Nueva aventura, encontrar a una hermana. — Privado

Aquella noche ya era cerca de la medianoche cuando Kharyn regresaba del teatro, acompañada por una amiga, el esposo de su amiga, y un caballero soltero, invitado con la intención de producir alguna clase de interés en Kharyn.

—Adore la velada, querida; disfruto más las obras que las fiestas— le dijo ella, a modo de despedida, antes de cruzar la puerta. —Gracias por invitarme, Adelina. Quizás tus intenciones fueran otras, pero aún así me alegraste la noche— le aseguró, mirándola con algo de reproche.

Tanto Kharyn como Adelina llevaban finos vestidos de gala, de base celeste, y encajes negros, detalles blancos y tacones del mismo color. Junto a ellas, dos caballeros vestían impolutos trajes de tres piezas, y sostenían su sombreros de copas mientras se despedían de las mujeres.

El esposo de Adelina la tomó por el brazo y se despidió con una reverencia. Ambos esperaron mientras el segundo caballero se despedía de Kharyn, con una reverencia y un delicado beso en su mano.

—Me despido, mi señora. Sepa disculpar cualquier molestia que le haya provocado a una mujer tan preciosa— se despidió él.

"Preciosa". Esa palabra resonó en los tímpanos de Kharyn con una fuerza impresionante, aceleró el latido de su corazón, e inyectó furia en sus venas. Contrajo la mano al instante, lo fulminó con la mirada, y sin más que una simple palabra, cerró la puerta casi furibunda.

—¿Qué ocurrió?— preguntó el hombre.

Adelina bajó la mirada, entre avergonzada y decepcionada. —Esperaba que ya lo hubiera superado— dijo entre dientes. —Su esposo solía llamarla de esa manera— aclaró.

La noche se había vuelto lúgubre en un segundo. Aquella palabra, aquella simple palabra, había revivido el recuerdo que tanto le costaba enterrar. La única persona que la llamaba de esa manera, pues era el único al que le permitía llamarla así, era su marido. Pero ahora estaba muerto, y nada le cuesta más que olvidarlo.

Caminó con paso seguro por el largo pasillo de su casa, de marcado estilo gótico; la imponente fachada desentona con el resto del pueblo, pero que por ello llama la atención. Sin embargo, nadie podría adivinar la extensión de aquel lugar sin ingresar, ya que los siete metros del frente con tres habitaciones, un comedor, y una biblioteca en el segundo piso, son poco comparado con los metros y metros de jardín que posee detrás de la casa.

Sus pasos resonaban en el silencio del comedor cuando cruzó junto a la mesa de caoba. En las paredes, atestadas de muebles hechos de roble, llenos de variadas decoraciones, una pequeña caja pasa desapercibida. En cuanto la divisó, sus ojos brillaron en la obscuridad, y enseguida abrió la tapa al llegar a la pared. Metió los dedos y los sacó llenos de un polvillo rojo. Regresó a la mesa, puso un poco de aquel polvillo sobre la madera, y luego corrió a la cocina; regresó con un paño húmedo y comenzó a limpiar la mesa, asegurándose de arrastrar aquel polvillo por toda la madera.

Un aroma sutil emanaba de aquel paño y de la madera limpiada con el líquido rojo que se formó. —Ah...— suspiró Kharyn. —Sangre de Draco, huele de maravilla— pensó. Repentinamente oyó unos pasos y se volvió asustada hacia la puerta del comedor. —¡Ah! Tania, me asustaste— suspiró Kharyn, al ver que se trataba del ama de llaves.

—Lo siento, mi señora. Vi alguien pasar corriendo y temí que se tratara de algún bribón— se explicó ella. Se encontraba en ropa de dormir, y llevaba una lámpara de aceite en la mano. —¿Se encuentra usted bien?— le preguntó.

—Si, si— respondió Kharyn nerviosa. —Solo... perfumaba un poco el lugar. Adoro este aroma— se explicó.

—Si, es precioso— asintió Tania con una sonrisa. —Me pregunto qué es— susurró.

—S-se trata de una resina— respondió, tartamudeando un poco. —Una resina roja, comúnmente conocida como Sangre de Dragón o de Draco— explicó. La expresión de miedo que cruzó el rostro de Tania la obligó a agregar, rápidamente, —Es el mejor cicatrizante que se puede conseguir, y al mismo tiempo desprende este hermoso aroma.

—Ah, claro. Debí esperarlo de usted. No conozco a nadie tan hábil para las curaciones— respondió Tania, revoleando los ojos.

—Ay, por favor Tania. Más en el centro de París se encuentran muy buenos curadores; yo apenas me baso en las propiedades curativas de algunas hierbas— comenzó a decir Kharyn, yendo hacia Tania y saliendo del comedor junto a ella.

—Hablo en serio. Siempre me dicen que lo digo porque trabajo para usted, pero la verdad es que estaría en la calle de no ser por usted, señora— aseguró Tania. —En esta época, si alguien más supiera de dónde provengo... ¡Ay, mi señora! ¡No sabe cómo le agradezco!— exclamó finalmente.

Tania se inclinó frente a Kharyn, y sus ondulados cabellos rubios cubrieron sus ojos. Kharyn, con una suave sonrisa, palmeó su espalda y le dijo —Ve a descansar, querida. Ya has hecho suficiente por hoy.

Kharyn permaneció unos segundos observando al ama de llaves cruzar el patio hasta la larga cabaña que comparte con los miembros del servicio. Todos ellos son más refugiados que sirvientes, pues es muy difícil para las criaturas mágicas conseguir un trabajo con humanos, ante quienes no pueden ocultar sus naturalezas.

—Trabajar para mí es su forma de pagar por el hogar que les doy— pensó Kharyn. —No sería necesario que trabajen, pero se niegan a ocupar la residencia sin ofrecer sus servicios— continuó reflexionando. Con una mano sobre la baranda de las escaleras, observó el patio una última vez y susurró —Jamás dejaré que nadie les haga daño.

Al llegar al segundo piso, notó con diversión como el espacio que ocupaba la biblioteca, a pesar de ser menor de lo que debería, aún parecía tener el largo de la casa. Cruzó todo el lugar sin vacilar, y empujó ligeramente la pared al llegar al extremo. La estantería completa giró, permitiendo el paso a una segunda sala, en penumbras como el resto de la casa. El frío que se extendía por todo el lugar no llegaba a esa habitación secreta.

—¿Dónde está?— se preguntó. Tanteó la mesa hasta encontrar la aterciopelada tapa de su libro de hechizos. Lo abrió al instante, y pasó la mano sobre la hoja en blanco. Las letras aparecieron, iluminadas bajo su mano. —Ígnea Lúmina— pronunció con fuerza, buscando observar los leños apilados sobre el suelo de roca. En solo unos segundos, una pequeña llama brotó de la madera, y al poco tiempo, toda la leña estaba en llamas e iluminaba la habitación. Estantes con hierbas y brebajes aparecieron, en una esquina, un empolvado caldero, y junto a él, dos pilas de libros de magia. El suelo, las paredes y el techo eran de una piedra gris rugosa, que mantiene el calor dentro de la pequeña sala.

Ahora estaba de mal humor. Ahora quería verlo... Necesitaba verlo. Fue directo a buscar el libro con hechizos para invocar, hablar con, y echar almas, fantasmas u otros entes espirituales. Buscó el hechizo que necesitaba, y descubrió que le faltaban algunas hierbas.

—Entonces debo crear el altar con los objetos que lo representan— comenzó a pensar en voz alta. —El círculo, si... Pero... Ag... no tengo lavanda— se molestó. Revisó varios cuencos, pero no encontraba lo que buscaba. —Tengo el ajenjo y la canela; puedo  prender el brasero, tengo todo menos la maldita lavanda—. Enfureció.

Dejando todo allí, salió a la biblioteca y bajó a su cuarto. Buscó su capa, tomó un amuleto del cajón más bajo del armario, salió de su casa apurada, oyendo al reloj dar la medianoche, y cubierta por su capa obscura, se internó en las calles.

Ahora camina por las calles parisinas, rumbo al bosque… Ya divisa el verde follaje, camina con lentitud, manteniéndose oculta entre las tinieblas, aún a varias cuadras, ya pisa sobre tierra, cruzando junto a casas más precarias que la suya.

—Sé que ella está en los bosques, así que el amuleto podría servir; pero quizás no se encuentre por aquí— piensa Kharyn, cuando le parece oír un rugido. Se detiene en seco y mira a cada lado. No llega a ver mucho, pero se siente en peligro. —¿Hay alguien ahí?— exclamó.

Silencio. Oyó un repentino quiebre de ramas y se asustó, pero algo más la distrajo. Un brillo amarillento comenzó a emanar de sus manos, donde un extraño calor comenzó a quemarla. Divisó un aura conocida; aquella que había visto varias veces en sueños premonitorios; y ese brillo, tan sólo confirmó sus sospechas…

—Es ella...

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Off: se trata de un verdadero hechizo para invocar el alma de alguien muerto; no se debe intentar sin el debido conocimiento.

El corazón de Kharyn se aceleró de golpe al ver al imponente león que quiso abalanzarse sobre ella. Soltó el amuleto de golpe, dejando que colgara de su cuello; y a pesar de querer retroceder, cayó al suelo en el mismo lugar. Conoce un hechizo básico para marear a su agresor y huir, pero notó un par de personas que pasaban caminando y que al ver la situación se quedaron mirando.

—Pero tiene que ser ella— pensó. —Quizás deba calmarme; siente mi miedo— supuso.

Algo tenía que hacer; Kharyn sabe que quien se encuentra frente a ella es su hermana, pero no por eso la chica debía saberlo también. Decidida a mantenerla a salvo, sin importar nada, tomó la decisión que más beneficiaría a ambas.

—Si la cambiante ha tomado la forma de un león es porque se siente sumamente amenazada; y su orgullo no ha hecho más que aumentar— pensó Kharyn. Comenzó a levantarse, pero solo se arrodilló con lentitud, sin despegar la vista de los fríos y desafiantes ojos del león. Estiró los brazos, mostrando que no se traía nada entre manos. Podía notar que el león se veía más tranquilo, sin embargo, vio que se fijaba con atención en su amuleto. —No tengo muchas más opciones.

Solo podría hablar con la cambiante si evitaba que los humanos las vieran, así que decidió arriesgarse; comenzó a susurrar un hechizo que recordaba apenas, que podría volverlas invisibles, ya fuera por alejar la atención de la gente de ellas, o por manipular las tinieblas para que las cubrieran. Resultaría ser la mejor opción, ya que no sería posible encontrar un león, estando aún lejos del bosque.

—Uranun (...) ol— comenzó. —Gemeganza (..) gosaa—. Continuó —Zamicmage (...) arphe—. Un tenue brillo se desprendió de los brujeriles ojos de la hechicera, mientras continuaba —Oresa (...) tabegisoroch—. Lentamente apoyó las manos en el suelo sin dejar de hablar. —Zodinu (...) paremu— siguió susurrando. —Zodimibe (...) maninua— continuaba. —Zonac (...) trian—. Concluyó con la frase —Amonons pare das niis kures.

Kharyn dejó escapar media sonrisa al ver como una especie de neblina negra las ocultaba, y con tranquilidad volvió a pararse.

—No te haré daño— pronunció con seguridad. Observó al león con severidad y cariño al mismo tiempo. —No me entiende, pero al ver que le hablo, y que ya no corre peligro, volverá a su forma humana.

Con mucha lentitud, Kharyn se fue acercando al león, se agachó ante la majestuosa criatura, y se descolgó el collar.

Ya podía imaginarse la indignada reacción del cambiante ante tal escena, pero en verdad quería darle el amuleto. Había visto muchas veces ese momento en sus sueños. Era aquella aura de cambiante, aquella reacción hostil, aquel miedo y furia combinados. Aún sin leer auras, la manera en que el león se había controlado delataba su naturaleza.

Podía notar en el rostro del león cierta clase de molestia. Tensaba los músculos de la trompa, movía las patas con nerviosismo, sacudía la cabeza cada tanto.

—¡La sangre de Draco!— susurró. ¡Eso debía ser! Qué, si no, podría causar tal efecto en el felino. —Tenía las manos llenas de resina, que actúa con el calor, al que tuve mis manos expuestas por el amuleto— reflexionó. Rápidamente buscó en la parte interna de su capa hasta hallar un pequeño libro; una versión de bolsillo que había hecho con los hechizos fáciles más útiles para ocultarse en la ciudad. Pasó las páginas con rapidez hasta encontrar lo que buscaba. —Odoris Avertis— pronunció, notando que el aroma a sangre de draco desaparecía casi en un segundo.

Volvió a guardar el pequeño libro, y regresó la vista al león, dejando que una sonrisa escapara, y así transmitió su felicidad por el encuentro. Juntó las manos frente a ella, posó la vista en el enorme felino dorado, y soltó un suspiro.

—Te encontré...

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Off: el hechizo descrito es una versión editada (incompleta) de un verdadero hechizo para volver a más de una persona invisible y evitar que el resto de la gente vea lo que se hace; lo deshace quien lo conjura dando un giro completo en sentido horario.