La dama del corpiño | Privado

por **Cordelia Holtz** Vie Dic 12, 2014 4:15 pm

"Una verdadera pintura del más pequeño hombre es capaz de interesar al hombre más grande."
Thomas Carlyle (1795-1881)

Dicen que los actos de mirar y ver, poco o nada tienen en común. Que la pasividad es novia del primero y como toda mujer, se aferra a este, cegándolo para poder seguir ejerciendo dominio sobre él.

Así pues, por más que Cordelia miraba, no veía nada. No lograba atisbar que era aquello que volvía loco al hombre que le había encomendado aquella tarea. Unas cuantas vueltas al lugar. Las suficientes para pensar, pero no para comprender. Comprender que tenían aquellas pinturas para hacer perder a un hombre la cabeza. ¿Desnudos quizás en alguna? Al fin y al cabo era eso, un hombre. Claro que no. Ella no era tonta. La obra de El Bosco se presentaba siempre cargada de crítica, no pasaba desapercibida y desde luego, poseía además los elementos religiosos que tanto apreciaba su Cardenal de París.

Otro de sus favoritos era El Greco. Aquel Conde Orgaz rodeado de dominicos, franciscanos y jerónimos, ¿cómo no? Más sincero y noble que todo aquel enredo de religiosos, a Cordelia siempre le agradó el caballero de mano en pecho que parecía reflejar su honradez representada en un simple gesto, una mirada franca y una espada que garantizaba seguridad. Sin embargo, seguía sin ser de su agrado. Nada de aquello, siendo sinceros. Y no es que no le gustara la pintura. Marat, Inocencio X –la Iglesia siempre presente, por supuesto, toda ella influenciada y dominada siempre por esta-, los cuadros de Caravaggio, Da Vinci...

Sencillamente, había otros aspectos del arte que despertaban mucha más euforia y pasión en ella. Los retablos, portadas y vidrieras. Catedrales repletas de arte sin ser tan salvaguardadas como lo eran aquellos cuadros. Que injusticia. Chartres, Reims, Amiens,... eso sí que era frustrante.
Lo dicho, demasiadas vueltas. La hora de irse se aproximaba y la irlandesa todavía no había decidido cuál de todos aquellos cuadros iba hurtar. Sin embargo, fuera hacía frío y la noche sólo acababa de empezar.

- Oh, espejito, espejito mágico –pronunciaba ante aquel cuadro, La dama del armiño-. ¿Quién es la ladrona más guapa en este ridículo reino plagado de bufones que es Francia? ¿Yo? Oh, vaya, nunca lo hubiera imaginado. Espera, ¿qué dices? ¿Que no soy yo? Eres un cuadro muy embustero, ¿lo sabías? Y dime, cuadro maleducado, ¿a cuál de tus amiguitos debería llevarme?

Hablar en voz alta nunca es recomendable cuando vas a robar, pero ¿para qué engañarnos? Aquello era muy aburrido. Siempre igual. Sólo un poco de humor podía salvar la situación y muchas veces era este su más fiel compañero de aventuras.
La galería se había tomado un descanso aquel día. El flujo de personas amantes del arte no era muy alto, pero el de criaturas de la noche... Cordelia se había informado bien. No era un sitio normal y corriente, y ese era en parte su atractivo. Aquellas paredes no decían nada, no podían hablar o su dueño se enfadaría. Aun así tenían ojos, temblaban, pedían auxilio, estaban locas por poder contar todo lo que en aquel sitio acontecía cuando la gente no miraba. Por un momento, aquella mujer abandonó los cuadros y centró su atención en las paredes. Las acarició, incitándolas a hablar, las miró con ternura, les sonrió, cerró los ojos y en la oscuridad de sus párpados las paredes hablaron. Sombras negras, luces rojas, vino -o sangre-, si, aquellas paredes habían visto mucho y ahora ella también. Su última fiesta, ¿cuándo había sido? Ya ni siquiera se acordaba. Recordaba la música, eso si. Clásica, siempre clásica. Se imaginó bailando y poco después dejó que aquella visión la sacara a bailar a ella. Cualquiera que la viera pensaría que estaba loca, pero ¿qué importaba? Las paredes ya no se callaban. Le advertían que se fuera, que no permaneciera allí por más tiempo, pero ella hizo caso omiso y se reverenció ante ellas, traviesa.

- Gracias, gracias. Son todos muy amables, encantadores. Pero no podría haber bailado de esta manera sin la presencia de... paredes -señalando a su izquierda- y cuadros -a su derecha.

Que tonta había sido siempre. Una payasa en toda regla. Enamorada de la burla y amante de las bufonadas. Una sátira que no le duró mucho, así como el baile, pues poco después de empezar, Cordelia Holtz sintió una presencia extraña.

No estaba sola.

por **Cullen D. Carter** Mar Dic 23, 2014 2:34 pm

Las fiestas nocturnas en su galería era algo que solo los más destacados miembros de la sociedad sobrenatural podía conocer. No es que permitiera la entrada a cualquiera. Eran fiestas de sangre, lugares donde se exponían manjares, cuerpos hermosos, arte y al mismo tiempo alimento, se mezclaban el deseo y el disfrute, el paladar, la vista y el oído, el mismísimo olfato, una caricia a todos los sentidos. Es por ello que no podía permitir que cualquier criaturilla pudiera entrar y lo estropeara todo con actitudes escandalosas y desagradables.

Aquella noche en cuestión, había una pequeña reunión para un selecto grupo de vampiros. Hombres todos, que tenían más de doscientos años. Criaturas adaptadas al mundo moderno. Estaban "abajo", en el lugar donde hacía las exposiciones más privadas, disfrutando de un surtido de jóvenes muchachas asiáticas, difíciles de encontrar y reunir para su disfrute, pero él lo había conseguido.

El vampiro observaba la escena con la mirada perdida, la mente en otra parte, hasta que alguien le dio un suave toque en el hombro para llamar su atención. Al parecer, habían intrusos en la galería superior, o mejor dicho una intrusa. Tuvo que disculparse con sus invitados y dejarlos bajo el cuidado de su guardia, pues quería ir él mismo a ver quién tenía la osadía de invadir su territorio.

Se mantuvo al margen aun cuando sus ojos dieron con la mujer, observando aquel derroche de burla. Estaba tan segura de si misma que se permitía bufonear durante un robo. Alzó una ceja con curiosidad, acercándose despacio a ella cuando ya daba por finalizado su acto.

— Me pregunto...¿por qué desperdiciar tanta maestría danzando entre unas paredes tan ingratas como estas? — dijo con voz suave, fría, profunda. Señaló con la mano todo lo que les rodeaba, sin dejar de observarla. ¿Quién era esa mujer tan descarada y qué pretendía entrando allí a esas horas? — Un lugar de lo más peculiar para dejarse llevar por la magia de la música que solo podemos escuchar en nuestra cabeza, mi señora. — comenzó a moverse, para caminar rodeándola, observándola y analizándola — ¿No le parece?

No tenía más que decir, estaba seguro d que ella sabía perfectamente que la habían pillado, como comúnmente se diría, "con las manos en la masa". Y aun así Emerick no había hecho ademán ninguno de llamar a un guardia, o a nadie para que la detuviera, solo se mantenía allí, calmado, observándola mientras sus pasos, sorprendentemente silenciosos, lo llevaban a su alrededor, con mirada penetrante.

por **Cordelia Holtz** Sáb Dic 27, 2014 5:23 pm

La cazadora mostró una de sus sonrisas más agradecidas ante aquel espectador desconocido. Agradecida en exceso por la atención prestada, por aquellas palabras y sobre todo por la educación mostrada. Cosa en lo que ella no cumplía del todo –no es muy educado colarse en una propiedad privada, robar y encima convertir la escena en una mofa- y lo sabía, pero aquellas pequeñas aventuras eran ya parte de su oficio, de su vida. No dejaba de ser una dama igualmente e incluso en situaciones similares lo demostraba. Aun allanando y hurtando. Sin perder los modales. Aceptando una derrota si ésta era evidente con la más apropiada reverencia. Sin embargo, no era el caso. En aquella galería de arte el juego acababa de comenzar y la resolución era difícil de adivinar. En condiciones normales no, desde luego, pero Cordelia Holtz no solía ser muy normal.

- Mi buen caballero, ¿no es cierto que todo lo que usted expone en esta galería –no era tan desconocido al fin y al cabo, sabía de sobra que se trataba del dueño del lugar. El conocimiento es poder se decía constantemente- es arte aunque las personas –o seres sobrenaturales- que vengan a observarlo no lo cataloguen de tal o no sepan apreciarlo? ¿Qué diferencias aprecia con respecto a mi danza y a lo desagradecido de estas paredes? –mientras hablaba, pensaba, observaba, calculaba. El ventanal superior por el cual había accedido al recinto seguía abierto, su pistola como siempre, acompañando su muslo derecho, y si las cosas se ponían complicadas, un vestido que podía rasgar cuando le conviniera, propiciando una fuga más veloz. No ganaba para vestidos, pero con el paso de los años había convertido aquellas pequeñas aventuras en algo más emocionante que cualquiera de las recepciones de Palacio. Motivo por el cual se entallaba sin dudarlo en el vestido más adecuado a cada una, por miedo a convertir sus más peligrosas peripecias en actos vulgares que para ella y su peculiar forma de pensar, no eran en absoluto ordinarias-. Debería educarlas mejor. Que aprecien el arte y las cosas hermosas tanto como lo hace su dueño – su cuello se movía, guiado por los pasos de aquel hombre en derredor de ella. Seguía sonriendo con intención de no cesar en su juego, pero siempre a una distancia prudencial que cualquiera con dos dedos de frente no debía romper. Al fin y al cabo la habían pillado, si, pero había formas y formas de sobrellevarlo.

Cansada de sentir la mirada de aquel hombre y su pasividad ante ésta, la mujer decidió plantarse frente a él evitando su paseo.

- ¿Qué tal la fiesta ahí abajo? ¿Divertida? ¿Cree que podría acercarme a echar un vistazo? Bajo su supervisión, claro está –aquella boca le procuraba siempre un sinfín de problemas-. Quizás podríamos montar nuestra propia fiesta aquí. Aunque tampoco sería lo mismo. Sólo un hombre, una mujer y un montón de cuadros mirando –finalizó a un palmo de éste y clavando su mirada en la del inglés.

Juegos y más juegos. Un sinfín de detalles podían marcar el desenlace en la sala. El carácter de aquel hombre, su interés en evitar un escándalo o preservar sus cuadros, la velocidad de la cazadora para alcanzar la pistola, su ingenio a la hora de conversar... aunque sólo el destino lo diría.

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