AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mandoble De Vida +Privado+
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Mandoble De Vida +Privado+
Sucede que, si bien no a menudo pero con un poco de frecuencia, resuelvo darle un pequeño giró a mi perpetuo andar nocturno. Carente de la meticulosidad que mi creador mostraba para seleccionar sus presas, del juego previo y del placer que traía para él la caza, así como del momento de la obtención de su trofeo y el beneplácito que le proseguía por casi toda la noche, yo, por el contrario, procuraba no darle vueltas a ese hecho. Esperaba pasar la noche sin acarrear más remordimiento, procurando olvidar a mi victima en el instante mismo en que la soltaba. Pero en esta noche las cosas fueron un poco diferentes y al despertar no había ninguna sombra acosándome como de costumbre. No tuve ningún sueño perturbador y tampoco pensaba en nada en concreto. Era como si mi mente se encontrara embotada y al mismo tiempo estuviera lucida. Fue refrescante.
Puede que tuviera que ver con mi último encuentro con Lestat, verlo y descubrir que se encontraba bien y, por lo que pude deducir, también acompañado, era como quitarme un peso de encima. Pero no fue hasta que no hablamos y me despedí por esa noche, que no comprendí que llevaba tiempo cargando con un remordimiento que ignoraba hasta entonces. Un remordimiento que reflejaba los motivos por los que, inevitablemente, nos separamos. Salí de mi ataúd y permanecí allí hincado unos segundos, rodeado de una penumbra total y del sonido apagado de la ciudad que se colaba a través de las paredes con sus exclamaciones de vida impetuosa, apasionada. Me sentí sediento, deseando unirme al clamor que llegaba a mis oídos y beberme aquellas voces, sentirme dentro de la ciudad, parte de ella como no lo sentía en años. Pero no me apresuré, permanecí quieto, con la mirada en la pared, como si pudiera atravesarla. Eventualmente, moví mi mano, solamente eso y alcancé la trampilla, mis dedos rodearon la tramilla del seguro y la abrí de un tirón.
Abajo, en mi pequeño cuarto con libros y una única silla, había luz. La raída cortina dejaba entrar la luz falsa de las farolas de gas provenientes de la calle y así, la luz me llamó, y bajé de un salto, reproduciendo aquel ruido de mortal tan anormal para mi especie. Allí, mi deseo de internarme en la sociedad se hizo mucho mayor, por lo que simplemente abrí mi ventana, salí y me lance al vacío. Toque el suelo con mis pies unos pocos segundos después y, siguiendo mi costumbre innata, me hundí en la oscuridad de las calles, buscando callejones, sitos oscuros para la parte más sucia de la sociedad. Si algo había aprendido con el paso de los años era a seleccionar cuidadosamente mi presa. Lo más habitual es que fueran varones, pero de vez en cuando, seleccionaba alguna mujer. Está noche, casi libre de prejuicios, escogí una dama de la zona baja… Enferma. La tisis había llenado de rojo sus labios y su camisón. La vi desde la ventana y ella se fijó en mí y pareció llamarme. Crucé la ventana y entre en un pequeño cuarto con una única cama donde ella yacía. Me senté a su lado y vi el brillo de la muerte en sus ojos azules; pocas veces una presa me había hechizado con tanta fuerza.
— Soy la muerte. — Me escuché decir, inclinándome sobre ella. Mi cabello se deslizó hacía adelante y ella levantó una mano huesuda y frágil y lo acarició con devoción. El monstruo que yo era, parecía perfecto para el escenario. — Ya no sentirás más dolor. — La vi sonreír y me incliné hasta posar mis labios en su pecho seco. Sentí el abrazo de ella en mi cuello y escuché el débil palpitar de su corazón. La abracé, rodeando su espalda, y fácilmente encaje los colmillos en su cuello. Ella se me entregó y yo bebí con calma, sin querer hacerle daño. Disfrute del palpitar de nuestros corazones que se mezclaban y se fundían y cuando estuvo a punto de detenerse, me separé y la solté, recostándola en la cama lentamente. Creo que nunca olvidaré la expresión de tranquilidad en su rostro. Permanecí sentado a su lado mientras la sangre contaminada se limpiaba dentro de mí. Ella murió antes de que el proceso terminara, pero no me quedé más tiempo y pronto salí por donde había entrado para esconderme en las sombras, mientras el proceso dejaba de irritarme.
Después caminé, caminé como lo hacía cuando me encontraba con la necesidad de reflexionar, moviéndome sin pensar en un destino ni ver a donde me dirigían mis pies. Recorrí calles oscuras, otras llenas de luz, callejones donde la gente celebraba cosas sin significancia para mí con algarabía y júbilo. La noche avanzó lentamente, transcurriendo detrás de mis pasos, convirtiendo los minutos en un eco de mi paseo. Cuando me detuve, el centro de la ciudad había quedado a mis espaldas, la euforia, el ruido de la multitud de voces, el calor de los cuerpos y el sudor y olor a sangre se habían desvanecido en aquel ambiente repentinamente tranquilo y aparentemente inactivo. Las personas a mi alrededor parecían mantener su distancia, como si desearan alejarse de mí. Aquella soledad no era más que una ilusión momentánea que me confundió. Deseaba estar alejado del ruido, pero no de la presencia, del ser vivo. Me encontraba a medio camino entre la noche silenciosa de las afueras de la ciudad y el tumulto de la algarabía francesa.
Y de pronto hubo alguien más allí conmigo, alguien que desentonaba tanto como yo. Contando ya con la experiencia necesaria para poder distinguirlos de entre los humanos pero no la suficiente para precisar su ubicación, me vi obligado a permanecer allí, a media calle entre la penumbra espantada por algunas lámparas de gas empañadas, maldiciéndome por comportarme tan descuidadamente. Y sin embargo, pese a mi estado de alerta, no me sentí intimidado en absoluto. De dónde fuera, me observaba por lo que me relajé y le invité a acercarse. Había algo familiar en ese momento, uno que ya había vivido anteriormente, hace muy poco. Ahora tenía sentido y me alegré de haber acabado en esta calle sin testigos, con la oportunidad de tener una oportuna visita.
Puede que tuviera que ver con mi último encuentro con Lestat, verlo y descubrir que se encontraba bien y, por lo que pude deducir, también acompañado, era como quitarme un peso de encima. Pero no fue hasta que no hablamos y me despedí por esa noche, que no comprendí que llevaba tiempo cargando con un remordimiento que ignoraba hasta entonces. Un remordimiento que reflejaba los motivos por los que, inevitablemente, nos separamos. Salí de mi ataúd y permanecí allí hincado unos segundos, rodeado de una penumbra total y del sonido apagado de la ciudad que se colaba a través de las paredes con sus exclamaciones de vida impetuosa, apasionada. Me sentí sediento, deseando unirme al clamor que llegaba a mis oídos y beberme aquellas voces, sentirme dentro de la ciudad, parte de ella como no lo sentía en años. Pero no me apresuré, permanecí quieto, con la mirada en la pared, como si pudiera atravesarla. Eventualmente, moví mi mano, solamente eso y alcancé la trampilla, mis dedos rodearon la tramilla del seguro y la abrí de un tirón.
Abajo, en mi pequeño cuarto con libros y una única silla, había luz. La raída cortina dejaba entrar la luz falsa de las farolas de gas provenientes de la calle y así, la luz me llamó, y bajé de un salto, reproduciendo aquel ruido de mortal tan anormal para mi especie. Allí, mi deseo de internarme en la sociedad se hizo mucho mayor, por lo que simplemente abrí mi ventana, salí y me lance al vacío. Toque el suelo con mis pies unos pocos segundos después y, siguiendo mi costumbre innata, me hundí en la oscuridad de las calles, buscando callejones, sitos oscuros para la parte más sucia de la sociedad. Si algo había aprendido con el paso de los años era a seleccionar cuidadosamente mi presa. Lo más habitual es que fueran varones, pero de vez en cuando, seleccionaba alguna mujer. Está noche, casi libre de prejuicios, escogí una dama de la zona baja… Enferma. La tisis había llenado de rojo sus labios y su camisón. La vi desde la ventana y ella se fijó en mí y pareció llamarme. Crucé la ventana y entre en un pequeño cuarto con una única cama donde ella yacía. Me senté a su lado y vi el brillo de la muerte en sus ojos azules; pocas veces una presa me había hechizado con tanta fuerza.
— Soy la muerte. — Me escuché decir, inclinándome sobre ella. Mi cabello se deslizó hacía adelante y ella levantó una mano huesuda y frágil y lo acarició con devoción. El monstruo que yo era, parecía perfecto para el escenario. — Ya no sentirás más dolor. — La vi sonreír y me incliné hasta posar mis labios en su pecho seco. Sentí el abrazo de ella en mi cuello y escuché el débil palpitar de su corazón. La abracé, rodeando su espalda, y fácilmente encaje los colmillos en su cuello. Ella se me entregó y yo bebí con calma, sin querer hacerle daño. Disfrute del palpitar de nuestros corazones que se mezclaban y se fundían y cuando estuvo a punto de detenerse, me separé y la solté, recostándola en la cama lentamente. Creo que nunca olvidaré la expresión de tranquilidad en su rostro. Permanecí sentado a su lado mientras la sangre contaminada se limpiaba dentro de mí. Ella murió antes de que el proceso terminara, pero no me quedé más tiempo y pronto salí por donde había entrado para esconderme en las sombras, mientras el proceso dejaba de irritarme.
Después caminé, caminé como lo hacía cuando me encontraba con la necesidad de reflexionar, moviéndome sin pensar en un destino ni ver a donde me dirigían mis pies. Recorrí calles oscuras, otras llenas de luz, callejones donde la gente celebraba cosas sin significancia para mí con algarabía y júbilo. La noche avanzó lentamente, transcurriendo detrás de mis pasos, convirtiendo los minutos en un eco de mi paseo. Cuando me detuve, el centro de la ciudad había quedado a mis espaldas, la euforia, el ruido de la multitud de voces, el calor de los cuerpos y el sudor y olor a sangre se habían desvanecido en aquel ambiente repentinamente tranquilo y aparentemente inactivo. Las personas a mi alrededor parecían mantener su distancia, como si desearan alejarse de mí. Aquella soledad no era más que una ilusión momentánea que me confundió. Deseaba estar alejado del ruido, pero no de la presencia, del ser vivo. Me encontraba a medio camino entre la noche silenciosa de las afueras de la ciudad y el tumulto de la algarabía francesa.
Y de pronto hubo alguien más allí conmigo, alguien que desentonaba tanto como yo. Contando ya con la experiencia necesaria para poder distinguirlos de entre los humanos pero no la suficiente para precisar su ubicación, me vi obligado a permanecer allí, a media calle entre la penumbra espantada por algunas lámparas de gas empañadas, maldiciéndome por comportarme tan descuidadamente. Y sin embargo, pese a mi estado de alerta, no me sentí intimidado en absoluto. De dónde fuera, me observaba por lo que me relajé y le invité a acercarse. Había algo familiar en ese momento, uno que ya había vivido anteriormente, hace muy poco. Ahora tenía sentido y me alegré de haber acabado en esta calle sin testigos, con la oportunidad de tener una oportuna visita.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 141
Fecha de inscripción : 13/05/2014
Localización : No hay lugar a donde ir
Re: Mandoble De Vida +Privado+
Era hora de irse, de alimentarme, de reunirme con un abogado y encontrar en París, una ostentosa casa que de ahora en adelante sería mi hogar. Llevaba demasiado tiempo en aquel cuarto de hotel que solía visitar únicamente cuando llegaba el día y ahora que Gabrielle estaba conmigo, requería instalarme en París por tiempo indefinido. Además, deseo vivir sin preocupaciones, teniendo gente de confianza a mí alrededor, deseo un hermoso carruaje, deseo poseer un establo con unas esplendidas yeguas negras. Negras, si, como las de aquel entonces cuando cabalgué hacia un pueblo en mi primera noche como vampiro, sintiendo el poderío de la yegua debajo de mí y el viento helado en el rostro. Pero lo que anhelaba en ese instante era otra cosa; ver nuevamente a Louis. El sol acababa de hundirse en el horizonte, y el cielo aún presentaba una clara luz azul cuando emprendí camino. Me marché, conocedor de que Gabrielle permanecía dormida y que aún hacía falta una hora para que despertase. Entonces, tal como la noche anterior, dejé para ella una carta escrita con mi puño y letra.
Llevaba los bolsillos llenos con todo el dinero que podía transportar con comodidad, quise pasear por las zonas comerciales de París, por supuesto, pero mi instinto me llevó en la dirección contraria. Pasé alrededor de dos horas en las calles, la mayor parte del tiempo, nadie me vio ni me oyó. Saltar las tapias de los jardines y elevarme desde el suelo a los altos tejados me resultaba absurdamente fácil. Escale la pared de un edificio clavando las uñas y las puntas de los pies en la argamasa entre las piedras, asomándome a algunas ventanas vi ancianas cosiendo bajo una débil luz, parejas dormidas en sus camas revueltas y niños reposando en sus cunas. Naturalmente, me llegaba su aroma, olores humanos avivando sutilmente mi hambre, mi sed. Hombros desnudos y cuellos de marfil, la sensación de hambre se agudizo ya no era sólo una idea. Las venas me latían. Era momento de salir de allí.
Tras alzarme el alto cuello de la capa roja, exhalé un largo y profundo suspiro. De nuevo, me veo perdido en un mar de mortales; facciones frescas y mejillas sonrosadas. Estaba hambriento y cada vez que se acercaba un mortal sentía una fuerte tensión. Sin embargo, esperé.
Inevitablemente alcancé las afueras de la ciudad y quiso la suerte que me asaltará un bandolero. Surgió estruendoso de entre los árboles, su arma lanzo un fogonazo y vi literalmente como la bala salía del cañón y me pasaba de largo mientras yo me lanzaba contra él. Era un hombre robusto cuyas maldiciones y esfuerzos en su intento por escapar de mi abrazo me complacían. Era un cuerpo joven y firme, me tentaba la aspereza de su barba mal afeitada y la fuerza de sus puños al golpearme. Sin embargo, todo acabo pronto. El hombre se quedó completamente inmóvil cuando hundí los colmillos en la artería, y, cuando la sangre brotó de ella fue una delicia, pura delicia. De hecho, resulto tan exquisita que no me retiré hasta que el corazón se detuviera. La sensación de engullir la vida, junto con la sangre. Aquel vértigo delirante. De momento, todo iba bien, me puse en pie y me sequé los labios. Después arrojé el cuerpo de aquel desgraciado, muerto en mis brazos, lo más lejos que pude.
Permanecí un rato en el lugar, glotón y sanguinario, deseando sólo volver a matar para que el éxtasis se prolongara eternamente. Me quedé tan quieto, que noté la sangre corriéndome por las venas y cuando estaba dispuesto a emprender el camino, algo distrajo mi atención. Desde las calles, hacia las puertas de la ciudad, noté una clara presencia aproximándose. Sin embargo, aquella presencia no era humana, ni emitía pensamientos que pudiera captar. Más bien, por un momento parecía ocultarse, a la defensiva, como si me conociera. Me observaba, tal como yo lo hacía.
Y como si mis ansias de verle conspiraran a mi favor, lo vi, a media calle bajo la tenue luz de las lámparas, contemplándome. – Louis - No me había dado cuenta lo mucho que anhelaba su presencia física, el engañosamente suave sonido de su voz e incluso su caballerosa malicia. Por supuesto, algo tiraba de mi pidiéndome odiarle, pero el amor que sentía por él y el consuelo de que aún permanecía en Paris, era mucho más fuerte. Lo que entonces hice fue puro impulso, le di la espalda al bosque y empecé a acercarme, lentamente, muy lentamente.
Cuando le tendí la mano, a lo lejos, en la noche de París, doblo una campana. El sonido distante que luego se superponía, ecos suaves, pero distintos aumentando discretamente hasta desvanecerse.
Llevaba los bolsillos llenos con todo el dinero que podía transportar con comodidad, quise pasear por las zonas comerciales de París, por supuesto, pero mi instinto me llevó en la dirección contraria. Pasé alrededor de dos horas en las calles, la mayor parte del tiempo, nadie me vio ni me oyó. Saltar las tapias de los jardines y elevarme desde el suelo a los altos tejados me resultaba absurdamente fácil. Escale la pared de un edificio clavando las uñas y las puntas de los pies en la argamasa entre las piedras, asomándome a algunas ventanas vi ancianas cosiendo bajo una débil luz, parejas dormidas en sus camas revueltas y niños reposando en sus cunas. Naturalmente, me llegaba su aroma, olores humanos avivando sutilmente mi hambre, mi sed. Hombros desnudos y cuellos de marfil, la sensación de hambre se agudizo ya no era sólo una idea. Las venas me latían. Era momento de salir de allí.
Tras alzarme el alto cuello de la capa roja, exhalé un largo y profundo suspiro. De nuevo, me veo perdido en un mar de mortales; facciones frescas y mejillas sonrosadas. Estaba hambriento y cada vez que se acercaba un mortal sentía una fuerte tensión. Sin embargo, esperé.
Inevitablemente alcancé las afueras de la ciudad y quiso la suerte que me asaltará un bandolero. Surgió estruendoso de entre los árboles, su arma lanzo un fogonazo y vi literalmente como la bala salía del cañón y me pasaba de largo mientras yo me lanzaba contra él. Era un hombre robusto cuyas maldiciones y esfuerzos en su intento por escapar de mi abrazo me complacían. Era un cuerpo joven y firme, me tentaba la aspereza de su barba mal afeitada y la fuerza de sus puños al golpearme. Sin embargo, todo acabo pronto. El hombre se quedó completamente inmóvil cuando hundí los colmillos en la artería, y, cuando la sangre brotó de ella fue una delicia, pura delicia. De hecho, resulto tan exquisita que no me retiré hasta que el corazón se detuviera. La sensación de engullir la vida, junto con la sangre. Aquel vértigo delirante. De momento, todo iba bien, me puse en pie y me sequé los labios. Después arrojé el cuerpo de aquel desgraciado, muerto en mis brazos, lo más lejos que pude.
Permanecí un rato en el lugar, glotón y sanguinario, deseando sólo volver a matar para que el éxtasis se prolongara eternamente. Me quedé tan quieto, que noté la sangre corriéndome por las venas y cuando estaba dispuesto a emprender el camino, algo distrajo mi atención. Desde las calles, hacia las puertas de la ciudad, noté una clara presencia aproximándose. Sin embargo, aquella presencia no era humana, ni emitía pensamientos que pudiera captar. Más bien, por un momento parecía ocultarse, a la defensiva, como si me conociera. Me observaba, tal como yo lo hacía.
Y como si mis ansias de verle conspiraran a mi favor, lo vi, a media calle bajo la tenue luz de las lámparas, contemplándome. – Louis - No me había dado cuenta lo mucho que anhelaba su presencia física, el engañosamente suave sonido de su voz e incluso su caballerosa malicia. Por supuesto, algo tiraba de mi pidiéndome odiarle, pero el amor que sentía por él y el consuelo de que aún permanecía en Paris, era mucho más fuerte. Lo que entonces hice fue puro impulso, le di la espalda al bosque y empecé a acercarme, lentamente, muy lentamente.
Cuando le tendí la mano, a lo lejos, en la noche de París, doblo una campana. El sonido distante que luego se superponía, ecos suaves, pero distintos aumentando discretamente hasta desvanecerse.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 1128
Fecha de inscripción : 09/01/2011
Edad : 264
Localización : París, Francia
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Mandoble De Vida +Privado+
Pudiera ser que inconscientemente lo estuviera invitado a acercarse, o en mi continuo pensar en él, el eco de mi mente se hubiera vito reflejado en las paredes y lo hubieran alcanzado. Era él quien me hacía sentir de esta manera, cómo un antiguo amigo que se pierde de vista por mucho tiempo. Él era eso, un amigo, pero también un compañero. Yo seguía sintiendo la culpa de siempre, pero ahora había anhelo, un doloroso anhelo. Y una franca ausencia de dudas que antes me atormentaron y ahora no eran más que frívolas y crueles verdades. Un amigo. Toda la ácida ironía de aquella expresión cayó sobre mí al mismo tiempo que una brisa cruzó la calle.
Llegó él casi al mismo tiempo que la brisa, tan inoportuno como lo era siempre. Llegó con sus ropas, caras y bien combinadas, puestas sobre el cuerpo, con la capa roja cubriéndole del viento, manteniendo su temperatura si bien no cálida por lo menos no tan fría como la mía. Yo vestía como siempre, sin interés alguno en querer llamar la atención. Sin interés alguno en combinar prendas o lucir bien. Era algo totalmente innecesario, cómo todas las conductas humanas extras que no nos quitábamos por costumbre, más no por necesidad.
Esperé en el centro de aquella calle, en una semi penumbra apacible y confortable, haciendo tiempo. Pero pronto se me fueron las ganas de huir de su presencia, de discutir con él, aunque aquello fuese inevitable. Ahora podía comprender lo cansado que me encontraba de toda la tormenta que habíamos provocado a nuestro alrededor. Escuché su voz pronunciando mi nombre de manera anhelante, un susurro que llegó claramente a mis oídos. Caminé.
— Lestat… — No respondí a nada, pero su nombre salió en aquel tono que se usa para llamar a alguien. No, yo no debería estar hablando de aquella forma, mucho menos debería de estar llamándolo. Mirarlo era revivir la culpa y el remordimiento. Era terrible hacerlo, pero debía de, aunque la herida estuviera abierta y sangrara. Escuché la campana casi al mismo tiempo que vi su mano, esta pareció terriblemente oportuna.
Cuando me detuve, la penumbra ocupaba un lugar fijo en la calle, adelante y detrás quedaba la luz que rechazaba en este momento. Lestat estaba allí, con la mano estirada hacía a mí, con sus rizos rubios inmortales, mirándome. Llevé mi mano hasta la suya y rocé con la punta de mis dedos su palma. Sentí el calor de una víctima reciente en ellos, así como lo vi en su piel. Sentí la libertad que me ofrecía con ese simple toque. Está vez la acepté, por el momento. La tormenta nunca desaparecería, estaría dando vueltas a nuestro alrededor en todo momento. Deslicé mis dedos otro poco hasta que mi palma tocó la suya y pude presionar, para que bajara su mano un poco pero sin soltarle.
— Te encuentras muy lejos de los amplios salones de baile victorianos, Lestat. Muy lejos de la luz y la atención que te gusta recibir. De la música y la carne… — Observé mi mano sobre la suya, la conjunción de nuestras pieles juntas. Escuché el palpitar de su corazón proyectándose en su muñeca hacía mis dedos. Apreté levemente, sin querer soltarlo de momento.
Llegó él casi al mismo tiempo que la brisa, tan inoportuno como lo era siempre. Llegó con sus ropas, caras y bien combinadas, puestas sobre el cuerpo, con la capa roja cubriéndole del viento, manteniendo su temperatura si bien no cálida por lo menos no tan fría como la mía. Yo vestía como siempre, sin interés alguno en querer llamar la atención. Sin interés alguno en combinar prendas o lucir bien. Era algo totalmente innecesario, cómo todas las conductas humanas extras que no nos quitábamos por costumbre, más no por necesidad.
Esperé en el centro de aquella calle, en una semi penumbra apacible y confortable, haciendo tiempo. Pero pronto se me fueron las ganas de huir de su presencia, de discutir con él, aunque aquello fuese inevitable. Ahora podía comprender lo cansado que me encontraba de toda la tormenta que habíamos provocado a nuestro alrededor. Escuché su voz pronunciando mi nombre de manera anhelante, un susurro que llegó claramente a mis oídos. Caminé.
— Lestat… — No respondí a nada, pero su nombre salió en aquel tono que se usa para llamar a alguien. No, yo no debería estar hablando de aquella forma, mucho menos debería de estar llamándolo. Mirarlo era revivir la culpa y el remordimiento. Era terrible hacerlo, pero debía de, aunque la herida estuviera abierta y sangrara. Escuché la campana casi al mismo tiempo que vi su mano, esta pareció terriblemente oportuna.
Cuando me detuve, la penumbra ocupaba un lugar fijo en la calle, adelante y detrás quedaba la luz que rechazaba en este momento. Lestat estaba allí, con la mano estirada hacía a mí, con sus rizos rubios inmortales, mirándome. Llevé mi mano hasta la suya y rocé con la punta de mis dedos su palma. Sentí el calor de una víctima reciente en ellos, así como lo vi en su piel. Sentí la libertad que me ofrecía con ese simple toque. Está vez la acepté, por el momento. La tormenta nunca desaparecería, estaría dando vueltas a nuestro alrededor en todo momento. Deslicé mis dedos otro poco hasta que mi palma tocó la suya y pude presionar, para que bajara su mano un poco pero sin soltarle.
— Te encuentras muy lejos de los amplios salones de baile victorianos, Lestat. Muy lejos de la luz y la atención que te gusta recibir. De la música y la carne… — Observé mi mano sobre la suya, la conjunción de nuestras pieles juntas. Escuché el palpitar de su corazón proyectándose en su muñeca hacía mis dedos. Apreté levemente, sin querer soltarlo de momento.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 141
Fecha de inscripción : 13/05/2014
Localización : No hay lugar a donde ir
Re: Mandoble De Vida +Privado+
Perfecto, aún recuerdas mi nombre. – Murmuré. Me sentía fresco, lleno de vida. Desbordaba elegancia con aquella chaqueta de raso negra con bordado barroco de flores en oro coordinada con la camisa, fajín y corbata a tono. En mi mano un bastón negro con la empuñadura de Dragón en cañón de fusil y sobre mis hombros la capa barroca de color rojo sangre con detalles de pasamanería y cuello pedrería me permitía lucir como la nobleza. El lento latir de la sangre humana revitalizaba mi cuerpo al punto que sentí su mano casi fría a causa de la temperatura que envolvía la ciudad de noche. Ante su contacto, sentí un escalofrío que recorrió toda mi espina dorsal y es que lejos de mi aspecto de diablo seductor, aún vivía un joven que luchaba contra lobos en la nieve, perseguía sueños en las calles parisinas y escribía mensajes en los muros a un vampiro antiguo que anhelaba conocer. – Louis, Louis… – pronuncio su nombre con reproche mientras afronto con incerteza el destino. Tal vez era el momento de vernos a solas, quizás fueron las circunstancias lo que nos guió hasta este punto o simplemente fue un cumulo de casualidades. Lo cierto era que él estaba aquí.
No dude en atraerlo contra mi cuerpo y estrecharlo fuertemente entre mis brazos. Lo abracé como no había hecho nunca en el pasado, hundiendo el rostro en sus cabellos y aspirando profundamente su aroma, el aroma que me decía que había vuelto a mí. – Así que has venido aquí, a Francia. – Le pasé las manos por el cabello y el rostro, como si me perteneciera. Al tenerlo allí, con sus ojos verdes fijos en mí, me di cuenta que amaba a esta criatura mucho más de lo esperado. Me había perdido en esos orbes que parecían esmeraldas. Quedé cautivado.
Y dime, Louis ¿Qué te parece Francia? ¿Has dejado de sollozar por las calles parisinas? – Me gustaba molestarlo de este modo y él lo sabía. No puedo confesarle lo que realmente siento. Mi alma podía destruirse, sin embargo él no tenía que saberlo. Eso me haría demasiado vulnerable. ¿Cómo decirle que me pesa estar sin él? Me guarda tanto rencor como amor. De esto puedo estar seguro. Permanecimos juntos durante sesenta y cinco años, son un periodo de tiempo excepcionalmente largo para mantener un vínculo, en nuestro mundo. En el transcurso de ese tiempo, no hubo quien se nos pareciera entre nuestra raza. Sin embargo, Louis ignora aquello por completo.
Jamás hemos tenido una relación civilizada, de esas que se dicen te amo en una velada romántica. Y nunca pensé que extrañaría sus quejas o las miradas aviesas. Nuestras discusiones parecían eternas y olvidábamos el inicio, tan estúpido, de cada una de ellas. Louis era un muchacho de clase media lleno de inhibiciones y prejuicios que aspiraba, como todos los plantadores coloniales, a ser un auténtico aristócrata sin haber conocido jamás a alguno, mientras que yo procedía de una larga línea de señores feudales que se chupaban los dedos y arrojaban los huesos a los canes durante la comida.
¿Aún mueres en tus verdes mares de rencor o ya ha pasado la tormenta? – Lo acaricio, aparto los mechones de su frente y busco en sus ojos la rabia que tan bien conocía. Es delicioso tener mi mano contra su rostro, sentir el calor tibio que posee su piel después de alimentarse, el calor que permanece sutilmente a pesar de la temperatura. Sin embargo, puedo palpar en sus mejillas las lágrimas que no ha derramado. Él sentía una gran aversión hacía sí mismo, tanto que rehuía a usar incluso la mitad de sus poderes.
Ahora Gabrielle no estaba con nosotros. Sólo éramos dos inconscientes a las afueras de la ciudad. Nadie me quitaría este momento.
No dude en atraerlo contra mi cuerpo y estrecharlo fuertemente entre mis brazos. Lo abracé como no había hecho nunca en el pasado, hundiendo el rostro en sus cabellos y aspirando profundamente su aroma, el aroma que me decía que había vuelto a mí. – Así que has venido aquí, a Francia. – Le pasé las manos por el cabello y el rostro, como si me perteneciera. Al tenerlo allí, con sus ojos verdes fijos en mí, me di cuenta que amaba a esta criatura mucho más de lo esperado. Me había perdido en esos orbes que parecían esmeraldas. Quedé cautivado.
Y dime, Louis ¿Qué te parece Francia? ¿Has dejado de sollozar por las calles parisinas? – Me gustaba molestarlo de este modo y él lo sabía. No puedo confesarle lo que realmente siento. Mi alma podía destruirse, sin embargo él no tenía que saberlo. Eso me haría demasiado vulnerable. ¿Cómo decirle que me pesa estar sin él? Me guarda tanto rencor como amor. De esto puedo estar seguro. Permanecimos juntos durante sesenta y cinco años, son un periodo de tiempo excepcionalmente largo para mantener un vínculo, en nuestro mundo. En el transcurso de ese tiempo, no hubo quien se nos pareciera entre nuestra raza. Sin embargo, Louis ignora aquello por completo.
Jamás hemos tenido una relación civilizada, de esas que se dicen te amo en una velada romántica. Y nunca pensé que extrañaría sus quejas o las miradas aviesas. Nuestras discusiones parecían eternas y olvidábamos el inicio, tan estúpido, de cada una de ellas. Louis era un muchacho de clase media lleno de inhibiciones y prejuicios que aspiraba, como todos los plantadores coloniales, a ser un auténtico aristócrata sin haber conocido jamás a alguno, mientras que yo procedía de una larga línea de señores feudales que se chupaban los dedos y arrojaban los huesos a los canes durante la comida.
¿Aún mueres en tus verdes mares de rencor o ya ha pasado la tormenta? – Lo acaricio, aparto los mechones de su frente y busco en sus ojos la rabia que tan bien conocía. Es delicioso tener mi mano contra su rostro, sentir el calor tibio que posee su piel después de alimentarse, el calor que permanece sutilmente a pesar de la temperatura. Sin embargo, puedo palpar en sus mejillas las lágrimas que no ha derramado. Él sentía una gran aversión hacía sí mismo, tanto que rehuía a usar incluso la mitad de sus poderes.
Ahora Gabrielle no estaba con nosotros. Sólo éramos dos inconscientes a las afueras de la ciudad. Nadie me quitaría este momento.
Última edición por Lestat De Lioncourt el Jue Mar 26, 2015 1:12 pm, editado 1 vez
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
¿Recordarlo? ¿Cómo podría olvidarlo siquiera? Que poco crédito te das, Lestat. Yo estaba aferrado a este instante, a esa única unión entre nuestros cuerpos. Estaba esperando por que la sangre corriera, por la discusión de antaño, por los gritos y aquella voz cargada de decepción. Esperaba por el choque inminente de la culpa empalándome directo en el corazón. Mi hacedor estaba aquí, vistiendo sus ropas ridículamente elegantes que no eran más que un derroche de excentricismo y elegancia inútiles para un vampiro. Yo iba con las mismas ropas que llevaba puestas aquella fatídica noche en la que dije adiós al vampiro más manipulador y exquisito que he conocido. El polvo habita en estas, y cada partícula es un alfiler que me recuerda el terrible camino andado.
Descubro, en un instante, apartando la mirada de mi mano para posarla en sus ojos, esos ojos que reflejan toda la luz con su sobrenatural iridiscencia, que no me encuentro preparado para verlo a solas. Hay demasiado dentro de mí, tanto remordimiento y dudas, tanto que no he dicho y tanto que dije. Te odie por motivos incorrectos… Ahora te estimo tanto que verte me hiere. Que el que no me reproches es peor que nuestras enfadosas charlas. Deseo retirar mi mano, pero en el segundo en que comienzo el movimiento, siento la tirantez que me lleva a su abrazo. ¡Maldito seas! ¡Ódiame! Deseo gritarle. Siento sus manos presionando mi cuerpo en un gesto que no tiene sentido alguno. Recibo su abrazo, apenas moviendo los brazos en una modesta correspondencia. Sus palabras fluyen a mi mente directamente, como si me hablara sin usar la voz. Lo observó, furibundo por lo que me profesa sino con sus palabras, si con sus actos.
— Sí. — Dije por decir, recalcando la obviedad de la frase en esa única silaba liberada casi con pesar. ¿Cómo no acabar en París? En París, donde estás tú, Lestat. Donde encontré a Armand, dónde me separe de Claudia quizás definitivamente… Donde conocí a mi amada Gabrielle, con su punto de vista hechizante, atractivo pero frívolo. — No es lo que esperaba… — Sin embargo, hablo en general, no refiriéndome únicamente a la solución de su pregunta. Esté no es el Lestat que esperaba ver, no es la situación que esperaba sobrellevar. Las calles no tenían respuestas claras para mí y las otras respuestas escuetas que había obtenido, no habían hecho más que hundirme más en la desesperación. — ¿Y qué más puedo hacer yo aquí, Lestat? — Aquello está un poco mejor, pero el tono que me resulta exasperante sigue allí. — Después de todo lo que busqué, de todo lo que me pregunté… Las respuestas eran tan simples ¡Tan sencillas! No valían nada. Nunca hubo nada allí…
Yo esperaba, deseaba fervientemente, con todo el raciocinio que podía albergar, que mi viaje guardara algún significado, que mi razón de existir tuviera, cuando menos, una mínima importancia, pero, como antaño, como de costumbre, yo estaba equivocado. Puede que lo estuviera desde el momento en que acepté la sangre vampírica. Puede que el único camino racional sea, subrepticiamente, la inexistencia misma. Como en choques eléctricos, percibo sus toques en mi piel, sus dedos tocándome como si me examinara. No, nada ha cambiado, yo sigo muerto por dentro como lo estaba la última vez que nos vimos. Por mucho que examines no hallaras ninguna diferencia. Pero el toque provoca algo en mí y me permite sentirlo, permite que vea, escondido detrás del monstruo, a la criatura que me fascinó esa noche cuando yacía en mi lecho convaleciente.
— No, eso no pasara nunca… Acaso se mitigará. — Apenas lo miro, pese a que está frente a mí, pese a que lo estoy tocando y él me toca. — Eso, esto, es todo lo que se hacer, es todo lo que soy. Reniego de todo porque nada me satisface; no hay descanso ni perdón en ninguna conversación, en ninguna palabra que haya podido escuchar hasta ahora. Y te guardo tanto rencor como aprecio por que es todo lo que me queda. — Confieso, apenas notando las palabras dejar mi boca. No ansió nada más que dejarme vencer por él. Él roza mis límites de la paciencia y la cordura, buscando volverme loco, exasperarme para que volvamos a aquellas discusiones acaloradas. Empero, está noche no quiero pelear, quiero expiarme. — ¿Por qué, qué otra cosa podría ser sino?
Descubro, en un instante, apartando la mirada de mi mano para posarla en sus ojos, esos ojos que reflejan toda la luz con su sobrenatural iridiscencia, que no me encuentro preparado para verlo a solas. Hay demasiado dentro de mí, tanto remordimiento y dudas, tanto que no he dicho y tanto que dije. Te odie por motivos incorrectos… Ahora te estimo tanto que verte me hiere. Que el que no me reproches es peor que nuestras enfadosas charlas. Deseo retirar mi mano, pero en el segundo en que comienzo el movimiento, siento la tirantez que me lleva a su abrazo. ¡Maldito seas! ¡Ódiame! Deseo gritarle. Siento sus manos presionando mi cuerpo en un gesto que no tiene sentido alguno. Recibo su abrazo, apenas moviendo los brazos en una modesta correspondencia. Sus palabras fluyen a mi mente directamente, como si me hablara sin usar la voz. Lo observó, furibundo por lo que me profesa sino con sus palabras, si con sus actos.
— Sí. — Dije por decir, recalcando la obviedad de la frase en esa única silaba liberada casi con pesar. ¿Cómo no acabar en París? En París, donde estás tú, Lestat. Donde encontré a Armand, dónde me separe de Claudia quizás definitivamente… Donde conocí a mi amada Gabrielle, con su punto de vista hechizante, atractivo pero frívolo. — No es lo que esperaba… — Sin embargo, hablo en general, no refiriéndome únicamente a la solución de su pregunta. Esté no es el Lestat que esperaba ver, no es la situación que esperaba sobrellevar. Las calles no tenían respuestas claras para mí y las otras respuestas escuetas que había obtenido, no habían hecho más que hundirme más en la desesperación. — ¿Y qué más puedo hacer yo aquí, Lestat? — Aquello está un poco mejor, pero el tono que me resulta exasperante sigue allí. — Después de todo lo que busqué, de todo lo que me pregunté… Las respuestas eran tan simples ¡Tan sencillas! No valían nada. Nunca hubo nada allí…
Yo esperaba, deseaba fervientemente, con todo el raciocinio que podía albergar, que mi viaje guardara algún significado, que mi razón de existir tuviera, cuando menos, una mínima importancia, pero, como antaño, como de costumbre, yo estaba equivocado. Puede que lo estuviera desde el momento en que acepté la sangre vampírica. Puede que el único camino racional sea, subrepticiamente, la inexistencia misma. Como en choques eléctricos, percibo sus toques en mi piel, sus dedos tocándome como si me examinara. No, nada ha cambiado, yo sigo muerto por dentro como lo estaba la última vez que nos vimos. Por mucho que examines no hallaras ninguna diferencia. Pero el toque provoca algo en mí y me permite sentirlo, permite que vea, escondido detrás del monstruo, a la criatura que me fascinó esa noche cuando yacía en mi lecho convaleciente.
— No, eso no pasara nunca… Acaso se mitigará. — Apenas lo miro, pese a que está frente a mí, pese a que lo estoy tocando y él me toca. — Eso, esto, es todo lo que se hacer, es todo lo que soy. Reniego de todo porque nada me satisface; no hay descanso ni perdón en ninguna conversación, en ninguna palabra que haya podido escuchar hasta ahora. Y te guardo tanto rencor como aprecio por que es todo lo que me queda. — Confieso, apenas notando las palabras dejar mi boca. No ansió nada más que dejarme vencer por él. Él roza mis límites de la paciencia y la cordura, buscando volverme loco, exasperarme para que volvamos a aquellas discusiones acaloradas. Empero, está noche no quiero pelear, quiero expiarme. — ¿Por qué, qué otra cosa podría ser sino?
Última edición por Louis De Pointe Du Lac el Mar Sep 22, 2015 7:32 pm, editado 1 vez
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
He vivido durante años guardando estos secretos que Louis desea tan fervientemente saber. Quisiera que me conociera realmente, debería decirle la verdad, pero no puedo. Esta confidencia hecha por Marius sigue siendo un privilegió que aún no puedo desvelar, eso sería un gran impacto para Louis y no haría que el dolor empequeñezca. ¡Oh Louis, lamento enormemente tu sufrimiento! Observé en mi corazón todas las palabras que jamás pronuncié y finalmente descubro que sólo tengo para ti el mismo silencio que durante sesenta y cinco años te he ofrecido. Eso me enloquecía. Pude sentir como la angustia se clavaba en mi garganta. La ignorancia de los pensamientos del otro nos embaucaba, mientras las estrellas que palpitaban en el firmamento eran los únicos testigos de nuestra reunión. Lejos, aunque no demasiado, sólo se veían un par de luces de parte de la ciudad que podía apreciar por el rabillo del ojo. Locales nocturnos, tabernas donde muchos bebían hasta perder la conciencia y olvidar, aunque fuese unos instantes, lo mediocre que eran sus vidas.
Louis había dejado de mirarme, pero sus manos seguían aferrándose a mí mientras yo aún acariciaba su rostro. – Sí – Quizás no. La verdad es que respondí sin pensar a todo lo dicho, tomándolo del mentón para que me mirará a los ojos, para que soportará su mirada con la mía. Me daba la impresión de no querer estar cerca, de querer alejarse, sin embargo, ahí estaba. Era extraño, alguna fuerza le impulsaba a permanecer conmigo y eso, me hacía feliz. Si, irónicamente me complace poseerte contra tu voluntad.
Pensé que al querer aguantar aquellos ojos verdes acusadores la furia encadenada dentro de mi corazón detonaría, por supuesto, sentí como algo tiraba de mi pidiéndome a gritos odiarle. Confiaba en Louis y él me defraudó. Ese recuerdo, me dolía. Era frustrante.
Louis – Le dije – Al fin lo comprendes ¿No? – Mi voz fue casi tierna cuando hable, esto sólo porque el amor que sentía por él era mucho más sólido que ese odio. – No hay nada más. Pues esto es todo. – Finalmente aparté mi mano de su rostro y me alejé. Sus palabras y aquel verde esmeralda me recordaba el principio de todo, las innumerables discusiones sin sentido, mi esperanza de olvidar aquella juventud que fue una tenebrosa tormenta. Mi egoísmo y los errores que cometí para únicamente ser felices. – ¿Te tomo tanto tiempo descubrirlo? Lo repetí durante 65 años. – Lo contemplo como una fuerza sobrenatural más allá de la verdad, la mentira o los límites de la razón. Mis métodos para educarlo jamás fueron los correctos, podía dejar todo en manos de la naturaleza, dejar que todo lo aprendiera y sintiera instintivamente como yo o guiarlo de la mano hacía su siguiente víctima. Empero Louis ni siquiera lo intentaba, no conmigo. ¿Cómo podía confiarle el secreto de “Los que deben ser guardados”, cuando actuaba como si quisiera que nos destruyesen?
Haz lo que te ordena tu naturaleza. Deja de evitar ser un vampiro. – Mi voz retumbaba profunda en el silencio de la noche – Sólo así se consigue la paz y desaparece la añoranza. – Con todo, mientras hablaba y observaba a mi amado mártir, no podía dejar de pensar en Claudia, en lo que le había hecho y en el momento en que pagué por ello. Mi Claudia, mi querida muñequita de porcelana, la hija que se alzó contra su padre demonio que la había condenado a tener eternamente el cuerpo de una niña.
Debí haber prestado atención a las advertencias de Marius. Si, debería habérmelo pensado mejor. Sin embargo, en aquella niña vi a alguien capaz de enternecer el corazón de Louis y también, me vi a mí mismo. Vi al valiente Lestat que luchaba por su vida contra una jauría de lobos, al joven matalobos, al rey de lo imposible. En Claudia vi a una criatura como Gabrielle y como yo, sin miedo a nada, ni nadie.
Louis había dejado de mirarme, pero sus manos seguían aferrándose a mí mientras yo aún acariciaba su rostro. – Sí – Quizás no. La verdad es que respondí sin pensar a todo lo dicho, tomándolo del mentón para que me mirará a los ojos, para que soportará su mirada con la mía. Me daba la impresión de no querer estar cerca, de querer alejarse, sin embargo, ahí estaba. Era extraño, alguna fuerza le impulsaba a permanecer conmigo y eso, me hacía feliz. Si, irónicamente me complace poseerte contra tu voluntad.
Pensé que al querer aguantar aquellos ojos verdes acusadores la furia encadenada dentro de mi corazón detonaría, por supuesto, sentí como algo tiraba de mi pidiéndome a gritos odiarle. Confiaba en Louis y él me defraudó. Ese recuerdo, me dolía. Era frustrante.
Louis – Le dije – Al fin lo comprendes ¿No? – Mi voz fue casi tierna cuando hable, esto sólo porque el amor que sentía por él era mucho más sólido que ese odio. – No hay nada más. Pues esto es todo. – Finalmente aparté mi mano de su rostro y me alejé. Sus palabras y aquel verde esmeralda me recordaba el principio de todo, las innumerables discusiones sin sentido, mi esperanza de olvidar aquella juventud que fue una tenebrosa tormenta. Mi egoísmo y los errores que cometí para únicamente ser felices. – ¿Te tomo tanto tiempo descubrirlo? Lo repetí durante 65 años. – Lo contemplo como una fuerza sobrenatural más allá de la verdad, la mentira o los límites de la razón. Mis métodos para educarlo jamás fueron los correctos, podía dejar todo en manos de la naturaleza, dejar que todo lo aprendiera y sintiera instintivamente como yo o guiarlo de la mano hacía su siguiente víctima. Empero Louis ni siquiera lo intentaba, no conmigo. ¿Cómo podía confiarle el secreto de “Los que deben ser guardados”, cuando actuaba como si quisiera que nos destruyesen?
Haz lo que te ordena tu naturaleza. Deja de evitar ser un vampiro. – Mi voz retumbaba profunda en el silencio de la noche – Sólo así se consigue la paz y desaparece la añoranza. – Con todo, mientras hablaba y observaba a mi amado mártir, no podía dejar de pensar en Claudia, en lo que le había hecho y en el momento en que pagué por ello. Mi Claudia, mi querida muñequita de porcelana, la hija que se alzó contra su padre demonio que la había condenado a tener eternamente el cuerpo de una niña.
Debí haber prestado atención a las advertencias de Marius. Si, debería habérmelo pensado mejor. Sin embargo, en aquella niña vi a alguien capaz de enternecer el corazón de Louis y también, me vi a mí mismo. Vi al valiente Lestat que luchaba por su vida contra una jauría de lobos, al joven matalobos, al rey de lo imposible. En Claudia vi a una criatura como Gabrielle y como yo, sin miedo a nada, ni nadie.
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Puede que una parte de mí ya supiera, o por lo menos sospechara, que en realidad carecíamos de un propósito real en este mundo al que no pertenecemos. Las respuestas no existían como tal, no me satisfacían y carecían del sentido que ansiaba, que deseaba tan desesperadamente. Desde entonces yo estaba vacío y, a la vez, concebía una extraña falta de remordimiento, como si hubiese una tregua, leve, momentánea; el embotamiento del que hablara antes. Una tregua que moría poco a poco, dando paso a la desesperación que provenía de una no vida llena de muerte. Sentí su mano en el mentón y con eso me hizo despertar de mi entumecimiento ante el tirón de su mano; deseaba que lo mirara, y yo luché por evitar que me obligara a mirarlo. No sabía si sería capaz de soportarlo. Él no podía comprender lo que fue para mí descubrir esto, no podría ver más allá de la insignificancia de la verdad misma.
— No… — Repliqué en voz baja, negándome a escuchar lo que tenía que decir. Renuncie y lo mire a los ojos, lo miré porque no me dejo alternativa, por qué todo esto estaba más allá de mí. Por qué al mismo tiempo deseaba que viera el vacío en mis ojos, el que sentía cada noche desde entonces. — No lo entiendes, Lestat. Ni siquiera hay algo que comprender. — Retrocedí en el instante en que me soltó, un único paso, mi mente liberada de aquella bruma de embotamiento. Bienvenida la realidad insoportable. En sus palabras está la sombra de los años en nuestra casa en la Rué, está la burla que esperaba pero no el odio que ansío. — Basta. Durante mucho tiempo pensé que te guardabas las cosas para ti, pero ahora veo que aunque sea cierto, en realidad nunca tuviste nada que decirme. Nada que quisieras que yo supiera…
Estoy cansado. Indispuesto para verlo. Lo supe cuando nos encontramos. Quiero irme de aquí pero todo mi cuerpo es una sólida estructura que permanece inmóvil. ¿Y si jamás puedo reponerme de esto? ¿Y si el único destino que me queda es rendirme o morir? He pedido tanto por la muerte, pedí por ella antes de que Lestat se atravesara en mi camino. Ahora vivo en el infierno que me merezco y el único diablo que conozco me repite las misma palabras que escuche muchos años antes. Palabras razonables pero inaceptables para mí. Desvíe la mirada de él de nuevo. Me dolía mirarlo, recordar la bajeza que había cometido, la culpa. Puede que la culpa me mantuviera vivo ahora, puede que en realidad, ni siquiera quisiera morir ahora. No sabía nada ya. Ni quien era, ni lo que quería.
Entonces lo escuché y un acceso de rabia terrible se apodero de mí. Volví a mirarle a los ojos pero yo ya no me sentía sereno, ni siquiera cuerdo y antes de pensarlo di un paso hacia él, furioso. ¿Es que no lo ves? ¡Todo esto es tú culpa! ¡No te comprendo, por eso me desquicias! Te burlas de mí, me llamas necio pero no me odias. Sé que no lo haces… Respiré hondo, controlándome por un momento. No deseaba pelear, quería redimirme, quería que expiara el pecado que cometí y me lo ponía tan difícil que sólo deseaba romperle la cara de un puñetazo.
— ¿Por qué recaer en eso, Lestat? ¡Soy el mismo que era cuando me marché, por mucho que haya visto o escuchado, e insistes en tratar de hacerme como tú! ¡No puedo hacerlo!— Bramé. Descontrolado. Pero entre toda la ira que expresaba, lo que me dominaba era una desesperanza total, la verdad de que todo carecía de sentido, inclusive esta reunión entre la luz artificial de los faroles. Inclusive aquel mínimo registro de alegría al verlo bien, todo estaba tildado de esa desesperanza. — ¿Qué paz? Nunca habrá paz para mí. Y la añoranza que tanto pareces despreciar puede que sea lo único que me mantenga aún caminando en este mundo. No, no existe la paz. Es más, creo que la paz de la que hablas no es más que una ilusión más en la que quieres creer.
Fui perdiendo fuerza, lo sentí en cada uno de los músculos de mi cuerpo. Lo que fuera que me mantenía vivo después de tantos años era lo mismo que me mantenía de pie en ese momento, me mantenía inmóvil, esperando a mi decisión de huir o intentar algo contra él, lo que fuera.
— No… — Repliqué en voz baja, negándome a escuchar lo que tenía que decir. Renuncie y lo mire a los ojos, lo miré porque no me dejo alternativa, por qué todo esto estaba más allá de mí. Por qué al mismo tiempo deseaba que viera el vacío en mis ojos, el que sentía cada noche desde entonces. — No lo entiendes, Lestat. Ni siquiera hay algo que comprender. — Retrocedí en el instante en que me soltó, un único paso, mi mente liberada de aquella bruma de embotamiento. Bienvenida la realidad insoportable. En sus palabras está la sombra de los años en nuestra casa en la Rué, está la burla que esperaba pero no el odio que ansío. — Basta. Durante mucho tiempo pensé que te guardabas las cosas para ti, pero ahora veo que aunque sea cierto, en realidad nunca tuviste nada que decirme. Nada que quisieras que yo supiera…
Estoy cansado. Indispuesto para verlo. Lo supe cuando nos encontramos. Quiero irme de aquí pero todo mi cuerpo es una sólida estructura que permanece inmóvil. ¿Y si jamás puedo reponerme de esto? ¿Y si el único destino que me queda es rendirme o morir? He pedido tanto por la muerte, pedí por ella antes de que Lestat se atravesara en mi camino. Ahora vivo en el infierno que me merezco y el único diablo que conozco me repite las misma palabras que escuche muchos años antes. Palabras razonables pero inaceptables para mí. Desvíe la mirada de él de nuevo. Me dolía mirarlo, recordar la bajeza que había cometido, la culpa. Puede que la culpa me mantuviera vivo ahora, puede que en realidad, ni siquiera quisiera morir ahora. No sabía nada ya. Ni quien era, ni lo que quería.
Entonces lo escuché y un acceso de rabia terrible se apodero de mí. Volví a mirarle a los ojos pero yo ya no me sentía sereno, ni siquiera cuerdo y antes de pensarlo di un paso hacia él, furioso. ¿Es que no lo ves? ¡Todo esto es tú culpa! ¡No te comprendo, por eso me desquicias! Te burlas de mí, me llamas necio pero no me odias. Sé que no lo haces… Respiré hondo, controlándome por un momento. No deseaba pelear, quería redimirme, quería que expiara el pecado que cometí y me lo ponía tan difícil que sólo deseaba romperle la cara de un puñetazo.
— ¿Por qué recaer en eso, Lestat? ¡Soy el mismo que era cuando me marché, por mucho que haya visto o escuchado, e insistes en tratar de hacerme como tú! ¡No puedo hacerlo!— Bramé. Descontrolado. Pero entre toda la ira que expresaba, lo que me dominaba era una desesperanza total, la verdad de que todo carecía de sentido, inclusive esta reunión entre la luz artificial de los faroles. Inclusive aquel mínimo registro de alegría al verlo bien, todo estaba tildado de esa desesperanza. — ¿Qué paz? Nunca habrá paz para mí. Y la añoranza que tanto pareces despreciar puede que sea lo único que me mantenga aún caminando en este mundo. No, no existe la paz. Es más, creo que la paz de la que hablas no es más que una ilusión más en la que quieres creer.
Fui perdiendo fuerza, lo sentí en cada uno de los músculos de mi cuerpo. Lo que fuera que me mantenía vivo después de tantos años era lo mismo que me mantenía de pie en ese momento, me mantenía inmóvil, esperando a mi decisión de huir o intentar algo contra él, lo que fuera.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Louis gritaba furioso mientras la desesperanza en la que se ahogaba me envolvía y arrastraba hacia él. – ¿Realmente lo crees así? – Dije mientras nos mirábamos con rabia y pasión. Que ingenuo era mi estimado compañero, su debilidad lo hacía un blanco fácil tanto para los vampiros como para los seres humanos. – Idiota, no pido que seas como yo… – Murmuré, dejando a un lado la cordialidad y paciencia que había tenido hasta ahora. Mi intención no era mortificarlo. Jamás lo ha sido, no obstante sus palabras me irritaban, me herían y ya no podía seguir controlándome. – Tu naturaleza no es muy distinta a la mía. – Declaré casi con desesperación, como si perdiera toda esperanza. – ¡Maldición Louis! ¡Ni siquiera lo intentas! – Le grite, sin embargo, lo único que deseaba en ese momento era tomar su rostro entre mis manos, acariciar sus delicadas facciones, posar mis labios sobre los suyos y prometer solemnemente que en esta ocasión no nos destruiremos con mordaces palabras que parecían más afiladas que cualquier puñal.
Simplemente lo observaba.
Yo sabía que no era ninguna ilusión, sino la verdad. Y Louis, no podía soportar esa verdad. La inmortalidad nos convierte en asesinos, es un alto precio el que debemos pagar. Pero yo no era un asesino cualquiera. Yo seguía mis propias normas. Sinceramente creí que su dolor terminaría cuando acabará con su mustia existencia mortal, cuando tuviera el mundo a sus pies. Un mundo que puse a su disposición una vez le concedí el Don Oscuro.
Siento la angustia de jamás contar a Louis lo que Marius me confesó. Era demasiado lo que debía ocultar, el más mínimo descuido me habría llevado a escupir todo lo que sabía. Me negaba a hacerlo. Tenía un pacto que cumplir, obviamente. Vampiro o no, seguía siendo un hombre de palabra. Pero… ¿No había ignorado ya los consejos de Marius al crear a nuestra pequeña hija, Claudia?
¡Ah Lestat, que descarado eres!
Temeroso de que la excitación que sentía desapareciera, me acerqué nuevamente a él y llevé mi mano a su largo cabello, tanteando con la punta de los dedos su cuello. – Tú y Claudia huyeron de mí en busca de respuestas que supuestamente yo desconozco. ¿Qué has aprendido? – Pregunté, contemplándolo. En sus ojos color esmeralda podía ver sus sentimientos tan claros, hirientes, firmes y conmovedores. Era una belleza, una maravilla – No permanezcas aquí en París. ¡Adelante, vete! – Lo atraje hacía a mí con furia, su frente casi rozaba la mía y el disgusto es percibido en mis ojos donde las pupilas se contraen – Aprende todo tú solo. – Guardé silencio unos minutos comprobando que me escuchaba y ponía atención – Tal como yo lo hice.
En su gran terquedad y petulancia, Louis, siempre creyó saber lo que yo decía o pensaba. Nunca me ha visto como realmente soy sino como él quería que fuese. Como un mentiroso y una despreciable criatura servía más para su constante actitud autodestructiva.
Me distancie de él dispuesto a caminar lejos de la ciudad hacia la espesura del bosque. – Tu moral no es superior a la mía – Dije al sucumbir a su boca que parecía dispuesta a estallar en otro griterío incontrolable – Dime Louis… Si tuvieras en tus manos el poder para destruirnos a todos nosotros ¿Lo harías? – No había querido hacerlo. Y entonces, de improviso, solté esas últimas palabras.
Simplemente lo observaba.
Yo sabía que no era ninguna ilusión, sino la verdad. Y Louis, no podía soportar esa verdad. La inmortalidad nos convierte en asesinos, es un alto precio el que debemos pagar. Pero yo no era un asesino cualquiera. Yo seguía mis propias normas. Sinceramente creí que su dolor terminaría cuando acabará con su mustia existencia mortal, cuando tuviera el mundo a sus pies. Un mundo que puse a su disposición una vez le concedí el Don Oscuro.
Siento la angustia de jamás contar a Louis lo que Marius me confesó. Era demasiado lo que debía ocultar, el más mínimo descuido me habría llevado a escupir todo lo que sabía. Me negaba a hacerlo. Tenía un pacto que cumplir, obviamente. Vampiro o no, seguía siendo un hombre de palabra. Pero… ¿No había ignorado ya los consejos de Marius al crear a nuestra pequeña hija, Claudia?
¡Ah Lestat, que descarado eres!
Temeroso de que la excitación que sentía desapareciera, me acerqué nuevamente a él y llevé mi mano a su largo cabello, tanteando con la punta de los dedos su cuello. – Tú y Claudia huyeron de mí en busca de respuestas que supuestamente yo desconozco. ¿Qué has aprendido? – Pregunté, contemplándolo. En sus ojos color esmeralda podía ver sus sentimientos tan claros, hirientes, firmes y conmovedores. Era una belleza, una maravilla – No permanezcas aquí en París. ¡Adelante, vete! – Lo atraje hacía a mí con furia, su frente casi rozaba la mía y el disgusto es percibido en mis ojos donde las pupilas se contraen – Aprende todo tú solo. – Guardé silencio unos minutos comprobando que me escuchaba y ponía atención – Tal como yo lo hice.
En su gran terquedad y petulancia, Louis, siempre creyó saber lo que yo decía o pensaba. Nunca me ha visto como realmente soy sino como él quería que fuese. Como un mentiroso y una despreciable criatura servía más para su constante actitud autodestructiva.
Me distancie de él dispuesto a caminar lejos de la ciudad hacia la espesura del bosque. – Tu moral no es superior a la mía – Dije al sucumbir a su boca que parecía dispuesta a estallar en otro griterío incontrolable – Dime Louis… Si tuvieras en tus manos el poder para destruirnos a todos nosotros ¿Lo harías? – No había querido hacerlo. Y entonces, de improviso, solté esas últimas palabras.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
¿Qué es lo que puede surgir de la rabia, del deseo de querer golpearlo si no con los puños, si con las palabras? Era un descaro de mi parte estar aquí, sintiéndome débil, desesperanzado pero motivado por la exasperación que me hacía sentir. Sin dejar de ansiar su odio y su compañía. Pensar en huir, en marcharme, era una falacia; mi deseo de verlo, la añoranza y la escueta felicidad que me hizo sentir con el sólo hecho de encontrarlo en la misma calle que yo, llamándome, por fin a solas, era lo que me mantenía allí. Si fuera un humano lo habría destruido la noche en que lo conocí, hubiera sido piadoso, hubiera hecho lo posible por fusionarme con sus pensamientos y saber qué demonios pensaba. Pero no me sentí decepcionado. Yo comprendí que no podía ser entendido por Lestat, lo había sabido durante mucho tiempo. Que las palabras era una la única salida que nos quedaba, una que no funcionaba.
— Sí, la naturaleza es similar… — Respondí, desganado, agotado y con la voz débil. La euforia anterior se desvaneció, consumida por el desaliento que estaba comenzando a invadirme. Explicarme me ponía a disgusto, pero entre la bruma de aquella sensación comprendí que Lestat parecía tan desalentado como yo. — No me refiero a ti… — Dije en voz baja, observando el polvo invisible que se levantaba con la brisa nocturna a nuestro alrededor. — Lo que somos es diferente, a pesar de que es lo mismo. — Dije y lo irracional de aquella frase cayó como una cuchilla y acabó de separarnos dentro de mi mente. Casi me reí al escucharle, ¿Intentar? ¿Qué es lo que hay que intentar? — ¿Intentar? ¿Qué cosa? — Pregunté y lo miré con desdén. ¿No había dicho yo todo esto anteriormente? ¿No le había suplicado porque comprendiera lo mucho que me dañaba el hecho de rendirme a esa naturaleza de la que hablaba?
No retrocedí, no me moví más y dejé que el silencio callera entre nosotros como antes. No era un silencio calmado, como el de esas noches que solía leer en silencio mientras el dormitaba en su elegante diván. El silencio era tenso pero no me importó. Lo que importó fue su mención de Claudia. Voltee a verle y sentí la tensión en mi frente y una culpa diferente a la anterior emergió de mi memoria. Mi falta de paciencia y mi dolor ante lo hecho en New Orleans, ante el horror que no había evitado que sucediera, me había orillado a rechazarla durante una de las primeras noches que estuvimos juntos en París. Descubrimos lo incompletos que estábamos sin Lestat a nuestro lado, la falta que nos hacia su sola presencia. Solos, únicamente discutíamos. Recordé todo eso y la ira emergió. Aguanté la pronunciación de su nombre, el recuerdo de sus rizos dorados y su pequeño cuerpo apretado contra mi pecho. Lo soporté en un silencio exclusivamente para mí.
— Nada… Lo que ya dije. Que no hay nada. Ni significado, ni razón de ser. Ni bien, ni mal. Nada en absoluto. —Apoyé mi mano en su hombro, los dedos deslizándose en la curva de su hombro para apretar la piel durante unos segundos. Mi creador, pero no mi maestro. Lo solté, pero no pude apartarme; tenía una fuerza de la que conocía poco pero que no podía superar. El tirón que me dio me llevó al encuentro de sus claros ojos y le mantuve la mirada como él lo deseaba. Sus palabras aumentaron mi ácida cólera. — ¡No tienes derecho a decirme eso! ¡¿Qué crees que he estado intentando hacer todos estos años?!
Me exalté tan rápido como me tranquilicé. Aquella ebullición de enfado se desvaneció cuando las palabras se dispersaron en el aire, ¿Marcharme? ¿A dónde? La idea de irme era impensable. Ella estaba aquí, en alguna parte. Estaba aquí. En París. Tenía que estarlo. Mantuve mi mirada fija en la suya, sintiéndome arder por dentro, un frívolo calor que laceraba mi temple, que amenazaba con eliminar todos mis esfuerzos por permanecer allí. Me calmé un poco apenas me soltó. Lo seguí con la mirada, sin caer en cuenta de sus intenciones, sin que me interesara en ese momento.
— ¿Por qué crees que se trata de eso? ¿Qué hay de moral en nosotros? ¿Qué es la moralidad? Dímelo. — Escuché la súplica entonando mis propias rencorosas palabras, jadeando, respirando en el amago de la desesperación que lucha por mantener a raya. Me escuché jadear, harto de estar escuchando esas tonterías. Creo que incluso vocifere. ¿Por qué siempre volvíamos a esto? Caminé, apenas un par de pasos con la intensión de no dejarle marchar, cuando me detuvo su pregunta. — ¿Qué quieres decir? — Susurré y acorté la distancia de nuevo. — ¿Qué quieres decir, Lestat?
— Sí, la naturaleza es similar… — Respondí, desganado, agotado y con la voz débil. La euforia anterior se desvaneció, consumida por el desaliento que estaba comenzando a invadirme. Explicarme me ponía a disgusto, pero entre la bruma de aquella sensación comprendí que Lestat parecía tan desalentado como yo. — No me refiero a ti… — Dije en voz baja, observando el polvo invisible que se levantaba con la brisa nocturna a nuestro alrededor. — Lo que somos es diferente, a pesar de que es lo mismo. — Dije y lo irracional de aquella frase cayó como una cuchilla y acabó de separarnos dentro de mi mente. Casi me reí al escucharle, ¿Intentar? ¿Qué es lo que hay que intentar? — ¿Intentar? ¿Qué cosa? — Pregunté y lo miré con desdén. ¿No había dicho yo todo esto anteriormente? ¿No le había suplicado porque comprendiera lo mucho que me dañaba el hecho de rendirme a esa naturaleza de la que hablaba?
No retrocedí, no me moví más y dejé que el silencio callera entre nosotros como antes. No era un silencio calmado, como el de esas noches que solía leer en silencio mientras el dormitaba en su elegante diván. El silencio era tenso pero no me importó. Lo que importó fue su mención de Claudia. Voltee a verle y sentí la tensión en mi frente y una culpa diferente a la anterior emergió de mi memoria. Mi falta de paciencia y mi dolor ante lo hecho en New Orleans, ante el horror que no había evitado que sucediera, me había orillado a rechazarla durante una de las primeras noches que estuvimos juntos en París. Descubrimos lo incompletos que estábamos sin Lestat a nuestro lado, la falta que nos hacia su sola presencia. Solos, únicamente discutíamos. Recordé todo eso y la ira emergió. Aguanté la pronunciación de su nombre, el recuerdo de sus rizos dorados y su pequeño cuerpo apretado contra mi pecho. Lo soporté en un silencio exclusivamente para mí.
— Nada… Lo que ya dije. Que no hay nada. Ni significado, ni razón de ser. Ni bien, ni mal. Nada en absoluto. —Apoyé mi mano en su hombro, los dedos deslizándose en la curva de su hombro para apretar la piel durante unos segundos. Mi creador, pero no mi maestro. Lo solté, pero no pude apartarme; tenía una fuerza de la que conocía poco pero que no podía superar. El tirón que me dio me llevó al encuentro de sus claros ojos y le mantuve la mirada como él lo deseaba. Sus palabras aumentaron mi ácida cólera. — ¡No tienes derecho a decirme eso! ¡¿Qué crees que he estado intentando hacer todos estos años?!
Me exalté tan rápido como me tranquilicé. Aquella ebullición de enfado se desvaneció cuando las palabras se dispersaron en el aire, ¿Marcharme? ¿A dónde? La idea de irme era impensable. Ella estaba aquí, en alguna parte. Estaba aquí. En París. Tenía que estarlo. Mantuve mi mirada fija en la suya, sintiéndome arder por dentro, un frívolo calor que laceraba mi temple, que amenazaba con eliminar todos mis esfuerzos por permanecer allí. Me calmé un poco apenas me soltó. Lo seguí con la mirada, sin caer en cuenta de sus intenciones, sin que me interesara en ese momento.
— ¿Por qué crees que se trata de eso? ¿Qué hay de moral en nosotros? ¿Qué es la moralidad? Dímelo. — Escuché la súplica entonando mis propias rencorosas palabras, jadeando, respirando en el amago de la desesperación que lucha por mantener a raya. Me escuché jadear, harto de estar escuchando esas tonterías. Creo que incluso vocifere. ¿Por qué siempre volvíamos a esto? Caminé, apenas un par de pasos con la intensión de no dejarle marchar, cuando me detuvo su pregunta. — ¿Qué quieres decir? — Susurré y acorté la distancia de nuevo. — ¿Qué quieres decir, Lestat?
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Parecía fatigado, como si esta discusión fuera a acabar con él. Por mi parte yo me sentí desgraciado y furioso conmigo mismo por el rumbo que llevaba nuestro encuentro. Así pues, deseé terminar con esto. — Sabes a lo que me refiero. No es necesario que lo expliqué — Susurré y percibí su intensa mirada clavada en mi nuca. Lo oí vociferar, protestar, jadear y quejarse. Y, luego, vino el impacto. Me ponía impetuoso no tener la situación bajo control. Quería girarme hacía él, pero no fui capaz de hacer el menor movimiento. Durante media hora no hicimos otra cosa mas que discutir y remover inconscientemente los dilemas que vivimos décadas atrás. Realmente parecíamos sufrir este infierno por voluntad propia. — ¿Por qué? — Murmuré apenas, sólo para mi. Mi voz se escucho apagada y añadí sin atreverme a mirarlo aún — Louis... — Pronuncié su nombre con afición — No significa nada. Simplemente quiero saber hasta donde llega el horror que sientes hacia ti mismo. — Lo amaba, pero no podía confesarle el secreto de aquellos que custodiaba Marius. No todavía. Sus arrebatos de cólera eran preocupantes, les temía. Así que mentí.
Se hizo un absoluto silencio. Pude oír su respiración jadeante mientras permanecíamos ahí en la ingrávida oscuridad que nos ofrecía la Luna. El vacío de la noche era un frio permanente que se adueñaba de mi, que me atenazaba. Y, con la quietud, llegó la comprensión de algo que me estaba hiriendo. Tendríamos que mirarnos a los ojos, sentarnos frente a frente con el firme propósito de no discutir, de recordar los buenos momentos que hemos vivido, sin embargo, sufrimos como siempre lo hemos hecho.
Por un tiempo me fue casi imposible caminar por París. Iba por las calles, mirando sobre el hombro y pensando que algún vampiro con sus viejas creencias estaba al acecho oculto en un callejón, entre las sombras, esperando con ansias el momento preciso para destruir a aquel quien meses atrás, rebeló frente a los espectadores su identidad y poderes sobrenaturales en Théâtre des Vampires. ¿Sólo Armand recordaba que aquel espectáculo también había ocurrido hace muchos años, cuando el teatro era más pequeño y tenía por nombre "Renaud"? En fin, el altercado había disminuido y encontrarme entre tantas criaturas que habitan esta ciudad les resultó enrevesado. No había nada que hacer. Sin embargo, hay otros que en su afán de proteger a la humanidad cazan a todo ser sobrenatural y no deseo ni hablar de todos los vampiros jóvenes iniciados de forma ilegitima en todo el mundo, jóvenes inadaptados que terminaban enfrentándose unos a otros. No paraban de invadir la ciudad. Una terrible molestia. Y la verdad es que las peleas y reyertas entre estas bandas han logrado hacerme la vida más desagradable, pero a ellos les parece normal decapitar a cualquier bebedor de sangre.
Era un autentico caos, no podía revelar nuestros orígenes a Louis. Él apenas volvía a mi y se que convertirá mis días y noches en algo completamente distinto.
Ahora mi mártir, mi eterno filósofo estaba intranquilo. Aunque que él siempre vive alarmado. Fuese cual fuese el motivo, parecía buscar constantemente una excusa para sentirse abatido e infeliz. Se lamenta y sufre terriblemente por aquello que desconoce. — Louis — Dije tras varios minutos, sin embargo, ni siquiera cruzamos la mirada — ¿Dónde te alojas, Louis? — Esperaba que él dijese algo, lo que fuese para que olvidará mi anterior comentario.
Eché un último vistazo a París. Una ciudad cargada de misterios y encanto. Pero el más profundo misterio que rodea nuestras vidas en este momento era Claudia, mi hermosa niña de dulzura siniestra. Incliné hacía atrás mi cabeza. La noche era deprimente y fría, comencé a sentirme sediento y la ventisca intensa acariciaba mi rostro. Mis cabellos danzaban en ella como si pretendieran dibujar algo perdurable. — ¿Claudia está contigo? — Sin dudarlo mi corazón se contrajo con el pesar cuando pienso en lo que le había hecho Claudia y en el momento en que tendría que pagar por ello. Claudia perduraba en mis recuerdos. Casi podía sentirla aquí, contemplándonos con aquella sonrisa encantadora y macabra. Recuerdo como atraía a sus victimas con aquella apariencia infantil, con su rostro de porcelana fina y sus perfectos rizos dorados, pero no, aunque se muestre así ante todos ella ya no era una niña. Cuando la miras a los ojos, ves el alma de una mujer atormentada. — No voy a lastimarla, Louis — Dije moviendo mis pies para girarme hacia él y finalmente volver a fijar mi mirada en sus ojos.
Se hizo un absoluto silencio. Pude oír su respiración jadeante mientras permanecíamos ahí en la ingrávida oscuridad que nos ofrecía la Luna. El vacío de la noche era un frio permanente que se adueñaba de mi, que me atenazaba. Y, con la quietud, llegó la comprensión de algo que me estaba hiriendo. Tendríamos que mirarnos a los ojos, sentarnos frente a frente con el firme propósito de no discutir, de recordar los buenos momentos que hemos vivido, sin embargo, sufrimos como siempre lo hemos hecho.
Por un tiempo me fue casi imposible caminar por París. Iba por las calles, mirando sobre el hombro y pensando que algún vampiro con sus viejas creencias estaba al acecho oculto en un callejón, entre las sombras, esperando con ansias el momento preciso para destruir a aquel quien meses atrás, rebeló frente a los espectadores su identidad y poderes sobrenaturales en Théâtre des Vampires. ¿Sólo Armand recordaba que aquel espectáculo también había ocurrido hace muchos años, cuando el teatro era más pequeño y tenía por nombre "Renaud"? En fin, el altercado había disminuido y encontrarme entre tantas criaturas que habitan esta ciudad les resultó enrevesado. No había nada que hacer. Sin embargo, hay otros que en su afán de proteger a la humanidad cazan a todo ser sobrenatural y no deseo ni hablar de todos los vampiros jóvenes iniciados de forma ilegitima en todo el mundo, jóvenes inadaptados que terminaban enfrentándose unos a otros. No paraban de invadir la ciudad. Una terrible molestia. Y la verdad es que las peleas y reyertas entre estas bandas han logrado hacerme la vida más desagradable, pero a ellos les parece normal decapitar a cualquier bebedor de sangre.
Era un autentico caos, no podía revelar nuestros orígenes a Louis. Él apenas volvía a mi y se que convertirá mis días y noches en algo completamente distinto.
Ahora mi mártir, mi eterno filósofo estaba intranquilo. Aunque que él siempre vive alarmado. Fuese cual fuese el motivo, parecía buscar constantemente una excusa para sentirse abatido e infeliz. Se lamenta y sufre terriblemente por aquello que desconoce. — Louis — Dije tras varios minutos, sin embargo, ni siquiera cruzamos la mirada — ¿Dónde te alojas, Louis? — Esperaba que él dijese algo, lo que fuese para que olvidará mi anterior comentario.
Eché un último vistazo a París. Una ciudad cargada de misterios y encanto. Pero el más profundo misterio que rodea nuestras vidas en este momento era Claudia, mi hermosa niña de dulzura siniestra. Incliné hacía atrás mi cabeza. La noche era deprimente y fría, comencé a sentirme sediento y la ventisca intensa acariciaba mi rostro. Mis cabellos danzaban en ella como si pretendieran dibujar algo perdurable. — ¿Claudia está contigo? — Sin dudarlo mi corazón se contrajo con el pesar cuando pienso en lo que le había hecho Claudia y en el momento en que tendría que pagar por ello. Claudia perduraba en mis recuerdos. Casi podía sentirla aquí, contemplándonos con aquella sonrisa encantadora y macabra. Recuerdo como atraía a sus victimas con aquella apariencia infantil, con su rostro de porcelana fina y sus perfectos rizos dorados, pero no, aunque se muestre así ante todos ella ya no era una niña. Cuando la miras a los ojos, ves el alma de una mujer atormentada. — No voy a lastimarla, Louis — Dije moviendo mis pies para girarme hacia él y finalmente volver a fijar mi mirada en sus ojos.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
No le creí. Fuera lo que fuera que había intentado al hacerme esa pregunta, no se trataba sólo sobre mí. Yo seguía detrás de él, luchando entre el empuje de detenerlo y la complacencia momentánea de dejarlo ir y cortar, momentáneamente con la desquiciante conversación. Pero guardé silencio nuevamente y dejé que el silencio, ese mismo silencio tenso, continuara proyectándose a nuestro alrededor. El eco de mis jadeos, de mi propia voz, se desvaneció al tiempo que recuperaba la cordura, que el control volvía a mis manos y el ímpetu feroz por golpearle se encogía dentro de mis huesos, escondiéndose, volviéndose sustancia, parte del don. Pero me sentía desconsolado, desconsolado por el rumbo de este encuentro, porque, aunque el tiempo pasara, nada parecía marchar bien cuando nos encontrábamos de nuevo.
—Voy a responder a tu pregunta, pero sé que no te refieres sólo a eso... y, en realidad, ya no me importa. —musité, aclarando ese punto con él. Sin embargo, modulé mi voz. Aquella ira se marchó, llevándose consigo la fuerza que la adrenalina me daba. Volví a pensar con cierta claridad, con todo aquello que podía manejar, acompañándome. —Soy yo, Lestat, así de sencillo, siempre he sido yo… No me interesa lo que pueda suceder con los demás. Lo que hagan. Yo mismo apenas he conocido a un par, pero no. Si por eso temes, no lo haría. —Pensé en él, allí de pie, con su espalda frente a mí, con el porte aristocrático que resaltaba más que nunca dentro de la carne preternatural. Pensé en Claudia, de cuya existencia en este mundo ahora dudaba. Pensé en Armand… No, por supuesto que no podría. Pero Lestat no parecía comprender eso.
Su voz entonando mi nombre me hizo apartar la mirada de él. A mi izquierda, la calle estaba silenciosa, con los halos de luz exactamente a la misma distancia una de la otra, hasta perderse en la distancia y volverse uno. Pasos lejanos llegaban a mis oídos con la parsimonia del paseo, y se convertían en conversaciones y risas, en susurros luego ininteligibles. Lentamente volví a mirarle, fijándome en sus cabellos, levantando ligeramente la cabeza y salvando así, esa diferencia de estatura entre nosotros.
—Vivo… —comencé, comprobando una cierta serenidad plagada de esa nostalgia, ese pesar que tan bien conocía. —Vivo en un pequeño cuarto dentro de un edificio de tres pisos. En la zona baja de la ciudad. —esto iba en contra de todo lo que había practicado hasta ahora. Las habitaciones espaciosas y con lujos habían perdido su significado, su importancia, su encanto. —Mi ataúd está allí, en una buhardilla… —recorrí el sendero frente a nosotros con la mirada, como la ciudad desaparecia y se volvía un bosque que llamaba a visitarlo. —Está bien escondida… Tú podrías ver la puertilla en el techo de madera… Y si supiera, quizás podría ver tu hogar desde esa altura.
Apenas me di cuenta cuando divagé, cuando, lentamente, me situé junto a él, sin verlo a la cara. Claudia. Mi niña. Perdida. Abandonada en medio de un ataque de rabia. Pero en ese instante, mientras la mencionaba, lo cierto es que apenas y sentí algo. Deseaba saber sobre ella, ¿Quién era yo para negarle esa información, por mucho que me turbara?
—No lo está. No sé dónde se encuentra. —lo dije sin más y bastó con esas palabras para que la terrible verdad cayera sobre mí. Yo no pensaba en ello a profundidad, no averiguaba y no cavilaba en lo que podría estar pasándole. Me aterraba la idea de haberla perdido por una sencilla rabieta. Me aterraba imaginar que hubiera muerto y yo no sintiera nada cuando eso sucediera. Y de pronto, todo eso se estrelló contra mi pecho y sentí mis manos temblar, alterándose. ¡Y Lestat hablaba sobre no hacerle daño! Levanté la mirada a la suya, volviendo a encararlo, mirándolo con toda la desesperación que de pronto me había llenado; con todo el temblor que me era imposible dominar. No sabía nada de ella desde hacía tiempo. Ya no estaba seguro de si debía seguir buscándola o no. —No lo sé… —insistí y me escuché nervioso, desequilibrado. Enfermo.
—Voy a responder a tu pregunta, pero sé que no te refieres sólo a eso... y, en realidad, ya no me importa. —musité, aclarando ese punto con él. Sin embargo, modulé mi voz. Aquella ira se marchó, llevándose consigo la fuerza que la adrenalina me daba. Volví a pensar con cierta claridad, con todo aquello que podía manejar, acompañándome. —Soy yo, Lestat, así de sencillo, siempre he sido yo… No me interesa lo que pueda suceder con los demás. Lo que hagan. Yo mismo apenas he conocido a un par, pero no. Si por eso temes, no lo haría. —Pensé en él, allí de pie, con su espalda frente a mí, con el porte aristocrático que resaltaba más que nunca dentro de la carne preternatural. Pensé en Claudia, de cuya existencia en este mundo ahora dudaba. Pensé en Armand… No, por supuesto que no podría. Pero Lestat no parecía comprender eso.
Su voz entonando mi nombre me hizo apartar la mirada de él. A mi izquierda, la calle estaba silenciosa, con los halos de luz exactamente a la misma distancia una de la otra, hasta perderse en la distancia y volverse uno. Pasos lejanos llegaban a mis oídos con la parsimonia del paseo, y se convertían en conversaciones y risas, en susurros luego ininteligibles. Lentamente volví a mirarle, fijándome en sus cabellos, levantando ligeramente la cabeza y salvando así, esa diferencia de estatura entre nosotros.
—Vivo… —comencé, comprobando una cierta serenidad plagada de esa nostalgia, ese pesar que tan bien conocía. —Vivo en un pequeño cuarto dentro de un edificio de tres pisos. En la zona baja de la ciudad. —esto iba en contra de todo lo que había practicado hasta ahora. Las habitaciones espaciosas y con lujos habían perdido su significado, su importancia, su encanto. —Mi ataúd está allí, en una buhardilla… —recorrí el sendero frente a nosotros con la mirada, como la ciudad desaparecia y se volvía un bosque que llamaba a visitarlo. —Está bien escondida… Tú podrías ver la puertilla en el techo de madera… Y si supiera, quizás podría ver tu hogar desde esa altura.
Apenas me di cuenta cuando divagé, cuando, lentamente, me situé junto a él, sin verlo a la cara. Claudia. Mi niña. Perdida. Abandonada en medio de un ataque de rabia. Pero en ese instante, mientras la mencionaba, lo cierto es que apenas y sentí algo. Deseaba saber sobre ella, ¿Quién era yo para negarle esa información, por mucho que me turbara?
—No lo está. No sé dónde se encuentra. —lo dije sin más y bastó con esas palabras para que la terrible verdad cayera sobre mí. Yo no pensaba en ello a profundidad, no averiguaba y no cavilaba en lo que podría estar pasándole. Me aterraba la idea de haberla perdido por una sencilla rabieta. Me aterraba imaginar que hubiera muerto y yo no sintiera nada cuando eso sucediera. Y de pronto, todo eso se estrelló contra mi pecho y sentí mis manos temblar, alterándose. ¡Y Lestat hablaba sobre no hacerle daño! Levanté la mirada a la suya, volviendo a encararlo, mirándolo con toda la desesperación que de pronto me había llenado; con todo el temblor que me era imposible dominar. No sabía nada de ella desde hacía tiempo. Ya no estaba seguro de si debía seguir buscándola o no. —No lo sé… —insistí y me escuché nervioso, desequilibrado. Enfermo.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Con los sentimientos de la más profunda humildad, Louis, como un pájaro muy joven que tiembla, me confiesa con desesperación que no conoce el paradero de Claudia. Ante este negro cuadro lleno de espanto me pregunto ¿Qué sucedió entre ellos? Me giré y posé sobre su hombro mi fuerte mano y mis uñas como garras de arpías se clavan en la tela de su abrigo. El silencio y la noche se instalaron en mi, como en una bodega cuya llave se ha perdido. Contemplo sus ojos apesadumbrados por el nostálgico pesar del recuerdo de una hija ausente. Sinceramente no quería hacerlo sufrir con mis preguntas y me sentí incapaz de poder seguir mirándolo. Me resultaba insoportable y mi corazón se hundía en un abismo menos amargo que su propia imagen. Pero algo más se agitó en mi interior y cobró fuerzas tan deprisa que ya casi amenazaba con salirse de control. Me hizo entrar en tensión y retirarme, aunque no parecí moverme en absoluto.
Me mantengo en pie como siempre, aparentando que no existe nadie que logre lastimarme o consiga satisfacer un corazón como el mío, pero lo cierto es que durante casi setenta años tuve lo que siempre quería, esos tiempo maravilloso que los tuve a ellos. Mi pequeña, frágil y hermosa familia. Salvé a Claudia, pero la condené a vivir en un cuerpo infantil por siempre. Louis no estaría aquí si le hubiera dado la espalda aquella noche, sino hubiera caído perdidamente enamorado de él. No lo dejé ir, no podía perder a Louis también, no quería perderlo como perdí a Nicolás. Y, claramente, tales menudencias no importaban, en realidad, Louis tiene una versión de los hechos muy diferente. Es lo que cree y es justo. Visto fríamente para él soy Lestat, el maldito que lo mantuvo casi como rehén sólo por conveniencia, para no estar solo, aquel monstruo que convirtió una niña para forzarlo a permanecer a su lado. ¿Cómo confesar aquel secreto doloroso que me hacia languidecer a quien no confía en mi?
¡Oh dolor! Imploro tu piedad. Desde el fondo del abismo oscuro donde mi corazón a caído puedo sentir un frió tenebroso envolver mi alma. Encaminé mis pasos hacia la ciudad, pero me detuve y di media vuelta bruscamente, propinando un fuerte golpe con la mano abierta en su pecho que lo hizo retroceder. - ¡Eres un cínico! - Grite enfurecido al verlo ahí, desorientado, sin saber a donde ir, compadeciéndose como siempre lo hacía - Mis compañeros, mis amores... ¡Mis verdugos! ¿Separados? - Avanzo con el corazón doliente, estoy ligado a su infame desesperación, como el forzado a la cadena. Me han desdeñado, me hicieron creer que no era digno de ellos. - ¡Imbécil! - Rugí entre dientes al ver que él continuaba temblando. - Tu ceguera a los motivos o padecimientos de los demás no te permitió ver lo que realmente importaba. Me culpabas por todo. ¿Vas a culparme de esto también? - Lo sujeto de su suave cabello negro descuidado y lo obligo a acercar su rostro al mío - ¿En qué les ayudó huir de mi? Dime que hice para que olvidaras esas ocasiones en que acudías a mí, preso de la congoja, suplicándome que no te dejara nunca... -Murmuré mientras controlaba el temblor en mis labios y mis dedos sutilmente acariciaban complacidos su cabeza. Luchaba contra mi mismo para no dejarme sumergir en la belleza de sus ojos. Sólo en ese instante le permití responder a fin de eternizar el ardor de sus emociones.
Este abismo, es el infierno. Que profundo me parecieron los escasos centímetros que separaban mi boca de sus labios. Que potente es este corazón inclinado hacia él, podía respirar el perfume de su sangre y mis ojos en la oscuridad barruntaban sus pupilas, y yo bebía su aliento... ¡Oh dulzura! ¡Oh veneno! Yo sé del arte de aprovechar los minutos dichosos que me ofrecía justo en este momento su tenebroso silencio.
Me mantengo en pie como siempre, aparentando que no existe nadie que logre lastimarme o consiga satisfacer un corazón como el mío, pero lo cierto es que durante casi setenta años tuve lo que siempre quería, esos tiempo maravilloso que los tuve a ellos. Mi pequeña, frágil y hermosa familia. Salvé a Claudia, pero la condené a vivir en un cuerpo infantil por siempre. Louis no estaría aquí si le hubiera dado la espalda aquella noche, sino hubiera caído perdidamente enamorado de él. No lo dejé ir, no podía perder a Louis también, no quería perderlo como perdí a Nicolás. Y, claramente, tales menudencias no importaban, en realidad, Louis tiene una versión de los hechos muy diferente. Es lo que cree y es justo. Visto fríamente para él soy Lestat, el maldito que lo mantuvo casi como rehén sólo por conveniencia, para no estar solo, aquel monstruo que convirtió una niña para forzarlo a permanecer a su lado. ¿Cómo confesar aquel secreto doloroso que me hacia languidecer a quien no confía en mi?
¡Oh dolor! Imploro tu piedad. Desde el fondo del abismo oscuro donde mi corazón a caído puedo sentir un frió tenebroso envolver mi alma. Encaminé mis pasos hacia la ciudad, pero me detuve y di media vuelta bruscamente, propinando un fuerte golpe con la mano abierta en su pecho que lo hizo retroceder. - ¡Eres un cínico! - Grite enfurecido al verlo ahí, desorientado, sin saber a donde ir, compadeciéndose como siempre lo hacía - Mis compañeros, mis amores... ¡Mis verdugos! ¿Separados? - Avanzo con el corazón doliente, estoy ligado a su infame desesperación, como el forzado a la cadena. Me han desdeñado, me hicieron creer que no era digno de ellos. - ¡Imbécil! - Rugí entre dientes al ver que él continuaba temblando. - Tu ceguera a los motivos o padecimientos de los demás no te permitió ver lo que realmente importaba. Me culpabas por todo. ¿Vas a culparme de esto también? - Lo sujeto de su suave cabello negro descuidado y lo obligo a acercar su rostro al mío - ¿En qué les ayudó huir de mi? Dime que hice para que olvidaras esas ocasiones en que acudías a mí, preso de la congoja, suplicándome que no te dejara nunca... -Murmuré mientras controlaba el temblor en mis labios y mis dedos sutilmente acariciaban complacidos su cabeza. Luchaba contra mi mismo para no dejarme sumergir en la belleza de sus ojos. Sólo en ese instante le permití responder a fin de eternizar el ardor de sus emociones.
Este abismo, es el infierno. Que profundo me parecieron los escasos centímetros que separaban mi boca de sus labios. Que potente es este corazón inclinado hacia él, podía respirar el perfume de su sangre y mis ojos en la oscuridad barruntaban sus pupilas, y yo bebía su aliento... ¡Oh dulzura! ¡Oh veneno! Yo sé del arte de aprovechar los minutos dichosos que me ofrecía justo en este momento su tenebroso silencio.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Me sumergí en aquella bruma, en la niebla que nos rodeaba esa madrugada, despertando el recuerdo que ella era, que había sido hasta hacía un momento. Recordaba el vaivén sensual de su caminar mientras se acercaba a mí, pidiéndome alguno de esos caprichos que estaba siempre dispuesto a corresponder. Lestat me arrancó de aquel ensueño; el agarre fiero de su mano se sintió aislado pero real; fue la sombra de un peso al que ya no estaba acostumbrado, pero que trajo a la memoria esos deslices suaves, esos roces mientras charlábamos de lo que fuera y yo sostenía el peso del cuerpo pequeño que tanto me gustaba abrazar. ¿Por qué nos separamos? ¿Qué fue tan difícil de superar que permití que se marchara en la noche? Discutíamos constantemente, sobre lo que fuera, nuestra presencia mutua nos irritaba y el recuerdo de Lestat sólo nos amargaba más.
Nos dimos cuenta tarde de lo terrible que éramos el uno con el otro cuando estábamos sin él. Lo amargados e irritables que nos sentíamos. Lestat nos complementaba y sin él, estábamos rotos e incompletos. Insoportables. Pero ahora que lo tenía frente a mí, no podía decírselo. Observé de reojo su mano, apartándose de mi hombro. Levanté la mirada y lo vi caminar, en un intento renovado por apartarse. Lo añoro quiero conmigo, pero no puedo soportar su presencia. Sería simple si se marchara, pero, curiosamente, Lestat no lo hace. Regresa.
…Y cuando se acerca lo suficiente y comprendo que es lo que va a hacer, no me da tiempo. El empellón que me propina me manda unos pasos atrás, duele, pero no duele el golpe ni la fuerza aplicada. Duele de una forma más conocida. Me miro el pecho, como un estúpido, apoyando mi mano sobre la zona dónde impactó. Repentinamente se ha puesto caliente. Y lo comprendo, sin cavilaciones o pensamientos profundos. Se lo que quiere de mí, pero no sé cómo satisfacer su deseo. No puedo darle una reacción normal ahora mientras mis ojos solo ven su figura frágil, destruida por el sol, por el descuido, por otro vampiro. ¿Separados? Sí, ella me rechazó y yo la dejé ir, aceptando sus palabras de desprecio que yo mismo dije a Lestat tiempo atrás. Levanté la cabeza, guiado por el tirón de pelo que me obsequió. Lo vi. Tan apasionadamente frustrado, expresándose, echándome en cara las cosas como siempre lo hacíamos. Fue fascinante. Verlo tan alterado…
—Fuiste tú quien ocasionó todo esto… —Deslicé mi mano de mi pecho a mi costado, aguantando esa distancia, su mirada. El fuego que lo mataría parecía vivir dentro de él y ahora lo incendiaba. —Fuiste tú quien nunca dijo nada… ¡Quien nunca hizo nada! —Espeté, respondiendo a su provocación. Levanté la mano y arrugue sus finas ropas en un puño justo bajo su cuello. La tela que parecía dura se convirtió en seda bajo la fuerza de mi agarre. Yo apenas lo noté. —¿Culparte de eso?, ¿Es lo que quieres? ¿Te haría feliz volver a nuestras vidas aunque fueras como un verdugo?—De una forma u otra, era como si Lestat obtuviera lo que deseaba, aunque no fuera en el sentido en que se esperaba. —No sirvió de nada. No hice nada. Aproveché la oportunidad que ella me dio y por miedo a dejarla sola, por miedo a ti, me marché de tu lado junto con ella. —Me enfureció por un momento, pero todo desapareció cuando le respondí. —Lestat, todo lo que hicimos juntos lo hicimos mal. He perdido a Claudia por respuestas que no significaban nada y has aparecido en el momento justo para reprochármelo, como siempre has hecho con todo lo que te disgusta de mí.
Lo solté, mis dedos se deslizaron sin fuerza alguna de la tela de su traje y cayeron al costado de mi cuerpo, inertes, como mi brazo entero. Hasta donde llegaba mi conocimiento, mi Claudia podría estar muerta y si no era así, no albergaba ningún tipo de esperanza de verla de nuevo.
Nos dimos cuenta tarde de lo terrible que éramos el uno con el otro cuando estábamos sin él. Lo amargados e irritables que nos sentíamos. Lestat nos complementaba y sin él, estábamos rotos e incompletos. Insoportables. Pero ahora que lo tenía frente a mí, no podía decírselo. Observé de reojo su mano, apartándose de mi hombro. Levanté la mirada y lo vi caminar, en un intento renovado por apartarse. Lo añoro quiero conmigo, pero no puedo soportar su presencia. Sería simple si se marchara, pero, curiosamente, Lestat no lo hace. Regresa.
…Y cuando se acerca lo suficiente y comprendo que es lo que va a hacer, no me da tiempo. El empellón que me propina me manda unos pasos atrás, duele, pero no duele el golpe ni la fuerza aplicada. Duele de una forma más conocida. Me miro el pecho, como un estúpido, apoyando mi mano sobre la zona dónde impactó. Repentinamente se ha puesto caliente. Y lo comprendo, sin cavilaciones o pensamientos profundos. Se lo que quiere de mí, pero no sé cómo satisfacer su deseo. No puedo darle una reacción normal ahora mientras mis ojos solo ven su figura frágil, destruida por el sol, por el descuido, por otro vampiro. ¿Separados? Sí, ella me rechazó y yo la dejé ir, aceptando sus palabras de desprecio que yo mismo dije a Lestat tiempo atrás. Levanté la cabeza, guiado por el tirón de pelo que me obsequió. Lo vi. Tan apasionadamente frustrado, expresándose, echándome en cara las cosas como siempre lo hacíamos. Fue fascinante. Verlo tan alterado…
—Fuiste tú quien ocasionó todo esto… —Deslicé mi mano de mi pecho a mi costado, aguantando esa distancia, su mirada. El fuego que lo mataría parecía vivir dentro de él y ahora lo incendiaba. —Fuiste tú quien nunca dijo nada… ¡Quien nunca hizo nada! —Espeté, respondiendo a su provocación. Levanté la mano y arrugue sus finas ropas en un puño justo bajo su cuello. La tela que parecía dura se convirtió en seda bajo la fuerza de mi agarre. Yo apenas lo noté. —¿Culparte de eso?, ¿Es lo que quieres? ¿Te haría feliz volver a nuestras vidas aunque fueras como un verdugo?—De una forma u otra, era como si Lestat obtuviera lo que deseaba, aunque no fuera en el sentido en que se esperaba. —No sirvió de nada. No hice nada. Aproveché la oportunidad que ella me dio y por miedo a dejarla sola, por miedo a ti, me marché de tu lado junto con ella. —Me enfureció por un momento, pero todo desapareció cuando le respondí. —Lestat, todo lo que hicimos juntos lo hicimos mal. He perdido a Claudia por respuestas que no significaban nada y has aparecido en el momento justo para reprochármelo, como siempre has hecho con todo lo que te disgusta de mí.
Lo solté, mis dedos se deslizaron sin fuerza alguna de la tela de su traje y cayeron al costado de mi cuerpo, inertes, como mi brazo entero. Hasta donde llegaba mi conocimiento, mi Claudia podría estar muerta y si no era así, no albergaba ningún tipo de esperanza de verla de nuevo.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Por unos instantes no pude soportarlo. Me sentí agotado y descompuesto como si la noche hubiera durado mil años. Escuché en silencio cada palabra y sacudí la cabeza con una sonrisa casi imperceptible, y comencé a sentir en mi garganta los gritos reprimidos desde el día que él y Claudia se marcharon. — Lou... — Murmuré su nombre a medias. Casi lo interrumpo al oírle decir que yo ocasioné todo esto. Pero seguí escuchando y observando con ojos intensos su rostro. Estaba enfadado. Sintiéndome nuevamente furioso. Necesitaba encararlo de una vez por todas consigo mismo. — ¿¡Cómo te atreves!? — Dije dando un enérgico golpe a su mandíbula, aunque no lo hice con toda la fuerza que poseía este cuerpo inmortal a pesar de su corta edad. — ¿¡Cómo te atreves a decir que yo ocasioné esto!? — Y en ese momento, mientras el amor y el resentimiento se debatían con una furia humillante, esas dos esmeraldas que tiene como ojos brillan en su rostro. En un acceso de rabia, me lancé contra él con los puños por delante. No quería ver sus ojos acusadores, así que lanzo el segundo golpe, un puño directo a sus costillas y un tercero en su abdomen que lo obliga a retroceder y chocar la espalda contra un árbol.
Lo observo sin poder hablar. Su cabello negro le cubría el rostro mientras yo esperaba enfurecido una respuesta. Realmente no podía hablar, así que hice una pausa y luego pronuncie las palabras con una sombría furia latente — ¡Eres un Cobarde! — Grité y me volví, desesperado y jadeante hacía él. Avanzo rápido y en mi camino arranco la rama de un árbol que podía enredarse en mi cabello, y al estar frente a él mis manos lo sujetan por los brazos sobre sus codos — ¿Sabes lo que sentí durante estos años? — Al preguntar el dolor se hizo tan agudo que parecía como un puñal retorciéndose en mi corazón y es que Louis jamás entendió que lo amaba, que sólo deseaba protegerlo. Pero ya estoy cansado de la misma historia. Habían cosas más terribles que matar indiscriminadamente a nuestras victimas y él, en su gran petulancia, creía saberlo todo. — Vacío... — Pocas veces era capaz de expresar o describir lo que sentía, mucho menos ante él. — Un vacío que se anidaba con fuerza en mi pecho. —
—- ¡Maldición! — Lancé un último grito frenético,
Lo observo sin poder hablar. Su cabello negro le cubría el rostro mientras yo esperaba enfurecido una respuesta. Realmente no podía hablar, así que hice una pausa y luego pronuncie las palabras con una sombría furia latente — ¡Eres un Cobarde! — Grité y me volví, desesperado y jadeante hacía él. Avanzo rápido y en mi camino arranco la rama de un árbol que podía enredarse en mi cabello, y al estar frente a él mis manos lo sujetan por los brazos sobre sus codos — ¿Sabes lo que sentí durante estos años? — Al preguntar el dolor se hizo tan agudo que parecía como un puñal retorciéndose en mi corazón y es que Louis jamás entendió que lo amaba, que sólo deseaba protegerlo. Pero ya estoy cansado de la misma historia. Habían cosas más terribles que matar indiscriminadamente a nuestras victimas y él, en su gran petulancia, creía saberlo todo. — Vacío... — Pocas veces era capaz de expresar o describir lo que sentía, mucho menos ante él. — Un vacío que se anidaba con fuerza en mi pecho. —
—- ¡Maldición! — Lancé un último grito frenético,
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Antes de darme cuenta había respondido de manera sincera a sus preguntas, movido, quizás, por la culpa y la repulsión que en su momento le tuve. Ahora que lo volvía a ver, el fuego que había descubierto instantes antes en él, había subido hasta sus ojos y parecía refulgir con una calma que precedía a una terrible tormenta. Y entre mi agotamiento me descubrí deseando responder aquellas palabras, pero fue el golpe lo que me descolocó y detuvo. Esta vez lo hizo bien, me golpeó como debió de hacerlo desde un principio y con eso, alimentó mi propia furia, misma que había estado controlando, puede que absurdamente. Por qué, sintiéndome agotado, sólo deseaba desaparecer bajo la tapa de un ataúd y en su lugar, estaba reviviendo todo el rencor y la terrible perdida que él me había hecho sentir. Debí haberlo abandonado en cuanto lo deseé, pensé estúpidamente. Yo sabía que nada hubiera cambiado aun si hubiera tenido la resolución de intentarlo.
Pero no lo hice por qué tenía miedo y al mismo tiempo, de vez en cuando me seguía hechizando, su voz y sus movimientos me dejaban embelesado, entorpeciendo por momentos, la lectura de alguna buena novela o el hilo de mis pensamientos de una noche neblinosa. Me seducía cuando reía, incluso si era para burlarse de mí.
—¡Por qué así lo fue! —Debatí como un chiquillo, despreciándolo como la cuna de todos mis males, como la enfermedad incurable que siempre llevaba a cuestas.
Su golpe siguiente me hizo jadear y de pronto nos debatimos en una pantomima de golpes que sólo era eso, puesto que no podíamos dañarnos aunque lo intentáramos, pero el daño físico era insignificante cuando dolía más en los nervios y en la mente. Sus embates no me mallugaron, no me hicieron sangrar pero me cortó el aire y me incitó a devolverle el golpe. Mis uñas encontraron su carne y tiraron hacía abajo, pero me hizo retroceder y por segunda ocasión me cortó el aire. Y de pronto, un silencio frío nos envolvió. Me escuché jadear, con los brazos aún en alto; los bajé lentamente, respirando hondo para calmarme. Levanté la cabeza al escuchar sus pasos y, poco después, lo vi como el niño malcriado que de pronto era, jalando ramas y haciendo una rabieta. De nuevo, me pareció lleno de vida.
—Tú me hiciste un cobarde… —Me escuché decir, pero a diferencia suya, yo no grité, no me exalté. Había recuperado el aliento y la pequeña discrepancia entre nosotros me ayudó a despejarme. —Pero eso no te detuvo… Y aquí estamos. —Fruncí el ceño ante su agarre y moví los brazos, empujándolo para hacer distancia; por un instante me había hecho sentir acorralado. —Lestat, estás cayendo en la autocompasión. Si tú te sentiste vacío, yo me sentí desamparado, cada noche, estando contigo y cuando me marché de tu lado. —Aparté la mirada de él, mirando hacia el río que corría junto a nosotros. —Pensé tanto en ti que algunas noches era todo lo que hacía, pero ya sabías eso, de mis continuas dubitaciones y mis constantes cavilaciones. —Lo mire de vuelta y está vez fui yo quien apoyó mis mano en sus brazos, pero lo hice suavemente, para que el dolor de su rechazo no me golpeara demasiado.
Pero no lo hice por qué tenía miedo y al mismo tiempo, de vez en cuando me seguía hechizando, su voz y sus movimientos me dejaban embelesado, entorpeciendo por momentos, la lectura de alguna buena novela o el hilo de mis pensamientos de una noche neblinosa. Me seducía cuando reía, incluso si era para burlarse de mí.
—¡Por qué así lo fue! —Debatí como un chiquillo, despreciándolo como la cuna de todos mis males, como la enfermedad incurable que siempre llevaba a cuestas.
Su golpe siguiente me hizo jadear y de pronto nos debatimos en una pantomima de golpes que sólo era eso, puesto que no podíamos dañarnos aunque lo intentáramos, pero el daño físico era insignificante cuando dolía más en los nervios y en la mente. Sus embates no me mallugaron, no me hicieron sangrar pero me cortó el aire y me incitó a devolverle el golpe. Mis uñas encontraron su carne y tiraron hacía abajo, pero me hizo retroceder y por segunda ocasión me cortó el aire. Y de pronto, un silencio frío nos envolvió. Me escuché jadear, con los brazos aún en alto; los bajé lentamente, respirando hondo para calmarme. Levanté la cabeza al escuchar sus pasos y, poco después, lo vi como el niño malcriado que de pronto era, jalando ramas y haciendo una rabieta. De nuevo, me pareció lleno de vida.
—Tú me hiciste un cobarde… —Me escuché decir, pero a diferencia suya, yo no grité, no me exalté. Había recuperado el aliento y la pequeña discrepancia entre nosotros me ayudó a despejarme. —Pero eso no te detuvo… Y aquí estamos. —Fruncí el ceño ante su agarre y moví los brazos, empujándolo para hacer distancia; por un instante me había hecho sentir acorralado. —Lestat, estás cayendo en la autocompasión. Si tú te sentiste vacío, yo me sentí desamparado, cada noche, estando contigo y cuando me marché de tu lado. —Aparté la mirada de él, mirando hacia el río que corría junto a nosotros. —Pensé tanto en ti que algunas noches era todo lo que hacía, pero ya sabías eso, de mis continuas dubitaciones y mis constantes cavilaciones. —Lo mire de vuelta y está vez fui yo quien apoyó mis mano en sus brazos, pero lo hice suavemente, para que el dolor de su rechazo no me golpeara demasiado.
Última edición por Louis De Pointe Du Lac el Dom Nov 13, 2016 12:58 am, editado 1 vez
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Separé las piernas para afirmarme sobre el terreno cuando Louis comenzó a responder a mis golpes. Tenía los labios cerrados, pero había en ellos una débil sonrisa por la fuerza de sus puños al golpearme. Esta apasionada discusión me resultaba excitante y podía sentir como mis ojos ardían con una profunda fascinación, con un placer maligno. En ningún momento me paso por la cabeza el detenerme, estaba enloquecido, lleno de furia y casi gruñendo volví a hacerle frente. Pero todo acabó muy pronto. Capté mis propios jadeos y me quedé inmóvil, con los brazos caídos a los costados en el momento que su empuje hace más grande la distancia entre nosotros de lo que parece.
Ustedes eran... mi familia. — Todos mis reproches habían terminado. Solté una carcajada en silencio. Aquello era tan ridículo como las peleas en la vieja Commedia dell'arte. No estoy seguro de que me hallará en mis cabales, en ese instante. No estoy seguro de que las cosas que me pasaran por la mente fueran pensamientos. Con todo en realidad no importaba. Todo cuanto siempre había deseado decir estaba claro para mí; eso, y no que fuera expresado en palabras, era lo importante. Y había muchísimo tiempo; tenía muchísimo tiempo para decir y hacer lo que fuera. No tenía la menor sensación de premura.
Note que me estaba mirando, sus manos suavemente son las que ahora buscan aferrarse a mis brazos. Sin embargo, la cólera surgió de mi interior y le golpeó como si fuera un puño invisible. Le vi retroceder tambaleándose, como si aquel puño le hubiera dado de lleno en el rostro. Fue exactamente lo mismo que había ocurrido tiempo atrás con Nicolás.
Habría podido abandonarlo ahí y dejar ese lugar al instante, pero no me marché. Sólo mantuve la vista en Louis, pensando en el dolor que me causo perder a ese intimo amigo, Nicolás, y como en él había visto su espíritu reencarnado. Así que decidí no dejar que se repita la misma historia. De nuevo me acerqué a él, y esta vez, en silencio. Tal vez ofrecí un aspecto amenazador pues mis manos como zarpas rodean sus muñecas limitando sus movimientos. Me había abalanzado de improviso sobre él, acorralándolo contra el viejo tronco grueso de un árbol, sin esperar ningún gesto de asentimiento. Lo obligué a retroceder un paso mientras le mantenía las manos a la altura de su cabeza y la diversión que me causaban los inútiles intentos de Louis por deshacerse de mi agarre comienzan a dar cierta calidez a mi mirada.
Ven conmigo, "muerte misericordiosa" — Ocultaba el rostro en su cuello, y en una caricia ligera, sensual, susurré contra su piel aquellas palabras con las que me burlaba de él en antaño. Sonreí. Me estaba negado aceptar que el destino me conduzca a perder a Louis, igual como perdí a Nicolás y Claudia.-
Ustedes eran... mi familia. — Todos mis reproches habían terminado. Solté una carcajada en silencio. Aquello era tan ridículo como las peleas en la vieja Commedia dell'arte. No estoy seguro de que me hallará en mis cabales, en ese instante. No estoy seguro de que las cosas que me pasaran por la mente fueran pensamientos. Con todo en realidad no importaba. Todo cuanto siempre había deseado decir estaba claro para mí; eso, y no que fuera expresado en palabras, era lo importante. Y había muchísimo tiempo; tenía muchísimo tiempo para decir y hacer lo que fuera. No tenía la menor sensación de premura.
Note que me estaba mirando, sus manos suavemente son las que ahora buscan aferrarse a mis brazos. Sin embargo, la cólera surgió de mi interior y le golpeó como si fuera un puño invisible. Le vi retroceder tambaleándose, como si aquel puño le hubiera dado de lleno en el rostro. Fue exactamente lo mismo que había ocurrido tiempo atrás con Nicolás.
Habría podido abandonarlo ahí y dejar ese lugar al instante, pero no me marché. Sólo mantuve la vista en Louis, pensando en el dolor que me causo perder a ese intimo amigo, Nicolás, y como en él había visto su espíritu reencarnado. Así que decidí no dejar que se repita la misma historia. De nuevo me acerqué a él, y esta vez, en silencio. Tal vez ofrecí un aspecto amenazador pues mis manos como zarpas rodean sus muñecas limitando sus movimientos. Me había abalanzado de improviso sobre él, acorralándolo contra el viejo tronco grueso de un árbol, sin esperar ningún gesto de asentimiento. Lo obligué a retroceder un paso mientras le mantenía las manos a la altura de su cabeza y la diversión que me causaban los inútiles intentos de Louis por deshacerse de mi agarre comienzan a dar cierta calidez a mi mirada.
Ven conmigo, "muerte misericordiosa" — Ocultaba el rostro en su cuello, y en una caricia ligera, sensual, susurré contra su piel aquellas palabras con las que me burlaba de él en antaño. Sonreí. Me estaba negado aceptar que el destino me conduzca a perder a Louis, igual como perdí a Nicolás y Claudia.-
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
—Tú también fuiste la mía… —Me escuché decir, notando la palpitación de sus venas bajo mis dedos. La agitación se estaba desvaneciendo poco a poco, desvaneciéndose en aquella extraña pausa. Hasta ese momento, resultó extraño pero satisfactorio no perder el agarre, que me permitiera estar allí, deteniéndolo pero sin hacerlo dejando el toque simplemente como eso y no como un agarre o un contacto forzado. Los jadeos mismos fueron un fantasma que pronto ignoré. El cansancio de antes se convirtió en la promesa física de un descanso sin sueños o preguntas improcedentes, sumándose a la pesadez de mi cuerpo el pequeño pero sagaz enfrentamiento que acabábamos de tener.
Yo deseaba que aquel sueño fútil de la familia feliz continuara por más tiempo, deseaba que ella, él y yo pudiéramos seguir paseando, yendo al teatro y pasando esos ratos inútiles pero preciados juntos. Pero fui un tonto, creyendo y deseando cosas que no podían ser reales, como ahora, que pensaba que Lestat se había calmado, más allá del fuego interno que había visto en él hacía nada. Pero me equivoqué, y ese nuevo error trajo consigo un golpe que no pude anticipar. De nuevo careció de dolor y el impacto fue mental, muy a pesar del choque y el desbalance que sentí.
Miré mis manos, en las que la sensación de la tela arrancada de mis manos persistía ligeramente, como un recordatorio del breve toque. Y vi sus pies, allí enfrente de mí y deseé de nuevo que se marchara, que lo hiciera de una maldita vez. Pero cuando lo vi acercarse, me obligó a levantar la cabeza de un tirón, convirtiendo el mundo en un manchón oscuro de tintas varias por menos de un instante. Entonces sentí una ola de pánico que me heló la sangre; una ola que se extendió hasta la columna vertebral y trajo a mi memoria un dolor proveniente de una herida que ya no existía. Vi la sombra de aquella criatura envolverme como antes, extendido aquellas alas podridas y exhibiendo su horrendo rosto mientras iniciaba una cacería por mera diversión de verme asustado. El tacto de aquellas manos heladas y la rugosa corteza del árbol en mi espalda proyectaron un escenario que creía haber dejado atrás.
Forcejeé, más asustado de lo que debería, tirando y peleando, imbuido por la sombra de aquella memoria. Y en un momento todo se congeló, y la voz de Lestat me hizo desistir de lo que estaba haciendo; sus palabras me trajeron de vuelta a aquella solitaria calle junto al rio y me regalaron la noche con niebla y el cielo plagado de estrellas. Me dejé envolver por aquella intimidad que borró aquel tormentoso recuerdo. Lestat no estaba cálido, pero tampoco estaba tan frío como yo y estaba mucho menos frío que aquella cosa con la que no deseaba toparme de nuevo; dejé que ese calor restante se oprimiera contra mi cuerpo, sin encontrar espacio para ofenderme por sus atrevidas palabras.
—No tengo lugar a donde ir, Lestat… No hay lugar al que desees llevarme. No de nuevo. Ya es tarde… —Medite lo último, y en el sonido de mis palabras se encontraba el atisbo de la duda, del deseo de que me callara como solía hacerme y me echara en cara lo equivocado que estaba siempre que buscaba adelantarme a lo que pensaba. Me cansé de pedir que me odiara, de rogar por aquel pequeño descanso que sé, nunca me daría. Y me quedé allí, convertido en una sombra más que su figura opacaba.
Yo deseaba que aquel sueño fútil de la familia feliz continuara por más tiempo, deseaba que ella, él y yo pudiéramos seguir paseando, yendo al teatro y pasando esos ratos inútiles pero preciados juntos. Pero fui un tonto, creyendo y deseando cosas que no podían ser reales, como ahora, que pensaba que Lestat se había calmado, más allá del fuego interno que había visto en él hacía nada. Pero me equivoqué, y ese nuevo error trajo consigo un golpe que no pude anticipar. De nuevo careció de dolor y el impacto fue mental, muy a pesar del choque y el desbalance que sentí.
Miré mis manos, en las que la sensación de la tela arrancada de mis manos persistía ligeramente, como un recordatorio del breve toque. Y vi sus pies, allí enfrente de mí y deseé de nuevo que se marchara, que lo hiciera de una maldita vez. Pero cuando lo vi acercarse, me obligó a levantar la cabeza de un tirón, convirtiendo el mundo en un manchón oscuro de tintas varias por menos de un instante. Entonces sentí una ola de pánico que me heló la sangre; una ola que se extendió hasta la columna vertebral y trajo a mi memoria un dolor proveniente de una herida que ya no existía. Vi la sombra de aquella criatura envolverme como antes, extendido aquellas alas podridas y exhibiendo su horrendo rosto mientras iniciaba una cacería por mera diversión de verme asustado. El tacto de aquellas manos heladas y la rugosa corteza del árbol en mi espalda proyectaron un escenario que creía haber dejado atrás.
Forcejeé, más asustado de lo que debería, tirando y peleando, imbuido por la sombra de aquella memoria. Y en un momento todo se congeló, y la voz de Lestat me hizo desistir de lo que estaba haciendo; sus palabras me trajeron de vuelta a aquella solitaria calle junto al rio y me regalaron la noche con niebla y el cielo plagado de estrellas. Me dejé envolver por aquella intimidad que borró aquel tormentoso recuerdo. Lestat no estaba cálido, pero tampoco estaba tan frío como yo y estaba mucho menos frío que aquella cosa con la que no deseaba toparme de nuevo; dejé que ese calor restante se oprimiera contra mi cuerpo, sin encontrar espacio para ofenderme por sus atrevidas palabras.
—No tengo lugar a donde ir, Lestat… No hay lugar al que desees llevarme. No de nuevo. Ya es tarde… —Medite lo último, y en el sonido de mis palabras se encontraba el atisbo de la duda, del deseo de que me callara como solía hacerme y me echara en cara lo equivocado que estaba siempre que buscaba adelantarme a lo que pensaba. Me cansé de pedir que me odiara, de rogar por aquel pequeño descanso que sé, nunca me daría. Y me quedé allí, convertido en una sombra más que su figura opacaba.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Todo eso son tonterías... — Susurré. Louis estaba equivocado. No era tarde. Aún puede regalarme un suspiro y estamos a tiempo de volver a empezar. Volvíamos a encontrarnos y mi corazón era un loco soñador que no escucha razones, es un gran traidor que aún late furioso al verlo a pesar que sus palabras fueron como una sombra cubriéndome el alma. Aquel dolor pasaría, me dije. Tenía que pasar. Bajo mis fuertes dedos sentía sus manos temblorosas y con esto, deslice por su brazo la mano derecha hasta sostener su rostro. Louis es el único inmortal que podría ver con frecuencia pese a que nuestro comienzo fue difícil. — Quédate conmigo. — Me sentía loco, totalmente loco.
Años atrás había pensado en llevarlo a conocer nuevos mundos y ahora, él estaba aquí, en París. Deseaba invitarlo amar París. — He cometido errores atroces... — Dije, sin poder abandonar la sonrisa, pensando en aquella noche que lo vi por primera vez. Cuando nos conocimos ambos sufríamos ciertos remordimientos. Él había perdido a su querido hermano, yo había perdido a Nicolás. Mi madre quiso recorrer sola el mundo y no tuve más alternativa que decirle adiós para luego emprender un viaje en busca de mi padre moribundo. — Oh, Louis... — Susurré, acariciando con el pulgar esos labios ligeramente fruncidos. En él podía ver la hermosura de París y aún suspirar por esa melancolía eterna que lleva a cuestas. Desde el primer momento supe que lo necesitaba y no sólo por el dolor de Nicolás reflejado en sus verdes esmeraldas sino también por sus cualidades, su esencia. — Claro que los cometo ¿Verdad?
Intente moverme, pero no pude. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al imaginarme besando sus labios, bebiendo su sangre y colando mis dedos en su oscuro y ondulante cabello. Era como si la sed me torturará. Me invadió de nuevo una sensación de hechizo, de mareante placer: Louis entre mis brazos, unido a mí, y mi sangre fluyendo a él. Noté que mis hombros se alzaban, que mis dedos se clavaban todavía más en su muñeca y que casi surgía de mi cuerpo una especie de zumbido. Mi única visión era su alma jadeante, mi única sensación era la de un abandono intenso...
Pero no me atreví y tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para retroceder aunque ardía en deseos de tocarle, de rozar sus manos, sus brazos, su rostro.
¿Qué podía hacer por él? Eso era lo importante. ¿Qué podía hacer para poner fin a aquel tormento de una vez por todas? Me pareció estar paralizado, pero, pese a todo, volví a dar dos pasos hacía atrás mientras sacaba una pequeña tarjeta del bolsillo de mi chaqueta y extendía el brazo hacía él para dejarla en sus manos. — Guarda esto, te lo ruego. — Quería decirle a gritos que también tenía miedo. Miedo por él, miedo a perderlo otra vez. Quería sostenerlo entre mis brazos y quedarme con él hasta que todo hubiera pasado. Sin embargo, para asombro mío, no pude hacerlo.
Aquello era la agonía.
Ni siquiera fui consciente de que me apartaba de él. — Ven a verme. Luego podrás regresar a esa desolada choza cubierta de enredaderas en la que debes tener tu secreto hogar. — Volví a insistir. La noche parecía respirar con un ritmo suave y encantador; la fragancia de las flores era apenas un toquecito en el aire frio y húmedo. Una tenue incandescencia emanaba del rostro de Louis y de sus manos mientras permanecía envuelto en un manto de silencio. Me atenaceó entonces el recuerdo de la noche en que le di la sangre, cómo discutió conmigo hasta el último momento para disuadirme, cómo al final... Se rindió.
Años atrás había pensado en llevarlo a conocer nuevos mundos y ahora, él estaba aquí, en París. Deseaba invitarlo amar París. — He cometido errores atroces... — Dije, sin poder abandonar la sonrisa, pensando en aquella noche que lo vi por primera vez. Cuando nos conocimos ambos sufríamos ciertos remordimientos. Él había perdido a su querido hermano, yo había perdido a Nicolás. Mi madre quiso recorrer sola el mundo y no tuve más alternativa que decirle adiós para luego emprender un viaje en busca de mi padre moribundo. — Oh, Louis... — Susurré, acariciando con el pulgar esos labios ligeramente fruncidos. En él podía ver la hermosura de París y aún suspirar por esa melancolía eterna que lleva a cuestas. Desde el primer momento supe que lo necesitaba y no sólo por el dolor de Nicolás reflejado en sus verdes esmeraldas sino también por sus cualidades, su esencia. — Claro que los cometo ¿Verdad?
Intente moverme, pero no pude. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al imaginarme besando sus labios, bebiendo su sangre y colando mis dedos en su oscuro y ondulante cabello. Era como si la sed me torturará. Me invadió de nuevo una sensación de hechizo, de mareante placer: Louis entre mis brazos, unido a mí, y mi sangre fluyendo a él. Noté que mis hombros se alzaban, que mis dedos se clavaban todavía más en su muñeca y que casi surgía de mi cuerpo una especie de zumbido. Mi única visión era su alma jadeante, mi única sensación era la de un abandono intenso...
Pero no me atreví y tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para retroceder aunque ardía en deseos de tocarle, de rozar sus manos, sus brazos, su rostro.
¿Qué podía hacer por él? Eso era lo importante. ¿Qué podía hacer para poner fin a aquel tormento de una vez por todas? Me pareció estar paralizado, pero, pese a todo, volví a dar dos pasos hacía atrás mientras sacaba una pequeña tarjeta del bolsillo de mi chaqueta y extendía el brazo hacía él para dejarla en sus manos. — Guarda esto, te lo ruego. — Quería decirle a gritos que también tenía miedo. Miedo por él, miedo a perderlo otra vez. Quería sostenerlo entre mis brazos y quedarme con él hasta que todo hubiera pasado. Sin embargo, para asombro mío, no pude hacerlo.
Aquello era la agonía.
Ni siquiera fui consciente de que me apartaba de él. — Ven a verme. Luego podrás regresar a esa desolada choza cubierta de enredaderas en la que debes tener tu secreto hogar. — Volví a insistir. La noche parecía respirar con un ritmo suave y encantador; la fragancia de las flores era apenas un toquecito en el aire frio y húmedo. Una tenue incandescencia emanaba del rostro de Louis y de sus manos mientras permanecía envuelto en un manto de silencio. Me atenaceó entonces el recuerdo de la noche en que le di la sangre, cómo discutió conmigo hasta el último momento para disuadirme, cómo al final... Se rindió.
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Sí, pudiera ser que así fuera, que una vez más me permitiera aquella sensual comunión entre nosotros, aquellas noches derrochadoras de oro y rubíes, de los largos paseos que hicimos juntos, junto con ella; no siempre fueron noches negativas. Pero la propuesta es ahora una sátira sin gracia alguna. Empero, me tiene allí, rechazando dulcemente lo que digo, denegando el valor que siempre ha denegado a mis palabras. Irresoluto, el toque de su mano crea un mapa nuevo, una guía de lo que es un deseo reprimido. Y me encontré sintiendo esa fría conexión, que yo veía como un mito, entre el creador y su neófito, misma que ahora estaba frente a mí, como si siempre hubiera estado presente.
—Sí, todo el tiempo… —Recalqué con una suavidad cuasi extraña. Confundido, apoyé la nuca en la corteza y un atisbo de las hojas del árbol sobre mi cabeza apareció ante mis ojos, y mi cuerpo seguía aprovechando aquella cercanía, siendo presionado, robando aquel calor que hacía falta en mí. A nuestro alrededor, la vida misma se volvía un baluarte a punto de derrumbarse, pero los demonios permanecían eternos, inamovibles en el tiempo, como estatuas.
Estatuas que se movían y se alejaban, que hechizaban y devoraban esa vida que tanto añoraban para sí mismas. Y la noche se volvía más silenciosa que nunca y la presión y el calor desapareció por completo de mi cuerpo. Lestat era un punto opaco en la calle, lejos pero cerca aún de donde yo me encontraba. Recordé aquella noche en la Rue Royale, con sus paredes de enredaderas y mimosas cuya fragancia se esparcía siempre por las habitaciones, esa noche antes de que todo lo que teníamos se desvaneciera, fluyendo en un tiempo incongruente. La figura de Lestat recostada en el sillón, intentando sobreponerse al alcohol en sus venas, embriagado por la sangre alcoholizada. Y me sentí tranquilo, allí, de pie en aquella calle, con las últimas sobras de la madrugada desvaneciéndose; me sentí tranquilo mientras miraba a Lestat y tomaba aquella tarjeta sin ningún tipo de valor para mí.
¿En qué momento perdí el miedo? ¿Y en qué momento se transformó en anhelo? Aquella tarjeta, sin peso alguno, bailó en mis dedos cuando le di la vuelta, y me encontré con la conocida tipografía de Lestat, la letra antigua cargada y la tinta aplicada con plumilla en el pergamino, que variaba de grosor en cuanto a la cantidad que permanecía en el cálamo. Era una dirección, una dirección que se grabó en mi mente apenas la leí, sin embargo, decidí guardar la tarjeta entre mis ropas, escondiéndola de la vista dentro de mí abrigo.
Miré a Lestat una vez más y me pareció que toda mi alteración había sido devorada por sus movimientos, su presencia y la cercanía forzada que había tenido hacia mí. O ¿Sería la madrugada y el cansancio que siempre me embriaga lo que había desaparecido todo? Me sentí cansado, lo suficiente para no pensar o recalcarle que esto era absurdo; la idea de volver a encontrarnos o siquiera la insinuación de vivir juntos nuevamente. Pero no fue así. Por qué me estaba dando la opción de encontrarnos bajo otros términos, que era lo que yo quería. Yo había cambiado, lo notaba sutilmente, noche tras noche mientras seguía siendo el mismo; una diferencia que no sabía explicar. Puede que finalmente me cansara de viajar a solas.
—Iré. —Resolví en unos momentos y me bastó aquella simple palabra para comprender que no lo decía para tranquilizarlo o calmarme a mí, sino que era, sencillamente, el deseo ferviente expresado con sequedad, pero firmeza, con cierta ira pero también con aspiración. Ignoré el comentario sobre mi hogar, que era mucho peor de lo que Lestat pensaba y finalmente me separé del árbol que llevaba rato soportando mi peso. —Debo irme ahora. —Anuncie con la misma voz seca y me acerqué a él, depositando el peso de mi mano derecha sobre su hombro. —Espérame Lestat, iré. —Siempre era el primer en marcharme, y no era algo que fuera a cambiar ahora.
—Sí, todo el tiempo… —Recalqué con una suavidad cuasi extraña. Confundido, apoyé la nuca en la corteza y un atisbo de las hojas del árbol sobre mi cabeza apareció ante mis ojos, y mi cuerpo seguía aprovechando aquella cercanía, siendo presionado, robando aquel calor que hacía falta en mí. A nuestro alrededor, la vida misma se volvía un baluarte a punto de derrumbarse, pero los demonios permanecían eternos, inamovibles en el tiempo, como estatuas.
Estatuas que se movían y se alejaban, que hechizaban y devoraban esa vida que tanto añoraban para sí mismas. Y la noche se volvía más silenciosa que nunca y la presión y el calor desapareció por completo de mi cuerpo. Lestat era un punto opaco en la calle, lejos pero cerca aún de donde yo me encontraba. Recordé aquella noche en la Rue Royale, con sus paredes de enredaderas y mimosas cuya fragancia se esparcía siempre por las habitaciones, esa noche antes de que todo lo que teníamos se desvaneciera, fluyendo en un tiempo incongruente. La figura de Lestat recostada en el sillón, intentando sobreponerse al alcohol en sus venas, embriagado por la sangre alcoholizada. Y me sentí tranquilo, allí, de pie en aquella calle, con las últimas sobras de la madrugada desvaneciéndose; me sentí tranquilo mientras miraba a Lestat y tomaba aquella tarjeta sin ningún tipo de valor para mí.
¿En qué momento perdí el miedo? ¿Y en qué momento se transformó en anhelo? Aquella tarjeta, sin peso alguno, bailó en mis dedos cuando le di la vuelta, y me encontré con la conocida tipografía de Lestat, la letra antigua cargada y la tinta aplicada con plumilla en el pergamino, que variaba de grosor en cuanto a la cantidad que permanecía en el cálamo. Era una dirección, una dirección que se grabó en mi mente apenas la leí, sin embargo, decidí guardar la tarjeta entre mis ropas, escondiéndola de la vista dentro de mí abrigo.
Miré a Lestat una vez más y me pareció que toda mi alteración había sido devorada por sus movimientos, su presencia y la cercanía forzada que había tenido hacia mí. O ¿Sería la madrugada y el cansancio que siempre me embriaga lo que había desaparecido todo? Me sentí cansado, lo suficiente para no pensar o recalcarle que esto era absurdo; la idea de volver a encontrarnos o siquiera la insinuación de vivir juntos nuevamente. Pero no fue así. Por qué me estaba dando la opción de encontrarnos bajo otros términos, que era lo que yo quería. Yo había cambiado, lo notaba sutilmente, noche tras noche mientras seguía siendo el mismo; una diferencia que no sabía explicar. Puede que finalmente me cansara de viajar a solas.
—Iré. —Resolví en unos momentos y me bastó aquella simple palabra para comprender que no lo decía para tranquilizarlo o calmarme a mí, sino que era, sencillamente, el deseo ferviente expresado con sequedad, pero firmeza, con cierta ira pero también con aspiración. Ignoré el comentario sobre mi hogar, que era mucho peor de lo que Lestat pensaba y finalmente me separé del árbol que llevaba rato soportando mi peso. —Debo irme ahora. —Anuncie con la misma voz seca y me acerqué a él, depositando el peso de mi mano derecha sobre su hombro. —Espérame Lestat, iré. —Siempre era el primer en marcharme, y no era algo que fuera a cambiar ahora.
Louis De Pointe Du Lac- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 141
Fecha de inscripción : 13/05/2014
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Re: Mandoble De Vida +Privado+
Las estrellas pronto comenzarían a apagarse en el cielo. Quizás aquel no era el encuentro que habíamos estado deseando, ni el momento que estaba aguardando. Pero Louis lo sabía, tenía que conocer lo que acababa de intentar,
Como lo odie cuando se acercó a mi nuevamente. Era un idiota y yo aún más al suponer que había descubierto mis verdaderas intenciones. Y, muy lentamente, comencé a entender el calibre de los cambios que Louis había experimentado. Para mi, aquel encuentro había significado mucho más de lo que pensaba y parecía desconocer por completo al vampiro ante mí. — Vete entonces — Murmuré. Las emociones que sentía se tornaron repentinamente agridulces como música, como las melodías orquestales armonizadas en los siglos recientes. Ya no había tiempo para llegar a sentir aprecio por aquel encuentro. No había tiempo para notar su calidez, para estar contento y para decir cuanto lo anhelaba.
Lo había visto extender su brazo y sentí el contacto de su mano en el hombro. Blanda aquella carne antinatural, blanda como si fuera humana, y fresca y tan suave. Ahora no pude evitarlo. En mi mano derecha acuné su rostro y dejé un beso fugaz en sus labios antes que el abismo entre ambos vuelva a ser inmenso. Por un momento creí verlo tan inmóvil como un animal del bosque, sintiendo el depredador, antes del inevitable intento de huida. Y entonces la confusión, la incertidumbre...
¡Ah, estoy seguro que la escena era encantadora!
Finalmente lo dejo ir, no podía olvidar que el alba estaba cada vez más cerca. — Ahora, adiós — Dije sonriendo. Permanecí inmóvil. Y la sed, olvidada y mórbida, se desvaneció gradualmente.
Como lo odie cuando se acercó a mi nuevamente. Era un idiota y yo aún más al suponer que había descubierto mis verdaderas intenciones. Y, muy lentamente, comencé a entender el calibre de los cambios que Louis había experimentado. Para mi, aquel encuentro había significado mucho más de lo que pensaba y parecía desconocer por completo al vampiro ante mí. — Vete entonces — Murmuré. Las emociones que sentía se tornaron repentinamente agridulces como música, como las melodías orquestales armonizadas en los siglos recientes. Ya no había tiempo para llegar a sentir aprecio por aquel encuentro. No había tiempo para notar su calidez, para estar contento y para decir cuanto lo anhelaba.
Lo había visto extender su brazo y sentí el contacto de su mano en el hombro. Blanda aquella carne antinatural, blanda como si fuera humana, y fresca y tan suave. Ahora no pude evitarlo. En mi mano derecha acuné su rostro y dejé un beso fugaz en sus labios antes que el abismo entre ambos vuelva a ser inmenso. Por un momento creí verlo tan inmóvil como un animal del bosque, sintiendo el depredador, antes del inevitable intento de huida. Y entonces la confusión, la incertidumbre...
¡Ah, estoy seguro que la escena era encantadora!
Finalmente lo dejo ir, no podía olvidar que el alba estaba cada vez más cerca. — Ahora, adiós — Dije sonriendo. Permanecí inmóvil. Y la sed, olvidada y mórbida, se desvaneció gradualmente.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2011
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