AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Clashing egos | Privado
—Saldré esta noche. Que preparen el carruaje. —Anunció secamente el rey a uno de sus empleados, con su arrogante forma de hablar, y como si se tratara de cualquier cosa.
El hombre parpadeó ante sus palabras pero no se movió ni dijo nada. En silencio le dedicó una mirada llena de desconcierto. Nigel notó cómo éste pasaba saliva, completamente tenso y con la mandíbula apretada, como si deseara decir algo y no se atreviera, algo que no era demasiado extraño, puesto que ocurría con la mayoría de sus empleados. La soberbia y necedad de su nuevo rey los orillaba a ello, porque lo cierto es que Nigel era un hombre que no admitía que le contradijeran, sea cual fuere la cuestión. Desde la coronación se había vuelto todavía más insolente, mucho más arrogante y demasiado orgulloso de sí mismo. Amaba ser obedecido al instante, y quien no lo complacía, corría el riesgo de sufrir los estragos de su ira. Sin mencionar que corrían el riesgo de morir, si él decidía convertirlos en su cena, aunque, eso, todavía casi nadie lo sabía... a excepción de aquellos que sospechaban y que coincidían en que era demasiado extraño que Su Majestad permaneciera todo el día encerrado y saliera solamente caída la noche. Nigel, por supuesto, hacía caso omiso a las habladurías, como había hecho durante toda su vida, y aguardaba paciente el momento oportuno en el que anunciaría su verdadera naturaleza, no solo a Francia, sino al mundo. Porque era un hecho que lo haría, nada lo haría cambiar de opinión, ni siquiera las amenazas que llegaban al palacio esporádicamente, donde anónimos cobardes lo sentenciaban a una muerte segura, si es que se empeñaba en continuar con su insolente plan.
—¿Hay algo que estés esperando? —preguntó alzando una ceja, al ver que el hombre no se atrevía a hablar.
—Es solo que me preguntaba… —balbuceó, sin poder encontrar las palabras correctas. Se le notaba muy nervioso, probablemente asustado—. ¿Cree usted que sea conveniente salir, Su Majestad? Con esas amenazas que ha recibido. Yo no creo que…
—No recuerdo haber pedido tu consejo. —Nigel le interrumpió abruptamente y lo atravesó con una mirada gélida—. ¿Qué te ha hecho pensar que me interesa escuchar tus argumentos? Te he dado una orden. Limítate a cumplirla.
—Sí, mi señor. —Asintió sumisamente el hombre e inclinó la cabeza para hacer una reverencia antes de salir de la habitación.
El rey se quedó a solas, y solo entonces demostró un poco de la intranquilidad que jamás manifestaría frente a otros. Del bolsillo de su chaqueta sacó un pequeño sobre que había estado ocultando durante varios días, lo abrió y leyó el contenido en voz baja. En efecto, tal y como había mencionado el empleado, se trataba de una amenaza. Un anónimo que firmaba con la inicial “A”, y que lo retaba a asistir esa noche, a cierta hora y a determinado lugar, completamente solo… si es que se atrevía.
—Por supuesto que iré. —Espetó, enfadado, tras dirigirle una mirada de odio al papel, el cual arrugó y lanzó al suelo.
Una extraña sensación lo invadió en el instante en que puso un pie dentro del magnífico carruaje que ya lo esperaba. Aunque se esmerara en parecer sereno, indiferente ante todo, como era su costumbre, no podía negar que la nota y aquella cita lo tenían un tanto inquieto. No obstante, decidió relajarse, y se dejó caer en el asiento de cuero. Acomodó sus lustrosas botas y su traje azul oscuro con detalles plateados, e indicó al cochero su destino.
El viaje a las afueras de la ciudad duró cerca de cuarenta minutos. Cuando llegaron ya habían dado casi las ocho de la noche. Nigel ordenó al hombre que se detuviera un poco antes del lugar que había indicado el anónimo, por lo que bajó del carruaje y siguió a pie completamente solo, hasta llegar a un viejo edificio que parecía haber sido algo parecido a un teatro. Estudió la escena que apreciaba en el exterior y más tarde decidió entrar. Y esperó. Esperó a que la primera señal de que aquello no había sido más que una mala broma, le fuera dada.
A pesar de la desconfianza, no podía negar que se sentía profundamente intrigado.
El hombre parpadeó ante sus palabras pero no se movió ni dijo nada. En silencio le dedicó una mirada llena de desconcierto. Nigel notó cómo éste pasaba saliva, completamente tenso y con la mandíbula apretada, como si deseara decir algo y no se atreviera, algo que no era demasiado extraño, puesto que ocurría con la mayoría de sus empleados. La soberbia y necedad de su nuevo rey los orillaba a ello, porque lo cierto es que Nigel era un hombre que no admitía que le contradijeran, sea cual fuere la cuestión. Desde la coronación se había vuelto todavía más insolente, mucho más arrogante y demasiado orgulloso de sí mismo. Amaba ser obedecido al instante, y quien no lo complacía, corría el riesgo de sufrir los estragos de su ira. Sin mencionar que corrían el riesgo de morir, si él decidía convertirlos en su cena, aunque, eso, todavía casi nadie lo sabía... a excepción de aquellos que sospechaban y que coincidían en que era demasiado extraño que Su Majestad permaneciera todo el día encerrado y saliera solamente caída la noche. Nigel, por supuesto, hacía caso omiso a las habladurías, como había hecho durante toda su vida, y aguardaba paciente el momento oportuno en el que anunciaría su verdadera naturaleza, no solo a Francia, sino al mundo. Porque era un hecho que lo haría, nada lo haría cambiar de opinión, ni siquiera las amenazas que llegaban al palacio esporádicamente, donde anónimos cobardes lo sentenciaban a una muerte segura, si es que se empeñaba en continuar con su insolente plan.
—¿Hay algo que estés esperando? —preguntó alzando una ceja, al ver que el hombre no se atrevía a hablar.
—Es solo que me preguntaba… —balbuceó, sin poder encontrar las palabras correctas. Se le notaba muy nervioso, probablemente asustado—. ¿Cree usted que sea conveniente salir, Su Majestad? Con esas amenazas que ha recibido. Yo no creo que…
—No recuerdo haber pedido tu consejo. —Nigel le interrumpió abruptamente y lo atravesó con una mirada gélida—. ¿Qué te ha hecho pensar que me interesa escuchar tus argumentos? Te he dado una orden. Limítate a cumplirla.
—Sí, mi señor. —Asintió sumisamente el hombre e inclinó la cabeza para hacer una reverencia antes de salir de la habitación.
El rey se quedó a solas, y solo entonces demostró un poco de la intranquilidad que jamás manifestaría frente a otros. Del bolsillo de su chaqueta sacó un pequeño sobre que había estado ocultando durante varios días, lo abrió y leyó el contenido en voz baja. En efecto, tal y como había mencionado el empleado, se trataba de una amenaza. Un anónimo que firmaba con la inicial “A”, y que lo retaba a asistir esa noche, a cierta hora y a determinado lugar, completamente solo… si es que se atrevía.
—Por supuesto que iré. —Espetó, enfadado, tras dirigirle una mirada de odio al papel, el cual arrugó y lanzó al suelo.
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Una extraña sensación lo invadió en el instante en que puso un pie dentro del magnífico carruaje que ya lo esperaba. Aunque se esmerara en parecer sereno, indiferente ante todo, como era su costumbre, no podía negar que la nota y aquella cita lo tenían un tanto inquieto. No obstante, decidió relajarse, y se dejó caer en el asiento de cuero. Acomodó sus lustrosas botas y su traje azul oscuro con detalles plateados, e indicó al cochero su destino.
El viaje a las afueras de la ciudad duró cerca de cuarenta minutos. Cuando llegaron ya habían dado casi las ocho de la noche. Nigel ordenó al hombre que se detuviera un poco antes del lugar que había indicado el anónimo, por lo que bajó del carruaje y siguió a pie completamente solo, hasta llegar a un viejo edificio que parecía haber sido algo parecido a un teatro. Estudió la escena que apreciaba en el exterior y más tarde decidió entrar. Y esperó. Esperó a que la primera señal de que aquello no había sido más que una mala broma, le fuera dada.
A pesar de la desconfianza, no podía negar que se sentía profundamente intrigado.
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Última edición por Nigel Quartermane el Dom Ago 16, 2015 5:41 pm, editado 1 vez
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: Clashing egos | Privado
Sin duda Francia estaba en problemas. No es que le importara demasiado la decadencia del pueblo, un pueblo que sin duda se estaba hundiendo por su ambición, sus jerarquía, su vanidad, y sobretodo por aquel rey soberbio. Su viaje había sido largo en trayecto, pero cercano por sus habilidades de vampiresa. Se había puesto al corriente con un par de colegas sobre lo que pasaba en el lugar. En sus viajes en países lejanos había escuchado rumores, al principio no los había tomado en cuenta ¿para qué? A lo largo que su existencia había conocido criaturas cómo él. Idiotas que creían en el dominio publico de una condición que parecía un mito, y que sólo uno cuantos sabia a ciencia cierta. Ella misma había aniquilado a un par, incluso se había bebido su sangre con gusto. El anonimato de las criaturas de la noche debía seguir así. ¿Por qué? Porque les convenía en muchos aspectos. Ella había estudiado los pro y los contra, y pesaban más los contra. ¿Por qué no lo entendían? ¿Por qué se aferraban? ¡Por idiotas que se creían por encima del resto! ¡Ja! Si ella fuera una de esos el planeta estaría vacío de humanos en ese momento, y pronto sería el fin también de los que llevaban esperando por experimentar una inmortalidad.
Un nombre no representaba nada cuando se había vivido más de cuatro mil años. Sólo resultaba ser una etiqueta, una forma de distinción entre los demás. Sin embargo entre la humanidad aquel dato podía llevarte a todo un perfil que te daba lo que necesitabas: información.
Nigel Quartermane era un bebé a comparación de ella. Un neonato que se sentía invencible por su reciente transformación. Pasó algunas noches estudiando lo que había sido, pero se dedicó desde el inicio de sus ideas. Su hermano gemelo, la educación y la separación que ambos tuvieron. Su ahora esposa, una reina que no tenía nada de ello porque había sido prostituta (un detalle que la hizo sonreír, por cierto), de nombre Claire y un hijo llamado León. A pesar de sus formas tan estúpidas de tratarlos, eran sus puntos débiles. ¡Fascinante! Más facilidad y maneras con que chantajearlo, destrozarlo, amenazarlo.
Al rey no se le contradice, no se le reta, no se le amenaza ¡Nada negativo contra el rey! Y por esa razón lo había hecho, con la finalidad de tentarlo, de llamarlo, de atraerlo a ella. Una simple frase, una localización, un encuentro y un dialogo que podría terminar en lo peor, pero no para ella claramente, sino para él.
Verlo salir de su “hogar” fue divertido. Incluso seguirle el trayecto hasta el lugar de cita. El camino fue bastante aburrido, pero no podía quejarse, ¿qué podía esperar de un inexperto? Nada. Lo dejó dentro del lugar un rato, buscaba que su paciencia se perdiera con rapidez, el estudio que había hecho de él le indicaba que no tendría que esperar mucho para lograr su cometido. Podía escuchar a lo lejos cómo refunfuñaba. Cuando lo creyó pertinente se adentro, no hizo ruido, ella llevaba los pasos de la muerte. Parecía no estar aunque estuviera.
— Siempre he creído que los humanos tienen los gobernantes que merecen, pero no sé que tanto pecaron en esta ocasión para tener a alguien cómo tú… — Se movía con rapidez. No le permitía que la viera. No aún.
— ¿Qué clase de mundo quieres dejar para tú pequeño León? — Articulo con suavidad, aunque en su tono de voz se notaba la amenaza. El nombre del pequeño lo saboreó, incluso pasó la lengua por sus dientes. Se colocó en la entrada del lugar. La luz de la luna delineaba su silueta. Llevaba pocas prendas, las suficientes para dejar mostrar su cuerpo a su antojo. Para los conservadores de aquella época eso sería demasiado vulgar. Poco le importaba.
— Me han dicho que el rey un levantamiento quiere hacer, que no razona, y que sobre los cadáveres quiere estar. ¿Desea dominar? ¿Qué exactamente quiere domar? Cuéntame, necesito enterarme, que me lo digas, quizás me convenza de estar contigo, no te conviene tenerme de tú enemiga — Su sonrisa se amplió. Se acercó a él, se plantó frente a él y le guiñó un ojo con sugerencia. El rey sucumbía ante las mujeres hermosas, y ella se sabía más que eso.
Un nombre no representaba nada cuando se había vivido más de cuatro mil años. Sólo resultaba ser una etiqueta, una forma de distinción entre los demás. Sin embargo entre la humanidad aquel dato podía llevarte a todo un perfil que te daba lo que necesitabas: información.
Nigel Quartermane era un bebé a comparación de ella. Un neonato que se sentía invencible por su reciente transformación. Pasó algunas noches estudiando lo que había sido, pero se dedicó desde el inicio de sus ideas. Su hermano gemelo, la educación y la separación que ambos tuvieron. Su ahora esposa, una reina que no tenía nada de ello porque había sido prostituta (un detalle que la hizo sonreír, por cierto), de nombre Claire y un hijo llamado León. A pesar de sus formas tan estúpidas de tratarlos, eran sus puntos débiles. ¡Fascinante! Más facilidad y maneras con que chantajearlo, destrozarlo, amenazarlo.
Al rey no se le contradice, no se le reta, no se le amenaza ¡Nada negativo contra el rey! Y por esa razón lo había hecho, con la finalidad de tentarlo, de llamarlo, de atraerlo a ella. Una simple frase, una localización, un encuentro y un dialogo que podría terminar en lo peor, pero no para ella claramente, sino para él.
Verlo salir de su “hogar” fue divertido. Incluso seguirle el trayecto hasta el lugar de cita. El camino fue bastante aburrido, pero no podía quejarse, ¿qué podía esperar de un inexperto? Nada. Lo dejó dentro del lugar un rato, buscaba que su paciencia se perdiera con rapidez, el estudio que había hecho de él le indicaba que no tendría que esperar mucho para lograr su cometido. Podía escuchar a lo lejos cómo refunfuñaba. Cuando lo creyó pertinente se adentro, no hizo ruido, ella llevaba los pasos de la muerte. Parecía no estar aunque estuviera.
— Siempre he creído que los humanos tienen los gobernantes que merecen, pero no sé que tanto pecaron en esta ocasión para tener a alguien cómo tú… — Se movía con rapidez. No le permitía que la viera. No aún.
— ¿Qué clase de mundo quieres dejar para tú pequeño León? — Articulo con suavidad, aunque en su tono de voz se notaba la amenaza. El nombre del pequeño lo saboreó, incluso pasó la lengua por sus dientes. Se colocó en la entrada del lugar. La luz de la luna delineaba su silueta. Llevaba pocas prendas, las suficientes para dejar mostrar su cuerpo a su antojo. Para los conservadores de aquella época eso sería demasiado vulgar. Poco le importaba.
— Me han dicho que el rey un levantamiento quiere hacer, que no razona, y que sobre los cadáveres quiere estar. ¿Desea dominar? ¿Qué exactamente quiere domar? Cuéntame, necesito enterarme, que me lo digas, quizás me convenza de estar contigo, no te conviene tenerme de tú enemiga — Su sonrisa se amplió. Se acercó a él, se plantó frente a él y le guiñó un ojo con sugerencia. El rey sucumbía ante las mujeres hermosas, y ella se sabía más que eso.
Marishka Marquand- Vampiro Clase Alta
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Re: Clashing egos | Privado
La voz no tardó en inundar el abandonado edificio. Nigel se sorprendió –agradablemente– al percatarse de que provenía de una mujer. El cobarde que llevaba dentro debía admitir que, antes de ese momento, le había preocupado un poco encontrarse con un vampiro de dos metros que pesara lo doble que él, pero saber que se trataba de una vampiresa, lo hacía sentirse más confiado. De algún modo, siempre había considerado a las féminas… quizá no inferiores, pero definitivamente aptas para cosas distintas a las que les correspondían a los hombres, sí. Pero, ¿quién podía culparlo por ello? Nadie, cuando la mayoría de los hombres pensaba igual y era el rey el que los secundaba en tales pensamientos.
Nigel miró en todas direcciones, esperando conocer al fin a aquella insolente criatura que se atrevía a hacerle “sutiles” amenazas, pero no la visualizó. De un momento a otro, su silueta se hizo presente en una desvencijada pared. Su sombra avanzó lentamente frente a él, revelando la exquisita figura que ésta poseía. El eco de sus pasos la acompañó como un tenue susurro, y finalmente se mostró. Nigel la miró desde el otro extremo, devolviéndole una mirada soberbia, absorbiéndola con los ojos. No parecía mucho mayor a él, no debía sobrepasar los veinticinco años… al menos en apariencia. Los ojos, grandes y exóticos, eran el rasgo que más destacaba en su cara, coronados por negras y tupidas pestañas y un par de fuertes pero delicadas cejas. Cabello oscuro, pómulos marcados y labios carnosos. Tenía una mirada retadora, casi ardiente, que parecía invitar a todo el que la observaba a disfrutar del resto de su maravilloso cuerpo, esbelto, pero con curvas. Físicamente, era sencillamente deliciosa. Nigel sintió que un torrente de lujuria le recorría el cuerpo, y sonrió divertido al percatarse de la escasa indumentaria que ésta llevaba encima. ¿Se había vestido así para provocarlo, o ya era así, naturalmente zorrilla? Su sonrisa se ensanchó.
—Basta de charla —le dijo con un tono autoritario cuando ella, tan orgullosa y arrogante como él, se le plantó en frente, sin hacer ningún tipo de reverencia—. ¿Así que eres tú la autora de la nota? ¿Y has venido a decirme algo en concreto, o planeas matarme de aburrimiento con tu no requerido monólogo?
A pesar de sus infames amenazas hacia su familia, Nigel logró mantener el gesto inexpresivo, como si realmente aquello lo tuviera sin cuidado. En cierta parte, así era. Estaba confiado porque en ningún momento los había dejado –ni lo haría- desprotegidos. Si esa ramera o cualquier otra criatura intentaban acercarse a ellos, primero tendrían que pasar por encima de los cadáveres de un gran ejército.
—De haber querido amenazarme, te habrías ahorrado todo este teatrito y me habrías hecho llegar tus advertencias mediante otro medio. Pero estás aquí, algo importante querrás que ocurra a partir de nuestro encuentro. Tampoco estás aquí para que te convenza de unirte a mi movimiento. Yo no hago eso. No me hace falta tratar de convencer a nadie, pues te aseguro que tengo suficientes aliados que han coincidido conmigo y lo han hecho por convicción propia. Esos son los buenos guerreros, los que no se cuestionan nada. A esos es a los que hay que temerles. Así que… —hizo una pausa, instantes que aprovechó para cruzar la poca distancia que los separaba, una clara muestra de que no le temía, sino que por el contrario, la desafiaba, como hacía con el resto de los de su raza a través de su levantamiento— ¿vas a decirme de una vez de qué se trata tu juego? Necesito descubrir si deseo jugarlo…
Nigel no recordaba la última vez que se había sentido tan vivo, tan a gusto, tan orgulloso de sí mismo. Se quedó un momento muy quieto, saboreando aquel momento, la sensación recorriendo su cuerpo. Se sentía tan lleno de energía, como si la adrenalina jamás hubiera abandonado su cuerpo muerto. Desde su conversión, se había vuelto completamente loco. Nunca antes había actuado tan descabelladamente. El poder lo tenía cejado, lo orillaba a ir demasiado lejos, yendo completamente en contra de lo que Amanda, su creadora, le había enseñado. Y todo por la maldita ambición.
Nigel miró en todas direcciones, esperando conocer al fin a aquella insolente criatura que se atrevía a hacerle “sutiles” amenazas, pero no la visualizó. De un momento a otro, su silueta se hizo presente en una desvencijada pared. Su sombra avanzó lentamente frente a él, revelando la exquisita figura que ésta poseía. El eco de sus pasos la acompañó como un tenue susurro, y finalmente se mostró. Nigel la miró desde el otro extremo, devolviéndole una mirada soberbia, absorbiéndola con los ojos. No parecía mucho mayor a él, no debía sobrepasar los veinticinco años… al menos en apariencia. Los ojos, grandes y exóticos, eran el rasgo que más destacaba en su cara, coronados por negras y tupidas pestañas y un par de fuertes pero delicadas cejas. Cabello oscuro, pómulos marcados y labios carnosos. Tenía una mirada retadora, casi ardiente, que parecía invitar a todo el que la observaba a disfrutar del resto de su maravilloso cuerpo, esbelto, pero con curvas. Físicamente, era sencillamente deliciosa. Nigel sintió que un torrente de lujuria le recorría el cuerpo, y sonrió divertido al percatarse de la escasa indumentaria que ésta llevaba encima. ¿Se había vestido así para provocarlo, o ya era así, naturalmente zorrilla? Su sonrisa se ensanchó.
—Basta de charla —le dijo con un tono autoritario cuando ella, tan orgullosa y arrogante como él, se le plantó en frente, sin hacer ningún tipo de reverencia—. ¿Así que eres tú la autora de la nota? ¿Y has venido a decirme algo en concreto, o planeas matarme de aburrimiento con tu no requerido monólogo?
A pesar de sus infames amenazas hacia su familia, Nigel logró mantener el gesto inexpresivo, como si realmente aquello lo tuviera sin cuidado. En cierta parte, así era. Estaba confiado porque en ningún momento los había dejado –ni lo haría- desprotegidos. Si esa ramera o cualquier otra criatura intentaban acercarse a ellos, primero tendrían que pasar por encima de los cadáveres de un gran ejército.
—De haber querido amenazarme, te habrías ahorrado todo este teatrito y me habrías hecho llegar tus advertencias mediante otro medio. Pero estás aquí, algo importante querrás que ocurra a partir de nuestro encuentro. Tampoco estás aquí para que te convenza de unirte a mi movimiento. Yo no hago eso. No me hace falta tratar de convencer a nadie, pues te aseguro que tengo suficientes aliados que han coincidido conmigo y lo han hecho por convicción propia. Esos son los buenos guerreros, los que no se cuestionan nada. A esos es a los que hay que temerles. Así que… —hizo una pausa, instantes que aprovechó para cruzar la poca distancia que los separaba, una clara muestra de que no le temía, sino que por el contrario, la desafiaba, como hacía con el resto de los de su raza a través de su levantamiento— ¿vas a decirme de una vez de qué se trata tu juego? Necesito descubrir si deseo jugarlo…
Nigel no recordaba la última vez que se había sentido tan vivo, tan a gusto, tan orgulloso de sí mismo. Se quedó un momento muy quieto, saboreando aquel momento, la sensación recorriendo su cuerpo. Se sentía tan lleno de energía, como si la adrenalina jamás hubiera abandonado su cuerpo muerto. Desde su conversión, se había vuelto completamente loco. Nunca antes había actuado tan descabelladamente. El poder lo tenía cejado, lo orillaba a ir demasiado lejos, yendo completamente en contra de lo que Amanda, su creadora, le había enseñado. Y todo por la maldita ambición.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: Clashing egos | Privado
Antes de planear aquel encuentro, Marishka Marquand había decidido estudiar por completo a Nigel. Su carácter, sus pasatiempos, algunas de sus actividades sexuales, lo que supuestamente hacía como rey, y también a su familia. Todo, incluso más de eso lo pudo masticar para su beneficio. Ella no podía llegar a la guerra sin balas, porque estaría en desventaja. A pesar de la cantidad de años de inmortal, con la preparación, y la experiencia, nunca se confiaba. Sabía de sobra que un descuido podía causar el fin de su inmortalidad, y con honestidad, no estaba dispuesta a perder todo lo que construyó, menos por un neonato que más de inmortal, parecía un niño berrinchudo queriendo sobresalir. Por eso escucharlo hablar sólo confirmaba todo lo que había recopilado. Nigel era toda esa arrogancia, soberbia, y altanería que se imaginaba, aunque con dos niveles más. Para la mala suerte de la fémina era atractivo, y así como existían hombres que sucumbían ante las mujeres hermosas, ella era de esas que gozaba de los hombres sin importar nada. ¿Iba a resistir probar de él? ¿De esa sangre “real” e inmortal?
Se relamió los labios ante la idea de degustar de él. Su mirada no dejaba de estudiarlo con la lujuria que la caracterizaba. Mariska aunque inteligente, resultaba una criatura salvaje. Elegante, sí, pero era una vampiresa que se dejaba llevar por sus deseos básicos. Una de las grande razones del porqué se metía en tantos problemas. Cuando sabe que tiene todas las de ganar, apaga los pensamientos más profundos y se deja llevar por las pasiones que la llegaban a alucinar. Y es qué ¿quién era ella para desaprovechar su inmortalidad, sino gozaba? Nadie. Al menos nadie parecido a los vampiros conformistas y reprimidos.
Después de toda una bola completa de pensamientos lujuriosos ante su adversario. Marishka cruzó un brazo a la altura del pecho, el otro lo recargó en el mismo y un dedo daba golpecitos a su mentón. Aquello cómo si estuviera de verdad dirigiendo lo que él decía.
— Supongo que crees soy la única con deseos de frenarte ¿No es así? — Su sonrisa se amplió de tal manera que sus colmillos aparecieron. Afilados, blancos, brillantes y perfectos. — Mientras te encuentras hablando conmigo, una gran cantidad de mis aliados se encuentran alrededor de tú humilde hogar, cada uno de tus guardias, esos que protegen a tú mujer, están custodiados por dos de los míos, con edades similares, o incluso con más años — Se encogió de hombros y comenzó a caminar por el lugar, sus pasos resonaban, aquello sumaba dramatización al asunto. A Marishka le gustaba crear un ambiente teatral, eso develaba más de lo que ella era: una excelente actriz.
— Es poco probable que cambie de opinión y me una a ti, porque vamos ¿de verdad deseas dar a conocer tú condición de inmortal? ¿Alguna vez te has puesto a analizar a los humanos? — Negó, para la fémina ellos eran mejores que los morales, sin embargo para poder doblegarlos se debe aprender a manipularlos, y es que por cada vampiro, existían humanos más de diez criaturas sin poder o especialidad alguna. Podría volverse una guerra peligrosa, porque ellos debían alimentarse, y los otros eran capaz de sacrificarse con tal de darles guerra. — No, nunca, porque me queda claro que Nigel Quartermane no piensa, que triste rey — Se mordisqueó el labio inferior burlona.
A Marishka le gustaba tantear su suerte, quedaba claro por su relación que tenía con Craig, aunque claramente Nigel no tenía idea de eso, y tampoco lo tendría.
— Los superamos en número, ¿no te da miedo eso? Además, de iniciar la guerra tú tendrías más que perder, tienes familia, ninguno de nosotros lo tiene ¿lo sabías? — Sonreír, y sonreír. Era lo único que ella hacía frente a él. — Y es que esos lazos que aún posees te hacen más débil aún. Una esposa, un hijo. Eso te abraza, aunque lo niegues, a tú mortalidad. ¿Ya te diste cuenta? No tienes oportunidad alguna. Eres un vampiro básico que no deja ir sus últimos rastros de humanidad. ¡Te niegas a perder a tú familia! ¡Te niegas a aceptar que los necesitas! Eres débil porque ellos serán tú destrucción. — ¿Jugar sucio? Ella siempre lo hacía.
¿Para que mentir? Marishka no peleaba en una guerra sin ventaja, ella siempre buscaría ir un paso adelante, y no le importaba lo que debía destruir a su paso, así fuera que tuviera que atravesar el cuello de León Quartermane con sus colmillos.
Si Nigel seguía con aquellas ideas, lo primero que caería sería su familia.
Se relamió los labios ante la idea de degustar de él. Su mirada no dejaba de estudiarlo con la lujuria que la caracterizaba. Mariska aunque inteligente, resultaba una criatura salvaje. Elegante, sí, pero era una vampiresa que se dejaba llevar por sus deseos básicos. Una de las grande razones del porqué se metía en tantos problemas. Cuando sabe que tiene todas las de ganar, apaga los pensamientos más profundos y se deja llevar por las pasiones que la llegaban a alucinar. Y es qué ¿quién era ella para desaprovechar su inmortalidad, sino gozaba? Nadie. Al menos nadie parecido a los vampiros conformistas y reprimidos.
Después de toda una bola completa de pensamientos lujuriosos ante su adversario. Marishka cruzó un brazo a la altura del pecho, el otro lo recargó en el mismo y un dedo daba golpecitos a su mentón. Aquello cómo si estuviera de verdad dirigiendo lo que él decía.
— Supongo que crees soy la única con deseos de frenarte ¿No es así? — Su sonrisa se amplió de tal manera que sus colmillos aparecieron. Afilados, blancos, brillantes y perfectos. — Mientras te encuentras hablando conmigo, una gran cantidad de mis aliados se encuentran alrededor de tú humilde hogar, cada uno de tus guardias, esos que protegen a tú mujer, están custodiados por dos de los míos, con edades similares, o incluso con más años — Se encogió de hombros y comenzó a caminar por el lugar, sus pasos resonaban, aquello sumaba dramatización al asunto. A Marishka le gustaba crear un ambiente teatral, eso develaba más de lo que ella era: una excelente actriz.
— Es poco probable que cambie de opinión y me una a ti, porque vamos ¿de verdad deseas dar a conocer tú condición de inmortal? ¿Alguna vez te has puesto a analizar a los humanos? — Negó, para la fémina ellos eran mejores que los morales, sin embargo para poder doblegarlos se debe aprender a manipularlos, y es que por cada vampiro, existían humanos más de diez criaturas sin poder o especialidad alguna. Podría volverse una guerra peligrosa, porque ellos debían alimentarse, y los otros eran capaz de sacrificarse con tal de darles guerra. — No, nunca, porque me queda claro que Nigel Quartermane no piensa, que triste rey — Se mordisqueó el labio inferior burlona.
A Marishka le gustaba tantear su suerte, quedaba claro por su relación que tenía con Craig, aunque claramente Nigel no tenía idea de eso, y tampoco lo tendría.
— Los superamos en número, ¿no te da miedo eso? Además, de iniciar la guerra tú tendrías más que perder, tienes familia, ninguno de nosotros lo tiene ¿lo sabías? — Sonreír, y sonreír. Era lo único que ella hacía frente a él. — Y es que esos lazos que aún posees te hacen más débil aún. Una esposa, un hijo. Eso te abraza, aunque lo niegues, a tú mortalidad. ¿Ya te diste cuenta? No tienes oportunidad alguna. Eres un vampiro básico que no deja ir sus últimos rastros de humanidad. ¡Te niegas a perder a tú familia! ¡Te niegas a aceptar que los necesitas! Eres débil porque ellos serán tú destrucción. — ¿Jugar sucio? Ella siempre lo hacía.
¿Para que mentir? Marishka no peleaba en una guerra sin ventaja, ella siempre buscaría ir un paso adelante, y no le importaba lo que debía destruir a su paso, así fuera que tuviera que atravesar el cuello de León Quartermane con sus colmillos.
Si Nigel seguía con aquellas ideas, lo primero que caería sería su familia.
Marishka Marquand- Vampiro Clase Alta
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Re: Clashing egos | Privado
¡Pero qué insolencia! Se atrevía a amenazarlo en su propia cara sin el menor miramiento. ¿Quién diablos se creía que era para afrentarlo de semejante manera? ¡Él era Nigel Quartermane, rey de Francia, y solo por eso le debía sumisión y respeto! No conforme con ello, ponía en tela de juicio sus aspiraciones, sus ambiciones, atentando contra su dignidad, su honor, su credibilidad. ¡Qué estúpida! Era suficiente, había llegado demasiado lejos.
La sonrisa de Quartermane se debilitó pero no llegó a borrarse del todo. Se esforzó por parecer indiferente, pero si se le miraba muy fijamente, podían darse cuenta del aborrecimiento que empezaba a gestarse en su interior. Quería aproximarse y rodear salvajemente su cuello con sus manos, estrujarlo con ferocidad hasta romperlo, asesinarla sin sentir ningún atisbo de compasión por ella, borrar para siempre de su bonito rostro la mirada de arrogante insolencia con la que lo observaba mientras andaba de aquí a allá. La despreciaba, de eso no había duda. Todo aquel que osara a atentar en contra de su familia, que era lo que más atesoraba en el mundo, se merecía tal cosa. Sin embargo, permaneció observándola como si nada ocurriera, conteniendo la rabia en su interior, como una bomba de tiempo que podía explotar en cualquier momento.
—Me juzgas con tanta ligereza que casi me hace sentir ofendido —pronunció tan quitado de la pena, con cierto tono divertido en la voz que era completamente falso, puesto que aquello había dejado de divertirle en el momento en que ella mostró las garras y se declaró abiertamente su enemiga. No obstante, la miró con la tranquila despreocupación que siente un hombre al estar en su propia casa, entre los suyos. ¡Cuánta vanidad y arrogancia!—. Por supuesto que no creo que eres la única que desea frenarme. Por favor, no me creas tan ingenuo. Admito que me sentiría realmente decepcionado si así fuera, si el número de enemigos se redujera a una mínima cantidad. Entonces las cosas sí que se pondrían aburridas —se encogió de hombros y asintió—. ¿Tienes idea de la cantidad de misivas que como la tuya han llegado a mi palacio? Decenas. Todas con amenazas, advirtiéndome, sentenciándome a una muerte dolorosa, si no desisto de mis planes. Así que no te creas tan especial. Y aquí entre nos, te confieso que lejos de atemorizarme, me halagan. Parecen estar todos tan al pendiente de mis movimientos. Así de importante soy para todos ustedes. Si no me consideraran una verdadera amenaza, ni siquiera se tomarían la molestia de advertirme.
Nigel sonrió cuando notó cómo la extraña lo miraba de arriba abajo, quizá algo incrédula a causa de las cosas que estaba escuchando, palabras que probablemente considerara verdaderos disparates de una mente estrecha e inmadura como la del actual rey de Francia. Él podía notar sus pensamientos, y aunque no pudiera escucharlos, no le era difícil descifrarlos.
—Sé que todos creen que soy idiota —prosiguió, y es muy probable que le haya adivinado el pensamiento—, pero ser un vampiro joven no implica también ser estúpido, no necesariamente. Podrá faltarme experiencia, pero tengo algo igualmente importante, algo de lo que muchos carecen: una visión. ¿Acaso no has escuchado que los jóvenes somos el futuro? Pues yo creo también somos el presente —alzó levemente la barbilla en un claro gesto de suficiencia y altivez—. No los entiendo. ¿Es que acaso no les gustaría vivir sin tener que esconderse como ratas? Yo les ofrezco eso, no tener que vivir socialmente aislados, como viles marginados. Pero temen tanto a los hombres cuando son ellos quienes deberían temernos, pues todo lo que poseen está a punto de serles arrebatado. Voy a hacerlo, proseguiré con mis planes, pésele a quien le pese —finalizó lanzando su amenaza y la mirada se le volvió muy fría.
Transcurrieron algunos minutos, mismos en los que se miraron en completo silencio, devolviéndose mutuamente las arrogantes miradas. Era como estar frente a un gran espejo que les devolvía una imagen –distorsionada, según su punto de vista- de sí mismos.
—Hay algo que sí debo concederte —prosiguió, aproximándose lentamente a la criatura—, y es el hecho que de que has sido la única que se ha atrevido a darme la cara. Eso te lo aplaudo. Has demostrado tener más cojones que muchos. Pero lo cierto es que no me asustan las perras boconas como tú. Eso es lo que les gusta, ¿verdad? Ladrar. Pero nunca muerden.
Marishka no lo vio venir, pero en ese instante la mano de Nigel se alzó con tan velocidad que no le permitió reaccionar prontamente. Le propinó tremenda bofetada en la cara, con tanta fuerza que ella terminó ladeando el rostro hacia un costado. Cuando se giró, se dio cuenta de que le había roto el labio y un delgado hilo de sangre colgaba de su boca. Desde luego, él no sintió remordimiento alguno por atreverse a golpearla, puesto que esa no era una mujer, era una desgraciada por haberse atrevido a atentar en contra de su esposa y de su pequeño hijo.
—Eso es para que aprendas que le debes respeto a tu rey. Que me tengas enfrente no te da el derecho de hablarme como si fueras mi igual. Estoy harto de tu insolencia.
La sonrisa de Quartermane se debilitó pero no llegó a borrarse del todo. Se esforzó por parecer indiferente, pero si se le miraba muy fijamente, podían darse cuenta del aborrecimiento que empezaba a gestarse en su interior. Quería aproximarse y rodear salvajemente su cuello con sus manos, estrujarlo con ferocidad hasta romperlo, asesinarla sin sentir ningún atisbo de compasión por ella, borrar para siempre de su bonito rostro la mirada de arrogante insolencia con la que lo observaba mientras andaba de aquí a allá. La despreciaba, de eso no había duda. Todo aquel que osara a atentar en contra de su familia, que era lo que más atesoraba en el mundo, se merecía tal cosa. Sin embargo, permaneció observándola como si nada ocurriera, conteniendo la rabia en su interior, como una bomba de tiempo que podía explotar en cualquier momento.
—Me juzgas con tanta ligereza que casi me hace sentir ofendido —pronunció tan quitado de la pena, con cierto tono divertido en la voz que era completamente falso, puesto que aquello había dejado de divertirle en el momento en que ella mostró las garras y se declaró abiertamente su enemiga. No obstante, la miró con la tranquila despreocupación que siente un hombre al estar en su propia casa, entre los suyos. ¡Cuánta vanidad y arrogancia!—. Por supuesto que no creo que eres la única que desea frenarme. Por favor, no me creas tan ingenuo. Admito que me sentiría realmente decepcionado si así fuera, si el número de enemigos se redujera a una mínima cantidad. Entonces las cosas sí que se pondrían aburridas —se encogió de hombros y asintió—. ¿Tienes idea de la cantidad de misivas que como la tuya han llegado a mi palacio? Decenas. Todas con amenazas, advirtiéndome, sentenciándome a una muerte dolorosa, si no desisto de mis planes. Así que no te creas tan especial. Y aquí entre nos, te confieso que lejos de atemorizarme, me halagan. Parecen estar todos tan al pendiente de mis movimientos. Así de importante soy para todos ustedes. Si no me consideraran una verdadera amenaza, ni siquiera se tomarían la molestia de advertirme.
Nigel sonrió cuando notó cómo la extraña lo miraba de arriba abajo, quizá algo incrédula a causa de las cosas que estaba escuchando, palabras que probablemente considerara verdaderos disparates de una mente estrecha e inmadura como la del actual rey de Francia. Él podía notar sus pensamientos, y aunque no pudiera escucharlos, no le era difícil descifrarlos.
—Sé que todos creen que soy idiota —prosiguió, y es muy probable que le haya adivinado el pensamiento—, pero ser un vampiro joven no implica también ser estúpido, no necesariamente. Podrá faltarme experiencia, pero tengo algo igualmente importante, algo de lo que muchos carecen: una visión. ¿Acaso no has escuchado que los jóvenes somos el futuro? Pues yo creo también somos el presente —alzó levemente la barbilla en un claro gesto de suficiencia y altivez—. No los entiendo. ¿Es que acaso no les gustaría vivir sin tener que esconderse como ratas? Yo les ofrezco eso, no tener que vivir socialmente aislados, como viles marginados. Pero temen tanto a los hombres cuando son ellos quienes deberían temernos, pues todo lo que poseen está a punto de serles arrebatado. Voy a hacerlo, proseguiré con mis planes, pésele a quien le pese —finalizó lanzando su amenaza y la mirada se le volvió muy fría.
Transcurrieron algunos minutos, mismos en los que se miraron en completo silencio, devolviéndose mutuamente las arrogantes miradas. Era como estar frente a un gran espejo que les devolvía una imagen –distorsionada, según su punto de vista- de sí mismos.
—Hay algo que sí debo concederte —prosiguió, aproximándose lentamente a la criatura—, y es el hecho que de que has sido la única que se ha atrevido a darme la cara. Eso te lo aplaudo. Has demostrado tener más cojones que muchos. Pero lo cierto es que no me asustan las perras boconas como tú. Eso es lo que les gusta, ¿verdad? Ladrar. Pero nunca muerden.
Marishka no lo vio venir, pero en ese instante la mano de Nigel se alzó con tan velocidad que no le permitió reaccionar prontamente. Le propinó tremenda bofetada en la cara, con tanta fuerza que ella terminó ladeando el rostro hacia un costado. Cuando se giró, se dio cuenta de que le había roto el labio y un delgado hilo de sangre colgaba de su boca. Desde luego, él no sintió remordimiento alguno por atreverse a golpearla, puesto que esa no era una mujer, era una desgraciada por haberse atrevido a atentar en contra de su esposa y de su pequeño hijo.
—Eso es para que aprendas que le debes respeto a tu rey. Que me tengas enfrente no te da el derecho de hablarme como si fueras mi igual. Estoy harto de tu insolencia.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: Clashing egos | Privado
Mariska se lo había visto venir, incluso desde antes de encontrarse frente a él. Sabía que lo enfurecería, que probablemente haría que perdiera el control de su ser, mostrando así su verdadera naturaleza. Nigel ya no era un simple humano, aunque fuera una criatura nueva, ya no sería el frágil hombre que en algún momento fue, no porque careciera de fuerza, sino por su naturaleza misma, una que podían partir en dos de un momento a otro, si alguno de los suyos quisiera, sin embargo seguía siendo un neófito, uno que quisiera o no tenía gran desventaja frente a ella. Mientras él se encargaba de jugar al ser el rey que maltrataba a su esposa, ella desde un principio había sido una guerrera, se había levantado en medio de violaciones, entre torturas, aprendió lo que era seguir de pie incluso cuando supuestamente no tenía motivos. Ella había alzado el rostro sin importar nada ni nada, excepto ella. Se entrenó de manera barbárica, y eso se lo demostraría no sólo a él, sino a muchos más que se pusieran enfrente de ella, enfrente de cualquier ideal que quisieran romper en beneficio propio. Nigel tenía buenos motivos, incluso ella había sopesado la idea de gobernar por encima de los humanos, pero ese no era el caso, mucho menos la manera, porque ellos eran su alimento, y criarlos a base de medio, amenaza y sentencia, no era la mejor manera, en poco tiempo carecerían. Ellos pagarían los platos rotos. Extinción de dos razas al mismo tiempo, Una tontería.
Ella había sufrido el primer golpe, no por eso iba a dejar que ganaran en aquella batalla. Si Nigel quería jugar, poner en riesgo a su familia y terminar por interrumpir su inmortalidad, ella con gusto podría hacerlo. Juegos que se sabía de memoria, situaciones que con anterioridad había vivido, aquello no era nuevo, aunque la diferencia radicaba en la corona del rey, el gran ejercito que tenía detrás de él y por supuesto, todo aquello que ella podía ganar de por medio, porque no se puede olvidar que se trata de una cazafortunas, que sin importar algunos ideales, terminaba por ceder con quien terminaba por darle más. ¡Una arpía interesada! No importaba lo que dijeran, iba ella por encima de todos, incluso de los de su raza.
Mirando aún hacía el costado, la sonrisa de la vampiresa se amplió. La sangre a causa del golpe también cubrió sus dientes, y al mostrarlos se dejaba ver la imagen de una criatura enfermiza que disfrutaba el dolor.
En ese instante recordó a Craig, era al único que dejaba la golpeara por placer. Sin duda la noche se mostraba divertida.
Se relamió los labios lentamente. Disfrutaba de la sangre de vampiro. Incluso de la propia. La linea entra la frescura de un ser humano vital, y la mezcla entre la podrida de los suyos le daban un sabor extraño, enfermizo, y especial. Le encantaba. Después de relamerse, terminó por mirarlo de nuevo de frente, no quitaba su altanería, tampoco aquella pose soberbia y segura que la caracterizaba. No se iba a doblegar por él, por nadie. ¿Era un rey? ¿Según quien? Inevitablemente la carcajada apareció, el bosque retumbó, y las aves volaron lejos de ellos. El eco envolvía el ambiente. La danza de los demonios, de ellos estaba comenzando.
— Eres contradictorio, rey Quartermane — El tono de voz seguía demostrando la burla infinita que le ocasionaba debía hacerle — Hablas de querer dominar a la raza humana — Negó — Se te olvida que esos humanos son los que te dieron esa corona, quienes se colocan de rodillas para adorarte, no nosotros, no los que somos de tu misma raza, a nosotros no nos importa una estúpida corona que idealizaron esas criaturas insignificantes. ¿Seguirás perteneciendo a ellos? Piensa bien lo que estás a punto de hacer — Volvió a relamerse, parecía que no iba a atacar, que no iba a hacer nada, estaba tan tranquila que incluso frustraba.
Sin embargo Marishka ya nunca se quedaba cruzada de brazos, nunca lo haría. Desde el día de su conversión se juró que nadie que le pusiera un dedo encima, saldría sin al menos un rasguño.
La vampiresa caminó alrededor del vampiro, seguía estudiándolo, o al menos restándole un poco de paciencia, si iba a pelear con él,que fuera con su parte enfurecida, que le diera verdadera batalla. Dio un paso hacía adelante y notó que el “rey” se encontraba preparado, pero los siguientes dos fueron decisivos. Su pequeña mano había dado directamente en la nariz del rey, haciendo que el hueso tronara dejando conocer que la fractura había aparecido. No sólo fue ese el único golpe que dio, también dio otro en la mandíbula, y el siguiente en uno de sus ojos. Dio un brinco hacía atrás, quedando a espaldas de él, fueron solo unos segundos, los suficientes para que él se diera la vuelta, y cuando lo hizo volvió a saltar, está vez cayendo de frente sobre los hombros de la criatura. Sus piernas se enredaron en su nuca, dejó caer con rapidez su cuerpo, haciendo que la espalda propia chocara contra las piernas masculinas, con la fuerza que efectuó al caer, y los brazos sosteniendo su cuerpo en el suelo, logró que el vampiro despegara su cuerpo del suelo, y diera una vuelta en el aire, haciéndolo caer de espaldas al suelo.
— ¿Está intentando juguetear conmigo, mi rey? — Sonrió restregando de forma vulgar su intimidad en la cara del hombre antes de ponerse de pie y golpear uno de sus costados. Se hizo a un lado esperando la reacción, esperando el siguiente golpe.
Ella había sufrido el primer golpe, no por eso iba a dejar que ganaran en aquella batalla. Si Nigel quería jugar, poner en riesgo a su familia y terminar por interrumpir su inmortalidad, ella con gusto podría hacerlo. Juegos que se sabía de memoria, situaciones que con anterioridad había vivido, aquello no era nuevo, aunque la diferencia radicaba en la corona del rey, el gran ejercito que tenía detrás de él y por supuesto, todo aquello que ella podía ganar de por medio, porque no se puede olvidar que se trata de una cazafortunas, que sin importar algunos ideales, terminaba por ceder con quien terminaba por darle más. ¡Una arpía interesada! No importaba lo que dijeran, iba ella por encima de todos, incluso de los de su raza.
Mirando aún hacía el costado, la sonrisa de la vampiresa se amplió. La sangre a causa del golpe también cubrió sus dientes, y al mostrarlos se dejaba ver la imagen de una criatura enfermiza que disfrutaba el dolor.
En ese instante recordó a Craig, era al único que dejaba la golpeara por placer. Sin duda la noche se mostraba divertida.
Se relamió los labios lentamente. Disfrutaba de la sangre de vampiro. Incluso de la propia. La linea entra la frescura de un ser humano vital, y la mezcla entre la podrida de los suyos le daban un sabor extraño, enfermizo, y especial. Le encantaba. Después de relamerse, terminó por mirarlo de nuevo de frente, no quitaba su altanería, tampoco aquella pose soberbia y segura que la caracterizaba. No se iba a doblegar por él, por nadie. ¿Era un rey? ¿Según quien? Inevitablemente la carcajada apareció, el bosque retumbó, y las aves volaron lejos de ellos. El eco envolvía el ambiente. La danza de los demonios, de ellos estaba comenzando.
— Eres contradictorio, rey Quartermane — El tono de voz seguía demostrando la burla infinita que le ocasionaba debía hacerle — Hablas de querer dominar a la raza humana — Negó — Se te olvida que esos humanos son los que te dieron esa corona, quienes se colocan de rodillas para adorarte, no nosotros, no los que somos de tu misma raza, a nosotros no nos importa una estúpida corona que idealizaron esas criaturas insignificantes. ¿Seguirás perteneciendo a ellos? Piensa bien lo que estás a punto de hacer — Volvió a relamerse, parecía que no iba a atacar, que no iba a hacer nada, estaba tan tranquila que incluso frustraba.
Sin embargo Marishka ya nunca se quedaba cruzada de brazos, nunca lo haría. Desde el día de su conversión se juró que nadie que le pusiera un dedo encima, saldría sin al menos un rasguño.
La vampiresa caminó alrededor del vampiro, seguía estudiándolo, o al menos restándole un poco de paciencia, si iba a pelear con él,que fuera con su parte enfurecida, que le diera verdadera batalla. Dio un paso hacía adelante y notó que el “rey” se encontraba preparado, pero los siguientes dos fueron decisivos. Su pequeña mano había dado directamente en la nariz del rey, haciendo que el hueso tronara dejando conocer que la fractura había aparecido. No sólo fue ese el único golpe que dio, también dio otro en la mandíbula, y el siguiente en uno de sus ojos. Dio un brinco hacía atrás, quedando a espaldas de él, fueron solo unos segundos, los suficientes para que él se diera la vuelta, y cuando lo hizo volvió a saltar, está vez cayendo de frente sobre los hombros de la criatura. Sus piernas se enredaron en su nuca, dejó caer con rapidez su cuerpo, haciendo que la espalda propia chocara contra las piernas masculinas, con la fuerza que efectuó al caer, y los brazos sosteniendo su cuerpo en el suelo, logró que el vampiro despegara su cuerpo del suelo, y diera una vuelta en el aire, haciéndolo caer de espaldas al suelo.
— ¿Está intentando juguetear conmigo, mi rey? — Sonrió restregando de forma vulgar su intimidad en la cara del hombre antes de ponerse de pie y golpear uno de sus costados. Se hizo a un lado esperando la reacción, esperando el siguiente golpe.
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