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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Zéphyr C. Bonnet Miér Mar 25, 2015 12:58 am



Yo nunca contemplo el fuego disperso
De las estrellas, o del sol su ardiente sendero,
Todo mi corazón conjuga un solo deseo,
Un vano sentimiento reseco.
—Christina Rossetti.






—La verdad no estoy interesado en meterme en un nego… ¡Ernest! Hombre, no me dejes hablando solo —bufó Zéphyr al encontrarse sin compañía alguna, odiaba cuando su mentor le daba una misión y ni siquiera le consultaba si estaba de acuerdo o no—. ¿Comercio de personas? ¿Es en serio…? Maldita burocracia.

Zéphyr se frotó el rostro con ambas manos, apenas había llegado a París y ya Ernest le estaba dejando en sus manos un trabajo que no tenía ninguna pinta de agradable. Es que ni siquiera disfrutaba estar en aquella ciudad, le traía malos recuerdos.  Lo único que verdaderamente lo motivaba a quedarse eran sus insanos deseos de venganza, saber que Yvonne estaba tan perdida y aislada era algo que sin duda alguna aprovecharía mucho más que la muerte de los padres de la muchacha, quienes por extrañas circunstancias habían caído enfermos, según lo que le mencionaría en su tiempo, su amigo Guillaume.

Estaba consciente de que no era una buena persona, Zéphyr sabía que el simple hecho de dedicarse a hacer el trabajo sucio de otros no era algo completamente digno y de seguro si su madre estuviera viva jamás aprobaría algo tan terrible como aquello. Hacía mucho que no sabía nada de su hermano gemelo, ¿qué sería de él? Quizás hubiera sobrevivido ante los malos vientos de Francia, pero era algo que Bonnet no podía asegurar, ni siquiera se molestó en buscarlo luego de haberse unido a aquellos mercenarios, desde el primer momento en que decidieron separarse, Zéphyr supo que era lo mejor, cada quien tenía que apaleárselas por su cuenta. Mientras tanto, él se encargaría de hundir a Yvonne, de hacerla llorar lágrimas de sangre si era posible.

Aunque no le agradara la idea de participar en planes diferentes a los que tenía para eso momento, no podía negarse a cooperar con Ernest. Ese hombre ha sido su único pilar luego de la muerte de la única mujer que había querido con tanta devoción. Su madre lo había sido todo para él hasta que un día simplemente ella se marchó de este mundo. Ernest era más que un mentor para Zéphyr y su confidente. Incluso, aquel hombre se había encargado de encontrarle un puesto dentro del College de Francia para que su actuación ante los Zusak fuera impecable, llena de mentiras. Guillaume, era un hechicero brillante y con los mejores hechizos se encargó de borrar de las mentes de aquellas personas la figura de dos gemelos que habitaron hace ya varios años en su residencia como empleados suyos. Un plan diabólicamente perfecto.

Le dio un último sorbo a su bebida y antes de que el licor terminara de quemar su garganta, enfundó sus manos con unos guantes de cuero y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en las frías calles de París. Se dirigía a toda marcha hacia el puerto de la ciudad, eran casi las tres de la tarde y el cielo gris anunciaba que los días del invierno ya estaban bastante cerca. La distancia que lo separaba del fondeadero eran unas tres cuadras, ese olor tan característico de aquellas zonas atravesaba sus fosas nasales siendo para Zéphyr un tanto molesto y mucho más por poseer un olfato tan agudo debido a su condición. Pero eso no importaba en esos momentos, seguía los pasos de Ernest, quien caminaba delante de él con toda prisa, alguien los estaba esperando y no quería retrasarse más de lo debido.

Ambos hombres permanecieron de pie largos minutos en el lugar más apartado del puerto. Todo el muelle carecía de vida y algunas gaviotas se posaban sobre algunas pilas de maderas podridas que se hallaban dispersas en el suelo. Zéphyr observó su reloj y luego miró a Ernest. Había complicidad en sus miradas, pero el otro hombre, de edad más avanzada no quiso desistir, aquel negocio era importante. Palmeó el hombro de Bonnet intercambiando unas palabras breves con él. Ernest buscaría en otro lado, mientras que Zéphyr se quedaría en espera de su “cliente”. No se vio mueca de frustración alguna, sólo quedaba la resignación de un hombre comprometido con su labor. Transcurrieron no más de treinta minutos mientras permanecía de pie en el mismo lugar, el licántropo exhaló con notable molestia y antes de ir en busca de su jefe observó a la distancia una figura masculina quien se acercaba a toda prisa hacia él. Sus sentidos se alertaron como lo harían los de un animal salvaje y su postura se irguió de inmediato, ¿sería acaso aquel personaje sería a quien se refería Ernest o se trataba de simple coincidencia?

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Mensaje por Predbjørn Østergård Vie Mar 27, 2015 10:27 pm

Cuando un hombre posee una vida llena de turbulencias, la tranquilidad los llega a inquietar, a poner de mal humor. Él tuvo que mantenerse al margen de su realidad por mucho tiempo. El joven pasaba la vida llena de reglas que él imponía, sin embargo sus reglas se rompían, aunque fueran las más fáciles de sobrellevar. Su monotonía no constaba de la misma que el resto, aunque llegaba a volverse una rutina, de eso no había duda. Para él su sobrina era lo más importante que tenía, lo malo es que la niña se estaba volviendo su responsabilidad, una carga, misma que no estaba dispuesto a aguantar por demasiado tiempo. ¿Por qué? Podría quererla, pero no por esa razón iba a perder su forma de vida, mucho menos su libertad. ¡Que diablos estaba pasando! ¿Por qué razón pausó sus verdaderos proyectos? La ira incrementaba, el odio a su hermano también. Le estaba resolviendo la existencia, dejando que se sumara a la miseria. No iba a permitirlo.

La noche anterior, su sobrina tuvo que trasladarse a su casa. Le tuvo que compartir su lugar más privado, y encima la mocosa creía que debía exigirle más de la cuenta ¡Eso lo puso furioso! Por eso la puso en su lugar. Le puso las cartas sobre la mesa, y terminó por salirse a su burdel, y buscar a la cortesana más nueva para poder saciar sus necesidades, y claro, descargar su mal humor. En esa noche, en ese encuentro se dio cuenta que había dejado de lado muchos proyectos, aunque bastaba enviar una misiva para tener lo que necesitaba, y volver todo a la normalidad. ¡Claro! Debía poner todo en orden, era un hombre importante, al igual que temido, y por esa razón no iba a dar el tiempo necesario a su competencia para que le quitaran lo ya ganado.

Predbjørn arregló con rapidez un encuentro con uno de sus trabajadores más efectivos. Le encantaba el rango que tenía, hasta donde había podido subir por el hecho de ser quien es, y por eso cualquiera iba por debajo de lo que era. Según sus informantes, aquel que le haría la nueva entrega de productos, era uno de los mejores, no dejaba rastro alguno, y sobretodo, tenía confidencialidad. Lo cual le vendría muy bien en ese momento. El extranjero se arregló esa mañana con un traje negro, incluso se colocó guantes de cuero negro, y sin pensarlo se fue al muelle. Se adentró al lugar, y observó uno de sus barcos. Uno de sus técnicos le informó el averió que le había ocurrido a aquel medio de transporte, y medio de carga, por supuesto. Cuando recién habían llegado, chocó contra una roca, y por eso se hizo una gran fisura. No había perdidas grandes, sólo mínimas, y con la venta de sólo un esclavo la podría solventar, incluso le sobraría.

Revisó también los demás barcos, aunque todos aquellos estaban de maravilla. Lo cual le dejó satisfacción. Predbjørn era un hombre que buscaba siempre llegar a hacer todo de forma impecable, perfecta, cómo él, sin embargo estaba consiente que algunas cosas podrían salirse de sus manos, y por eso no se molestaba si quiera en ponerse de mal humor. Nada valía la pena como para amargarle el día.

Dio la vuelta y mientras avanzaba con cautela sacó su reloj de bolsillo observando la hora. Tan sólo faltaba un minuto para su encuentro. La puntualidad era una de las claves más grandes para el éxito, y por supuesto, él llegaba de forma puntual (ni un minuto menos, ni un minuto más), a cualquier actividad que tuviera que hacer. Las siluetas estaban frente a su figura. Estaba seguro que eran ellos, sino, no se les permitiría el paso a esa sección privada del puerto.

Buen día, caballeros, espero no hayan tenido inconvenientes al entrar a este lugar — Ni siquiera les dio la mano, simplemente los miró curioso.  — ¿Y bien? ¿Qué me ofrecen? Dependiendo de su oferta, su sabré lo que debo de pagar — Se encogió de hombros, él era claro, nunca adornaba sus palabras, no necesitaba hacerlo.
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Mensaje por Zéphyr C. Bonnet Sáb Mayo 30, 2015 7:04 pm



Unos venden y otros compran;
Unos hacen lo que deben hacer con lágrimas,
Otros sin un sólo suspiro;
Pues todos los hombres matan lo que aman,
Aunque no todos tengan que morir por ello.
—Oscar Wilde.






Zéphyr no estaba contento con aquella misión, maldecía internamente a Ernest por haberlo involucrado en tan incómoda situación. Pero, ¿qué más podía hacer? Cuando aceptó ser un mercenario, tuvo que hacerlo con todo lo que involucraba el oficio. Incluso, si tenía que correr sangre en alguna de las tantas misiones que le eran encargadas, pues que así fuera. No tenía impedimento alguno para continuar con aquella labor, tal y como se lo repetía a sí mismo “su madre ya no estaba”. No tenía porque sentirse culpable por lo que hacía. Sin embargo, a veces le llegaban situaciones inesperadas, extrañas y poco acogedoras como la que ahora le había encargado Ernest.

El licántropo era muy profesional en su oficio, pero, ¿qué demonios tenía que hacer con el tráfico de personas? No podía dejar de sentir lástima por los pobres esclavos. No siempre corrían la mejor de las suertes, no todos eran bien acogidos y no eran dignamente aceptados por familias de clase alta. Zéphyr recordó su infancia dentro de la mansión de los Zusak. No se lamentó. A pesar de las diferencias, sus primeros años en aquella residencia no fueron tan malos, todo lo arruinó el nacimiento de su primogénita. Recordar a Yvonne causaba una ira insana en el hombre.

Una palmada sobre su hombro hizo calmar su rabia. Era como si Ernest pudiera leer su mente, intuyendo que era lo que atormentaba a su compañero en esos momentos, quizás era su edad avanzada quien le había dado tanta experiencia sobre el mundo, siendo capaz de guiar a jóvenes como Zéphyr durante las duras tormentas en medio del mar.

Zéphyr sólo esbozó una sonrisa ladina y asintió en silencio. No iba a volver a quejarse. Ya las cartas estaban echadas, Yvonne pagaría tarde o temprano por todo lo que le había hecho en el pasado. Se quedó observando a la figura acercarse. Sin duda encajaba perfectamente con la descripción de Ernest sobre el nuevo cliente. No era la primera vez que Zéphyr debía infiltrarse en algún lugar para obtener información clasificada, vigilar a un individuo y engañar a todos a su alrededor. Básicamente de eso se trataba su nueva misión. Debía vigilar a todos los empleados, socios y demás hombres con los que se relacionaba Predbjørn Østergård, sospechaba de algún traidor en su equipo y por supuesto, ahora Zéphyr debía actuar como “su mano derecha”, mientras se encargaba de hallar lo que su cliente quería conseguir.

Algo fácil, pero a la vez tedioso porque interfería con el tiempo en el que debía dedicarse a dar clases en el College de Francia. Otra farsa más. Pero que nada tenía que ver con su trabajo, sólo era por meras apariencias personales. A Zéphyr no se le escapaba nada de las manos. Incluso, cuando Ernest le habló sobre el nuevo encargo que tendrían, el licántropo no dejó escapar el más mínimo detalle. Tenía que saber lo necesario, odiaba tener que tantear respuestas al azar sobre terrenos desconocidos. Sus orbes observaron detenidamente al joven, por la sonrisa cortés de Ernest, supo que era el hombre al que esperaban. El semblante de Zéphyr permaneció serio y sólo asintió con un gesto de cortesía ante la salutación del muchacho. Sería él quien manejaría el negocio esta vez.

—Buen día, señor Østergård —habló con calma, mientras daba un rápido vistazo a su alrededor—. No se preocupe, no fue nada complicado llegar hasta aquí. —Exhaló y volvió su mirada hacia el chico—. Ah sí, tal y como desea, iré directo grano. Bien, ya usted ha de conocer nuestro oficio, por lo que no redundaremos en ese asunto, sino en lo que nos compete a ambos esta vez —hizo una pausa antes de continuar—. Según se me ha informado, necesita de un buen espía que se encargue de averiguar si existe algún “traidor” en su negocio, ¿no es así? Si me equivoco, por favor corríjame y dígame exactamente qué es lo que necesita.


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Mensaje por Predbjørn Østergård Dom Nov 22, 2015 2:27 pm

Con detalle observó el rostro ajeno. Un hombre joven, sin duda, pero tomando en cuenta que él también lo era, no lo subestimaba, al contrario. Muchas veces los hombres de poca edad tenía más garra, determinación y potencial, y es que se desvivían por demostrar que eran capaz de triunfar por encima de un veterano. Le cayó bien, no lo iba a negar, tanto que se atrevió a esbozar una sonrisa. Había sumado otro punto, las personas que demostraban sabían bien lo que hacían y hacía donde iban, le evitaban tener que pensar situaciones desagradables, o incluso que perdiera el tiempo, para el joven Østergård el tiempo valía oro, o le hacía perderlo, dependía de la perspectiva. La primera impresión ya estaba escrita, sin embargo debía seguir analizando. Bajar la guardia antes de tiempo era un grave error, mismo que algunos no comprendían, y que por eso terminaban por perder frente a él.

Su jefe me dijo que enviaría al mejor, tal parece que no mentía, eso incrementa la ganancia, claro, tomando en cuenta lo que se puede tener al final del trabajo — Se encogió de hombros, él nunca perdía, eso debía dejárselo en claro a su nuevo trabajador — Si me sigue, debo enseñarle algunas cosas para que comprenda el porqué de mis sospechas — Se adelantó, debía guiarle el camino, y es que Predbjørn nunca se andaba con tonterías, al menos cuando de su seguridad o de su negocio se trataba. Bajaron del muelle viejo de madera, avanzaron por la orilla de la playa, y cuando parecía se adentrarían a un edificio, se fueron a perder entre un par de barcos enormes, mismos que eran de él, y que se utilizaban sólo para viajes de placer, no de negocios. Él separaba su vida personal del trabajo, todo por seguridad y precaución.

Dejó que sólo entrara su nuevo empleado, cuando estuvieron dentro de la oficina, Predbjørn se sentó detrás de un escritorio, encima de la madera había una cantidad considerable de papeles. Todos y cada uno de ellos hablaba sobre sus esclavos desde sus inicios. Las razas, las edades, las cantidades, y las cantidades pagadas por cada uno. Se notaba el incremento ostentoso de las ganancias, pero también en la última semana la perdida en picada. Todo estaba bien estructurado, incluso había una gráfica con muñecos, muchas veces la utilizaba para explicarles a los trabajadores que no sabían leer, algo que no podía echarles en cara, se trataba de barbaros, no gente retrata, de serlos probablemente ellos serían los jefes y no él. Dejó que el joven leyera, analizara y llegara a sus conclusiones, necesitaba escuchar que tenía que decir, pero antes él debía romper el silencio, a fin de cuentas él estaba contratando al nuevo muchacho.

Te darás cuenta que soy el rey de los esclavos, nadie maneja los números que yo, y tampoco tiene una cartera de clientes tan grande, o los trae de lugares tan exóticos, sin embargo algo ocurre que no me han llegado la cantidad necesaria, cuando los cuestiono nadie se atreve a hablar. ¿Se traga el mar a los esclavos? Ni siquiera el mar los quiere, no tarda en ahogarlos — Sonrió con sorna, no le importaba la vida de aquellos que le parecían animales.

He dicho que has venido porque eres el nuevo instructor de los negros, durante su periodo de compra, les enseñamos algunas habilidades de trabajo, mismas que son seleccionadas según las necesidades de sus nuevos dueños, lo que hagas con ellos es a tu elección, solo debes engañarlos, decirles que viniste por eso, si te dan asco puedes no acercarte, pero engaña a los demás — Era claro, no se andaba con rodeos — Cuando lo descubras lo mataré frente a los demás, así nadie más volverá querer truncar mis negocios — La rabia en su mirada era clara.

Tu mentir ya es grande, lo protejo, me han dicho que quieren su cabeza, pero no te preocupes, mientras trabajen conmigo, y para mi, nada les pasará, pero deben cumplirme, aquí también puedes hacer otros negocios que necesites, aunque debes poner en prioridad el desenmascarar a mi traidor — Hizo una pausa — ¿Y bien? ¿Crees que es complicado para ti? — Sabia que no, pero ahora era momento de hablar de su acompañante.
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Mensaje por Zéphyr C. Bonnet Miér Feb 17, 2016 9:42 pm

No estaba contento con el nuevo trabajo de cortesía que le había asignado Ernest. ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Acaso ya estaba perdiendo la poca sensibilidad que le quedaba? Zéphyr no entendía muy bien, o mejor dicho, si lo hacía, pero prefería ignorarlo. Su jefe siempre pudo haber enviado a otros para que se encargasen de aquella labor. Pero no fue así. Quizás, porque Ernest sentía que Zéphyr era el más capaz para llevar a cabo semejante misión, o simplemente porque quería joderle la existencia. Estaba consciente que sus manos no estaban del todo limpias, sin embargo, sólo se dedicaba de dar con los chicos malos y en esta ocasión, tendría que lidiar con gente inocente. Personas que eran traidas desde sus tierras para ser esclavizadas. Eso revolvió las entrañas del licántropo, acentundo más su odio, pues, él también tuvo una historia parecida a la de esas personas, y gracias a la hija de unos nobles infelices, su madre fue lanzada a la calle como cualquier cosa, a pesar de que la enfermedad empezaba a consumirle los huesos.

Pero le debía respeto y lealtad a Ernest, y al menos, no lidiaría directamente con los esclavos. Su labor era muy diferente. Tenía que hallar al traidor y entregárselo en bandeja de plata a su cliente. Sólo se iba a limitar a hacer aquello, de no relacionarse demasiado con esas personas y que su actuación fuese impecable desde ese momento. Tuvo que obligarse a pensar en eso, para evitar ablandarse. Ya no había caso, si existía un infierno, él ya estaba condenado.

—Mi jefe estaba, o mejor dicho, está consciente de la gran pericia que se requiere para realizar un servicio como el que usted solicita. Un mínimo error, tan sólo uno muy pequeño... Y todo se va al garete. Ninguno de nosotros queremos eso y lo entiendo muy bien, señor —dijo con completa seguridad. Por mucho que le desagradara el ambiente de trabajo, debía tomarse todo el asunto con seriedad y era precisamente lo que estaba haciendo—. Y bien, adelante.

Esperó que el joven Østergård iniciara el recorrido. Decidió ir un par de pasos atrás, así estaba más concentrado en los alrededores, mientras avanzaban. Era parte de la rutina actuar de aquella manera, nunca se sabía quien estaría escondido entre las sombras; al acecho y a punto de atacar. Zéphyr lo sabía, por ello decidió avanzar a las espaldas del hombre, por desconfianza y prevención. Intentó no distraerse demasiado con el paisaje, limitandose sólo a guardar en su mente cada detalle del camino, las posiciones de los barcos y hasta las condiciones de la marea en ese instante. Todas aquellas actitudes las había aprendido de Ernest y ciertamente, eran bastante útiles en el negocio de los cazarrecompensas.

Fueron a parar a la que posiblemente sería la oficina de su cliente. Zéphyr no mencionó palabra alguna en todo el camino, sólo se dejó guiar al lugar en donde se encontraba ahora. Barrió con la mirada el sitio, percatándose de que todo estuviera en orden. Pero, no pudo evitar posar su mirada sobre toda aquella documentación relacionada con el tráfico de esclavos. Observó detenidamente todo lo que ahí se retrataba; habían cosas que escapaban un poco de su comprensión, sin embargo, no era un ignorante. Sabía, perfectamente, a lo que se estaba enfrentando en ese entonces y el porqué de las inquietudes del muchacho que lo había contratado. Sin duda, era una situación delicada y él lo sabía. Su mente empezaba a trazar posibles estrategias, algunas jugadas que fueran a ser usadas en un principio, pero la voz de su acompañante lo sacó de su letargo momentáneo.

Dejó los documentos en donde estaban, ignorando la manera en la que se refirió a los pobres infelices que eran traídos para ser esclavizados. El licántropo sólo oyó lo que le interesaba. Tampoco quería entrar en discusiones ridículas y completamente innecesarias. Aquel hombre estaba seguro de lo que quería y cómo se harían las cosas, de eso no le cabía la menor duda.

—Comprendo perfectamente la situación. De eso no me queda la menor duda —respondió cruzándose de brazos, tomándose varios segundos en continuar con su respuesta—. Por lo que vi, esto es más que simples pérdidas... Evidentemente, alguien está desviando la mercancía. —Odiaba referirse de aquella manera a esas personas, pero tenía que dejar a un lado sus principios morales—. Y dada su reputación en el negocio, pudiera tratarse de un infiltrado de la competencia o alguien que quiera ganar más de la cuenta. Ya sabe, corrupción al más viejo estilo de los contrabandistas. No estoy asegurando nada, son puras alternativas nada más. Tendría que explorar más el asunto, de seguro pueda tratarse de otras cosas y no quisiera adelantarme a los hechos.

Bajó la mirada y se quedó observando fijamente los papeles. Llevó las manos a los bolsillos de su pantalón y luego volvió a mirar a su cliente.

—No es algo complicado, para nada. Me he tenido que enfrentar a situaciones similares, señor Østergård. Usted descuide, me encargaré de hallar al culpable o a los culpables. Porque me parece que esto no es obra de una única persona, sino de varias y el cabecilla tiene que ser alguien astuto y quien sepa muy bien cómo se maneja todo esto, de lo contrario, no se generaría algo de esta índole —mencionó con absoluta confianza—. Cuente conmigo. Tiene al mejor de su lado.
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