en dans å glemme (Privado)

La noche sucedió al día, como desde hace muchas lunas antaño. Recolocaba el nudo de la corbata sobre mi blanca camisa frente al espejo que me devolvía una imagen elegante, mas alejada de mi propia realidad.
Odiaba las fiestas, odiaba todo aquello que representara un esfuerzo por relacionarme y aparentar ser ese sobrino del rey al que los de clase alta solían buscar y no el guerrero curtido en la batalla que era.
Puede que las ropas engañaran, mas las cicatrices de mi cuerpo mostraban la cruenta realidad, esa que pocos conocían y que posiblemente jamas llegarían a descubrir.
No solía contar mi vida a nadie, era un hombre reservado, supongo que a eso es a lo que llegas tras muchas perdidas, tras muchos desengaños y tras una vida mas dura de lo que hubiera debido ser a mi corta infancia.
Alcancé la madurez a golpe de látigo, así que ahora, simplemente, tenia que pintar la mejor de las sonrisas y fingir quien no era.

La puerta de mi cámara fue golpeada por los nudillos de mi joven acompañante, la amiga que había recuperado por casualidad recientemente.
Tampoco a ella la reconocía, quizás porque el tiempo había pasado para ambos, porque ya no era esa niña con la que corría por los bosques y me revolcaba por el barro.
París no era el norte, los vestidos que portaba distaban de los norteños y había crecido lo suficiente como para convertirse en una bella doncella.
Una que posiblemente arrebatara el corazón de cualquier hombre y la cordura de la mayoría.

Abrí la puerta con la mejor de mis sonrisas escrutando sus ojos que brillaban como el fuego para hundirse en los míos.
-Estas preciosa -me aventuré a confesar con naturalidad mientras alargaba mi brazo para que posara su mano sobre el y acompañarla hacia la salida.
Me separé un instante al percatarme que me olvidaba de sendas cosas, el sombrero de copa y la capa fina que junto a mi emblema familiar recayó con rapidez sobre mis hombros.
-Ahora si -dije guiñándole un ojo para de inmediato tenderle de nuevo mi brazo.

Así salimos al exterior donde le cochero nos esperaba periódico en mano para portarnos al destino de esa fiesta que se me antojaba demasiado pesada y larga.
Supongo que mi apellido exigía ciertos sacrificios, prefería que estos se produjeran en el campo de batalla, mas una noche de baile, tampoco me mataría a fin de cuentas.
El cochero plegó el periódico y nos abrió la compuerta con rapidez, dejando así acomodarse a la dama, que con su pomposo vestido y su sonrisa radiante, estaba preciosa.

Tras ella me acomodé yo cediendo la invitación al cochero que pronto emprendió el camino hacia el Palacio Royal, lugar donde al parecer se celebraban la mayoría de las fiestas importantes de París.
-¿Recuerdas cuando me salvabas de niño, de las tediosas clases de baile? -Sonreí de medio lado, recordando aquellos tiempos en los que entraba por la puerta con alguna excusa. Aun que creo solo lo hacia por verme bailar y hacer el ridículo. -Pues espero que hoy me salves de cierto modo también.

Quizás la diferencia, es que hoy danzaba de forma exquisita, de ello se encargó mi madre, una mujer que siempre tuvo clara una cosa..que por mucho que fuera el guerrero del reino, debería tener los modales dignos de mi posición. Lucho por mi educación desde que nací casi tanto como mi tío por hacerme sangrar en el campo de entrenamiento sin fin.
Una combinación extraña, mas supongo que de cierta medida, ambos era yo.

Lishbeth:

Días antes a aquella tarde, Lisbeth había recibido una invitación para asistir a un baile de gala celebrado en el Palacio Royal de París, donde los asistentes a éste pertenecerían a las familias de la alta sociedad parisina, y a la que tanto ella como Höor, debido a sus respectivos apellidos, estaban invitados.
Agradeció el reencuentro con su amigo al llegar a la ciudad, pues aunque a ella le entusiasmaban los bailes, asistir a uno en donde anticipaba que no conocería a nadie, le habría parecido más una obligación que un placer. Sin embargo, con su amigo a su lado, las tornas cambiaban, y sería sin duda un buen rato el que pasarían juntos.

Durante la mañana, Lisbeth pasó horas decidiendo que vestido ponerse para la ocasión. Deseaba estar radiante para acompañar a su amigo, demostrarle que se había convertido en una joven elegante, que había dejado atrás esos años de la infancia que habían compartido y donde no había mucha distinción entre ellos cuando jugaban a las batallas o cuando se bañaban en el lago. Aunque su amistad seguía latente, había algo más que azotaba el corazón de Lisbeth, un sentimiento que solo había sido capaz de sentir una vez poco antes de su despedida, cuando en ese beso inocente sus labios se juntaron, sellando entonces su amistad y creando una esperanza en la joven durante todos esos años que habían estado separados.

Finalmente se decidió por el vestido color azul brillante con bordados plateados y palabra de honor que le había regalado su padre por su último cumpleaños. Dedicó el resto de la mañana a elaborarse un sencillo recogido, engarzándolo con un broche plateado a juego con el vestido, donde solo unos mechones de pelo caían por su rostro y resbalaban por su espalda.
Se colocó una fina capa de tul de color negro sobre los hombros para cubrirse éstos hasta que llegase al baile, y preparada para el evento, decidió ir en busca de su amigo que parecía retrasarse.

-Vos también estáis muy elegante.- sonrió con timidez sintiendo como sus mejillas se sonrojaban por el cumplido de su amigo, sorprendiéndose también ella por lo atractivo que estaba el joven así vestido.

Cogida del brazo de Höor, ambos accedieron al exterior de la mansión donde se alojaban, y donde ya les esperaba el elegante carruaje que les llevaría hasta su destino. Lisbeth fue la primera en subir a éste, acomodándose en el asiento mientras recolocaba su vestido. Su mirada buscaba nerviosa la de Höor, y un suspiro salió de sus labios antes de que el joven tomase asiento a su lado y el coche pusiese en marcha el carruaje.

-Recuerdo la cara de tu madre cuando interrumpía siempre cuando tomabas clases de baile, cualquiera diría que lo hacía con intención. Era pura casualidad que siempre surgiese algún imprevisto que atender cuando estabas "patoseando"- contestó divertida rememorando viejos momentos en los que su felicidad era plena, y en los que no tenía otra preocupación que recuperar a su amigo de esas pesadas clases que le robaban su tiempo compartido.- Höor, te salvaría del mismísimo infierno si hiciese falta. No me soltéiss de la mano, y prometo que no os dejaré solo.

Los dos jóvenes rieron y bromearon durante el camino, recordando todo lo que habían vivido juntos, recuerdos que sin duda los unían cada vez que los rememoraban, uniendo sin darse cuenta esas vidas que se habían separado durante años. Demostrando la existencia de amistades que son eternas, que pueden retomarse en cualquier momento como si el tiempo no hubiese pasado por ellas.

Al fin llegaron al Palacio, deteníendose el carruaje junto a una alfombra roja de terciopelo que indicaba el lugar por donde accedían los invitados a la fiesta. Un joven mozo abrió la puerta del carruaje, por la que tras salir Höor, ayudó a Lisbeth a bajarse de éste.

-No me sueltes de la mano, por favor.- susurró la joven al quedarse totalmente sorprendida por la visión que ante sus ojos se extendía. Decenas de damas y varones conversaban en las inmediaciones del Palacio Royal, esperando para entrar. El acceso estaba lujosamente decorado, y el ambiente invadido por los caros perfume de sus asistentes.

La alfombra roja acomodo nuestros pasos hacia el interior del palacio. Con la dama temblando entre mis manos, y una sonrisa nerviosa nos adentramos en aquel enorme lugar, con una decoración rococo.
Lleno de luces y sombras , lamparas de araña con numerables cristales que pendían de los altos techos y bellas filigranas como talla de unas paredes amarillas cargadas de columnas serpenteantes.
Un lugar abrumador y cargado de gente luciendo sus mejores galas, gente que a ritmo de vals emprendían la danza, otros que simplemente tomaban de su copa analizando el panorama y bellas doncellas que esperaban su turno en la caza de un marido que las desposara.

-Imagina que es el bosque donde tantas veces hemos danzado espada en mano -bromeé con un guiño antes de retirar la capa de sus hombros para cedérsela al mayordomo.
La verdad es que en ese bosque solo danzaba yo, mas lo hacia bastante mejor que en la sala de Palacio, algo que hoy cambiaría frente a sus ojos.

Tiré de su mano con una picara sonrisa para adentrarme en la pista de baile, a fin de cuentas, no habíamos venido a eso.
Uno frente a otro nos dedicamos el saludo protocolario para empezar todo vals. Un ligero movimiento de cabeza con una pequeña reverencia por parte de la doncella.
Besé el dorso de su mano antes de tomar sendas, con suavidad para empezar a danzar, lentamente al ritmo de un sonido sosegado.
No tardo el ritmo en  cambiar, mano derecha enlazada, brazo de la dama obre mi hombro mano izquierda en su cintura y comenzamos a danzar.

Nada tenia que ver esta música con la danza de guerra, esa con ritmos frenéticos, alrededor del fuego, con risas ebrias por los caídos, tratando de hundirnos en el olvido.
Olvido de sangre, de jirones, de muerte, de cuervos y de que al llegar le alba nuestras armas volverían a mostrar su filo.

Alcé la mano izquierda ensamblandola con su derecha por encima de la cabeza, las otras manso en la cintura y la danza seguía lenta.
Nuestros ojos engarzados, sonrisa de la dama en sus labios, aire que escapo de los míos.
Y de nuevo recuperamos la posición para seguir aquel baile lento que nunca me cautivo.
-Una copa -susurré cuando el fin del baile toco a la banda que a un lado del salón tocaba con suma atención.

Del brazo de Höor, la joven Lisbeth subió las escaleras decoradas con aquella alfombra roja  que les llevaría ante la espectacular  entrada de un palacio que sin duda había sido adornado con las mejores galas. Un glamour al que la muchacha estaba más que acostumbrada pero que no por ello dejaba de causarle impresión cuando asistía a bailes lejos de su hogar. Al menos no tendría que quedarse esperando a que algún caballero la sacase a bailar, pues sabía que su amigo no la dejaría sola en ningún momento.

Observó con recelo al resto de damas que disfrutaban del evento, sintiéndose un poco intimidada por la ostentosidad  de sus vestidos, dignos de una boda de la realeza. A un lado se encontraba la banda de música más completa que Lisbeth había visto en su vida, pues que ella supiese, no podían haber más instrumentos que los allí presentes. Su mirada recorría el lugar de una parte a otra, tratando de no perderse ningún detalle de lo que sin duda sería una velada interesante. Apretó la mano de Höor, asegurándose que seguía allí con ella, buscando su apoyo incondicional.
Salió de su ensimismamiento en el mismo momento en que el joven tiró de ella hacia el centro de la pista, donde después de unos gestos protocolarios que jamás habían existido entre ellos, se dispusieron uno frente al otro. Su tímida sonrisa acompaño al rubor de sus ya sonrosadas mejillas cuando Höor la tomó por la cintura tras enlazar sus dedos con los ajenos, acercando sus cuerpos para comenzar a danzar al compás de un vals extremadamente lento.

-Ojalá fuese lo mismo que cuando danzábamos por los bosques, porque podría ir descalza y podríamos terminar el baile riéndonos sobre la mullida hierba.- susurró al recordar episodios de su niñez; recuerdos que les unían y que no había olvidado.- Si nos tiramos en la alfombra para mirar hacia el cielo, nos mirarían de forma extraña, ¿no cree?

Los pasos de baile continuaron entre los dos, y junto al resto de asistentes fueron acompasando sus pasos al ritmo marcado por la orquesta. Lisbeth miraba con admiración a su amigo, un joven que había dejado de ser un niño y que se había convertido en un apuesto caballero con el que ella se sentía distinta. Había bailado en un sinfín de lugares, con distintos acompañantes amigos de la familia,  pero jamás se había sentido del mismo modo en el que se sentía bailando con Höor.

-Que la copa sea doble.- bromeó la joven cuando la orquesta hizo una pausa para cambiar de melodía, y el joven aprovechó para descansar.- He de confesarle que estoy sorprendida de que no me haya pisado ni una sola vez.  Como he podido apreciar hay muchas cosas en vos que han cambiado, para mejor, por supuesto. ¿Hay alguna cosa más en la que pueda sorprenderme?

Tomándola de la mano, y ambos con una divertida sonrisa en los labios, se apartaron hacia un lado del salón donde se hallaba la barra, en la cual otras parejas esperaban su turno para solicitar sus refrigerios con la esperanza de poder seguir después bailando. Lisbeth observaba risueña  a Höor, hipnotizada por sus palabras, por ese tono de voz que también había cambiado en él y que  se había tornado del todo interesante.

La danza terminó, las parejas de baile se preparaban para continuar danzando sobre la pista o por ende y como nosotros en ir a tomar una o dos copas que nos saciaran la sed y animaran la velada.
La dama la pidió doble, algo que me hizo esbozar una sonrisa mientras le indicaba al camarero que me la sirviera de igual modo.
-Creía que no bebíais alcohol señorita Hagebak -susurre tomando la copa recién servida y llevándola a mis labios.
-Mi madre, que ya la conoces insistió tanto en que supiera bailar bien que al final, parece que lo consiguió. Tendrás que darle a ella las gracias porque tus pies sigan intactos -bromeé con un guiño de ojos.

La música de la orquesta volvió a inundar el ambiente mientras los ojos de la dama me miraban de forma incesante, como si en mi hubiera descubierto a otro yo y no al niño que hace tiempo conoció.
-la vida a cambiado para ambos, vos sois una dama y yo me debato entre ser una caballero o un guerrero o ambos.

Un nuevo sorbo a mi copa mientras admiraba la mujer en la que se había convertido ,estaba seguro de que pronto tendría tantos hombres rondándola que acompañarla a estos eventos seria casi imposible.
Es mas, pronto estaría mal visto que ambos estuviéramos solos sin carabina, pues a su futuro marido no le haría ninguna gracia mi presencia, de eso estaba mas que seguro.

-¿Que es de vuestros hermanos? -pregunté dando un cambio radical de tema.
Había compartido muchos juegos con ellos, aunque todos me superaban en edad, mas no en destreza con las armas.
Aun así en todos ese tiempo que habíamos permanecido lejos no había vuelto a saber de ellos.
Los imaginaba ya casados, con hijos y posiblemente con varias haciendas a su cargo.

Apuré la copa entre risas varias y pedí una segunda para acompañar a la dama que bebía mucho mas despacio.
-¿Paseamos por los jardines o preferís seguir bailando?
Las fiestas no eran mi fuerte, y odiaba las mil interrupciones que estábamos sufriendo de todos los nobles empeñados en hacer mi estancia la mas de cómoda en ese palacio.
Sonreí tantas veces como estreche sus manos.

Me presentaron varias mujeres en edad de merecer con las que posiblemente buscaban formalizar alianzas entre ambos reinos, mi mirada buscaba a Lis, esperando que me salvara de todos aquellos tipos, hijas y mujeres con abanico.

Lisbeth se quedó sorprendida cuando Höor tomó en serio sus palabras y pidió por ello dos copas dobles para ambos. Como bien decía su amigo ella no tomaba bebidas alcohólicas, y solo había tratado de buscar un jocoso comentario para hacerle comprender lo mucho que deseaba salir de ese salón del baile que la abrumaba por momentos. Aunque no por ello rechazaría la copa que su amigo le ofrecía, al fin y al cabo, unos cuantos sorbos no le haría daño y tal vez le animase esa velada.

-Su madre hizo un buen trabajo entonces, Señor Cannif. Espero verla algún día para agradecérselo.- añadió con una sonrisa para beber después con cautela de la copa de un líquido dorado que le tendía su amigo. Trató de no hacer una mueca cuando sintió como el sabor de dicho licor le provocaba un intenso quemazón en la garganta.- Siempre seréis ambas cosas. Un apuesto caballero en apariencia, y un gran guerrero de corazón. No es algo que se pueda elegir cuando se nace con ambas cualidades.

La banda de música comenzó con una nueva y lenta melodía que provocó la vuelta al centro de la pista de varias parejas que tras haberse tomado un refrigerio decidieron aprovechar la ocasión para juntar de nuevo sus cuerpos al son de las suaves notas.

-Mis hermanos cambiaron mucho tras la muerte de mi madre. Durante un tiempo pensé que no saldrían del duelo que su pérdida causó en nosotros, pero cuando marchamos al castillo de mi madrastra, la situación pareció mejorar. Nuevos aires donde el recuerdo de nuestro hogar ahora lejano parecía liberarles. - contestó tratando de no ser muy condescendiente, aunque sin ánimo de contarle a Höor lo catastrófica que había sido su existencia desde aquel último beso en el bosque.- Poco duró ese espejismo, pues desde que mi padre contrajo segundas nupcias y mi madrastra acogió de buen grado a mis hermanos, todo su entretenimiento ha sido gastarse la herencia de mi padre y de su nueva esposa es asuntos de los que prefiero no hablar. Todo lo que mi madre nos enseñó, la educación, nuestros planes de futuro, absolutamente todo lo que nos convertiría en lo que ella deseaba de nosotros, desapareció con ella.

Lisbeth bebió de nuevo de su copa, desviando la mirada de su amigo y posándola en esas parejas que danzaban despreocupadas. Envidió no poder ser una de esas muchachas cuyo mayor objetivo era encontrar a un buen marido con el que desposarse; no porque ella desease contraer matrimonio, sino porque estaba cansada de tener que ser siempre la voz racional de su familia cuando era ella la pequeña de sus hermanos.
La llegada de numerosos nobles que se acercaban en un reguero continuo de saludos hacía Höor la mantenía absorta en sus pensamientos. Hermosas damas aproximadamente de su edad, acompañadas de sus progenitores, se acercaban hasta ellos con la intención de presentarse a su amigo, y aunque ella se había que lo que sentía era irracional, reflejos de celos afloraban en su interior.

-Demos un tranquilo paseo por los jardines, Señor Cannif, así podremos tratar los asuntos que tenemos pendientes.- contestó a la pregunta de su amigo, que parecía necesitar que lo rescatase de las garras de esas lobas con vestidos caros y abanicos multicolores. Colocando su mano sobre el brazo del joven, dirigieron después sus pasos hacia un jardín interior en el que otras parejas parecían buscar un poco de intimidad.

Lanzó con disimulo un último vistazo en dirección a esos nobles que parecían preguntarse que tipo de relación mantenían aquellos dos, y con una lúdica sonrisa, centró sus ojos en Höor, que con paso firme, colocó su mano sobre la de la muchacha antes de comenzar su paseo por esos frondosos jardines que imitaban a un curioso laberinto.

-Ahora mismo debo ser la dama más odiada y envidiada del baile.- añadió con un guiño y una sonrisa de medio lado, agradeciendo que su amigo no la hiciese pasar más rato en una fiesta en la que se sentía tan abrumada.- ¿Sabes? Este gesto me recuerda a cuando éramos niños y tras las cenas de postín a las que nos obligaban a asistir, acabábamos escabulléndonos con alguna extraña escusa, para subir a las almenas a ver las estrellas, ¿recuerdas?

Pronto alcanzamos el exterior, un precioso jardín repleto de mullido verde y delicadas flores que con tonos rojos fuego y blanco hielo parecían decorar el lugar.
Olor a rosas cuando la dama tiro de mi mano hacia una especie de laberinto alto, que nos daba cierta intimidad.
Setos a un lado y en otro, con una fuente si mal no recordaba en el centro de la última vez que asistí a ese lugar, claro que en esa ocasión era un niño y acompañaba a mi madre en uno de sus viajes de retiro a París.
Una escusa para sacarme las pocas veces que mi tío se lo permitía del férreo entrenamiento al que este me sometía. Tiempo para que me recuperara de las heridas, heridas que pocas veces cicatrizaban antes de abrir otras nuevas que a golpe de espada, cincelaron mi carácter.

Recuerdo que jugué entre estos mismos setos, con mi madre sentada en aquella fuente, su rojiza mirada como siempre se perdía en las cristalinas aguas de aquel manantial con una gran figura que portaba un pequeño caudal de agua que por una tinaja.
Tome la mano de Lish para arrastrarla hacia ese idílico lugar que creía recordar.
Su risa retumbo entre los setos del laberinto al ver mi impaciencia mientras su cabello ondea ligeramente al viento.
Una de sus manos aferraba los bajos del vestido, la otra enlazada a mis dedos dibujaba en cierto modo su sino.
Desde allí quizás puedas explicarme las constelaciones del firmamento, recuerdo cuanto te gustaba presumir de lo que sabias de ellas.

No recordaba que de pequeño me costara tanto recorrer aquel lugar, supongo que porque la imaginación de un niño era infinitamente mas ilógica que la de un adulto, y porque en ese laberinto las estrellas a diferencia de en la vida, no pueden guiar tus pasos.

-¿y si jugamos a algo señorita Hageback? Creo que lo llamabas ¿verdad o mentira?  Hacías una afirmación y tenia que adivinar si era cierta o no, claro que eso seria mejor con una buena botella para compartir entre los dos, mas dado que la quiero devolver a la mansión Cavey sobria y de una pieza podemos prescindir del alcohol ¿os parece?

Ambos jóvenes recorrieron tomados del brazo el camino que les llevó hasta el comienzo de ese frondoso laberinto conseguido gracias al magnífico trabajo del jardinero del palacio, que tras el paso de los años había moldeado los setos a su gusto. A sendos lados de la entrada de este  una enredadera de buganvillas rosadas trepaban por la misma,  dándole un suave colorido al lugar. Además la dulzona esencia de los jazmineros que rodeaban el laberinto, embriagaba sus sentidos haciéndola sentirse libre, sintiéndose como en casa. Durante unos segundos cerró los ojos, recordando ese mismo olor que por la noche se hacía más sentido cuando paseaba por los jardines de su casa, sintiendo esa nostalgia que la embargaba cuando recordaba su hogar, a su madre.

De súbito, el tranquilo paseo por los jardines de palacio se convirtió en una apresurada carrera donde las carcajadas de Lisbeth por el arrebato de su amigo resonaban en cada una de las esquinas de aquel mágico lugar. Cogida de la mano de Höor, que al parecer tenía prisa por llegar hasta la fuente  cuyas aguas desde el exterior podían escucharse, Lisbeth recorrió una gran techo entre risas y trompicones al tiempo que trataba de sujetarse la falda del vestido para no trastabillar.

Una dulce sonrisa se dibujó en su rostro al ver de nuevo a su amigo reír, divertirse con ella como hacían siendo niños. En ese momento, los años no habían pasado para ellos, volvían a ser esos amigos inseparables a punto de cometer alguna travesura.

-Poco más he aprendido sobre las constelaciones y sus leyendas desde la última vez que nos vimos, pues era mi madre y yo las que compartíamos esa afición y tras su muerte perdí el interés.- explicó con voz queda al recordar de nuevo aquello que no volvería a tener, más trató animarse de nuevo por haber recuperado al amigo que también creía perdido.- Pero si quieres, puedo volver a retomar mis lecturas sobre el tema y así hacer más amenas nuestros paseos nocturnos.

Tardaron unos minutos en llegar hasta la fuente de aguas claras e iluminada por la tenue luz de varias farolas colocadas estrategicamente alrededor de ésta.
Lisbeth miró a su amigo con gesto divertido, sopesando su propuesta sobre un juego que parecía que les llevaría a pasar una agradable velada al fin y al cabo.

-Espéreme aquí, no te vayas sin mí.- apuntó antes de darle un beso en la mejilla y quitarse los zapatos que dejó junto a Höor, antes de salir corriendo divertida por el mismo camino que terminaban de recorrer. Arrancó un manojo de hojas de uno de los setos, pidiendo en su mente perdón al jardinero por atentar contra sus plantas, y fue dejando un reguero de estas a lo largo del camino para poder encontrar a su amigo a la vuelta.

No tardó en llegar hasta la barra donde minutos antes habían tomado sus primeras copas, y con rapidez tomo prestadas dos botellas de champagne colocadas sobre una bandeja que pronto sería servida ante el descuido del camarero que girado hacia el interior de la barra, buscaba las copas para colocarlas sobre la misma bandeja ahora vacía.
Riéndose por su travesura, Lisbeth recorrió el camino de vuelta marcado por las hojas, ansiosa por volver al lado de su amigo.

-Creo que con que me devuelva entera será suficiente, y este juego no sería lo mismo si no apostásemos con un poco de champagne, ¿no cree?- sonrió al volver al lado de Höor con ambas botellas, orgullosa de sí misma por haberlas conseguido. Se acercó a su amigo, siendo ella ahora quien tras pasarle una de las botellas y liberar su mano, cogió la ajena y tiró de ella hasta sentarse sobre el poyete de la fuente.- Está bien, juguemos; aunque debo advertirle que he perdido la práctica en este juego, pues creo que recordar que cuando eramos niños no conseguía ganarme.- guiñó un ojo antes de darle un pequeño trago a la botella de champagne.- Empiece vos mientras yo voy recordando como se hacía.

Una sonrisa traviesa en el rostro de Lisbeth dejaba ver que recordaba bien como se jugaba a aquello, y que una vez más, intentaba bromear con su amigo.

No tardamos en llegar frente a aquella fuente que la verdad estaba tal y como la recordaba, el paraje era mágico, con el agua cayendo meditabunda a mis espaldas portándome a tiempos pasados donde era mi madre y no yo, la que tomaba asiento en la piedra de aquella fuente.

La dama entre risas tomo los bajos de su vestido para entre risas pedir que la esperara  al parecer había tenido una brillante idea. Una de esas que siempre se le ocurrían de pequeña, cuando su risa inundaba el castillo. Idea que decidió no confesarme hasta que la vi desaparecer entre los altos setos del laberinto.

Miré el cielo durante un rato, posiblemente contemplando el mismo firmamento que hoy mi madre estaría viendo. Sabia que para ella no era fácil nada de esto, muchas veces le había insistido en que dejara palacio y con este a mi tío. Mas ella insistía en que allí estaba su lugar, era terca como una mula, difícil de llevar.
Sabia que nunca huiría de esa cárcel de oro, y su principal motivo era yo.
Mi tío era un ser despreciable, un cobarde que a fuerza de látigo reinaba sobre su pueblo y que desde su atril real ganaba las gestas con el sudor de los nuestros.
Siempre estuvo obsesionado con su hermana, mi madre, nunca la quiso para ningún hombre, veía como sus ojos la miraban, era un maldito enfermo.

Lisbeth volvió junto a mi mostrándome triunfal dos botella de champagne sacándome así de todo pensamiento alejado a la realidad que estaba viviendo en ese momento.
Tomé una de las botellas descorchandola frente a ella, las burbujas salieron lentas por el verde de la botella y sorbí un poco el liquido de la boquilla para evitar que se saliera.
-Bien, empecemos. -dije hundiendo mis orbes en sus ojos pardos – me gusta bailar en los grandes salones de palacio, ser un noble y el centro de atención de todas las damas. -Afirmé con una sonrisa picara.

Esa era fácil, ahora tenia que decir si esa afirmación era real o no. De acertar, obvio que lo haría bebería yo, de no hacerlo seria ella quien le daría un buen trago a la botella.

El juego había empezado y los dos viejos amigos se sentaron uno frente a otro como en tantas otras ocasiones habían hecho cuando de contarse confidencias se trataba. Lisbeth se colocó sobre la losa de la fuente cruzando ambas piernas sobre ella, dejando su vestido sobre éstas que quedaban de este modo ocultas. Si su madrastra la viese sentarse de ese modo, le llamaría la atención acaloradamente y tal vez con razón, pero la joven se sentía cómoda con su amigo, y después de todo lo que habían vivido juntos no imaginaba que su gesto fuese irrespetuoso. Se acercó hasta Höor, rozando prácticamente sus manos con las suyas, ruborizándose al sentir su calor tan próximo, viéndose interrumpidos sus pensamientos cuando el muchacho habló.

Escuchó atenta la afirmación de Höor, sonriendo nerviosa al estar prácticamente segura de la respuesta. Habían huido tantas veces de los bailes de palacio que sabía que esa confirmación era falsa. Pero entonces su cejo se arrugó, hacía mucho tiempo que no veía a su amigo, y tal vez los gustos de éste hubiesen cambiado.
Era probable que le gustase llamar la atención de las damas, hecho que no le costaría mucho conseguir; pues ella misma era incapaz de no sentirse atraída por esa forma de ser, que si bien ya tenía desde pequeño, ahora se había convertido en un joven apuesto y con una personalidad arrolladora.

Entonces se mordió el labio pensativa, girando la cabeza despacio para observarle con detenimiento de arriba a abajo. El joven la miró divertido al ver los gestos de su amiga, que parecía buscar una pista en él que le diese una pista.

-Esa afirmación es falsa, querido amigo.- respondió finalmente sonriendo con dulzura.- Estoy segura que no es el baile de salón lo que más os gusta, sino los bailes con vuestra espada en el campo de batalla. Os he visto danzar con ella mientras entrenabais, se os ve resuelto, seguro de vos mismo en cada paso de ese particular baile que dáis al empuñarla. Sin embargo, aunque os hayáis convertido en un buen acompañante de baile, se nota más tensión en vuestro cuerpo al hacerlo.- la joven se sonrojó desviando la mirada hacia sus manos. Terminaba de reconocer que se deleitaba con la visión de sus movimientos al entrenar, que había sentido sus músculos tensarse bajo sus manos al bailar juntos minutos antes. Suspiró despacio, retomando fuerzas para continuar.- Aunque no sé si os agrada que las damas se fijen en vos, la última vez que os vi no era una tema que os preocupase demasiado.- sonrió con timidez buscando la complicidad de sus miradas.- De modo que, señor Cannif, es su turno de beber, y mi turno de hacer una propuesta que vos tendrá que acertar si es cierta o no.

Lisbeth movió sus piernas inquietas arriba y abajo varias veces cubiertas por la falda, pensando detenidamente que podría decir que sonase lo suficientemente convincente pero que en realidad no lo fuese.- Está bien, ya la tengo.- hizo una breve pausa para darle emoción a su frase.- He venido a París con la intención de desposarme con mi prometido, al cual conocí hace unos meses en mi mansión.- contestó por fin con una sonrisa inocente en el rostro. En cierto modo esperaba que su padre y su madrastra no se la hubiesen jugado con el objetivo de su viaje, pues como le habían explicado éste solo era para adaptarse a una sociedad en la que tendría más probabilidades de crecer como una dama de alta cuna. Si averiguaba que habían dado su mano sin su conocimiento, huiría de allí sin dudarlo.

Llevé la botella de champagne a mis labios dejando que el liquido ámbar entrara burbujeante por mi garganta.
Clara confirmación de que mi afirmación era falsa. Los bailes de salón nunca fueron lo mio, no porque no se me dieran bien, si no porque aquellas celebraciones multitudinarias, llenas de gente que hablaban de cosas que a mi no me importaban, me incomodaban de sobremanera.
Tenia razón, prefería danzar con mi espada, ahí todo se decidía sin palabras.
De pequeño llamar la atención de las damas jamas me interesó y para que mentir, tampoco es que ahora de adulto fuera algo que necesitara.
Hasta hace bien poco, mis encuentros con las mujeres eran esporádicos, una noche que no me atara sin falsas promesas de por medio.

No tardo en llegar su afirmación, su sonrisa picara enfrentando nuestras miradas mientras mi sonrisa de medio lado se evidenciaba.
Estiré la mano para pasarle la botella, sin duda esta vez bebería ella.
-Es mentira -aseguré dejando escapar una carcajada -a no ser que me mintierais a vuestra llegada, cuando os pregunté por ello fue como hacerlo por el mismísimo demonio. Dudo que de estar prometida estaríais tan tranquila y mas aun que esta afirmación la hicierais con una sonrisa ¿cierto?

Esperé que confirmará lo dicho y por supuesto que le diera un trago a aquella botella mientras contemplaba divertido sus gestos.
Medité por un instante cual seria mi siguiente afirmación, hasta ahora se lo había puesto muy fácil.
Enarque una ceja pensativo mientras llevaba mi mano a la nuca acariciando mi pelo.
No se me ocurría mucho, al menos algo lo suficientemente complicado de mi como que no fuera fácil de interpretarlo.
Era demasiado impulsivo y trasparente, siempre decía lo que pensaba, y con ese defecto era difícil jugar a este juego. Del mismo modo, ocultaba todos y cada uno de mis sentimientos tras mil escudos, con lo cual tampoco haría afirmaciones sobre estos, odiaba quedar expuesto.

Sonreí de medio lado al ver su impaciencia, como si esperara que tras este juego pasara algo que nos conectara de un modo distinto...era cierto que llevaba una eternidad sin verla. Ya no eramos esos niños que jugaban sobre la hierba.
-Tu beso en el bosque ,el último día que te vi. Nunca lo entendí -dije finalmente casi sin pensar.
Nuestras miradas se fundieron y de nuevo de mis labios escapó una sonrisa de medio lado.
-¿verdad o mentira?

Lisbeth:

Lisbeth dibujó una media sonrisa en su rostro por la perspicacia de su amigo, que no tardó en descubrir su engaño. La risa de él era contagiosa, y no tardó en acompañarlo con una dulce carcajada cuando se vio descubierta en tan inocente mentira. Debería esforzarse más si deseaba ganar el juego, aunque con el simple hecho de estar compartiendo un rato con su amigo, ya se sentía ganadora.

-Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos que no recordaba lo observador que sois. Sin duda, mi reacción en el puerto os ha dado pistas, aunque está bien, reconozco que me habéis descubierto.- contestó divertida por el juego, tomando la botella de champagne que Höor le tendía, dando un pequeño sorbo a ésta. No pudo evitar un escalofrío por todo su ser al sentir el espumoso amargor del champagne bajar por su garganta, aún así, dio otro trago a la botella, demostrando que sabía jugar a ese juego. El juego era el juego, y debía cumplir con su parte si había perdido.- Si al llegar al puerto me hubiese enterado que estaba prometida, estaría ahora mismo cruzando el Atlántico a nado.

Lisbeth parecía feliz al lado de Höor, observando como el joven se acariciaba la nuca es uno de esos gestos que lo delataban. La muchacha lo conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba pensando concienzudamente su próxima afirmación, y es que Höor no había cambiado un ápice al respecto; seguía sin gustarle perder ni a las tabas.- No se esfuerce, le conozco lo suficiente como para adivinar cada una de sus propuestas.- apuntó ella divertida sabiendo que solo era cuestión de recordar lo que sabía de él de niños. Se dió cuenta de que no habían cambiado en tantas cosas, al menos no lo más esencial.

Cuando Höor planteó su siguiente afirmación se quedó en estado de shock. Había rezado desde que lo vio en el puerto a su llegada que su amigo no lo recordase, y hubiese sido para él solo un juego de niños. Pero ahora sacaba el tema, y Lisbeth sabía que debería afrontarlo tarde o temprano.
- Decís la verdad.- contestó Lisbeth con tímidez ante su penetrante mirada. Ella tampoco sabía la razón de por qué lo había hecho, o tal vez sí y deseaba olvidarlo. Aunque no era su turno, siguió bebiendo de la botella, esta vez sin hacer guiños ni pausas; olvidándose de que era el turno de beber de su amigo. Pero en esos momentos, ella necesitaba más la bebida que él.- Fue un gesto complicado de interpretar hasta para mí.

Hizo una pausa mirándolo fijamente, sintiendo como sus mejillas se sonrojaban al pensar cual sería su próxima afirmación. Pero no tenía nada que perder, tal vez una negativa o que su amigo se asustase, a lo que siempre podía añadir que era una broma.- Mi turno.- dijo antes de beber de nuevo antes de hablar.-Ese beso que os di en el bosque aquella tarde, y que me ha acompañado cada día desde entonces durante mi soledad, fue dado para comprobar que lo que sentía por vos era más que una inocente amistad.- las mejillas de Lisbeth se incendiaron de pronto ante tu confesión, desviando su mirada para que Höor no fuese capaz de ver la vergüenza que sentía en esos momentos. Se giró hacia un lado, dejando los pies caer hacia el suelo, para evitar tener que mirarlo de frente, mientras un largo suspiro salía de sus labios. Había jugado sus cartas, para bien o para mal. Y si su amigo sentía desconcierto ante sus actos, estaba en su derecho de saber el por qué los había hecho. Aunque, ¿Sería capaz de decirle lo que había sentido al besarle? Siempre podría culpar al champagne al que no estaba acostumbrada de su osadía.

Tomé la botella dándole un trago, era evidente que un niño de siete años no es capaz de comprender porque es besado.
También es cierto que ese beso se difumino con su marcha, nunca tuvimos tiempo de hablar de ello, ni siquiera de acabar de conocernos. Hoy lo que tenia en frente no era esa niña que corría por el prado verde.
Es cierto que le escribí alguna carta, mas todo quedó en eso, en una amistad de la infancia.
Luego llego Skadi, los entrenamientos con ella. Crecimos, la vi convertirse en mujer con lo que todo ello representa.

Un nuevo trago de champang que se vaciaba entre nuestros labios sin darnos tregua haciendo ya caso omiso a aquel juego que había perdido el sentido al empezar a beber por gusto de la botella.
Sonreí frente a su siguiente afirmación, una explicación que llegaban muchos años después y que a decir verdad ahora no necesitaba, sinceramente nunca la necesité.
-Eramos niños Lisbeth, estaba mas concentrado en la espada que en las chicas que pudieran rondarme a tan corta infancia -confesé guiñándole un ojo.

Quizás eso tampoco había cambiado, seguía siendo hombre del acero, de la espada, de los cuervos. El amor hasta que llegué a Paris no había despedazado mi corazón. No así, la lujuria, la pasión y otros sentimientos presos de la adrenalina de la batalla, de unas buenas risas en una taberna o de la paz del guerrero tras blandir los aceros.
Heridas habían marcado no solo mi cuerpo si no mi alma, ya no era ese niño que ella conocía, demasiadas cicatrices dibujadas a jirones en mi ser.

-Es verdad -dije hundiendo mi mirada en la suya -eras una niña, es lógico que quisieras experimentar.
Le resté importancia porque no la tenia, eran actos de un pasado ya difuso, lejano, del que solo quedaban recuerdos efímeros de nuestras corredurias de niños.
Anécdotas divertidas, baños en los gélidos lagos, correr, montar a caballo.
Un alto en el camino del dolor que soportaba a diario. En esos tiempos ella era mi pequeño oasis en el desierto.
Pero como los oasis su visión se desdibujo en mis ojos tras ese beso.

Después, guerra, guerra, mas guerra..estaba hecho del martillo de Thor, era un guerrero, jamas seria un hombre en paz.
No era la mejor opción de ninguna mujer, no encontrarían un marido calmo, ni sumiso.
Yo era fuego, mi maestro siempre lo dijo: “demasiado fuego para templar tu espada hijo”

Era mi turno, un nuevo trago mirándola pensativo.
-el whisky es mi bebida alcohólica preferida -apunté con una picara sonrisa.
Aquello no podía saberlo, pues de niño no bebía.

El juego en el cada uno tenía que beber si erraba en su respuesta o si era descubierto en un engaño había dejado de tener sentido para ambos jóvenes, que daban buena cuenta de la botella en aquel mágico laberinto en el que se encontraban, disfrutando de forma distinta a la imaginada del baile al que habían asistido por compromiso.

El nerviosismo de Lisbeth era notorio tras haberle confesado a su amigo entre líneas lo que había llegado a sentir por él siendo niños y que no había olvidado a pesar del transcurso de los años.
Para ella sus palabras eran una declaración en toda regla, y solo esperaba que la respuesta de Höor no fuese demasiado dura, pues aunque era un poco ingenua en algunas cosas bien sabía que el corazón de su amigo no estaba libre en esos momentos.

-Claro, los niños tienen esas cosas, les gusta experimentar- contestó molesta al ver que Höor le quitaba importancia al asunto y dejaba aquel besado relegado a la nada. Un beso que ella había recordado cada noche desde su despedida. Tal vez fueran solo niños, pero a ella ese beso le había marcado el alma. Negó con la cabeza bebiendo de nuevo de la botella, sin saber a ciencia cierta si era su turno o no.- Habéis acertado de nuevo. Tendré que esforzarme más si quiero ganarle.

Lisbeth miraba a Höor con disimulo, tratando de atisbar en el algún gesto que le indicase que pensaba distinto a lo que había dicho, y que solo quería quitarle importancia. Pero no fue así, su amigo parecía que seguía viendo en ella una niña en lugar de la joven en la que se había convertido. Era cierto que habían pasado muchos años desde entonces, pero a pesar de ello Lisbeth jamás olvidó su primer beso.
Escuchó atenta la siguiente afirmación de su amigo, sonriendo levemente a l conocer la respuesta de inmediato.

-Es verdadera.- sentenció bebiendo de nuevo champagne. Solo tenía que recordar el día de su primer encuentro, y la respuesta estaba servida.- Al parecer vosotros también habéis olvidado que era muy observadora y tenía buena memoria. El día que llegamos a casa de la señorita Cavey fue lo que pedisteis para beber al acceder a su salón, e imagino que cuando a uno le dan a elegir, escoge su bebida favorita.

Sonrió tratando de olvidar las palabras de su amigo, esas en las que no se interesaba por averiguar lo que había sentido al besarle. Sintió como si un muro se levantase entre los dos, como si toda la complicidad que había resurgido al encontrarse de nuevo en el puerto hubiese sido una ilusión.- Mi turno.- suspiró lentamente tratando de encontrar una pregunta que se alejase lo suficiente de lo personal como para no tener que volver al tema del beso.-Sigo teniéndole miedo a las tormentas por la noche.- sentenció imaginando que después de todo el tiempo que había pasado su miedo debería haber desaparecido. Si Höor acertaba se encontraría en la encrucijada de mentirle para no pasar vergüenza, o confesárselo y confirmar su visión de ella de que era todavía esa niña que lo besó en el bosque.

El tono de su voz mostró cierto desazón, como si mis palabras hubieran tocado su orgullo o quizás sus sentimientos mas profundos.
Nada mas lejos de mi intención, no quería quitarle valor a un beso infantil fue el primero para ella y también para mi..solo que he de reconocer que en esa época, la espada ocupaba mi tiempo, las mujeres, ni siquiera eran tal para mi.

Luego se marchó y aunque la recordé, la extrañé en ocasiones, el tiempo pasó.
Aquel beso quedo en le olvido, no implico nada mas para mi, que un juego de niños, una despedida, un adiós. Llegó Skadi después a mi vida, nos criamos juntos alzando la espada, desgarrándonos la piel a golpes, entrenamiento duro, no hubieron besos ni juegos, solo eso, guerra.
Así crecimos los dos, nuestros cuerpos maduraron ,ella se hizo mujer y yo hombre a su vez, ahí llego la lujuria, el desenfreno...
¿que hubiera pasado si Lisbeth se hubiera quedado? No lo sabia, ni yo, ni ella.

Sonreí de medio lado tratando de aliviar la tensión, solo era un beso de niños, ¿para que darle mas vueltas a lo mismo?
Ambos eramos ahora adultos, un caballero y una dama que jugaban en un laberinto.

Pronto llegó la respuesta a mi siguiente afirmación, me tendió la botella para que bebiera proclamándose como justa vencedora de aquel juego que de momento había resultado demasiado sencillo para los dos.
Negué con la cabeza con una sonrisa divertida, no tomando la botella, le tocaba de nuevo a ella.
-No, mi bebida preferida es la hidromiel, es lo que mas se sirve en el norte...es cierto que aquí bebo mas whisky. La hidromiel de París se me antoja muy suave. En la casa de la señorita Cavey pedí whisky porque intuí que no tendría hidromiel, no es una bebida típica para la gente de clase alta, mas bien lo es para los guerreros dueños del acero.

Lisbeth seguía dando vueltas a algo, como si no acabara de decirme todo lo que se le pasaba por la cabeza, como si callara demasiadas cosas.
Así llegó la siguiente afirmación ¿seguía temiendo las tormentas? De niña le daban pavor, corría a mi cama y buscaba mi abrigo temiendo que el trueno de Thor no diera consigo..pero ambos eramos adultos..dudaba que el miedo siguiera en su camino.
-No, ya no temes las tormentas, ya no eres una niña Lisbeth

Lisbeth estaba convencida de que una vez más había acertado en su respuesta. La explicación que le había dado a su amigo era más que justificada, así que le sorprendió cuando Höor le tendió la botella, en señal de que había errado en su deducción.
Negó con la mano, levantando levemente la que tenía ella apoyada en el regado, escuchando una explicación que si bien no terminase de creerse, le resultaba bastante verosímil.

Escrutinó el rostro de su amigo, cada uno de sus gestos para tratar de atisbar algún indicio de que le estaba mintiendo, pero parecía sincero. Dio un largo trago a la botella, como llevaba haciendo varios turnos atrás, incluso cuando no debía pagar sus fallos con ello.

-La próxima vez que juguemos a esto lo haremos con una botella de esas que mencionáis, seguro que el juego se torna más interesante.- sonrisa risueña en sus labios, sintiendo poco a poco los efectos del alcohol en ella.

Durante unos segundos, Höor se tornó pensativo ante la afirmación que Lisbeth había dicho sin pensarla, y que de una forma u otra la pondrían en un compromiso. Cuando su amigo ofreció la respuesta que él creía correcta, la joven palideció por lo que le supondría tener que confesarle que esta vez quien se equivocaba era él.

-Maravillosa deducción, señor Cannif.- mintió para no tener que reconocer que seguía teniéndole pavor a las tormentas; empinando después de ésto la botella de nuevo a sus labios para pagar haber sido descubierta. No podía decirle a Höor la verdad cuando le había dicho que ya no era una niña.- Aunque siguen sin gustarme en absoluto.

Un viento helado saltó de súbito, obligando a Lisbeth a abrazarse la cintura y acercarse un poco más a Höor.- Es vuestro turno de sorprenderme con una nueva declaración.- una sonrisa dulce se instauró en su rostro, esperando que su amigo continuase el juego que él mismo había empezado.

Sonreí de medio lado frente a la idea de volver a ganar con mi afirmación, era lógico que si me decía que ya no era una niña, las cosas infantiles dejaran de asustarla.
Las tormentas solo son eso, gotas de lluvia que los dioses dejan ir azuzadas por el mismo Thor.
Me gustaban las tormentas, el graznar de los cuervos en la cruenta batalla y como los rayos abrían las puertas del Valhalla.

Echaba de menos el norte, sus tierras verdes, grandes prados, densos bosques, ríos de aguas vivas.
Echaba de menos a mis gentes, las noches en las tabernas bebiendo con ellos hasta no poder mas, noches frente a la hoguera, mis botas hundiéndose en el barro mientras la sangre resbalaba por le filo de mi espada.
Rabia nacido para la guerra, la paz se me antojaba demasiado caótica para entenderla.
Valeria, ella era lo único que me atrapaba de este lugar, eso y la incesante búsqueda de la espada.

Arreciaba la noche, el frio calaba los huesos, mientras la dama buscaba el sustento de mi cuerpo para entrar en calor, aparté la fina capa de mis hombros para cubrir los suyos.
-Si no fuera vestido como un inútil parisino, la capa seria de pieles de osos y calentaría mas que de sobra todo tu cuerpo -apunte con un guiño de ojo -¿quieres que volvamos dentro? -pregunté.
Yo no sentía un gran frio, supongo estaba acostumbrado a las gélidas temperaturas norteñas..pero tampoco quería que ella se muriera de una pulmonía.

-No se vivir en paz -confesé hundiendo mi mirada en la suya.
Sin duda esta era la mas complicada de todas las afirmaciones que había hecho, incluso para responderme a mi mismo.
Nunca había experimentado la paz, supongo que para que exista, hombres como yo han de vivir en guerra.
Desde que nací ese había sido mi sino, vivir rápido, morir joven y cenar en el Valhalla.

La contemplé con una sonrisa de medio lado antes de llevar la botella a mis labios y darle un profundo trago.
Las burbujas acariciaron mi lengua, entraba muy suave, eso era también lo malo de París, la bebida era demasiado floja en mi opinión.
Supongo estaba hecha para ese tipo de hombres que allí vivían y que posiblemente no habian alzado una bastarda en su vida.

La joven rió divertida por el comentario despectivo sobre la indumentaria que tenía que portar aquella noche donde vestir de etiqueta era necesario. Para Lisbeth también era extraño ver a Höor con aquellos ropajes, pero no por ello le parecía menos interesante.

-Prefiero pasar un poco de frío y veros engalanado con esos ropajes.- sonrió inocentemente buscando la complicidad de sus miradas.- No se preocupe, creo que podré aguantar un poco más.

La cercanía de sus cuerpos hacía que Lisbeth se sintiese insegura, nerviosa por no saber si su conducta era la correcta. Habían pasado demasiados años desde que revolcarse por la hierba en una guerra de cosquillas había dejado de ser bien visto, y aunque ahora no era lo que tenía en mente, si echaba de menos poder abrazarlo cuando se sentía desangelada.

Entonces vino la siguiente afirmación de Höor, que dejó a Lisbeth fuera de juego. Unas palabras que aunque no habían sido pronunciadas con ningún tipo de entonación, la joven sabía que escondían más sentimientos que cualquier otra.

-Es cierto, Höor. Pero es algo lógico si te paras a pensarlo. Desde niño has sido sometido a los más duros entrenamientos para convertirte en el mejor de los guerreros, en un líder nato donde sus hombres no dudarían en seguirlo a cualquier guerra que amenazase vuestras tierras.- respondió la joven tomando la mano de Höor entre las suyas, buscando ese calor que ella necesitaba y que en esos momentos pensó que también le infundiría ánimos a su amigo.- Un hombre que es adiestrado de esa forma es difícil que pueda vivir en paz, pues sin el fulgor de la batalla se siente perdido.

Lisbeth le entregó a Höor la botella de champagne después de dar ella un pequeño trago. Aunque el tiempo no hubiese pasado en balde, sabía que aquella afirmación era correcta y que en esta ocasión había acertado en su pesquisa.
Pequeñas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre aquel laberinto que se había convertido en el jardín de las confesiones.- Creo que ahora es buen momento de volver dentro.- rió Lisbeth colocando su mano sobre su cabeza para inútilmente detener las gotas de una lluvia que apretaba por momentos.
Cogidos de la mano, y corriendo antes de que esa pequeña llovizna les calara hasta los huesos, los dos jóvenes volvieron hasta el interior del palacio entre risas y miradas infantiles, recuperando con ese gesto una parte de los recuerdos de su infancia.

Höor: