|| Aventura al Son del Olé || Privado ||

A lo largo de su joven vida Maxine había visitado varios territorios fuera de Alemania, su país de origen, y aunque cada uno de ellos era majestuoso en su propia forma existía entre todos  uno que siempre le había fascinado por su rica cultura y la pasión de la que hacían gala sus ciudadanos, fuesen hermosas jóvenes bailarinas de flamenco o gallardos caballeros de acento irresistiblemente encantador. Cierto era que la primera y única que vez que había pisado la tierra de Barcelona era una cría que contaba apenas con once años y aunque en el presente doblaba esa edad recordaba perfectamente lo mucho que le había impresionado. Tal fue así que cuando se presentó ante ella la oportunidad de regresar tomóselo la joven con mucho entusiasmo de manera que la perspectiva logró influir en el humor que ante el resto de la sociedad del Sacro Imperio solía presentarse usualmente como estoico y que ahora al caminar bajo el sol de un día apacible era alegre y relajado.  

Ese día en particular despertó al amanecer exactamente en el momento en que llegaba a sus oidos el fuerte kikirikí de un par de gallos. En cuanto lo escuchó abandonó la cama y salió a la terraza de la habitación del hotel desde donde pudo divisar mucho de la ciudad que, estaba segura de ello, la llamaba con el colorido y la actividad vespertina que ya comenzaba a hacerse notoria entre sus habitantes. -Gertrud, ayúdame a buscar que ponerme. No, no los vestidos de costumbre. Hoy aplicaré aquel dicho: "Si a Roma fueras haz como vieras." Y ayúdame con las peinetas también.-

Y así era como ahora paseaba con su doncella personal por las calles barcelonenses ataviada con unas enaguas blancas con cinta roja, falda negra a media pierna y camisa blanca con fajín también rojo, si no hubiera sido por su marcado acento alemán y su cabellera rubia podrían haberla tomado por una joven local. -Puedes ir a distraerte. No, no me veas así. Estaré bien. Anda antes de que me arrepienta y te envíe de vuelta al hotel.- Gertrud no lo pensó mucho, si su señora decía que estaba bien no discutiría con ella.

Notó entonces como mucha gente a su alrededor caminaba en una misma dirección dirigiéndose a una plaza adonde averiguó después de preguntar a uno de los peatones, se relizarían varias corridas de toros. Se sintió intrigada ya que nunca había sido testigo de semejante actividad y no tenía muy claro exactamente en que consistía por lo que ponderó si sería oportuno continuar su camino en dirección del evento. Mientras avanzaba en su recorrido las notas de una guitarra viajaron en múltiples ondas sonoras hasta sus oídos produciendo una agradable melodía, al parecer en las cercanías debía haber algún músico ambulante.

Más que por decisión propia fue por el propio empuje del gentío que Maxine acabó en la plaza de toros. Habiéndose reunido una gran cantidad de españoles, el grupo que se aglomeraba en la zona crecía minuto a minuto y continuaba avanzando en esa dirección dejando poco espacio para quien decidiera retroceder sobre sus pasos. Mujeres, varones, jóvenes y algunos ancianos de piel morena y curtida por el sol compartían un mismo entusiasmo y no había ninguna razón para que no fuese así. Era un día magnífico, el sol esplendoroso parecía brillar más de lo usual sobre la plaza barcelonés terminando de establecer un ambiente propicio para la corrida que se avecinaba.

Decidió entonces Maxine relajarse pues hasta el momento había estado algo tensa al no estar del todo segura de que sería testigo. Por supuesto sabía que habrían toros, y al parecer no debían tardar en hacer acto de presencia los llamados toreadores y picadores si su memoria no le fallaba. Recordaba haber escuchado una historia que narraba el embajador español a su padre, hace muchos años, cuando se encontraban varios políticos reunidos en el palacio ducal alemán. El problema es que mucho no había logrado escuchar pues no se consideraba que una niña debía encontrarse en medio de las conversaciones de los mandatarios extranjeros y se le había enviado a departir con las damas, asunto que le había hecho rodar los ojos ante la perspectiva, pero hablar sobre el carácter de Maxine era harina de otro costal.

Mucho interés había puesto ella en este viaje y hasta el momento no había razón para que el mismo no estuviese cumpliendo con sus expectativas. Sumado a eso, el que por una vez nadie tuviera la menor idea de quien era le añadía a todo el asunto un generoso extra del cual planeaba gozar completamente. Sonrío entonces y comenzó a prestar interés a todo lo que sucedía. El lugar era hermoso, rodeado de frondosos árboles verdes, al caminar por sus alrededores dos asuntos diferentes llamaron su atención. La primera, había detectado de donde provenía la agradable melodía que hace unos minutos llegara a sus oídos. No muy lejos de ella se paseaba el músico que con bastante versatilidad de sus dedos tocaba la guitarra, de manera que a ella le parecía que apenas rozaba las cuerdas como si el instrumento fuese más una extensión de él que un instrumento en sí. De vez en cuando atrapaba el joven español su atención, orillándole a lanzar breves miradas en su dirección.

La segunda, justo detrás de él, lograba ver a los toros. Alzó una ceja al notar como los hombres los azuzaban una y otra vez. ¿Era usual que los estuvieran retando así? Los toros imponían, eran enormes y resoplaban furiosos. Uno en especial, el más grande de todos soltó repentinamente un ronco bramido que hizo que ella se sobresaltase. Alguien había pasado frente a él y le había picado con un palo dándose aires de valiente. El toro se abalanzó contra la jaula golpeándola con todo su peso y lanzó un par de cornadas en el aire. Maxine podía jurar que estaba a punto de derrumbar los barrotes de madera ¿cómo es que nadie se daba cuenta?  Era estúpido que los molestaran así.

De alguna manera y gracias otra vez al gentío se encontraba más cerca de la jaula. Los murmullos crecían pero eran estos promovidos por el entusiasmo. Volvían a molestar al toro y este golpeaba otra vez, tan fuerte, que ella presentía que de no haber estado encerrado hubiera atravesado a cualquiera con su cornamenta. No podía dejar de mirarlo, estaba completamente segura de que con su peso la jaula teminaría cediendo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al percibir que el toro con su mirada salvaje se abalanzaba sobre los barrotes y la observaba directamente a ella.

Maxine no supo inmediatamente que era lo que había sucedido excepto que se encontraba petrificada a merced del furioso animal que había hecho exactamente lo que temía, liberarse de su encierro para empezar a correr sobre sus enormes patas en dirección hacia ella. Aparentemente un toro era un animal increíblemente veloz a pesar de su enorme mole pero en este caso éste tenía que estar desafiando alguna ley de física porque ¿como se explicaba la increíble velocidad de esa carrera frenética?

Dicen que cuando uno se enfrenta a la muerte ve destellos de los recuerdos más importantes que se han vivido a lo largo de su existencia en este mundo. Patrañas. Lo único que Maxine vió fue la nube de polvo que se formó a su alrededor tras caer en el suelo. Sintió el olor de la tierra húmeda bajo su nariz y apenas movió sus azules ojos para ver a quien acababa de salvarla de una mortal embestida. Inmediatamente reconoció al músico que minutos antes había estado repartiendo sus acordes de guitarra alrededor de la plaza, ahora solo él y ella permanecían en las inmediaciones del animal. El gentío no había tardado más que unos segundos en obedecer las palabras del español y se había apartado de inmediato dejándole solo a merced de la bestia. Cobardes.

-Scheisse.- la joven maldijo floridamente en su idioma materno, estaba molesta consigo misma por haberse quedado petrificada. Comenzó a levantarse cautelosamente sin dejar de observar la escena entre la bestia y el hombre que como única arma de defensa tenía su guitarra. Estaba a punto de dar un paso cuando escuchó un nuevo sonido de pesadas pezuñas. Sus ojos se movieron lentamente hacia un costado para descubrir a escasos metros de distancia una pata negra que golpeaba furiosamente el suelo. Un segundo toro había escapado también de su jaula y ahora se encontraba a su izquierda impidiéndole ponerse a resguardo mientras a su espalda el joven músico atraía las miradas del público que entre horrorizado y fascinado contemplaba la escena a prudente distancia.

Comenzó a caminar lentamente hacia atrás, mirando por arriba de su hombro encontró a escasa distancia la espalda del músico y le dirigió unas palabras en un  timbre lo suficientemente alto para que las escuchase. -Lamento no poder ponerme a resguardo como usted quería.- Sintió en su pecho el bombeo de sus latidos al volver a mirar hacia el frente adonde ahora se había desplazado la segunda bestia, ambos se encontraban ahora en medio de los dos toros y ella no tenía la menor idea de como demonios salir de esa.

La situación se volvía cada vez más peliaguda, no podía atinar a apostar a cual de los dos toros estaba más enfurecido que el otro, creyó escuchar los resoplidos del que estaba directamente delante de ella aunque los metros que les separaban desmentían semejante percepción de su sentido auditivo.

Su cuerpo se iba tensando cada vez más y al escuchar la voz de su compañero de aprietos lanzó algunas miradas de reojo en dirección a él.  Escuchó incrédula su presentación y sin poder evitarlo rió sin disimulo. -Maxine Von Richter. Un gusto saber con quien comparto mis últimos minutos.- No estaba de más la cortesía para con quien probablemente sería la última persona que vería en su vida. Automáticamente tomó la guitarra en su mano aunque a menos que cual flautista de Hamelin lograse hipnotizar a las bestias con la melodía de las cuerdas no creía que le sirviera de mucha defensa.

Aún contra toda lógica blandió el instrumento en alto cuando los dos toros se abalanzaron hacia ellos y antes de que se sintiera propelida hacia las alturas se sujetó del español tan fuerte como le fue posible. -Oh Dios, ¿De qué están hechos?- Los toros habían chocado entre sí sin inmutarse y estaban más furiosos que nunca. Se sintió nuevamente lanzada hacia las nubes para aterrizar aún en brazos de quien comenzaba a sospechar era más que un artista ambulante. Lo cierto es que de no ser la situación tan apremiante le hubiera interesado conocer más acerca del apuesto músico pero dada la urgencia del momento aplazó ese pensamiento y se concentró en la visión del segundo toro.

-Si, tengo una, no se mueva.- Acto seguido comenzó a cambiar de posición y con la agilidad que había adquirido tras años de práctica de esgrima utilizó el cuerpo de Aldebarán como si fuera una escalera hasta lograr apoyar sus pies en sus hombros para de esa manera alcanzar con sus manos la rama inferior del árbol que estaba sobre ellos. Impulsándose con ambas palmas se balanceó lo suficiente para lograr que su cuerpo cayese sobre la rama, ancló sus sandalias en la base, se inclinó hacia abajo y alargando sus manos las estiró en dirección al caballero de ojos negros, tomó sus manos fuertemente para que le alcanzase justo en el momento en que el segundo toro tras abalanzarse nuevamente chocaba contra el tronco.

Repentinamente escuchó un "crack". La rama que les aguantaba era demasiado delgada y aunque les había salvado momentáneamente de los toros comenzaba a ceder peligrosamente bajo el peso de ambos. -Antes de morir quiero decirle que toca magníficamente la guitarra.-

Mucho sucedió en tan corto tiempo, el cuerpo de Maxine viajó propelido por el impulso que le había regalado el intrépido músico. Instintivamente se aferró de la rama del siguiente árbol tan pronto como esta estuvo a su alcance aunque escapaba a toda comprensión como lo había logrado ya que lo único que había visto a esa velocidad no había tenido más forma que la de un manchón con tintes muy parecidos al café y el verde. Sin embargo las femeninas manos se aferraron a su salvación con fuerza a pesar de que una de ellas amenazó con soltarse al resbalar. Afortunadamente recuperó rápidamente el soporte sobre ella y el corto percance no fue lo suficiente para hacerle caer al suelo.

Aferrando su agarre nuevamente a la rama comenzó a balancearse logrando alcanzar después de un par de intentos el suficiente impulso para descender sobre ella. Una vez su pecho aterrizó sobre buen descanso se permitió respirar sin estar muy segura de si fue la acrobacia la que la que provocaba que éste subiese y bajase agitadamente o el hecho de que el moreno le hubiera robado un beso.

Sus dedos viajaron hacia sus labios durante un breve espacio de tiempo bastante distraída y tras unos segundos recuperando la noción se levantó comenzando a caminar cuidadosamente sobre la rama con los brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo para mantener el equilibrio. Había perdido el temor que en los minutos anteriores le había petrificado ante el toro al abrirse paso en ella una oleada de adrenalina y un deseo intenso de salir del predicamento, de visualizar a ambas bestias y al torero que aunque valiente seguía arriesgando el pellejo al encontrarse a merced de ellas.

Rápidamente visualizó la rama de otro árbol muy cerca adyacente a la jaula destruida, se impulsó lo suficiente para repetir la previa maniobra de acrobacia y subir a ella. Se detuvo entonces, desde donde estaba logró ver como los incansables toros acorralaban al músico, contuvo la respiración cuando estos se abalanzaron corriendo hacia él y casi pierde el equilibrio al saltar de emoción notando como habiendo sido engañados chocaron contra el fondo de su antigua prisión.

La escena era gloriosa, una sucesiva serie de gritos eufóricos y efervescentes se escuchó en la plaza. Maxine sonrió con sorna ante la reacción, no porque no le pareciera merecida sino porque la misma gente que tan presurosa les había abandonado a su suerte ahora se comportaba como si en todo momento hubiese apoyado al improvisado torero. Y hablando de él... Agilmente bajó por el tronco del árbol y corrió hacia la jaula con bastante impulsividad y ni rastro de la cautela que debería haber tenido.

-¿Está usted bien?- Casi choca de frente con el moreno al intentar refrenar su calzado y aún agitada por la veloz carrera apenas alcanzó a detenerse a escasos milímetros de él. Sufrió un sobresalto al escuchar con claridad el resoplido de uno de los toros pero desviando la mirada hacia sus antiguos perseguidores alcanzó a ver como después de lanzar su protesta la bestia perdió el conocimiento cayendo pesadamente junto a su brutal cómplice.

-No es usted tan solo un músico ambulante.- Sonrió de medio lado al devolver la mirada intrigada hacia él, cosa rara en ella ya que nada solía intrigarla demasiado. -Ahora que en algo se ha equivocado. Esto es suyo.- Le devolvió la guitarra golpeándola contra su pecho, se acercó y sin darle tiempo de responder nada lo besó de igual manera, tal y como él lo había hecho anteriormente. -Y eso es mío ya que lo reclamo de vuelta, no me gusta que me roben lo que no he otorgado libremente.- Lo dijo con firmeza para que supiera que lo decía en serio. -Y si no desea ser atropellado por bestias más temibles que las anteriores más vale salir de aquí.- En sus ojos surgió un brillo no carente de diversión y con la cabeza señaló en dirección al gentío que corría hacia el español ávido de celebrar la hazaña.    

Rápidamente se dió a la fuga acompañada de el apuesto personaje que no había realmente realizado comentario alguno cuando le señaló que debía ser algo más que un artista del pueblo, pero en realidad no importa quien fuera, ya le había dicho su nombre y al parecer le había ayudado desinteresadamente en un momento en el que ella no había reaccionado por si sola. El hecho bastaba para que sintiera la confianza suficiente para que corriesen tomados de la mano sin sentir temor alguno por lo que su comentario provocó que soltara una breve risa.

-Mi madre me advirtió de los gandallas y criminales del camino, no dijo nada de los toreros o de los caballeros misteriosos que aparecen oportunamente.- Claro que su madre tampoco había mencionado a los atractivos morenos de acento extranjero que arrebataban besos a las doncellas desprevenidas. Si aún se encontrara con vida seguramente pegaría el grito en el cielo al enterarse de que voluntariamente se encontraba recorriendo las callejas de Barcelona en dicha compañía sin ninguna razón en particular más que un sentido de aventura que entre los palacios reales y las reuniones políticas había tenido que suprimir completamente. Ahh... su otrora hermosa madre enflaquecida y pálida por la plaga en sus últimos días. Las últimas palabras que le dirigió la habían sorprendido, le había dicho que deseaba que fuera feliz, quizás sintiéndose culpable por la desdicha que durante un tiempo infringió en su hija al no estar de acuerdo con los dictámenes de su corazón. Al final quizás su madre no había sido del todo culpable, Maxine había cometido sus propios errores al enamorarse de quien no debía.

Se detuvo al lado del español al llegar al parque, intentando lograr que el aire entrara de nuevo en sus pulmones tras la veloz carrera. Una sola mirada le bastó para notar que el lugar no contaba con muchos visitantes, era un parque que aún no visitaba, otra de las numerosas atracciones de Barcelona que seguramente se encontraba en un área de la ciudad inexplorada por ella.

-Supongo que después del percance se reanudará la corrida de toros y eso les atraerá más que seguirnos hasta acá.- Giró el rostro para observarlo y alcanzar a visualizar su sonrisa. -Por otro lado ¿cómo sabe que la de cuidado no soy yo? Soy una extraña después de todo.- Sonrió de lado sin poder reprimir su natural cinismo pero lo cierto era que de todos los posibles forajidos y criminales que pudieran existir no era a su acompañante a quien ella visualizaría como uno de ellos aunque siempre podía uno llevarse una que otra sorpresa.

Algo más descansada pero aún bastante acalorada por toda la agitación existente hasta el momento Maxine imitó a Aldebarán acercándose a la fuente que parecía alzarse frente a ellos con el mero propósito de regalarles la apropiada frescura de sus aguas.

La alemana sonrió acercándose a ella y hundió sus manos en la líquida transparencia antes de mojar su rostro y parte de su cuello sin importarle que pequeñas gotas resbalaran por su piel humedeciendo ligeramente su blusa. Al fin y al cabo esta se encontraba ya algo empolvada y bastante arrugada debido a tantas caídas al igual que su falda. Observando su reflejo en el agua aprovechó para despojarse de las peinetas y dejar que su rubia cabellera cayera en cascada sobre sus hombros en un intento de rescatar un aspecto más digno y no tan desordenado.

Giró sobre sus sandalias y sus ojos contemplaron al músico con curiosidad, seguía intrigándole ya que no lograba aún esclarecer el cuadro completo de su persona. -No sé si mi madre fue sabia, aunque fue correcta y siempre antepuso las reglas y el buen nombre de la familia a cualquier otra cosa.-

Sonrió ligeramente apartando esos recuerdos ya que traían consigo otros que no venían al caso y que no le apetecía rememorar. -Soy de Alemania Herr Ballester.- Rió levemente para eliminar el breve nerviosismo que le provocó su halago, no estaba acostumbrada a que la llamaran hermosa y aunque quería pensar que era valiente aún tenía que probárselo más a si misma.

-Supongo que mi aspecto no es lo suficientemente favorecedor como para ocultarlo, aunque lo que más me agradaría sería ser tomada como una más de las habitantes de Barcelona y así mezclarme entre su gente y disfrutar de sus atracciones durante el tiempo que transcurra mi visita en esta hermosa tierra. Solo espero que no hayan más toros en las cercanías.- Rió alegremente y con despreocupación mientras su azul mirada sostenía la de los ojos marrones. Aldebarán Ballester, quien se había presentado doblemente, era un hombre muy apuesto, hecho que no pasaba por alto pero que la ponía a la defensiva ya que para ella el considerar a alguien así constituía un peligro mayor que una docena de toros desbocados y asesinos.

-Pero ya que hablamos de mi permítame preguntarle.- Sonrió levemente y ladeó el rostro buscando la respuesta en la figura iluminada frente a ella por los rayos solares. -¿Por qué me ayudó? Soy una extraña y aunque manejó espléndidamente la situación el resultado pudo haber sido otro.-