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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Calliope E. Graham Sáb Feb 28, 2015 9:32 am

La ciudad dormía. Tan solo se escuchaban los pasos de una muchacha que caminaba, desorientada, maleta en mano. No sabía muy bien a dónde ir ni que hacer, por lo que daba vueltas y más vueltas a pesar de que sus pies le dolían ya demasiado. Era demasiado tarde, o tal vez demasiado temprano, todo dependía del punto de vista de las personas. Pero no había nadie. Calliope había perdido la noción del tiempo, ya ni siquiera recordaba cuanto tiempo había estado caminando, pero quizás eso carecía de relevancia. ¿Qué otra cosa podía hacer? Si se detenía, el frío de la noche calaría en sus huesos y su ropaje era demasiado fino como para que pudiera servirle de abrigo. Le hubiera gustado llegar antes a la ciudad, pero ni siquiera el tiempo estaba de su parte. Había tardado más en llegar de lo que había previsto y de lo que había deseado, pero al menos ya estaba allí. Sonrió. Sonrió aunque se pudiera pensar que no tenía motivos para hacerlo, pero de igual forma lo hizo para darse ánimos a sí misma. Y fuerzas. Iba a necesitar tanto lo uno como lo otro para poder seguir adelante y no derrumbarse. Y debía hacerlo. No solo su vida dependía de ello, sino también la de su pequeña, aunque ahora no estuviera allí con ella.

Se detuvo un par de segundos, dejó su maleta en el suelo y acarició el camafeo que llevaba en el cuello, en el interior del cual se encontraba un pequeño y amarillento retrato de la chiquilla. Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía los brazos entumecidos a causa de llevar a cuestas su más bien pobre equipaje durante demasiado tiempo sin ni siquiera descansar un par de minutos ni llevarse algo a la boca. Su estómago estaba vacío, pero hacía ya un par de horas que había dejado de prestar atención al rugido que producía. Ya comería, primero había querido llegar a su destino. Había soñado con gastarse alguna de las pocas monedas que llevaba consigo en comer un buen plato francés, pero no había podido ser. Quizás en otro momento, puede que cuando ya estuviera completamente instalada. En su día libre, si es que llegaba a tener alguno.

Tras esa pequeña pausa continuó con su camino sin rumbo fijo, casi sin destino.  Cuando el sol comenzara a despuntar y las calles olieran a café y tostadas recién hechas comenzaría a buscar trabajo, aunque quizás sería buena idea buscar alguna pensión en la que poder descansar un poco y asearse. Incluso a cambiarse, pues los bajos del vestidos estaban embarrados. No iba a causar buena impresión, y necesitaba hacerlo. Cerró los ojos y respiró profundamente, llenando sus pulmones del frío aire parisino. Le gustaba la sensación que le producía. Siempre le había gustado el frío porque para ella era sinónimo de acurrucarse bajo una manta y tomar una buena y caliente taza de té, tal vez con un toque de vainilla. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta ni del camino que había tomado, ni de que sus pasos la habían llevado hasta el monumental edificio del teatro. Verlo entre la penumbra de la noche, tan imponente, hizo que contuviera el aliento. Con cierta timidez, como si alguien pudiera observarla, se acercó hasta los escalones y acarició las paredes de ese monumento. Se sentó, sin dejar de admirar cada detalle y tragó saliva. Instintivamente pensó en los manuscritos que llevaba guardados en su equipaje. Los sacó, leyéndolos por encima y tragó saliva.

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Mensaje por Christopher Marlowe Vie Ago 21, 2015 10:46 am


“Ahí yace Caronte, que gobierna la lúgubre costa
Un sórdido dios: por debajo de su barbilla peluda
Una larga barba desciende, despeinada y sucia;
Sus ojos, son como hornos huecos en el fuego;
Una faja, llena de suciedad, une su obsceno atuendo.”


La Eneida. Una lectura ligera para el dramaturgo, que hacía no mucho había comenzado a sentir la llamada del Aqueronte. Se contemplaba recorriendo los círculos de los que ya hiciera mención Alighieri en su momento. Observando aquí y allá. Apesadumbrado por una eternidad que prometía ser peor que la vivida en su vida actual, haciendo las veces de escritor frustrado y amante alcoholizado. Contable, en su tiempo libre. Veamos, con todo el dinero que he conseguido a lo largo de estos siglos y contando con el tributo a Caronte, me queda… Sí, suficiente para ser tratado como un rey en el Infierno. Pobre iluso.

Pero, ¿por qué Marlowe comenzaba a coquetear con la idea del más allá? Simplemente sentía la curiosidad de aquel que está a un paso –sino ya metido- en aquello sobre lo cual se cuestiona. ¿Marlowe muerto? No, todavía no. Bueno, sí, pero no de la forma lógica. Muerto en vida, viviendo la muerte de un vivo muy muerto. El cual –y aquí viene lo importante- comenzaba a sentir que se encontraba en un Infierno particular en el que por desgracia él mismo se había metido. No sólo hacía las veces de dramaturgo en las obras que se representaban en el teatro local, sino que gustaba de coordinar sus propios manuscritos llevados al escenario. Un acierto en contadas ocasiones, mas una desgracia imposible de eludir en otras. Fue así como la idea del Infierno pasó de ser un adjetivo para definir la situación actual –infernal-, y se convirtió en algo sobre lo que pensar seriamente mientras daba directrices al azar a actores que hacían de todo menos hacer lo que su director de escena les indicaba. Algunos pecaban de profesionales orgullosamente vanidosos y otros escondían su falta de talento representando papeles más que secundarios. Con una mezcolanza similar y un hombre a los mandos al que ya todo poco le importaba, ¿qué podía salir bien de aquel circo? Sus ideas, manidas en exceso y aun así enormemente valoradas por la muchedumbre que acudía a las representaciones o compraba sus libros. Una venda de magia. El conjuro definitivo de un hechicero falto de talento. El vampiro estaba seguro de que aquella situación se había desencadenado de alguna manera, que nunca el mundo había caído en la decadencia tanto como por aquel entonces. Todos adquirían hambrientos ejemplares de basura catalogados en el más apestoso de los estercoleros. Y lo peor… lo peor es que él se encontraba ahí. Entre los desperdicios que las hienas devoraban gustosas.

Perdido como estaba entre tanto pensamiento, levantó la vista del libro. Alguien le requería.

- Perdón, ¿no se supone que debería estar pendiente del ensayo?
- ¿Y tú no se supone que eras actor? Porque eres bastante patético ¡Sal de mi escenario! ¡Vamos! ¡Largo todos! -vociferó alzándose violentamente.
- Pero…
- ¡Largo he dicho!

Aquella tediosa situación despertaba su apetito. Mas si quería dar a luz a otro de sus querubines la noche siguiente, debía salvaguardar el cuello de sus actores. Una noche más, después podrás comértelos se decía deslizando su lengua de diente en diente dentro de aquella boca ansiosa.

Carlisle Monaghan –el nombre del cual, por aquel entonces, hacía gala- tenía la ventaja de una reputación que le precedía –y eso que pocas personas conocían su secreto y los confines hasta los que llegaba esa reputación- y era gracias a ésta que los caprichos que le permitían en el teatro estaban a la orden del día. El más importante, desde luego, era el de ensayar durante las horas en que la luna brillaba con mayor fuerza, tras las representaciones pertinentes de cada noche. ¿Qué iba a hacer sino? Era un vampiro y, por lo tanto, alérgico al astro sol.

Por fin se levantó del suelo. Tras echar de mala manera a los actores, había paseado por el lugar, brincado, cantado, recitado y ahora se encontraba postrado con los pies juntos y las manos haciendo una cruz sobre su pecho –curiosa postura-. No pretendía abandonar el lugar por el momento. Seguía pensativo y únicamente buscaba el aire de la noche. Poder oler el aroma de su dulce Selene y ser amamantado de su pecho juguetón. Por desgracia para él, su noche de pasión se hubo esfumado antes incluso de haber empezado, pues alguien impedía su consumación. No obstante, si algo caracterizaba al vampiro era su capacidad para convertir cualquier situación en una oportunidad y, desde luego, compartir lecho con dos mujeres –aunque una de ellas fuera la mismísima luna y no pudiera hacer otra cosa que observarles- era algo que nunca rechazaba.

- ¿Sabes? He conocido a gente muy extraña a lo largo de mi vida -comenzó sin mirar siquiera a la mujer, con una mirada ya perdida en el horizonte-. Yo personalmente siento cierto interés por detalles que otros encontrarían escandalosos. Sin embargo, nunca había conocido a nadie a quien le gustaran tanto las columnas. Si os interrumpo, puedo irme –bromeó en ausencia de modales, pensando quizás que estaba ante una mujer que no tenía ni hogar ni nombre-.


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Mensaje por Calliope E. Graham Miér Sep 23, 2015 11:38 am

Calliope acarició con cariño y algo de melancolía la primera página de uno de los manuscritos que sostenía sobre sus manos. No había llegado a París con la intención de triunfar en el mundo de los dramaturgos, pero no podía evitar soñar despierta y que su mente se evadiera en mil y una situaciones distintas, pero que tenían algo en común: Ver una obra escrita de su puño y letra representada sobre un escenario de un teatro como el que tenía ante sus ojos. Un sueño imposible, más aún cuando quien lo tenía era una mujer. Si ya de por sí era un universo de difícil acceso, este parecía imposible para una muchacha temerosa y recién llegada. Sin embargo, soñar no costaba dinero y casi era el único placer que Calliope se podía permitir.

Releyó las líneas que había escrito con una caligrafía que distaba mucho de ser cuidada y precisa, aunque no le hacía falta hacerlo. Se las había aprendido de memoria de tantas veces que las había leído, aunque las manchas de tinta y los tachones, fruto de cambios de ideas, de una mente activa y de un intento de mejorar día a día, dificultaban bastante la lectura. Estaba demasiado absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que un grupo de personas salían malhumoradas del teatro hasta que los tuvo frente a frente. Escondió como pudo las hojas que tenía entre las manos y observó con curiosidad a los presentes, metiéndose, sin pretenderlo, en la conversación que estaban manteniendo. -Ya no es solo que nos haga trabajar a deshoras-decía uno que intentaba quitarse el maquillaje de la cara frotando sus dedos sobre sus propias mejillas-Es que no nos tiene respeto alguno. ¿Patético? ¿Falto de talento? ¿yo?¡Sin mí esta obra no valdría nada!-exclamó, furioso. Tal era el estado en el que el hombre se encontraba que Calliope deseó hacerse diminuta, puede que incluso invisible, y que no reparara en su presencia. Sin embargo, ese no fue el caso. Escasos segundos después el caballero en cuestión se percató de que no estaban a solas y miró a la muchacha de arriba abajo, alzando una ceja de forma altiva.-¿Se ha perdido, señorita? Porque creo que esa sería la única explicación que aceptaría para estar escuchando una conversación privada-musitó. La muchacha tragó saliva y carraspeó levemente antes de poder entreabrir los labios y decir algo.-Perdone, yo...No quería..esto...molestar-comenzó a decir de manera torpe. El actor no se dignó a contestar, simplemente se abrió paso, empujando levemente a la chica y continuó despotricando sobre un hombre sin rostro para Calliope, arropado por las alabanzas del resto de personas que lo seguían y asentían, dándole la razón a todo lo que decía.

Los vio alejarse y se mantuvo unos segundos en pie, observando a ese curioso grupo que se alejaba cada vez más, hasta convertirse en unas simples siluetas que se desdibujaban en el horizonte. Parpadeó un par de veces seguidas, puesto que todavía no salía de su asombro, pero no dejó que el comportamiento de ese desconocido la amargara. Se encontraba ante el teatro, uno de los edificios más impresionantes que había visto nunca y que desprendía una magia que conseguía atraparla sin remedio alguno. Sacó de entre sus faldas los documentos que había escondido e intentó alisarlos, pero estos se encontraban irremediablemente arrugados. Suspiró y se encogió de hombros. No podía hacer nada al respecto, al menos de momento. Puede que más adelante, cuando encontrara un trabajo que le proporcionara un sustento, le fuera posible transcribir todas aquellas frases llenas de un significado que, para ella, iba más allá de unas simples palabras garabateadas en unas cuantas hojas ya amarillentas por el paso del tiempo y las circunstancias.

Volvió a girarse para observar de cerca las enormes columnas sobre las que descansaban las piedras que conformaban el teatro. Se preguntó qué historias contarían sus paredes, que misterios albergaría su interior y sonrió levemente. Desde pequeña se había sentido irremediablemente atraída por todo lo que tenía que ver con el teatro y ahora se encontraba a los pies de uno de los pilares de su día a día. Resultaba paradójico, no obstante, que nunca hubiera pisado uno, que sus pies no se hubieran movido nunca entre bambalinas, que no conociera el sonido que producían los pasos sobre un escenario. Lo único que conocía eran las representaciones callejeras que había en su Cadillac natural. Aquellas representaciones que se daban en los viejos corrales de comedias que hacía ya demasiado tiempo que habían quedado completamente obsoletos.

Fue justo en ese momento cuando escuchó una voz a sus espaldas. Por un segundo temió que se tratara de un segundo asalto de aquel desconocido, que hubiera vuelto para utilizarla como receptora de la rabia que estaba más que segura que sentía, por lo que había podido comprobar. No obstante, no se trataba de él. Se giró lentamente y clavó su mirada en el hombre que tenía delante de ella. Sonrió levemente ante sus palabras y sacudió la cabeza.-No me interrumpe, señor-comenzó a decir, entre susurros, como si temiera que al elevar la voz pudiera volver a molestar con su presencia.-No se trata de una admiración excesiva hacia las columnas-prosiguió, ampliando su sonrisa.-Sino hacia el teatro en general. ¿No le parece un edificio sobrecogedor?  

Volvió a clavar su mirada en las paredes de la majestuosa construcción y colocó un mechón rebelde tras su oreja. -¿Viene usted del interior? ¿Es tan impresionante como me imagino?-le preguntó-Y le ruego que me disculpe si mi curiosidad le importuna. No sería la primera vez esta noche que me inmiscuyo en temas que no son de mi incumbencia-añadió, antes de tragar saliva y esperar a que el hombre contestara sin molestarse por sus palabras, a que saciara su curiosidad.


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Mensaje por Christopher Marlowe Mar Nov 10, 2015 2:27 pm


Muchas eran las cosas que le resultaban sobrecogedoras a Christopher Marlowe, pero el teatro no era una de ellas.

- ¿Sobrecogedor? ¿Sabes que es lo que me resulta sobrecogedor realmente del teatro? Los tipos que lo frecuentan – su mirada, perdida en algún sitio entre la luna y sus pensamientos-. Personas que permiten que las obras representadas triunfen o fracasen. Auténticos gobernadores romanos con sus gordos dedos hacia arriba y hacia abajo. Es triste que el talento se mida en las carcajadas o lágrimas de un gordo y calvo burgués que no sabe ni atarse los cordones, pues paga a alguien que se encarga de esa misma tarea cada mañana -un sentimiento a flor de piel que llenaba la atmósfera colindante de matices tristes y melancólicos, de frustración-. Dramaturgos que prostituyen sus escritos en pos del reconocimiento –él mismo- como niños en busca de la atención que nunca se les dio. Tantos años para pensar, para madurar… y nos comportamos como niños –el soliloquio de sólo un loco-.

Sobrecogedor. La decadencia de la raza humana sí que era un tema que el vampiro podría catalogar de sobrecogedor, empezando por la suya propia. Hombre por fuera, niño por dentro. En medio del huracán de podredumbre que acostumbraba a criticar. El hipócrita coronado, rey de las mentiras y peón sacrificable en la partida del destino.
Tanta palabrería de un corazón lagrimeando por su propia redención, que el momento que prosiguió a éste pedía algo distinto.

- Si quieres ver el teatro, paga entrada como todos –finalizó de mala manera antes de mirar con desdén a la muchacha y volvió a acceder al recinto-.

Por suerte o por desgracia para la joven, el humor del inglés era tan cambiante como su amante –Selene, la hermosa luna-. Desde luego, Marlowe no estaba hablando en serio, y la curiosidad de aquella desconocida le resultó encantadoramente inocente. Ideas de una joven ninfa a la cual parecía nunca habían violado los sátiros de un bosque sombrío todavía por descubrir. Tiempo al tiempo. Algo de lo que un no muerto sabe bastante.
La puerta volvió a abrirse y Marlowe decidió asomarse, permaneciendo frente a ella durante un corto período de tiempo.

- ¡Vamos! ¿A qué esperas? Entra. ¿Es que no sabes lo que es el humor? Ahora sí que me siento incomprendido y no ofreciendo banquetes exóticos de palabras a aquellos que se satisfacen con el discurso llano.

Una vez dentro, el isabelino volvió a posar su mirada en la joven, que parecía bajo el hechizo del lugar. Lágrimas de melancolía pretendieron escapar con las palabras mencionadas por el hombre a continuación, mas éste no se lo permitió a ninguna en absoluto.

- Tú que puedes, huye. Huye del embrujo del amante más desagradecido que vas a conocer. Aquel que no se dará por vencido hasta acabar con todo lo que posees y con todo lo que eres. Evita poner tus esperanzas, sueños e ilusiones en manos del teatro porque –alzó la mirada, encarando ahora si a su enemigo, el magnificente teatro- se lo llevará todo con él y nunca te lo devolverá.


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Mensaje por Calliope E. Graham Vie Nov 27, 2015 7:17 pm

La muchacha escuchó con atención las palabras de aquel desconocido, ladeando ligeramente la cabeza.-Me temo que no tengo el gusto de conocer los secretos del teatro, señor-comenzó a decir-De hecho, solo conozco la belleza de la palabra escrita de alguna obra que he logrado que llegue a mis manos, pero puede ser que usted tenga razón. ¿Quiénes somos para decidir si las palabras que alguien ha escrito es buena o mala cuando muchos somos incapaces de plasmarlas en un pergamino?-musitó. Ella era una de las personas que intentaban dar forma a las ideas en su cabeza, convirtiéndolas en una obra que nunca vería la luz.-El talento solo puede ser medido por alguien experto en el tema. Por usted, por ejemplo-lo miró directamente a los ojos.-Parece saber mucho de los entresijos de este arte. O al menos más que aquellos burgueses de los que están hablando-se quedó callada unos segundos, buscando las palabras adecuadas para proseguir.-No es malo tener la inocencia de un niño, señor. Eso es algo que nunca tendríamos que perder, pero entiendo su postura. Al igual que entiendo la de aquellos que harían lo que fuera por ver cumplidos sus sueños.

-Supongo que es cierto eso que dicen de que el teatro es un amante exigente-susurró, aunque más bien era un pensamiento en voz alta. No esperaba respuesta, de hecho no esperaba realmente nada de aquel señor. Simplemente se trataba de un encuentro fortuito que estaba derivando en una conversación sobre su gran pasión, algo que no solía pasarle demasiado a menudo, por no decir nunca. Recordó las conversaciones con el cura que la crió, el mismo que despertó su amor por el teatro y la palabra escrita. El único al que le había confiado sus propias creaciones, aunque ella no era más que una niña por aquel entonces.

La joven tragó saliva al escucharlo y bajó la mirada hasta clavarla en sus zapatos. Juntó las manos y retorció sus mangas, nerviosa. Le encantaría poder permitirse una entrada, aunque fuera una de esas en las que apenas se veía nada. Demasiado lejos, incluso, para distinguir bien los ropajes de los actores. Sin embargo, no dijo nada al respecto. Se limitó a quedarse en silencio. No era asunto de nadie el hecho de que no le quedaran casi francos para pagar la pensión en la que se encontraba, mucho menos para gastarlos en asistir a una obra de teatro. Se giró levemente, dispuesta a deshacer el camino que había recorrido hasta llegar allí. Había disfrutado de todo lo que el teatro podría ofrecerle a alguien como ella, eso tenía que asumirlo, dejar de soñar despierta.

-¿De verdad?-le preguntó, incrédula, dibujando una sonrisa en sus labios. Nunca había pisado un escenario, ni siquiera el patio de butacas, y estaba más que deseosa de hacerlo.-Perdone, no le había entendido. Yo...-no continuó hablando, simplemente caminó hasta ponerse a su altura y entrar, de esa forma, en el recinto. Contempló los decorados, el telón rojizo que ayudaba a levantar los ánimos cuando la obra comenzaba. Se mordió el labio inferior. Estaba impresionada.-Es...magnífico-comentó, quedándose sin palabras ante la maravilla que sus ojos contemplaban.

-Me temo que me es imposible huir, señor-le dijo-Puede que no de la misma forma que a usted o a todos los actores que deslizan sus pies por aquí dando forma a personajes salidos de la imaginación de un dramaturgo-ladeó la cabeza-Pero a mí también me ha atrapado el teatro, aunque solo sea en la soledad de mis aposentos bajo la tenue luz de una vela-lo volvió a mirar y alzó una mano.-Me temo que no nos hemos presentado. Mi nombre es Calliope Graham, es todo un placer.


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Mensaje por Christopher Marlowe Dom Dic 06, 2015 6:55 am


Calidad del escrito. De nuevo, la dicotomía objetividad-subjetividad. Demasiados años –siglos, en este caso- lidiando con algo así. Los suficientes para desdeñar cualquier conversación que se decantara por semejantes derroteros.

El talento solo puede ser medido por alguien experto en el tema. Por usted, por ejemplo. Creyó morir –de nuevo-. No sabía si reír o llorar. Talento. Un gran amigo del cual se había distanciado por diferencia de opiniones. Renovarse o morir pensó el escritor. La buena literatura nunca pasa de moda opinaba el talento. Finalmente, y tras discutir amargamente, decidieron seguir cada uno por su camino. Fue así como Christopher Marlowe dejó de escribir las obras por las cuales era mínimamente reconocido, y pasó a escupir versos gastados en una hoja y a regurgitar historias que sangraban y, a la vez, hacían sangrar el corazón de su propio escritor, buscando sólo reconocimiento mediático que pensaba le llenaría, pero que sólo conseguía hacerle sentir más vacío aún.

La inocencia de un niño. Palabras que desencadenaron un flashback de sentimientos y sensaciones. Los mismos que atacaban su joven y fuerte corazón cuando comenzó a escribir. Cuando no era más que un muchacho luchando por sobrevivir en una época y país diferentes a los presentes. Alguien con pergaminos, pluma y una creatividad que no le dejaba respirar. Ignorante de que, probablemente, la mujer que se encontraba frente a él, sufriera del mismo mal.  Fue entonces que el torrente propio de emoción recorrió al vampiro hasta manifestarse débilmente en su mirada, humedeciendo sus ojos pero sin permitir que aquella bañera derramara una sola gota al suelo.

Una vez dentro del recinto, ignoró el nombre de la muchacha, su mano y sus propios modales en pos de algo de mayor interés.

- ¿Qué quieres decir con en la soledad de tus aposentos bajo la tenue luz de una vela? –no era tonto, sabía lo que quería decir. Sin embargo, nunca está de más comprobar evidencias. Otra cosa que, aunque objetiva, se convertía en subjetiva dependiendo de los intereses del emisor y las capacidades de captación del receptor-.

Cogió su mano, no en señal de saludo, sino a punto de darle un gran pésame en apariencia, con sus dos manos, acercando ésta a él.

- Ahora entiendo lo que decías acerca de poseer la inocencia de un niño –sonrió y, a continuación, suspiró mirándola condescendiente, como a un hermoso pajarillo a punto de quedarse sin alas-. Así que Calliope –ahora sí que había escuchado su nombre. Aunque no sólo lo había escuchado, lo había analizado-. Tu madre fue muy cruel contigo poniéndote ese nombre, pues te condenó sin tú buscarlo a algo así. Calliope, musa de la poesía y la elocuencia. ¿Tienes algo para mí? ¿Tú también ocupas tu mano con una trompeta y albergas bajo el brazo una poesía? Porque estoy bastante falto del toque divino últimamente. A lo mejor eres la musa que necesito –pretendiendo poco más que bromear y sonrojar a una desconocida-.

Y dándose por fin cuenta de que aquella musa necesitaba un nombre para referirse a él y poder dejar atrás el título de señor, se presentó ignorando cuan estúpido estaría a punto de ser.

- Que modales los míos. Soy Christopher Marlowe. Como el escritor -algo con lo que no podía bromear y, sin embargo, en esta ocasión se lo había permitido. ¿La culpa? Toda la tenía la hija de Zeus y Mnemósine: Calliope, la de la bella voz-.


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Mensaje por Calliope E. Graham Sáb Ene 09, 2016 4:57 pm

La joven no podía creerse dónde se encontraba. Se sentía como una niña pequeña con un juguete nuevo entre las manos, observando el escaparate de una deliciosa pastelería. Estaba entusiasmada. Esa era la palabra.

Le hubiera gustado recorrer todas las zonas del teatro, saltar, ir de un lado a otro...Descubrir todos y cada uno de los secretos que ese hermoso lugar albergaba, pero no lo hizo. En su lugar se limitó a seguir observando todos y cada uno de los detalles, intentando grabarlos a fuego en su mente y en su retina. No quería molestar a ese desconocido que le había abierto las puertas del teatro, cumpliendo así uno de sus sueños. Calliope no tenía muchos, pero casi todos ellos tenían que ver con el arte de la representación escénica, aunque esos se los guardaba para sí misma. Su vida se dividía entre su pequeña y sus escritos y así era feliz. No aspiraba a nada más, no esperaba convertirse en una famosa dramaturgo ni mucho menos, aunque una parte de ella sí que anhelaba ver representada sobre el escenario una obra suya. Aunque solo fuera una vez.

Aunque esos sueños habían quedado, ahora, relegados a un segundo plano. Tenía muy claras sus prioridades y lo primero era el bienestar de su pequeña. Encontrar un trabajo le llevaba todo el día, por lo que apenas podía escribir más de dos o tres líneas seguidas. Y eso cuando Morfeo no se encargaba de acunarla nada más llegar a su habitación y ella estaba demasiado agotada como para resistirse a ello. Echaba de menos escribir, dejar plasmado sobre un pergamino sus ideas, sus historias y por eso, a pesar de todo, no podía resistirse a escribir aunque solo fueran unas pocas líneas de vez en cuando. Pronto tendría más tiempo, pronto todas sus preocupaciones se desvanecerían y podría robarle alguna que otra hora al día, o a la noche, para poder crear una obra de teatro. Aunque no la leería nadie, sería su secreto, como siempre.

Se quedó callada unos instantes, sin saber qué decir. Se había dejado llevar por la emoción que la invadía y, probablemente, había hablado más de la cuenta. Se mordió el labio inferior. Por su cabeza pasaron miles de ideas, pero...Algo le decía que él podría entenderla, que no la juzgaría ni se reiría. Sí, era una completa tontería porque el hombre que tenía delante no era más que un desconocido, pero...Conocía el teatro, tenía acceso a él, formaba parte de su mundo. Y ella ya había dicho más de lo que había dicho nunca al respecto.-Creo que lo ha entendido muy bien, señor, pero no me malinterprete. Tan solo se trata de pequeñas obras, personajes que me piden que cuente su historia, que la plasme en el papel, nada más que eso.

-¿Ahora lo entiende, señor?-preguntó cuando él habló sobre lo de poseer la inocencia de un niño, sin llegar a comprender del todo. Se encogió de hombros cuando él le dijo que su madre había sido muy cruel al haberle puesto ese nombre.-No creo que haya sido una condena, señor. Un nombre es tan solo un nombre-se colocó un mechón de su cabello tras su oreja y lo miró  directamente a los ojos.-Veo que entiende de mitología, caballero, pero me temo que solo comparto con la musa de la poesía y la elocuencia el nombre, no tendría nada que ofrecerle-añadió, pero se quedó unos segundos en silencio, antes de añadir algo más.-Puede que mi opinión no tenga mucho valor, pero si puedo ayudarlo en algo...Usted me ha abierto las puertas del teatro, permitiéndome contemplarlo y eso es algo que nunca pensé poder hacer. Le estoy muy agradecida por ello.

-Christopher Marlowe...-murmuró, repitiendo el nombre con el que él se había presentado.-Toda una casualidad, si me lo permite decir-sonrió levemente.-Tamburlaine es una gran obra, bajo mi punto de vista, aunque sea más conocida La trágica historia del doctor Fausto-volvió a mirarlo directamente mientras se paseaba por el teatro y sucumbía a la tentación, subiendo hasta el escenario y sentándose en la orilla del mismo.-¿No será por eso por lo que está bloqueado, señor Marlowe? Antes ha dicho que mi madre me condenó por mi nombre, puede que el suyo sea su propia condena. ¿Intenta emular el estilo de ese dramaturgo? Hace muchos años que dejó de existir, el mundo ha cambiado, nada es como en su época. Debería buscar su propio lenguaje, su propio camino.


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Mensaje por Christopher Marlowe Vie Mayo 06, 2016 3:57 pm



Aunque las palabras de la mujer pudieran llegar a intuirse erróneas, parte de verdad se atrevían a mostrar. Pues para el vampiro que en época victoriana acostumbraba a tambalearse con su pálido rostro de taberna en taberna y de teatro en teatro, Christopher Marlowe, el auténtico, hubo muerto tiempo ha. Consumido por la desesperación de situación tal en que se hubo encontrado una vez su amado isabelino –el otro, aquel que le aventajó con una mano atada a la espalda- tocara con su frío cadáver el ataúd del olvido. Tal vez la muerte en vida que recibiera el vampiro días antes marcara realmente el paso de vida a muerte, pero para Marlowe, que no estaba dispuesto a dejar que nadie decidiera sobre su vida o no vida –en ocasiones ni siquiera él mismo, pues la dejaba pasar sin tomar decisión alguna-, había fijado la fecha de su defunción junto a la del otro isabelino. Al menos, sino su propio fallecimiento, la del maltrecho órgano que acostumbraba a bombear su sangre, cuando tenía algo que bombear.

- Ninguna obra es pequeña cuando el corazón está de por medio. Un manuscrito no es mejor porque comparta número de hojas con cipreses o robles, sino que su importancia y calidad radica en que su mensaje se extienda a lo largo de los años, longevo, cual hoja de laurel, cual hoja de pino.

Dulce hipócrita de talento caduco el que habla. De tinta corrida y pluma afligida.

- Un nombre es tan solo un nombre –repitió entre murmuros para si aquel que llegaba tarde para preservar la herencia literaria de que hubo hecho honor su nombre años atrás-. Siento discrepar. Al igual que discrepo en la modesta visión que tienes de ti misma. Es gracioso –sonrió-. Tantas personas que se vanaglorian de la vacuidad de sus actos y luego estás tú. Que pareces asustada ante la idea de dar cualquier tipo de importancia a lo que podría salir de esa cabecita e incluso temerosa de tu propio ser. Si me preguntas te tiré que no he leído a Marlowe, no es de mi agrado. Pero dime, ¿cómo es que una mujer que no parece tener muchos francos que gastar en ropajes, ha leído al dramaturgo? –hablar de él en tercera persona hacía las delicias de su ego-. O tal vez esos francos han ido destinados precisamente a leerlo. A leer, en general. Respóndeme a otra cosa. ¿Has leído a Monaghan, a Murdock, a Mumford? –tantos nombres habían servido para referirse a él con el paso de los años que ya no estaba seguro de recordarlos todos-. Y si es así, ¿qué opinas de ellos?basura. No existía otro término y éste no buscaba escuchar algo diferente-.

La condena del vampiro, su nombre. Desde luego. Así como también lo era el intentar emular al que una vez fue, a ese que nunca más volvería a ser. Alineara el planeta que se alineara y brillara la estrella que brillara. El vampiro se hacía llamar a si mismo Christopher Marlowe y en verdad lo era, lo fue. Bautizado como tal y conocido también por su nombre y los escritos que acompañaron a éste. Sin embargo… triste era la idea de aferrarse a un nombre que ya no significaba nada. A alguien que ya no era. A la idea de que algún día podría volver a hacer honor del título de dramaturgo –uno de verdad, aquel que bailara con la prosa y el verso, y no alguien de quien éstos se reían a diario-.

- Desde luego que el mundo ha cambiado, pero no olvides que las personas también lo hacen. ¿Te imaginas a tu dramaturgo vistiendo ropajes victorianos y empapando su pluma con tintes de una grandeza ya extinta? Los años aportan sabiduría, conocimientos, un montón de cosas que parece sólo pueden ir en una dirección: la mejora de uno mismo. Sin embargo, hay algo que nunca se tiene en cuenta y es el tedio del paso del tiempo. Si Christopher Marlowe viviera ahora mismo, estuviera aquí, frente a nosotros… ¿qué piensas? ¿crees que sería alguien feliz de poder dedicar su existencia a escribir o que toda la tristeza que embotaba su corazón y espoleaba su mente ya no serían válidas hoy en día, habiéndose dejado llevar por la primera y pensando que bueno… siempre tendría tiempo a recobrar sus hábitos de escritura? Al fin y al cabo… para haber topado con nuestra época debería haberse convertido en… no sé, un ser inmortal. Haber trabado parlamento con Mefistófeles, como su Fausto.

Hablaba demasiado. Su lengua era un animal libre y salvaje que detestaba la costumbre y que no conocía jaula posible.

- Que tonterías digo, ¿verdad? Como se nota a que dedico mi tiempo libre –señaló finalmente echando un vistazo a la magnificencia de aquel teatro-. Tal vez, si tanto te gusta el sitio, debas quedarte. ¿No lo has pensado? ¿O acaso hay algo ahí fuera que no te lo permita? Vamos, habla. No me prives de llamarte Calliope, la de la bella voz.


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