Unwinnable [Astor] - Flashback-

por **Aaya Maciej** Miér Feb 25, 2015 12:29 am

“El recóndito anuncio de la muerte viene en forma de lluvia”

La batalla debía llevarse justo cuando el sol terminaba de esconderse, por un lado, los licántropos atacarían primero. Asquerosos semi humanos que tomaban la forma de lobos a dos patas cuando la luna llena les daba por completo. Eran animales que por sobre todo, me gustaba cazar y asesinar lentamente. Lo cual no era bueno en aquel momento, pues estaba lleno de ellos y lamentablemente estaban en el bando de los que queríamos terminar todo, para siempre. En donde me hallaba completamente seguro que no sucedería, pero tenía que ser sincero, había metido mis narices en ese lugar simplemente porque parecía entretenido. Miles de años matando inocentes y metiéndome en guerras ajenas no eran poco, pero nunca estaba de más tener una ‘última vez’. La sangre se sintió a borbones, licántropos despedazados e inquisidores a los cuales les volaban partes como si fuesen lindas muñequitas. El sabor del elixir era tan dulce, mi estómago estaba sufriendo. Y cuando se hizo la hora de poder saltar nosotros, me disparé con una sonrisa de lado a lado, cada uno de mis colmillos se podía notar en la blancura de mis dientes. En el primer salto mis pies cayeron sobre la cabeza de una mujer, completamente delgada y dispuesta a matar al que sea por su estúpido Dios. Pues allí tenía; su cerebro estaba gustosamente esparcido en el suelo y no me digné a esquivarlo, aplasté todo y su carne para seguir mis pasos por aquella batalla que se estaba haciendo. Tenía un hacha en el hombro, una enorme y afilada hacha sobre la camisa perfectamente blanca y el pantalón negro con botas altas. Mis cabellos estaban acomodados hacia atrás y por el momento siquiera uno se había salido de control.

Pronto me aveciné a golpear a un inquisidor que estaba lanzando flechas benditas hacia todos lados. Esquivé la primera, la segunda me rozó, lo cual hizo romper el costado de la camisa. Y la tercera no la pudo lanzar. Mi mirada lo penetró, reventando cada una de sus neuronas, haciéndolo sucumbir a un dolor que no necesitaba manos para procrearlo, era la dote que me había ganado con los años, el dolor de la mirada. Me reí en silencio y de un salto me agazapé a hundir el hacha en su estómago hasta sentir que pasaba al otro lado. La quité de un tirón y me volteé para seguir golpeando. Empezaba a transpirar un poco. Tenía que aceptar, que eran una cantidad asquerosa de estúpidos de la iglesia. Y nosotros, si bien éramos bastantes, no estábamos entrenados como ellos. Algunos vampiros, como yo, sí teníamos guerras y muchas peleas en los hombros. Pero podía ver neófitos e intentos de lycanes luchar contra sus vidas y terminar destruidos en el suelo. Pensé entonces que sería mejor matar un par más de personas y retirarme. Irme muy lejos y que siguieran con ese estúpido juego solos. Después de todo no estaba allí para morir. No tenía intenciones de hacerlo, todo lo contrario, mis ganas de existir nunca habían estado tan en popa. Disfrutar la eternidad junto a un estúpido gato-dragón es lo que quería. Pensé en él y lancé el hacha hasta dar en la cabeza de uno, dejándolo estampado en un árbol. Me acerqué a sacar el arma. La sangre era tanta que no pude evitar saborearla apenas un poco, estaba fresca, aún no estaba contaminada por la muerte.

Me relamí los labios y entonces me encontré con que por ambos lados éramos pocos. Algunos humanos comenzaban a darse la vuelta y ya había contado a más de cinco neófitos dándose a la fuga. — Patéticos. —Me dije en tanto me giraba, mi vestimenta estaba bañada en sangre, la cual no era mía, pues apenas tenía un raspón del lado derecho que estaba pronto a sanarse, aunque con extraña lentitud. Era seguro que todas las cosas estaban bañadas por agua bendita. — Bastardos inútiles. — Murmuré y busqué una nueva presa, al parecer los que quedaban estaban todos inmiscuidos en diferentes peleas. Algunas más terribles que otras. Me quedé examinando todo en un semi círculo y esperé. Mi pasado no me permitía meterme en guerras de dos. Y allí todos parecían estar danzando, o al menos los que tenía en radio visible estaban de esa forma. Y no tenía pensando usar mis habilidades para ver más allá, pues ahora la adrenalina estaba subiendo rápidamente en aquel cuerpo muerto y el único pensar que se cruzaba por mi cabeza, era el de matar con ganas a lo que se me cruzara por el frente.

por **Astor Gray** Sáb Mar 07, 2015 11:05 pm

¡En lo que tenemos que pensar ahora es en la expiación!
¡Se nos azota con flagelos y escorpiones!
¡Se nos castiga por hurgar en secretos que Dios mantenía sellados de antiguo!
¡Hemos visto abrirse los labios de la tierra!
¡Hemos visto horrores de pesadilla!
¡Ni la roca nos esconde de ellos, ni el árbol muerto ofrece cobijo alguno!
¿Qué le pondrá fin? ¿Qué lo detendrá?
Stephen King

Buscaba desquitar su propia ira con la vida destruyendo todo a su paso, ser sirviente de la inquisición solo ayudaba a esos planes y aunque la idea original no era que fuera parte del equipo que atacaba a un grupo rebelde, igual fue enviado por el simple motivo de que la noche del ataque sería luna llena y los licántropos eran la mejor opción para combatir a otros sobrenaturales. Pese a que no estaba del todo seguro en que era la mejor idea, ya que muchos no estaban acostumbrados a pelear en aquel estado y bien podía ser más perjudicial que beneficioso. Desde el punto de vista de Gray, lo importante era que los vampiros de parte de los inquisidores tuviesen más cuidado que todos los demás y si es que la suerte estaba de su lado, saldrían victoriosos.

El camino hasta el lugar indicado para dicha batalla fue hecho aún cuando la luz les impedía cambiar a sus formas más salvajes. Los vampiros irían después y eso, debía ser lo mejor para todos. Llegaban justo al lugar aquel donde se desarrollaría la batalla y la luz abandonaba el cielo, sumiendo todo en la oscuridad. Una vez que eso sucedió y aún con la ausencia de la luna en el cielo, enemigos comenzaron a hacer acto de aparición y una sonrisa se dibujo en los labios de Astor, que estaba esperando el momento de una batalla como esa. La verdad era que en los últimos tiempos no tenía la misma oportunidad de lanzarse a misiones como aquella y su cuerpo entero estaba preparado para asesinar a todo aquel que se acercara o tratara de huir del lugar. La batalla dio inicio con los licántropos aún en forma de humanos, y para Astor no había mucha diferencia, de la manera que fuera disfrutaba de ver la sangre correr.

Con esa superioridad suya tan característica avanzo en dirección a los rebeldes que creían poder salir victoriosos. Malditos ingenuos que no sabían donde se metían. Aquella sería la ultima noche de muchos y sus manos se encargarían de eso. Algunos rebeldes se acercaron a él y la libertad de los deseos de destrucción del licántropo fueron desatados. Como era usual en él, prefería usar simplemente su cuerpo como arma, sin ninguna otra cosa le que impidiera moverse como a él le gustaba, además de que las armas serian inútiles una vez que la luna llena asomara por entre las nubes que parecían cubrirla. Los puños de Astor golpearon a un par de humanos, abriendo camino hasta aquellos que consideraba realmente oponentes, hasta los sobrenaturales. Iba apenas decidido a eso, cuando la luz de la luna aparecía y en aquellos que cargaban su maldición, se hicieron visibles los efectos. A pesar de los años, el dolor de una transformación aun no podía superarse. El cuerpo imponente del inquisidor tembló, su piel parecía desgarrarse al igual que la de muchos otros de los que le acompañaban y en un momento, el campo de batalla se trasformo en el campo de juegos de los lobos. Gray debía agradecer a los años, aquel don que le permitía poder controlar un tanto su manera de actuar pero aún con aquella sabiduría que brindaban los años, su parte más salvaje sabía cuales eran sus enemigos naturales y por eso fue que de inmediato se lanzo a los vampiros. Como una completa bestia se lanzo directo a la cabeza de uno de aquellos bebedores de sangre y de un mordisco arranco parte del cuello del inmortal y de esa manera se movió, atacando cada inmortal que podía oler, llenando su cuerpo transformado en bestia de sangre.

En aquel campo de batalla, donde para algunos no parecía existir bando y la sangre se derramaba por todos lados; Astor Gray jadeaba de manera salvaje, era una bestia completa. No solo su aspecto de licántropo, sino que hasta los pensamientos que podía tener de manera más consciente eran únicamente de muerte y destrucción. Necesitaba un reto de verdad, porque hasta ese momento todo era un simple juego y todos los que le rodeaban juguetes que no soportaban tanto como él deseaba. Sus sentidos en general parecieron entonces guiarle a un aroma que prometía dar lo que nadie hasta ese momento y el licántropo se movió hasta quedar de frente a un vampiro que se mantenía inmóvil. Gruño en dirección al inmortal aquel, siendo esa su manera de decir que tenía un nuevo contrincante y aulló como la bestia que era, prometiendo a su reina la luna que derramaría sobre aquel lugar la sangre putrefacta de aquel inmortal. Las garras de Gray golpearon entonces el suelo y se lanzo contra aquel chupa sangre, esperando que le diese más batalla que los anteriores.

por **Aaya Maciej** Miér Mar 18, 2015 4:22 pm

“Es un instinto de supervivencia”

El aroma ácido de la sangre se mezclaba con la dulce llovizna de la noche, apenas un garuo que emanaban las nubes castamente esparcidas por el cielo. Los hombres lobos aullaban y se transformaban con sus garras al descubierto, sus pelos y sus gruñidos de asquerosos animales salvajes. No eran más que bestias inconformes, realmente esa sí era una maldición que no me hubiese apetecido tomar. Sin embargo el vampirismo no me quitaba ni una pizca de pensamiento. Allí estaba, tomando un hacha con la derecha y hurgando en el intestino de un humano con la izquierda. ¿Era aliado o enemigo? No estaba muy seguro, la osadía de romper cualquier hueso que se me acercara me provocaba un instinto de ataque que difería mucho de mis ganas de ganar o perder. — Esta pelea nunca tuvo posibilidades. — Mascullé entre dientes pues era claro como los inquisidores arrasarían y los sobrenaturales que desearan sobrevivir huirían como ratas. Yo sería una de ellas, tan solo unos minutos más de hermosa lucha y terminaría por irme de allí. No valía la pena siquiera seguir intentándolo. Y fue entonces cuando el sabor del elixir rojo se coló fuerte en mi lengua. El aúllo de un lobo de la luna estaba por detrás de mí y cuando el zumbido de sus garras llegó hasta mi umbral. El tú y el yo se unieron, como invitándome a bailar. Abrí los brazos con la sonrisa reluciente, mostrando cada uno de mis colmillos. Los ojos rojos ardían de rabia, mal que mal, en mi naturaleza estaba el odio encarnado en ellos. Nuestras mordidas podían causarnos más dolor que el agua bendita, pero matarnos entre nosotros era mucho más sabroso que beber una virgen entera.

— Bailemos juntos, tú determinarás mis ganas de seguir o parar. — A sabiendas de que él no podría procesar correctamente lo que le decía me mantuve en posición de ataque, con las rodillas flexionadas. Y sin esperarlo demasiado, me abalancé con el arma blanca colgando en mi hombro, una primera sacudida y mis garras se aferraron a su lomo, la bestia era gigante, negra y con los ojos oscuros y brillantes. Parecía estar desesperada por matar, por una lucha fuerte y ambiciosa. Por su suciedad podía saber que había quitado cabezas en su camino, pelos, piel y entrañas se habían enganchado en su pelaje y me hervía la sangre de emoción desgarrarle parte de éste. Así que lo hice, dejé una parte de mí a la intemperie para así poder lastimarle en un costado. Bramando altivamente mientras la risa macabra se escucha. Quizá se pensaran que estaba muy confiado de mí mismo, la realidad es que sabía que era un buen contrincante, que podría despedazarme en otras circunstancias. Pero tenía muy pocas ganas de morir por aquellos años. Al menos unos cuatro mil más. Pensé y mis uñas blandieron su dermis y mis pies se enterraron en la tierra que cedía ante nuestro peso. Pude escuchar entonces un refucilo desde lejos, la lluvia empezaría a caer más fuertemente en cuestión de minutos. ¿Qué mejor manera de pelear que bajo un flameante halo de agua? La cual subiría la humedad, los olores y la intensidad de la batalla. ¡Recuerdos! Esos eran los que viajaban por mi cabeza y la guerra de mis tiempos humanos se ponía frente a mí. Destellante iba con mi hacha sacudiendo hombres, mientras otros clavaban sus lanzas en mi brazo contrario.

Penosos insectos habían intentado matarme un sinfín de veces y luego habían terminado como esclavos bajo nuestro poder. El dulce sabor de una violación y humillación por sobre los habitantes de anteriores tierras era un paraíso. Y aunque esa vez fuese contra un cuadrúpedo, pensaba darle la batalla suficiente como para dejarlo exhausto. Golpeé su pecho para mandarlo hacia atrás y aunque mi respiración era inexistente, un jadeo se escuchó salir de mi garganta, apretaba los puños y deseaba su sangre, rascar su cuero con mis colmillos hasta terminar con él. Parecíamos estar en otro plano, bailando ensangrentadamente con la corriente. Deslizando nuestros poderes hasta el límite. Busqué sus ojos, su mirada, para untarle el poder del dolor mental por unos segundos. Hacerle chillar y rogar a la luna para que así sus impulsos le den más rabia, que se descontrole por completo. — Ven aquí, lobo, te haré pudrir. — Mugí con el sudor rosado bañándome, mi camisa blanca comenzaba a pegarse a mi piel, al igual que los cabellos rubio oscuro que se mojaban y danzaban conjunto a mis movimientos.

por **Astor Gray** Dom Abr 05, 2015 5:46 pm

La licantropía no es una maldición, sino un don.
Laura Gallego García

Las luchas entre sobre naturales eran únicamente destrucción. La oscuridad que reinaba en los corazones de cada una de las criaturas inmiscuidas en aquella batalla les guiaban a destruir todo aquello en lo que sus ojos posaban la vista, sin discriminar si eran compañeros de batalla o enemigos. Lo único capaz de satisfacer los deseos de todos era la destrucción de todo cuanto se cruzara en su camino y para cuando la luna brillo en lo alto, los aullidos comenzaron a escucharse alrededor. La batalla dejaba de ser entre criaturas medianamente conscientes, todo para que se unieran los licántropos, seres deseosos de destrucción y sangre. Astor Gray no era diferente a todos sus compañeros licántropos. Él también buscaba la manera de terminar con todo aquel que se atrevesara en su camino, pero la sabiduría y parte de control de años siendo una bestia, le otorgaban una ventaja que pocos de los suyos poseían y fue por eso que aguardo por el oponente perfecto.

El inmortal elegido por la criatura en la que Astor se transformaba no se encontraba tan lejos, pero aún así, con el ansia de sentir aquel cuerpo destrozarse, el licántropo corrió al encuentro de esa criatura que le recibo con los brazos abiertos. Ambos parecían ser lo que el otro aguardaba y por tanto el choque del cuerpo de la bestia con el de inmortal derivo en un impacto como ninguna otro en aquel campo de batalla. Parte de la consciencia que el inquisidor aun mantenía la impulsaba a no dejarse de aquel succionado de sangre que parecía estarle retando con lo que lograba captar de sus palabras y un gruñido salir del hocico de la bestia.

Los dos guerreros se encontraban demasiado cerca. Las garras del licántropo se clavaron donde primero le fue posible y aunque aquella manera de herirle desapareciería en poco tiempo, existían otras formas de dejar marcas más permanentes en un vampiro. Las fauces de Gray se cerraban y abran buscando poder aplastar la cabeza de aquel inmortal que para su fortuna parecía saber bastante bien como librar una batalla y antes de que él pudiera hacer daño alguno a aquella criatura, fue herido en un costado y la bestia que era bramo de furia mientras que su enemigo natural se reía de aquel logro. Si ese vampiro creía que las cosas le serían sencillas, estaba terriblemente equivocado pues de todos con los que se podía haber topado, Astor era el peor. Como humano o licántropo, siempre lo daba todo; para él las batallas eran un matar o morir en el que no existían puntos intermedios, mucho menos cuando su licantropía hacía presencia. Con un golpe certero en el centro del cuerpo de la bestia, ambos cuerpos se alejaron lo suficiente como para que ambos sobre naturales volvieran a tomar una posición de batalla decente. La herida en el cuerpo del licántropo no le garantizaba a aquel inmortal la victoria y eso era algo que pronto se le demostraría.

El olor de la sangre alteraba los sentidos de Astor y las palabras ajenas no hacían más que llenar de rabia la poca consciencia que mantenía. El animal aquel resoplo y un nuevo aullido se escucho antes de que volviera a lanzarse en contra de su enemigo y en aquella danza de batalla, una de las garras del animal dio en uno de los costados del vampiro, haciendo que la piel dura que poseía se abriera y la putrefacción de un cuerpo muerto saliera a relucir. Aquello era una especie de venganza por la primera herida que le causara, pero no era suficiente. La parte animal de Astor quería ver aquel vampiro destruido, muerto para siempre y por eso es que se lanzaba de nuevo sobre el cuerpo del inmortal, buscando de nuevo su cabeza con el hocico. Poco a poco las batallas cercanas iban terminando solo para que nuevas fueran reanudadas, aquello era una completa masacre y para terminar de alterar el lugar, la lluvia comenzaba y lo hacía con una intensidad notoria. Igual nada de aquello realmente importaba, al menos no en la casi carente consciencia de Astor. Si aquel vampiro pensaba salir impune de todo estaba muy equivocado.

por **Aaya Maciej** Miér Abr 29, 2015 12:07 pm

“Le daré gracias a la sangre por toda esa vida eterna”

Era dulce, el sabor hermoso de la sangre cayendo por todos los costados, me sentía en una bañera de lo que más me gustaba saborear. Los ruidos secos que me proporcionaba con aquel licántropo estaban atrofiando mis neuronas, la risa casi famélica y los ojos rojos, conjunto unos colmillos que se mostraban a relucir hermosamente blancos sobre mi cara. ¡Si! Una batalla como esas que en la antigüedad había tenido. Portando un hacha dura, gigante que hacía que el sonido de los huesos se partieran al medio con cualquier hombre que se interpusiera en mi camino. Niño, mujer o animal, no me importaba en lo más mínimo cuando mi naturaleza escandinava salía a mostrarse en todo su esplendor. Y aquel hombre me estaba regalando perder la conciencia y recaer en la bestialidad, tal como él lo estaba haciendo. Con sus asquerosas garras, empezaba a caerse su piel humana y su naturaleza desagradable y de olor putrefacto salía a envenenar el aire que entraba y salía por mis pulmones sin ninguna clase de alteración. Estaba muerto y me gustaba, amaba la eternidad como ningún otro. Me gustaba el poder y saciarme de él. Las batallas bien jugadas, el sonido de extremidades crujiendo por debajo de mis pies. Sentía la excitación recorrerme. Y no me inmuté cuando sus garras lastimaron parte de mi cuerpo. Estaba esperándole, quería sentir el dolor que ya había pasado a la historia. Que fuese un nuevo sentir en mi itinerario.

Si bien estaba al tanto de que debía terminar aquella pelea rápidamente, no podía controlar mis deseos de diversión. Pero estábamos empezando a perder, los vampiros idiotas que me acompañaban morían y se volvían ceniza poco a poco. Lo cual haría que más inquisidores vengan a buscarme y me dejen sin escapatoria. ¿Cuántos podía contar? Si había algo de lo que podía sacar ventaja es de la rápida manera de pensar que tenía. Conté unas veinte peleas mano a mano en un área un kilómetro a la redonda. Casi una cuadra entera que me daba el tiempo suficiente para empezar a marcharme. Efectivamente, estaba planeando una ruta de escape. Pero antes, aquel amigo que empezaba a aullar como la alimaña que era, estaba pidiéndome toda mi atención y yo, no dudaría en dársela. Me relamí y jadeé cuando sus garras perforaron mi abdomen, la sangre se volcó un poco por mis labios y me recompuse cuando la distancia entre ambos se hizo más potente. Le miré, sentía la ira recorriéndome. Hice crujir mi espalda y cuello y me abalancé yendo por arriba. Hasta que antes de llegar a él me tiré hacía abajo y golpeé su asquerosa mandíbula. Buscando hacerlo caer hacia atrás. Pateando una de sus piernas al gruñido colosal que salía de mi garganta. Las cuerdas vocales se notaban punzantes en la piel y las venas estaban palpitantes en lo que mi boca se abría. Quería matarlo, destrozarle esa cabeza inmunda que tenía. Pero tenía que esquivar aquel hocico gigante que intentaba arrancarme la cara. No iba a lograrlo, podía lastimarme en muchas partes del cuerpo. Pero mi agilidad para esquivar lo que me venía de frente era mucho más poderosa.

— Insecto. Desearás no haber nacido. Perro de la luna. ¿Qué se siente no entender que es lo que pasa por tu cabeza cuando la luz te pega de lleno? — Me regocijaba en tanto las gotas de agua limpiaban el elixir y el jadeo de mi dolor se perdía entre el murmullo. Mis uñas estaban clavadas sobre mi piel, mi mano apretó las heridas que tenía. Estaba perdiendo sangre y no había segundo alguno para recomponerme. Golpeé el cuerpo que se me abalanzaba, un golpe a puño cerrado en su estómago. Pero le sentía aún las garras dentro de mi piel. Una risita se escapó y mientras estábamos bailando busqué morder cerca de su hombro. Tenía que encontrar la manera de darle donde más le dolía sin que pudiese quitarme una extremidad. Así que entre esquivadas y golpes que empezaban a abrirme la piel, agarré su pescuezo y lo lancé contra un costado. Mirándolo con el odio encarnado en mis ojos que poco a poco tomaban un color más llegando al bordó. Cuántas veces había asesinado a hombres lobos como esos, pocas, contadas veces la batalla me habían durado tanto, era fácil deducir que tenía una habilidad especial, una que estaba empezando a sentir, pues el cuerpo me lo recordaba. Pero iba a sanar y ganar, siempre sucedía eso. Y esperaba que esa vez no fuese en absoluto diferente.

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