Scappare sarebbe un peccato ~ Nolan McLeod +18

Recuerdo del primer mensaje :

El italiano a penas se había movido en las horas que habían pasado en la cama. Había estado durmiendo, pero su cuerpo era demasiado consciente del dolor que sentiría con la mayoría de los gestos y había decidido permanecer en absoluto reposo. Sin embargo, el entumecimiento que sintió por esa inactividad, le hizo levantar uno de los brazos y fue entonces que notó el roce de la ropa de cama contra los arañazos de la espalda, arrancándole un quejido al tiempo que despertaba de mala manera, maldiciendo mentalmente.

Abrió los ojos con dificultad, percatándose entonces de la franja de sol que se colaba por entre las cortinas e incidía directamente sobre su pecho y el del escocés, que parecía aún dormido, o al menos increíblemente relajado. Le extrañó no haberle despertado con su gruñido de dolor, pero era tan raro el hombre, que ya no sabía qué esperar de él. Recordó lo ocurrido la noche de antes, el sexo en el baño del restaurante, el que tuvieron luego sobre la cama en la que ahora yacían y la enorme sorpresa. Había detalles de todo aquello que le obligaban a sonreír y otros que le dieron ganas de despellejar vivo al contrario, aunque se le pasaron enseguida. Refunfuñó un poco e intentó incorporarse, notando una acuciante punzada en su trasero. Maldita bestia salvaje... le había desgarrado entero. Giró el rostro y observó detenidamente el ajeno. El marcado contorno de su mandíbula bajo la varonil barba, sus largas pestañas creando suaves sombras contra la blanca piel del escocés y su cabello revuelto envolviendo unas facciones tremendamente atractivas.

Era obvio que el sexo no lo había soñado, pero seguía incrédulo ante la idea del cambio. ¿Era posible, realmente? Apoyó todo el peso en la mano que quedaba hacia el exterior y apartó la otra del colchón, llevándola a la sien del contrario. Rozó la zona con el dorso de los dedos y la deslizó hacia abajo, notando el duro y grueso bello facial contra su piel. El tacto era muy distinto al del lebrel grisáceo e imponente de la noche anterior, pero el porte elegante y la mirada... en eso el escocés no cambiaba. Suspiró, apartando la mano y con dificultad, pero con fuerza de voluntad y necesidad, giró despacio sobre la cama para dejar que sus pies colgaran y tocaran el suelo. Las losas se sentían frías y mandaron un breve escalofrío que le recorrió hasta las pantorrillas, terminando de despertar cualquier parte que siguiera aún dormida de su cuerpo. Quería levantarse y buscar el baño, pero seguía sin tener ni idea de la disposición de las estancias en aquella casa. Carraspeó, no muy seguro de tener aún voz después de tantos gritos y gemidos y mirando de soslayo al hombre, quiso despertarle.

-¿Nolan...?

Cuando el cuerpo del escocés empezó a moverse bajo el suyo propio, no supo qué hacer. Se sintió desconcertado por unos instantes, no comprendiendo lo que pretendía, hasta que de pronto, se encontró suspendido en el aire, recargado sobre uno de los fuertes hombros ajenos. Creyó que la mejor manera de no caerse, sería no ofrecer resistencia y simplemente relajarse, así que eso mismo hizo. Procuró amoldarse a los pasos que daba su portador, dejando que sus piernas y brazos se balancearan con suavidad. Intentó fijarse hacia dónde iban, aunque en la posición actual, sólo podía ver de dónde se alejaban y el resto lo intuyó por el olor y los sonidos. Iban a los establos.

Escuchó el firme sonido impositivo de la voz de Nolan y sintió un estremecimiento que le recorrió por completo. La autoridad que poseía en aquellos momentos el contrario, le pareció sumamente atractiva y excitante. Vio salir corriendo a los mozos que debían andar trabajando en la zona y pronto se quedaron solos, quitando a los caballos y yeguas que permanecían en sus boxes. Oyó el chirriar de las bisagras al cerrarse los grandes portones de tablas de madera y finalmente sintió el suelo bajo sus pies, cuando el hombre le dejó de nuevo en tierra firme.

Se quedaron mirando fijamente varios segundos, hasta que finalmente el cambiante se recostó sobre la paja y reclamó continuar con lo que anduvieran haciendo un par de minutos antes en el jardín. El italiano se aproximó y quedó pensando, aún erguido.

-Quítate la camisa.

Sabía que le molestaría más el heno bajo su cuerpo si se exponía, pero puestos a tomar el mando... quería intentar igualar un poco las cosas. Espalda por espalda. Una traviesa sonrisa se dibujó nuevamente en sus carnosos labios y usó la punta de la lengua para perfilarlos y humedecerlos. Sostuvo uno de los extremos del fino cordel que antes había mantenido atados sus pantalones y terminó de aflojarlo. Dejó que la tela permaneciera holgada por completo y se sentó una vez a horcajadas sobre las caderas ajenas.

-Tendremos que conformarnos con menos de lo que a ambos nos gustaría.

Confesó, dejando claro que el escocés no era el único que ansiaba más que sólo lo que podrían tener dado el estado actual del recto de Guido. Aún así, haría todo lo posible porque ambos disfrutaran al máximo la situación. Llevó ambas manos al cierre de los pantalones ajenos y los desabotonó, colando una luego bajo la tela para rodear la erección del cambiante con los dedos y aprisionarla por la base unos instantes.

Decidió esta vez concederle una recompensa por lo que era consciente debería aguantar. No podría liberar al animal que contenía dentro, no hasta pasados un par de días. Así que al menos, satisfaría uno de los gustos por los que Nolan tenía debilidad. Se inclinó sobre el torso fornido y atrapó sus labios, con torpeza aún, pero con más agresividad que el primero que le diera. Quería compensar inexperiencia con ganas, o al menos, intentarlo.

El beso se volvió más profundo y exigente. Podía notar como la lengua ajena se movía ágilmente en el interior de su boca, entrelazándose con la propia. Su respiración se agitó y tornó más irregular, mientras las manos del escocés le rodeaban. Estaba tan sumido en aquel apasionado encuentro entre los labios de ambos que ni si quiera sintió dolor en la espalda. ¿Tal vez porque ya no le dolía o porque no quería pensar en algo que estropeara la pasión que incendiaba ahora su cuerpo?

La separación repentina le arrancó una queja en forma de gruñido. ¿Por qué hacía aquello? Arrugó el entrecejo, dispuesto a exponer oralmente su desacuerdo, pero entonces sintió la caricia contra su pómulo, deslizándose hacia abajo. El roce de aquella mano fuerte y áspera que le tocaba con cuidado, como si pudiera romperse. Le asombraba el control que tenía sobre su cuerpo, el animal que sabía le andaba consumiendo por dentro. Y conocía bien la sensación, porque él mismo se sentía de la misma manera, aunque en menor medida.

El nuevo beso fue más calmado, menos autoritario, pero se sintió intenso de un modo distinto. Pronto un jadeo se interpuso entre los labios de ambos, cuando el italiano abrió la boca para dejarlo escapar. La mano ajena le rodeó su propia erección y creyó que todo su cuerpo se volvía una única terminación nerviosa, exaltada.

Ésta vez fue él el que se separó ligeramente, para poder mover su mano y no oprimirla tanto con la presión de la cadera. La deslizó hacia arriba, aprisionando bien el falo del contrario y luego tiró del prepucio hacia abajo, excitándose ante la idea del glande expuesto del cambiante.

-Si cada vez que follemos me vas a destrozar, tendremos que hacer pausas constantemente... hasta que me acostumbre.

Lo dijo de manera completamente natural, como si ya diera por sentado que lo acontecido la noche anterior, se iba a repetir una y otra vez sin cesar. No era que lo hubiese meditado, sino que lo quería. Todo su ser reclamaba ser poseído por Nolan tantas veces como su cuerpo lo resistiera, costara lo que costara. Podía no decirlo en palabras, pero su mirada le delataba. Sus pupilas dilatadas y bailarinas, sus cejas medio levantadas y los labios entreabiertos al jadear, disfrutando de algo tan simple como ser tocado por otro hombre de una manera casi casta. ¿Quién le iba a decir que se conformaría con algo tan sencillo? A él. A un sátiro.

Ya le gustaba el rumbo que tomaban las cosas, ahora estaban a la par, ninguno en ventaja sobre el otro. Las bocas de ambos trabajaban duro para igualar lo que sus manos hacían, por más que el lugar y la posición no favoreciera precisamente. Rió entre dientes, no era mala idea destrozarlo cada vez que lo tocara, al menos el escocés sacaba mucho placer de sesiones tan rudas.

Se removió un poco, cada vez más en la orilla del placer, siendo atendido por una mano que se movía cual experto en masturbación. Optó por sentarse sosteniendo a su amante sobre sus piernas, en una postura que le permitía no sólo mover mejor sus manos, sino admirar sus gestos. Le besó el cuello, sonriendo, y dio un apretón a su falo de repente, cambiando la rutina que sus dedos seguían, arriba y abajo. Los movió de manera un tanto irregular, concentrado en el glande ligeramente húmedo.

- Tienes suerte porque no pienso follarte de nuevo, a menos que me lo pidas -no, claro que no lo follaría. Lo que estaban haciendo iba más allá de la mera búsqueda del placer o la exploración del otro. Lo que hacían era reconocerse a pesar de las limitaciones físicas y emocionales.

Recargó la frente en el hombro ajeno, jadeando. Cerró los ojos al tiempo que se movía más inquieto y sacudía el falo ajeno con mayor fuerza, ahora haciendo uso de las dos manos que intercalaban las caricias a la dura verga y los testículos. No aguantaba más, la agonía fue tan larga y el placer tan corto que ya resentía mucho esa tortura cruel. Pero estaba muy equivocado. Con los dientes apretados contuvo lo que bien pudo llegar a ser un grito de sorpresa cuando una ola, fría y caliente al mismo tiempo, lo arrolló, lo desarmó y armó de nuevo, quitó todas sus barreras de un golpe. Su cuerpo se estremeció en un orgasmo fuerte, violento. Sus manos apretaron inconscientemente la hombría de su amante sin detenerse a pensar en el daño que eso causaría. ¿Qué andaba mal con él? Todo era demasiado brusco, demasiado cegador.

Esa magnífica ola se fue desvaneciendo poco a poco dando paso a una conciencia clara, a una total ausencia de preocupaciones además de la reciprocidad que debía a quien le hizo sentir tal éxtasis y cuyos ojos constituían el centro de su atención turbada. Las dos palabras que querían salir por su boca todavía se ahogaban en su garganta, incapaces de obtener el valor de galopar hacia los oídos de su interlocutor. No le creería, de todas formas. No aún.

Se acomodó a la nueva posición en cuanto el escocés se irguió y quedaron ambos sentados, el uno sobre el heno y el otro sobre el regazo del primero. Notaba algunas hebras de paja atravesar la tela de su vaporoso pantalón como si lo cosieran, pero nada podía importarle menos. El cambio en el ritmo de la mano ajena le sorprendió gratamente e intentó imitarle, no siendo tan rítmico en la masturbación. A veces fue más rápido y otras más lento, algunas veces bajó hasta que su mano aprisionaba los testículos y otras se quedó a la mitad del falo. Estaba acostumbrado a atenderse a sí mismo cuando no había otra cosa, pero que le tocara Nolan de aquella manera, le excitaba muchísimo más.

Las palabras que alcanzaron sus oídos, le dejaron completamente fuera de juego. ¿Cómo que no le iba a follar más? ¿Debería suplicarle que le satisficiera para que el otro lo hiciera? Tal vez lo de ser dominante, no había sido tan buena idea después de todo... No que le costara pedir lo que quería, en eso no tenía problema alguno. Tan sólo esperaba que no por ello el cambiante se volviera más sumiso. Le gustaba tal cuál, salvaje y pasional. Nadie en su vida le había tenido tan agotado y satisfecho al mismo tiempo, ni si quiera Lucca en sus más viles intentos por dejarle inservible para que no contara nada.

Hizo lo mismo que el contrario, apoyando su cabeza sobre el hombro ajeno. Su boca abierta, jadeante y la incontrolable necesidad de aferrarse a él. Le rodeó con un brazo por la espalda y se apegó más a él, justo en el momento en el que repentinamente, le estrangularon de tal manera la erección que gimió de dolor, cerrando fuertemente los ojos y arañó el omóplato de Nolan con fiereza, buscando la liberación de aquella sensación tan intensa. Suerte tuvo de que no le hiciera lo mismo a su falo, o le hubiese dejado bien resentido, si no se la arrancaba. Giró el rostro y le mordió el cuello en venganza, justo un instante después de que le liberara el miembro y sin previo aviso se corriera de manera entrecortada y exasperante. ¿Qué había sido eso? No podía pensar ni mucho menos razonar algo. Simplemente se sentía plenamente reconfortado.

Se irguió lentamente, con la respiración aún desacompasada y buscó las profundas orbes ajenas con la mirada. Nolan se veía sumamente satisfecho, y algo ¿desorientado? ¿abatido? ¿dudoso? No lo tenía muy claro, pero algo pasaba por su mente que no parecía concordar con lo que expresaba.

-Espera a mí orden, entonces...

Logró murmurar a pesar de la falta de aliento, refiriéndose al hecho de exigirle en un futuro no muy lejano que le volviera a follar. Obviamente no se iba a morder la lengua al respecto. El italiano era muy testarudo y si quería algo, lo conseguía.

El espeso semen cubrió su mano y resbalaba lento, dejando surcos cálidos. Lo soltó despacio, observó la sustancia blanquecina manchándole la piel y, cuando él habló, volvió su atención al dueño de esa voz. De nuevo entendió mal las cosas, o algo así. Lo abrazó dándole tiempo para huir si quería, cosa que dudaba en vista de la actual situación de su cuerpo, cansado después de su pequeño juego. Entrelazó los dedos tras la espalda del italiano, ladeando un poco la cabeza.

-Tú nunca entiendes nada -encorvado, buscó el refugio de su cuello de nuevo, algo en esa zona le reconfortaba muchísimo, ni siquiera le importaba el mordisco que le dio un poco antes y que comenzaba a cosquillear un poco. Estando en esa posición el mundo podía perderse en la nada y le daba igual -. Van tres veces en menos de un día, ¿cómo le llamas a esto? -su voz sonaba amortiguada por la piel ajena, con un leve sabor a sudor.

Dejó que respondiera la interrogante a su modo. Claramente no se trataba de puro deseo, al menos no para el escocés. Cerró los ojos al tiempo que se cerraba también a que cualquier argumento que saliera de esos benditos labios le lastimara, y es que era cierto, no podía exigir mucho de lo que nunca aprendió. Apretó un poco más el abrazo, fundiéndose por completo en él. Si alguien llegara en ese momento y lo arrancara de sus brazos, ¿qué pasaría? Quedaría devastado. No soportaba la idea de perder a nadie más, no cuando le amaba… Le amaba. Sonrió, la sola palabra tiraba a absurda, hasta para él que creía en tal sentimiento y lo conocía de primera mano. Claro que no era posible generar un lazo tan profundo en tan poco tiempo. Le quería, sí, sin duda alguna, pero de eso a amar había kilómetros de distancia.

-Tengo sed, andando -palmeó su trasero, jugando a que fingía que nada pasaba, que todo iba bien, que nada le tenía confundido. Prefirió mantener sus pensamientos en el momento en que mutuamente se reconocían y aplicaban esos conocimientos para satisfacerse. El rechazo sería asimilado más rápidamente si lo veía de esa manera en lugar de darle vueltas y vueltas. Con todo y eso, no se movió. Se quedó abrazando a Guido como quien abraza un salvavidas en medio del océano tempestuoso.

Todo su cuerpo hormigueaba como si estuviera medio entumecido, aún a sabiendas de que ese no era el motivo. Dejó que el escocés se le abrazara y acomodara su cabeza donde le apeteciera, mientras él dejaba una de las manos sobre la rodilla y con la otra seguía aferrado a la espalda ajena. Sus palabras le llegaron como si vinieran de muy lejos y sonaron tan confusas para su atolondrada mente que fue incapaz de analizarlas si quiera. ¿Qué le había dicho?

Notó el calor del aliento del contrario contra la húmeda piel de su cuello y se estremeció ligeramente con cada palabra que pronunció seguidamente. Ésta vez si las pudo entender. La pregunta sonaba profunda, más allá de lo que pudieran aparentar a simple vista las letras que la confirmaban. "¿Cómo le llamas a esto?". Claramente, la respuesta no era lo que más lógicamente venía a su cabeza, Nolan buscaba algo más allá. ¿No se trataba de deseo? ¿De necesidad? Su cuerpo buscaba el del cambiante de una manera casi fervorosa, como si la separación de ese calor que exudaba el contrario le hiriera incluso. Pero no podía expresar eso en palabras sin parecer un loco enfermo. Así que no dijo nada.

Notó como los brazos ajenos le estrechaban fuertemente contra su cuerpo y dejó escapar un inesperado suspiro. No lo pudo contener, simplemente se deslizó por entre sus labios de manera pesada y abatida. ¿Qué le podía responder? Realmente parecía conocer una respuesta, y por algún motivo que desconocía, no quería decepcionarle con lo que le contestara. Apretó los labios, sabiendo que nunca encontraría la frase adecuada que satisficiera a Nolan. No le gustaba sentirse así.

Por suerte, el escocés de pronto mencionó que tenía sed y Guido se aferró a aquel simple hecho como si fuera un clavo ardiendo y no tuviera nada más a lo que sujetarse. Abrió repentinamente los ojos e intentó sonreír ampliamente, aunque se le notaba algo forzado.

-Vayamos a por más limonada de esa... la rosa. De cereza.

En otro momento se hubiese inclinado a lamer las manchas que habían quedado sobre la firme y tersa piel ajena, pero ahora no le apetecía, no se sentía cómodo ante la idea. Era extraño. No lo comprendía. No le gustaba nada la sensación. Esperaba que se le pasara pronto.

Se apartó un poco y luego se levantó, tomando antes la camisa que el contrario había desechado con anterioridad. Sí, era una guarrada lo que iba a hacer, pero no tenían nada más a mano que pudiera servir, así que se limpió con ella y esperó a que se levantara también el cambiante para limpiarle a él. No para ofrecerle la tela, sino para hacerlo él mismo. Porque quería que así fuera.

Todo el cuerpo le pesaba, mover las manos, incluso parpadear y respirar le era trabajoso. Si tan sólo pudiera irse a dormir dos días seguidos y al despertar fingir que nada pasaba. Su silencio le dolió sobrepasando cualquier tipo de preparación para el golpe. Agachó la cabeza cuando el italiano se puso de pie, mordiéndose el labio inferior. Se levantó y acomodó su propio pantalón, aceptando las atenciones del otro sin comentar nada al respecto.

Al final sus miradas se encontraron y fue como una avalancha helada a su estómago. Sonrió forzado, le alborotó el cabello y, quitándole la camisa de la mano, salió antes que él, cubriéndose los ojos aparentemente por el choque de la luz del sol, pero el escozor que sentía en ellos no era provocado por el astro. Lo sabía. Respiró hondo, llenando sus pulmones del aire inundado de olores del bosque. Ahí tenía un verdadero refugio lejos de los humanos y todos los problemas que le traían.

Giró en busca del italiano y le tendió la mano. Daba la espalda a su instinto natural de escapar de las emociones humanas, se aferraba a los pequeños detalles como los besos, los abrazos, el simple hecho de ayudarle a limpiarse; puede que no lo hiciera a propósito, pero con eso bastaba por el momento. Además, acababa de tener una sesión de sexo tan diferente y sumamente satisfactoria, no tenía sentido echar todo a perder.

Veía confusión en sus ojos castaños, una duda extraña. Su aura también se notaba cambiada, mutaba indecisa. Ignoró todos esos detalles, si el chico quería decir algo, lo diría, si no, ni caso tenía tratar de sacarle las palabras. Vio, por el rabillo del ojo, que algunas criadas, señoras dedicadas al chisme, se asomaban por aquí y por allá, y eso le hizo mucha gracia. Querían ver algo que les diera de qué hablar en la cocina y la lavandería, para cuchichear con los vecinos y en el mercado. Pues adelante, lo tendrían.

Tomó firmemente la mano de Guido y lo jaló hacia su cuerpo, rodeando su torso con un brazo y con la otra levantando su mentón. Le sonrió, el cosquilleo regresaba. Finalmente unió sus bocas en un corto beso de apenas un par de segundos que envió descargas por todas sus terminales nerviosas. Pues ahí tenían, ya sabrían que el escocés tenía dueño, igual que un perro fiel a su amo. Y sin más siguió caminando, lanzando al aire la camisa sucia y jugando con ella tras una máscara de falsa relajación.

Una vez limpios ambos, o todo lo limpios que podían quedar sin el uso de agua tibia y algo de jabón, el escocés salió el primero de las caballerizas, perseguido un par de pasos por detrás por el italiano. Había algo raro en el contrario, sus hombros parecían caídos y su cabeza no se antojaba orgullosa y elegante como anteriormente. ¿Había hecho algo mal? Tal vez al no haber respondido a su pregunta, le había ofendido. Se mordió el labio inferior, por algún extraño motivo, le sabía increíblemente mal verle así. No era un insensible, y Nolan se estaba portando increíblemente bien con él. Estaba siendo paciente, le había ofrecido su casa, comida, ropa... no era sólo por el sexo. Le estaba tratando como sólo lo habían hecho sus padres, con cariño. ¿Pero por qué? A penas se conocían, y sin embargo, ahí estaban los dos, actuando como si hiciera años que se llevaran cruzando sus caminos. Era todo muy confuso para Guido, que no alcanzaba a comprender la complejidad de los sentimientos humanos más allá del interés. No tenía respuestas para sus propias preguntas, aún menos para las ajenas.

Apretó la mano que le había ofrecido y se dejó acercar, aún sumido en sus pensamientos. En cuanto estuvo apegado al cambiante, le miró fijamente a los ojos y toda esa nube de ideas se esfumó. Se perdía cada vez que miraba aquellas profundas orbes, unas que ahora no se veían asalvajadas, sino tristes. En el fondo, sabía que él era la causa de esa mirada apagada y perdida. Ese conocimiento le provocaba sentimientos contradictorios, pues por un lado se sentía mal y por otro, era como si tuviera un poder especial, algo nuevo y único. ¿Cómo podían sus actos, afectar tanto al contrario? ¿Qué clase de fuerza sobrehumana era capaz de lograr tal cosa? Una sola palabra cruzó su mente, una que llevaba años rehuyendo, una leyenda para él. El amor. Un sentimiento tan puro e imposible de creer, que sólo podía ser antinatural, inhumano. Pero a fin de cuentas, ¿no era Nolan un cambiante? Cayó sobre él de repente, como si una venda le hubiese sido desprendida de los ojos. Tal vez... sólo tal vez era posible.

El beso entrecortó el hilo de razonamiento y se perdió. Los carnosos pero secos labios del escocés en contacto con los propios por un momento efímero y sabiendo a poco. Él no se percató de las miradas de nadie, excepto de la del hombre que le seguía sosteniendo la mano y que ahora giraba, encaminándose hacia la casa. ¿Qué iba a hacer ahora? Era como si sus creencias hubiesen sido arrolladas por una avalancha. Y se sentía extraviado.

Caminó sin pensar en que debía poner un pie frente al otro y no entrecruzarlos, casi parecía tambalearse como si estuviese ebrio. Dio un tropiezo y se cayó de bruces, como un niño chico que había estado corriendo sin atarse los cordones de los zapatos.

Ya empezaba a pensar demasiado y eso nunca dejaba nada bueno, a fin de cuentas un pensamiento daba paso a otro peor, y luego a otro aún peor, y así sucesivamente hasta que acababa torturándose con ideas irracionales durante toda una noche en vela. Siempre pasaba. Empezó a cantar en voz baja una canción en gaélico, no tenía la mejor voz, de hecho odiaba cómo cantaba, pero al menos escuchar su lengua materna le calmó. Volteaba a ver de vez en cuando al muchacho hasta que, de la nada, se soltó de su mano y escuchó el golpe. Tardó un segundo en reaccionar y voltearse a ver si sus oídos no le traicionaron, y cuando lo vio ahí tirado, no pudo reprimir una carcajada escandalosa que le hizo saltar lágrimas. Para su mala suerte no todas las lágrimas eran precisamente causadas por la risa, que más que resultado del chiste eran una salida a tantas cosas que se le atoraban en la boca del estómago.

Trató de controlarse y, limpiándose los ojos y con pequeños espasmos provocados por la carcajada, le ayudó a levantarse. Mejor reír de las desgracias que lamentarse todo el tiempo por los males que todos somos propensos a sufrir.

-Perdón, no sé qué me pasó… lo siento, ¿estás bien? -la risa entrecortaba sus palabras, pero siguió siendo atento, buscando alguna herida que se hubiera hecho, una raspadura, un dedo roto, y por suerte parecía no ser nada grave. ¿Qué diantres le pasó? Le dio un beso en la frente y le hizo caminar con cuidado hasta las sillas que ocuparan antes de todo ese episodio, las horas pasaban más rápido cuando no prestaban atención al día y lo pasaban tan bien, y ya era hora que el sol comenzaba a descender sobre el horizonte. Todavía quedaba un buen rato de luz, perfecto para mandar a un criado a recoger las cosas al hostal y pagarle las cuentas, esto último sin decírselo, obviamente. Por ahora lo mejor que podían hacer era echarse a disfrutar de las pocas horas de luz que les quedaban, y luego… luego pensarían en algo que no pusiera las cosas tan tensas.

Pero los segundos pasaban y la risa no abandonaba por completo al escocés y se sentía terrible por ello. Fue a servirle limonada, lo poco que quedaba en la jarra, y antes de entregarle la copa bebió un sorbo. Maldita risa, lo dejaba en ridículo cuando lo único que quería era calmarse y abrazarlo toda la noche. Dios, lo amaba tanto y él no tenía la menor idea de qué era eso, era como pedirle al sol que se detuviera o alcanzar la luna llena en una noche despejada: imposible. Imaginar a Guido escuchando su confesión precipitada y riéndose de él como justo se reía de la caída, le encogió el estómago y le hizo callar por fin pero con una sensación amarga en la boca.

No había remedio para ambos. O se decían adiós o aclaraban las cosas, por más que llevasen un día de conocerse. Un día para el resto era una vida para él en el tiempo que pasaba a su lado, como si nada importara, sin preocupaciones, sin tormentas, sin nada que arruinara la paz. Desgraciadamente, el huracán llegaba en el momento en que meditaba un segundo acerca del sentimiento por él, lo que eran y que el italiano no respondió. ¿Qué era todo eso? ¿En qué los convertía tanta atracción y deseo mutuo? Simples amantes, posiblemente pero, a su forma de ver las cosas, la misma palabra amante provenía del amor. Algo de amor había entre ellos, de lo contrario sería algo como el recipiente de su deseo. Sonrió un poco a la nada, mirándose las palmas de las manos, ásperas, que tocaron la piel caliente del muchacho. Si no lo hubiera conocido seguiría en su búsqueda de una noble dama y creyendo, estúpidamente, que la clave de la felicidad durante el resto de su vida era proseguir con el linaje, ya fuera que se perdiera o se transfiriera el legado que constituía la maldición de los MacLeod.

No sintió ningún dolor físico, no creyó haberse hecho nada, aunque tampoco le prestó demasiada atención. El terreno estaba cubierto por hierba y eso proporcionaba una especie de mullido cojín a su cuerpo, uno que lo acogió sin problemas cuando él intentó por poco comérselo. Lo siguiente que pasó, fue que el escocés se agachó junto a él, riéndose. Alzó el rostro para mirarle y le vio los pómulos marcados por el sendero de las lágrimas, seguramente de tanto reír. Al menos ya no parecía alicaído.

Guido se sentía como si no estuviera allí, como si su cuerpo y su persona fueran dos entes distintos, inconexos. No tenía las sensaciones que debería tener y sin embargo le colmaban otras que no deberían existir.

Su cabeza asintió por su propia cuenta, mientras su mente le decía que no, que nada estaba bien. Que no sabía el por qué, pero no quería sentirse así. No quería ver al contrario sentirse de aquella manera, porque le afectaba a él también. Cerró los ojos al roce de los labios del cambiante sobre la frente y apretó los propios, mordiéndose el interior de la mejilla derecha. Se levantó, más como un sonámbulo que como una persona despierta y caminó hasta las sillas, dejándose medio caer sobre una de ellas. No se percató de nada de lo que le rodeaba, ni de si había gente a su alrededor o estaban solos, de si se hablaba o sólo había silencio. Nunca se había sentido tan confuso y perdido en su vida.

Ni si quiera se percató de la presencia del vaso de limonada frente a él, hasta que la risa nerviosa que había estado acompañándole los últimos instantes, de pronto cesó. Fue como el chasquido de los dedos en una ilusión mágica, el despertar de su letargo que le hizo retornar al mundo de los vivos. Alzó el rostro y se fijó en la expresión de Nolan, sus cejas parecían preocupadas, sus ojos angustiados y sus labios formaban una extraña mueca parecida a una sonrisa, que no cuadraba con el resto de los gestos.

Tomó un poco de jugo, intentando aliviar el resquemor que le bajaba por la garganta. Le costó tragar, notando la acidez de la bebida, que ya no estaba fría, pero sentaba bien igual. Se limpió con el dorso de la mano, sin preocuparse por los modales que tan bien le habían inculcado sus padres, y aún con la cabeza llena de estrellas fugaces en forma de pensamientos, entreabrió la boca y dejó que salieran las palabras, de nuevo sin pararse a pensar en lo que decía.

-¿Estás triste por mi culpa? ¿Soy yo la causa de ese dolor que veo reflejado en tus ojos? ... ¿Por qué? ¿Por qué entregar tus nobles sentimientos a alguien como yo, incapaz de comprenderlos?

Se fue encogiendo en la silla, como si empequeñeciera con cada pregunta, con cada palabra, cada sílaba que pronunciaba. Parecía hablar deprisa, y sin embargo le costaba. Su lengua se trabó varias veces, pareciendo que tartamudeaba. Se sentía inseguro y débil, frágil. Un muñeco roto. Porque si era cierto que el amor existía de verdad, entonces él era defectuoso, si no era capaz de amar.

Las cosas se sucedieron del mismo modo que en un sueño, siendo arrastrados por una ola imparable e incapaces de hacer nada al respecto, sólo fluían continuamente hacia el destino más obvio, que era la forzosa aclaración a una cuestión que flotaba entre ambos. Miraba al cielo, buscando las respuestas en el firmamento que poco a poco se tornaba de un tono rosado maravilloso, dejando atrás todo el episodio de pasión que compartieron juntos.

De pronto fue regresado a la realidad de golpe, analizó las preguntas como si no las hubiera hecho, como si hubiesen sido un eco de algún murmullo muy lejano, y no supo responder. Negárselo era mentir, afirmárselo era correr un riesgo muy grande. La verdad no siempre tiene que ser agradable, las cosas no siempre tenían que salir a su manera. Tomó la mano del italiano, la que tenía más cerca, y le besó la palma, reposando luego la mejilla sobre ésta. Que sensación extraña y reconfortante le daba.

-No, pequeño, es culpa mía -lucía tan frágil, tan confundido, tan… tan humano. El escocés amaba a los humanos, esa mezcla de todo y nada, ese intento de convertirse en los seres supremos y gobernar a cuestas del resto de los seres vivos, y a pesar de todo tan frágiles que cualquier herida podía matarlos. Hora de hacer las cosas definitivas. Llamó a uno de los criados más jóvenes que pasaban por ahí y le pidió que buscara los datos del hostal en el pantalón abandonado, ¿dónde quedó, en la alcoba principal o en la de huéspedes? Que lo buscara, y luego se hiciera cargo de recoger todo.

Solos de nuevo, se inclinó un poco sobre la silla, acercándose en tono confidencial al joven a su lado, sin haber soltado su mano en ningún momento. Se aferraba a ella, a esa conexión efímera que le daba un cierto alivio.

-Si tienes sed, no puedes tratar de aliviarla comiendo arena -hablaba en voz baja y para que sólo el escuchara lo que trataba de explicar -, para mí tú eres el manantial en medio de mi desierto, y aunque deba caminar mucho para llegar a ti, no me importa, lo haré -palmeó su mano y la apretó ligeramente. Su ansia de sexo quedó saciada, la de cercanía no tanto. Ahora mismo ansiaba poder estrecharlo u obligarlo a unir sus bocas de nuevo, saber que no era una mera ilusión creada por esa misma necesidad. Al final, abatido, pegó la frente al hombro del contrario. Que Dios y la Virgen le ayudara, porque en ese mismo momento daba por vencidas todas y cada una de sus barreras. Todavía tenía la opción de huir de ahí, correr e internarse en el bosque, saciar todo con esa libertad que sólo su forma animal alcanzaba, siendo un animal temido y respetado y no un simple tipo con aspiraciones demasiado altas.

Su cuerpo permanecía pesado, pero maleable, por lo que cuando el escocés le tomó de la mano, no tuvo problema alguno en hacer con ella cuanto quisiera y como le apeteciera. Los ojos de Guido, aunque seguían los gestos ajenos, se veían extraviados. Sus pupilas se veían muy dilatadas a pesar de la luz solar que aún les daba de pleno, algo contradictorio. Notó la rasposa barba ajena contra la palma, creando un leve cosquilleo que no logró arrancarle una sonrisa esta vez. El tema que estaban tratando era confuso, serio y le tenía sumamente preocupado. ¿Alguna vez se había planteado algo con tanta solemnidad? Lo dudaba en extremo. Incluso con su hermano, nunca pensó las cosas demasiado, simplemente dejó que sucedieran o que no lo hicieran, y nada más. Pero el contrario le hacía pararse a meditar, a lamentar y a sufrir. Por primera vez, pensó en las consecuencias de sus actos. Algo devastador para alguien que llevaba sin hacerlo durante veintitrés años. El peso de sus actos, de la culpa, le aplastaba el pecho. O esa era la sensación que tenía. Era como si una mano se hubiese colado a través de su piel, musculatura y costillas y estuviera estrangulando su corazón y sus pulmones.

La presencia del mozo le sacó de su ensimismamiento, aunque el dolor no se iba, al menos no pensó en él por unos instantes. Le observó llegar, hablar con el cambiante y luego regresar por donde había venido. Quedaron de nuevo a solas y sus ojos evitaron mirar esta vez a los del contrario. Le escocían e intentaba no frotárselos, esperando a que se le pasara.

Las palabras de Nolan sonaron bajas, frágiles, como si el viento pudiera llevárselas con un leve soplido. Le tenía muy cerca, y sin embargo le sentía lejano. Se tocaban sus manos, pero no notaba el calor que rato antes le abrasara con pasión. Estrechó el agarre al querer asegurarse de que realmente estaba ahí, cubriendo la mano ajena con la propia, que ya de por sí sostenía la otra del italiano. Notó el peso de su cabeza contra el hombro y el olor varonil le llenó por dentro. No en un sentido sexual, como hubiese sido lo normal, sino con alivio. ¿Por qué se sentía así? No lo sabía, no lo comprendía. No le importaba.

¿No estaba siendo cruel a caso? Dejando que alguien como el escocés se mostrara vulnerable frente a él. Que le tratara con cuidado, mimo, ternura y sinceridad. Que se hubiese desnudado, no físicamente, sino como cambiante ante su persona. Sabía que no era algo que hiciera con cualquiera, y que, por su expresión al ver que él no huía, había sido el primero en quedarse tras semejante revelación. Guido sabía bien que él no era una víctima en esto, que según las historias que había leído, el que perdía, era el primero en enamorarse. Y si era cierto que algo tan puro como el amor existía, a pesar de presumir de ser un sentimiento fuerte y explosivo, era tan frágil como el cristal más fino.

No sentía lástima por sí mismo, ni tampoco la sentía por el contrario. Pero sí estaba apenado, porque no quería lastimarlo. Le gustaba su lado salvaje y seguro, su sonrisa sincera y su manera de hablar de su isla. La fortaleza que desprendía, su elegancia, su obsesión por querer besarle y cuidarle, cuando él se negaba. Era testarudo y risueño, un animal noble y sincero. ¿Era egoísta por su parte que eso no cambiara? Por supuesto, y lo sabía. ¿Había alguna manera de...? Claro, su orgullo. Eso era lo que se interponía entre la negación y la posibilidad. Por ceder, no significaba que lograría su propósito, pero al menos... al menos lo podía intentar. Si bien no era capaz de amar ahora, al menos era capaz de no cerrar las puertas a la ínfima posibilidad de conseguirlo algún día.

La realización de ese hecho, abrió unas compuertas que habían permanecido muchos años cerradas. El ardor bajo sus párpados, humedeció sus ojos y terminó por recorrer sus mejillas con surcos invisibles. No se dio cuenta ni de que estaba llorando, eso era lo de menos. Apartó la mano que no estaba sujeta por la ajena y la llevó a rozar la nuca del contrario con la yema de los dedos, enredando éstos entre los oscuros mechones de cabello. Acercó los labios a la oreja de Nolan y habló tan bajo que ni si quiera él mismo pudo oírse.

-¿Se puede aprender... a amar?

Dejó de ser el dueño de su cuerpo en el momento mismo que notó el apretón por parte del italiano, un gesto que, fuera de ese contexto, no sería nada significativo, acaso una prueba de su carácter impredecible, una invitación a lo que más disfrutaba. Ahora, en cambio, ese apretón a su mano le dio de todo menos falsas esperanzas. Entrelazó sus dedos y permaneció recargado en su hombro, atento a los latidos de su corazón. Era extraño cómo parecía estar tan lejos cuando se hallaban el uno junto al otro. Luchaba, y eso se le notaba a leguas sin tener que usar sus habilidades naturales.

Hizo su mayor esfuerzo en generar una respuesta a pregunta tan compleja. No existía respuesta razonable, como tampoco lo era el sentimiento, simplemente existía o no. Ladeó la cabeza y besó su mandíbula, su cuello, su mentón y finalmente su boca, incapaz de encontrar las palabras en ese momento. El leve roce entre sus labios le quemó, un fuego lento y agradable, no como el de una mortal hoguera, sino como una pequeña fogata en una fría noche de invierno, reconfortante.

-¿Aprender a amar? Si es como caminar. Quizá simplemente seas un poco lento, pero ya lo llevas dentro -esa era la respuesta. Todos poseían la increíble capacidad de amar, sólo que algunos no lograban asimilarla o simplemente se negaban, como quien hace una rabieta y lleva la contraria a todo porque sí. Sonrió un poco, sin trabajo alguno, le hizo gracia la idea de un Guido enamorado precisamente por esa negativa a aceptarlo. Cuando dejara de lado el orgullo herido por su hermano, quien ciertamente llevaba mucha culpa en el caso, y se diera cuenta de que no necesitaba más que dejar de negarse, vería las cosas de un modo totalmente diferente. Y estaría complacido de acompañarle en el proceso.

Había algo que podía hacer para darle un empujón hacia adelante, podía simplemente confesarse esperando que no le causara peores estragos o saliera huyendo como si hubiese visto… vio algo totalmente imposible, le vio a él tomar esa forma de perro noble, de carácter tranquilo por naturaleza, y no huyó, simplemente permaneció en la cama observando y luego hizo preguntas tan naturales: ¿que si le dolía? Justo esa misma pregunta podía hacerle al italiano: ¿le dolía aceptar que algo mutaba en él?

Tomó una decisión. Era común que actuara sin pensar previamente, por eso tantas veces se metía en líos que luego contaba con tanta gracia. Más de una vez fue echado de casa de alguien en algún lugar del mundo por cosas estúpidas. Pues ahora estaba por hacer la cosa más estúpida del mundo, y encantado tomó la responsabilidad.

-Te amo -sin dudar, sin titubear, su voz fue clara y grave, nítida en todo sentido. No dejaba ni pizca de oscuridad. Dos palabras tan simples y pesadas como una montaña. Se separó un poco de él, lo suficiente para buscar su mirada, reconocer su reacción, saborear el momento en que le creyera. Estaba hecho, le confesó algo que pocos eran capaces de creer que se formaría en tan solo un día, y sacarlo fue como respirar luego de permanecer bajo el agua por un tiempo. La tormenta terminó, las olas ya no se lo llevaban, ya se hallaba en tierra firme anclado al humano más extraño que jamás conoció.

Con cada roce de los labios ajenos sobre su piel, era como si se prendiera una llama, que rápidamente se apagaba en cuanto pasaba a otra zona. El resto de su cuerpo se sentía frío en comparación, a pesar de la cercanía entre ambos. Cerró los ojos en cuanto las bocas de los dos se juntaron en un breve beso que hizo bajar el calor por su garganta y alojarse en su estómago, donde se expandió hasta devolverle la temperatura necesaria a cada terminación nerviosa.

Finalmente sus ojos volvieron a encontrarse y el contrario empezó a responder a su tan temida duda. ¿De verdad amar era como andar? Era algo que le resultaba tremendamente natural ahora, simple, imposible vivir sin ello. ¿Se convertiría en algo así en el futuro? También era consciente de lo mucho que le debió haber costado, no porque lo recordara, sino porque era obvio. El cuerpo se había tenido que amoldar al cambio, sus articulaciones debieron fortalecerse, al tiempo que eran flexibles y su musculatura se vio forzada a soportar el peso de todo su cuerpo. La comparación le pareció hasta lógica, dado el proceso de adaptación. Aunque también sabía que, aprender cuando se tenía ya edad madura, resultaba mucho más difícil que cuando se era sólo un niño.

Notó la pausa en el habla ajena, tal pensaba en cómo explicárselo con más detalle, en una manera de aclarar en más profundidad las raíces de su complejo interrogante. Quedó en silencio, esperando, dándole tiempo de meditar y proseguir con lo que anduviera dando vueltas por su cabeza. Se notaba que quería decir algo más, que lo tenía atorado en la punta de los dedos, de la lengua, impreso en la mirada. ¿Pero el qué?

La declaración que escuchó, aunque no le venía por sorpresa del todo, pues ya se lo había insinuado con anterioridad, sí que le impactó. Más no fueron las palabras que salieron de los labios del escocés, sino el cómo las recibió él. Entreabrió la boca, más no dijo ni pío. Le creía. Veía al noble, confiable, elegante, protector y tierno lebrel en aquellos profundos ojos. Podía y quería aceptar aquel ofrecimiento, pues al pronunciar esa escueta frase, le estaba entregando su amor. Algo que no se podía tocar, oler, saborear, escuchar o ver, pero que se suponía que se sentía. Él no se veía capaz de hacer tal cosa, no estaba aún preparado. Pero tal vez, si aceptaba los sentimientos de Nolan, con el tiempo, aprendería a corresponder.

-Te creo.

Podía sonar banal o sin sentido. Parecer insulso, cruel o distante. Sin embargo, para Guido, aceptar algo como aquello, era un gran paso. Estaba abriendo su ser. No sólo su cuerpo, que había ofrecido anteriormente a otros hombres, sino su persona. Porque bien sabía que si aceptaba confiar en alguien, las probabilidades de ser herido eran inmensas. Y sin embargo, quería asumir el riesgo por una vez.

Por un instante se sintió cayendo directo a la nada, a un “gracias, pero no gracias”, que su silencio le evocaba. Ya sus piernas estaban listas para alejarle de ese lugar, pero no hizo falta. Su respuesta, si bien bastante simple y poco adecuada, era lo que necesitaba escuchar. Le sonrió sinceramente, desde el fondo de su alma, y le desordenó el cabello volviendo a jugar con él.

-Con eso me basta -se levantó y desperezó estirando los brazos, sus articulaciones sonaron un poco debido a la falta de ejercicio ese día, pero se sentía bien, muy a gusto. Dejó caer los brazos y se rascó la barba en un ademán por demás perezoso. ¿Y ahora qué hacían? Ni modo que proceder a la alcoba y repetir lo de hacía un momento, quedaba un poco raro. Pensó un poco en qué podrían gastar tiempo, quizá salir a pasear, o jugar un rato en el bosque.

Sonrió ampliamente, volteándose hacia el italiano con las manos en la cintura. La idea que se le ocurrió era simplemente brillante y, de paso evitaría el incómodo momento de silencio en el que a ratos se hundían.

-¿Quieres salir a pasear al perro? -naturalmente no se refería al viejo can que descansaba en alguna parte de la propiedad. Tendría que verificar que le estuvieran dando la atención adecuada. No esperaba respuesta por parte del joven, de hecho ya se encaminaba dentro para guiarle a su guardarropa. Sería más que entretenido darle vestimenta de gran señor.

No volteó a verificar que lo siguiera, estaba bien seguro de que lo haría, así que subió las escaleras a su habitación a paso rápido, su estado de ánimo ya nada tenía que ver con el de hacía, cuando mucho, dos minutos. ¿Qué más podía pedir que ser aceptada su confesión como una verdad sin segundas intenciones? Ya habría tiempo de ayudarle a andar por su cuenta y ejercitara su capacidad de amar lo que fuera, con el deseo de ser él el protagonista de ese amor que, curiosamente, nació del deseo, y no al revés, como se decía que comenzaba.

¿Así de fácil? Le sorprendió que el escocés no insistiera, que no pidiera más explicaciones o respuesta que un sólo "Te creo". Y sin embargo, parecía comprenderle a la perfección. ¿Cómo era posible? Lo cierto era que no tenía mucho sentido pararse ahora a pensar en ello, pues lo importante del caso había sido el cambio en el contrario. Su sencilla contestación parecía haberle devuelto los ánimos y la sonrisa que tanto le gustaba a Guido.

-¿Pasear al perro?

Su mente estaba algo aturdida aún de tanto rumiar y darle vueltas a las cosas, así que le costó varios segundos entender que la oferta iba con segundas. Por un momento le había extrañado sobremanera que le ofreciera sacar a dar una vuelta al viejo animal que seguramente permanecía dormido en el suelo cerca de la cocina, por si caía comida o alguna que otra caricia; pero luego se había dado cuenta que se refería a salir con él, con su lado lebrel. Le gustaba aquel animal, y aunque no pudiera subirse a su lomo como le había contado hacían los niños en Italia, se conformaría con verle correr a sus anchas, en su mundo, con libertad.

Ni si quiera asintió, que el contrario ya había dado media vuelta y se encaminaba hacia el interior de la casa. El italiano se incorporó, dejando atrás la silla y el culo de vaso de limonada y le siguió, intentando atraparle antes de llegar a las escaleras y así poder ponerse a su lado. No quería ir tras él como un crío que persigue a su padre, sino junto a él como su igual. Se había olvidado del calzado fuera, así que iba descalzo, notando cada fibra de las tablas de madera que conformaban el suelo bajo sus pies. La sensación era agradable y el tacto cálido.

Alcanzaron el dormitorio y vio que sus pantalones ya no estaban, seguramente el mozo los habría recogido y llevado a lavar. ¿Habían subido para que hiciera el cambio aquí arriba y así poder dejar la ropa para cuando regresara? Se rascó la nuca, dubitativo y esperó a que el escocés dijera o hiciera algo.

-¿Por qué hemos subido aquí?

Buscó entre su ropa algo que no le fuera demasiado grande, pero lo cierto es que la diferencia entre sus cuerpos hacía el trabajo un poco complejo. Extrajo un atuendo perfecto, nadie notaría nada ahora que comenzaba a oscurecer, y los zapatos del italiano estaban perfectamente bien. Puso todo sobre la cama, acomodado, y se cruzó de brazos, con una expresión que rayaba en lo pícaro.

-Vístete -con suerte no quedaría más que una leve huella de las molestias en su cuerpo. Se sentó, y de no ser porque estaba en forma humana estaría balanceando la cola furiosamente, divertido por la situación. Tan ansioso estaba por salir y evitar ponerse de nuevo mal con alguna tontería que dijera, que volvió a levantarse y andar de un lado para otro acomodando unas cosas y desacomodando otras tantas.

Decidió que lo mejor era adelantarse, así no sospecharían nada si se escabullía al jardín y luego escapaba por el hueco del muro. Daría una vuelta bastante larga, que de paso le ayudaría a tranquilizare para el paseo.

-Te veré en la entrada, si quieres pedir una soga no hay problema -bromeó y le hizo un guiño antes de tomarlo de las mejillas y dejar un sonoro beso sobre sus labios. La última vez que hizo eso fue hacía unos diez años… era agradable volver a sentir que pertenecía a algo, que no estaba solo. Le encantaría contarle que, cuando era un niño, solía acompañar a su madre en forma de cachorro, siempre distrayéndose con cualquier cosa, incapaz de mantener un control absoluto de su forma animal, y por ello lo paseaban usando una correa. Sonrió recordando esos momentos, ya echaba de menos a su familia. Pronto, esperaba, volvería a verlos, antes de que murieran sus padres que ya alcanzaban una edad muy avanzada.

Ahora… ¿y si no fuera un perro, sino un lobo el que paseara junto al italiano? La imagen que constituiría un caballero y su enorme can dejaría sin habla a muchos. A su alrededor había dispersas muchas propiedades tan amplias o incluso más, y a esa hora las calles, si bien tranquilas, aún eran transitadas. Lo pensaría, tal vez sólo lograría que su querido Guido se asustara del enorme animal.

Al principio no obtuvo respuesta y sólo pudo ver al escocés regirando por completo el contenido de su armario. Le observó, esperando a que le comunicara sus intenciones, ya que si iba a hacer el cambio a can, no entendía que anduviera buscando prendas para vestir... De pronto le vio lanzar un traje sobre la cama y mirarle con los brazos cruzados.

-¿Es para que me lo ponga yo?

Preguntó tras su sencillo "vístete", que no había sonado como una orden, pero tampoco dejaba opción a negarse. No estaba nada seguro de que le fuera a quedar bien, porque si era del cambiante, sus cuerpos distaban bastante el uno del otro. Si bien ambos estaban bien definidos y eran atractivos, Nolan le sacaba media cabeza y el ancho de su espalda era algo como tres cuartos de la ajena. Aún así, procedió a desprenderse de los pantalones vaporosos y se puso los que le había ofrecido. Podía oírle moverse por detrás, tocando cosas aquí y allá, pero sin hacer nada de provecho en realidad. Y al final, antes de que el italiano pudiera terminar de vestirse, el escocés se despidió y le dejó a solas.

Se quedó un tanto decepcionado porque le abandonara a solas en la alcoba, pero decidió apresurarse en terminar con lo que estaba haciendo. Una vez colocada toda la ropa, se la ajustó medianamente, comprobando que, efectivamente, le iba larga y ancha, aunque tampoco era algo exagerado. Se dobló los puños de la chaqueta hacia dentro para que no se notara e hizo lo mismo con el bajo de los pantalones. Movió los dedos de los pies, cayendo entonces en que los tenía desnudos y fue a su propia habitación a por los suyos. Contó las puertas para no perderse al ir hacia allí y luego bajó las escaleras en dirección a la entrada. Descartó inmediatamente la idea de la soga, pero pronto pensó que tal vez, según con quién se encontraran, podrían montarles un numerito al ver a semejante ejemplar de lebrel sin atar. Resopló y fue a pedir algo para poder amarrarlo fingidamente en caso de necesidad y luego salió por la puerta, dando con la calle.

Si bien aún no era de noche, el sol ya empezaba a teñir el cielo de naranja y ocultar parte de su redondeado cuerpo en el horizonte. Pronto empezaría a refrescar y no le sobraría tanto la americana, ya que en un principio llegó a pensar en sólo lucir la camisa como parte superior de la vestimenta. Miró a ambos lados y se extrañó al no ver aún ahí a su acompañante. ¿Dónde andaría?