Desolación [Libre]

por Invitado Vie Sep 10, 2010 3:02 pm

Había salido a caminar, necesitaba despejar su mente, caminaba por las calles vistiendo un hermoso vestido morado y un chal, para cubrirse avanzando en actitud enfurruñada, lejos de su escolta, no quería a nadie cerca, se sentía demasiado herida como para aguantarlos. Caminaba por aquí y por allá, siguiendo por inercia, ya que con suerte conocía aquella ciudad a pesar de que había vivido allí prácticamente toda su vida, su vida se limitaba a la correcta reclusión en su hogar, reuniones sociales e idas a la iglesia, todo aquello acompañada, tal y como debía ser con una dama de nobleza.

No entendía como una carta podía arruinar tanto su vida. La fuerte brisa mecía sus pocos cabellos sueltos y su ropa, tenía los ojos rojos de tanto llorar y en su cabeza rondaban las palabras de aquella carta. Ella había sido instruida por los mejores profesores, sabía leer y escribir en varios idiomas, era muy inteligente y una gran amante de los libros románticos, que siempre andaba leyendo. Aquello era algo que no le gustaba a su hermano, le parecía que llenaban su cabeza de ideas tontas y era por eso mismo que llevaba todo el día llorando. Aun aparecían en su mente escritas con tinta indeleble las palabras escritas en su ultima carta “Ya me he cansado de soportar tus niñerías, comienzo a pensar que nunca debiste aprender a leer. Aquellos libros llenan tu cabeza de ideas que no deberían rondar en la cabeza de una señorita como tu, católica y devota. Deberás casarte con quien se te designe y deberás olvidad aquellas ideas de amor, para eso ya he ordenado a los sirvientes que quemen todos tus libros, no hay forma de que lo evites. Espero que así dejes de esperar convertirte en Julieta”. Aquellas habían sido las palabras que habían sellado su destino.

Nada había podido hacer para evitar aquel fatal desenlace, sus lágrimas no habían servido de nada para evitarlo, y había visto arder ante ella todos sus atesorados libros, aquellos que tanto amaba. “¿Por que me hace esto? ¿Cuál es el afán para torturarme de tal modo? Dios mío, ayúdame a soportar esto” se aferró a su rosario, por más que había rezado y había rogado a Dios que evitara aquella catástrofe, nada había ocurrido.

Había chocado con varias personas, pero finalmente todas al verla le hacía una reverencia, su ropa, su peinado, era como una enorme señal que decía ‘Aquí una chica de la realeza’, aun así ella se había disculpado con cada uno de ellos, con su voz suave y armónica –Lo siento, discúlpeme por favor- susurraba tímidamente una y otra vez, esquivando los ojos de todos, sobre todo de los hombres. Hasta que finalmente no pudo más y rompió en lágrimas en medio de la calle.

por **Lionel D'Maine** Dom Sep 26, 2010 6:12 pm

- Era hora de usar el encanto de su piel para lograr algunas monedas extras dentro de su bolsita, no era que le gustara demasiado parecer un hombre como los demás, sobre todo teniendo en cuenta el rechazo que muchas ocasiones se ganaba de la etnia gitana, en aquellos momentos se decía que tenian motivos para odiarle, motivos que comprendía aunque eso no quería decir que no se pasaría en algún momento por los campamentos gitanos en busca de refugio, no eran todos los de su raza los que le odiaban se sorprendían como muchos se reían al verle llegar dandole una fuerte palmada en la espalda.

Pero habia momentos en los que un capricho se cruzaba por delante, como ya sea algo de comida que estaba lejos de su alcanze o quizás algo de ropa o un objeto era en ese entonces cuando actuaba como si perteneciese a una clase algo más alta que la media, no era dificil parecerlo con el rostro altivo y una sonrisa despreocupada, sus cabellos inclusos podían ser hasta vistos como una ultima moda a seguir, ¿el capricho de ahora? unos pasteles de crema que un pastelero habia creado, habia solamente unos 150 pasteles en todo el día y se agotaban con extremada rapidez.

Había trabajado durante dos dias para conseguir una caja de pasteles la cual llevaba entre sus brazos con un gesto calmado, orgulloso...contandolos habia unos 12 pasteles a pesar de que su precio habia sido medio { gracias a que aquel pastelero conocía a Lionel } estaba pensando en que gastar el dinero que le quedaba, siempre hacía lo mismo, sacaba de su bolsita el dinero que queria gastar ese día, si lo gstaba todo quedaba satisfecho, sino, lo guardaba en la misma bolsa sacando al dia siguiente o a la semana otro poco de moneditas-

¿Oh?

-Dejo escapar aquella exclamación natural, aferrado a su caja de pasteles cuando encontró entre la gente a una mujer afectada, la habia encontrado por algunos murmullos de la gente, en especial de las mujeres que parecian estar llenas por la envidia, era lo que la mayoría de personas conocía como envidia, delante de la mujer actuaban como si fueran sumisos corderos mientras que al darle la espalda actuaba todo lo contrario, maldiciéndola si fuese necesario. Sin pensarlo dos veces se acercó hacia la mujer, sintió en el bolsillo de su pantalón la baraja de cartas que siempre llevaba consigo temblar, temblaban con cálidez como si ellas mismas les estuvieran preguntando que es lo que estaba haciendo-

Ni yo mismo lo sé

-Murmuró entre dientes, cuando sonrió inclinándose hacia delante, situándose al lado de Renée como si al mismo tiempo se disculpase, no la conocía...el perfume, sus ropas, todo sin duda expresaba que era de un nivel social superior al suyo propio. Esperaba que no se molestase o que al menos si se sentía insultada pudiera darle tiempo a huir, con una sonrisa se levantó colocando la mano en el hombro de la muchacha con delicadeza mirando sus ojos fijamente, sin decirnada le tomó de la mano, disculpándose por adelantado de aquel comportamiento que se suponía un hombre no debía de tener para con una mujer y mucho menos una mujer de su clase-

Permitame, por favor, no puedo soportar ver a un ángel como usted entristecido...si no es mucha molestia, desearía ser el hombre que la hiciese sonreír o aun cuando sea excesiva la confianza...

-Se detuvo en un sitio donde al parecer no habia mucha gente, el sol alumbraba los muros de unas casas que por el momento parecían vacías por sus portadores, era el lugar indicado para expresar lo que estaba a punto de llevar a cabo, más bien, si podía llevarlo a cabo o si por el contrario aquella mujer correría a llamar a sus guardias-

¿Podría este extraño soportar un poco de ese peso que lleva a su espalda?

-Con una sonrisa infantil miró los ojos de la damisela, sacando al instante un pastelillo de crema, el cual mostró a la mujer, como si en ese instante se tratase de una flor, con el rostro le alentaba que tomase el pastel, aun si el resultado era negativo, sin abandonar aquella sonrisa dulce de sus labios-

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