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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Melina Kuvenko Mar Jun 14, 2016 8:21 pm

“Sunshine, if I ever disappear,
please tell people that I ran after the Devil,
trying to get my soul back.”
― April Genevieve Tucholke, Between the Devil and the Deep Blue Sea








Tres días le dijo, y exactamente tres días le dio. Melina era una mujer de palabra, el mismo infierno sabía que los siglos no pasaban en vano, y aunque fuera caprichosa su palabra era inquebrantable. El carruaje apareció a medio día a la entrada de la residencia Auric, la calesa color chocolate brillante tirada por dos percherones totalmente negros, el hombre que mantenía la puerta abierta sin decir palabra, vestía un impecable frac gris oxford, con botones plateados y una cadena que iba de su bolsillo, al reloj de plata que sostenía en la mano enguantada de impecable blanco, sombrero de copa media y cabello acomodado hasta por debajo de la oreja. Permaneció en su puesto después de avisar por quien venía, no volvió a pronunciar palabra —Veinte minutos, no mas, no menos - aquel individuo era fiel a su señora.

La mansión de la vampireza se encontraba alejada de la ciudad, mas cercana a los campos y viñedos que a la civilización en si, ubicada sobre una de las colinas que se dibujaban en el horizonte de los valles, con un jardín frontal tan vasto como el trasero, el mismo campo sin limitantes, al menos no visibles dentro de las casi 1000 hectáreas.

El viñedo era la bienvenida a la propiedad, cuidado y creciente, cosechas de primera para alguien tan exigente como lo era ella. La mansión en si, con un estilo mas de finca americana. Un pórtico amplio con una mecedora para dos, tres piso hacia arriba -contando el ático- y con una extension a lo largo de mas de seis habitaciones como medida.

Las ordenes de Melina fueron precisas, él tenía que llegar antes de que comenzaran las labores normales de la casa, a manera que se fuera acostumbrando al movimiento que cobraba vida en la tarde y que aquellos que le servían se acostumbraran al intruso. Se le preparó la habitación mas grande del primer piso, Jacques dejó las maletas del chico en el interior, al salir ni siquiera lo miro —La cena se sirve a las ocho - fue todo lo que dijo antes de salir de sus aposentos. Pero los planes de Melina no incluían una cena tranquila.

Un aproximado de veinte personas habitaban ese terreno, únicamente cinco -sin contar a Melina- vivían dentro de la mansión, ocupando las habitaciones del segundo piso, el resto vivía en pequeñas chozas en la parte trasera de la casa a unos 50 metros de ella. De esos, Jacques era el de mayor confianza, el que con mas recelo procuraba a la señora de cabello de fuego. A las seis y media, sin necesidad de orden alguna, las doncellas comenzaron a cerrar todas las pesadas cortinas de terciopelo negro, mientras que los lacayos prendían velas y candelabros en todas las habitaciones, ellos no sabían porque lo hacían, al menos no quienes vivían fuera de la mansión, probablemente se lo imaginaban, pero Melina nunca les dió motivo alguno para temerle o para no obedecerle, sin necesidad de utilizar sus poderes, se había ganado su confianza.

A las siete y cuarto probablemente, Melina hizo su primera aparición, sigilosa como sabía serlo, con aquella belleza fantasmal se posó a espaldas de su Rey —¿Te han tratado bien? claro que lo hicieron, no se atreverían a contrariarme - pronunció detrás de la oreja de Serge mientras la diestra hacia contacto con el hombro contrario del cual se recargaba su barbilla —¿Es de tu agrado tu nuevo hogar? - dejó las sombras y caminó hasta quedar frente a él, celestial e infernalmente bella, la cabellera rojiza y rizada suelta, un vestido ligero de color uva cuyo escote medio dejaba al descubierto las pecas de su pecho y espalda.

El juego había comenzado.


Última edición por Melina Kuvenko el Jue Jul 14, 2016 6:47 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Serge Auric Lun Jul 11, 2016 8:43 pm


“People shouldn't call for demons unless they really mean what they say.”
― C.S. Lewis, The Last Battle


A su padre y a su hermano les había dicho que simplemente se iría por unos días. No dijo cuántos, ni a dónde se largaba exactamente. En más de una ocasión, ambos Étienne intentaron indagar más, pero Serge estaba más hostil que de costumbre. Nervioso, ansioso. Él mismo empacó lo que tenía que empacar, dos baúles y dos belices. En verdad, ni él mismo sabía cuánto tiempo se iría; de lo único que tenía certeza era de que regresaría siendo un hombre nuevo, ya fuera mañana, o dentro de cien años.

No le sorprendió la puntualidad de Kuvenko. Todo marchó con precisión quirúrgica. Al abordar el carruaje enviado por su anfitriona, miró por una ventana y vio a su hermano observándolo todo desde lo alto de la residencia Auric. Se preguntó si sentiría alivio de deshacerse de él, o incertidumbre. Sabía que su hermano mayor era todo lo que él no, y que a pesar de que él mismo no se daba a querer, el muy idiota lo quería. Sonrió ante el pensamiento, y no miró más atrás.

Fue instalado en aquella casa que era como se la había imaginado. No, era aún mejor. Enorme, elegante, pero sobre todo, lúgubre y supo apreciar eso. Desde que fue instalado en su habitación, hasta la hora de la cena, no salió. En cambio se dedicó a escribir palabras vagas en un pequeño diario forrado de cuero negro. Escribió algo sobre finales y comienzos. Algo sobre oscuridad eterna. Pero sobre todo, escribió sobre su total desapego y abandono hacia todo lo que alguna vez había sido.

Se preparó con sus mejores galas. Uno de los trajes que le había hecho Jordan Byrd. Negro y camisa blanca, que a pesar del rigor de las líneas, lo hacían lucir, de algún modo, más joven. Un demonio recién salido del infierno, hambriento de caos y almas, de miseria, de sangre. Sus ojos azules, calcinantes y fríos por igual, resaltaban como si cobraran nueva vida. Salió al fin, y esperó.

Al sentir la helada mano de Melina, sonrió de lado como un garfio o como un cristal roto; peligroso, cortante. No se movió, sólo alzó ligeramente el mentón y cerró los ojos al sentir el aliento peligroso de la vampiresa. Cuando estuvo frente a él, le quedó claro que si alguien iba a tomar su vida, que fuera ella era un honor. Rey y reina de un mundo de tinieblas. Haciendo gala de sus modales, tomó la mano ajena, espeluznantemente gélida, y depositó un beso en su dorso.

Ha sido un recibimiento sin igual. No tengo queja. No esperaba menos de ti —dijo con aplomo, aún sabiendo que la posición de desventaja era suya. Pero aunque era el débil en la ecuación, no podía amilanarse, no a esas alturas. Era casi como si quisiera validarse frente a ella. Y sólo frente a ella. Nadie más en esta maldita tierra marchita podía someterlo de ese modo.

Debo decir que estoy encantado —hizo una reverencia—. Creo que me acostumbraré muy pronto a este lugar —oteó el sitio y terminó depositando sus ojos, siempre con aquella expresión de desdén, en ella. Y cuando la miraba a ella se tornaban malvados. Como una llama que se aviva.


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Mensaje por Melina Kuvenko Jue Jul 14, 2016 8:41 pm

“If you are not careful
you will find yourself actually
in the employ of the devil.
He is powerful, slick, crafty,
wily, and subtle.”
― Billy Graham, Billy Graham in Quotes









Se posó frente a él, una diosa inmaculada a la espera de plegarias y dotes, no, no era sencilla, no era humilde, era todo lo contrario. Sonrió con amplitud mostrando sin recato los perfectos y afilados colmillos de marfil.

—¡Oh, cariño! pero si yo no he hecho nada, no fui yo la que te esperó en el carruaje, ni la que acomodó la cama que pronto dejaras de usar, ni la que ha preparado el festín que probablemente será el último que tendrás - se acercó nuevamente hasta quedar frente a él, minimizando el espacio entre ellos, deslizó los dedos por debajo de la solapa del traje perfectamente confeccionado y lo acomodó como devota esposa —Eso es algo que debes aprender, lo único que deberas hacer de ahora en adelante, es aprender a ganarte a alguien que este dispuesto a morir y matar por ti, alguien que descifre tu pensamiento con tan solo una mirada - alzó la vista hasta clavar las orbes de infernal llama azul en las ajenas, cerró los puños sobre la tela y lo jaló hacia ella —¿Te crees capaz? solo uno, es todo lo que necesitas, él o ella harán el resto - hablaba de Jacques, él era quien ordenaba en base a los deseos de Melina, y claro era quien mas sufría si algo salía mal, pero lo aceptaba de aquella manera.

Lo soltó y pasó nuevamente los largos dedos por las solapas, alisándolas nuevamente. Hizo una pausa, ladeando la cabeza y dejando que los rizos cayeran sobre su hombro derecho —Me alegra escuchar eso, realmente no creí que fuera a gustarte el cambio de vista, yo me crié en un viñedo, de allí el gusto por lo mas campirano, algo que dude fuera a caerte en gracia - dio unos pasos por la habitación deslizando sus dedos por lo que Serge ya había desempacado, deteniéndose en aquella libreta y acariciando el lomo de la misma —Pero uno siempre se lleva sorpresas, y no debí esperar menos de aquel que logró captar mi atención e interés en menos de cinco minutos - se giró para verle, tan altanero, tan perfecto.


Desvió la mirada e inhaló profundo, no que lo necesitara, no que sus pulmones realmente se llenaran de aquel aire que ahora compartía con el que sería llamado único por lo que restara de la eternidad, si esta no se terminaba demasiado pronto. Se pasó la mano por la nuca y presionó ligeramente, algo que solía hacer cuando necesitaba controlarse, y es que la sola idea de tenerle, el eco que resonaba en sus oídos al paso de sangre por sus arterias, no quería arruinar el juego sin haberlo empezado.

—Anda, se que tienes preguntas, la curiosidad humana, si tienes suerte, será algo que jamás te abandonara… ruega por que así sea - volvió a fijar la mirada en él, su rostro asimétrico casi perfecto. Levantó el índice derecho, una orden disfrazada de petición —Será mejor que caminemos ¿te parece? Así podrás recorrer mejor la propiedad y después, cuando le des la espalda a la mortalidad, lo veas todo de manera diferente - extendió su mano hacia él acariciando con el pulgar el dorso de la mano que se depositaba en ella.

Sonrió y entrelazó los dedos, se giró sobre sus talones y se encaminó fuera de la habitación, siendo ella quien guiaba, como una adolescente emocionada, como una pareja que apenas descubre el amor, como si ambos fueran inocentes y normales.

Bajó las escaleras, con la misma gracia que una bailarina, con la misma emoción que en los años cuando aún estaba viva ¿era parte de todo? ¿o realmente estaba excitada? No, un demonio como ella no podía sentir mas que satisfacción propia por pronto ver cumplido otro capricho ¿lo era? Mas bien ella era el de él, pero servía para el mismo propósito.

Pasó de largo a Jacques quien no se inmutó cuando pasaron frente a él dejándolo con dos copas de vino en la mano, salieron de la propiedad, ella lo jaló hacia si y, sin soltarlo, se asió de su brazo —Aún siendo humana, siempre disfruté mas el ambiente que otorgaba la noche - fue todo lo que dijo, sin importar si él hablaba o no, cosa que sabía le molestaría. Sonreía por dentro.

Rodearon la casa dirigiéndose a la parte trasera, caminando en línea recta por sobre el pasto, pasados unos 20 metros, cuando apenas se alcanzaban a ver las casas de la servidumbre, giraron a la derecha tomando un pequeño camino de tierra con surcos causados por las carretas, era una de las vías al viñedo principal.

Se acercó a un árbol de los que vigilaban el sendero antes de que a la distancia se perdieran para solo dejar campo abierto y dar paso a la vista de la vid que crecía enredándose unas sobre otras. Recargó la espalda y lo jaló hacia ella, haciendo que presionara su cuerpo contra el suyo, que la aprisionara y no le dejara salida alguna —¿Estas seguro de que esto es lo que quieres? - aprovechó la nula distancia entre ellos para pasar su nariz por su cuello —No habrá vuelta atrás - pasó su mano por detrás de la nuca del mortal, se pegó aún mas a él emitiendo un ligero gemido.
Pegó su pecho al ajeno, su cadera ejerció presión mientras su diestra recorría los brazos ajenos, su nariz aun pegada, sus labios depositando besos furtivos de la barbilla a la oreja, tomando el lóbulo entre sus incisivos alimentando el deseo… o creándolo, lo tomó por las muñecas y lo obligó a cambiar de posición, sin delicadeza alguna lo obligó a recargarse en el árbol.

Melina solía seducir para obtener lo que quería, aun si no quería nada, era algo que se le daba con facilidad, saberse irresistible era algo que alimentaba su ego ¿banalidad? Después de trescientos años que esperaban.

Llevó sus manos al cuello de la camisa, los deslizó hacia abajo solo para encontrar el hueco entre los ojales y jalar de ellos, rasgando la prenda, lo miró con malicia, sonrió con encanto. La piel del pecho quedo expuesta, las uñas dejaron un camino desde el vientre bajo hasta el apófisis xifoides a la par que ella se hincaba delante de él, lo marcó con saña, con la intensión de lastimar tan inmaculada piel, un hilo de sangre chorreó y fue el mismo que ella lamió. No se detuvo en su pecho, siguió hasta su cuello, lo tomó por la nuca obligándolo a ladear la cabeza y dejar expuesta su garganta —Bienvenido a la eternidad - curvó los carnosos labios en lo que era la entrada al mismo infierno, dejó escapar su aliento sobre la piel mientras su lengua marcaba el sitio... pero no la tendría con facilidad, no aún…

Soltó una risa sonora, pudo sentí como su cuerpo se había tensado debajo del suyo, se percató del incremento en su frecuencia cardiaca y del ligero temblor que inundó su cuerpo mortal. No, lo haría suplicarlo.

Se alejó un paso de él, se llevó el índice derecho a los labios limpiándose la comisura del mismo —¿Y bien? ¿Saciaras tu curiosidad o callaras por la eternidad? - se podía sentir el sarcasmo en su voz, este pequeño juego la divertía mas de la cuenta, ella mandaba y él debía entenderlo.



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Mensaje por Serge Auric Mar Jul 26, 2016 2:25 pm


"If you're going through hell, keep going.”
— Winston Churchill


La miró con ese par de ojos claros, como la más grande contradicción de una vida convulsionada. ¿Cómo ese niño de ojos tan azules poseía tanta maldad en su interior? Ojos despejados para una vida negra. No dijo nada. Ella era guía y dueña, y así lo aceptaba. Eso no quería decir que le gustara. Jamás le había gustado sentirse sobajado, pero qué se le iba a hacer. La recompensa que obtendría a cambio era mucho más grande y valiosa. Así que optó por callar. Se dejó hacer, halar por ella, no importaba si lo conducía a las puertas del Hades, ¿no había acudido a su llamado para eso, después de todo? Al pasar junto al sirviente, sólo lo soslayó y entendió a la perfección lo que Melina había querido decirle. Un paso a la vez, se dijo; no debía intentar correr cuando apenas iba a aprender a caminar. Era un hombre desesperado, todos los demonios revolcándose en azufre lo sabían, pero era más su deseo. Su necesidad.

Apuntó bien los detalles de su travesía. Los lugares y rincones de la casa, aún cuando la cercanía ajena se lo ponía muy difícil. Giró el rostro para verla una vez que estuvieron fuera, pero volvió a quedarse callado. Ambos eran parecidos, demasiado, y eso resultaba peligroso. Incluso era evidente para él, pero en lugar de huir ahora que podía, simplemente arqueó la comisura de sus labios en una sonrisa maliciosa.

Nací listo para esto, Kuvenko —sonó ominoso. Y seguro. No tenía muchas cosas claras en su vida, no a su edad y siendo impredecible como era, pero esa sin duda era de las pocas certezas que podía arbolar como espada o como estandarte. Como ambos. Era su cruzada y su bastión en una existencia sin motivaciones manifiestas.

Fue a agregar algo más, pero ella lo tomó y lo llevó contra el árbol. Fue violento y seductor a partes iguales. El tronco y las ramas se sacudieron, haciendo un ruido silbante. Algunas hojas, las más débiles, cayeron sobre ellos. ¿Iba a ser así? ¿Sólo así? No supo cómo sentirse, decepcionado quizá, aunque la expectación lo rebasaba. La emoción. Él, que siempre sentía hastío, ahora lograba alcanzar un nuevo y corrupto sentimiento.

Mientras ella pegaba su cuerpo al de él, las manos del joven se encargaron de recorrerla también. La figura de ella se enroscaba en su cuerpo como una víbora traicionera y no fue ajeno a las provocaciones. Pensó con vanidad que quizá eso debía hacer una vez que le diera ese regalo que tanto añoraba; que debía tomarla, ahí mismo, bajo ese árbol. Abrió bien los ojos cuando escuchó la bienvenida, listo como ella lo tenía, con el cuello expuesto, preparado para sentir el dolor y luego la nada. Pero no llegó.

Cuando Melina se separó, Serge hubiera maldecido mil veces, si las palabras no lo hubieran abandonado tan mañosamente. Tomó aire y se dio cuenta de cuán agotado estaba. Una vez que tranquilizó la respiración, se relamió los labios y la observó. Ella, blanca como la estrella más cruel, sobre el negro eterno de la noche. Se quedó meditando, sin despegar los ojos de esa figura de marfil y fuego.

Preguntas tengo muchas —habló al fin—, pero ¿no es mejor hacerlas cuando esto esté consumado? No esperaba, ni en mis más locos sueños, que esto sucediera durante nuestra primera noche juntos. Y por lo que veo, prolongarás la tortura… no sé cuánto. Si quieres que ruegue, rogaré. Si quieres que mate, ¿acaso no has visto de lo que soy capaz? Ya viste a dónde me dirijo. No pongas trabas, aunque sé que te estás divirtiendo… —avanzó y salvó la distancia que ella había impuesto. La tomó con fuerza de una muñeca, aunque sabía que no la suficiente.

La haló contra él con fuerza y la miró directo a los ojos. Antes lució como un niño, pero ahora, de ese modo, parecía un hombre mayor, con siglos a cuestas. Sonrió y terminó por besarla con apremiante pasión. Como si el tiempo corriera y ese acto pudiera salvarlos. Cuando terminó, se separó lento.

Otra cosa —habló mientras se alisaba la camisa abierta—, creo que ya te has dado cuenta, pero no soy de los que se callan. Ni hoy, ni por la eternidad. Tú invocaste a este diablo. Un mal que llama a otro. Así de fácil. Ahora lidia con él. No le temo a la muerte, así que esa amenaza no te servirá, búscate otra. ¿Será hoy o dentro de muchas noches? No lo sé, sólo tú conoces los alcances de tus juegos —no se escuchó molesto, al contrario, lucía bastante complacido.


Última edición por Serge Auric el Miér Ago 31, 2016 8:39 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Melina Kuvenko Mar Ago 02, 2016 8:04 pm

“The thought of suicide is a great consolation:
by means of it one gets through many a dark night.”
― Friedrich Nietzsche









La risa se fue apagando de a poco, como cuando un maniaco entra en el brote psicótico y es tranquilizado por el medio que fuere, quedaba el eco, el espasmo de lo que alguna vez fue una respiración, la cara entumecida en una torcida pero seductora sonrisa ¿acaso no admitiría el miedo que sintió?.  Se relamió los labios y lo observó, no, no lo haría.

— Y esa, es una pregunta no formulada ¿cuándo? - sonrió satisfecha, sus ojos azules recorrieron el rostro diáfano que, a ojos mortales, harían erizar la piel de cualquiera que lo viera, pero Melina no lo era, no desde hacía trescientos años.

— Y si lo sabes ¿por qué quieres intimidarme con falsas amenazas que ni siquiera te atreves a formular? - lo retó con la mirada, no opuso resistencia ante el agarre, y esta vez, no hubo falsos gestos de dolor, únicamente el abismo de su mirada. Ambos se hundían cada vez mas.

Sintió la desesperación y furia con la que los labios ajenos buscaron los propios, y únicamente lo alentó, lo respondió forjando un lazo aun mas grande, si ahora a pesar de su estado mortal era capaz de producir tanto daño ¿qué sucedería cuando el volcán se juntara con el tornado? Había uniones que no debían de ser a pesar de las similitudes, a pesar de haber sido hechas para estar juntas, por la perfección en un estado caótico… esta era una de ellas.

Se separó cuando él dio por terminado aquel beso, se relamió el labio superior acariciando con la lengua la punta de su colmillo izquierdo, justo como cuando estaba a punto de alimentarse, pero se contuvo, junto todas sus fuerzas para hacerlo, era una prueba que no solo era hecha para el mortal, si no también para ella. Crear a una pareja eterna, darle vida a un engendro del demonio, eso haría, no debía tomárselo a la ligera.

Llevó el pulgar de la diestra a sus labios, se mordió la yema hasta hacerla sangrar un poco mientras aquella sonrisa tan macabra y seductora se dibujaba nuevamente en sus labios. Aquellas palabras, eran una amenaza, una disfrazada y maquillada, aminorada por la excitación, pero finalmente, no dejaban de serlo.
Alzó la mano contraria hasta posarla en el pecho níveo y marcado de Serge, lo acarició superficialmente y se acercó nuevamente a él — Dejemos claro de una vez quien invocó a quien, dejemos claro quien le pertenecerá a quien aunque el otro se sienta con el control - llevó el pulgar, que momentos antes se había mordido, a los labios del humano, manchando de carmín la piel que momentos antes había besado, lo introdujo lentamente dejando que aquel líquido tan vital entrara en contacto con su lengua, que fuera llevado por su saliva — El miedo a la muerte se olvida cuando la tienes de frente, cuando te unes a ella y te vuelves su mensajero - se acercó a él, su dedo se deslizaba fuera de aquel recinto húmedo solo para recorrer la piel del mentón dejando un camino carmesí sobre ella — Yo no amenazo, únicamente ejerzo mi derecho a probar que mereces este regalo - se alejó de él hasta quedar hombro contra hombro.

— Algo que debes de saber de mi, únicamente lo he compartido con dos personas, no soy como la basura de neófitos que te encontraras, con el paso de los años aprendes que no puedes permitir la eternidad en aquellos que no son dignos de ella - avanzó en sentido contrario al que él miraba — Este juego únicamente es para probar tu valor como eterno, porque si eres capaz de aguantarlo, serás capaz de soportar la locura de la sed descontrolada y no terminar con medio París en tu primer noche  - lo miró por sobre su hombro, no le agradaba la humanidad, pero tampoco pensaba exponerse o al resto de su especie solo por un descuido.


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Mensaje por Serge Auric Miér Ago 31, 2016 9:06 pm


“Now I know why I was drawn to you. We have the same darkness inside.”
— Leah Raeder, Unteachable


Juntos en un abrazo, cayendo y cayendo, sin llegar al fondo, envueltos en una oscuridad opresora. Así eran ellos dos. Y Serge no podía mentirse, eso era lo que buscaba. Ni en sus más locos sueños se hubiera imaginado que la vida iba a ponerle a alguien como Melina enfrente. ¿Acaso lo estaban premiando? O quizá no, era un castigo, porque esa mujer era una condena. Cadenas que atan. Sed insaciable. Arqueó una ceja, sin decir nada. No estaba amenzando, pero dejó que creyera lo que ella quisiera.

Infló el pecho y levantó el mentón cuando ella se acercó. Se dejó hacer, esa probada de ambrosía sobre sus labios. Chupó el dedo ensangrentado como un bebé que liba de su madre. Una muestra, apenas suficiente, del dulce néctar de Melina, mismo que poseía todo lo que él buscaba. Aturdido aún por aquello, como si el líquido carmesí de su anfitriona obnubilara sus pensamientos, no se enteró cuando ella cambió posiciones. Soltó el aire contenido al escucharla a un lado, y la soslayó. Sus palabras le sonaron execrables pero necesarias. Tardó unos segundos de abrir la boca, y eso sólo porque dejó que el discurso se asentara dentro de él. Como los restos de un naufragio en el fondo del océano. Y es que eso era, iba directo a su propia catástrofe, y no le interesaba; él era hecatombe también.

Entiendo —al fin dijo, con un sosiego poco usual. En verdad lo hacía. Comprendía las medidas de Kuvenko, además de sus juegos mentales, los cuales admitía, le admiraba—. Seré paciente —se movió, para quedar ahora él frente a ella.

Apoyó ambas manos en el tronco del árbol, acorralándola. La miró directo a los ojos y le sonrió con ese gesto que invoca a Lucifer.

Melina, yo no amenazo tampoco; digo las cosas como las veo. Eso es algo que aprenderás de mí con el tiempo. Las metáforas no me van. Ni las cosas dichas a medias —se acercó a ella, pero no demasiado—. Me queda muy claro quién pertenece a quién. He venido aquí, voluntario, o eso me gusta creer, por algo. ¿No te es suficiente? ¿Quieres todas sus palabras? Vamos, creí que eras más sutil, pero está bien: te pertenezco, Melina Kuvenko, te pertenezco desde aquella noche que nos conocimos, y seré tu sirviente más fiel. También, escúchame, seré paciente. Sólo no me subestimes. Soy capaz de aguantar esto y mucho más. Y no, no le temo a la muerte porque la estoy viendo de frente, y ¿sabes? Quiero follármela —terminó con esa arrogancia que brotaba por cada uno de sus poros. No se apartó de inmediato. En cambio lo hizo lentamente, dando un paso hacia atrás.

Con la elegancia digna de su nombre familiar, tomó la gélida mano de la vampiresa y besó el dorso de ésta, haciendo después una reverencia tan medida y estudiada, que parecía incluso sacada de algún libro de historia.

Verás que no te equivocaste conmigo. Me toca a mí demostrártelo —la soltó y se irguió, sonriente y triunfal. Serge podía tener muchos defectos, pero ser alguien que renuncia no era uno de ellos. La tozudez y la obsesión eran engranajes en esa maquinaria compleja que era él, los más importantes, los que lo hacían avanzar y seguir devorándose al mundo, como un lobo que se come a las estrellas. O un dragón de hielo que devora al sol.


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Mensaje por Melina Kuvenko Lun Sep 05, 2016 5:30 pm

“You were put on this earth
to achieve your greatest self,
to live out your purpose,
and to do it courageously.”
― Steve Maraboli, Life, the Truth, and Being Free










Arrogante, pendenciera, con una facilidad extrema para lograr que la gente cayera en el límite y cuando lo hacían, ella simplemente los terminaba. Eso estaba haciendo, empujando a Serge hasta el punto de quiebre, por mas que el mortal hubiera llamado su atención, por mas que el aura emanada por aquel cuerpo frágil entre sus manos le resultara embriagante, si su moral se quebraba, si poco a poco su fortaleza se resquebrajaba y salía a flote el temor humano... Melina no continuaría y le ahorraría cualquier tipo de sufrimiento cual caballo lastimado.

Lo medía, todo lo que hacía o decía era para medirlo, y a la par, medirse a ella misma. Lo mas cercano a un compañero era Jacques, y con todo y su lealtad indiscutible, no lo consideraba apto para la vida inmortal puesto que aún apreciaba la fragilidad humana.

Se detuvo en seco al escucharlo, la enredadera de melena rojiza que caía por sus hombros revoloteaba con la suave brisa nocturna, sus colmillos se asomaron por la media sonrisa que se dibujó en sus labios cuando lo sintió moverse detrás de ella. Dio un paso atrás, su espalda quedó recargada en el frondoso tronco que sirvió de aliado para el humano, dejándola sin posibilidad -aparente- de realizar mayor movimiento.

Fijó los ojos en los ajenos, volcó toda su atención en el niño delante de ella que se esforzaba con actitudes y léxico en demostrar su hombría, su poderío. La excitación de la vampireza, la emoción de
lo inexplorado, eran algo que ella también sentía, si su corazón hubiese tenido ritmo, este hubiera incrementado exponencialmente ante sus palabras y la cercanía.

No lo interrumpió, ni con palabras, ni con mirada lascivas. Lo dejó expresarse, dominar la situación y de paso, dominarla a ella, aquel estado de sumisión en el que entró el heredero de la noche no fue otra mas que el preludio que la obligaba a hacer lo mismo, someterse ante un mortal que tenía la capacidad de destruirla, en ella estaba equilibrar aquello.

Aún con esa revelación, con aquella certeza de que Serge podría tener el poder de eliminarla, confirmó una vez mas que debía de hacerlo, debía de entregarle el preciado regalo de la inmortalidad en bandeja de plata. Rió con suavidad ante su decisión justo cuando Serge terminaba su discurso.

— No dejas de sorprenderme, y realmente espero que nunca dejes de hacerlo ya que suelo aburrirme con facilidad y créeme... - eliminó la distancia entre ellos colocándose sobre la punta de sus pies — Eso no es nada bueno - el tono jovial y de juego, quizá no le daban la impresión que se suponía debía de tener, pero era solo una de las mil facetas del demonio para ocultar sus verdaderas intenciones.

Sin quitar la sonrisa del rostro, lentamente dejó de estar en puntillas, ladeó la cabeza y lo miró fijamente — ¿Y como planeas demostrarlo? - esa parte del juego era su favorita, ella no tenía que decidir, no tenia que elegir, ahora todo recaía sobre él inclusive el dar plazo a lo inevitable. Extendió la mano hacia él — Vamos, me lo dirás en el camino, es tarde y tu cena debe estar enfriándose - lo tomó por la muñeca y le dio un ligero tirón para que se pusiera en marcha, probablemente el reproche vendría después por haberlo dejado así, a medias, con todo dicho y nada aclarado.

El camino de regreso fue inclusive mas corto y rápido que el de ida, aún cuando la distancia era la misma. Entraron a la casa y Melina lo guió hacia el comedor de ocho donde solo había dos servicios y tres copas, uno en la cabecera derecha, otro, en el asiento contiguo de la cabecera izquierda, lugar en el que solo había una copa. Jacques esperaba detrás de la silla, la cual jaló para que la pelirroja pudiera sentarse — ¿Y bien? ¿cual será el tema de conversación de esta noche? - le daba largas con aquella actuación, aunque ya no estaba segura de si era por él, o realmente por ella.


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Mensaje por Serge Auric Lun Oct 03, 2016 9:33 pm


“If I cannot move Heaven, I will raise Hell.”
— Virgil, The Aeneid


Se quedó muy quieto y sólo movió los ojos claros a un lado al escucharla. Hizo amargo de sonreír, pero al final no lo hizo y sólo conservó aquella expresión imperturbable. Serge era joven, y voluble, pero lograba mostrarse así, como si nada lo afectara, con una facilidad que daba miedo. Pero si se ponía la atención correcta, uno podía notar la tensión en su espalda, sus puños apretados o sus fosas nasales dilatadas. Era demasiado consciente de esos pequeños cambios en su semblante, y estuvo seguro que ella los notaría también. Sin oportunidad a responder, ella lo haló, para regresar a la casa. Mientras caminaban, volvió a dirigirle una mirada de esas que no dicen mucho: ¿cómo pensaba demostrarle? Sería capaz de destruir naciones enteras para dejárselo claro. Y no era por ella, un placer carnal al que no iba a negarse, sino por él, por su ambición. Por la inmortalidad.

Al arribar al salón del comedor observó el lugar y entendió donde debía sentarse. Soslayó a Jacques y luego a ella.

Veo tres copas, ¿estamos esperando a alguien? —Preguntó—. ¿O tu valet nos acompañará? —Con cierta arrogancia se refirió al hombre que parecía la sombra de Melina, lo señaló con el mentón y se sentó, poniéndose la servilleta de tela en el regazo.

Temas de conversación tengo muchos Melina, varios de tu interés, estoy seguro, pero me sentiría más cómodo si estuviéramos a solas —la miró a ella y a nadie más. Su capacidad de enfocarse en aquel rostro pálido enmarcado por la pelirroja cabellera fue abrumadora. Pareció, en ese instante, que sólo ellos existían en la casa. En el mundo. En el universo—. Aunque supongo que no estoy en posición de hacer peticiones, ¿verdad? —Se echó para atrás en la silla y dedicó una sonrisa al hombre detrás de Melina.

No sabía por qué le disgustaba su presencia. Si era digno de la confianza de su anfitriona, esa debería ser muestra más que suficiente de que se trataba de un hombre que valía la pena. ¿Celos? Tal vez, pero éstos no llegaban a corroerlo de aquel modo. Era posesivo, era verdad, pero también que a Melina no iba a poder atarla. Tal vez se trataba del hecho de que su búsqueda por la inmortalidad era lo más preciado y personal que tenía, y no quería compartir sus inquietudes y expectativas con un oyente indeseado. No obstante, supuso que debía hacerse la idea, si Melina no cedía y seguía exigiendo tener a Jacques ahí.

En fin. Me hiciste una pregunta hace un momento, ¿no es así? He aprendido que contigo debo cuidar mis palabras, y mis deseos. Porque de querer, quiero muchas cosas —sonrió ladino y algo insinuante, mirándola de arriba abajo como a una de las niñas tontas que morían por casarse con él—. Creo que lo que aquí importa, Melina, es lo que tu quieras. Dime qué es lo que quieres y te lo daré —la forma en cómo lo dijo, en cómo sus labios se curvaron y su lengua danzó dentro de su boca a cada palabra, absolutamente todo dio a entender que no era una exageración. ¿Matar? ¿Robar? ¿Torturar? Nimiedades para un hombre como él.


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Mensaje por Melina Kuvenko Jue Oct 06, 2016 5:32 pm

“The gates of Hell are terrible to behold”
― E.A. Bucchianeri, Brushstrokes of a Gadfly












La inquietud que había sembrado en Serge podía olerla con facilidad, los aromas emanados por los humanos cambiaban respecto a su estado de ánimo y con ello, también lo hacía el sabor de su sangre. Cuando un humano esta demasiado emocionado, su aroma es floral y su sabor dulzón, si se encuentra triste el aroma que despide es húmedo y su sangre es insípida, si tiene miedo... ese es el peor sabor de todos, al menos para Melina, la sangre se amarga en demasía, aunque claro, algunos encontraban aquello incluso mejor. Por ahora, el aroma de Serge se combinaba entre lo dulce y lo amargo.

Le daba la espalda y no pudo mas que sonreír al escucharle hablar con tal desprecio, dirigió la mirada a Jacques en quien pudo leer que ese sentimiento, era mutuo — Vaya, sabía que eras territorial, pero no creí que lo demostraras tan pronto. Me alegra saber que comienzas a sentir este lugar como tuyo - lo miró por sobre encima del hombro.

Tomó asiento en la silla que su lacayo abrió para ella, lo dejó acercarla hasta que fue capaz de colocar los codos sobre la mesa de madera maciza, recargó el mentón en sus manos entrelazadas y sonrió. Jacques permaneció de pie detrás de ella.

— ¿Recuerdas lo que te dije? ¿que deberás encontrar a alguien dispuesto a vivir y morir por ti? - tomó la copa frente a ella, no estaba ignorando los alegatos de Serge, solamente le contestaba con acciones; sin dejar de ver al joven colocó la copa a su lado, levantándola a nivel de su cabeza, en ese instante, Jacques sacó una pequeña navaja plegable de su bolsillo, extendió la diestra, descubrió la muñeca y provocó un corte profundo en ella, la sangre brotó y escurrió por su piel hasta llegar a la copa que sostenía Melina, menos de un cuarto de la copa se lleno antes de que la pelirroja moviera la cabeza para que Jacques se cubriera la herida con un vendaje improvisado — Es precisamente por esto, tú y yo estaremos juntos por la eternidad sin importar lo que él pueda llegar a sentir porque solo estará hasta su último aliento - se llevó la copa a los labios y bebió un poco.

Dejó de ver a Serge para mirar a su fiel sirviente, este solo asintió y se retiró del lugar no sin antes dirigirle una mirada pesada al otro hombre. Melina encontró aquella lucha de egos y posiciones por demás divertida.

— ¿Mejor? - ladeó la cabeza un poco y le sonrió con sinceridad, como una madre que consiente al pequeño después de que este hace un berrinche. Se puso de pie, tomó la copa y se acercó al lugar que ocupaba Serge, se colocó detrás de la silla, dejó la copa frente a él y pasó sus manos por el pecho varonil, abrazándolo por detrás de la silla — Ahorita no importa lo que yo desee o no, importa lo que tú quieres ¿no he sido clara hasta ahorita? - susurró cerca del oído ajeno para después tomar el cartílago de la oreja con suavidad entre sus incisivos, lo soltó poco después — ¿Quieres entregarme una ofrenda? ¿dinero acaso? tengo mas del que podrías imaginar ¿fama entonces? no, esos años ya pasaron ¿sacrificios de vidas humanas? puedo conseguirlas sola, logre que vinieras ¿no es así? - dejó de abrazarlo solo para sentarse en el filo de la mesa delante él. Hizo el servicio a un lado y paso una pierna a cada lado del asiento que ocupaba Serge, se levantó el vestido hasta que este quedó justo por encima de sus rodillas — ¿Entonces? me dirás lo que piensas ¿o a caso tengo que meterme en esa mente tan laberíntica para descubrirlo yo sola? -.


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Mensaje por Serge Auric Jue Nov 03, 2016 9:44 pm


“Desire is the kind of thing that
eats you
and
leaves you starving.”
― Nayyirah Waheed


Observó aquella escena, el intercambio entre sirviente y ama, con mucha atención. La herida y la sangre no lo hicieron querer ver a otro lado. No, en cambio, abrió bien los ojos como si quisiera poder captar cada mínimo detalle. Entendió de lo que ella le estaba hablando, y se preguntó qué tan difícil era doblegar a un mortal para estar dispuesto a dar así la vida por su dueño. Encontró sensual y violento el acto de ella, bebiendo la sangre de la copa. Fue algo hermoso, como un poema y como una pesadilla. Serge entreabrió la boca, como si él mismo tuviera sed.

No respondió cuando finalmente el mozo los dejó y Melina se acercó. Sintió sus manos, unas que parecían poder poseerlo todo. Eran heladas y quemaban también. Cerró los ojos ante las caricias. Echó la cabeza atrás cuando sintió la boca, aún oliendo a sangre, cerca de su oído. Abrió los ojos cuando se refirió a él como una ofrenda y giró la cabeza para verla. La siguió hasta que se colocó frente a él. Con lascivia nada disimulada la miró, las piernas primero y luego el rostro. Aún parecía aturdido.

La ofrenda que represento debería serte suficiente —no importaba que estuviera frente al mismísimo Satanás, no iba a perder esa arrogancia suya—. ¿En verdad deseas saber lo que quiero? —llevó una mano a la orilla de la mesa, muy cerca del muslo ajeno y si hubiera tenido fuerza sobrehumana, habría roto la madera, a pesar de que ésta era maciza.

Sería interesante, ¿no? Que te metieras en mi cabeza, ¿qué encontrarías? Usualmente es un lugar muy grande, y complejo Melina, pero en este instante te resultaría más fácil conocer mis deseos —apoyado de la mesa, se puso de pie de un solo golpe, como una cuchillada o un trueno. Quedó muy cerca de ella, entre sus piernas incitantes.

Está bien. No tendrás necesidad de meterte a mi cabeza, te lo mostraré —y diciendo aquello, se abalanzó encima, capturando su boca en su posesivo beso. De sus labios saboreó la sangre de Jacques, pero no le dio importancia.

Luego colocó una rodilla en la mesa, sólo para impulsarse y poder recostarla, con él encima. Sabía que ella lo estaba permitiendo. Porque si quisiera, podía detenerlo. Matarlo. No dejar rastro de él y eso era lo que más le atraía. Esa fuerza, ese dominio que él aspiraba a tener. Continuó con el beso mientras sus manos la acariciaban por debajo de la falda. Aquella piel helada que le erizaba los vellos de la nuca.

Continuó besando, mandíbula y detrás de la oreja. No había ternura en sus movimientos, sólo unas ganas genuinas de poseerla. Empujó la cadera contra ella, que lo sintiera, con toda su fuerza.

Esto es lo que verías, Melina, justo esto, si te metieras en mi cabeza —le dijo en un susurro al tiempo que mordisqueaba su oreja—. Con una diferencia, en mi mente no llevas nada —y diciendo eso, comenzó a tratar de desatar los listones del vestido de su anfitriona.


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