AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bad in the blood | Privado
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Bad in the blood | Privado
Después de haberse puesto una buena borrachera la noche anterior y haber dormido casi toda la tarde y gran parte de la noche, Zigmund finalmente despertó. Se encontraba desorientado y tenía una resaca increíble. Con mucho cuidado, se incorporó sobre la cama e intentó moverse lo menos posible, porque las sienes le martilleaban y la cabeza amenazaba con explotarle en cualquier momento a causa del dolor. Giró hasta el borde de la cama y se sentó, luego alargó la mano para apartar un poco la cortina de la única ventana de la habitación, y se encontró con un cielo encapotado, negro y sin estrellas. Sabía que era tarde, probablemente más de las dos de la mañana. De haber sido cualquier otro día, habría tenido que saltar de la cama y vestirse para salir corriendo cuanto antes, si es que quería conservar su empleo, pero era una suerte que fuera su día de descanso y no tuviera preocupación alguna. Alzó las manos para tallar su rostro e intentó rememorar lo que había pasado la noche anterior, pero lo cierto es que no recordaba mucho. De todos modos, razones para embriagarse tenía muchas, y la principal era siempre Zavannah y la frialdad con la que lo trataba algunas veces, especialmente después de la muerte de Elouan. Zavannah, siempre Zavannah. Recordó que habían discutido el día anterior, pero según sus recuerdos, no había sido la peor de sus peleas, por lo que esperaba que a esas alturas ya lo hubiera perdonado.
La habitación estaba oscura, por lo que a tiendas buscó a la muchacha en su lado de la cama, pero la encontró vacía. Sólo entonces terminó de despertar. Sus ojos se abrieron de golpe, sus sentidos se agudizaron y, olvidándose por completo de la resaca, se puso rápidamente de pie. Fue hasta la mesita de noche y encendió una vela para poder registrar minuciosamente la habitación. Era cierto: Zavannah había desaparecido. Lo primero que hizo fue registrar los cajones de la vieja cómoda para verificar que ella no se hubiera escapado, pero, al encontrar sus prendas perfectamente dobladas y acomodadas, su alma se tranquilizó. Supo entonces que solamente podía estar en un sitio e iría por ella inmediatamente. Recogió su ropa del piso y se vistió para dirigirse al burdel que estaba situado a apenas una cuadra del hotelucho de mala muerte donde se estaban hospedando.
Cuando abrió la puerta de su habitación, azotándola con rabia, todos los que permanecían en el pasillo que daba a la salida lo miraron fijamente. Eran su mayoría prostitutas que trabajaban en el burdel al que se dirigía. Zigmund las ignoró cuando pasó frente a ellas y manoteó con violencia cuando una de ellas, completamente alcoholizada, alargó su mano para cogerlo del brazo.
—Odio este lugar… —murmuró para sí mismo, con mucho disgusto y quizá algo de asco, antes de abandonar el hotel.
Nada más al entrar al burdel, encontró a Zavannah sentada muy cerca de la barra. Estaba rodeada de hombres de todas las edades, pero era uno que no rebasaba los veinticinco años el que estaba sentado a la mesa con ella, sonriéndole, tocándole el cabello. Tenía la misma mirada lujuriosa que el resto de los presentes, y quizá no parecía estar propasándose con ella, pero a los ojos de Zigmund, ningún hombre que acudía a un burdel podía tener buenas intenciones con alguna de las mujeres que allí se encontraran. Se acercó y la tomó del brazo, obligándola a punta de jaloneos a ponerse de pie. Sus dedos la tenían atenazada, le hacía daño, pero su rabia era tan incontenible que no podía percibirlo.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¿Acaso no fui lo suficientemente claro? —Tuvo que gritarle para que su voz se alcanzara a escuchar por encima de las demás y de la música estridente del lugar. Su tono era enérgico y su acento australiano, que por lo general era muy ligero, se intensificó, la inconfundible señal de que estaba muy molesto—. Dije que no quería verte en este lugar. No quiero que estés cerca de estas mujeres. Son prostitutas, Zavannah, mujeres sucias de cuerpo y alma. ¿Acaso no temes que puedan contagiarte?
Cuando desvió la mirada, sus ojos azules se encontraron con una docena de mujeres que llevaban escasas vestimentas transparentes, sumamente sugerentes, que lo miraban fijamente, probablemente porque habían escuchado.
Era curioso que Zigmund rechazara, despreciara y hasta se escandalizara con las prostitutas, pero no con la relación incestuosa que vivía con su hermana.
La habitación estaba oscura, por lo que a tiendas buscó a la muchacha en su lado de la cama, pero la encontró vacía. Sólo entonces terminó de despertar. Sus ojos se abrieron de golpe, sus sentidos se agudizaron y, olvidándose por completo de la resaca, se puso rápidamente de pie. Fue hasta la mesita de noche y encendió una vela para poder registrar minuciosamente la habitación. Era cierto: Zavannah había desaparecido. Lo primero que hizo fue registrar los cajones de la vieja cómoda para verificar que ella no se hubiera escapado, pero, al encontrar sus prendas perfectamente dobladas y acomodadas, su alma se tranquilizó. Supo entonces que solamente podía estar en un sitio e iría por ella inmediatamente. Recogió su ropa del piso y se vistió para dirigirse al burdel que estaba situado a apenas una cuadra del hotelucho de mala muerte donde se estaban hospedando.
Cuando abrió la puerta de su habitación, azotándola con rabia, todos los que permanecían en el pasillo que daba a la salida lo miraron fijamente. Eran su mayoría prostitutas que trabajaban en el burdel al que se dirigía. Zigmund las ignoró cuando pasó frente a ellas y manoteó con violencia cuando una de ellas, completamente alcoholizada, alargó su mano para cogerlo del brazo.
—Odio este lugar… —murmuró para sí mismo, con mucho disgusto y quizá algo de asco, antes de abandonar el hotel.
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Nada más al entrar al burdel, encontró a Zavannah sentada muy cerca de la barra. Estaba rodeada de hombres de todas las edades, pero era uno que no rebasaba los veinticinco años el que estaba sentado a la mesa con ella, sonriéndole, tocándole el cabello. Tenía la misma mirada lujuriosa que el resto de los presentes, y quizá no parecía estar propasándose con ella, pero a los ojos de Zigmund, ningún hombre que acudía a un burdel podía tener buenas intenciones con alguna de las mujeres que allí se encontraran. Se acercó y la tomó del brazo, obligándola a punta de jaloneos a ponerse de pie. Sus dedos la tenían atenazada, le hacía daño, pero su rabia era tan incontenible que no podía percibirlo.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¿Acaso no fui lo suficientemente claro? —Tuvo que gritarle para que su voz se alcanzara a escuchar por encima de las demás y de la música estridente del lugar. Su tono era enérgico y su acento australiano, que por lo general era muy ligero, se intensificó, la inconfundible señal de que estaba muy molesto—. Dije que no quería verte en este lugar. No quiero que estés cerca de estas mujeres. Son prostitutas, Zavannah, mujeres sucias de cuerpo y alma. ¿Acaso no temes que puedan contagiarte?
Cuando desvió la mirada, sus ojos azules se encontraron con una docena de mujeres que llevaban escasas vestimentas transparentes, sumamente sugerentes, que lo miraban fijamente, probablemente porque habían escuchado.
Era curioso que Zigmund rechazara, despreciara y hasta se escandalizara con las prostitutas, pero no con la relación incestuosa que vivía con su hermana.
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Zigmund Zöllner- Humano Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 26/04/2012
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Re: Bad in the blood | Privado
El aliento alcohólico de su hermano le estaba generando mareos, ganas de vomitar. Odiaba con todas sus fuerzas que se pusiera en ese estado, pero parecía que lo hacía para hacerla molestar. Suspiró un par de veces observando el techo viejo del hotel. Notó un par de grietas, y agradeció no encontrarse en los pisos más elevados, de esa forma el agua de la lluvia no llegaba a colarse. Llevaban poco tiempo viviendo en ese lugar. No le gusta, le desagradaba, de hecho lo único limpio de ahí era su habitación, y todo gracias a que ella se dedicaba a mantener todo pulcro. Se atrevió a cerrar los ojos por un momento, sus recuerdos aparecieron, un par de ellos le hicieron sonreír y luego apareció el más doloroso: la muerte de Elouan. Aquella memoria siempre le hacía derramar un par de lagrimas, las cuales pronto dejaban de salir porque ella apretaba con fuerza sus ojos, y se limpiaba el liquido con la tela que encerraba sus muñecas. La jovencita estaba harta de todo. De esos recuerdos, de las borracheras de su hermano, de vivir en ese lugar tan asqueroso, y de tener que estar encerrada todo el tiempo porque pocas veces se le permitía salir. Ya era tiempo de poder hacerse dueña y responsable de sus acciones. Necesitaba tomar el control de su vida, y por eso decidió que debía hacer algo distinto, marcar la diferencia para ella, para ellos. Necesitaban salir de esa rutina y pensamientos oscuros y sucios. Necesitaban renovarse.
La joven se transformó en aquel pequeño mínimo indefenso. Antes de marcharse pasó la cabecita peluda sobre el cuello de su hermano, y sacó la lengua para lamerle la punta de la nariz. A pesar de todo aquello que habían vivido debía reconocer que la seguía cuidando cómo era debido, y la ponía a ella muy por encima de él mismo incluso. Pronto debían hacer una tregua, llegar a algún acuerdo. Lo que fuera pero necesitaban salir de ese hoyo en el que se iban hundiendo más y más. Sin pensarlo más se alejó del borracho que llevaba su sangre. Saltó hacía la ventana y escapó por ahí. Primero se apresuró a llegar a una rama, y luego poco a poco fue descendiendo hasta encontrarse con la tierra del camino que la llevaba a aquel burdel. Conocía a todo el personal, así que se divertiría aquella noche.
Al llegar al burdel entró por la parte de atrás y se apresuró a encontrarse en uno de los cuartos de lavado. Ahí encontró uno de sus vestidos (mismos que había dejado para cuando llegara a presentársele esa ocasión). Se vistió con rapidez, y pronto se asomó por la puerta observando de un lado a otro. Primero se encontró a una de las prostitutas más pequeñas, la saludó, y la jovencita le informó que aquella noche el dueño del lugar no estaría, por lo que no corría riegos de ser llamada a su despacho. Se sabía que cuando llamaba a alguna de las prostitutas, el sexo era de lo único que se tenían que preocupar. Del buen sexo. Y sino deseaba que su hermano se metiera en nuevos problemas, evitaba la visión de aquel hombre.
No tardó de armarse de valor, saludó a un par más de trabajadoras y después terminó sentada en la barra platicando animadamente con un hombre que tenía más intenciones en ayudarla que en acostarse con ella. Le había ofrecido un trabajo de costurera. Zavannah al sentirse tan agradecida se tomó un par de copas con él, pero nada más.
La intervención de su hermano había llegado más rápido de lo que pensó, y más brusca de lo que imaginó. Se quejó, pero esta vez no sintió vergüenza, más bien fue el coraje el que apareció en su semblante.
— No les llames así — Comentó con una tranquilidad que incluso a ella misma le sorprendió — Son personas cómo tú y cómo yo, así que tenles un poco más de respeto, Zigmund — El nombre de su hermano lo arrastró marcando la rabia y el coraje que le estaba dando aquella situación — Que me encuentre aquí no tiene nada de malo, platicaba, puedo atender un par de mesas, ayudar a repartir alcohol y cerveza, así que deja de hacerte ideas, si quiero vuelvo a poner los pies aquí, así que respeta, pídeles una disculpa a todas — Sus dientes rechinaron mostrando su enfurecimiento. Si seguían así seguramente terminarían montando un espectáculo más grande y los terminarían por correr.
— No discutamos — Susurró estirando sus manos y acariciando su mejilla. Se acercó a él. Daba gracias de que nadie supiera que eran hermanos en aquel lugar o terminarían las cosas de peor manera. — Por favor — Se daba cuenta que ya sabía como actuar, como tenerlo bajo sus pies, como hacer que cediera. Por esa razón sus manos acariciaron desde su mejilla hasta la curvatura de su cuello. La joven cambiante movió el rostro observando a los músicos que se encontraban al fondo. No supo como le hizo pero ellos entendieron el pedido y comenzaron a tocar una canción suave. La joven tomó la mano de su hermano haciendo que la colocara en su cintura propia y se acercó más. Todos a su alrededor siguieron en lo suyo, pero a ella no se le iba a olvidar tan fácil.
— Sino me dejas respirar y hacer lo que creo conveniente me iré de tú lado, te abandonaré, y no existirá forma de que puedas encontrarme de nuevo, así que contrólate, o te enseñaré a controlarte — El lado salvaje, animal de la jovencita había aparecido. Estaba cansada de los celos enfermizos de su hermano, de que no la dejara respirar, la estaba agobiando verdaderamente.
La idea de abandonarlo había aparecido, y sin duda lo estaba considerando más de lo que hubiera querido, o hubiera deseado gracias a las vendas que seguía portando.
La joven se transformó en aquel pequeño mínimo indefenso. Antes de marcharse pasó la cabecita peluda sobre el cuello de su hermano, y sacó la lengua para lamerle la punta de la nariz. A pesar de todo aquello que habían vivido debía reconocer que la seguía cuidando cómo era debido, y la ponía a ella muy por encima de él mismo incluso. Pronto debían hacer una tregua, llegar a algún acuerdo. Lo que fuera pero necesitaban salir de ese hoyo en el que se iban hundiendo más y más. Sin pensarlo más se alejó del borracho que llevaba su sangre. Saltó hacía la ventana y escapó por ahí. Primero se apresuró a llegar a una rama, y luego poco a poco fue descendiendo hasta encontrarse con la tierra del camino que la llevaba a aquel burdel. Conocía a todo el personal, así que se divertiría aquella noche.
Al llegar al burdel entró por la parte de atrás y se apresuró a encontrarse en uno de los cuartos de lavado. Ahí encontró uno de sus vestidos (mismos que había dejado para cuando llegara a presentársele esa ocasión). Se vistió con rapidez, y pronto se asomó por la puerta observando de un lado a otro. Primero se encontró a una de las prostitutas más pequeñas, la saludó, y la jovencita le informó que aquella noche el dueño del lugar no estaría, por lo que no corría riegos de ser llamada a su despacho. Se sabía que cuando llamaba a alguna de las prostitutas, el sexo era de lo único que se tenían que preocupar. Del buen sexo. Y sino deseaba que su hermano se metiera en nuevos problemas, evitaba la visión de aquel hombre.
No tardó de armarse de valor, saludó a un par más de trabajadoras y después terminó sentada en la barra platicando animadamente con un hombre que tenía más intenciones en ayudarla que en acostarse con ella. Le había ofrecido un trabajo de costurera. Zavannah al sentirse tan agradecida se tomó un par de copas con él, pero nada más.
La intervención de su hermano había llegado más rápido de lo que pensó, y más brusca de lo que imaginó. Se quejó, pero esta vez no sintió vergüenza, más bien fue el coraje el que apareció en su semblante.
— No les llames así — Comentó con una tranquilidad que incluso a ella misma le sorprendió — Son personas cómo tú y cómo yo, así que tenles un poco más de respeto, Zigmund — El nombre de su hermano lo arrastró marcando la rabia y el coraje que le estaba dando aquella situación — Que me encuentre aquí no tiene nada de malo, platicaba, puedo atender un par de mesas, ayudar a repartir alcohol y cerveza, así que deja de hacerte ideas, si quiero vuelvo a poner los pies aquí, así que respeta, pídeles una disculpa a todas — Sus dientes rechinaron mostrando su enfurecimiento. Si seguían así seguramente terminarían montando un espectáculo más grande y los terminarían por correr.
— No discutamos — Susurró estirando sus manos y acariciando su mejilla. Se acercó a él. Daba gracias de que nadie supiera que eran hermanos en aquel lugar o terminarían las cosas de peor manera. — Por favor — Se daba cuenta que ya sabía como actuar, como tenerlo bajo sus pies, como hacer que cediera. Por esa razón sus manos acariciaron desde su mejilla hasta la curvatura de su cuello. La joven cambiante movió el rostro observando a los músicos que se encontraban al fondo. No supo como le hizo pero ellos entendieron el pedido y comenzaron a tocar una canción suave. La joven tomó la mano de su hermano haciendo que la colocara en su cintura propia y se acercó más. Todos a su alrededor siguieron en lo suyo, pero a ella no se le iba a olvidar tan fácil.
— Sino me dejas respirar y hacer lo que creo conveniente me iré de tú lado, te abandonaré, y no existirá forma de que puedas encontrarme de nuevo, así que contrólate, o te enseñaré a controlarte — El lado salvaje, animal de la jovencita había aparecido. Estaba cansada de los celos enfermizos de su hermano, de que no la dejara respirar, la estaba agobiando verdaderamente.
La idea de abandonarlo había aparecido, y sin duda lo estaba considerando más de lo que hubiera querido, o hubiera deseado gracias a las vendas que seguía portando.
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 103
Fecha de inscripción : 02/05/2012
Edad : 34
Re: Bad in the blood | Privado
Los gritos de su hermana llegaron a él en forma de punzadas que iban directamente a su cabeza dolorida. Le estaba martilleando los oídos, y encima con tonterías, estúpidas exigencias que no venían al caso. Miró a su alrededor y se encontró con la mirada reprobatoria de todos los presentes, prostitutas y cantineros, incluso la de los lujuriosos clientes que acudían al lugar en busca de saciar sus más perversas pasiones. ¿Cómo se atrevían a juzgarlo? Ellos no tenían derecho de mirarlo de aquel modo. Ellos no eran nadie para criticar su manera de hablarle a Zavannah, no cuando no conocían la historia que había detrás de todas sus acciones, no cuando ignoraban por completo el gran amor que él sentía por ella y que lo había orillado a efectuar cualquier cantidad de cosas, buenas y malas, pero todo por ella al fin y al cabo. Él, que había sacrificado todo por ella, no se merecía sus miradas llenas de desprecio, en especial la de ella, que era una desagradecida. De ninguna manera pensaba disculparse con ese montón de rameras, porque eso eran; le gustara o no a Zavannah escucharlo, no había otro modo más amable de llamarlas, y de haberlo, tampoco se lo merecían. Para él no eran más que un montón de mujeres libertinas que disfrazaban su desbordante deseo de sexo con la excusa de hacerlo por necesidad. Ni él ni ella le debían nada, y Zavannah no tenía razón para defenderlas. Quería callarla de una vez por todas o exigirle que al menos bajara su tono, pero cuando estuvo a punto de hacerlo, ella se le adelantó haciendo caso a su petición, como si hubiera leído sus pensamientos.
Zavannah moduló su voz hasta convertirla en un suave y melódico susurro que lo conquistó. No puso resistencia. Ella lo tenía en sus manos. Se acercó a la muchacha y disfrutó del tacto de sus suaves dedos sobre su mejilla y su cuello. De pronto, el deseó se despertó. ¿Cómo recriminarle algo cuando con esa cara de ángel, cuando se portaba así con él? Tan cariñosa, tan… Zavannah. Sus manos rodearon su cintura. Inclinó su cabeza con la intención de atrapar sus labios en un beso, pero las filosas palabras regresaron a la boca de la muchacha. De pronto, ya no fue ella. Algo la poseyó, una especie de demonio que la obligaba a amenazarlo. Sí, eso tenía que ser. ¡Ella nunca antes le había hablado de aquel modo! Jamás le había dirigido una mirada tan mordaz. Lejos de molestarle, aquello le entristeció. Le preocupaba terriblemente que su hermana se estuviera convirtiendo en una mujer desalmada que no se tentaba el corazón. Quería desesperadamente a aquella niña dulce y complaciente que alguna vez había sido y que por las noches le había pedido que le cantara hasta quedarse dormida.
—Zavannah… no —susurró colocando una de sus manos sobre la rosada mejilla de su hermana—. Por favor no digas eso. Me partes el corazón. Yo te quiero, y sé que tú me quieres. Esta hostilidad entre nosotros no tiene razón de ser. ¿No lo crees? Te amo. Por favor no me mires ni me hables así porque me destrozas.
La miró con un semblante afligido que no era fingido ni producto de su manipulación. Su dolor y preocupación eran auténticos. Temía perderla, y con tal de que su amenaza no se concretara, estaba dispuesto a disculparse con aquellas mujeres.
—Por favor, discúlpenme… —dijo con una voz muy débil, aunque lo suficientemente fuerte para que los demás lo escucharan. Las mujeres lo miraron desdeñosamente, nadie se tragó sus disculpas, pero continuaron sin darle la menor importancia.
—¿Lo ves? Por ti soy capaz de lo que sea, hasta de humillarme. En verdad te amo, Zavannah. Por favor, deja que te bese… —pidió, y sin darle la oportunidad de negarse, acercó sus labios y la besó.
Fue un beso largo y muy profundo, definitivamente entrañable, al menos para él. El contacto físico lo hizo sentir inesperadamente apasionado. ¡Qué combinación de inocencia y atractivo sexual poseía ella! Lo tenía loco, completamente obsesionado. Su respiración se notaba agitada cuando al fin separó sus labios de los ajenos y apoyó su frente contra la de su hermana intentando recobrar su ritmo habitual.
—Dios mío… no tienes idea de lo mucho que te necesito… Por favor, volvamos al hotel y permíteme que te haga el amor. No aguanto más esta tortura —no se lo pedía, tampoco se lo exigía; se lo estaba suplicando.
Zavannah moduló su voz hasta convertirla en un suave y melódico susurro que lo conquistó. No puso resistencia. Ella lo tenía en sus manos. Se acercó a la muchacha y disfrutó del tacto de sus suaves dedos sobre su mejilla y su cuello. De pronto, el deseó se despertó. ¿Cómo recriminarle algo cuando con esa cara de ángel, cuando se portaba así con él? Tan cariñosa, tan… Zavannah. Sus manos rodearon su cintura. Inclinó su cabeza con la intención de atrapar sus labios en un beso, pero las filosas palabras regresaron a la boca de la muchacha. De pronto, ya no fue ella. Algo la poseyó, una especie de demonio que la obligaba a amenazarlo. Sí, eso tenía que ser. ¡Ella nunca antes le había hablado de aquel modo! Jamás le había dirigido una mirada tan mordaz. Lejos de molestarle, aquello le entristeció. Le preocupaba terriblemente que su hermana se estuviera convirtiendo en una mujer desalmada que no se tentaba el corazón. Quería desesperadamente a aquella niña dulce y complaciente que alguna vez había sido y que por las noches le había pedido que le cantara hasta quedarse dormida.
—Zavannah… no —susurró colocando una de sus manos sobre la rosada mejilla de su hermana—. Por favor no digas eso. Me partes el corazón. Yo te quiero, y sé que tú me quieres. Esta hostilidad entre nosotros no tiene razón de ser. ¿No lo crees? Te amo. Por favor no me mires ni me hables así porque me destrozas.
La miró con un semblante afligido que no era fingido ni producto de su manipulación. Su dolor y preocupación eran auténticos. Temía perderla, y con tal de que su amenaza no se concretara, estaba dispuesto a disculparse con aquellas mujeres.
—Por favor, discúlpenme… —dijo con una voz muy débil, aunque lo suficientemente fuerte para que los demás lo escucharan. Las mujeres lo miraron desdeñosamente, nadie se tragó sus disculpas, pero continuaron sin darle la menor importancia.
—¿Lo ves? Por ti soy capaz de lo que sea, hasta de humillarme. En verdad te amo, Zavannah. Por favor, deja que te bese… —pidió, y sin darle la oportunidad de negarse, acercó sus labios y la besó.
Fue un beso largo y muy profundo, definitivamente entrañable, al menos para él. El contacto físico lo hizo sentir inesperadamente apasionado. ¡Qué combinación de inocencia y atractivo sexual poseía ella! Lo tenía loco, completamente obsesionado. Su respiración se notaba agitada cuando al fin separó sus labios de los ajenos y apoyó su frente contra la de su hermana intentando recobrar su ritmo habitual.
—Dios mío… no tienes idea de lo mucho que te necesito… Por favor, volvamos al hotel y permíteme que te haga el amor. No aguanto más esta tortura —no se lo pedía, tampoco se lo exigía; se lo estaba suplicando.
Zigmund Zöllner- Humano Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 26/04/2012
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Re: Bad in the blood | Privado
Zavannah ya no era la misma. Aquella chica dulce, tierna, bondadosa, y que siempre creía en el bien, se había esfumado. Era cierto, en su interior aún existía lo que un día fue, pero ya no podía darse el lujo, permitirse ser de esa forma. Cuando era una criatura buena, muchas bandas le cubrían los ojos, todas relacionadas con su hermano, mismo que parecía otro del que había conocido. ¡Quizás ese había sido el problema! El viaje los había transformado a ambos, y conforme pasaba el tiempo, se volvían cada vez más locos, porque lo que vivían día con día no estaba bien, aunque lo pareciera. Diariamente se lamentaba por haber decidido huir, quizás en ese momento estaría casada con aquel hombre viejo, pero tendría el consuelo del amor que seguramente tendría por sus hijos, no estaría pecando, y su hermano sería verdaderamente feliz con una mujer digna.
Conforme los días pasaban, la muchacha se volvía más fría, su corazón se iba encerrando entre muros que parecían inamovibles. ¿Por qué no podía tener una vida normal? ¿Qué pasaría si volvían a casa? ¿Los aceptarían? ¿Podrían retomar el tiempo perdido? La idea la tentaba demasiado, sin embargo estaba consciente que para convencer a su hermano, tendría que hacer mucha labor, tanta que incluso podría llegar a ser imposible, y tanto tiempo perdido no le vendría de ayuda, por el contrario. El tiempo que invertía en Zigmund la volvía amargada, la alejaba de la pureza y el propio perdón. Ella ya no deseaba perder más tiempo, menos con las sospechas que tenía de sí misma.
Con cuidado se apartó un poco, y de forma disimulada de su hermano. Esperó hasta que los ojos ajenos dejaran de verlos. En el burdel nadie sabía sobre su parentesco, pero eso no quitaba que la joven se sintiera incomoda, y por eso se alejaba de su hermano siempre que podía. No era lo mismo mentirles a todos, que mentirse a sí misma.
— Anda Zavannah, dale un poco de cariño al muchacho — Murmuró una de las cortesanas que se encontraba cerca de ambos. Misma que lo miraba con un deseo descomunal. La cambiante estaba consciente que su hermano era atractivo, y muchas de las de ahí deseaban tener algo con él.
La cambiante necesitaba espacio, estar fuera de la vista ajena para no sentirse presionada por nada. Por esa razón, tomó la mano de su hermano, entrelazó sus dedos y caminó. La jovencita movió con tranquilidad su figura, y sin que nadie pudiera verles lo guió hasta el cuarto de sabanas, mismas que ya se encontraban todas acomodadas y lavadas. Ella misma lo había hecho todo. Dentro del lugar, la joven encendió una vela para poder darles algo de iluminación y verse. ¿Qué debía hacer? ¿Qué debía decir? Su hermano parecía emocionado con la idea de estar solos, cerca el uno del otro. Nadie entraría a ese lugar, las sabanas se cambiaban hasta la mañana siguiente, sin importar que ya fueran usadas. La jovencita recargó su espalda en una de las paredes, y después se cruzó de brazos.
— Necesito que me dejes vivir, me estás ahogando. No me dejas hacer nada, ni siquiera tengo amigas por tú culpa, y eso me hace infeliz — La joven sabía que era el punto débil de su hermano, decir algunas palabras lo ponían de rodillas hacía ella — Sabes que puedo buscar un prometido en estas tierras y mantenerte lejos, yo tampoco quiero eso, pero sino me dejas en paz tendré que recurrir a eso — Chasqueó la lengua. Con uno de sus dedos lo invitó a acercarse, en su interior, la joven le gustaba jugar con él, poder disfrutar del placer, y sentirse la mujer más bella, sin importar que fuera su hermano quien la viera. En varias ocasiones buscó su contacto, pero siempre recordaba a Elouan, y eso la hacía detenerse. Por su culpa estaba puerto.
— Hermano ¿por qué siempre tienes que hacer las cosas tan complicadas? — Ronroneó la gatita mientras pasaba la punta de la nariz por la curvatura del cuerpo del humano — ¿Te gusta provocarme miedo? — Cuestionó, aunque sabía que eso no era correcto, ella comprendía que el chico actuaba así por desesperación — Si fueras más tranquilo, yo sería más feliz — Susurró contra el oído del muchacho.
Zavannah sabía que ese era el momento correcto para soltar la noticia, para decirle la realidad, lo que estaban por vivir. Quizás con eso le quitaría el libido.
— Hermano… — Mordisqueó el lóbulo de su oreja — Tengo un par de semanas sin sangrado — Lamió de nuevo la zona, y luego poco a poco se separó, justo para poder verlo a los ojos. La joven se sentía nerviosa, una noticia así no se daba todos los días, y menos cuando con anterioridad le había mentido, le había confesado que se había acostado con Elouan antes de morir.
Conforme los días pasaban, la muchacha se volvía más fría, su corazón se iba encerrando entre muros que parecían inamovibles. ¿Por qué no podía tener una vida normal? ¿Qué pasaría si volvían a casa? ¿Los aceptarían? ¿Podrían retomar el tiempo perdido? La idea la tentaba demasiado, sin embargo estaba consciente que para convencer a su hermano, tendría que hacer mucha labor, tanta que incluso podría llegar a ser imposible, y tanto tiempo perdido no le vendría de ayuda, por el contrario. El tiempo que invertía en Zigmund la volvía amargada, la alejaba de la pureza y el propio perdón. Ella ya no deseaba perder más tiempo, menos con las sospechas que tenía de sí misma.
Con cuidado se apartó un poco, y de forma disimulada de su hermano. Esperó hasta que los ojos ajenos dejaran de verlos. En el burdel nadie sabía sobre su parentesco, pero eso no quitaba que la joven se sintiera incomoda, y por eso se alejaba de su hermano siempre que podía. No era lo mismo mentirles a todos, que mentirse a sí misma.
— Anda Zavannah, dale un poco de cariño al muchacho — Murmuró una de las cortesanas que se encontraba cerca de ambos. Misma que lo miraba con un deseo descomunal. La cambiante estaba consciente que su hermano era atractivo, y muchas de las de ahí deseaban tener algo con él.
La cambiante necesitaba espacio, estar fuera de la vista ajena para no sentirse presionada por nada. Por esa razón, tomó la mano de su hermano, entrelazó sus dedos y caminó. La jovencita movió con tranquilidad su figura, y sin que nadie pudiera verles lo guió hasta el cuarto de sabanas, mismas que ya se encontraban todas acomodadas y lavadas. Ella misma lo había hecho todo. Dentro del lugar, la joven encendió una vela para poder darles algo de iluminación y verse. ¿Qué debía hacer? ¿Qué debía decir? Su hermano parecía emocionado con la idea de estar solos, cerca el uno del otro. Nadie entraría a ese lugar, las sabanas se cambiaban hasta la mañana siguiente, sin importar que ya fueran usadas. La jovencita recargó su espalda en una de las paredes, y después se cruzó de brazos.
— Necesito que me dejes vivir, me estás ahogando. No me dejas hacer nada, ni siquiera tengo amigas por tú culpa, y eso me hace infeliz — La joven sabía que era el punto débil de su hermano, decir algunas palabras lo ponían de rodillas hacía ella — Sabes que puedo buscar un prometido en estas tierras y mantenerte lejos, yo tampoco quiero eso, pero sino me dejas en paz tendré que recurrir a eso — Chasqueó la lengua. Con uno de sus dedos lo invitó a acercarse, en su interior, la joven le gustaba jugar con él, poder disfrutar del placer, y sentirse la mujer más bella, sin importar que fuera su hermano quien la viera. En varias ocasiones buscó su contacto, pero siempre recordaba a Elouan, y eso la hacía detenerse. Por su culpa estaba puerto.
— Hermano ¿por qué siempre tienes que hacer las cosas tan complicadas? — Ronroneó la gatita mientras pasaba la punta de la nariz por la curvatura del cuerpo del humano — ¿Te gusta provocarme miedo? — Cuestionó, aunque sabía que eso no era correcto, ella comprendía que el chico actuaba así por desesperación — Si fueras más tranquilo, yo sería más feliz — Susurró contra el oído del muchacho.
Zavannah sabía que ese era el momento correcto para soltar la noticia, para decirle la realidad, lo que estaban por vivir. Quizás con eso le quitaría el libido.
— Hermano… — Mordisqueó el lóbulo de su oreja — Tengo un par de semanas sin sangrado — Lamió de nuevo la zona, y luego poco a poco se separó, justo para poder verlo a los ojos. La joven se sentía nerviosa, una noticia así no se daba todos los días, y menos cuando con anterioridad le había mentido, le había confesado que se había acostado con Elouan antes de morir.
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
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Re: Bad in the blood | Privado
Zavannah accedió rápidamente a la petición de su hermano, que si bien no fue concedida al pie de la letra, ya que no lo llevó hasta el hotel sino a un sitio apartado dentro del mismo burdel, no podía quejarse. Lo que quería estar a solas con ella, no importaba dónde ni cómo. Si a ella le parecía sensual hacerlo en un maloliente cuartucho de espacio limitado, lleno de trapos, sucios y limpios, él no era nadie para juzgarla y estaba dispuesto a adaptarse a la situación, la cual definitivamente tenía muy buena pinta. Una vez dentro y lejos de ojos intrusos, Zavannah lo acorraló y comenzó a seducirlo, algo que no ocurría a menudo, ya que siempre era él quien tenía que persuadirla para que tuvieran sexo.
—¿Amigas? Tú no necesitas a nadie, Zavannah, me tienes a mí —dijo mientras cerraba los ojos, ignorando los reclamos de la joven y entregándose de lleno a la deliciosa sensación que le provocaban los dulces labios de su hermana recorriendo su cuello y oído—. Yo soy todo lo que necesitas… ¿Acaso me ves a mí buscando la compañía de alguien más? —un ligero jadeo escapó de sus labios cuando ésta comenzó a lamer el lóbulo de su oreja y la idea de necesitar de otra mujer le pareció más estúpida que nunca—. Claro que no, porque eres todo lo que deseo, la única que me importa. Oh, Vannie, contigo me siento completo —pronunció ya sin poder ocultar lo sofocado que estaba a causa de la excitación. Cuando ella lo tocaba, la respuesta de su cuerpo era prácticamente inmediata. Una potente erección comenzaba a gestarse dentro de sus pantalones—. Cuando estoy dentro de ti todo cobra sentido… Tú tienes lo que necesito. Ya no puedo esperar más.
Algo llameó en los ojos de Zigmund cuando éste abrió los ojos y le miró hambriento de deseo. Deslizó una de sus manos por su cuerpo, hasta llegar a la entrepierna, pero antes de que pudiera hundir por completo su mano y comenzar acariciarla como realmente quería, Zavannah le soltó la noticia que lo dejó helado. Ella intentó apartarse, pero él la sostuvo firmemente contra él.
—¿Qué has dicho? —exigió ya sin el mínimo rastro de deseo en su voz—. ¿Qué no estabas cuidándote? Dijiste que… —hizo una pausa y por un segundo no supo que decir. Era obvio que la responsabilidad era de ambos, pero en una situación tan angustiante como esa lo más común es buscar un culpable. La expresión de Zigmund se volvió contrariada—. ¿De qué diablos te han servido todas esas rameras de las que te rodeas si no eres capaz de aprenderles lo más importante? ¡Maldita sea, Zavannah! —le gritó, como ocurría cada vez que ella lograba disgustarlo. Luego se apartó y se llevó las manos al cabello en un claro gesto de preocupación. Empezaba a sentirse desesperado.
Intentó calmarse, pero era obvio que no lo conseguiría.
—¿Estás segura? ¿No es esto otro de tus engaños? —le preguntó desde el otro extremo del cuartucho, recordando lo que había ocurrido tras la muerte del estúpido de Elouan. Ella le había inventado que habían dormido juntos y que había quedado embarazada. Más tarde descubrió que todo había sido un engaño para hacerle pasar un mal rato.
De pronto se quedó pensativo. Recordó las cosas que la gente solía decir sobre las relaciones basadas en el incesto. Jamás lo había visto con sus propios ojos, pero se creía que si dos personas que comparten un parentesco lo suficientemente fuerte tenían relaciones sexuales y en consecuencia concebían un hijo de esa unión, éste nacía deforme, similar a un monstruo, como un recordatorio permanente de su pecado. La idea lo horrorizó. Él no quería ser el padre de un fenómeno. Es más, no quería ser padre, punto. No estaba listo.
—Si es cierto lo que dices, ¿te das cuenta de lo que significa? Tú y yo no podemos tener hijos, no debemos… Lo siento, hermana, pero ese niño no puede nacer.
—¿Amigas? Tú no necesitas a nadie, Zavannah, me tienes a mí —dijo mientras cerraba los ojos, ignorando los reclamos de la joven y entregándose de lleno a la deliciosa sensación que le provocaban los dulces labios de su hermana recorriendo su cuello y oído—. Yo soy todo lo que necesitas… ¿Acaso me ves a mí buscando la compañía de alguien más? —un ligero jadeo escapó de sus labios cuando ésta comenzó a lamer el lóbulo de su oreja y la idea de necesitar de otra mujer le pareció más estúpida que nunca—. Claro que no, porque eres todo lo que deseo, la única que me importa. Oh, Vannie, contigo me siento completo —pronunció ya sin poder ocultar lo sofocado que estaba a causa de la excitación. Cuando ella lo tocaba, la respuesta de su cuerpo era prácticamente inmediata. Una potente erección comenzaba a gestarse dentro de sus pantalones—. Cuando estoy dentro de ti todo cobra sentido… Tú tienes lo que necesito. Ya no puedo esperar más.
Algo llameó en los ojos de Zigmund cuando éste abrió los ojos y le miró hambriento de deseo. Deslizó una de sus manos por su cuerpo, hasta llegar a la entrepierna, pero antes de que pudiera hundir por completo su mano y comenzar acariciarla como realmente quería, Zavannah le soltó la noticia que lo dejó helado. Ella intentó apartarse, pero él la sostuvo firmemente contra él.
—¿Qué has dicho? —exigió ya sin el mínimo rastro de deseo en su voz—. ¿Qué no estabas cuidándote? Dijiste que… —hizo una pausa y por un segundo no supo que decir. Era obvio que la responsabilidad era de ambos, pero en una situación tan angustiante como esa lo más común es buscar un culpable. La expresión de Zigmund se volvió contrariada—. ¿De qué diablos te han servido todas esas rameras de las que te rodeas si no eres capaz de aprenderles lo más importante? ¡Maldita sea, Zavannah! —le gritó, como ocurría cada vez que ella lograba disgustarlo. Luego se apartó y se llevó las manos al cabello en un claro gesto de preocupación. Empezaba a sentirse desesperado.
Intentó calmarse, pero era obvio que no lo conseguiría.
—¿Estás segura? ¿No es esto otro de tus engaños? —le preguntó desde el otro extremo del cuartucho, recordando lo que había ocurrido tras la muerte del estúpido de Elouan. Ella le había inventado que habían dormido juntos y que había quedado embarazada. Más tarde descubrió que todo había sido un engaño para hacerle pasar un mal rato.
De pronto se quedó pensativo. Recordó las cosas que la gente solía decir sobre las relaciones basadas en el incesto. Jamás lo había visto con sus propios ojos, pero se creía que si dos personas que comparten un parentesco lo suficientemente fuerte tenían relaciones sexuales y en consecuencia concebían un hijo de esa unión, éste nacía deforme, similar a un monstruo, como un recordatorio permanente de su pecado. La idea lo horrorizó. Él no quería ser el padre de un fenómeno. Es más, no quería ser padre, punto. No estaba listo.
—Si es cierto lo que dices, ¿te das cuenta de lo que significa? Tú y yo no podemos tener hijos, no debemos… Lo siento, hermana, pero ese niño no puede nacer.
Zigmund Zöllner- Humano Clase Media
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Re: Bad in the blood | Privado
Tal y como lo imaginó, la excitación de su hermano desapareció. Se esfumó como si nunca hubiera existido. Lo conocía a la perfección, más que a cualquier otra persona. También sabía que la noticia le caería mal, aunque para ser honestos, Zavannah en su interior deseaba tener a su hijo, y que su hermano lo deseara. Algo completamente complicado, algo imposible que llegara a suceder. En más de una ocasión se planteó perder al bebé antes de decirle, sin embargo así como ella conocía tan bien a su hermano, él la conocía a ella, y ocultarle tales cosas podrían molestarlo, hacerle perder los estribos, y hacerle la vida más insoportable, con frases que iban de la mano de la falta de confianza, la falta de comunicación, paciencia, e incluso de amor. Sin duda la joven estaba cansada de él. Podría quizás esa ser la única forma de deshacerse de su hermano.
Zavannah consideró en más de una ocasión la idea de escaparse. Dejar a su hermano, huir sin mirar atrás y no volver a verlo. No se sentía feliz con él, sólo en contadas ocasiones, y es que sabía que lo que hacían estaba mal. ¿Para que mentir? La joven lo amaba, porque fuera de todo eran familia, tenían la misma sangre, él la había cuidado, protegido, y también rescatado de un matrimonio que sólo la habría hecho infeliz. Le debía mucho, dejarlo como si fuera cualquier cosa sería injusto, lo volvería loco, y ella no era tan desalmada y cruel. Tener aquella oportunidad donde podría él abandonarla, no debía pasar desapercibida, y debía ser cautelosa para no perderla.
La única forma de librarse de su hermano sería que él la abandonara, y sólo la dejaría por una situación completamente complicada. Ese era un gran momento. Él momento. La joven estuvo a punto de sonreír al imaginar aquello que tanto deseaba, pero debía guardar la compostura, comportarse como si de verdad le preocupara el sentimiento ajeno. ¿Le importaba?
La mirada de la cambiante se nubló. Sus ojos se habían llenado de lagrimas. ¿Cómo era posible que su hermano reaccionara así? Si bien, había vivido la mayor parte de su vida a base de manipulaciones, en ese instante iba sacar a luz todo lo que aprendió del maestro, claramente lo había superado, y nunca más se dejaría aplastar. Si algo tenía la joven es que era alguien decidido. Y la decisión le daba pie a la determinación, y al éxito. Mismo que debía y estaba por llegar esa noche.
— Esto no es solamente mi culpa, lo sabes ¿verdad? Tú siempre estás tan deseoso, tú siempre buscando estar dentro de mi, terminar en mi. Tienes tanta responsabilidad cómo yo ¿Crees acaso que yo querría tener un hijo contigo? ¡Eso sería una pesadilla! — Sus palabras salían con cólera, también dejando salir el veneno y odio que se alojaba en su pecho. ¿Quién se creía él? Aunque aquello era su oportunidad perfecta, también le ofendía. De cierta manera dolía — ¿Cuál es tú idea entonces? ¿Cómo se supone que no lo llegue a perder si ya está creciendo en mi vientre? Sabias que incluso cuidándonos como locos, esto podría ocurrir ¡Lo sabías! — Las lagrimas y la cara de dolor apareció. Esa misma que terminaba por hacer ceder a su hermano en cualquier situación. Ella era su más grande debilidad. ¿Sería capaz de hacerla sufrir más de lo permitido?
Cómo pudo se escapó de la cercanía de Zigmund, caminó un poco dentro de aquel pequeño cuarto maloliente. Acomodó una cesta de sabanas limpias y se sentó encima de ellas. Sus piernas las colocó en posición de flor de loto, se notaba la piel blanquecina de ellas pero nada demasiado provocador, además, de notarse de más, estaba segura que su hermano ni siquiera lo tomaría en cuenta dadas las circunstancias. Sólo se estaba poniendo cómoda, porque algo le indicaba que su platica se prolongaría.
— Escucho tus sugerencias. Podemos ir con algún profesional del tema, él puede confirmarte mi embarazo, incluso podríamos convencerlo que me ayude a perderlo, si es lo que quieres ¿quién soy yo para no cumplir lo que deseas? A fin de cuentas de eso se trata todo, de tus ideas, de tus deseos, de tus sentires, es lo único que te importa, no lo que yo quiero, lo que yo deseo o sueño — Acusó. Lo que decía la cambiante no era mentira, sin embargo en su desesperación por tenerla, Zigmund sólo pensaba en él, en su necesidad de sentirse seguro, de saberse que no llegaría a perderla. La joven creía que su hermano en realidad no la amaba, que era un capricho, la costumbre por estar juntos, o una obsesión enfermiza, y es que sus ojos ya no brillaban como antes, ya no le molestaban sinceridad, sino confusión, egoísmo.
— Por un momento creí que me amabas de verdad, con profundidad y de forma incondicional. Un hijo es la prueba más grande del amor verdadero — Susurró con melancolía. Los ojos de la jovencita ya se habían incluso enrojecido por el llanto que estaba teniendo en aquel encuentro. Lo cierto es que aunque deseaba tener un hijo, con su hermano no. La idea le parecía inconcebible.
Vacilante, la joven estiró una de sus manos para poder tomar la ajena. ¿Qué lograría Zavannah aquella noche? Estaba por verse.
Zavannah consideró en más de una ocasión la idea de escaparse. Dejar a su hermano, huir sin mirar atrás y no volver a verlo. No se sentía feliz con él, sólo en contadas ocasiones, y es que sabía que lo que hacían estaba mal. ¿Para que mentir? La joven lo amaba, porque fuera de todo eran familia, tenían la misma sangre, él la había cuidado, protegido, y también rescatado de un matrimonio que sólo la habría hecho infeliz. Le debía mucho, dejarlo como si fuera cualquier cosa sería injusto, lo volvería loco, y ella no era tan desalmada y cruel. Tener aquella oportunidad donde podría él abandonarla, no debía pasar desapercibida, y debía ser cautelosa para no perderla.
La única forma de librarse de su hermano sería que él la abandonara, y sólo la dejaría por una situación completamente complicada. Ese era un gran momento. Él momento. La joven estuvo a punto de sonreír al imaginar aquello que tanto deseaba, pero debía guardar la compostura, comportarse como si de verdad le preocupara el sentimiento ajeno. ¿Le importaba?
La mirada de la cambiante se nubló. Sus ojos se habían llenado de lagrimas. ¿Cómo era posible que su hermano reaccionara así? Si bien, había vivido la mayor parte de su vida a base de manipulaciones, en ese instante iba sacar a luz todo lo que aprendió del maestro, claramente lo había superado, y nunca más se dejaría aplastar. Si algo tenía la joven es que era alguien decidido. Y la decisión le daba pie a la determinación, y al éxito. Mismo que debía y estaba por llegar esa noche.
— Esto no es solamente mi culpa, lo sabes ¿verdad? Tú siempre estás tan deseoso, tú siempre buscando estar dentro de mi, terminar en mi. Tienes tanta responsabilidad cómo yo ¿Crees acaso que yo querría tener un hijo contigo? ¡Eso sería una pesadilla! — Sus palabras salían con cólera, también dejando salir el veneno y odio que se alojaba en su pecho. ¿Quién se creía él? Aunque aquello era su oportunidad perfecta, también le ofendía. De cierta manera dolía — ¿Cuál es tú idea entonces? ¿Cómo se supone que no lo llegue a perder si ya está creciendo en mi vientre? Sabias que incluso cuidándonos como locos, esto podría ocurrir ¡Lo sabías! — Las lagrimas y la cara de dolor apareció. Esa misma que terminaba por hacer ceder a su hermano en cualquier situación. Ella era su más grande debilidad. ¿Sería capaz de hacerla sufrir más de lo permitido?
Cómo pudo se escapó de la cercanía de Zigmund, caminó un poco dentro de aquel pequeño cuarto maloliente. Acomodó una cesta de sabanas limpias y se sentó encima de ellas. Sus piernas las colocó en posición de flor de loto, se notaba la piel blanquecina de ellas pero nada demasiado provocador, además, de notarse de más, estaba segura que su hermano ni siquiera lo tomaría en cuenta dadas las circunstancias. Sólo se estaba poniendo cómoda, porque algo le indicaba que su platica se prolongaría.
— Escucho tus sugerencias. Podemos ir con algún profesional del tema, él puede confirmarte mi embarazo, incluso podríamos convencerlo que me ayude a perderlo, si es lo que quieres ¿quién soy yo para no cumplir lo que deseas? A fin de cuentas de eso se trata todo, de tus ideas, de tus deseos, de tus sentires, es lo único que te importa, no lo que yo quiero, lo que yo deseo o sueño — Acusó. Lo que decía la cambiante no era mentira, sin embargo en su desesperación por tenerla, Zigmund sólo pensaba en él, en su necesidad de sentirse seguro, de saberse que no llegaría a perderla. La joven creía que su hermano en realidad no la amaba, que era un capricho, la costumbre por estar juntos, o una obsesión enfermiza, y es que sus ojos ya no brillaban como antes, ya no le molestaban sinceridad, sino confusión, egoísmo.
— Por un momento creí que me amabas de verdad, con profundidad y de forma incondicional. Un hijo es la prueba más grande del amor verdadero — Susurró con melancolía. Los ojos de la jovencita ya se habían incluso enrojecido por el llanto que estaba teniendo en aquel encuentro. Lo cierto es que aunque deseaba tener un hijo, con su hermano no. La idea le parecía inconcebible.
Vacilante, la joven estiró una de sus manos para poder tomar la ajena. ¿Qué lograría Zavannah aquella noche? Estaba por verse.
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
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Re: Bad in the blood | Privado
Zigmund comenzó a sentirse mareado. Tuvo que alargar el brazo para buscar apoyo en la pared más cercana, de lo contrario, estaba seguro de que podía perder el equilibrio y caer al piso en cualquier momento. Y no era para menos, la noticia lo tenía realmente conmocionado. Sentía como si acabara de recibir un fuerte golpe en la cabeza que había logrado dejarlo atontado. Miles de pensamientos se agolpaban en su mente, pero ninguno parecía tener sentido. ¿Realmente había escuchado lo que tanto hacía eco en su cabeza? Un hijo. Un niño que llevaría la sangre que ambos compartían. Era algo que para los que no conocían el parentesco que los unía, sería una gran bendición, pero estaba seguro que de saberlo, la criatura solo sería vista como un engendro. Y, después de todo, quizá eso era. Todavía desorientado, recargó la espalda sobre la pared y, una vez más, en silencio meditó la situación. Cuando levantó la vista para ver a su hermana, que había tomado asiento al otro extremo del cuartucho, se dio cuenta de que sus labios se movían, que pronunciaban palabras, pero su aturdimiento era tal que éstas no lograban llegar a sus oídos de forma clara y precisa. Todo lo que llegó escuchar fueron frases distorsionadas y sin sentido. No obstante, tras hacer un gran esfuerzo, consiguió entender lo esencial. Zavannah hablaba del amor y de las cosas que servían para probar la pureza de éste, entre ellas la llegada de un hijo. El muchacho se dio cuenta de que con su actitud solo estaba haciéndola dudar de sus sentimientos, y habiendo pasado por tanto para que ella finalmente lo aceptara, supo que no podía permitir eso.
—Por supuesto que te amo, Zavannah —contradijo al instante, acercándose nuevamente a ella, dejándose caer dramáticamente sobre sus rodillas para poder estar a su altura y tomarla de las manos. Se las cogía como un desesperado, como si pensara que esa sería la última vez que tendría la oportunidad de hacerlo, como si estuviera a punto de perderla—. ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes dudar de mí cuando sabes que lo único que quiero es estar contigo? ¿Crees que escucharte hablar así no me hiere? Tu rechazo solo me destruye —el dolor provocó que, por un segundo, la voz le saliera estrangulada. Los ojos se le humedecieron, pero las lágrimas no llegaron a brotar—. Te quiero. Te necesito. ¿De verdad no te has dado cuenta? Vivo por ti y para ti. ¿Cómo tengo que decirlo o qué tengo que hacer para que finalmente lo creas? Por ti, Zavannah, soy capaz de todo. Es solo que no me esperaba esto, no estaba preparado. Todo esto… —hizo una pausa, pero no logró encontrar las palabras adecuadas—. ¡Dios! Ha sido en verdad una sorpresa, una noticia realmente inesperada, y no he sabido cómo reaccionar. Siento haberte hablado como lo hice, haber dicho las cosas que dije. Mis palabras, mis acciones, no han sido más que producto del miedo. Pero ahora que lo pienso mejor, y que he tenido tiempo de asimilar la noticia, sé que tienes razón. Un hijo es el lazo más fuerte que puede existir entre una pareja, y eso somos tú y yo, ¿verdad? —besó sus manos e intentó sonreír, pero lo cierto es que no lo consiguió por mucho tiempo—. Tú también quieres que ese niño nazca, ¿cierto? Dilo Zavannah, dime que te ilusiona la idea de tener un hijo conmigo.
Desde luego, en el fondo, su opinión respecto a la situación no había cambiado en absoluto. Seguía pensando que era un error y se negaba a ser parte de ello. Sin embargo, hacía lo que mejor sabía hacer: engañarla, manipularla, haciéndole creer que las cosas se harían como debían ser hechas. Después, cuando nuevamente tuviera la situación bajo control, sin la latente amenaza de que en cualquier momento podía perderla, entonces efectuaría la acción definitiva que le garantizaría continuar como hasta el momento, sin estorbos, sin perturbaciones. Solo ellos dos, como siempre había sido, como siempre debía ser.
—Por supuesto que te amo, Zavannah —contradijo al instante, acercándose nuevamente a ella, dejándose caer dramáticamente sobre sus rodillas para poder estar a su altura y tomarla de las manos. Se las cogía como un desesperado, como si pensara que esa sería la última vez que tendría la oportunidad de hacerlo, como si estuviera a punto de perderla—. ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes dudar de mí cuando sabes que lo único que quiero es estar contigo? ¿Crees que escucharte hablar así no me hiere? Tu rechazo solo me destruye —el dolor provocó que, por un segundo, la voz le saliera estrangulada. Los ojos se le humedecieron, pero las lágrimas no llegaron a brotar—. Te quiero. Te necesito. ¿De verdad no te has dado cuenta? Vivo por ti y para ti. ¿Cómo tengo que decirlo o qué tengo que hacer para que finalmente lo creas? Por ti, Zavannah, soy capaz de todo. Es solo que no me esperaba esto, no estaba preparado. Todo esto… —hizo una pausa, pero no logró encontrar las palabras adecuadas—. ¡Dios! Ha sido en verdad una sorpresa, una noticia realmente inesperada, y no he sabido cómo reaccionar. Siento haberte hablado como lo hice, haber dicho las cosas que dije. Mis palabras, mis acciones, no han sido más que producto del miedo. Pero ahora que lo pienso mejor, y que he tenido tiempo de asimilar la noticia, sé que tienes razón. Un hijo es el lazo más fuerte que puede existir entre una pareja, y eso somos tú y yo, ¿verdad? —besó sus manos e intentó sonreír, pero lo cierto es que no lo consiguió por mucho tiempo—. Tú también quieres que ese niño nazca, ¿cierto? Dilo Zavannah, dime que te ilusiona la idea de tener un hijo conmigo.
Desde luego, en el fondo, su opinión respecto a la situación no había cambiado en absoluto. Seguía pensando que era un error y se negaba a ser parte de ello. Sin embargo, hacía lo que mejor sabía hacer: engañarla, manipularla, haciéndole creer que las cosas se harían como debían ser hechas. Después, cuando nuevamente tuviera la situación bajo control, sin la latente amenaza de que en cualquier momento podía perderla, entonces efectuaría la acción definitiva que le garantizaría continuar como hasta el momento, sin estorbos, sin perturbaciones. Solo ellos dos, como siempre había sido, como siempre debía ser.
Zigmund Zöllner- Humano Clase Media
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Re: Bad in the blood | Privado
Fueron escasos los instantes en que la tranquilidad reinó su interior, demasiado breves para su gusto. En su interior existía una gran cantidad de preguntas y emociones que se dispararon, y es que Zavannah deseaba tener un hijo, pero al mismo tiempo la idea le causa asco. Por ella, y por su hermano. En ningún momento mal pensó del pequeño, para nada. Aquella criatura que llegara a crecer en su interior sería aceptada por ella, y todo gracias a sus fiel creencia sobre las pruebas que Dios otorgaba. Todo aquello era complicado, y aunque resultaba ser un problema más grande a su vida, lo cierto era que creía en las soluciones, y que probablemente su hermano podría ayudarla, para bien, o para mal. De todas maneras de existir un infierno, ella se veía dentro de él.
La imaginación de la cambiante resulta ser un arma de doble filo, en ocasiones la ayudaba para poder pasar bien un día, para poder aceptar que se encontraba presa de su hermano, y debía aceptar que así sería su vida siempre, sin embargo no la ayudaba demasiado a poder crear ideas para escapar. En muchas ocasiones en su mente buscaba poder idear un plan que lo hiciera cansarse, pero nunca llegaba a lograrlo, y en realidad todas sus opciones se habían esfumado. El bebé pudo haberle hecho escapar, que huyera de una responsabilidad así de grande, y que encima de todo, sólo llevaría malas miradas; la desgracia completa.
Cerró los ojos. Inhaló con profundidad, y por primera vez sintió que se había resignado por completo. Los ojos de la joven se llenaron de lagrimas, lentamente comenzaron a salir. En instantes los sollozos se hicieron presentes, tanto que incluso los sorbidos aparecieron. Se sintió débil, bastante frágil, e incluso se abrazó a su hermano. Habían pasado demasiados años desde que no hacía eso. Quiso que la protegiera, que no la soltara, pero no de la manera en que él lo veía, sino de amor fraternal.
Las manos de la chica se aferraron a la ropa del muchacho, y lo abrazó con tanta fuerza que sintió le estaba haciendo daño, porque evidentemente su fuerza felina también se hizo presente. Limpió su nariz contra la playera del muchacho, sin importarle si él llegaba a sentir asco de aquello o no. Aunque sabía que a él poco le importaba lo que llegara a hacer con tal de tenerla cerca. Después de un rato se tranquilizó, y asintió poco a poco a todo lo que decía.
— ¿Somos una pareja, Zigmund? Siempre pensé que éramos hermanos, que nuestro amor era puro y completo por eso. Que jamás me dejarías porque soy tu sangre. ¿Quieres que seamos pareja? Entonces debimos haber hecho las cosas bien desde un principio, debimos casarnos ante Dios, ese mismo que dice que no está bien lo que hacemos, pero que nos acepta — Todas aquellas ideas sobre un Dios habían sido aprendidas de la madre del difunto Elouan, y una que otra de las prostitutas del burdel. No se arrepentía, ni mucho menos sentía vergüenza de su fe, porque eso la había mantenido fuerte también. ¿Su hermano la comprendería? — Si quiero a mi hijo, y también lo quiero tener contigo, si me amas acéptanos de la mejor manera — Se encogió de hombros.
Alzó su rostro enrojecido, de esa forma pudo observarlo con detenimiento. Su hermano era atractivo, de verdad que lo era. Con esos ojos claros, con ese rostro cuadrado y el cabello oscurecido. Su nariz tenía la misma forma que la de ella, eran profundamente similares, incluso en la figura esbelta, y las heridas de guerra por haber huido de sus verdaderos destinos. acarició su mejilla con cuidado y devoción.
— No quiero tener un hijo viviendo en el cuarto de un hotel, y mucho menos sabiendo que puede quedarse sin comer un día. No quiero un hijo que vea a sus padres peleando, y mucho menos que sepa que somos hermanos. No quiero un hijo infeliz, quiero a un hijo que viva en medio de un hogar normal y formal. Si de verdad me amas tienes que esforzarte por eso, por nosotros, sólo así sabré que de verdad me amas, y que no son sólo tonterías, caprichos, o algún tipo de obsesión — Le miraba con profundidad, seria, y mostrando esa cara que también él le había enseñado. El chantaje, la manipulación, son armas muy importantes entre ellos, quizás la base de que estén juntos en ese momento.
Zavannah se apartó de su hermano, le tomó la mano, y caminó sin soltarlo. Pasaron entre clientes y prostitutas, incluso entre camareros y músicos. Nadie decía nada a la pequeña, y todo gracias a que ella era la única en controlar a la bestia que existían dentro de su hermano. Cuando Zigmund perdía el control, se ponía muy violento, y además de todo, cometía atrocidades.
— Hagamos algo que hacen las pareja normales, de esa manera sabremos que sí somos una pareja formal, ¿Si? — Lo volteó a ver con una sonrisa tímida. Debían poner de su parte ambos, estaban en aquel problema juntos, así que debían buscar soluciones, mismas que debían hacerlos felices, o al menos hacer el intento.
La imaginación de la cambiante resulta ser un arma de doble filo, en ocasiones la ayudaba para poder pasar bien un día, para poder aceptar que se encontraba presa de su hermano, y debía aceptar que así sería su vida siempre, sin embargo no la ayudaba demasiado a poder crear ideas para escapar. En muchas ocasiones en su mente buscaba poder idear un plan que lo hiciera cansarse, pero nunca llegaba a lograrlo, y en realidad todas sus opciones se habían esfumado. El bebé pudo haberle hecho escapar, que huyera de una responsabilidad así de grande, y que encima de todo, sólo llevaría malas miradas; la desgracia completa.
Cerró los ojos. Inhaló con profundidad, y por primera vez sintió que se había resignado por completo. Los ojos de la joven se llenaron de lagrimas, lentamente comenzaron a salir. En instantes los sollozos se hicieron presentes, tanto que incluso los sorbidos aparecieron. Se sintió débil, bastante frágil, e incluso se abrazó a su hermano. Habían pasado demasiados años desde que no hacía eso. Quiso que la protegiera, que no la soltara, pero no de la manera en que él lo veía, sino de amor fraternal.
Las manos de la chica se aferraron a la ropa del muchacho, y lo abrazó con tanta fuerza que sintió le estaba haciendo daño, porque evidentemente su fuerza felina también se hizo presente. Limpió su nariz contra la playera del muchacho, sin importarle si él llegaba a sentir asco de aquello o no. Aunque sabía que a él poco le importaba lo que llegara a hacer con tal de tenerla cerca. Después de un rato se tranquilizó, y asintió poco a poco a todo lo que decía.
— ¿Somos una pareja, Zigmund? Siempre pensé que éramos hermanos, que nuestro amor era puro y completo por eso. Que jamás me dejarías porque soy tu sangre. ¿Quieres que seamos pareja? Entonces debimos haber hecho las cosas bien desde un principio, debimos casarnos ante Dios, ese mismo que dice que no está bien lo que hacemos, pero que nos acepta — Todas aquellas ideas sobre un Dios habían sido aprendidas de la madre del difunto Elouan, y una que otra de las prostitutas del burdel. No se arrepentía, ni mucho menos sentía vergüenza de su fe, porque eso la había mantenido fuerte también. ¿Su hermano la comprendería? — Si quiero a mi hijo, y también lo quiero tener contigo, si me amas acéptanos de la mejor manera — Se encogió de hombros.
Alzó su rostro enrojecido, de esa forma pudo observarlo con detenimiento. Su hermano era atractivo, de verdad que lo era. Con esos ojos claros, con ese rostro cuadrado y el cabello oscurecido. Su nariz tenía la misma forma que la de ella, eran profundamente similares, incluso en la figura esbelta, y las heridas de guerra por haber huido de sus verdaderos destinos. acarició su mejilla con cuidado y devoción.
— No quiero tener un hijo viviendo en el cuarto de un hotel, y mucho menos sabiendo que puede quedarse sin comer un día. No quiero un hijo que vea a sus padres peleando, y mucho menos que sepa que somos hermanos. No quiero un hijo infeliz, quiero a un hijo que viva en medio de un hogar normal y formal. Si de verdad me amas tienes que esforzarte por eso, por nosotros, sólo así sabré que de verdad me amas, y que no son sólo tonterías, caprichos, o algún tipo de obsesión — Le miraba con profundidad, seria, y mostrando esa cara que también él le había enseñado. El chantaje, la manipulación, son armas muy importantes entre ellos, quizás la base de que estén juntos en ese momento.
Zavannah se apartó de su hermano, le tomó la mano, y caminó sin soltarlo. Pasaron entre clientes y prostitutas, incluso entre camareros y músicos. Nadie decía nada a la pequeña, y todo gracias a que ella era la única en controlar a la bestia que existían dentro de su hermano. Cuando Zigmund perdía el control, se ponía muy violento, y además de todo, cometía atrocidades.
— Hagamos algo que hacen las pareja normales, de esa manera sabremos que sí somos una pareja formal, ¿Si? — Lo volteó a ver con una sonrisa tímida. Debían poner de su parte ambos, estaban en aquel problema juntos, así que debían buscar soluciones, mismas que debían hacerlos felices, o al menos hacer el intento.
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
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Re: Bad in the blood | Privado
Qué sensación tan intrigante la que le provocó su hermana con sus palabras. La sorpresa dejó a Zigmund boquiabierto, totalmente pasmado. No sabía de qué se trataba todo aquello. Nunca esperó escuchar tales cosas. Al menos no de ella. Tal parecía que ese día había sido destinado a las grandes e inesperadas noticias. Primero el embarazo que tantos sentimientos encontrados le provocaba –aunque la mayoría de ellos eran negativos-, y ahora eso. ¿De verdad estaba hablándole de matrimonio, sugiriendo que ellos dos podían… debían… casarse? En el pasado, él también se había permitido fantasear con la idea, sobretodo en la infancia. En una ocasión, a la edad de siete años, mientras su madre le ayudaba a vestirse para ir a la iglesia porque acudirían precisamente a una boda, ésta le había expresado la ilusión que le provocaba imaginarlo convertido en un adulto, un hombre de familia, con una bella y buena esposa y varios hijos. «Cuando sea grande, Zavannah y yo vamos a casarnos», había contestado él con la ingenuidad propia de un infante. Desde luego, había provocado una sonrisa en la mujer, pues en ese entonces el comentario del infante solo podía ser visto como era, como algo tierno e inofensivo. Si tan solo hubiera sabido la mujer que las palabras que su hijo había dicho en ese entonces, pese a su escasa edad, salieron desde el de su alma, pronunciadas con real convicción y con la intención de cumplirlas algún día, probablemente no se lo habría tomado con la misma calma, ni le habría parecido tan gracioso. Pero en ese entonces nadie se imaginaba lo que estaba por venir, la enfermiza obsesión que crecía lentamente en Zigmund.
Ahora que era un adulto, no veía las cosas con la misma inocencia que antes. Sabía lo que la gente opinaba de las relaciones como la que compartía él con su hermana. Incesto, le llamaban, y en verdad aborrecía con el alma utilizar tal término. Le parecía injusto que un sentimiento tan puro como el que él decía sentir por ella, tuviera una definición tan fría, tan denigrante. La gente lo hacía ver como un pecado, se empeñaban en clasificarlo como algo deshonroso e impuro, en especial la iglesia que lo veía como una aberración, una desviación repugnante. En uno de los tantos sermones que Zigmund había escuchado, allá en su natal Australia, el padre Simón, sacerdote de la iglesia a la que su familia solía acudir, había dicho que el incesto corrompía las relaciones familiares y que representaba una regresión a la animalidad, por lo tanto, aquellos que lo llevaran a cabo sufrirían por siempre el estigma y la crueldad de la sociedad que no perdona pero, sobretodo, el castigo de Dios. Esa fue la última vez que Zigmund pisó una iglesia, pues lejos de arrepentirse de sus actos, le pareció verdaderamente ofensivo que Dios viera tan reprobatoriamente la relación que él tenía con Zavannah. ¿Acaso no era su palabra la que incitaba a las personas a amarse los unos a los otros? Pues estaba seguro de que nadie en el mundo amaba como él amaba a su hermana, con tanta vehemencia, y aún así lo convertía en un pecado.
Sintió un enorme nudo que le oprimía el corazón. No quiso hablar del tema, aunque sabía que el momento de hacerlo llegaría, probablemente ese mismo día, aunque horas más tarde. De momento todo lo que quería era consolar a la pobre criatura que era su hermana, que desconsolada no dejaba de llorar, de suplicar con los ojos rebosando de lágrimas, por un poco de felicidad. Y si no podía hacerla su esposa, si no podía gritar a los cuatro vientos que ella era su hermana y que no le importaba lo que la gente o el propio Dios opinaran de su relación, al menos la complacería en lo que le pedía.
La llevó a un parque de diversiones que por fortuna cerraba bastante tarde y del que había escuchado hablar por ahí. La mimó comprándole un algodón de azúcar, y más tarde entrando a un espectáculo con animales. Durante todo el paseo la tomó de la mano, como hacían todas las parejas. Eso era lo que ella quería sentir después de todo, ¿no? Que eran una pareja normal, como cualquier otra, e ignorar, aunque fuera momentáneamente, ese gran pecado que llevaban encima y que los condenaría hasta la eternidad.
—¿Esto te gusta, Vannie? ¿Estás feliz ahora? No quiero que esos hermosos ojitos verdes vuelvan a llenarse de lágrimas —le dijo cuando el espectáculo de animales terminó y el cierre del parque les fue anunciado.
Ella no respondió. Se limitó a seguir caminando, en silencio, lo que le hizo pensar que quizá era hora de retomar el tema que había dejado pendiente en el burdel. Se detuvo y la sujetó del rostro para que pudiera mirarlo a los ojos y lo escuchara con atención.
—Escúchame bien, Zavannah. Para mi desgracia, quizá no pueda hacerte nunca mi esposa, no puedo complacerte con eso y tú sabes la razón. Sabes que la iglesia jamás nos aceptaría. No podemos ser tan ingenuos y pensar lo contrario. Sin embargo, eso no es impedimento para que te ame como si ya estuviéramos casados. Debes creerme cuando te lo digo. Para mí, tú ya eres mi mujer. Eres mía y yo soy tuyo, y estaremos juntos, juntos hasta que la muerte nos separe.
Y con esa última oración, que parecía tan inofensiva y que para otros habría sido maravillosa proviniendo del ser amado, le dictó la sentencia: jamás se libraría de él.
Ahora que era un adulto, no veía las cosas con la misma inocencia que antes. Sabía lo que la gente opinaba de las relaciones como la que compartía él con su hermana. Incesto, le llamaban, y en verdad aborrecía con el alma utilizar tal término. Le parecía injusto que un sentimiento tan puro como el que él decía sentir por ella, tuviera una definición tan fría, tan denigrante. La gente lo hacía ver como un pecado, se empeñaban en clasificarlo como algo deshonroso e impuro, en especial la iglesia que lo veía como una aberración, una desviación repugnante. En uno de los tantos sermones que Zigmund había escuchado, allá en su natal Australia, el padre Simón, sacerdote de la iglesia a la que su familia solía acudir, había dicho que el incesto corrompía las relaciones familiares y que representaba una regresión a la animalidad, por lo tanto, aquellos que lo llevaran a cabo sufrirían por siempre el estigma y la crueldad de la sociedad que no perdona pero, sobretodo, el castigo de Dios. Esa fue la última vez que Zigmund pisó una iglesia, pues lejos de arrepentirse de sus actos, le pareció verdaderamente ofensivo que Dios viera tan reprobatoriamente la relación que él tenía con Zavannah. ¿Acaso no era su palabra la que incitaba a las personas a amarse los unos a los otros? Pues estaba seguro de que nadie en el mundo amaba como él amaba a su hermana, con tanta vehemencia, y aún así lo convertía en un pecado.
Sintió un enorme nudo que le oprimía el corazón. No quiso hablar del tema, aunque sabía que el momento de hacerlo llegaría, probablemente ese mismo día, aunque horas más tarde. De momento todo lo que quería era consolar a la pobre criatura que era su hermana, que desconsolada no dejaba de llorar, de suplicar con los ojos rebosando de lágrimas, por un poco de felicidad. Y si no podía hacerla su esposa, si no podía gritar a los cuatro vientos que ella era su hermana y que no le importaba lo que la gente o el propio Dios opinaran de su relación, al menos la complacería en lo que le pedía.
***
La llevó a un parque de diversiones que por fortuna cerraba bastante tarde y del que había escuchado hablar por ahí. La mimó comprándole un algodón de azúcar, y más tarde entrando a un espectáculo con animales. Durante todo el paseo la tomó de la mano, como hacían todas las parejas. Eso era lo que ella quería sentir después de todo, ¿no? Que eran una pareja normal, como cualquier otra, e ignorar, aunque fuera momentáneamente, ese gran pecado que llevaban encima y que los condenaría hasta la eternidad.
—¿Esto te gusta, Vannie? ¿Estás feliz ahora? No quiero que esos hermosos ojitos verdes vuelvan a llenarse de lágrimas —le dijo cuando el espectáculo de animales terminó y el cierre del parque les fue anunciado.
Ella no respondió. Se limitó a seguir caminando, en silencio, lo que le hizo pensar que quizá era hora de retomar el tema que había dejado pendiente en el burdel. Se detuvo y la sujetó del rostro para que pudiera mirarlo a los ojos y lo escuchara con atención.
—Escúchame bien, Zavannah. Para mi desgracia, quizá no pueda hacerte nunca mi esposa, no puedo complacerte con eso y tú sabes la razón. Sabes que la iglesia jamás nos aceptaría. No podemos ser tan ingenuos y pensar lo contrario. Sin embargo, eso no es impedimento para que te ame como si ya estuviéramos casados. Debes creerme cuando te lo digo. Para mí, tú ya eres mi mujer. Eres mía y yo soy tuyo, y estaremos juntos, juntos hasta que la muerte nos separe.
Y con esa última oración, que parecía tan inofensiva y que para otros habría sido maravillosa proviniendo del ser amado, le dictó la sentencia: jamás se libraría de él.
Zigmund Zöllner- Humano Clase Media
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Re: Bad in the blood | Privado
Desde hace mucho tiempo Zavannah no disfrutaba una noche, ni un día, ni siquiera un nada. La idea de estar siempre alado de su hermano le parecía aburrida, le quitaba la felicidad. Sabia que a su lado sería infeliz, que su vida se hundía, que probablemente nunca volvería a tener un momento de paz. Su vida se había complicado desde el día en que viajó con su hermano fuera de su ciudad natal. Quizás si se hubiera casado con ese señor todo hubiera sido distinto. Era mayor, era cierto, pero no había tenido malas intenciones con ella. Se arrepentía de todo. ¿Algún día su hermano lo entendería? ¿algún día entraría en razón. Seguramente no.
Aquella tarde estaba gozando por completo. Sonreía como una niña, y aunque su hermano la miraba como su mujer, ella se sentía en familia. Recordó su infancia, aquellas mañanas y tardes cuando jugaban. Lo único que les importaba era ser feliz. Su hermano había cambiado. Ya no era tan tierno, tampoco inocente. Aquello era normal, pero el cambio tan drástico la hacía sentir enferma, asustada y siempre con ganas de salir corriendo. ¡Él le daba miedo! Sabía que de no tenerla podría hacerlo cometer una locura, y con ello la desgracia.
Los ojos de su hermano la atemorizaban. Sabía que existía enfermedad dentro de ellos. Una locura que no era temporal, sino prologada, una que terminaría hasta su último suspiro. El alma de su hermano era oscura. Sus animales internos siempre se ponían a la defensiva cuando lo tenían cerca, incluso el más letal lo deseaba asesinar. ¿Por qué teniendo la solución en sus manos ella no la tomaba? Era una tonta masoquista.
— Entonces no me amas tanto — Comentó con enojó, uno fingido, claro. Su cabeza la echó hacía atrás, con eso evitando claramente que se le acercara o la quisiera besar — Siempre ha maneras para hacer las cosas que se desean, las que se quieren con el corazón, tu no haces un esfuerzo por mi, quieres todas las cosas fáciles, todo a tu manera, todo a tu forma ¡Nada de esfuerzo! ¿Acaso no valgo la pena? ¿No lo valgo? Si eres mío también debes serlo ante Dios. ¡Debes buscar la manera! — Hizo una mueca, su rostro se mostraba atormentado — Debemos casarnos, sino mi hijo y yo no estaremos contigo, debes saberlo — Lo decía en serio, pero como un medio de escapatoria. Zigmund debía dejarla ir.
— Podemos cambiarnos el nombre, o buscar a un sacerdote que sea complice de nosotros ¡Debe existir! Porque si eres mío, y yo soy tuya, entonces podemos hacerlo ¿Verdad, hermano? ¿Verdad que puedes hacerlo? Sino puedes no me amas, no lo suficiente — Lo dijo con claridad — Y sino me amas lo suficiente, yo tampoco tengo que hacerlo, alguien más puede ocupar tu lugar — Estiró su mano para acariciarle el rostro — Sé que me amas, sé que podrás — Le tomó la mano para seguir caminando. Lo llevó hasta una de las bancas cercanas. Frente a ellos muchas familias llegaban a pasar.
— ¿No te das cuenta? Mira, observa como se ven entre ellos, con el orgullo de saberse familia ante Dios. Todos ellos se respetan, se cuidan, y se frecuentan, todo porque hicieron las cosas de forma adecuada. ¿Acaso no quisieras eso para nosotros? Sino nos casamos pensarán que vivimos en pecado, de todas formas pensarán que somos pecadores ¡PIÉNSALO! Sé que lo deseamos, sé que podrás — ¿Qué estaba haciendo la cambiante? Sólo tentando, intentando saber hasta donde era capaz la enfermedad de su hermano.
Le sonrió con inocencia, incluso pestañeó un par de veces, se hacía la inocente, fingía bien, actuaba el doble de mejor, y es que él no sabía que aquello también era una prueba. Una que probablemente le costaría a él su libertad, o tal vez a ella. Todo dependía de quien jugara mejor sus cartas.
Zavannah estaba dispuesta a llevarlo al psiquiátrico y encerrarlo hasta el final de sus días.
Aquella tarde estaba gozando por completo. Sonreía como una niña, y aunque su hermano la miraba como su mujer, ella se sentía en familia. Recordó su infancia, aquellas mañanas y tardes cuando jugaban. Lo único que les importaba era ser feliz. Su hermano había cambiado. Ya no era tan tierno, tampoco inocente. Aquello era normal, pero el cambio tan drástico la hacía sentir enferma, asustada y siempre con ganas de salir corriendo. ¡Él le daba miedo! Sabía que de no tenerla podría hacerlo cometer una locura, y con ello la desgracia.
Los ojos de su hermano la atemorizaban. Sabía que existía enfermedad dentro de ellos. Una locura que no era temporal, sino prologada, una que terminaría hasta su último suspiro. El alma de su hermano era oscura. Sus animales internos siempre se ponían a la defensiva cuando lo tenían cerca, incluso el más letal lo deseaba asesinar. ¿Por qué teniendo la solución en sus manos ella no la tomaba? Era una tonta masoquista.
— Entonces no me amas tanto — Comentó con enojó, uno fingido, claro. Su cabeza la echó hacía atrás, con eso evitando claramente que se le acercara o la quisiera besar — Siempre ha maneras para hacer las cosas que se desean, las que se quieren con el corazón, tu no haces un esfuerzo por mi, quieres todas las cosas fáciles, todo a tu manera, todo a tu forma ¡Nada de esfuerzo! ¿Acaso no valgo la pena? ¿No lo valgo? Si eres mío también debes serlo ante Dios. ¡Debes buscar la manera! — Hizo una mueca, su rostro se mostraba atormentado — Debemos casarnos, sino mi hijo y yo no estaremos contigo, debes saberlo — Lo decía en serio, pero como un medio de escapatoria. Zigmund debía dejarla ir.
— Podemos cambiarnos el nombre, o buscar a un sacerdote que sea complice de nosotros ¡Debe existir! Porque si eres mío, y yo soy tuya, entonces podemos hacerlo ¿Verdad, hermano? ¿Verdad que puedes hacerlo? Sino puedes no me amas, no lo suficiente — Lo dijo con claridad — Y sino me amas lo suficiente, yo tampoco tengo que hacerlo, alguien más puede ocupar tu lugar — Estiró su mano para acariciarle el rostro — Sé que me amas, sé que podrás — Le tomó la mano para seguir caminando. Lo llevó hasta una de las bancas cercanas. Frente a ellos muchas familias llegaban a pasar.
— ¿No te das cuenta? Mira, observa como se ven entre ellos, con el orgullo de saberse familia ante Dios. Todos ellos se respetan, se cuidan, y se frecuentan, todo porque hicieron las cosas de forma adecuada. ¿Acaso no quisieras eso para nosotros? Sino nos casamos pensarán que vivimos en pecado, de todas formas pensarán que somos pecadores ¡PIÉNSALO! Sé que lo deseamos, sé que podrás — ¿Qué estaba haciendo la cambiante? Sólo tentando, intentando saber hasta donde era capaz la enfermedad de su hermano.
Le sonrió con inocencia, incluso pestañeó un par de veces, se hacía la inocente, fingía bien, actuaba el doble de mejor, y es que él no sabía que aquello también era una prueba. Una que probablemente le costaría a él su libertad, o tal vez a ella. Todo dependía de quien jugara mejor sus cartas.
Zavannah estaba dispuesta a llevarlo al psiquiátrico y encerrarlo hasta el final de sus días.
Zavannah Zöllner- Cambiante Clase Media
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Re: Bad in the blood | Privado
¿Por qué Zavannah insistía en hacerle las cosas todavía más difíciles de lo que ya de por sí eran? Era algo que Zigmund jamás dejaría de cuestionarse. No deseaba hacerlo pero, en ocasiones, se sorprendía a sí mismo pensando de ella lo peor, en especial cuando la única conclusión coherente a su comportamiento tan desleal para con él era que ella no lo amaba y que solo buscaba excusas para alejarse, para que él decidiera apartarse de ella. Era ingenua si creía que así ocurriría, puesto que si algo tenía él claro, era el hecho de que estaba dispuesto a todo con tal de nunca perderla. Y ya se lo había demostrado. Ya había cometido actos atroces en el pasado. Por ejemplo, cuando su hermana había estado a punto de ser comprometida con un hombre que, si bien era mucho mayor que ella estaba realmente interesado en ganarse su aprecio, se las había ingeniado para convencerla de huir. Así era como habían llegado a Francia, donde por segunda ocasión le había arrancado abruptamente la posibilidad de ser feliz al lado de Elouan, quien había aprendido a amarla incluso más que la vida misma. Y todo por mantenerla a su lado, en una relación que no tenía ningún futuro y que estaría estigmatizada por siempre. Ahora ella le pedía una prueba de su amor. ¿Estaba él dispuesto a cumplirla? Sobornar a un sacerdote o conseguir papeles falsos resultaba algo insignificante si se comparaba con las terribles cosas que ya había llevado a cabo.
—¿Por qué te interesa tanto lo que la gente opine de nosotros? —cuestionó, pese a que eran demasiado evidentes las razones que su hermana podía tener al respecto. Seguramente se avergonzaba de esa relación y hasta se sentía sucia por haber permitido las cosas que ya habían pasado entre ellos. ¿Acaso era tan difícil entenderlo? Zigmund vivía cegado, en la más absoluta negación—. Te amo lo suficiente como para gritar ahora mismo lo que somos y que aún así mi corazón te pertenece. Estaría dispuesto a ser juzgado por ti —alzó un poco la voz, lo suficiente como para que algunos de los que se encontraban cerca y que su hermana había puesto como un ejemplo a seguir, pudieran escuchar parte de la conversación—. Si todo este tiempo lo he callado, ha sido únicamente en mi afán de protegerte, porque me destroza el alma pensar que otros te verán como a la peor de las mujeres. A ti te importa más lo que piense Dios, cuando Dios mismo ha sido quien ha satanizado esto… este amor.
El muchacho no podía ocultar que aquello lograba indignarlo un poco, pero al parecer no lo suficiente como para negarse a cumplir el deseo de su hermana. Soltó el aire que había estado conteniendo e intentó tranquilizarse. No quería ser el causante de una nueva discusión, sobretodo porque sentía que con cada una de ellas, ellos se alejaban más y más. Ya habían tenido suficiente por ese día.
—Bien, lo haré —concedió finalmente, y extrañamente en su rostro no había pesar—. Encontraré la manera. Lo haré por ti, porque me lo estás pidiendo, porque te importa, porque lo ves como un impedimento para amarme libremente. Pero debes prometerme algo —una vez más, la tomó de las manos—, que después del matrimonio, nunca más me rechazarás. Porque el deber de una esposa es quedarse al lado de su marido y amarlo por sobre todas las cosas, ¿verdad? Eso quiero, Zavannah. Quiero que me ames así, que nunca más quieras estar lejos de mí, que no reniegues jamás de mis besos, o de mi cercanía. Solo te pido amor. ¿Es eso demasiado para ti?
Aunque sus palabras fueran ciertas, una vez más la manipulaba. Jamás dejaría de hacerlo.
—¿Por qué te interesa tanto lo que la gente opine de nosotros? —cuestionó, pese a que eran demasiado evidentes las razones que su hermana podía tener al respecto. Seguramente se avergonzaba de esa relación y hasta se sentía sucia por haber permitido las cosas que ya habían pasado entre ellos. ¿Acaso era tan difícil entenderlo? Zigmund vivía cegado, en la más absoluta negación—. Te amo lo suficiente como para gritar ahora mismo lo que somos y que aún así mi corazón te pertenece. Estaría dispuesto a ser juzgado por ti —alzó un poco la voz, lo suficiente como para que algunos de los que se encontraban cerca y que su hermana había puesto como un ejemplo a seguir, pudieran escuchar parte de la conversación—. Si todo este tiempo lo he callado, ha sido únicamente en mi afán de protegerte, porque me destroza el alma pensar que otros te verán como a la peor de las mujeres. A ti te importa más lo que piense Dios, cuando Dios mismo ha sido quien ha satanizado esto… este amor.
El muchacho no podía ocultar que aquello lograba indignarlo un poco, pero al parecer no lo suficiente como para negarse a cumplir el deseo de su hermana. Soltó el aire que había estado conteniendo e intentó tranquilizarse. No quería ser el causante de una nueva discusión, sobretodo porque sentía que con cada una de ellas, ellos se alejaban más y más. Ya habían tenido suficiente por ese día.
—Bien, lo haré —concedió finalmente, y extrañamente en su rostro no había pesar—. Encontraré la manera. Lo haré por ti, porque me lo estás pidiendo, porque te importa, porque lo ves como un impedimento para amarme libremente. Pero debes prometerme algo —una vez más, la tomó de las manos—, que después del matrimonio, nunca más me rechazarás. Porque el deber de una esposa es quedarse al lado de su marido y amarlo por sobre todas las cosas, ¿verdad? Eso quiero, Zavannah. Quiero que me ames así, que nunca más quieras estar lejos de mí, que no reniegues jamás de mis besos, o de mi cercanía. Solo te pido amor. ¿Es eso demasiado para ti?
Aunque sus palabras fueran ciertas, una vez más la manipulaba. Jamás dejaría de hacerlo.
Zigmund Zöllner- Humano Clase Media
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