AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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In Loneliness Of Two Souls [Zéphyr C. Bonnet]
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In Loneliness Of Two Souls [Zéphyr C. Bonnet]
Zéphyr Bonnet
Datos
Nombre: Zéphyr Cyprien Bonnet.
Edad: Real: 30 años| Aparente: 28 años.
Especie: Licántropo.
Tipo de clase social o cargo: Clase Media.
Orientación sexual: Heterosexual.
Lugar de Origen: Narbona, Francia.
Edad: Real: 30 años| Aparente: 28 años.
Especie: Licántropo.
Tipo de clase social o cargo: Clase Media.
Orientación sexual: Heterosexual.
Lugar de Origen: Narbona, Francia.
Habilidades
► HABILIDADES Y ATRIBUTOS INNATOS:
→ Habilidades: Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana.
→ Atributos: Garras afiladas, dentadura afiliada, rasgos lobunos (en su forma transformada) y longevidad.
► PODERES INNATOS:
→ Transformación: Habilidad de cambiar de forma humana a animal y viceversa. Cuando el licántropo está en su forma transformada aumenta un 50% su potencia física.
→ Sanación acelerada: Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento; si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros licántropos cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida y su característico olor.
► DESARROLLADOS:
→ Memoria fotográfica: Capacidad de recordar cosas oídas y vistas con un nivel de detalle perfecto. Las personas con esta habilidad no olvidan nunca escritos, sonidos, imágenes y los recuerdan mucho tiempo después como si lo hubiera escuchado/visto apenas unos días antes.
→ Aullido: Habilidad para aturdir y dejar paralizado, por algunos instantes, a sus enemigos por medio de un aullido ensordecedor. En ese momento, el sonido golpea fuertemente el oído del enemigo y en ocasiones puede llegar a destrozarle los tímpanos o incluso causarle algunas lesiones cerebrales. El aullido también sirve para llamar otros de su misma raza.
→ Rastreo: Poder de rastrear la localización de un objeto o criatura. El personaje puede descubrir la situación de cualquier persona a la que conozca, donde quiera que esté el blanco en un radio de veinte kilómetros.
→ Habilidades: Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana.
→ Atributos: Garras afiladas, dentadura afiliada, rasgos lobunos (en su forma transformada) y longevidad.
► PODERES INNATOS:
→ Transformación: Habilidad de cambiar de forma humana a animal y viceversa. Cuando el licántropo está en su forma transformada aumenta un 50% su potencia física.
→ Sanación acelerada: Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento; si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros licántropos cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida y su característico olor.
► DESARROLLADOS:
→ Memoria fotográfica: Capacidad de recordar cosas oídas y vistas con un nivel de detalle perfecto. Las personas con esta habilidad no olvidan nunca escritos, sonidos, imágenes y los recuerdan mucho tiempo después como si lo hubiera escuchado/visto apenas unos días antes.
→ Aullido: Habilidad para aturdir y dejar paralizado, por algunos instantes, a sus enemigos por medio de un aullido ensordecedor. En ese momento, el sonido golpea fuertemente el oído del enemigo y en ocasiones puede llegar a destrozarle los tímpanos o incluso causarle algunas lesiones cerebrales. El aullido también sirve para llamar otros de su misma raza.
→ Rastreo: Poder de rastrear la localización de un objeto o criatura. El personaje puede descubrir la situación de cualquier persona a la que conozca, donde quiera que esté el blanco en un radio de veinte kilómetros.
Personalidad
Zéphyr Cyprien, ese es el nombre que se le dio cuando llegó al mundo una fría noche de otoño. Compartió el mismo vientre con su hermano y también las mismas adversidades hasta que ambos decidieron tomar rumbos distintos. Zéphyr es el hombre que intenta controlar a la bestia que reposa en su interior, pero, ¿quién es realmente? A simple vista da la impresión de ser un sujeto, quizás, muy serio, arrogante y quien parece estar muy centrado en sus deberes, cosa que en realidad es bastante acertada, exceptuando la arrogancia, pues a pesar de su carácter tan rígido, Zéphyr jamás guardó semejantes actitudes. Desde que era chico fue bastante sencillo y ha demostrado poseer un inigualable carisma, especialmente con aquellos que se ganan su confianza y le son leales, a los cuales también compensa con lealtad y fidelidad. También ha demostrado ser un hombre un tanto conversador y hasta simpático, pero cabe decir que en algunas ocasiones esto sólo lo usa como parte de su estrategia. Lo hace para sacar información y también para acercarse a su presa, le ha resultado bastante sencillo y hasta favorecedor en la mayoría de las ocasiones. Los años que se ha dedicado al oficio de legionario le han brindado importantes lecciones de vida, por lo que ahora, Zéphyr sabe cuando callar o cuando simplemente cambiar su máscara.
No está de más mencionar que es un hombre calculador y desconfiado dispuesto a escuchar a las demás personas hasta que éstas delaten con efímera confianza lo que él tanto desea escuchar. Tiene una brillante memoria y guarda cuidadosamente cada detalle en todo aquel que conoce, desde facciones, gestos, ropas y características con los que pueda identificarlos fácilmente. Aunque no lo perciban, Zéphyr es bastante observador y prudente. Sabe perfectamente cuando debe mantener la distancia y cuando dar el primer paso. No es persona de dejarse llevar por una primera impresión, prefiere indagar más allá de lo que ven sus ojos, pues bien sigue el consejo de Ernest de que las apariencias engañan, incluso, él mismo es el vivo ejemplo de ello. Zéphyr está consciente de lo que es y de lo que hace, no se lamenta por eso, pero tampoco se alegra. Sabe que en la vida se necesita sacrificar algunas cosas para subsistir y que las buenas obras tienen sus recompensas más adelante, aunque a veces se tenga que pagar por la amargura causada a otros.
La relación con sus compañeros y con Ernest siempre ha sido sincera, tanto como lo era con su hermano gemelo, del cual ya no sabe más nada. Sin embargo, Zéphyr ha estado indagando durante todos estos años en su búsqueda, pero al parecer él simplemente desapareció. Últimamente le ha restado importancia a ese asunto por centrarse en acabar con los Zusak, su rencor se ha acrecentado en sus últimas transformaciones. El recuerdo de su madre nunca ha sido tema fácil para Zéphyr, la amaba y cada vez que en su mente acude la imagen de su progenitora muerta en sus brazos, se siente profundamente desolado como si en su corazón no hallara más consuelo. Esto es lo que ha fortalecido su carácter, aunque siempre tuvo un genio un tanto severo, luego de todo lo pasado, éste se ha vuelto mucho inflexible, pero sin hacer a un lado la tolerancia. Que en gran medida le ha costado mantener, quizás en su juventud perdía los estribos con facilidad, debido a su impetuosa actitud, especialmente cuando algo no era de su agrado o le era injusto. Pero ahora que es un hombre y que ha pasado por tanto, las cosas son diferentes. Zéphyr ha madurado, se ha vuelto más centrado y duro de corazón. Hasta parece no tener debilidad alguna, pero él bien teme que sean sus propias emociones que le jueguen una mala jugada como lo hace la luna llena cada mes. Las ha reprimido a tal punto de sentirse alguien completamente racional, un hombre que parece ver el mundo con buenos ojos cuando en realidad en su interior guarda las memorias que lo han condenado a usar la venganza como bandera de vida.
No está de más mencionar que es un hombre calculador y desconfiado dispuesto a escuchar a las demás personas hasta que éstas delaten con efímera confianza lo que él tanto desea escuchar. Tiene una brillante memoria y guarda cuidadosamente cada detalle en todo aquel que conoce, desde facciones, gestos, ropas y características con los que pueda identificarlos fácilmente. Aunque no lo perciban, Zéphyr es bastante observador y prudente. Sabe perfectamente cuando debe mantener la distancia y cuando dar el primer paso. No es persona de dejarse llevar por una primera impresión, prefiere indagar más allá de lo que ven sus ojos, pues bien sigue el consejo de Ernest de que las apariencias engañan, incluso, él mismo es el vivo ejemplo de ello. Zéphyr está consciente de lo que es y de lo que hace, no se lamenta por eso, pero tampoco se alegra. Sabe que en la vida se necesita sacrificar algunas cosas para subsistir y que las buenas obras tienen sus recompensas más adelante, aunque a veces se tenga que pagar por la amargura causada a otros.
La relación con sus compañeros y con Ernest siempre ha sido sincera, tanto como lo era con su hermano gemelo, del cual ya no sabe más nada. Sin embargo, Zéphyr ha estado indagando durante todos estos años en su búsqueda, pero al parecer él simplemente desapareció. Últimamente le ha restado importancia a ese asunto por centrarse en acabar con los Zusak, su rencor se ha acrecentado en sus últimas transformaciones. El recuerdo de su madre nunca ha sido tema fácil para Zéphyr, la amaba y cada vez que en su mente acude la imagen de su progenitora muerta en sus brazos, se siente profundamente desolado como si en su corazón no hallara más consuelo. Esto es lo que ha fortalecido su carácter, aunque siempre tuvo un genio un tanto severo, luego de todo lo pasado, éste se ha vuelto mucho inflexible, pero sin hacer a un lado la tolerancia. Que en gran medida le ha costado mantener, quizás en su juventud perdía los estribos con facilidad, debido a su impetuosa actitud, especialmente cuando algo no era de su agrado o le era injusto. Pero ahora que es un hombre y que ha pasado por tanto, las cosas son diferentes. Zéphyr ha madurado, se ha vuelto más centrado y duro de corazón. Hasta parece no tener debilidad alguna, pero él bien teme que sean sus propias emociones que le jueguen una mala jugada como lo hace la luna llena cada mes. Las ha reprimido a tal punto de sentirse alguien completamente racional, un hombre que parece ver el mundo con buenos ojos cuando en realidad en su interior guarda las memorias que lo han condenado a usar la venganza como bandera de vida.
Historia
—Ya, pueden marcharse. Por la mañana les aseguro que estará mejor o quizás ya haya despertado, no se preocupen —dijo Ernest con voz cansada y en sus orbes se acumulaban ya varias noches de continuo desvelo. Cuidaba de uno de sus protegidos, mientras los otros se marcharon preocupados por el estado de salud de su compañero.
Zéphyr llevaba unas tres noches sin conciencia alguna, yacía postrado en un camastro con uno de sus brazos completamente vendado luchando contra el dolor de sus huesos debajo de su piel, pensando que estos iban partirse en algún momento, pero éstos sólo iban haciéndose espacio entre aquel cuerpo masculino, volviendo a lo que eran antes. En su mente sólo existía un debate constante entre los recuerdos, su razón y la bestia que quería escapar al sentirse aprisionada de nuevo por el dominio del hombre. Él no sabía si estaba soñando o pensando, se sentía demasiado exhausto como para querer abrir los párpados. Aunque Zéphyr no lo demostrara con algún gesto, sabía que Ernest, su mentor, estaba ahí, de seguro le vigilaba con aquella mirada ausente cargada de excesivas preocupaciones. Pero, ¿cómo decirle que estaba bien? El muchacho quería gritar y liberarse del maldito hechizo en el que había sucumbido hace exactamente tres noches, cuando la luna llena le observaba desde lo alto, silenciosa, acechando sus pasos como un depredador furtivo. El plenilunio hizo arder la mordida del licántropo en su brazo derecho, como si fuera veneno que lo consumía por dentro y en ese entonces su razón fue la nada absoluta, pero sus memorias lo hacían soñar mientras la bestia se internaba en el espeso bosque.
Lo primero que recordó fue su llegada a la Auvernia hace unos seis meses, ahí, él y sus compañeros se establecieron durante ese tiempo y pensaban regresar a París al iniciar el verano. Eran cazadores y mercenarios, de eso vivían. Pero lo más curioso de aquel grupo, es que varios de sus miembros no eran del todo comunes, algunos eran cambiantes, hasta hechiceros había y otros corrieron con la desdicha de ser mordido por algún licántropo tal como le ocurriría a Zéphyr tiempo atrás. Pero esto más bien representaba una ventaja para el sólido clan, quienes se consideraban no sólo colegas, sino una familia. Ernest era su líder y fue quien inició todo aquello, él había jurado acabar con quien le había impuesto la maldición de la licantropía y durante su ardua búsqueda fue conociendo a otros hombres e incluso mujeres, que al estar bajo el amparo de la soledad, decidieron unirse a la causa de Ernest, volviéndose prácticamente una hermandad.
Habían viajado por casi toda Francia, recordaba, era parte de su trabajo. A veces viajaba solo y en otras ocasiones iba con algún compañero o varios más por si la faena de cacería resultaba engorrosa o merecía más cuidado de lo necesario. Zéphyr llevaba ya seis años en aquel plan y no le molestaba en lo absoluto, era el único consuelo que halló luego de la muerte de su madre y de la desaparición de su hermano. De cierta manera, el pequeño grupo de mercenarios fue su refugio cuando las injusticias de la vida lo azotaron sin contemplación. Contaba que hacía ya dos años, durante una excursión, un lobo nada común desgarró la piel de su hombro. El lobo no era lobo, sino una bestia que se alzaba imponente en sus patas traseras como si fuera un hombre. Un hombre vuelto animal. La herida dolía y los aullidos que salían de lo más profundo de su ser era lo que reflejaban el malestar de su ahora pésima condición. Pero Zéphyr no estaba consciente de lo que hacía en esos momentos, él sólo seguía recordando hechos y experiencias, como si soñara despierto. Algo más controlaba su cuerpo y no era capaz de detenerlo, no hasta que el sol le brindara la paz que necesitara.
Ya no era el mismo y agradecía que su madre no estuviera viva para ver en lo que se había convertido su hijo, no sólo era un asesino a sueldo, sino una bestia cuyo fin era la venganza. El recuerdo de su madre avivó su ira y dolor. Las memorias de una niñez que jamás regresaría, asaltaron su mente, mientras su cuerpo poseído por la licantropía corría furtivo entre la arboleda de la Auvernia. Era muy chico cuando su padre los abandonó a él y a su hermano. La madre de ambos tuvo que salir adelante con sus dos hijos pequeños y fue cuando la pesadilla de Zéphyr daría inicio. Si gruñó de puro malestar, no lo supo, él sólo seguía recordando en su letargo. Habían llegado a París una fría mañana de otoño, su madre consiguió hospedaje en un pensión modesta, mientras buscaba algún trabajo digno que pudiera sostener tanto a sus hijos como a ella, fue cuando fueron acogidos por la familia Zusak. Los dos chicos ayudaban a su madre en las labores domésticas que le eran asignadas y al principio todo resultaba bien. Tenían un techo en donde vivir, comida y hasta ropa. La señora Zusak se encariñó tanto con Zéphyr como con su hermano gemelo que hasta los enseñó a leer y a escribir para que un futuro fueran hombres de bien. Él recordaba a aquella mujer con cariño, pero al momento en que la heredera de los Zusak nació, todo fue opacándose.
La hija de aquellas personas era prácticamente la única que recibía atención, a tal nivel que fue creciendo como una niña mimada y altanera. Zéphyr la rememoró perfectamente, era mucho mayor que ella, pero cuando aquella empezó a crecer y a tener consciencia propia, no era tan tolerante, pero por respeto a los padres de la jovencita, prefería callar, a diferencia de su hermano, que más bien se refugiaba en alguna otra cosa y no le daba importancia a aquella niña malcriada. Yvonne fastidiaba tanto a él como a su gemelo y todo debía hacerse como ella decía. Era realmente molesto tener que lidiar con las actitudes de la muchacha, pero se aguantaba lo más que podía. Había sido tanta la presión, que Zéphyr prefirió ignorarla y prácticamente huía de ella, por ello había pedido a sus amos que le asignaran ser el cochero de la familia, cosa que no le fue negada en lo absoluto. El muchacho pasaba la mayor parte del tiempo fuera y así no tendría que lidiar con la chica, que ya era una señorita hecha y derecha.
Sin embargo, eso no era lo que más afligió el corazón de Zéphyr, lo que causó una gran frustración incontenible fue haber recordado a su madre enferma, postrada en una cama y ni su hermano ni él pudieron hacer nada para auxiliarla. Pasaba la mayor parte del tiempo con ella, tanto que se olvidaba de su trabajo y aunque ahora tenía dinero para poder medio ayudar a su madre en su enfermedad todo se vio completamente arruinado por culpa de Yvonne, quien queriendo la atención de Zéphyr terminó gritándole en la calle delante de todos. Quería hacerlo desde hace mucho, decirle todo lo que pensaba sobre su actitud infantil y hacerle entender que no sería un títere suyo, que no lo manejaría como hacía con sus padres. Por esta falta fue expulsado de la mansión Zusak y no sólo él, sino también su hermano y su madre enferma, quien a los pocos meses terminó falleciendo. Los gemelos tuvieron que lidiar con el dolor de la ausencia de su progenitora y se las apalearon para sobrevivir. Pero ya al ser unos hombres cada quien eligió destinos diferentes y por supuesto, Zéphyr terminó conociendo al grupo de mercenarios a los que ahora pertenece. Y con esto último su cuerpo se dejó caer al suelo cuando los primeros rayos del sol se asomaron en el horizonte, acabando con la maldición.
—Ernest… —Susurró cuando al fin abrió sus ojos—. Quiero y me urge regresar a París.
— ¿Todavía sigues con la idea de esa venganza en mente? —Preguntó Ernest.
—Sí y ya es tiempo de ajustar —Zéphyr hizo una pausa aguantándose parte del malestar en sus articulaciones—. Ya sabes, cuentas viejas. Guillaume me ha traído la información que le pedí y si no hubiera sido por la luna llena, ya estaría en aquella mendiga ciudad.
—Entiendo —Ernest le escudriñó con la mirada, pero no iba a oponerse a la voluntad de Zéphyr, tenía razones para tomar aquella decisión–. Iré contigo, necesitarás un buen disfraz, amigo mío.
Zéphyr le miró con una sonrisa ladina, podía confiar en aquel hombre. Si lo hubiera conocido siendo mucho más joven, vería en Ernest una figura paterna, aunque ya siendo todo un hombre no dejaba atrás ese pensamiento. Ese hombre lo acogió cuando más necesitaba de un apoyo, cuando creyó que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Ahora sería quien lo apoyaría en la venganza en la que había dedicado tantas horas de su vida, alimentada por cada recuerdo amargo en la que el plenilunio desataba la cólera que corría por sus venas. Sólo bastaría un par de días para encaminarse hacia París, amasando entre sus manos la satisfacción de poder desquitarse de cada una de las humillaciones por las que tuvo que pasar en la casa de los Zusak. Ahora sería él quien impondría las reglas, aprovechándose vilmente de la mala situación de aquellos.
Zéphyr llevaba unas tres noches sin conciencia alguna, yacía postrado en un camastro con uno de sus brazos completamente vendado luchando contra el dolor de sus huesos debajo de su piel, pensando que estos iban partirse en algún momento, pero éstos sólo iban haciéndose espacio entre aquel cuerpo masculino, volviendo a lo que eran antes. En su mente sólo existía un debate constante entre los recuerdos, su razón y la bestia que quería escapar al sentirse aprisionada de nuevo por el dominio del hombre. Él no sabía si estaba soñando o pensando, se sentía demasiado exhausto como para querer abrir los párpados. Aunque Zéphyr no lo demostrara con algún gesto, sabía que Ernest, su mentor, estaba ahí, de seguro le vigilaba con aquella mirada ausente cargada de excesivas preocupaciones. Pero, ¿cómo decirle que estaba bien? El muchacho quería gritar y liberarse del maldito hechizo en el que había sucumbido hace exactamente tres noches, cuando la luna llena le observaba desde lo alto, silenciosa, acechando sus pasos como un depredador furtivo. El plenilunio hizo arder la mordida del licántropo en su brazo derecho, como si fuera veneno que lo consumía por dentro y en ese entonces su razón fue la nada absoluta, pero sus memorias lo hacían soñar mientras la bestia se internaba en el espeso bosque.
Lo primero que recordó fue su llegada a la Auvernia hace unos seis meses, ahí, él y sus compañeros se establecieron durante ese tiempo y pensaban regresar a París al iniciar el verano. Eran cazadores y mercenarios, de eso vivían. Pero lo más curioso de aquel grupo, es que varios de sus miembros no eran del todo comunes, algunos eran cambiantes, hasta hechiceros había y otros corrieron con la desdicha de ser mordido por algún licántropo tal como le ocurriría a Zéphyr tiempo atrás. Pero esto más bien representaba una ventaja para el sólido clan, quienes se consideraban no sólo colegas, sino una familia. Ernest era su líder y fue quien inició todo aquello, él había jurado acabar con quien le había impuesto la maldición de la licantropía y durante su ardua búsqueda fue conociendo a otros hombres e incluso mujeres, que al estar bajo el amparo de la soledad, decidieron unirse a la causa de Ernest, volviéndose prácticamente una hermandad.
Habían viajado por casi toda Francia, recordaba, era parte de su trabajo. A veces viajaba solo y en otras ocasiones iba con algún compañero o varios más por si la faena de cacería resultaba engorrosa o merecía más cuidado de lo necesario. Zéphyr llevaba ya seis años en aquel plan y no le molestaba en lo absoluto, era el único consuelo que halló luego de la muerte de su madre y de la desaparición de su hermano. De cierta manera, el pequeño grupo de mercenarios fue su refugio cuando las injusticias de la vida lo azotaron sin contemplación. Contaba que hacía ya dos años, durante una excursión, un lobo nada común desgarró la piel de su hombro. El lobo no era lobo, sino una bestia que se alzaba imponente en sus patas traseras como si fuera un hombre. Un hombre vuelto animal. La herida dolía y los aullidos que salían de lo más profundo de su ser era lo que reflejaban el malestar de su ahora pésima condición. Pero Zéphyr no estaba consciente de lo que hacía en esos momentos, él sólo seguía recordando hechos y experiencias, como si soñara despierto. Algo más controlaba su cuerpo y no era capaz de detenerlo, no hasta que el sol le brindara la paz que necesitara.
Ya no era el mismo y agradecía que su madre no estuviera viva para ver en lo que se había convertido su hijo, no sólo era un asesino a sueldo, sino una bestia cuyo fin era la venganza. El recuerdo de su madre avivó su ira y dolor. Las memorias de una niñez que jamás regresaría, asaltaron su mente, mientras su cuerpo poseído por la licantropía corría furtivo entre la arboleda de la Auvernia. Era muy chico cuando su padre los abandonó a él y a su hermano. La madre de ambos tuvo que salir adelante con sus dos hijos pequeños y fue cuando la pesadilla de Zéphyr daría inicio. Si gruñó de puro malestar, no lo supo, él sólo seguía recordando en su letargo. Habían llegado a París una fría mañana de otoño, su madre consiguió hospedaje en un pensión modesta, mientras buscaba algún trabajo digno que pudiera sostener tanto a sus hijos como a ella, fue cuando fueron acogidos por la familia Zusak. Los dos chicos ayudaban a su madre en las labores domésticas que le eran asignadas y al principio todo resultaba bien. Tenían un techo en donde vivir, comida y hasta ropa. La señora Zusak se encariñó tanto con Zéphyr como con su hermano gemelo que hasta los enseñó a leer y a escribir para que un futuro fueran hombres de bien. Él recordaba a aquella mujer con cariño, pero al momento en que la heredera de los Zusak nació, todo fue opacándose.
La hija de aquellas personas era prácticamente la única que recibía atención, a tal nivel que fue creciendo como una niña mimada y altanera. Zéphyr la rememoró perfectamente, era mucho mayor que ella, pero cuando aquella empezó a crecer y a tener consciencia propia, no era tan tolerante, pero por respeto a los padres de la jovencita, prefería callar, a diferencia de su hermano, que más bien se refugiaba en alguna otra cosa y no le daba importancia a aquella niña malcriada. Yvonne fastidiaba tanto a él como a su gemelo y todo debía hacerse como ella decía. Era realmente molesto tener que lidiar con las actitudes de la muchacha, pero se aguantaba lo más que podía. Había sido tanta la presión, que Zéphyr prefirió ignorarla y prácticamente huía de ella, por ello había pedido a sus amos que le asignaran ser el cochero de la familia, cosa que no le fue negada en lo absoluto. El muchacho pasaba la mayor parte del tiempo fuera y así no tendría que lidiar con la chica, que ya era una señorita hecha y derecha.
Sin embargo, eso no era lo que más afligió el corazón de Zéphyr, lo que causó una gran frustración incontenible fue haber recordado a su madre enferma, postrada en una cama y ni su hermano ni él pudieron hacer nada para auxiliarla. Pasaba la mayor parte del tiempo con ella, tanto que se olvidaba de su trabajo y aunque ahora tenía dinero para poder medio ayudar a su madre en su enfermedad todo se vio completamente arruinado por culpa de Yvonne, quien queriendo la atención de Zéphyr terminó gritándole en la calle delante de todos. Quería hacerlo desde hace mucho, decirle todo lo que pensaba sobre su actitud infantil y hacerle entender que no sería un títere suyo, que no lo manejaría como hacía con sus padres. Por esta falta fue expulsado de la mansión Zusak y no sólo él, sino también su hermano y su madre enferma, quien a los pocos meses terminó falleciendo. Los gemelos tuvieron que lidiar con el dolor de la ausencia de su progenitora y se las apalearon para sobrevivir. Pero ya al ser unos hombres cada quien eligió destinos diferentes y por supuesto, Zéphyr terminó conociendo al grupo de mercenarios a los que ahora pertenece. Y con esto último su cuerpo se dejó caer al suelo cuando los primeros rayos del sol se asomaron en el horizonte, acabando con la maldición.
—Ernest… —Susurró cuando al fin abrió sus ojos—. Quiero y me urge regresar a París.
— ¿Todavía sigues con la idea de esa venganza en mente? —Preguntó Ernest.
—Sí y ya es tiempo de ajustar —Zéphyr hizo una pausa aguantándose parte del malestar en sus articulaciones—. Ya sabes, cuentas viejas. Guillaume me ha traído la información que le pedí y si no hubiera sido por la luna llena, ya estaría en aquella mendiga ciudad.
—Entiendo —Ernest le escudriñó con la mirada, pero no iba a oponerse a la voluntad de Zéphyr, tenía razones para tomar aquella decisión–. Iré contigo, necesitarás un buen disfraz, amigo mío.
Zéphyr le miró con una sonrisa ladina, podía confiar en aquel hombre. Si lo hubiera conocido siendo mucho más joven, vería en Ernest una figura paterna, aunque ya siendo todo un hombre no dejaba atrás ese pensamiento. Ese hombre lo acogió cuando más necesitaba de un apoyo, cuando creyó que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Ahora sería quien lo apoyaría en la venganza en la que había dedicado tantas horas de su vida, alimentada por cada recuerdo amargo en la que el plenilunio desataba la cólera que corría por sus venas. Sólo bastaría un par de días para encaminarse hacia París, amasando entre sus manos la satisfacción de poder desquitarse de cada una de las humillaciones por las que tuvo que pasar en la casa de los Zusak. Ahora sería él quien impondría las reglas, aprovechándose vilmente de la mala situación de aquellos.
Datos Extras
—Tiene varios tatuajes, los cuales ha sabido ocultar bastante bien.
—No sabe nada acerca de su hermano gemelo desde la vez que decidieron tomar rumbos diferentes.
—Es profesor en el College de Francia.
—No sabe nada acerca de su hermano gemelo desde la vez que decidieron tomar rumbos diferentes.
—Es profesor en el College de Francia.
Coded by Fayette
No usar sin permiso
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: In Loneliness Of Two Souls [Zéphyr C. Bonnet]
FICHA APROBADA
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