AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Shadow of miracles [Svein]
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Shadow of miracles [Svein]
“La eternidad maltrata y retrata”
No había nada más espectacular para mí, que conocer una nueva tierra, por mil veces que hubiese caminado por diferentes lugares del mundo, siempre me asombraba ver la desigualdad de culturas y la cantidad derrochante de sociedad que se había creado desde aquellos tiempos en donde las cosas eran mucho menos triviales que antes, la libertad, aunque era poca, atestaba por los lugares. Y París había resultado ser, por sobre todo, un lugar demasiado alborotado de seres sobrenaturales. Los vampiros se veían en las calles del centro de la ciudad como si fuese su territorio, las luces que adornaban todo, encandilaban mis ojos. No podía decir que estuviese acostumbrada a ello, me la pasaba gran parte del tiempo huyendo de aquellas lamparitas laboriosamente hechas con vacío. Recién puestas en las ciudades más avanzadas, tal como era ésta. Según lo que había escuchado, hace menos de un año que habían empezado a usarse. Y era algo increíble, cosa de magia según yo, aunque muchas cosas eran nuevas, estábamos justo a cruzar la línea para pasar a una nueva Era. Había mucha información para saborear y aunque en mi rostro no se podía notar siquiera una expresión mínima de felicidad, enojo o tristeza, por dentro me sentía entusiasmada. Y suspirando me aveciné a recorrer aquellas largas vías de piedras donde las mujeres caminaban con grandes tacos, peinados de irregular magnitud y exuberantes- y muy probablemente- costosos vestidos. Algunos de colores rosados y salmones sumamente feos y otros de bordo o colores mates y tranquilos. Se podía notar fácilmente las clases sociales, en mi caso, las prendas eran las clásicas de la baja. Grises y opacas, la tela tapaba mis pies y estaba algo deshilachada, pero por suerte, no se notaba que llevaba unas suelas acordonadas a lo largo de la pantorrilla. Una de las pocas tradiciones que había conservado, pues no me había podido acostumbrar al filo desequilibrando mi columna.
Exhalé entonces un aire que no necesitaba, acomodando una tela larga y amarronada sobre mi cabeza, apenas un poco de mi rostro podía llegar a verse. La noche estaba justo en lo alto del cielo. El hambre me susurraba al oído y disimuladamente me dejé guiar por los sabores humanos. Buscando alguna presa que fuese de mi sabor. ¿Sería distinto el gusto de los parisienses? ¿Un hombre o una mujer esa noche? Tenía predilección por el sexo masculino, quizá por la sed de venganza, en más de un aspecto. Me dediqué a pasear cerca de los callejones, mirando dentro, oliendo la muchedumbre que despreciablemente me denigraba con la vista, intentando hacerme desaparecer con sus ojos. Lamentablemente para ellos, había llegado para quedarme, al menos unos años hasta que me marchara a otro lugar. Estiré mis dedos haciéndolos sonar y antes de seguir caminando mis sentidos se toparon con la figura de un muchacho de nariz pequeña y un perfil que era imposible de olvidar. Chasqueé los dientes. ¿Hacía cuanto no tenía aquellas alucinaciones? Doscientos años al menos, cerré los orbes y seguí mi camino. Estaba pasando justo por su lado y no me importaba si lo chocaba con mi brazo, por lo contrario, intentaría partirle una costilla al hombre que fuese, solo por hacerme pensar cosas que no existían. Pero antes de terminar de pasar, abrí un momento los parpados. “Tan solo un segundo más” Miré sus ojos fijamente, me sentí perdida y apretando los dedos, el poder puro de la ilusión se abanicó en mi rostro, dándome la apariencia de una muchacha morena como cualquiera de Paris. Y seguí el calzada.
No me di cuenta cuando mis pies empezaron a trotar. Tampoco supe por qué lo estaba haciendo, después de todo, estaba más que segura que había vuelto a soñar despierta. Como aquellas veces que mirando a los niños podía observar el rostro de Eirik sonriéndome. O sus gritos cuando un bebe comienza a llorar. Pero esas eran cosas de un pasado que estaba intentando sanar con culturas, con el futuro. Y hacía tiempo no volvía a hundirme en esa melancolía. Ni tan siquiera un objeto que recordara mi pasado había dejado en mi posesión. No tenía nada mío, ni mis ropas así lo eran. Me consideraba a mí misma, un ente en el tiempo. Sin molestar ni tomar nada de valor que pueda perjudicar a alguien, después de todo, no lo necesitaba. Si quería algo, solo era cuestión de tomarlo y luego dejarlo donde estaba. Pero en ese instante tenía cosas más importantes que pensar y con los faroles color miel abiertos y dispuestos, miré hacia atrás, esperando que aquel hombre hubiese desparecido de mi panorama. Al parecer, París terminaría siendo un amor de una sola noche. Una caricia de bienvenida y un golpe de despedida. Que el infierno se detuviese o tendría que detenerlo con mis propias manos. Gruñí y me estampé contra la pared de una calle que doblaba hacia zonas más alejadas, pero que aún era considerado parte del centro y de las calles esenciales de la ciudad. Miré a la luna y la maldije un instante. “Que el cielo se tiña de rojo antes de hacerme volver a caer en una tristeza sin pies ni cabeza” Amenacé con aire superior y serio. Relajando mis hombros, suponiendo que así, el cuadro de aquel hombre de mirada transparente desaparecería una vez más.
Hero Jaejoong- Inquisidor Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
“Dicen que el alma es un vaso que solo se llena con la eternidad…”
En una de las calles céntricas de París, de aquellas que eran populares y concurridas por la noche, pero no tan abarrotadas como las de más al centro, en una calle como esa, estaba yo de pie en el balcón del tercer piso de un hotel, mirando a las personas pasar por las veredas, fascinado con la idea de poder observarles desde la oscuridad de aquel balcón, sin que ellos se dieran cuenta de que mis ojos celestes no dejaban pasar un solo detalle de lo que hicieran. Aquello era meramente un pasatiempo, pues no había siquiera necesidad de buscar a una presa para aquella noche, porque aquel que había sido mi cena yacía muerto en la cama de aquella habitación que él había pagado para pasar la noche. Una pena por aquel Cristiano que no alcanzó a enmendar sus pecados, pero como aquello no podía importarme menos, bebí de su sangre con el solo propósito de poder estar tranquilo en aquellas dependencias. A ratos, otras personas llamaban mi atención y, aunque no fuera necesario, una que otra vez pensaba en la posibilidad de beber la sangre de alguien más. Pero no lo hacía, nada más porque tenía la costumbre de beber de aquellos que se volvían tan insufribles que matarlos era la mejor opción, o por mera diversión, quién sabe. Yo no. Suspiré, ¿dónde se había ido esa señora que había pasado por aquella calle predicando y gritando cosas sobre el Dios crucificado? Era tan insoportable que de seguro sería un alivio para varios, por lo que hice un escaneo rápido del área central de la ciudad para buscarle, pero me encontré con una sorpresa tan inesperada que hizo que mi cuerpo temblara de pies a cabeza.
A pocas calles de donde me encontraba, había logrado sentir una presencia bastante conocida, una que no sentía hace siglos. Por un momento dudé de mi cordura, y solo para estar seguro, volví a rastrearle, y nuevamente sentí cómo mi cuerpo estaba a punto de colapsar. Me afirmé en la baranda de adornos curvos e innecesarios mientras que intentaba calmar mis pensamientos. ¿Acaso era posible? ¿Era de verdad posible que aquella personita estuviese paseándose por los mismos adoquines que paseaba yo cada noche? Tenía que asegurarme de si era cierto o no. ¿Era verdad o me volvía loco? No podía quedarme con la duda. Corrí escaleras abajo y salí corriendo del hotel, volviendo a rastrear para no perderle el rastro y, a paso apresurado, comencé a andar en búsqueda de atajos que me llevaran a ella con rapidez, pasando a llevar un par de personas en el camino con una indiferencia aún mayor de la normal. Me apresuré por un callejón con la esperanza de poder interceptarle en la calle siguiente, pero cuando me asomé y observé a mi alrededor, terminé convenciéndome de que efectivamente estaba perdiendo la cabeza, como se dice hoy en día.
Me quedé de pie junto a la pared, apoyándome en esta cuando al ver bien, aquella presencia que yo creía era la de mi esposa era en realidad una muchacha Parisina más, decepcionantemente morena y común, y no con aquellos ojos miel y cabellos marrón cobrizo que recordaba a la perfección, como si tan solo ayer hubiese sido la última mañana en que despertamos juntos y nos miramos a los ojos por una última vez. Pero la seguí viendo, sorprendido de que, después de tantos años, aquella era la primera vez que confundía o me equivocaba al rastrear y sentir las presencias de otras personas que yo creía más conocía. Me fijé que su aura indicaba que era una vampiresa y, con el dolor de mi alma, me volteé un momento para regresar por el mismo callejón por el que había llegado hasta allí, pero me detuve un momento para calmarme. Miré en mi mano el lugar en el que nuestro anillo de matrimonio debía ir. Ya no lo usaba; me había encontrado a mí mismo mirándolo y sufriendo tantas veces que un día decidí no llevarlo más puesto, pero tampoco quería perderlo ni olvidarlo, por lo que lo llevaba colgado al cuello como si fuera un collar, tapado bajo el traje negro que llevaba puesto esa noche, sin corbata y con el botón del cuello y el siguiente abiertos. ¿Cómo pude haber confundido aquella vampiresa con mi esposa? Una rabia tremenda comenzaba a llenar mi pecho cuando pude sentir que ella estaba pasando exactamente por detrás de mí, y solo aquella cercanía de un metro fue suficiente para volver a cuestionar todo. Y es que tenía el mismo olor, exactamente el mismo e inconfundible aroma, aquel que había dejado impregnado en la almohada en la que lloré su pérdida.
Me giré y la vi pasar. ¿Acaso no había notado mi presencia, como yo sentí la de ella? Confundido y curioso por lo engañado que me sentía entre lo que mis ojos veían y mis otros sentidos decían, comencé a seguirla sigilosa y cautelosamente. ¿Quién era en realidad, y por qué veía a Darina en ella? No perdería más que mi cordura si intentaba seguirla y averiguarlo; y cuando giró en una calle más solitaria y la escuché gruñir, la vi apoyarse en la pared y mirar al cielo, tan solo pude esbozar una sonrisa pequeña y torcida, con un resoplo de aire que solo daba a mostrar alivio; alivio de que no estaba muerta como yo creía. Esta vez sí vi aquellos ojos y cabello que recordaba, mientras que mis pies se acercaron a ella un poco más, buscando así también captar su atención.- ¿Darina? -La llamé en un susurro volátil, débil como me sentía en aquellos momentos, buscando sin escrúpulos ni incomodidad contenida el poder ver la miel en sus ojos. Estaba seguro que era ella, pero no estaba seguro cómo era posible; y mientras que poco a poco crecían las ganas de abrazarla nuevamente, sentía cómo mi pecho se comenzaba a comprimir víctima de la ansiedad que me consumía en aquel momento.- ¿Es esto una ilusión, o es que simplemente me he vuelto loco? -Pregunté entonces en el mismo susurro de antes, tieso en mi lugar. No quería llorar, pero con tantos sentimientos sacados del baúl de mis recuerdos, no podía evitar que los ojos se me nublaran. Al fin y al cabo, ella era a quien yo más amaba cuando era humano, pero ahora... Ahora no estaba seguro de si ella de verdad lo creía.
“Pero yo solo puedo llenar ese vaso contigo.”
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
“Oscuridad y luminosidad, al alcance de la mano de un inmortal”
¿Cuántas veces me había ocurrido semejante cosa en toda aquella existencia que había tenido? Más de las que podía llegar a contar sin duda alguna. Pero nada de eso tenía que ver con mi edad, pues fue un mes después de haber sido exiliada cuando empecé a ver aquel rostro en cualquier parte. Sus rasgos toscos y nórdicos me provocaron odiar a todo aquel vikingo que pasara frente a mí. No soportaba sus narices pequeñas y sus pómulos grandes, sus dientes que se podían llegar a ver desde cualquier parte en un radio de poco más de doscientos metros. Maldito y desgraciado, así es como había aprendido a odiarlo. Y aun así, como si el karma viniese a comerme la cabeza, seguía apareciéndose. En caras ambiguas y morenas, esclavos de labios gruesos y ojos pequeños. Incluso cuando me reprimí completamente apartándome de la sociedad. Él se acercaba a contarme una de sus muchas batallas que no me interesaban para nada, pero que en su momento le sonreía y le escuchaba como si realmente entendiese del tema. Aunque él bien sabía que las mujeres no tenían permitido aprender de estrategias de guerra. Como fuese, siempre terminaba haciendo que el polvo de la tierra lo terminara ahuyentando y me acurrucaba en mis propios pensamientos, inundándolos de todo lo que no me recordara a su estúpida, inocente y vulgar mirada de aquel que nada lo entiende y aun así puede llegar a sentir profundamente. ¡Cuánto odio! Había llegado a amarlo tanto y a conquistarlo como un guerrero así rige una tierra. Me había costado, moldearlo y hacerlo entender que era mío.
Y aun así, el rey me lo había arrebatado por completo. Me había ultrajado lo único que me pertenecía e incluso más de setecientos años después, me obligaba a verlo en todo lugar concurrido de personas. No importaba, la ilusión se me daba bien, incluso había aprendido a hacérmelas a mí misma. Me rodeaba de sonidos y lugares calmados, me obligaba a estar sola cuando la muchedumbre me rodeaba. Y en ese momento no sería diferente, no podía sentir el verdadero aroma a ese hombre y me estaba mintiendo, para así salir corriendo de una vez por todas. Maldiciendo a Paris y a todos sus ciudadanos. —Disculpe, no conozco a nadie con ese nombre. — La ilusión se había ido y mi piel que era blanca y apenas teñida en magentas estaba a la intemperie. Pero no me importaba, tampoco me estaba importando que mi nombre haya salido de su boca. Ni que su aroma fuese distinto al del hombre que antes había visto. Evidentemente, las realidades habían colisionado y con eso también mi mente. Y por eso llegó la rabia, mis colmillos afilados quedaron al borde de los labios inferiores; la sonrisa calmada y fulminante que tantas veces le había regalado estaba incrustada en mi rostro, pero ahora con un aura mucho más perturbada de lo que estuvo jamás. — Veamos… Ah, sí, te volviste loco, Uhyre. Ya lo sabías, ah… ¿Vas a llorar? ¿Estás triste? — Mezclé entonces dos cosas que siempre me habían gustado.
La palabra ‘bestia’ en su idioma natal, sonaba bien, era hostil y lo hacía enfadar. Y por otro lado, pequeñas preguntas que lo hostigaran al punto que me haría la ley del hielo por casi un día entero. Se me daba bien, molestarlo al grado de que pierda los estribos. Aunque en aquel caso era una simple ilusión provocada por mi mente. No me importó, dejé que mi espalda se arrastre hasta el suelo del callejón, estaba sucio y algo mojado por la noche anterior, no era de interés tener mi ropa limpia, pero aun así, terminé por sentarme a un costado del charco y me quedé con los dedos extremadamente largos apoyados en las rodillas y la cabeza mirando hacia arriba. El cielo oscuro y tenebroso me abrazaba como siempre, aunque la persona que amaba y me había dejado estaba a unos metros. — Vamos, desaparece, shu, ya tuviste tu momento de fama. Deja que esta vampiresa esté en paz unos años más. — Mis parpados cayeron y se cerraron con cuidado, escondiendo mi color miel. Pero el tictac de mi cabeza no estaba deteniéndose, como así tampoco lo hacía la presencia de un cuerpo fallecido perpendicular al mío. Un vampiro que parecía tener casi la misma edad que yo, pero se veía lujoso, con ropas caras y piel limpia. Me reí como una niña y mordí mis labios. Acababa de entender un poco de lo que estaba ocurriendo. Pero no estaba segura, así que solo esperé lo que iría a hacer aquel señor, apoyándome en la pierna, mirándole con curiosidad, pero con un recelo amenazante. Él podía tener todo el brillo que quisiera, pero mi fuerza y odio me habían hecho más dura de lo que podía ser un general en popa.
Hero Jaejoong- Inquisidor Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
"La paz comienza con una sonrisa."
Su voz, su olor, sus ojos; todo en ella me decía que era la misma Darina de antaño, aquella a quien había aprendido a amar y le había descubierto todos mis secretos, mis mañas y mis debilidades. Incluso aquella forma que tenía de hablarme cuando estaba molesta era la misma, pero dentro de mí sabía que en realidad no era la misma. Ella había cambiado, tanto que no podía medirlo ni saberlo con certeza, pero lo podía ver, y no necesitaba que me lo dijera para darme cuenta. Su piel blanca y sus colmillos solo significaban que en realidad sí había muerto como yo creía, pero a manos de otro muerto viviente. De solo pensarlo, mi pecho y mi abdomen se tensaron tanto que tuve que inclinarme ligeramente hacia adelante para controlarme y mantener la compostura. Y es que sufría, allí mismo de pie donde estaba, sufría porque en algún momento en el pasado me había proponido protegerla, y aquí estaba ella viviendo el mismo destino que me había tocado a mí, el mismo del cual creí protegerla cuando permití que se la llevaran. ¿Cómo iba a enfrentar ahora el recuerdo de sus gritos, sabiendo que todo aquello fue en vano?
Me limité a mirarla mientras se acomodaba, escuchar sus palabras y digerir la angustia que nos carcomía a ambos, porque en esos ojos lo único que lograba ver en aquellos momento era la falta del brillo que emanaba cuando me mostraba su sonrisa amplia, aquella que tanto me mostraba durante los pocos años que fuimos verdaderamente felices juntos. La tristeza me carcomía, tanto que estuve a punto de hacer caso a sus palabras, dar la vuelta e irme, marcharme para olvidar toda aquella locura y dolor. Pero apenas di un paso atrás, me detuve y vacilé nuevamente, pues en realidad, no la quería perder otra vez, eso no era lo que quería; en esos momentos tan solo quería tomarla en mis brazos y consolar nuestras penas, volver a vivir una vida juntos entre las sombras de París, pero por lo visto, ella solo quería que me fuera, y me dejaba con el dilema de qué hacer. ¿Acaso volvería a cometer otro error que la aleje de mi? No podría volver a soportarlo.
¿Buscas hostigarme? Entiendo que quieras que me vaya, te veo molesta, pero yo no me quiero ir; quiero abrazarte. -Susurré, saliéndoseme toda la tristeza contenida en aquellas simples palabras tartamudeadas, y al final, mostrando una sonrisa suave y débil, mostrando que detrás de todo aquello, se escondía la felicidad que tenía de verla, y el amor que extrañaba profesarle.- Pero no voy a hacerlo si tú no quieres. -Suspiré, decidiéndome finalmente por caminar hasta la pared del callejón que estaba frente a ella, a tan solo unos cuantos metros desde los cuales nos podíamos ver de frente y, con calma y lentitud, me agaché y senté en el suelo, adoptando la misma posición en la que ella estaba sentada, con la diferencia de que mis manos en realidad abrazaban mis piernas y mi espalda estaba recta, pegada a la pared tras de mi y con la cabeza en alto mientras que la miraba y entrelazaba esa mirada recelosa con la mía, por más que me costara. ¿Dónde estaba aquella expresión indescriptible en sus ojos por la que antes me derretía? Volví a suspirar.- ¿Me odias? -Pregunté en un susurro, mientras que los ruidos de París quedaban en el olvido, como si fueran música de fondo de una escena de suspenso y tensión. Oh, vaya reencuentro.- ¿Quieres hablar? Quisiera hablar contigo. Te ruego no me mires así. No quiero un conflicto contigo; yo también quiero paz, y te entiendo, pero… -Me detuve, llevando una mano a limpiarme los ojos, pues apenas y alcanzaba a verla tras las lágrimas ensangrentadas que incontrolablemente se me asomaban. Me tomé unos segundos antes de volver a levantar la vista, pero ya para entonces, la secuencia de ideas se me había desordenado y no lograba volver a dar con lo que me moría por decir, por lo que guardé silencio, eché la cabeza hacia atrás y me quedé mirando el cielo, pues había aprendido que a veces, la paz se encontraba en el silencio.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
“No quieras calmar a una bestia que solo busca sangre y destrucción”
Por momento quería reírme, quería expresarle la mucha pena que me daba su rostro llorando como un niño al que le habían arrebatado un dulce. Pero él no iba a entender, siquiera iba a estar seguro de por qué yo estaba haciendo eso. Pensaría que había perdido la cabeza y en realidad tenía razón. Me había vuelto loca, pero no fue la inmortalidad o el horrible momento en donde escuchaba el sonido seco de mi propio hijo siendo destrozado, el eco de sus huesos partiéndose en pedazos y como caía al suelo mientras yo me encontraba inmóvil sobre la cama que había comprado con sudor y sangre. No, no era eso, había encontrado la locura justo en el momento cuando él me había abandonado, cuando me había dejado a la mereced de un rey sin corona que me gobernaba. Cuando me echó a sabiendas de que mi honor había sido manchado y que yo no era la causante real de eso. Y ahora podía verlo perfectamente, la razón estaba escrita en su rostro. Lo sabía porque lucía exactamente igual que la última vez que lo había visto. Me había dejado porque se había convertido en un vampiro. ¡Qué ironía! Ahora estaba una vez más frente a mí, no había podido escapar, pues aunque me veía un poco más vieja que él, seguía siendo la misma. La que le había arrebatado el corazón y se había esforzado en convertirlo en un perfecto marido. Entrecerré mis ojos entonces y asentí, por supuesto que intentaba hostigarlo, quería horrorizarlo hasta que se vaya corriendo una vez más.
— Cobarde. Intenta acercarte y desearás haber muerto la noche de tu conversión. — Susurré casi tan bajo como el mismo sigilo de la noche. Como esas sombras que uno cree ver, pero en realidad confunde con algunos juegos de luces. Me acurruqué entonces, un poco más en mis rodillas, mirándolo, acechándolo como un jaguar que está parado frente a su presa buscando el momento exacto. Mis uñas largas y afiladas querían hundirse en su carne y por dentro me preguntaba ¿por qué no? Tenía derecho, tenía todo el derecho del mundo en tomar su vida como mía y hacer lo que quisiera con ella. — No te odio, te aborrezco. No quiero verte, ya te lo he dicho. Desaparece como las hojas. — Intentaba ser lo más racionar posible, estar frente a una ilusión y terminar rompiendo todo un callejón por su culpa no sería para nada prudente. Llamaría la atención, tendría que huir de Paris y volver a esconderme. Y no quería, odiaba tener que estar entre la mugre para no llamar la atención. Pero su estúpido hablar picoteaba mi cráneo como aquellos cuervos que vienen a molestar a los cadáveres. Mis ojos se tornaron de un ligero color rojo, furioso, descarado y angustiado. Mi cuerpo se levantó, me movilicé con esa rapidez sobrehumana que nos había dejado la muerte y apoyé mi pie sobre la pared, justo al lado donde estaba el rostro ajeno. Se podía ver parte de mi pierna y el zapato con tiras enrolladas en mi piel. Me agaché a mirarlo y con las yemas de los dedos acaricié su mejilla. — ¿No quieres un conflicto? ¿Acaso quieres que me ría? —
El gruñido estaba allí, mezclado con una risa algo descarada y amenazante. Sus pequeñas lágrimas rojas estaban empezando a emanar y el odio que estaba guardado se filtraba en faroles de luces rojas y en un golpe frustrante que le di a la pared con el puño, dejando un buen hueco por arriba. Como un animal en estado salvaje, me estaba controlando para no destrozarlo. Aún si era una creación de mi mente, no quería dañarlo, porque lo amaba, adoraba esa manía que tenía para hacerme sentir la mala de la escena. — Te miraré como más me plazca. Haré lo que yo quiera, porque no soy tuya. ¿Acaso olvidaste el día que volviste mi vida un infierno? — Mi pie se deslizaba, deteniendo toda acción que el otro quisiera hacer, apoyando sobre su hombro mi peso. Le observé fijamente, tanto que quería pasarle el dolor mental que tanto había practicado. Pero no, no lo haría, pero que no quisiera moverse, porque entonces saldría aquello disparado como una bala gatillada por él mismo. — Ahh… Claro. Tú no sabes. No te enteraste. Estabas demasiado ocupado intentando sacar la mugre de los zapatos de tu rey. Mmm. ¿qué debería hacer? ¿Tendría que decirte? Tus lágrimas solo me causan más desprecio. Detenlas si no quieres que desaparezca ahora mismo. — Era un grito cortado, cargado con pedazos de dolor y escamas de odio. Quería llorar y cubrirme con tierra una vez más. Pero los años me habían quitado los sentimientos de autodestrucción. Había aprendido que era más fácil existir sin una vida real. Ser una sombra entre todo lo demás. Casi me había creído cuando por cien años no había obtenido ninguna clase de descontrol. Pero allí estaba una vez más. Peleando con mi pasado, queriendo destrozarlo. — ¿No te acuerdas lo mal que me sentía las últimas noches que pasé contigo? No, seguro que no. Seguro que tampoco entiendes que trato de decirte. —
Hero Jaejoong- Inquisidor Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
“Los imperios del futuro serán los imperios de la mente.”
Si pudiera mirar en el futuro, o sobrevivir como vampiro lo suficiente, me hubiera gustado poder vivir tranquilamente en la primera década del segundo milenio. ¿Por qué? Porque para ese entonces, la condición neurobiológica que yo tenía estaría ya en revistas médicas, habría ya una descripción clínica y montones de formas de tratar los síntomas. Tendría mayores probabilidades de hacerme entender, y usaría el nombre de aquella condición casi como mi tarjeta de presentación. No habría escusa para los neurotípicos de tratarme de aquella forma insoportable que tenían de hacerlo aquellos que han pasado por mi vida. Vivir y sobrellevar todo sería considerablemente más fácil, no como en aquellos momentos en los que estaba frente a mi esposa, completamente enfurecida, y yo… Yo estaba al borde del completo colapso emocional, completamente causado por ella misma, quien conocía todas mis debilidades a causa de esa condición neurobiológica a la que yo solía catalogar burdamente como “mi maldición”, y que a pesar de los años, aún no lograba sobrellevarla en mi diario vivir, y por ello cada día era difícil en mi sufrida existencia. En el pasado había encontrado consuelo en ella y en Haraldr, las dos únicas personas que habían aprendido a comprenderme aún cuando yo no los comprendía a ellos, pero ahora no había consuelo alguno, mucho menos de ella, que me estaba torturando la mente, y ni siquiera necesitaba usar su poder sobrenatural para hacerlo.
Mi vista se quedó fija hacia arriba, pues en realidad yo ya no estaba viendo lo que tenía frente mío. Mis sentidos habían comenzado a bloquearse, y mi cuerpo tiritaba tan ligeramente que no se alcanzaba a notar, a menos que ella prestara la suficiente atención con la miel de sus ojos.- No, no, detente, déjame… -Susurré mientras que me movía para apoyar mi mentón en mi pecho, escondiendo mi vista de la de ella y abrazándome las piernas con un poco más de fuerza. Su voz se había vuelto insufrible con aquellos tonos que utilizaba, ¡tan molestos a los oídos! Y el peso en mi hombro traspasaba las barreras de mi sistema nervioso y comenzaba a hacer mella en este. Me volví una estatua, aún con el rostro escondido, cerrando los ojos tan fuerte como podía y buscando alguna forma para dejar de oírla sin tener que taparme los oídos, porque no quería moverme ni tampoco ofenderla más de lo que estaba. Mientras tanto ella hablaba cosas que yo creía incoherentes, porque no lograba encontrar un hilo de sentido entre ellas. Pero algo sí había quedado clavado en mi cabeza: “el día en que volví su vida en un infierno”. De eso no tenía duda, era el día en que permití que Haraldr se encargara de enviarla de vuelta a Rus de Kiev, su lugar de origen, con la idea en mi cabeza de que de esa forma entonces yo no la lastimaría, bebería su sangre ni mucho menos la asesinaría. Pero, ¿cómo iba a saber yo que un infierno la esperaba allá en sus tierras? Insisto, si pudiera saltarme los años que seguían y vivir en el año dos mil, podría mirarla y explicarle lo imposible que me era a mí predecir esas cosas, las consecuencias de lo que decidía y hacía. Pero en aquellos momentos no tenía forma siquiera de saberlo yo mismo.
De pronto me moví, sin poder soportar ya todo. Llevé mis manos a mis rodillas y comencé a deslizarlas hacia abajo por mis piernas y luego arriba, abajo y arriba de forma rápida y compulsiva, mientras que mi cabeza se movía de igual forma y mi rostro se desfiguraba por el sufrimiento de aquel momento.- ¡Es cierto, no te entiendo! ¡No sé de qué estás hablando! ¡Deja ya de torturarme! ¡Cállate, Darina, calla! -Le grité desesperadamente, volviendo a cerrar los ojos como si no hubiera un mañana, como si estuviese de pie ante el sol esperando mi muerte.- Los sentimientos están sobrevalorados, no sirven de nada. Los humanos somos tan solo bestias, no esperes más que eso, mi amor. -Recité entonces con sarcasmo al final cuando le decía ‘mi amor’, aquellas mismas palabras que en algún momento le había dicho a ella durante nuestro primer año de matrimonio, cuando aún no nos podíamos soportar el uno al otro. Aquel no era más que un mecanismo de defensa, una costumbre de repetir palabras que había dicho o escuchado antes para defenderme de una situación que sobrepasara la capacidad de soporte de mis sentidos. Yo tan solo quería abrazarla, sentir nuevamente que estaba en casa, con la mujer que amaba y con la seguridad y tranquilidad que ella me proporcionaba; pero allí estaba, a punto de perder el control, chillar y tener una crisis de autismo.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
“Rompería tus sueños con mis propias manos”
Jamás había notado la cantidad de odio que tenía enterrado en mi corazón, era absurdo, tenía frente a mí al hermoso vikingo que más de una vez me había besado y susurrado que me amaba. Se había abierto a mí como nunca lo había hecho nadie, me había permitido ver todas sus debilidades y ahora estaba justo donde lo quería, pero no me daba ninguna clase de placer. Mis ojos se sentían rojos y aguados, plagados de lágrimas que se alborotaban en el filo sin querer realmente salir. Me quedaba observando al muchacho, como empezaba a ponerse nervioso, como sus extremidades se volvían locas y se retorcía cual pequeño bicho que era partido al medio. Mis puños estaban ambos sobre la pared, acorralándolo de manera que no permitiría que salga huyendo. Lo torturaría hacer verme satisfecha. Dejé entonces salir un pequeño quejido, ¿quién estaba atormentando a quién? Me pregunté al verlo tan patéticamente retorcido y despacio me fui deslizando hacia abajo, esperando a que sus piernas estuviesen estiradas para sentarme sobre éstas sin permitir que aquel tic siguiese funcionando. — ¿Por qué quieres que me calle? ¿Acaso le temes a la verdad? — El rubio de ojos celestes parecía una pequeña alimaña salvaje. Sabía que necesitaba espacio, que quizá si no me apretaba lo suficiente terminaría siendo empujada. Pero ahora ya estábamos al mismo nivel. Mi fuerza física podía contra la ajena, aunque dudaba que la mental fuese capaz de mantenerse fuerte. Pues en los años, había perdido poco a poco toda esa cordura que alguna vez había engendrado.
— Escúchame bien, shhh… Deja de moverte, te diré esto claro. Y ten cuidado con lo que respondes. Mírame, mira a los ojos a la mujer que dejaste sola y abandonada. — Con la derecha busqué agarrar su mentón, su rostro estaba intentando esconderse en su pecho y yo quería que él estuviese con mi mirada frente a frente. Apreté mis piernas contra las ajenas, deslizando la otra garra a su hombro. Lo apresaba por todos lados, como aquellos días humanos donde lo atacaba por los rincones, buscando que se acostumbrara a mi piel, a mi olor y a mi tacto. — Tuvimos un hijo, nació sin padre, me lo mataron. ¿Está claro cómo te lo estoy diciendo? Ahora, llora, déjame ver tus penosas lágrimas. — Balbuceaba muy cerca de su piel y no supe cuando fue que mi llanto empezó a bajar por mis mejillas, de repente mis labios estaban temblando ligeramente y el tinte rojo se paseaba por todo mi ser y bajaba por mi cuello largo y estirado. Me vi en la imposibilidad de detenerlo, ¿hacía cuánto no lloraba? Siglos sin duda, después de todo odiaba hacerlo. Tragué saliva, le miré y poco a poco me acomodé en su hombro, dejando mi boca sobre él. — Cállate, no digas banas palabras. No intentes calmar mi odio con frases del pasado porque ya no aplican. Voy a destruirte, si quedaba algún pedazo cuerdo, lo voy a romper hasta que tus lágrimas no puedan demostrar el dolor de tu interior. — Aflojé mi agarre, como si hubiese terminado de descargarme, pero eso era simplemente imposible, ¿cómo aplicarle siglos de tristeza infinita a una sola noche? Aunque le perdonara, aunque volviese a quedarme a su lado. Siempre buscaría las maneras de destruirlo. De enfermarlo tal como él había hecho conmigo. ¿Vengativa? Sí, lo era, disfrutaba a montones verlo contraerse bajo mi poderío. Tomar a aquel flameante guerrero y convertirlo en un pequeño conejo incapaz de estar alejado de mí. Eso es lo que siempre había hecho y no podía cambiarlo me gustaba, lo amaba. Lo había convertido en un esposo perfecto, lo había moldeado hasta que en su mente solo cupiera yo. Y así mismo él se había cobrado con creces mi amor. — No te dejaré, eres mío después de todo. Me iré cuando yo quiera. Así que relájate, calma tus piernas, Svein. ¿Así que sigues siendo un pequeño niño rico? Que ropas tan encantadoras. — Empecé a observarlo, su estilo jamás cambiaría, su pureza, su olor. Estaba todo allí y por supuesto su aura de clase alta e imperial. Aquel bastardo había seguido teniendo una vida de riquezas y poderío. Su piel estaba lisa, suave y blanca como siempre. Los pequeños huecos en sus mejillas y su cuello venoso se deslizaba hasta convertirse en pecho y clavículas. Si hubiese sido otro instante, las ropas le quedarían hechas trizas, sin embargo, me conformé con abrirle un primer botón, pasando la mano por allí con la esperanza de volver a sentir una calidez mentirosa. — ¿Estás mejor? ¿Quieres que te siga torturando? ¿Quieres que te diga el nombre de nuestro hijo muerto quizá? — Era dulce, los castigos bien dados y como él los recibía. Tan sumisamente que no podía esperar por verlo llorar y partirse al medio. Pues aunque me daba un poco de lástima, no era suficiente para detenerme.
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Re: Shadow of miracles [Svein]
“Ten cuidado de no romper la semilla de esos sueños, porque luego no crecerán más.”
Mis ojos seguían cerrados con fuerza, mientras que mi cabeza cambiaba sus movimientos de arriba a abajo y comenzaba a moverse de lado a lado, negándose a sí misma el paso al colapso. ¿Hacía cuántos años no me atacaba de aquella forma el autismo, haciendo que mis sentidos dejaran de funcionar poco a poco? Pronto todas mis barreras se romperían y dejarían libre a la bestia sin control que llevaba dentro; pero yo le hacía batalla. Retorcido debajo de ella, hacía lo que podía por bloquear todo lo que me perturbaba en aquellos turbios segundos: los sonidos de los tacones de los zapatos de la gente que caminaba por los adoquines de las calles a nuestro alrededor; el sonido del goteo del agua que caía de un macetero hasta una poza de agua que se había formado ya; las pezuñas de los caballos de las carretas y sus ruedas; y varios otros sonidos que no podía. Sin embargo, llegué a la cúspide del colapso cuando aquel pequeño quejido salió de los labios de mi esposa y caí en el completo vahído mental. Quien manejaba ahora mi cuerpo no era mi propia conciencia, nadie lo hacía en realidad, se mandaba solo y su combustible era mi descontrol mental. Mis brazos y mis piernas comenzaron a moverse hacia todos lados, mientras que me echaba hacia atrás y golpeaba la cabeza repetidamente contra la pared con una fuerza desmedida, al mismo tiempo que gritaba y lloraba; y cuando ella se sentó sobre mis piernas y formuló sus preguntas, pasó completamente desapercibida, pues yo me encontraba lejos, sin escuchar siquiera mis propios gritos. El impulso salvaje que me gobernaba llevó mis manos a sus brazos, haciendo el intento de zamarrearla al tiempo que seguía golpeando mi cabeza contra la muralla, hasta que llegué a darme un golpe tan fuerte que me causó mareo y una herida feroz. Solo entonces volví a la calma y a la consciencia; mis manos cayeron a mis costados y mi cabeza hacia adelante, mientras que por mi cuello corría mi propia sangre.
Entonces, abrí apenas mis ojos dilatados mientras que mi esposa levantaba mi mentón, concediéndole aquella mirada que demandaba, sintiendo un escalofrío correr por mi columna hasta cada uno de mis extremos cuando me vi tan apretado debajo de ella; y sus palabras y sus ojos tristes tan solo lograron partir aún más mi corazón. Mis lágrimas cayeron sin siquiera necesidad de pestañear, siguiendo las de ella y manchando mi camisa que ya no era blanca. Mis brazos, débiles y temblorosos, la envolvieron suavemente mientras que ella se me acercaba y soltaba su fiero agarre; pero aún con aquel abrazo cariñoso que le daba, no podía mirarla, por lo que giré mi rostro hacia un costado, dejando la vista perdida allá a la distancia del horizonte y la luz de luna que alumbraba por detrás de los tejados. Dejé que hablara todo lo que quisiera mientras que yo pensaba, con el consuelo de que al menos no la volvería a perder, pues ella misma decía se quedaría pero yo no entendía lo que en realidad aquello significaba. Me concentré entonces en ella y aquel hijo del que hablaba pero que no conocía; y entonces lo vi, las imágenes vinieron a mí tan rápida y fácilmente. Lo vi raudamente caminando por aquella pequeña y sucia casa en la que vivían, con sus patitas sin abrigar; lo vi también acurrucarse en la cama tal y como yo hacía a su edad; y lo vi luego gritando en las manos de aquel vampiro que retorció su fragilidad en sus manos. Se me apretó la garganta de solo pensar en lo que me hubiera gustado tomarlo en mis brazos y darle el mismo amor que le daba a mi esposa en el pasado.- No necesito que me lo digas. -Susurré de forma volátil, débil y derrotado, apretando a mi mujer entre mis brazos y acercándome a hundir mi nariz en su cuello.- Eirik, ¿no es así? Eirik Yngling. -Le dije yo, como si nuestros papeles se hubieran cambiado y ahora yo la torturaba a ella.
Los segundos pasaron en silencio hasta que, después de quedarme pensativo, se me escapó una exhalada exhausta de aire, al tiempo que sonreír retorcidamente.- Lo siento, ahora entiendo por qué me odias, aunque nunca quise hacerte daño en realidad. -Susurré, levantando el rostro y volviendo a estirarme, aún sentado con ella encima y con mis brazos bien apretados a su alrededor. No quería dejarla ir nunca.- Está bien, destrúyeme. Deja salir toda tu ira, hazme trizas o vuélveme loco de nuevo. Lo que sea que quieras. -Hice una pausa, cerrando los ojos con fuerza para obligar salir a aquellas lágrimas que se me acumulaban.- Llévate toda mi cordura; te lo suplico. No le veo otra salida a este dolor. -Volví a apoyar mi cabeza en la pared y dejé entonces que mis brazos cayeran. ¿Quién hubiera pensado que, después de tantos siglos, finalmente me rendiría ante todo? Y es que, recién ahora me daba cuenta que, en realidad, mi voluntad y mi fuerza estaban muertas desde hace varios años.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
Y me encontré perdida en la oscuridad de mis lamentos. Estaba embriagándome en esa locura descomunal que había aprendido a controlar. Estaba ahogándome y me reía de mi misma, mirando a aquel hombre que en algún momento me había amado como un hijo adora a una madre. Había luchado para que solo yo pudiese estar en sus recuerdos. Y de alguna forma, sabía que había ganado, pero eso no me llenaba, no me emocionaba en lo absoluto, pues en mi interior solo se encontraba el vacío brutal y desgarrador. Verlo gritar y llorar me recordaba las veces en las que lo había obligado a abrazarme, las veces que había calmado sus temblores a la fuerza. No era una mujer cualquiera, la sangre de Rus de Kiev estaba en mis venas y era tan o más fiera que cualquiera de aquellos hombres que habían combatido en mil batallas. Sabía ganar, pero pocas veces había aprendido a perder y esas lecciones las tomé a medida que la cordura se escapó. Mis piernas estaban apretando a aquel inmortal de ojos azules, intentaba contenerlo, me estaba desesperando verlo lastimarse, su sangre empezaba a emanar y un hambre que hacía poco había sido saciada, volvió a nacer con bestialidad. Me arqueé, apoyando mis labios en su cuello, tomando de aquel elixir que caía desde su cráneo; me dejé abrazar, pues de repente, una debilidad que no conocía procuraba vencerme. ¿Eran quizá sus lágrimas? ¿O sus gritos desgarradores? Ambas cosas hicieron que mis manos temblaran acobardadas. Mis ínfimas lágrimas rosadas estaban cayendo penosamente hasta mi garganta, rompiendo en pedazos sobre la tela negra de aquel otro vampiro que aparentemente, nunca había podido curarse de su penosa enfermedad.
— Basta de llorar… Basta. Eso no arreglará nada. Shhh, silencio Svein. — El sonido que le daba a mis palabras era suave, como un halo que nos cubría y nos acurrucaba. Me encontraba mirándolo, por momentos con una irresistible maldad y por otros, como la triste y penosa mujer que era realmente. No había nada en mi interior que pudiese ser realmente juzgado, no era una persona capaz de explicar lo que mi pasado significaba para mí, pues jamás, simplemente, jamás, me había puesto a intentar descifrar algo más que mis solas penas. Y ahora me encontraba con la vista parada en Svein, que como un muerto intentaba explicarse, quería una tregua y yo solo buscaba asesinarlo. Enloquecerlo de ser posible, pero ¿por qué? Sí, él tenía la culpa de mi patética y eterna vida. Él era el que había hecho que me sucedieran esas cosas y ahora intentaba arreglarlo. ¡Que patético! ¡Yo me estaba dejando doblegar por eso! Incluso llegué a reírme muy suavemente, a sabiendas de que él no entendería, no, nunca lo hacía. Me carcajeaba en tanto él zarandeaba mi cuerpo para todos lados, quería expulsarme de allí, pero estaba clavada a las piedras, a la pared y a él. No me dejaría mover ni aunque fuese el mismo Dios el que intentase golpearme.
Y mis grandes ojos color miel se abrieron cuando el nombre de aquel niño de sonrisa dulce y grito caprichoso salió de la garganta ajena. Me sentí perturbada, ultrajada de alguna forma, un grito escapó de mi garganta, gutural y enojado; y con él mis manos fueron al cuello ajeno. Lo apreté, apoyando los dedos pulgares sobre su yugular, hundiéndola, conteniéndome para no forzarla a romperse pues quería escucharlo rogar un poco más. — ¡No digas su nombre! ¿¡Quién piensas que eres para repetirlo de esa manera!? No eres su padre, no eres nadie, ¡No eres nadie Svein! Solo una cruel y horrible pesadilla que ha estado persiguiéndome en sueños. — Los orbes estaban oscuros, de un color más bien anaranjado, me encontraba furiosa, tanto que no me di cuenta cuando las lágrimas empezaron a caer a cantaros por los bordes de mis parpados, mis labios estaban temblando de forma descomunal y como una pequeña niña, el sollozo en ruidos se empezó a formar; era como si necesitara respirar, pero bien sabía yo que eso no era necesario para alguien muerto. — ¿Tú piensas que es tan fácil? ¿Te crees que con tu linda cara de pena puedo matarte así sin más? Repites el nombre de mi hijo como si lo conocieras. ¡No tienes derecho! — Grité como si con ello buscara misericordia y despacio, al igual que los brazos de él que pronto se habían tirado hacía atrás, los míos se resbalaron por su cuello hasta caer sobre sus piernas y mi mejilla se fue a su pecho. Y me dejé llorar, destilé miles de ríos en tan solo unos segundos, entre gritos y lamentos intenté golpear su pecho, pero era en vano, las fuerzas me habían abandonado y hubiese sido mucho mejor que el sol saliera en ese instante. Que las cenizas se convirtieran en mi piel de una vez por todas. — No entiendes nada de dolor… — Era una mentira, lo sabía, pero de alguna manera, quise intentar seguir protegiéndome, ponerle una coraza que estaba desarmada para que no vea la desnudez que existía debajo de ella.
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Re: Shadow of miracles [Svein]
No importa cuántos años me haya dedicado en convertirme en el mejor guerrero que haya pasado por la corte de Haraldr, los años de entrenamiento eran completamente inservibles cuando trataba de enfrentarme a Darina. Era la única persona a la que no podía encarar, la única a la que no podía llevarle la contra, sin importar cuánto lo intentara, la rebeldía innata que había tenido siempre se cohibía en alguna parte dentro de mí y me dejaba a la merced de la mujer por la que había caído de rodillas, completamente enamorado. Hoy no era la excepción. Cuando ella se acercaba a beber la sangre que corría por mi cuello, mi cuerpo se estremecía y tiritaba ante el contacto físico de sus labios, y aunque me gustaría poder tener un poco de espacio para mí mismo y mi comodidad, tan solo me limitaba a girar el rostro hacia un lado, dándole el espacio y la comodidad a ella. Sus susurros no me consolaban, eran sus amorosos ojos miel los que traían paz a mi océano revoloteante de emociones que no lograba calmar ni identificar, pero esos ojos no eran los mismos de antes, y su risa tan solo me retumbaba en el vacío de su pérdida. Yo era una marioneta sin vida, tan solo la miraba a los ojos mientras que ella me estrangulaba, insensible y paralizado ante todo lo que tuviese por decirme.
Llevé lentamente mi mano derecha a acariciar su mejilla izquierda con suavidad, pasando mi pulgar por su piel para limpiar las lágrimas que le caían tan apresuradamente. Ella se apresuró a gritar y chillar, y luego se apoyó en mi pecho. Nuevamente busqué acogerla en mis brazos, pero nada más me limité a tomarle suavemente de los brazos mientras que sus gritos comenzaban a irritarme más de lo que ya estaba.- Darina querida, si tan solo te quedaras callada unos segundos, podría conocer a mi hijo tanto como tú lo conocías con tan solo pensar en su existencia. -Susurré suavemente.- Podría traer a mis ojos visiones que me permitieran corretear junto a él… Si tan solo te callaras. -Agregué con el tono más grave que mi voz pudiese producir, nada más que a causa del nudo que sentía en la garganta. Estaba tan agotado mental y emocionalmente que ya no hacía siquiera el esfuerzo de aplicar filtro a las cosas que decía, y mientras más me molestaran las cosas que ella decía, sin quererlo estaba comenzando a ponerme cada vez más tajante e hiriente. Aquello nada más era una reacción inconsciente, marca de lo incontrolable que eran mis emociones y mis colapsos.
Y como si fuera poco, al escuchar lo último que dijo, hizo que mis ánimos empeoraran aún más. No solo me sentí profundamente ofendido, sino que hizo sentir como si en realidad lo que yo sintiera no haya importado en nada desde el día en que nos casamos. Era como si ella deliberadamente hubiese decidido omitir todo el sufrimiento que ella misma me causó en los primeros años de casados, cuando me acorralaba y hostigaba a sabiendas de cómo me sentía al respecto. Hice el intento de morderme la lengua, pero las palabras se me escaparon inevitablemente, al igual que un gruñido gutural mientras que miraba hacia un lado, abriendo la mandíbula de forma tensa y molesta.- Oh, claro, por supuesto, como yo jamás he sentido nada de dolor. Nada de nada. Tú eres la única que ha tenido una sufrida existencia. Pobrecita la niña. ¿Cuándo es que aprendiste a llorar? ¿A los 28 años, no? Seguro tú jamás me hiciste colapsar antes, no, eso no es dolor, no cuenta según tú, ¿no es así? -Todo lo que pasó por mi mente y eventualmente salió de mi boca fue intencional; y para peor, era en momentos como ese en el que me volvía un bastardo sarcástico y descarado, y yo ni sabía de dónde me salía todo aquello.- Pero tienes razón, no importa cuánto dolor llegue a sentir, en realidad no sé nada sobre ellos. No tengo forma de explicártelos, y aunque la tuviera, tú jamás los entenderías. -Tan pronto acabé de hablar fue que me di cuenta de lo que había dicho, y me quedé helado y tieso, atontado por el asombro de mis propias palabras y por el arrepentimiento de haberlas dicho.
Llevé lentamente mi mano derecha a acariciar su mejilla izquierda con suavidad, pasando mi pulgar por su piel para limpiar las lágrimas que le caían tan apresuradamente. Ella se apresuró a gritar y chillar, y luego se apoyó en mi pecho. Nuevamente busqué acogerla en mis brazos, pero nada más me limité a tomarle suavemente de los brazos mientras que sus gritos comenzaban a irritarme más de lo que ya estaba.- Darina querida, si tan solo te quedaras callada unos segundos, podría conocer a mi hijo tanto como tú lo conocías con tan solo pensar en su existencia. -Susurré suavemente.- Podría traer a mis ojos visiones que me permitieran corretear junto a él… Si tan solo te callaras. -Agregué con el tono más grave que mi voz pudiese producir, nada más que a causa del nudo que sentía en la garganta. Estaba tan agotado mental y emocionalmente que ya no hacía siquiera el esfuerzo de aplicar filtro a las cosas que decía, y mientras más me molestaran las cosas que ella decía, sin quererlo estaba comenzando a ponerme cada vez más tajante e hiriente. Aquello nada más era una reacción inconsciente, marca de lo incontrolable que eran mis emociones y mis colapsos.
Y como si fuera poco, al escuchar lo último que dijo, hizo que mis ánimos empeoraran aún más. No solo me sentí profundamente ofendido, sino que hizo sentir como si en realidad lo que yo sintiera no haya importado en nada desde el día en que nos casamos. Era como si ella deliberadamente hubiese decidido omitir todo el sufrimiento que ella misma me causó en los primeros años de casados, cuando me acorralaba y hostigaba a sabiendas de cómo me sentía al respecto. Hice el intento de morderme la lengua, pero las palabras se me escaparon inevitablemente, al igual que un gruñido gutural mientras que miraba hacia un lado, abriendo la mandíbula de forma tensa y molesta.- Oh, claro, por supuesto, como yo jamás he sentido nada de dolor. Nada de nada. Tú eres la única que ha tenido una sufrida existencia. Pobrecita la niña. ¿Cuándo es que aprendiste a llorar? ¿A los 28 años, no? Seguro tú jamás me hiciste colapsar antes, no, eso no es dolor, no cuenta según tú, ¿no es así? -Todo lo que pasó por mi mente y eventualmente salió de mi boca fue intencional; y para peor, era en momentos como ese en el que me volvía un bastardo sarcástico y descarado, y yo ni sabía de dónde me salía todo aquello.- Pero tienes razón, no importa cuánto dolor llegue a sentir, en realidad no sé nada sobre ellos. No tengo forma de explicártelos, y aunque la tuviera, tú jamás los entenderías. -Tan pronto acabé de hablar fue que me di cuenta de lo que había dicho, y me quedé helado y tieso, atontado por el asombro de mis propias palabras y por el arrepentimiento de haberlas dicho.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Shadow of miracles [Svein]
Aquel maldito insensible y desgraciado hombre empezaba a revolver mis emociones como si fuese un volcán en erupción. Las lágrimas que había cortado de mi interior estaban rodando por mis mejillas penosamente. Melancólica y rota me hallaba enganchada a las piernas ajenas, apretando mis dedos contra las telas de su pecho. No quería escucharlo, realmente me hubiese gustado romper mis oídos para así ser sorda para siempre y no tener que aguantar tal tipo de explicaciones o de sentimientos vanos que no quería escuchar en lo absoluto. Pero, ¿valía la pena seguir destilando veneno? Por un lado, mis deseos de matarlo una y otra vez seguían vivos; aunque ya lo había lastimado tantas veces en sueños… Y aun así seguía sin poder encontrar ni una pizca de felicidad. Entonces, ¿no sería mejor dejarme girar los brazos una vez más? Quizá por un tiempo, solo era cuestión de sentirlo en mi piel, que me acaricie con la dificultad que siempre había tenido. Escucharlo quejarse de las cosas más banales para así reírme de él. Sí, tal vez un poco, una pizca de eso es lo que precisaba. Mordiendo mis labios me apreté, mis caderas se hundían en las ajenas para comprobar esa existencia de la cual yo seguía dudando. — No lo podrás conocer como yo. Deja de decir incoherencias. Si tú lo hubieses conocido… Él no estaría muerto, ni yo tampoco. O probablemente sí y hubiese sido por tu mano. — Fue un murmullo casi insonoro, pues sabía perfectamente que cuando el hombre comenzaba a ponerse nervioso sus fuerzas se incrementaban y aunque intentaba no dañarme, sus brazos siempre terminaban por lanzarme lejos de él. Y luego venía el arrepentimiento, realmente no quería en absoluto tener que soportar esa situación, por lo que me quedé en un silencio sepulcral, mirando al suelo en lo que mis brazos atentaban contra su espacio físico una vez más, pasando la nariz por su clavícula, buscando aquellos bordes de su cuerpo que jamás había olvidado, disfrutando cada pedazo de piel y huesos.
Y fue una sonrisa la que reapareció en mi rostro, mostraba los dientes y entrecerraba los ojos, algo curiosa y a la vez un tanto demencial. Escucharlo era dañino, él sabía cada cosa que podía herirme profundamente, pues a pesar de que podía parecer completamente loca y que los años me hubiesen jugado en contra, seguía manteniendo la misma esencia que en un principio. Mordí mi labio inferior y suavemente deslice mis brazos alrededor de su pecho, apoyando el mentón en aquel pequeño hueco que hacía su esternón y alzando la vista esperé a que el momento de callar ajeno hiciera presencia. ¿Seguiría siendo la misma persona que equívocamente clava puñales? — ¿Tanto dolor? — Pregunté con sorna, a medida que mi columna se curvaba hacia dentro, buscando de alguna manera achicarme para quedar sobre él apresada con las uñas en sus ropas. Las lágrimas se habían secado sobre mis mejillas, por lo que franjas rojas quedaban tatuadas. Tal parecía que el aura a nuestro alrededor estaba pesada, densa, tanto que no me dejaba pensar realmente. — Jamás me buscaste, ¿no es así? ¿Quieres que tenga pena por ti siendo que me he encontrado sola por tantos cientos de años? Yo… no me merecía lo que me hiciste. — Sentencié; en parte me hubiese gustado pedirle perdón por mis palabras anteriores, las cuales sabía perfectamente que eran una mentira, pero no había forma de hacer salir aquello, no por ahora al menos. Y de esa misma forma me separé de él, retorciéndome como una alimaña hasta poder quedar de pie, no había nada más para debatir y las intenciones de dejarme corromper un poco más, aunque seguían existiendo, se habían apagado como un fuego echado en cenizas. — Una linda visita, Svein. Ahora puedes irte por donde viniste, vete y sigue adorando a todo lo demás. Aquí no hay más espacio para ti. Porque como bien has dicho, aunque pudieses explicarme tu dolor, yo no podría entenderlo. No… no podría. — Negué apoyándome sobre la pared de piedra maciza, dejando deslizar mis uñas por allí en lo que una perfecta rajadura se hacía presente. Mis orbes color miel estaban volviendo a ese color habitual, latentes por el simple hecho de haber sentir la sangre caer, pero sin duda muertos, quizá un poco más que antes. Y dejé que el sosiego quedara sobre mi rostro, apoyando la frente sobre la humedad del muro, justo al lado de mi mano derecha. Parecía estar intentando recargarme, las energías de mi ser habían quedado agotadas. En otro momento, hubiese optado por retorcerme y gritar del odio; ahora sabía que eso no encontraría la solución al dolor que estaba atorándome.
Y fue una sonrisa la que reapareció en mi rostro, mostraba los dientes y entrecerraba los ojos, algo curiosa y a la vez un tanto demencial. Escucharlo era dañino, él sabía cada cosa que podía herirme profundamente, pues a pesar de que podía parecer completamente loca y que los años me hubiesen jugado en contra, seguía manteniendo la misma esencia que en un principio. Mordí mi labio inferior y suavemente deslice mis brazos alrededor de su pecho, apoyando el mentón en aquel pequeño hueco que hacía su esternón y alzando la vista esperé a que el momento de callar ajeno hiciera presencia. ¿Seguiría siendo la misma persona que equívocamente clava puñales? — ¿Tanto dolor? — Pregunté con sorna, a medida que mi columna se curvaba hacia dentro, buscando de alguna manera achicarme para quedar sobre él apresada con las uñas en sus ropas. Las lágrimas se habían secado sobre mis mejillas, por lo que franjas rojas quedaban tatuadas. Tal parecía que el aura a nuestro alrededor estaba pesada, densa, tanto que no me dejaba pensar realmente. — Jamás me buscaste, ¿no es así? ¿Quieres que tenga pena por ti siendo que me he encontrado sola por tantos cientos de años? Yo… no me merecía lo que me hiciste. — Sentencié; en parte me hubiese gustado pedirle perdón por mis palabras anteriores, las cuales sabía perfectamente que eran una mentira, pero no había forma de hacer salir aquello, no por ahora al menos. Y de esa misma forma me separé de él, retorciéndome como una alimaña hasta poder quedar de pie, no había nada más para debatir y las intenciones de dejarme corromper un poco más, aunque seguían existiendo, se habían apagado como un fuego echado en cenizas. — Una linda visita, Svein. Ahora puedes irte por donde viniste, vete y sigue adorando a todo lo demás. Aquí no hay más espacio para ti. Porque como bien has dicho, aunque pudieses explicarme tu dolor, yo no podría entenderlo. No… no podría. — Negué apoyándome sobre la pared de piedra maciza, dejando deslizar mis uñas por allí en lo que una perfecta rajadura se hacía presente. Mis orbes color miel estaban volviendo a ese color habitual, latentes por el simple hecho de haber sentir la sangre caer, pero sin duda muertos, quizá un poco más que antes. Y dejé que el sosiego quedara sobre mi rostro, apoyando la frente sobre la humedad del muro, justo al lado de mi mano derecha. Parecía estar intentando recargarme, las energías de mi ser habían quedado agotadas. En otro momento, hubiese optado por retorcerme y gritar del odio; ahora sabía que eso no encontraría la solución al dolor que estaba atorándome.
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Re: Shadow of miracles [Svein]
En cierta parte, sentía que sus uñas, sus palabras, su nariz, todo de ella, me estaban destruyendo pedazo por pedazo. Pero, por otra parte, algo en mi interior volvía a renacer, comenzaba nuevamente a sentir una calidez que alguna vez en el pasado fue algo parecido a la felicidad. Darina era, cuando humanos, la persona que me hacía más feliz entre todas las que había a mi alrededor, incluso que mi rey; y ahora, incluso cuando me torturaba con toda la intención, parte de mí comenzaba a sentir la dicha detenerla entre mis brazos. Pero, sin embargo, nuestra situación era irónica. Cada cual hacía sufrir al otro de maneras inconcebibles e imperdonables, nos encerrábamos cada uno en nuestro propio sufrimiento e ignorábamos el ajeno. Siempre habíamos sido así de disparejos, donde uno quería una cosa y el otro quería otra, tal y como ahora ella quería que me fuera y yo quería abrazarla. Pero si me quedaba abrazándola, yo sabía que ella no se iba a dejar y que volvería a iniciar aquel círculo vicioso en el que yo colapsaba y ella me hostigaba con palabras.- Muertos por mi mano… Aquel era mi temor. -Susurré con escasez de aire; un hilo débil y entristecido, como el quejido adolorido y asustado de un lobo con la cola entre las patas.
Ah, y entonces vino su sonrisa. Yo me quedé atónito, no tenía forma ya de continuar hablando. Tanta era la angustia que sentía que el cuerpo comenzaba a dolerme, contraído y con espasmos involuntarios e incontrolables. No tenía nada más ya que responderle; todo estaba dicho, seguir hablando nada más empeoraría todo: nuestras emociones, nuestras voluntades, nuestra relación, si es que quedaba aunque sea el recuerdo de una. Cerré los ojos, aferrándome al momento en que sentía sus brazos a mi alrededor, porque temía que fuera aquella la última vez. Quería recordar su tacto por siempre, no como aquel que anhelaba luego de no aprovechar el último abrazo que nos dimos, uno tan cálido con nuestros cuerpos vivos. Antes de que se separara de mi, después de todas sus palabras, pasé mis pulgares por sus mejillas para limpiárselas, estirando los brazos con mis manos que la seguían mientras se alejaba, sintiendo cómo se me escapaba nuevamente y mis manos caían derrotadas. Abrí los ojos para mirar mis manos, manchadas con la sangre seca de las lágrimas de mi esposa. Cerré los puños fuertemente mientras que las lágrimas me volvían a caer, dejando caer el rostro hacia adelante. Me sentía oprimido, sentía que de alguna manera, ella había hecho que yo sintiera que todos mis esfuerzos no hayan significado nada.
Tomé un respiro hondo para calmarme, pues si seguía así, podría estar horas. Hice todo lo que pude por recomponerme, de modo que pudiese ponerme de pie. Me tomó mucho esfuerzo, así como algo de tiempo, pero lo hice; entonce me apoyé en la pared opuesta a la que estaba mi esposa, limpié mi rostro de las lágrimas y luego limpié mis manos.- Sí te busqué, pero seguir contestándonos con cosas del pasado no va a cambiar nada. -Sentencié, tajando el tema hasta allí, sin querer ya darle más vueltas a nada. Miré su espalda unos segundos, melancólico y con la cabeza gacha.- Lo único que te puedo decir ahora y que es cierto, es que te amo. -Agregué, arreglándome las ropas como quien se arregla para despedirse e irse, pues eso era justamente lo que planeaba hacer.- Te amo, Darina, nunca dejé de hacerlo y nunca lo haré. Si quieres volver a mi, estar juntos nuevamente, por lo menos ya sabes dónde buscarme. O incluso si quieres asesinarme, igualmente seguiré estando aquí en París. -Terminé, enderezándome y, con una última mirada de soslayo, comencé a caminar para irme de allí con la intención de perder mis pasos a través de la ciudad. Ahora era inmune a cualquier sonido o estímulo que normalmente me enloquecería, nada más porque esa noche, ya había tocado fondo. Dejaba atrás, con ella, aquella calidez que por un momento sentí, pero que no volvería jamás, a menos que volviera ella.
Ah, y entonces vino su sonrisa. Yo me quedé atónito, no tenía forma ya de continuar hablando. Tanta era la angustia que sentía que el cuerpo comenzaba a dolerme, contraído y con espasmos involuntarios e incontrolables. No tenía nada más ya que responderle; todo estaba dicho, seguir hablando nada más empeoraría todo: nuestras emociones, nuestras voluntades, nuestra relación, si es que quedaba aunque sea el recuerdo de una. Cerré los ojos, aferrándome al momento en que sentía sus brazos a mi alrededor, porque temía que fuera aquella la última vez. Quería recordar su tacto por siempre, no como aquel que anhelaba luego de no aprovechar el último abrazo que nos dimos, uno tan cálido con nuestros cuerpos vivos. Antes de que se separara de mi, después de todas sus palabras, pasé mis pulgares por sus mejillas para limpiárselas, estirando los brazos con mis manos que la seguían mientras se alejaba, sintiendo cómo se me escapaba nuevamente y mis manos caían derrotadas. Abrí los ojos para mirar mis manos, manchadas con la sangre seca de las lágrimas de mi esposa. Cerré los puños fuertemente mientras que las lágrimas me volvían a caer, dejando caer el rostro hacia adelante. Me sentía oprimido, sentía que de alguna manera, ella había hecho que yo sintiera que todos mis esfuerzos no hayan significado nada.
Tomé un respiro hondo para calmarme, pues si seguía así, podría estar horas. Hice todo lo que pude por recomponerme, de modo que pudiese ponerme de pie. Me tomó mucho esfuerzo, así como algo de tiempo, pero lo hice; entonce me apoyé en la pared opuesta a la que estaba mi esposa, limpié mi rostro de las lágrimas y luego limpié mis manos.- Sí te busqué, pero seguir contestándonos con cosas del pasado no va a cambiar nada. -Sentencié, tajando el tema hasta allí, sin querer ya darle más vueltas a nada. Miré su espalda unos segundos, melancólico y con la cabeza gacha.- Lo único que te puedo decir ahora y que es cierto, es que te amo. -Agregué, arreglándome las ropas como quien se arregla para despedirse e irse, pues eso era justamente lo que planeaba hacer.- Te amo, Darina, nunca dejé de hacerlo y nunca lo haré. Si quieres volver a mi, estar juntos nuevamente, por lo menos ya sabes dónde buscarme. O incluso si quieres asesinarme, igualmente seguiré estando aquí en París. -Terminé, enderezándome y, con una última mirada de soslayo, comencé a caminar para irme de allí con la intención de perder mis pasos a través de la ciudad. Ahora era inmune a cualquier sonido o estímulo que normalmente me enloquecería, nada más porque esa noche, ya había tocado fondo. Dejaba atrás, con ella, aquella calidez que por un momento sentí, pero que no volvería jamás, a menos que volviera ella.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/06/2013
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