Silence The Voices with Her Screams [Privado]

por **Khâlid** Sáb Mar 14, 2015 11:46 am

Describir el ambiente que se vivía en las profundidades del calabozo terminaba por volverse hasta incómodo. Los pensamientos en pugna siempre se analizaban a condición tanto de la víctima como del victimario. Mientras uno acababa abandonado entre la tortura física y mental, su oponente acechaba el dolor ajeno con regocijo, exhibiendo así la gravedad de sus facultades mentales. ¿Y cómo podía uno liberarse de tanta insania, estando limitado y a merced del maldito verdugo? Pocos eran, seguramente, los que en medio del martirio lograban persuadir al enemigo. Afortunados.
Allí dentro prácticamente no se hallaban registros de aire, al menos no uno respirable. Podía apreciarse entonces el sofocamiento del encierro, de la humedad, muchas veces sumado a la peste que emanaba la carne podrida aún no removida de antiguos reos, en su mayoría acusados injustamente, con el revoloteo de las moscas alrededor de los cuerpos descompuestos. En ocasiones, hasta los gritos de los seres torturados llegaban a colisionarse, creando así una perfecta sinfonía macabra. Las pocas anécdotas que llegaban a contarse por los sobrevivientes espantaban al oyente, y mientras algunos se remitían al miedo, al encierro, otros reprimían estas como absurdos mitos, supuestamente inventados por la locura de su relator, pues en París se quería creer que todo era perfecto.

El grimorio y su discordia. Desde el principio de los tiempos el hombre ha estado a negociar con dioses y espíritus, ya fueran de la naturaleza que fueran, con el fin de obtener sus codiciosos objetivos. Muchos querían conocer el fundamento verdadero del porqué de su obtención; sobretodo por los secretos que la inquisición escondía. El rastro del inquisidor iba fundiéndose mediante seguía los pasos del incógnito vampiro que le habían señalado. Lo peor, para él, era imaginarse siquiera los estragos que la reliquia podía causar en manos ajenas. Porque claro, el hombre subyugado era incapaz de pensar en el festín que la inquisición se haría con este. En ese entonces se hablaba de que aquel hombre era otro antiguo, un cínico, un claro ejemplo de problemas a la hora de enfrentamientos. Su nombre era Vyse, y el maldito se daba con el lujo del grimorio que empedernidos todos buscaba. Y este mostraba ser precavido, pues aún desconociendo acerca de su propia persecución, conocía el arte del anonimato, y por lo mismo, sus coordenadas eran de momento desconocidas.

Sin embargo, se creía haber hallado a su punto débil, envolviendo a quien se la veía como su compañera. Algunos espías habían logrado dar con captura visual perfecta de estos dos, y a la misteriosa mujer se la podía ver cada vez más y más relacionada con el bastardo que entonces se deseaba apresar, pues habían pasado ya un largo tiempo en el que no se sabía nada acerca del mismo.
Se buscó entonces crear un plan de caza. Además de él, dos personas más (también sobrenaturales) estaban obligados a ayudar a Khâlid. Transcurriendo así varios intentos y fallos, pues ella tampoco había sido una presa fácil. Pero habían logrado al fin dar con su paradero, dándole así captura, y ahora, nuevamente dentro de las profundidades del maloliente lugar, yacía la vampiresa, apresada de principio por los grilletes en ambas muñecas, los cuales se ubicaban a una altura estratégica en una de las paredes; por supuesto los objetos para esta clase de seres estaba forjado de manera que ni con su fuerza pudieran ser descolocados. Él observaba a su presa con delicia, pues no había que ser muy inteligente para denotar el morbo de su mirada.
—Debería saltearme el protocolo donde le explico como funcionan las cosas, ¿cierto?... Sabes el porqué de todo esto. Y en caso contrario, aprenderás rápido como funcionan las cosas a partir de ahora. Te lo prometo.
Apresurado, no quería demorarse con tanto preámbulo. La noche iba a ser interesante.

por **Serge Ivánovich** Lun Mar 23, 2015 8:34 pm

"He aquí el problema y la solución: No le temo a la muerte, ya me burlé de ella"

No pude escapar de aquél largo corredor repleto de telarañas para adentrarme en la noche parisina, entre columnas y faroles casi agotados de aceite. No logré desaparecer lo suficientemente rápido para evitar ser atrapada. Aunque sentí pasos tras de mí durante varias noches, antes de esta, antes de ser literalmente acorralada por un total de tres inmortales, y también antes de sentir que mi cuerpo cuelga por las muñecas, que se sienten derretirse por la plata en cada roce. Tengo el rostro bajo, con el cabello suelto, enmarañado y húmedo cubriéndome la mirada de quien sea que fuere mi captor.

—Protocolo…— susurré abriendo los ojos y levantando el rostro lentamente para ver quién ejercía tal tono imperioso al referirse a mí —Esto no podría ser uno. Aunque veo que eres como yo…— afirmé con una calma tal, que de no ver el estado de mis muñecas podría pensarse que no sufría. Pero lo hacía, aunque lo resistía más que muchos vampiros debido a un don que heredé de quien me diera esta oscura realidad del vampirismo.

Mi captor era inquisidor, un vampiro viejo que se había entregado a las filas de la iglesia para traicionar a los suyos, para asegurarse una larga existencia a cambio de la sangre de sus congéneres. Le llamé igual porque sin importar los fines o los años hacíamos lo mismo, con distintas excusas, ideas, mentiras… sin embargo mis asesinatos fueron como siempre limpios y por lo mismo no entendía el motivo de mi captura. —Los dos sabemos que no te importan mis por qué, sino los tuyos ¿Por qué buscas más razones para proporcionarme una muerte que quieres lenta? — afirmé con la tranquilidad de saberme sola esa noche, sin Vyse escuchándose en alguna cripta cercana a la que me tenían a mí. Sin el horror de creerlo capturado, pese a que siempre creí que nadie podría con su locura y su antipatía de siglos. Aunque ya lleva días desaparecido, y han sido los suficientes como para creer que se ha alejado voluntariamente de mí, dado el estado semi vacío de su closet y la mesa de luz donde solía dejar sus falsos documentos. Ha partido, y seguramente ha sido lo mejor dadas mis circunstancias. Por su bien, espero que tarde en regresar a mí todos los años que tardé yo para regresar a él, luego de abandonarlo primero.

Mis ojos permanecían fijos en el desconocido de cabellos largos y gesto austero y al tiempo burlón. Y no era necesario mirar a otro lugar distinto, porque el hedor declaraba muerte, destrucción aún después de montones de decesos que nadie se molestaba en limpiar. Seguramente pensaban que el horror de la escena proporcionaría más motivos para confesar lo que ellos querían. Pero por mi parte, lo único que tenía realmente claro era que desconocía total y absolutamente los motivos de mi captura. Y también sabía que no suplicaría, que no me sometería de otro modo diferente a la fuerza o a la razón superada.

Suspiré, si esa noche declaraba mi fin, iba a recibirlo con gala, con el orgullo de haber visto tantas generaciones mientras yo misma burlaba a la muerte. Y con la tranquilidad que Vyse no haría acto de presencia en aquél lugar. Siempre que pensé en morir, quise hacerlo sola.

por **Khâlid** Vie Mayo 01, 2015 12:45 pm

Se oía también los ecos de pasos lejanos, temores que avanzaban por los tétricos pasillos del lugar. Algunos habían terminado su tarea, y no tenían mucho más que hacer, porque después de todo, era una pérdida de tiempo permanecer mucho más tiempo allí. Simplemente era imposible hallarle el encanto, pues se asemejaban a las alcantarillas, con su particular nido de ratas, la inquisición. Por allí, de vez en cuando, se lograban escuchar risas. Por el contrario, Khâlid observaba pétreo a la “joven” vampiresa, buscando con curiosidad morbosa por entre sus mechones aquellos orbes con esperanza, para alimentarse de ellos. Si no los encontraba en la habitación esa noche, haría lo necesario para hallarlos en el transcurso de las horas, no había razones para rendirse. Pero allí estaban ahora, alzándose de manera majestuosa sobre el bastardo, y debía admitir que tanto su valor como sus palabras eran peculiares, pero él no parecía conformarse con ello. Sonrió ante la afirmación. No sólo era traicionero a su propia orden, a su creación, Agartha, sino a su propia especie. Mejor no podía encajar en el noveno círculo. Apoyó entonces su peso contra el muro que la enfrentaba, manteniendo todavía consigo un deje de paz. Uno quizás falso.

—¿Me llamarás traidor ahora? Porque te lo afirmaría con gusto. —Chasqueó su lengua —La mayoría condena con palabras, aún en indirectas... Es mi turno de condenar, verás que buen ciclo se forma. Aunque la mía tenga otros fundamentos. –El inquisidor oía a su vez sus palabras, intentando dibujar una estructura básica de la muchacha en su mente. Tal vez encontraba cierta razón en lo que decía, pero aún se daba el placer de la duda. Le gustaba improvisar —Y vaya. Mira lo que tu inconsciente delata. Nada ni nadie asegura mi gusto por la muerte, madame. ¿Es que la desea tanto?
»Tendrías que darme más razones de las que ya tengo.

Acercándose con tranquilidad hacia ella ve su objetivo. ¿Qué haría el verdadero “Khâlid” si no fuera preso de los ouroboros, la maldita idiosincrasia de Los Ángeles Custodios? Hasta patético sonaba el nombre de la orden enemiga. Probablemente él la estaría ayudando a huir, a recuperar la libertar que ahora el mismo apresaba. Tan contrarias podían ser sus declaraciones a veces. Algún día eso iba a terminar. O al menos se quedaba con el beneficio de la investigación pendiente acerca de sus dudas y tormentos. Por el momento, ella acallaría su sed.
Se acercó aún más, y se detuvo a escasos centímetros.
—Comenzaremos con lo básico… —anunció, alzando su mano a acariciar su cuello —Dime porqué estás aquí, y quizás te ganes mi misericordia. Me siento algo cansado a decir verdad, y algo de honestidad no le vendría mal. Haría las cosas más fáciles.
Buscaba un poco de diversión, pero admitía que deseaba saltearse los pasos tediosos. ¿Es que había atisbos de nuevas oportunidades? No había certezas absolutas, pero el hombre siempre podía cambiar las reglas del juego. Aunque por supuesto nadie tenía la seguridad para qué dirección este se quería dirigir. Después de todo el tiempo no era problema para él, y por los momentos no existía otra forma de desgastar su maldita existencia.

por **Serge Ivánovich** Dom Mayo 17, 2015 11:32 pm

"Son la libertad y el libre albedrío la mayor farsa de una condena llamada iglesia"

Que se acomodara junto a mí no cambiaba las cosas, nada tomaba un aire familiar y mucho menos me hacía sentir más tranquila. Era evidente que él buscaba intimidarme, hacerme sentir más presa de lo que ya era, al punto de empezar a soltar palabras que lo ubicaran mejor en sus ideas para cobrarme, para sacarme a las malas palabras que esperaba, pese a desconocer yo misma que era lo que realmente sucedía.

—No tengo que llamarte de ninguna manera en la que tú mismo no te hayas llamado antes. — musité, manteniendo la mirada al frente, con un orgullo inexistente que se ponía por encima del terror que el desconocido buscaba generarme. No iba tampoco a alimentar su ego, pues parecía que deseaba que le recordara cuán malo era, para luego mostrarme él a mí cuán malo podría ser. — ¿Te quejas de las condenas que te dan otros y te auto absuelves de las que tú ocasionas sin causa? La inquisición se queja de cómo los flagelan otros, pero cuando llega el turno de tomar una justicia vana por su propia mano, olvidan todo hasta rayar en la doble moral que los parisinos me presentan— expliqué con mi voz igual de calma e incluso giré el rostro, levemente, apenas para mirarlo de costado e impedirle ver cualquier otro signo en mis facciones que le diera la razón. Él era el segundo inquisidor que conocía y de nuevo me decía a mí misma que aquellos le servían a un dios vacío que ni siquiera los miraba, uno que no existía, porque al real lo ignoraban del mismo modo que lo hacían con su palabra ¿Qué pasaba con el “No matarás”? ¿Dónde residía la teoría del perdón? En ellos no existía igualdad alguna, porque él era como yo, un bebedor y un asesino a dos manos.

En cuanto a mí, si temía morir, no lo diría, porque es algo a lo que todos temen en su postrer momento, en ese preciso instante en el que cualquiera se da cuenta que todo lo pendiente quedará así para siempre, cada palabra, cada ser, arrepentimiento o incluso venganza. Si iba a morir esa noche, lo haría con la dignidad que creía debía tener dados mis inmortales años de haber burlado a la muerte.

Su mano en mi cuello no me cambió el semblante, caso contrario levanté la mirada directa hacia él y lo observé con cierta lástima, como si buscara comprender el motivo de su maldad, de la maldad modificándole las facciones de un rostro perfecto y así mismo inmutable en su poder. —Quizás, dice…— suspiré — ¿Por qué preguntarme algo que ya sabe? ¿Por qué actuar como alguien que puede cambiar de opinión cuando el sólo de hecho de no prometer algo que no puede cumplir proyecta otra cosa? — cuestioné como si me sumergiera en sus palabras, en las indirectas que lanzaba y en lo que yo creía oculto.

Extraña forma de comportarme, pero fruto del comportamiento astuto de quien fuera mi primer amante y creador; y luego del carácter fuerte y de mente desordenada que poseía Vyse. Ambos ocultaban cosas, detrás de facetas frías y arrogantes que los mantenían en pie por algún motivo. Pero no podía extender mis argumentos a la inquisición, no cuando estaba atada y con la muerte poniendome una mano alrededor del cuello pese a que no pudiera ahogarme.

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