Flashback - Une foule de visages oubliés [Arsénico]

El cántico de las sirenas más contradictorias y viles me había conquistado aquella noche de las que aún contaban con mi aliento humano; vivo, aunque no mucho más dispuesto a atrapar la muerte, incluso si en el presente ya estoy muerta. En efecto, no bastó con que dejara de respirar para olvidar mi constante deseo de no hacerlo, y es ahora mismo cuando me doy cuenta de que desaprovechaba más tiempo en vida, que lo que podría hacerlo ahora que ya conseguí lo que buscaba. La meta no tiene por qué ser el final, o por lo menos ése ha sido mi caso y no me arrepiento de decir que siento una pena bíblica hacia quienes no llegan a compartir ese mismo destino. Varios de ellos hasta son amigos míos (o fueron, en su mayoría, menos mal que también soy escritora, porque con estas cosas de fantasmas hay que prestarle mucha atención a los tiempos verbales), una faena el doble de nefasta para todos, si consideramos lo escaso de mis relaciones cercanas. ¿Ironías inevitables? Porque inevitable también era que, a pesar de que en aquellos tiempos me dejara dominar de forma tan obscena por el aburrimiento y el no hacer nada, acabara siempre donde, aunque fuera, pasaba algo. Mi calidad de espectadora ya la traía trabajada de antes y si, como decía, las sirenas habían sido contradictorias y viles esa misma noche fue porque al final me obsequiaron con una curiosa velada. ¡Y eso que elegí la taberna que menos me apetecía pisar, tan lógica como siempre!

Me había acomodado en una de las mesas más abarrotadas del lugar, pues una vez desechada la conversación con el resto de animalillos que la ocupaban, al ser éstos tan aborrecibles como una iglesia sin monaguillos borrachos, así resultaba más complicado que otros hombres se aproximaran a intentar hablarme que si fuese una de las pocas mujeres allí que, además, se hubieran sentado solas. Mi mirada inquieta se había estado paseando por todos lados sin darse un respiro y sin soltar la enorme jarra de cerveza que, de todas maneras, no había conseguido subírseme a la cabeza (ninguna felicitación para el tabernero, no, señor ¿Tan difícil era pedir que algún día sirvieran algo capaz de emborrachar completamente a la hija de Emmanuelle, la furcia belga que nació con alcohol en las venas?). Qué curioso y qué bonito que la sorpresa me viniera del rincón que menos había inspeccionado. Primero, porque cualquiera que se me acabara acercando en aquellas circunstancias, momentánea o no, tendría mi atención, y segundo, porque el rostro y la súplica de aquel muchacho contrastaban estrepitosamente con aquella algarabía nocturna de ego masculino.

¡Oh! ¿Mi ayuda, potrillo? ¡Antes de aventurarte deberías comprobar mejor tu puntería, porque me han dicho que yo tengo más de enfermedad que de remedio! –le advertí, aunque estuviera tan intrigada como no me molestaba en ocultar. Una vez centrado mi interés en él, tan sólo dirigí un rápido vistazo que recorriese el camino que debía de haber hecho para llegar hasta mí y pude localizar brevemente la mesa que tenía todas sus miradas puestas sobre nosotros dos. ¡Vaya, vaya, apuestas de corral! ¿Qué se contarían de nuevo?- Dime, ¿en qué líos te has metido? Y lo más importante: ¿Puedo empeorarlos?

El chavalín debía de tener unos tres o cuatro años menos que yo por aquel entonces, y a pesar de la inicial cortesía de sus palabras, tenía unos rasgos duros, casi hundidos en toda esa rudeza insolente de la que estaba hecho su físico. Seguro que en el futuro también tendría toda la planta de un hombre tosco, de ésos cuya fuerza bruta podría atormentar a los demás, pero sobre todo, a ellos mismos. Así que huelga decir que con semejante envoltorio, me interesaba todavía más saber lo que se traería entre manos. ¡Qué emoción, chico!