Paraísos artificiales [Privado]

por **Yoham Warren** Miér Nov 05, 2014 1:22 pm

A veces la gente necesita mentirse a sí misma más que ninguna otra cosa.
Patrick Ness

Ser profesor debía servir para algo realmente interesante. Esos fueron los primeros pensamientos que impulsaron a Yoham a tomar el camino de la enseñanza de las lenguas antiguas. Existía gente que solía cuestionarle sobre la decisión de haber optado por ser profesor en ese ramo y aunque para los del exterior la respuesta era que eso le encantaba, siendo la pasión por las letras lo que le mantenía en pie; la verdad era que aprender lenguas antiguas era bastante complicado y eso ayudaba para que sus pensamientos se desviaran de los deseos que su cuerpo le exigía cumplir continuamente, llevando al hombre a un punto de frustración insoportable.

Por aquellos momentos de su vida, las cosas parecían haber tomado el rumbo correcto. No existía problema real alguno que se viera en la necesidad de enfrentar, solo luchaba con la parte más oscura de su naturaleza y la mantenía a la perfección o eso creyó él estar haciendo. Como siempre que creía que las cosas se estabilizarían, sufría una sacudida y en esa ocasión la sacudida de su paz llevaba un nombre. Erzebet Rumyantseva era parte de ese circulo de personas de la clase alta a quienes por un motivo u otro, terminaba dando clases. Incomprendía el motivo que orillaba a la joven de descendencia rusa a estudiar lenguas antiguas, pues hablaba bastante fluido el francés y obviamente también el ruso. Las razones no debían ser cosas que importaran a Yoham, le pagaban bastante bien y eso era lo que debía interesarle, pero desde que por primera vez vio de manera directa a aquella mujer que llevaría por alumna, algo en él se agito con más fuerza que de costumbre y se esforzó por mantener una postura serena frente a ella antes de abandonar aquel hogar de la Rumyantseva con la promesa de que iría ciertos días a impartir los conocimientos necesarios a la fémina.

Llevaba asistiendo dos semanas, de las cuales había ido seis días y ya detestaba de una manera enfermiza. Erzebet no era una personalidad desagradable, eso era seguro sino que sin saber explicarlo claramente, Yoham creía que le seducía. La idea era una absoluta ridiculez pero no podía evitar que cada uno de los gestos, miradas y formas de andar de la rusa le alteraran en gran manera. Él que se prometió jamás sucumbir a su parte oscura, que evitaba aquellos momentos de peligro en los que podría lanzarse sobre cualquier persona, se encontraba viviendo durante largos periodos de tiempo en esa situación. De manera general se comportaba atento y cortes con aquellos que deseaban aprender de parte de él, pero con ella le era simplemente imposible mantener la concentración y mucho menos posible mantener el buen humor. Con más razón cuando Erzebet parecía estar empeñada en no hacer caso a lo que decía.
– ¿No tienes ánimos para aprender algo el día de hoy? Porque de ser así solamente estamos perdiendo tiempo. Aprender lo básico de griego no es nada complicado así que deberías esforzarte mucho más – Nunca hablaba de esa manera, pero siempre que se trataba de la joven de los rubios cabellos era incapaz de hablar de otra forma que no fuera con desagrado y molestia.

Ya no era tan feliz impartiendo clases, no gracias a esa mujer que le llevaba a sentirse más vulnerable que nunca en su vida.

por **Erzebet Rumyantseva** Sáb Nov 08, 2014 5:03 pm

¿Había tomado la mejor decisión? Sí, se lo repetía más de una vez. Su orgullo era más grande, y la pobreza aunque le pisaba los talones, no le llegaría. No se permitiría que eso ocurriera. La jovencita Rusa había decidido dejar aquel hogar. Nada tenía que hacer ahí, menos cuando el desprecio de los anfitriones estaba claro. Debía aceptar una cosa, el hijo mayor de su casi marido tenía un carácter fuerte, firme, y casi imposible de derribar, le aplauda la inteligencia, pero ella lo era más. No iba a permitirle nada, y cuando supiera la verdad de las cosas, aprendería a respetar, pero más que nada, a pedir disculpas. Decían que las apariencias engañaban, y aunque al principal autor de las mentiras no se le podía engañar, lo cierto es que servia mucho para poder obtener lo que se quería. Si el apellido pesaba, te abría más puertas. Muchos planes tenía en la cabeza, en la mira. Sólo debía resistir un poco más.

Pensaba en su hermana. Ella seguramente estaría aguantando las burlas de la familia. Otra que era orgullosa, pero el orgullo de ambas tenían enfoques distintos, claro estaba.

Suspiró con profundidad en medio de su clase. Sus pensamientos distaban mucho de lo que estaba aprendiendo. Era ella más junto con dos jovencitas las que se encontraban en ese salón de aprendizaje. Sonrió para ellas dos y luego le otorgó una mirada asesina al hombre que le hacía de profesor. ¿Quién se creía él para hablarle de esa manera? Chasqueó la lengua divertida, en uno de los pergaminos que tenía frente a ella comenzó a dibujar garabatos, ahí, frente a él. En su idioma natal articuló un “me fastidias” con perfección. Daba igual, seguro él le entendería.

― Seguramente estás acostumbrados a que las señoritas te pongan atención a la primera, cualquiera desea un profesor atractivo ― Mencionó. Inevitablemente sonrió y miró hacía los lados. Sus compañeras de aprendizajes miraban al joven como embelesadas, sin embargo ella, que belleza poseía, no se dejaba llevar con facilidad por aquellos rasgos, para que un hombre fuera atractivo ante sus ojos, necesitaba tener un bolsillo repleto de posiciones, dinero, caballeros y propiedades. ¿Qué mujer no deseaba eso? Bueno, un montón que se encontraban absortas en la absurda idea del amor. Eso que ella creía rotundamente innecesario. ― Además, te estoy pagando por darme clases, no entiendo porqué tendrías que retarme, yo te pago y tu me enseñas al ritmo que se me antojo ¿no era ese el trato? ― Jugó con un mechón de su cabello y se mordió el labio inferior. Claro ejemplo de coquetería pura.

― Ahora puedes seguir enseñándome, coloca frente a mi lo que desees, y veamos si aprendo o no cómo dices. Si acierto a todas las cosas que me pones enfrente, tendrás que disculparte y dejarme estar a mi antojo en tu clase ― Hablaba en serio. A medias pero Erzebet siempre escuchaba, y dado que se trataba de una jovencita con un alto coeficiente intelectual, daba igual su atención. Ella aprendía, comprendía, analizaba, se lo grababa y después mostraba en claro cómo aprovechaba su momento, sin importar la cantidad de divagaciones que llegara a tener al estar frente a él.

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