivir en ella. Le gustaban los riesgos y las sorpresas, pero había cosas que escapaban a su control, y eso... ya no le gustaba tanto.

-Claro, luego te digo el nombre y la dirección del hostal. Tengo una tarjeta en el bolsillo del pantalón, arriba.

Miró al escocés cuando le hizo la pregunta, sabiendo perfectamente la respuesta. Aún así, decidió meditarla durante unos segundos. Si bien en Italia había tenido un buen empleo y gracias a ello había ahorrado dinero suficiente para no preocuparse durante una larga temporada, actualmente no tenía nada que hacer. Se había dedicado a conocer París, a pasear sin rumbo, sin destino, sin misión. Inicialmente su intención había sido encontrar a su hermano, pero una vez llegó a la ciudad, fue como si algo se reiniciara en su cerebro y perdiera el norte. Ya nada importaba realmente, su vida había cambiado y ahora no tenía nada que ocupara sus horas, excepto disfrutar de la soledad, de la relajación y de los recuerdos que ansiaba olvidar.

-Actualmente no hago nada. No me he molestado en buscar un empleo aquí en Francia. En Italia era traductor de francés, por eso no he tenido problema alguno al llegar aquí, porque lo domino casi a la perfección, tanto hablado, como escrito. También sé tocar el piano y soy bajo-barítono suplente en algunas óperas de poco renombre, nada importante. Pero me ganaba bien la vida y tengo algunos ahorros...

Si bien no se había traído todo su dinero, ni tampoco lo llevaba encima, algo tenía guardado en una caja dentro de la maleta en el hostal y también tenía dinero guardado en el banco. Tampoco estaba llevando una vida que exigiera demasiados gastos, ya que su estancia era en un lugar de baja categoría, aunque lo suficientemente limpio para no sentirse harapiento, y comía cosas económicas pero buenas, sobretodo guisos caseros en pequeñas tabernas. Aunque se había criado bien, sabía que el dinero no duraba para siempre y que había que acomodarse a lo que se tenía y podía en cada momento. Él desconocía cuánto tiempo estaría fuera, así que se había apretado el cinturón en los gastos y ahorraba cada franco.

-Sé que debería preocuparme en... bueno, porque no sé cuánto tiempo estaré en París, puede que años. Y el dinero que tengo no durará eternamente, soy plenamente consciente de ello. Simplemente... simplemente no quería pensar en nada. Ni si quiera en el por qué me preparé la maleta y me fui de Sicilia, como si fuera necesario de verdad. Sólo me dejé llevar por el impulso y aquí estoy. Porque cada acción que llevo a cabo, es una locura que hago sin meditar.

Rió un poco, en parte sin ganas, en parte con sinceridad. No se arrepentía nunca de sus decisiones y ahora no iba a empezar. Aunque reconocer abiertamente que era un cabeza loca, no era como echarse flores, precisamente. Pero estaba seguro que eso, el escocés, ya lo sabía sin que él lo tuviera que contar.

-No me molesté si quiera en preguntar, la verdad. Sólo quería estar tranquilo por un tiempo, tomarme unas pequeñas vacaciones... aunque se alargaron tal vez más de lo necesario.

Añadió al final, tras hacer un cálculo rápido y percatarse que llevaba algo más de seis meses en territorio francés sin haber hecho absolutamente nada provechoso. Sólo ir de un lado a otro, viviendo como una sombra. Sí, como una que llamaba la atención en casi cualquier lugar que estuviera, pero aún así, sin brillar como solía hacerlo en su amada isla italiana.

Escuchó con atención la propuesta ajena, jugando con los dedos sobre el fino cristal del recipiente, resiguiendo el delgado cuello que parecía sostener a la copa como la pata firme de un flamenco. La idea le pareció sumamente tentadora. No se tomaba aquella sugerencia como un favor, pues le demostraría sin duda alguna lo bueno que era en sus talentos. Además, a Guido le encantaba ser el centro de atención y no le costaría nada meterse al público en el bolsillo. Era plenamente consciente de sus virtudes y defectos, de la magia que lograba con una simple sonrisa o un guiño de ojo. Explotaría al máximo cada uno de sus dones sin que le costase lo más mínimo.

-¿Y qué clase de gente asistirá a esa... fiesta?

La mejor manera de ganarse a los asistentes, era conocer sus debilidades. Porque todo el mundo tenía las suyas, incluso el escocés. Aunque por el momento, al joven italiano no le interesaba escarbar en aquella madriguera. La gente con dinero acostumbraba a ser vanidosa, confiada y ridículamente supersticiosa. ¿Por qué? No tenía ni idea, pero se había encontrado con demasiados casos como para considerarlo una simple casualidad.

-Podré practicar antes, ¿cierto? Llevo meses sin tocar un instrumento y, aunque sí canto a veces, es de manera distraída y no lo hago como bajo-barítono.

Decidió darle otro trago más a su refresco que se iba calentando con el paso de los minutos. Se pasó la lengua por los labios y se llevó la mano a la barbilla, notando que la barba empezaba a asomar a su rostro, lo cual le haría parecer menos joven de lo que normalmente aparentaba. No le desagradaba la idea, sobretodo si iba a tener que hacer una representación pública. Cuando lucía bello facial, parecía reclamar más atención aún que sin ella, sobretodo de las damas. Aquello último no le agradaba demasiado, pero todo fuera por brillar en el pequeño escenario junto al piano.

Como era de esperar, el escocés confirmó sus sospechas sobre el tipo de gente que asistiría a dicha celebración, y por el tono en que hablaba sobre ellos, no les tenía precisamente mucha estima. Aquel hecho le arrancó una traviesa sonrisa que no se molestó en ocultar, a fin de cuentas, estaba convencido que el contrario ya le tenía calado en algunos aspectos y además, por norma general, tampoco le agradaba fingir ser algo que no era.

Observó las acciones ajenas sin comprender muy bien a qué venían, aunque dedujo que le trataba de aquel modo la mano, porque era uno de sus instrumentos a la hora de tocar el piano. Le dejó hacer sin problemas, no viéndose afectadamente sorprendido en realidad y en cuanto le soltó la mano, volvió a prestar atención a sus palabras.

-Preferiría primero ensayar un poco a solas, y luego hacerte una demostración de mis dotes.

Se quedó pensativo un instante, analizando la situación. Nolan era un cambiante, y los animales en los que se convertía, eran todos conocidos por su exquisito sentido del oído. Si lo que quería era practicar tranquilamente sin temer equivocarse después de tanto tiempo sin usar sus dedos para deslizarlos sobre el teclado como si fueran caricias a veces y otras como si lo maltratara, según el tempo utilizado; lo mejor sería pedirle que se fuera a dar un paseo, aunque eso implicara echarle de su propia casa.

Sin embargo, antes de poder abrir la boca para expresar sus pensamientos, sintió el roce de la firme mano ajena contra la curvatura de su cuello y pudo ver como las orbes del escocés se acercaban a las suyas en cuanto aproximó su rostro al propio. Desvió un instante la mirada hacia los labios que llevaban casi veinticuatro horas empeñadas en devorarle a besos y enarcó una ceja, sintiendo como si le estuviera retando. ¿A caso no le creía capaz de tal cosa? Podía no creer en el amor, pero no por ello se negaría a un acto como saborear el feroz bocado del hombre que tenía delante. Acortó la ínfima distancia que los separaba y tomó los labios de Nolan con los propios, iniciando por primera vez un beso.

No tenía experiencia en lo que a dominar la situación actual se refería, así que su beso fue algo torpe, aunque se negaría a reconocerlo si se lo preguntaran, y trató de concentrarse en respirar por la nariz y degustar los labios carnosos del escocés como buenamente pudo. Y para cuando el contrario se apartó, cortando el beso, el italiano se percató que inconscientemente había fruncido el ceño, relajándolo tan rápido como le fue posible.

Lo primero que vio en cuanto abrió los ojos, fue el porte tranquilo y relajado de Nolan. Su actitud prácticamente indiferente, le molestó en cierta manera, pero decidió no decir nada por no parece un crío. Aún así, su carácter fuerte le impedía disimularlo por completo, así que, aunque no se diera cuenta si quiera de ello, sus ojos permanecieron entornados durante la conversación que tuvo lugar seguidamente.

-Es tiempo suficiente. Tocar el piano es como caminar, no olvidas el cómo se hace, pero tu cuerpo se oxida si no practicas a menudo.

Movió los dedos en el aire, como si tocara un piano invisible. Podía notar el atrofiamiento en alguno de los nudillos. Claramente necesitaba ensayar bastante antes de plantearse si quiera mostrarle al contrario lo bien que se le daba el instrumento en sí. Escuchar aquello último, le hizo enarcar ambas cejas, y como su mente trabajaba más deprisa que su lengua, pero no tanto como para meditar antes de hablar, respondió con cierto rencor por su no apreciación a cerca del beso.

-Tranquilo, recuerdo las normas. Nada de amantes en la casa, aquí soy tuyo. Puedo buscarlos fuera.

Sonrió de medio lado con clara malicia. Si bien su cuerpo ahora mismo le mandaría a paseo si le insinuara si quiera que iba a tener sexo, hablar de ello no le afectaba para nada. Y aunque bien sabía que era prácticamente imposible encontrar a un hombre que le satisficiera como el escocés y que tampoco le interesara buscarse a otro, el fuego de su pasión italiana le hizo decir algo que, aunque dudaba le sentara mal al contrario, al menos le picaría el orgullo como sucediera con él escasos segundos antes.

Fue lo suficientemente hábil para notar un tono extraño en su voz sin tener que fijarse en el gesto de su rostro, pero no se esperaba un golpe tan duro. Le dolió, y mucho. Si el chico quería jugar así, adelante, sin embargo el escocés no se sentía capaz para ello. Se limitó a asentir sobre el tema referente al uso del piano y el tiempo de ensayo que usaría, todo eso le parecía justo aunque algo apresurado. La fiesta podía esperar o irse al mismísimo infierno si le daba la gana.

-Si tantas ganas tienes de encontrar amantes no dudo que esa ocasión sea la más apropiada, estarás feliz de visitar mansiones mucho más grandes que ésta o incluso algún palacio -se escuchaba el rencor nítido en su voz y no se molestó en esconder su pésimo humor. Sí, él se lo buscó creyéndose todopoderoso y dueño del italiano, y sí, él mismo debía arreglar ese asunto y no rematar con el chico que no tenía idea de esos asuntos.

Chasqueó la lengua, hundido en ese pensamiento que nublaba su razón, se descalzó y caminó por el césped que cubría la mayor parte del jardín, tan sólo atravesado por los caminos empedrados para la comodidad de quien no conocía el placer de la hierba bajo los pies. Necesitaba un respiro, calmarse y no traicionar su propia fortaleza y volverse una bestia que, sin esfuerzo, podría matar al chico en un parpadeo. Se pasó ambas manos por la cara reprimiendo las ganas de gritar a la nada y sacar esos celos infundados que lo envenenaban. En efecto, eran celos. Celos dirigidos a humanos que ni siquiera habían conocido al italiano y mucho menos puesto un dedo sobre su cuerpo, celos dirigidos a los potenciales depredadores, a quienes lo mirarían con asombro y deseo, justo como él lo miró la noche anterior. Mataría a quien se acercara al chico.

Pateó una pequeña roca que fue a dar algunos metros más adelante, apretó los puños y maldijo en voz baja su carácter tan explosivo; parecía volver a ser el muchacho inmaduro que hace tantos años fue, y no era correcto. Volvió sobre sus talones dispuesto a ofrecer una disculpa, dudó, volvió a darle la espalda, volvió a girarse. No podía imaginar la imagen patética y cómica que estaría dando en ese momento a su invitado y le daba lo mismo… no, se calmó y respiró profundamente varias veces. Sí le importaba lo que pensara el muchacho de esas tonterías que hacía a unos metros delante suyo. Le debía una explicación, o eso suponía, no era amable dejarlo creer que le desagradaba o su presencia le molestaba cuando era todo lo contrario.

Resignado hizo un amplio gesto con el brazo invitándolo a acercarse y disfrutara de la naturaleza con él. De hecho, lo llevaría a montar si su trasero no estuviera tan magullado. Una chispa de orgullo opacó el sentimiento negativo de antes: él era el culpable de su caminar afectado, él era el culpable de tanto placer doloroso la noche anterior. Él, sobre todos los demás, logró lo que posiblemente pocos lograron antes, y era causar una reacción anímica en quien se presentaba como alguien incapaz de sentir tales cosas. Él era el causante de ese beso de momentos antes, torpe e indeciso, de quien no sabe perder el control.