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Si el humo no aflora de la hoguera — Privado 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Na Karshe Vie Dic 05, 2014 4:47 am





Si el humo no aflora de la hoguera — Privado Tumblr_ng3uwjvI7q1u17mhco1_r1_500
— Si el humo no aflora de la hoguera

Échale agua y pinta con el carbón —
Bueno, me voy —anunció levantándose del colchón roído en el que yacía desnuda junto a Deka. Notaba su mirada oscura clavada en la nuca, pero la ignoró.— No, no me mires así. Si esta noche quieres tener algo que echarte a la boca más vale que me dé prisa.— Amenazaba, mientras buscaba su ropa interior entre los montones de prendas esparcidas por el suelo. La muchacha hizo caso omiso y sus manos, doradas por el sol, se abalanzaron sobre el cuerpo fino de Na Karshe. Con violencia la tumbó de nuevo en el colchón y, agarrando sus muñecas con fuerza, la contuvo situándose encima. Su robustez no dejaba lugar a forcejeos, Na Karshe no tenía opción de escapar. Resopló con furia.
Deja de hacer eso, deja de irte cada noche. Tenemos todo lo que necesitamos aquí, quiero que te quedes —imploraba con seriedad, intimidatoria y voraz. Na Karshe se limitó a mirarla a los ojos hasta que Deka dejó de presionar sus muñecas. Sabía que por culpa del color de su piel, Deka había sido esclava desde su nacimiento, toda comunicación compartida con semejantes se había limitado a órdenes, quizás por eso cada palabra que escapaba de sus labios carnosos era imperativa.
Na Karshe esbozó una media sonrisa pícara y, en una caricia, bajó por su espalda hasta el trasero, que apretó con fuerza. Se mordió el labio. —Sabes que no puedo resistir cuando te pones así.
Y la besó de nuevo. Deka volvió a agarrar sus manos y las alzó por encima de su cabeza contra el colchón, inmovilizándola . Sus cuerpos se contraían, se alejaba, se entralazaban otra vez, conectaban y así, una vez más, volvieron a deshacerse entre suspiros y gritos ahogados, en éxtasis. Ésa era la droga más dura, el cuerpo tostado de Deka se había convertido en su nueva adicción y no había forma de escapar de ella. Cuando, exhaustas, cayeron de nuevo sobre el colchón, le ofreció un trago de aguardiente casero, de ese que quema la garganta y corroe las entrañas, y se tumbó a contemplar el batir de las costillas de su compañera, se alzaba con cada respiración, y con cada exhalación sus ojos se iban cerrando poco a poco hasta caer dormida, como si toda su energía le hubiese sido robada. Na Karshe la observó durante unos segundos más y por un instante la envidió. Una parte de ella deseaba quedarse, durmiendo plácidamente, pero un llamado a la coherencia gritaba desde su interior que el pacto de aquella noche no era cualquier cosa. Así, perezosa, se levantó por segunda vez del colchón, pero en esta ocasión nadie trató de retenerla, tan sólo un vago murmullo que rendido le decía —Promete que no llegarás tarde, que no te irás con nadie más.
Lo prometo.
Recogió su ropa interior y se la puso mientras andaba por la casa, camino del listón atravesado en la pared que hacía las veces de armario. Se encontró con el pequeño Bill, un chaval poco agraciado que dejaba caer su cuerpo entre cuatro escalones, completamente ebrio. Na Karshe enarcó una ceja a modo de saludo y él se lo devolvió alzando su botella, antes de beber un trago. La semi-asiática se  introdujo en la habitación contigua y se engaló con el vestido más caro  que poseía, su última adquisición. Lo había robado a una sastrería del centro de París apenas un par de días antes, en vistas a la ocasión que se le presentaba. Bajo él, ocultó sus botas raídas de siempre. No cambiaría esa comodidad por ningún zapato hecho de mil perlas.
Hasta luego, Bill.
Ey, Na Karshe... —hizo una pausa mientras intentaba recobrar el control sobre el peso de su cabeza.— Tráeme una manzana.
Caprichos de borracho, se decía.
Haré lo que pueda.
Bajó las escaleras y, agarrándose las faldas para no estropear la puntilla con el lodo, escapó al bosque, caminando a zancadas por entre las ramas. Conocía perfectamente todos los atajos que llevaban a la ciudad, las luces amarillas de las lámparas no tardaron en proyectarse sobre los charcos que las  tormentas de verano habían dejado a su paso. Pisaba el suelo con fuerza, en esa forma de andar garbosa con algo de agilidad reptil que la caracterizaba. Derrochaba confianza que radicaba en locura, bordeando la fina línea de la cordura. Se relamía pensando en lo que la noche le deparaba. Lejos quedaba el recuerdo del cuerpo de Deka, al fin y al cabo, el placer del sexo era algo instantáneo y efímero, nada comparado con la satisfacción que le producía el éxito en su negocio, así compraba su libertad y la de los suyos, saltándose las reglas día a día, pura adrenalina.
Llegó al teatro donde se había citado con Monsieur Allamand, uno de los más ricos burgueses cuya industria emergente le permitía llenar sus estanterías de opio para consumir en soledad hasta perder el sentido. Al sacar la entrada que uno de sus emisarios le había entregado, rememoraba palabra a palabra la carta adjunta:

Na Karshe,
Necesito de sus cuidados médicos una vez más, en concreto de la planta del opio ya elaborada en una cantidad de dos bolsas. A cambio le proporcionaré el dinero necesario para comprar la libertad de la esclava antes de que la encuentren. Prometo, además, ofrecer protección jurídica si es necesario hasta que esto ocurra.
El intercambio será en el teatro, el próximo jueves, durante la primera obra de la noche.  Escoja la butaca 24, situada en la cuarta fila . Cuando se abra el telón y las luces se apaguen, le proporcionaré el dinero en primer lugar, para asegurarle que puede confiar en mi palabra.
A más ver,
A.


Sin embargo, Na Karshe no era tan ingenua como él pensaba. Tan pronto pasó la entrada, se introdujo en el sótano, en la zona de camerinos. Los baños estaban vacíos debido a que los actores ya se habían preparado para la acción, por lo que no tendría problema en esconder las  bolsas. Con los nudillos golpeaba levemente los azulejos que conformaban la pared hasta que uno de ellos emitió el sonido a hueco que buscaba. Lo desencajó y en el agujero escondió la droga. Si aquello se trataba de una trampa, jamás obtendría lo buscaba.
Regresó a la multitud y siguió al pie de la letra lo que le ordenaba en la carta. A su derecha, en el palco, se sentó un matrimonio viejo. La mujer, al parecer, se había bañado en perfume antes de salir de casa  y le estaba destruyendo el sentido. A su izquierda la butaca permanecía vacía. Na Karshe se acomodó en su asiento de una forma cuanto menos informal, aparentemente en calma, pero espectante. Las luces comenzaban a apagarse cuando finalmente una mujer sin acompañante se sentó a su lado. Vale, eso no era lo acordado, no conocía de nada a aquella dama y su extraño olor a lobo le hizo ponerse alerta. Se revolvió en el asiento para comprobar que no se había equivocado de lugar y finalmente se rindió, tratando de relajarse en una posición no muy ortodoxa dado el contexto.
Las luces se apagaron por completo, el telón se abría y mostraba una representación de Verona bajo una tenue luz azulada. Na Karshe, huyendo de los efluvios almidonados que la anciana a su derecha desprendía, dejó caer su peso sobre el reposabrazos izquierdo, acercándose a la refinada joven. Quién podría advertirle del error que estaba a punto de cometer cuando, descarada, le preguntó:
Excusez-moi, ¿es usted enviada de A.?




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Mensaje por Nadége Morózova Sáb Dic 27, 2014 6:22 pm


Fuego. Había fuego en todo mi interior. Las perlas de sudor que cubrían mi cuerpo, eran evaporadas con perezosa necesidad. Mis manos ardían, mis labios se encontraban resecos. Con cada segundo la agonía se exteriorizaba con los músculos contrayéndose en un vaivén sin final. No podía escuchar más nada, sólo el sonido de mi corazón bombeando la sangre por cada una de mis venas. Las pulsaciones estallaban dentro de mis oídos y la cien jugaba rítmicamente a su paso. Me sentía desquebrajada. Y el rose de la seda contra mi piel, superó la expectativa.

Ahí estaba ella, frente a mí y con la sonrisa vestida de mil destellos. Sus orbes aún no los había olvidado y sus caricias, esas que me habían destrozado mis defensas con anterioridad, volvieron a someterme sin piedad alguna. Eran sus labios contra los míos; mis manos presas de las suyas, y mis jadeos, sólo una fracción de su respiración. Su cabello azabache caía en curvas peligrosas hasta sus pechos, adoquinando impúdicamente sus pezones. Yo tenía hambre.

Bebí de ella, cada rose, cada caricia, cada beso y cada líquido que emanaba de su cuerpo, para mí era un bálsamo, una fuente de vida que me recreaba a cada instante. Éramos la melodía, que con arpegios escalados, sucumbíamos ante las diestras manos del poeta. También éramos caos.

Desperté entre jadeos y anhelos, deseando que aquel sueño fuese la realidad y no una connotación más de la fantasía a la que vivo arrastrándome desde su partida. Me di cuenta de la humedad de mi sexo, del sabor que tenían mis dedos, y la excitación de mis pechos. Había caído nuevamente en la flagelación. Sus memorias me torturaban, me volvían presa del propio instinto. Aún la deseaba. ¡¿Y dónde estaba ella?! Escuché su carcajada confundirse con el aullido del viento, ese que se filtra endemoniadamente por los remotos rincones de las ventanas. Traté de alcanzar su voz, de sostener invisiblemente su mano, para no dejarle ir. La inutilidad del acto fue tan simple como el saber que no regresaría. Alice estaba muerta.

Lo que antes me supo a gloría, poco a poco se volvía amargo.

Salí de la cama con desdén. Las mañanas no se han hecho para las personas con el ánimo por los suelos, con la fe y esperanzas perdidas; aunque sea un milagro o una fuente de inspiración para los escribanos, el amanecer también es relativo en significado y esplendor como la vida misma. En esos momentos, su esencia para mí, era ignota.  El día se me perdió evitando la mirada de Donovan, quien hablando sólo musitó el nombre de un joven casadero, su fortuna y la nuestra favorecían el futuro que ya se ha planeado para mí. Según él, entre más rápido tuviese contacto con un hombre, más rápido se desvanecería el favoritismo que le tengo a las mujeres. Nunca mi padre había estado más herrado en toda su vida. Era de esperarse que aún cegado por la traición, no se diese cuenta que además de Alice, yo me había metido con otra mujer.

-Toma. Tu lugar es el asiento 25. Ahí encontrarás a Nicolás. No acepto caprichos. No quiero que reniegues Samantha. Esta vez, si no has de asistir, tampoco pienses en regresar a casa.- Oh, Donovan.

El boleto se desvanecía entre mis manos. Era evidente mi desdicha, pero lastimeramente aún no encontraba sitio en el cual refugiarme para escapar de casa. No tengo amigos, no poseo dinero, no soy lo suficientemente fuerte como para sobrevivir ahí afuera una sola noche. El plan consistía en seguir el juego de Donovan, arrastrarme a cumplir con sus designios durante una semana más, así reuniría el valor para mi escape. Además, estaba por recibir la respuesta de Dante.

Llegar al palco no supuso nada extraordinario, reconocer los lugares, los repugnantes perfumes y la galantería barata, tampoco fue difícil. Me críe entre mentiras y parafernalias inútiles, que los actores en su papel, eran más reales que el resto de las personas ahí. Encontré mi butaca, pero a lado no había un joven, y tampoco ese ente respondería al nombre de Nicolás. Con el ceño fruncido por la discordancia, me senté. Ignoré el intenso negro de sus cabellos, lo blanquecina y fina que parecía la porcelana de su piel, y la profundidad de su mirada. Me fue completamente indiferente su presencia, pues agradecía el hecho de que aquel varón no se hubiese presentado. Dispuesta a embelesarme con la obra, sonreí por debajo y desvergonzada me tumbé en la silla.

-¡¿A?!- Sacudí la cabeza. Esperé un par de segundos, para que las ideas se ajustaran dentro de mis pensamientos y viré el rostro hacía ella. Inevitable, un jadeo sorpresivo salió de mis labios. La sangre se me fue del rostro y palidecí. No supe por cuánto tiempo aguanté la respiración, pero mis sentidos se habían atrofiado por completo. –Afrodita- Susurré.

¡No! ¡Ella no era Afrodita! Pero mi herido subconsciente había ligado su estructura ósea con la de esa mujer. De no ser por la diferencia en el tono de sus ojos, lo grueso de sus labios y lo desgarbado de su presencia, hubiese jurado que se trataba de ella.–Erg… Yo no.- El aplauso del público me devolvió al cuerpo. –Oh. Disculpe Mademoiselle, ignoro por completo a lo que se refiere.- Pese a que mi voz sonó segura de si misma, por dentro aún perseguía mi impresión al fantasma de Afrodita. Aspiré profundamente y aventuré. –Sin embargo, he de mencionar que usted esta ocupando el lugar de quien se supone sería mi acompañante esta noche. ¿Sabe algo al respecto?- Lentamente volvía a tomar el control. No se supone que alguien me intimide, que pueda dejarme callada con una pregunta, mucho menos una mirada, pero maldición… esa mujer podría hacerlo, no cabe duda. –Por otra parte, me da gusto que sea usted y no esa persona, quien se postre a mi lado. Al menos así, tengo algo verdaderamente digno que admirar.- No. No me refería a la obra en escena.


OFF: Lamento la demora.
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Mensaje por Na Karshe Dom Feb 22, 2015 7:08 am



Our hearts are coral reefs in low tide

En otras circunstancias, hubiera disfrutado con la estupefación inusitada de la muchacha, esa mirada llena de incertidumbre dibujada en sus ojos y su posterior recogimiento. Pudo contemplar la finura de su rostro a la luz lejana del escenario, el color claro en la piel de quien nunca ha tenido necesidad de labrar en la dura calle para comer. La miró a su vez, entrecerrando los ojos, para luego volverse a tumbar sobre la butaca, mostrando algún tipo de decepción pueril, preguntándose qué mierdas había pasado con su mensajero y por qué no estaba allí. ¿Era una broma? ¿Le habían tendido una trampa? Lo único evidente en todo el asunto es que ella nada tenía que ver con el opio. Volvió el rostro hacia ella una vez más cuando, tras la sorpresa, rectificó, afirmando finalmente no saber de lo que hablaba. No le costó gran esfuerzo hacer caso omiso a todo el regadero de preguntas que la invadía y aparcarlo sin más, tan sencillo como cerrar un grifo. Aquello se le antojaba mucho más interesante que complacer los banales deseos de un drogadicto altivo e hipócrita. Ya tendría tiempo para encargarse de ese asunto.

Mucho me temo que podría hacerle la misma pregunta. Supongo que a ambas nos han dejado tiradas de igual forma. Qué casualidad que también fuese un hombre, ¿verdad? Luego tendremos que tragar con cualquier excusa, como si nada pasara nunca. —divagaba, sonriendo en la sombra. Apoyó un brazo sobre el reposadero de la butaca y sobre la mano dejó caer el peso de su cabeza, acercándose más a su nueva acompañante. Añadió con cierta picardía juguetona—En realidad yo también lo prefiero así.

La sala se llenó de aplausos al acabar la escena. El telón se cerró por un instante para, tras un pequeño jolgorio de murmullos, abrirse otra vez. Incluso si hubiera prestado algo de atención a la obra, no habría sido capaz de entender gran cosa debido a su falta de instrucción en las artes escénicas, o en cualquier tipo de arte. Na Karshe sólo podía reconocer el arte en los ojos de una mujer y desde luego sentía especial deseo de conocer los de aquella muchacha que por alguna casualidad había llegado a parar a una butaca de la suya. La impaciencia se adueñaba de sus sentidos.

¿Le gusta la obra, señorita? —preguntó, dirigiendo su mirada al proscenio por un segundo para luego dejarla recaer de nuevo sobre el rostro a medio iluminar.— ¿Le apetecería continuar la escena lejos de aquí? La noche no ha hecho más que comenzar y nos la estamos perdiendo sentadas en este lugar.


Off-rol: Perdóname a mí ahora, estuve de ausencia, sorry!



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Mensaje por Nadége Morózova Lun Mar 16, 2015 9:09 am


El vitoreo de la audiencia fue constante, salvaje e imprudente. Nunca había escuchado tanta aberración desde la última vez en la que mi padre aseguró que lo único que debía importarme era su bienestar. Oh, pero no estaba ahí para enfocarme en la sutileza de una obra, para perderme en la fantasía en la que radicaba la esencia en escena, mucho menos para olvidar mis penas y disfrutar un segundo de la falsedad. Mis intenciones eran propias al rechazo y excomulgación de la fe cristiana o de la aristocracia, y sin embargo, al leer las expresiones de la mujer a mi lado, todo aquello me fue resumido a la indiferencia.

Fue su escuálida belleza, lo que atrapó sin consideración alguna mi total atención. Ignoré la entrada y salida de los actores en el escenario, la prosa, lírica y las connotaciones musicales que en magnificencia componían la ópera. Estaba más que claro que en ese momento, no había mejor arte ilustrativo, que la dama que se postraba ante mi vista. Y sí, fui capaz de crear en mi mente miles de prosas dedicadas a la extrañeza de su nombre o a la curvatura de sus labios; poco prudente pero instintivo. Es verdad que no todas las mujeres han llegado a capturar mi atención con semejante facilidad y también es cierto que no por ello, las hembras me pasan desapercibidas. Me suelo considerar como un escribano, siempre buscando letras, frases con coherencia, admirando a lo lejos la conformación de los párrafos y el verso, pero si han de celar algo, era a la musa que inspiró cada rima y, por supuesto, para ello pocas son las virtudes del cuerpo, menos aún, las del alma.

En medio de comparaciones involuntarias, fui deshaciéndome de la imagen de Afrodita, dos mujeres demasiado diferentes, pero tan similares al mismo tiempo. Sonreí para mis adentros. ¿Qué tiene la mirada perdida de una muchacha de azabache melena? ¿Por qué me gustaba surcar la oscura seda de sus cabellos con mis dedos? ¿Por qué no podía conformarme con el dorado tono de una rubia o con el rojizo intenso de alguien como yo? No lograba comprenderlo, había algo en las morenas que me resultaba más atrayente, más misterioso, más… siempre más…

Sacudí la cabeza al percibir la cercanía, más aún mis fosas nasales se crisparon cuando la fragancia de su ser llegó hasta mí. Olía diferente, pero aun así, parecía adictiva su presencia. Me quede quita durante un par de segundos, tratando de reconocer ese tono en sus labios, habría sido el mismo que yo utilizara en mi intento de conquista, pero ¿Estaba en lo correcto o sólo se trataba de una mala jugada de mi subconsciente? Deseaba que fuese real, que aquella insinuación más que ilusoria, resultase palpable. Entonces esperé, y ahí estaba de nuevo, esa enigmática llave que sólo dos en el mismo juego podrían encontrar. Mis labios se curvearon complacidos.

-Honestamente, me he perdido de mejores puestas en escena y no es que me arrepienta, pues justo como ahora, la visión me fue robada a consciencia- No era el mejor de los piropos, pero es que yo no pretendía enamorarle con adoquines. Ella era directa, fuerte e inhóspita. Para poder llegar hasta ella, necesitaba ofrecerle aventura y para que a su vez, eso sucediese, yo necesitaba desprenderme de lo hasta ahora conocido. –Si me lo permite, preferiría escribir una obra por mi cuenta, con usted Madeimoselle como compañía, antes que perseguir la ilusoria puesta en escena- Respondí a su sugerencia. Ella se había comprometido a si misma con la alternativa, pero no estaba de más, comprobar que las intenciones de la joven iban dirigidas al mismo sitio que las mías. Sonreí felina y altiva. Me puse de pie, extendí el brazo y esperé a que ella lo tomara. Sé perfectamente, que si yo fuese un hombre, Donovan aplaudiría mi caballeroso comportamiento, pero no es así, por lo que el ademán sólo hace hincapié a lo inevitable, yo no era ninguna dama y tampoco mis intenciones eran benignas.
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