AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Jirones de vapor || LIBRE.
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Jirones de vapor || LIBRE.
Quizá fuera por la mañana, quizá no. Hoy era uno de esos días extraños en los que las temperaturas suaves y la luz clara podrían hacer confundir el mediodía con la mañana temprana. Si no fuera porque él había estado trabajando desde el alba, Emperor también habría sido engañado por aquel efecto óptico.
No obstante suponía, dado que tenían que coger un tren, que las pequeñas multitudes que esperaban en el andén y que cruzaban de un lado a otro la estación también sabían que hora era...no estaba tan seguro respecto al resto de la gente.
En realidad, llevaba allí desde el día anterior y el día anterior a ese. Era un secreto entre él y su compañero que había un pequeño anexo junto a la carbonera, no muy grande, pero arrastrando hasta allí unos sacos de arpillera llenos de arena había proporcionado un lugar donde Zebbo podía echarse una cabezadita cuando su edad se lo pedía y donde Emperor podía dormir la mona después de una borrachera de aúpa, lo que solía ser casi todas las semanas.
En consecuencia la imagen general de Emperor, era la de un joven con su cara y manos morenas por el sol y oscuras por la mugre, vistiendo un mono gris oculto bajo capas y capas de carbonilla, suciedad y con resecas manchas en los muslos por limpiarse el aceite engrasante de las manos en ellos. También poseía una gorra que claramente había visto tiempo mejores. Al fin y al cabo era una veterana, había tenido siete dueños antes de llegar a las manos de Emperor.
Ahora el susodicho joven estaba barriendo el suelo perdido en sus pensamientos. Era uno de los momentos en los que podía hacerlo, el resto del día solía estar ocupado realizando el mantenimiento de las locomotoras, aguantando las quejas de los pasajeros, realizando mandados y/o tan borracho que no podría encontrase su propio ombligo sin la ayuda de un mapa.
Sin embargo, nadie molesta nunca a quien está barriendo, se supone que tienen cosas más importantes que hacer, como por ejemplo, seguir barriendo. Es una de esas cosas que tienen que ocurrir en algún momento y como sucede en la mayoría de estos casos, es mejor dejar que lo haga otro.
Era un momento perfecto para que su traidora cabeza se pusiera a pensar.
El edificio, pensó Emperor, era como un templo. Por muy blasfemo que fuera la ocurrencia, se parecía bastante a uno. La estación era un edificio grande y como tal frío, de una sola planta en cuestión de altura. Tenía unos ventanales que corrían a los dos laterales y la clara luz entrante se dispersaba y hacia su camino lentamente hasta el suelo como halos de luz celestial que anticipaban la llegada de los ángeles. Casi uno podía esperar que alguien cantara su gracia.
Había también un sordo murmullo de la gente que habla por lo bajo, el ambiente dentro del edificio imponía al silencio. Al otro lado de los muros, en el andén, las voces eran más fuertes.
Emperor aún no había decidido a que dios estaba consagrado el edificio.
Alguien se aclaro la garganta detrás de él. Se giró. Un anciano totalmente calvo salvo en la nuca y en las zonas tras las orejas, y por sorprendente que fuera, también en el interior de ellas, le miraba encorvado bajo el peso de una escoba que llevaba echada al hombro. Llevaba un cubo lleno de agua sucia en su temblante mano derecha.
Su nombre era Zebbo Frelle alias El Cojo, no hace falta explicar porqué. Él hizo un gesto con la cabeza hacia el exterior.
Emperor le siguió colocando la escoba sobre su hombro en una imitación más sólida del anciano.
-A barrer.-le gruño señalando al arcén cuando estuvieron fuera. No era muy ancho y estaba hecho de madera oscura sobre tablones cruzados en forma de equis.
A lo lejos se oía el tren. Estaba aún lejos pero no por mucho tiempo.
-Pensaba que esta zona te tocaba a ti, viejo.-se quejó el joven de mal humor.
-Cállate Grebo, la espalda me está matando.
Emperor hizo una mueca mientras el hombre mayor se dejó caer en un poyete. Real, realmente, ahora le apetecía muchísimo un trago, o dos, o cinco, o tal vez una jodida botella entera. Espantó con la escoba las palomas que estaban picoteando sobre los raíles e intentó no pensar como se vería un pastel de estrujado de paloma.
Las aves volaron hacia el techo de la estación donde tenían sus nidos. Esa sería una de las tareas que dejaría para otro día, desalojarlas de allí. Según la gente de arriba, realmente no sabía con exactitud quien puesto que estaba tan abajo en la escala profesional y social que hasta incluso las mascotas de las clases altas podrían darle ordenes si quisieran.
El caso es que al parecer, a los más elitistas pasajeros no les gustaba ser el blanco de los contenidos intestinales de los pájaros.
Esbozó una sonrisa. Tal vez dejaría un par de nidos escondidos en el interior donde fuera muy difícil verlos. Nada como una buena cagada de pájaro para ver aquellas nobles caras retorcerse horriblemente en la repugnancia. Tendría que asegurarse una primera fila para el espectáculo.
Se rió quizás un poco demasiado fuerte y una señora de alta cuna muy emperifollada y arreglada, cuya una sola de las perlas de su traje podría alimentar a toda su calle por meses, le lanzó una mirada de total desprecio. Emperor deliberadamente se apoyó sobre la escoba como quien no quiere la cosa y enterró su dedo indice en las profundidades de su nariz, hurgando y hurgando y volviendo a hurgar hasta que sacó un pegote oscuro y sanguinolento, ¡Mira hasta había encontrado un cacho de carbón además!. A su lado, muy de manera oportuna Zebbo se aclaró la garganta y escupió una flema al suelo.
La señora parecía a punto de vomitar para su total satisfacción. Aunque él tuviera que limpiarlo luego y todo se redujera a más quejas y perdida del salario y demás. Merecía la pena. Es lo bueno que tienen las pequeñas cosas, los pequeños placeres de la vida. Es posible que pudiera perder el empleo y no poder comer y ¡Dios no lo quiera! beber durante mucho tiempo, pero aquella señora cargaría con la vergüenza de haber vomitado en público...y el público no solía olvidar aquellas cosas. Cada vez que ella se diera la vuelta, o oyera alguna risita...
El tren se oía más cerca ahora.
Era por esta clase de cosas que Emperor nunca llegaría a nada. Siempre que estaba a punto de avanzar o ascender en la profesión, él diría o haría algo que haría que todo se fuera por el desagüe.
No obstante suponía, dado que tenían que coger un tren, que las pequeñas multitudes que esperaban en el andén y que cruzaban de un lado a otro la estación también sabían que hora era...no estaba tan seguro respecto al resto de la gente.
En realidad, llevaba allí desde el día anterior y el día anterior a ese. Era un secreto entre él y su compañero que había un pequeño anexo junto a la carbonera, no muy grande, pero arrastrando hasta allí unos sacos de arpillera llenos de arena había proporcionado un lugar donde Zebbo podía echarse una cabezadita cuando su edad se lo pedía y donde Emperor podía dormir la mona después de una borrachera de aúpa, lo que solía ser casi todas las semanas.
En consecuencia la imagen general de Emperor, era la de un joven con su cara y manos morenas por el sol y oscuras por la mugre, vistiendo un mono gris oculto bajo capas y capas de carbonilla, suciedad y con resecas manchas en los muslos por limpiarse el aceite engrasante de las manos en ellos. También poseía una gorra que claramente había visto tiempo mejores. Al fin y al cabo era una veterana, había tenido siete dueños antes de llegar a las manos de Emperor.
Ahora el susodicho joven estaba barriendo el suelo perdido en sus pensamientos. Era uno de los momentos en los que podía hacerlo, el resto del día solía estar ocupado realizando el mantenimiento de las locomotoras, aguantando las quejas de los pasajeros, realizando mandados y/o tan borracho que no podría encontrase su propio ombligo sin la ayuda de un mapa.
Sin embargo, nadie molesta nunca a quien está barriendo, se supone que tienen cosas más importantes que hacer, como por ejemplo, seguir barriendo. Es una de esas cosas que tienen que ocurrir en algún momento y como sucede en la mayoría de estos casos, es mejor dejar que lo haga otro.
Era un momento perfecto para que su traidora cabeza se pusiera a pensar.
El edificio, pensó Emperor, era como un templo. Por muy blasfemo que fuera la ocurrencia, se parecía bastante a uno. La estación era un edificio grande y como tal frío, de una sola planta en cuestión de altura. Tenía unos ventanales que corrían a los dos laterales y la clara luz entrante se dispersaba y hacia su camino lentamente hasta el suelo como halos de luz celestial que anticipaban la llegada de los ángeles. Casi uno podía esperar que alguien cantara su gracia.
Había también un sordo murmullo de la gente que habla por lo bajo, el ambiente dentro del edificio imponía al silencio. Al otro lado de los muros, en el andén, las voces eran más fuertes.
Emperor aún no había decidido a que dios estaba consagrado el edificio.
Alguien se aclaro la garganta detrás de él. Se giró. Un anciano totalmente calvo salvo en la nuca y en las zonas tras las orejas, y por sorprendente que fuera, también en el interior de ellas, le miraba encorvado bajo el peso de una escoba que llevaba echada al hombro. Llevaba un cubo lleno de agua sucia en su temblante mano derecha.
Su nombre era Zebbo Frelle alias El Cojo, no hace falta explicar porqué. Él hizo un gesto con la cabeza hacia el exterior.
Emperor le siguió colocando la escoba sobre su hombro en una imitación más sólida del anciano.
-A barrer.-le gruño señalando al arcén cuando estuvieron fuera. No era muy ancho y estaba hecho de madera oscura sobre tablones cruzados en forma de equis.
A lo lejos se oía el tren. Estaba aún lejos pero no por mucho tiempo.
-Pensaba que esta zona te tocaba a ti, viejo.-se quejó el joven de mal humor.
-Cállate Grebo, la espalda me está matando.
Emperor hizo una mueca mientras el hombre mayor se dejó caer en un poyete. Real, realmente, ahora le apetecía muchísimo un trago, o dos, o cinco, o tal vez una jodida botella entera. Espantó con la escoba las palomas que estaban picoteando sobre los raíles e intentó no pensar como se vería un pastel de estrujado de paloma.
Las aves volaron hacia el techo de la estación donde tenían sus nidos. Esa sería una de las tareas que dejaría para otro día, desalojarlas de allí. Según la gente de arriba, realmente no sabía con exactitud quien puesto que estaba tan abajo en la escala profesional y social que hasta incluso las mascotas de las clases altas podrían darle ordenes si quisieran.
El caso es que al parecer, a los más elitistas pasajeros no les gustaba ser el blanco de los contenidos intestinales de los pájaros.
Esbozó una sonrisa. Tal vez dejaría un par de nidos escondidos en el interior donde fuera muy difícil verlos. Nada como una buena cagada de pájaro para ver aquellas nobles caras retorcerse horriblemente en la repugnancia. Tendría que asegurarse una primera fila para el espectáculo.
Se rió quizás un poco demasiado fuerte y una señora de alta cuna muy emperifollada y arreglada, cuya una sola de las perlas de su traje podría alimentar a toda su calle por meses, le lanzó una mirada de total desprecio. Emperor deliberadamente se apoyó sobre la escoba como quien no quiere la cosa y enterró su dedo indice en las profundidades de su nariz, hurgando y hurgando y volviendo a hurgar hasta que sacó un pegote oscuro y sanguinolento, ¡Mira hasta había encontrado un cacho de carbón además!. A su lado, muy de manera oportuna Zebbo se aclaró la garganta y escupió una flema al suelo.
La señora parecía a punto de vomitar para su total satisfacción. Aunque él tuviera que limpiarlo luego y todo se redujera a más quejas y perdida del salario y demás. Merecía la pena. Es lo bueno que tienen las pequeñas cosas, los pequeños placeres de la vida. Es posible que pudiera perder el empleo y no poder comer y ¡Dios no lo quiera! beber durante mucho tiempo, pero aquella señora cargaría con la vergüenza de haber vomitado en público...y el público no solía olvidar aquellas cosas. Cada vez que ella se diera la vuelta, o oyera alguna risita...
El tren se oía más cerca ahora.
Era por esta clase de cosas que Emperor nunca llegaría a nada. Siempre que estaba a punto de avanzar o ascender en la profesión, él diría o haría algo que haría que todo se fuera por el desagüe.
Emperor Hasbrouck- Humano Clase Baja
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 10/03/2015
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Jirones de vapor || LIBRE.
La pelirroja suspiro ligeramente desganada, sintiéndose sincronizada con el clima de ese día, acababa de regresar de Alemania, donde había asistido a una fiesta a la que sus padres la habían forzado a asistir para que conociera un prospecto de prometido, un anciano conde o algo así que pretendía hacerla su séptima esposa o algo así. Puaj, como si algo así fuese a suceder, la simple idea de que siete jovencitas antes de ella hubiesen sufrido eso le causaba nauseas y entendía perfectamente que todas hubiesen sufrido una muerte prematura, por lo cual usando su recién adquirida magia lo había hecho convencerse a el y a todo la sociedad alemana de que el ya no quería casarse con nadie más y se retiraría del radar publico para concentrarse en cuidar enfermos en alguna parte alejada de China. Problema solucionado, y tras eso ahora podría convencerlos de dejarla en paz un rato debido a la "humillación" que la había hecho pasar.
El tren estaba llegando a su destino y desganada decidió tomarse el día, porque cansada como estaba no iba a hacer demasiados progresos en la búsqueda de su hermano. Y al bajarse del transporte noto que no había mandado llamar a ningún sirviente para que la ayudase con su equipaje. Perfecto. La cereza del pastel. Un empleado del tren se ofreció para bajarlo, pero el hombre no podía dejar el lugar, por suerte para ella el tren tardaría en partir de nuevo, lo que le daba tiempo para conseguir un carruaje y a alguien para que la ayudara a llevar su equipaje. Mientras pensaba en eso camino un poco, topándose con una señora que parecía indignada murmurando algo sobre la baja calidad del servicio en ese lugar y Azure no pudo evitar rodar los ojos porque hasta el momento todos habían sido un encanto con ella. Quizás todo se debía a la actitud prepotente y cara poco agraciada que se cargaba la mujer, porque así nadie querría ser agradable con ella.
Y de pronto se encontró con la mirada a un muchacho que fácilmente serviría a sus propósitos. Estaba bastante sucio y cualquiera lo hubiese pensado dos veces, pero realmente no tenía nada de valor en su baúl y tampoco se trataba de uno de alta calidad así que no habría problema si lo manchaban.
-Disculpa, emm, soy Azure y pues quería solicitarte tu ayuda con mi equipaje que aun se encuentra en el tren, puesto que veras, no soy lo suficientemente fuerte como para encargarme de el por mi cuenta. Y claro te recompensaría apropiadamente-
Le dirigió una pequeña sonrisa apenada, esperando que con eso se compadeciese de ella y aceptara su propuesta puesto que no tenía demasiadas ganas de tener que forzarlo con magia para que cumpliese su voluntad.
El tren estaba llegando a su destino y desganada decidió tomarse el día, porque cansada como estaba no iba a hacer demasiados progresos en la búsqueda de su hermano. Y al bajarse del transporte noto que no había mandado llamar a ningún sirviente para que la ayudase con su equipaje. Perfecto. La cereza del pastel. Un empleado del tren se ofreció para bajarlo, pero el hombre no podía dejar el lugar, por suerte para ella el tren tardaría en partir de nuevo, lo que le daba tiempo para conseguir un carruaje y a alguien para que la ayudara a llevar su equipaje. Mientras pensaba en eso camino un poco, topándose con una señora que parecía indignada murmurando algo sobre la baja calidad del servicio en ese lugar y Azure no pudo evitar rodar los ojos porque hasta el momento todos habían sido un encanto con ella. Quizás todo se debía a la actitud prepotente y cara poco agraciada que se cargaba la mujer, porque así nadie querría ser agradable con ella.
Y de pronto se encontró con la mirada a un muchacho que fácilmente serviría a sus propósitos. Estaba bastante sucio y cualquiera lo hubiese pensado dos veces, pero realmente no tenía nada de valor en su baúl y tampoco se trataba de uno de alta calidad así que no habría problema si lo manchaban.
-Disculpa, emm, soy Azure y pues quería solicitarte tu ayuda con mi equipaje que aun se encuentra en el tren, puesto que veras, no soy lo suficientemente fuerte como para encargarme de el por mi cuenta. Y claro te recompensaría apropiadamente-
Le dirigió una pequeña sonrisa apenada, esperando que con eso se compadeciese de ella y aceptara su propuesta puesto que no tenía demasiadas ganas de tener que forzarlo con magia para que cumpliese su voluntad.
Azure Mancini- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 49
Fecha de inscripción : 11/03/2015
Re: Jirones de vapor || LIBRE.
Emperor se rió con orgullo satisfecho al ver como la señora huía dentro de uno de los vagones en cuanto la locomotora se detuvo frente al arcén. La bestia metálica inundó las cercanías con ruido, pitidos, voces chillonas y mucho, mucho humo. En contra del sentido común las pequeñas multitudes anteriormente mencionadas se apiñaron junto a las escaleras, Emperor veía a los empleado bloqueando la abertura con sus propios cuerpos. Sintió una pequeña pizca de lástima por ellos, pobres cabrones.
En el mundo siempre hay gente así y no parecen cumplir otro papel en la historia de la humanidad que detenerse bajo los umbrales de tiendas, templos y demás edificios en los que la gente común tiende a apiñarse y cumplir el instinto primario del yo primero. De igual manera suelen ser comerciantes, novicios o en este caso lo que en un futuro serían llamados empleados de Atención al Cliente. Su función es ingrata y poco agradecida. Pacientes centinelas detienen a las turbas a pesar de que suelen estar muy mal pagados y encanecen muy pronto, siempre tienen esa mirada deprimente en los ojos que prácticamente grita “¡Por favor, matenmé ya!”.
Suelen pasar a mejor vida pronto. O en otros casos, en un arrebato de locura, soltando risas histéricas y burbujeante saliva blanca hacen pasar a todos los demás.
Observaba con placidez como uno de ellos intentaba hacerse escuchar alzando las manos frente al torso en el signo universal de escudarse cuando sin querer hizo contacto visual con un pasajero que acababa de abandonar el tren y caminaba entre la multitud.
-"Oh mierda", pensó. Conocía aquella expresión de sobra, la había visto ya en muchos pasajeros antes y era la de "vamos a hacer que un pobre desgraciado se convierta en nuestro burro de carga". Rápidamente volvió la mirada al suelo y empezó a barrer. Resultó un rato difícil ya que había mucha más gente que antes allí, todos apelotonados, como hormigas en torno a una miga de pan. Mentalmente decidió que era un táctica inútil, pero no iba a rendirse sin luchar porque lo que le aguardaba en caso de hacerlo era mucho peor e intentó pensar en algo mientras se daba media vuelta en el sitio, ofreciendo su espalda. Todo su lenguaje corporal gritando, “No, de ninguna manera voy a hacerte caso.”
Zebbo le lanzó una mirada interrogante mientras pescaba los restos de un cigarro de detrás de las orejas y lo sostenía entre su boca de solo cuatro dientes.
Unos pasos se detuvieron detrás de el y Emperor no se dio por aludido mientras movía de un lado a otro la porquería del suelo. Para dar más énfasis a su actitud ocupada empezó a silbar.
No tenía muy buen ritmo, en lo que respecta a él la música era algo lejano que le ocurría a otros. Lo más cercano que había escuchado nunca era la banda sonora de las tabernas, compuesta por órdenes gritadas en voz alta, golpes, vasos rompiéndose, vasos golpeados contra las superficies, vasos golpeados contra cabezas, escupitajos e incluso las informativas variantes de los gritos de dolor. Él personalmente conocía muchos de estos, en más de una ocasión habían salido de sus propios labios, por ejemplo estaba el grito de terror de “Mierda-a-ese-tipo-le-debo-dinero”, el grito del “Te-voy-a matar”, el de “Alguien-me-ha-clavado-un-tenedor-en-el-ojo” y el grito tabernariamente conocido como el de “Joder-voy-a-morir-pronto-pero-me-llevaré-a-todos-los-cabrones-posibles-conmigo.”
Este era uno del que había que huir a simple oída, no solía acabar bien para ninguno de los involucrados...salvo para aquel que empuñara el cuchillo más largo.
No fue tanto la voz baja de la chica como lo que decía lo que hizo que al final Emperor mirara momentáneamente por el rabillo del ojo. Bueno, eso era sorprendente, extraño y no bienvenido.
Agachó la cabeza y dirigió una breve mirada a sus zapatos. La madre de Emperor frívolamente tenía la certeza de que si querías conocer a alguien tenías que mirarle los zapatos y era uno de los pocos asuntos en los que su abuelo había estado de acuerdo con ella. Y es sorprendente lo que pueden contarte. El tipo de calzado y su calidad dice mucho más de lo que la gente se imagina, nadie que pueda permitírselo se privaría de unos buenos zapatos cómodos.
Era de las primeras cosas que te robaban si eras tan tonto como para quedarte dormido y desprotegido en los callejones, incluso aún cuando no fueran nada más que trapos alrededor de los pies.
En ciertas ocasiones había gente encapuchada, lo que no era raro, merodeando por los barrios bajos. Todo en ellos gritaba pobreza hasta que les mirabas los zapatos, ahí solían meter la pata, intentaban llevar botas viejas o zapatos rescatados de los desvanes que pertenecieron a algún antepasado para así dar el pego, pero siempre fallaban.
Los de ella se veían discretos pero de buena calidad, unas buenas costuras junto a las suelas. A modo de curiosidad simplemente diremos que los suyos empleaban un pedazo de cartón delgado para separar sus pies del suelo, y cuando llovía, siempre se les inundaba; y eso dice suficiente.
Emperor sospechó al instante que nada de aquello le iba a gustar, nunca nadie de la categoría de ella se había dirigido tan cordial y respetuosamente a la gente como él a no ser que hubiera algún chanchullo apestoso de por medio.
-Estoy ocupado señorita. -dijo a pesar de que el dinero hubiera encontrado un bonito hogar con él hasta que lo gastara en el alcohol de la taberna, pero no iba a ser sobornado.
Contuvo un gruñido cuando a su lado Zebbo se levantó del poyete con la fuerza de un pistón. Nada de su supuesto dolor de espalda a la vista. El puñetero viejo verde hizo una torpe reverencia a la joven y volvió a esconder su cigarro en las trincheras tras sus orejas.
-Ña, no haga caso señorita. Grebo es un... .-refutó antes de detenerse, Emperor podía ver como sus arrugadas neuronas hacían el esfuerzo de encontrar una manera de insultarle sin dañar los delicados oídos de una dama. Al final se rindió con un encogimiento de hombros y le miró. Emperor hizo una mueca.
-Ayúdala tú entonces.
En el mundo siempre hay gente así y no parecen cumplir otro papel en la historia de la humanidad que detenerse bajo los umbrales de tiendas, templos y demás edificios en los que la gente común tiende a apiñarse y cumplir el instinto primario del yo primero. De igual manera suelen ser comerciantes, novicios o en este caso lo que en un futuro serían llamados empleados de Atención al Cliente. Su función es ingrata y poco agradecida. Pacientes centinelas detienen a las turbas a pesar de que suelen estar muy mal pagados y encanecen muy pronto, siempre tienen esa mirada deprimente en los ojos que prácticamente grita “¡Por favor, matenmé ya!”.
Suelen pasar a mejor vida pronto. O en otros casos, en un arrebato de locura, soltando risas histéricas y burbujeante saliva blanca hacen pasar a todos los demás.
Observaba con placidez como uno de ellos intentaba hacerse escuchar alzando las manos frente al torso en el signo universal de escudarse cuando sin querer hizo contacto visual con un pasajero que acababa de abandonar el tren y caminaba entre la multitud.
-"Oh mierda", pensó. Conocía aquella expresión de sobra, la había visto ya en muchos pasajeros antes y era la de "vamos a hacer que un pobre desgraciado se convierta en nuestro burro de carga". Rápidamente volvió la mirada al suelo y empezó a barrer. Resultó un rato difícil ya que había mucha más gente que antes allí, todos apelotonados, como hormigas en torno a una miga de pan. Mentalmente decidió que era un táctica inútil, pero no iba a rendirse sin luchar porque lo que le aguardaba en caso de hacerlo era mucho peor e intentó pensar en algo mientras se daba media vuelta en el sitio, ofreciendo su espalda. Todo su lenguaje corporal gritando, “No, de ninguna manera voy a hacerte caso.”
Zebbo le lanzó una mirada interrogante mientras pescaba los restos de un cigarro de detrás de las orejas y lo sostenía entre su boca de solo cuatro dientes.
Unos pasos se detuvieron detrás de el y Emperor no se dio por aludido mientras movía de un lado a otro la porquería del suelo. Para dar más énfasis a su actitud ocupada empezó a silbar.
No tenía muy buen ritmo, en lo que respecta a él la música era algo lejano que le ocurría a otros. Lo más cercano que había escuchado nunca era la banda sonora de las tabernas, compuesta por órdenes gritadas en voz alta, golpes, vasos rompiéndose, vasos golpeados contra las superficies, vasos golpeados contra cabezas, escupitajos e incluso las informativas variantes de los gritos de dolor. Él personalmente conocía muchos de estos, en más de una ocasión habían salido de sus propios labios, por ejemplo estaba el grito de terror de “Mierda-a-ese-tipo-le-debo-dinero”, el grito del “Te-voy-a matar”, el de “Alguien-me-ha-clavado-un-tenedor-en-el-ojo” y el grito tabernariamente conocido como el de “Joder-voy-a-morir-pronto-pero-me-llevaré-a-todos-los-cabrones-posibles-conmigo.”
Este era uno del que había que huir a simple oída, no solía acabar bien para ninguno de los involucrados...salvo para aquel que empuñara el cuchillo más largo.
No fue tanto la voz baja de la chica como lo que decía lo que hizo que al final Emperor mirara momentáneamente por el rabillo del ojo. Bueno, eso era sorprendente, extraño y no bienvenido.
Agachó la cabeza y dirigió una breve mirada a sus zapatos. La madre de Emperor frívolamente tenía la certeza de que si querías conocer a alguien tenías que mirarle los zapatos y era uno de los pocos asuntos en los que su abuelo había estado de acuerdo con ella. Y es sorprendente lo que pueden contarte. El tipo de calzado y su calidad dice mucho más de lo que la gente se imagina, nadie que pueda permitírselo se privaría de unos buenos zapatos cómodos.
Era de las primeras cosas que te robaban si eras tan tonto como para quedarte dormido y desprotegido en los callejones, incluso aún cuando no fueran nada más que trapos alrededor de los pies.
En ciertas ocasiones había gente encapuchada, lo que no era raro, merodeando por los barrios bajos. Todo en ellos gritaba pobreza hasta que les mirabas los zapatos, ahí solían meter la pata, intentaban llevar botas viejas o zapatos rescatados de los desvanes que pertenecieron a algún antepasado para así dar el pego, pero siempre fallaban.
Los de ella se veían discretos pero de buena calidad, unas buenas costuras junto a las suelas. A modo de curiosidad simplemente diremos que los suyos empleaban un pedazo de cartón delgado para separar sus pies del suelo, y cuando llovía, siempre se les inundaba; y eso dice suficiente.
Emperor sospechó al instante que nada de aquello le iba a gustar, nunca nadie de la categoría de ella se había dirigido tan cordial y respetuosamente a la gente como él a no ser que hubiera algún chanchullo apestoso de por medio.
-Estoy ocupado señorita. -dijo a pesar de que el dinero hubiera encontrado un bonito hogar con él hasta que lo gastara en el alcohol de la taberna, pero no iba a ser sobornado.
Contuvo un gruñido cuando a su lado Zebbo se levantó del poyete con la fuerza de un pistón. Nada de su supuesto dolor de espalda a la vista. El puñetero viejo verde hizo una torpe reverencia a la joven y volvió a esconder su cigarro en las trincheras tras sus orejas.
-Ña, no haga caso señorita. Grebo es un... .-refutó antes de detenerse, Emperor podía ver como sus arrugadas neuronas hacían el esfuerzo de encontrar una manera de insultarle sin dañar los delicados oídos de una dama. Al final se rindió con un encogimiento de hombros y le miró. Emperor hizo una mueca.
-Ayúdala tú entonces.
Emperor Hasbrouck- Humano Clase Baja
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 10/03/2015
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Jirones de vapor || LIBRE.
La actitud del chico comenzaba a irritarla ligeramente y no estaba dispuesta a perder el tiempo, además de que el hombre mayor le recordaba el destino del que había escapado por poco, así que soltando un dramático suspiro miro al anciano.
-Ehmm no señor, no me gustaría ser inoportuna- debió usar toda su fuerza de voluntad para contener su gesto de repugnancia-Me parece de muy mal gusto la manera en la que estas respondiendo, porque es más que obvio que no haces nada que resulte útil ¿Cada cuanto barres? Ridículo, con la cantidad de gente que entra seguro no avanzas.-
Sin arrepentirse de nada indujo una pequeña ventisca que revolvió la basura alrededor de ellos, empolvando la estación, dejándola intacta tan solo a ella, dirigiéndole una sonrisa como para probar su punto.
-Supongo que ahora les harán ir a casa o les negaran el sueldo, y en cambio si me ayudas ganaras dinero y te alejaras de este clima que resulta tan inclemente.-
Intentando demostrar su "buena voluntad" le dio tres monedas de oro al anciano, con cuidado de no tocarlo y una pequeña sonrisa encantadora, apartándose lo más rápido que pudo sin parecer grosera. Estaba algo fastidiada, le desagradaba que ese muchacho no estuviese dispuesto a ayudar a una chica delicada como era ella, después de todo lo terrible que había pasado ¿Qué acaso no había tenido ya bastante? Que simple hubiese sido poder hacer que sus pertenencias cobraran vida y la transportaran a casa, pero debía mantener cierta discreción para seguir con las investigaciones respecto a su hermano.
-Ehmm no señor, no me gustaría ser inoportuna- debió usar toda su fuerza de voluntad para contener su gesto de repugnancia-Me parece de muy mal gusto la manera en la que estas respondiendo, porque es más que obvio que no haces nada que resulte útil ¿Cada cuanto barres? Ridículo, con la cantidad de gente que entra seguro no avanzas.-
Sin arrepentirse de nada indujo una pequeña ventisca que revolvió la basura alrededor de ellos, empolvando la estación, dejándola intacta tan solo a ella, dirigiéndole una sonrisa como para probar su punto.
-Supongo que ahora les harán ir a casa o les negaran el sueldo, y en cambio si me ayudas ganaras dinero y te alejaras de este clima que resulta tan inclemente.-
Intentando demostrar su "buena voluntad" le dio tres monedas de oro al anciano, con cuidado de no tocarlo y una pequeña sonrisa encantadora, apartándose lo más rápido que pudo sin parecer grosera. Estaba algo fastidiada, le desagradaba que ese muchacho no estuviese dispuesto a ayudar a una chica delicada como era ella, después de todo lo terrible que había pasado ¿Qué acaso no había tenido ya bastante? Que simple hubiese sido poder hacer que sus pertenencias cobraran vida y la transportaran a casa, pero debía mantener cierta discreción para seguir con las investigaciones respecto a su hermano.
Azure Mancini- Hechicero Clase Alta
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Re: Jirones de vapor || LIBRE.
Con expresión malhumorada y sin dejar de barrer Emperor observó como el viejo fue despachado. Zebbo puso una sonrisa triste y no sabía si era por el dinero o por...sacudió la cabeza ¡Qué diablos!, ¡Por supuesto que había sido por el dinero! a estas alturas de la vida a esa vieja tortuga le importaba poco como le llamaran.
De vez en cuando, cuando borracho como era habitual, Emperor le preguntaba si no le enfermaba ser pisoteado tantas veces, el viejo con una sonrisa desdentada solía decir: "el orgullo no se come", una frase que había escuchado en alguna parte, sin embargo Emperor siempre había contestado de forma sarcástica "seguro que alguien del barrio ya ha encontrado la forma de hacerlo".
No era una mentira, las clases bajas cocinaban cualquier cosa que se les cruzara por delante, tanto si estaba vivo, como si no. Aún recordaba con cariño la ropa vieja que solía preparar la señora Brel, y en este caso no estamos hablando de la ropa vieja que se hace con carne, patatas y garbanzos, de la cual Emperor ni sabía de su existencia, no. Si no de auténtica ropa vieja, ya sabes esas cosas que se llevan puestas sobre el cuerpo y que en el mejor de los casos están hechas de tela. Elora Brel solía ponerlas a hervir en una marmita con más cosas que de niño Emperor no se había molestado en averiguar o probablemente no habría acercado su cuenco con tanta felicidad, pero aún recordaba como podías mantener masticando una tira en tu boca, chupando el caldo picante durante toda la tarde. Había habido muchas maneras de disimular el hambre.
Y ahora aquí estaba, siendo sermoneado por una muchacha rica acerca de cosas de mal gusto y actos inútiles.
-Alguien tiene que hacerlo, señorita.-respondió secamente con el ceño fruncido, sin parar en su labor.- seguro que a usted le gustaría encontrarse las cosas limpias.
Ella no era mejor que la mujer que antes le había mirado con desprecio. A pesar de sus primeras palabras amables ahora estaba mostrando su verdadera cara, Emperor no dudaba que fuera monstruosa. Era la misma en todos ellos, en toda la gente rica. No había duda. En todos ellos, siempre quejándose, teniéndolo todo en sus manos, y aún les parecía insuficiente.
Pidiendo, siempre pidiendo...
Emperor sintió las ganas enfermizas y desesperadas de volver a empinar el codo. ¿Donde demonios había escondido aquella botella medio vacía de vino?
Un estremecimiento le recorrió de arriba a abajo la espina dorsal cuando la brisa arreció. La parcela de tablones que había limpiado volvía a estar cubierta de polvo.
Confundido levantó el rostro. Todo en su cara mostrando el aturdimiento y la incredulidad, ¿Cómo demonios había pasado? No es que fuera extraño las corrientes de aire y menos en una estación de ferrocarril, un pasaje estrecho entre dos construcciones prácticamente definía la expresión "corrientes", pero había habido algo...Emperor no podía poner el dedo sobre ello.
Giró la cabeza hacia la dama en cuanto oyó su burla, tenía una sonrisa pintada en los labios y nada en su cara mostrando una mala intención, pero desde que se había quejado de su labor todo lo que oía de ella le sonaba a burla.
-Si realmente cree que sólo me pagan por limpiar, -bufó volviendo a poner mala cara.- bueno no esperaba otra cosa...-de alguien como tú terminó mentalmente. Porque realmente ¿Qué sabría ella del trabajo cuando estaba viviendo del dinero heredado? Seguro que lo hacía, todos ellos, toda aquella repugnante alta sociedad. ¡Já! ¡Qué sabría ella!
Volvió a bajar la escoba al suelo dispuesto a volver a empezar. No entendía a qué era debido pero había algo en su cabeza que sonaba muy parecido a su abuelo y que le estaba pegando figurativos garrotazos. No podía ser debido a sus pensamientos acerca de la alta sociedad, Emperor ya los había dejado con anterioridad bien claros para gran disgusto de su madre.
Y en cuanto a lo del clima...
-Es lo que hay.-dijo con finalidad. Si ella pretendía que la ayudara, estaba haciendo un mal trabajo...o al menos lo hizo hasta que le tendió las monedas a Zebbo. Tan ocupado estaba fulminándola con la mirada que no vio venir el codazo que el viejo le dio en el estómago para que se doblara a su altura. Una garra se aferro al lóbulo de su oreja izquierda.
-¡Eres un pedazo de idiota!.-Zebbo se las arregló para gritarle aún susurrando después de alejarles un poco de la señorita.-¡Son tres jodidas monedas de oro! ¿Tú sabes lo que podemos hacer con esto?
-Meterselas por el...
Zebbo gimió de consternación en su oreja
-¿De verdad quieres dejar pasar esta oportunidad? ¡No volverás a ver esta cantidad ofrecida tan libremente Grebbo!
-¿Y eso no te hace sospechar? ¿Porque lleva tanto tiempo aquí de todas formas?.-contesto poniendo mala cara.- si tan desesperada está podría haber encontrado ya la ayuda de otros.
-No me importa. -zanjó terminalmente el anciano.- aún si luego si me pudrieran la orejas todavía las cogería. Además -continuó.- mejor para nosotros que no lo haya hecho...Mira chico hagamos un trato, me quedo yo con una, tú con otra y la tercera nos las fundimos en la taberna ¿Eh? ¿Qué tal suena eso, chaval? ¡Como en los viejos tiempos!
A pesar de sus reticencias Emperor estaba a punto de ceder, una moneda de oro se podía convertir en mucho, mucho alcohol. La otra, bien podía seguir su camino poco tiempo después o...o podía dársela a su madre. A la mujer se le iluminaría la cara nada más verla y bien sabía él que haría maravillas con ella en el barrio. Ningún muerto de hambre durante mucho, mucho, muchísimo tiempo, meses seguro... Tanto dinero por solo cargar un simple equipaje. De repente la boca le sabía a bilis, había algo antinatural en esa frase.
-Está bien.-acepto después.- pero tú hablas con ella.
Zebbo sonrió felizmente y le arrastró de vuelta antes de que cambiara de opinión. Él o ella.
-Vamos pues su señoría.-le dijo a la joven.
Emperor no pudo evitar pensar si así era como uno vendía su alma al diablo.
De vez en cuando, cuando borracho como era habitual, Emperor le preguntaba si no le enfermaba ser pisoteado tantas veces, el viejo con una sonrisa desdentada solía decir: "el orgullo no se come", una frase que había escuchado en alguna parte, sin embargo Emperor siempre había contestado de forma sarcástica "seguro que alguien del barrio ya ha encontrado la forma de hacerlo".
No era una mentira, las clases bajas cocinaban cualquier cosa que se les cruzara por delante, tanto si estaba vivo, como si no. Aún recordaba con cariño la ropa vieja que solía preparar la señora Brel, y en este caso no estamos hablando de la ropa vieja que se hace con carne, patatas y garbanzos, de la cual Emperor ni sabía de su existencia, no. Si no de auténtica ropa vieja, ya sabes esas cosas que se llevan puestas sobre el cuerpo y que en el mejor de los casos están hechas de tela. Elora Brel solía ponerlas a hervir en una marmita con más cosas que de niño Emperor no se había molestado en averiguar o probablemente no habría acercado su cuenco con tanta felicidad, pero aún recordaba como podías mantener masticando una tira en tu boca, chupando el caldo picante durante toda la tarde. Había habido muchas maneras de disimular el hambre.
Y ahora aquí estaba, siendo sermoneado por una muchacha rica acerca de cosas de mal gusto y actos inútiles.
-Alguien tiene que hacerlo, señorita.-respondió secamente con el ceño fruncido, sin parar en su labor.- seguro que a usted le gustaría encontrarse las cosas limpias.
Ella no era mejor que la mujer que antes le había mirado con desprecio. A pesar de sus primeras palabras amables ahora estaba mostrando su verdadera cara, Emperor no dudaba que fuera monstruosa. Era la misma en todos ellos, en toda la gente rica. No había duda. En todos ellos, siempre quejándose, teniéndolo todo en sus manos, y aún les parecía insuficiente.
Pidiendo, siempre pidiendo...
Emperor sintió las ganas enfermizas y desesperadas de volver a empinar el codo. ¿Donde demonios había escondido aquella botella medio vacía de vino?
Un estremecimiento le recorrió de arriba a abajo la espina dorsal cuando la brisa arreció. La parcela de tablones que había limpiado volvía a estar cubierta de polvo.
Confundido levantó el rostro. Todo en su cara mostrando el aturdimiento y la incredulidad, ¿Cómo demonios había pasado? No es que fuera extraño las corrientes de aire y menos en una estación de ferrocarril, un pasaje estrecho entre dos construcciones prácticamente definía la expresión "corrientes", pero había habido algo...Emperor no podía poner el dedo sobre ello.
Giró la cabeza hacia la dama en cuanto oyó su burla, tenía una sonrisa pintada en los labios y nada en su cara mostrando una mala intención, pero desde que se había quejado de su labor todo lo que oía de ella le sonaba a burla.
-Si realmente cree que sólo me pagan por limpiar, -bufó volviendo a poner mala cara.- bueno no esperaba otra cosa...-de alguien como tú terminó mentalmente. Porque realmente ¿Qué sabría ella del trabajo cuando estaba viviendo del dinero heredado? Seguro que lo hacía, todos ellos, toda aquella repugnante alta sociedad. ¡Já! ¡Qué sabría ella!
Volvió a bajar la escoba al suelo dispuesto a volver a empezar. No entendía a qué era debido pero había algo en su cabeza que sonaba muy parecido a su abuelo y que le estaba pegando figurativos garrotazos. No podía ser debido a sus pensamientos acerca de la alta sociedad, Emperor ya los había dejado con anterioridad bien claros para gran disgusto de su madre.
Y en cuanto a lo del clima...
-Es lo que hay.-dijo con finalidad. Si ella pretendía que la ayudara, estaba haciendo un mal trabajo...o al menos lo hizo hasta que le tendió las monedas a Zebbo. Tan ocupado estaba fulminándola con la mirada que no vio venir el codazo que el viejo le dio en el estómago para que se doblara a su altura. Una garra se aferro al lóbulo de su oreja izquierda.
-¡Eres un pedazo de idiota!.-Zebbo se las arregló para gritarle aún susurrando después de alejarles un poco de la señorita.-¡Son tres jodidas monedas de oro! ¿Tú sabes lo que podemos hacer con esto?
-Meterselas por el...
Zebbo gimió de consternación en su oreja
-¿De verdad quieres dejar pasar esta oportunidad? ¡No volverás a ver esta cantidad ofrecida tan libremente Grebbo!
-¿Y eso no te hace sospechar? ¿Porque lleva tanto tiempo aquí de todas formas?.-contesto poniendo mala cara.- si tan desesperada está podría haber encontrado ya la ayuda de otros.
-No me importa. -zanjó terminalmente el anciano.- aún si luego si me pudrieran la orejas todavía las cogería. Además -continuó.- mejor para nosotros que no lo haya hecho...Mira chico hagamos un trato, me quedo yo con una, tú con otra y la tercera nos las fundimos en la taberna ¿Eh? ¿Qué tal suena eso, chaval? ¡Como en los viejos tiempos!
A pesar de sus reticencias Emperor estaba a punto de ceder, una moneda de oro se podía convertir en mucho, mucho alcohol. La otra, bien podía seguir su camino poco tiempo después o...o podía dársela a su madre. A la mujer se le iluminaría la cara nada más verla y bien sabía él que haría maravillas con ella en el barrio. Ningún muerto de hambre durante mucho, mucho, muchísimo tiempo, meses seguro... Tanto dinero por solo cargar un simple equipaje. De repente la boca le sabía a bilis, había algo antinatural en esa frase.
-Está bien.-acepto después.- pero tú hablas con ella.
Zebbo sonrió felizmente y le arrastró de vuelta antes de que cambiara de opinión. Él o ella.
-Vamos pues su señoría.-le dijo a la joven.
Emperor no pudo evitar pensar si así era como uno vendía su alma al diablo.
- Spoiler:
- Aunque no lo parezca realmente estoy tratando de no escribir tanto
Emperor Hasbrouck- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 10/03/2015
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Jirones de vapor || LIBRE.
No pudo evitar rodar los ojos ante en balbuceo que intercambiaron los dos hombres como si ella no estuviera allí ¿Tan poco respeto le demostraban a las mujeres? Eso la enfurecía de verdad, no por que fuese de alta cuna, sino por el hecho de que seguramente a ningún hombre le hubiesen tratado de tal manera, es más, ni siquiera a ella misma si hubiese ido acompañada de algún varón. Pues vaya idiotas. Le fastidiaba un poco que el anciano los siguiese con tanta insistencia, quizás era una trampa de un par de ladrones de pacotilla... Pero si lo era les saldría mal todo porque podía defenderse, además de que era ella la que se les había acercado.
Intentando alejar los pensamientos de su cabeza dio una suave sacudida con la cual unos mechones de su cabello se soltaron de la trenza con la cual la había peinado esa mañana. Pfff, para la próxima intentaría no usar un hechizo de viento tan despreocupadamente aunque se tratase de uno tan débil.
Les dio una sonrisa ligera y los guío hacia donde había dejado su baúl, en realidad lo único que conseguían con su actitud era ponerla de malas porque casi sentía que podía leer sus mentes, como era una chica de alta sociedad era una tonta malcriada. Bien siempre había tenido lo que quería pero pronto todo eso le pasaría una factura muy alta, el casarse con un desconocido, prácticamente ser vendida como ganado. Y de alguna manera tiempo atrás se había conciliado con ese destino pero ahora con sus poderes esperaba poder hacer una diferencia, y estaba segura que si encontraba a su hermano el la ayudaría.
-Ese es mi equipaje si eres tan amable y ahora necesito ayuda para conseguir un auto-
Suspiro, e intento poner buena cara porque era eso lo que la diferenciaba de los cientos de personas que pasaban por allí... y conforme ese pensamiento paso por su mente una idea se formo.
-¿Ven muchas personas diarias? Es decir ¿Llega mucha gente? ¿Podrías reconocer a alguien?-
Quizás Nico hubiese pasado por allí con aquella mujer de tan mal gusto, quizás allí podría encontrar un rastro perdido de su hermano con el cual continuar su investigación y todo dependía de aquellos dos sucios trabajadores.
Intentando alejar los pensamientos de su cabeza dio una suave sacudida con la cual unos mechones de su cabello se soltaron de la trenza con la cual la había peinado esa mañana. Pfff, para la próxima intentaría no usar un hechizo de viento tan despreocupadamente aunque se tratase de uno tan débil.
Les dio una sonrisa ligera y los guío hacia donde había dejado su baúl, en realidad lo único que conseguían con su actitud era ponerla de malas porque casi sentía que podía leer sus mentes, como era una chica de alta sociedad era una tonta malcriada. Bien siempre había tenido lo que quería pero pronto todo eso le pasaría una factura muy alta, el casarse con un desconocido, prácticamente ser vendida como ganado. Y de alguna manera tiempo atrás se había conciliado con ese destino pero ahora con sus poderes esperaba poder hacer una diferencia, y estaba segura que si encontraba a su hermano el la ayudaría.
-Ese es mi equipaje si eres tan amable y ahora necesito ayuda para conseguir un auto-
Suspiro, e intento poner buena cara porque era eso lo que la diferenciaba de los cientos de personas que pasaban por allí... y conforme ese pensamiento paso por su mente una idea se formo.
-¿Ven muchas personas diarias? Es decir ¿Llega mucha gente? ¿Podrías reconocer a alguien?-
Quizás Nico hubiese pasado por allí con aquella mujer de tan mal gusto, quizás allí podría encontrar un rastro perdido de su hermano con el cual continuar su investigación y todo dependía de aquellos dos sucios trabajadores.
Azure Mancini- Hechicero Clase Alta
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