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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Danna Dianceht Miér Mayo 13, 2015 5:12 pm

Si hay algo que está destinado a suceder, sucederá.
—Virgilio —


Los cascos de los caballos eran lo único que llenaba el silencio del interior del carruaje. Hacía apenas una hora que habían salido del palacio Escocés y tras algún que otro inconveniente en el camino por el que tuvieron que detener la marcha, reemprendieron el camino tras unos minutos de regreso al ducado de los Dianceht. La duquesa que yacía en su interior, no tenía ánimo ni para observar a través del cristal de su compartimiento la lluvia que empezaba a caer. Su estado anímico era tan precario que únicamente por el bien del hijo que esperaba se había obligado a ingerir esos últimos días el alimento necesario para afrontar con un poco más de energía el parto que parecía en esos últimos días que pudiera ocurrir en cualquier momento. La gente en un intento de animarla y darle fuerzas le habían dicho que todo iría bien, pero Danna sabía en su interior que nada iba a salir bien. Por eso agradeció que aquella noche decidiese haber salido sin Aeryn, su doncella, ya que en la soledad del carruaje pudo llorar en silencio abrazando su vientre y en presencia de ella, tendría que haber fingido que todo estaba bien, cuando en nada era cierto aquello. Por un instante pensó que la lluvia acompañaba sus lágrimas y aquel pensamiento la hizo sentirse menos sola, logrando sonsacarle una breve y dulce sonrisa. La primera en mucho tiempo.

Un mes había pasado exactamente desde la desaparición de su amor. Un mes, que para la duquesa parecía una eternidad de desvelos y noches constantes con su nombre en sus labios. Su esposo había desaparecido, el oscuro no había regresado y aunque en las primeras semanas intentó ser fuerte y pensar en que él regresaría cuando menos se lo esperase y todo volvería a ser igual, nada así había sucedido. Así había caído a partir de la segunda semana sin saber nada de él, en una melancolía y tristeza arrolladora que la consumía. Ni una carta, ni un aviso de su partida y por cada día que no sabía nada de él los pensamientos de que pudo pasarle algo en el transcurso de alguna de sus misiones eran más fuerte en su mente. ¿Dónde podría estar? Se preguntaba incesantemente sin encontrar respuesta en sus desvelos más que su fría ausencia helándole los huesos. Ya había enviado cartas a Rusia preguntando por él y la respuesta había sido la que temía, tampoco se sabía nada de su presencia. Entonces… ¿Qué habría podido pasarle? Con la vuelta de Irina al trono los enemigos de ambas se habían multiplicado, pero aun así no creía que nadie quisiera hacerle daño a su esposo, a Adrik. No tenían motivos para hacerle nada y confiando con las habilidades de Adrik, sabía que no podrían haberle puesto una mano encima de no quererlo él. Luego estaba las habladurías que algunas malas lenguas susurraban por lo bajo, las que decían que el duque las había abandonado, pero si por algo daría la mano al fuego Danna era por el amor que él le tenía y a la hija que esperaban. Él no las habría abandonado, menos ahora que en los ocho meses de embarazo el parto iba a ser inminente. Demasiadas noches hablándole a la pequeña tumbado en la alcoba a su lado, como para pensar en que hubiera podido pensar en abandonarlas, en alejarse de ellas. No… él no haría algo como aquello. No una segunda vez y por ende cuando los pensamientos lúgubres como la muerte penetraban sus pensamientos, casi prefería pensar en que él las hubiera abandonado a pensar en que pudiera haberle pasado algo grave. Por qué de abandonarlas significaba que estaba aún vivo… pero de no regresar, podría significar la muerte. Y Danna lo último que quería era verlo sin vida, muerto, sin ninguna posibilidad de volver a verlo, de toparse con él y regresar al amparo de su oscura mirada.

Ahora todos los recuerdos los revivía constantemente y se los contaba a su pequeña mientras esperaba su regreso. Le era difícil dormir solas aquellas noches, y despertar y no encontrárselo viéndola dormir mientras la protegía de cualquier mal que pudiera intervenir en sus sueños. Por eso apenas dormía en las noches y se las pasaba en la biblioteca admirando el retrato que tenia de ambos junto al de su madre. Habían sido días difíciles y el embarazo avanzado no había ayudado en nada a paliar la situación. Las incomodidades eran constantes, su malhumor se había incrementado y las pesadillas en donde veía morir a su pequeño por ser incapaz de tenerlo, eran solo la primera de aquellas pesadillas que la atacaban constantemente. Y entre ellos, siempre aparecía él yéndose, alejándose de ambas.

Danna suspiró y soltando un quejido ante un bache del carruaje, se sujetó con más fuerza a su vientre presintiendo que los movimientos de su pequeña no eran normales. Llevaba unos minutos sin dejar de moverse y aquello la estaba preocupando, ya que no sería hasta llegar al castillo en que pudiese avisar a su médico para que fuera a cerciorarse de que todo estuviera correcto.

Aguanta pequeña ya pronto llegamos a casa. — Le susurró acariciando el vientre en un intento de tranquilizarla justo cuando el carruaje se detuvo bruscamente y se vio sacudida hacia adelante y hacía atrás sin poder mantenerse en equilibrio debido a su estado y a la sorpresa de aquel furtivo movimiento. Gimió de dolor cuando el carruaje se detuvo en seco y el sonido de la lluvia la silenció al tiempo que en el exterior se oía un intercambio de palabras en un tono no muy cordial. Por suerte había ido custodiada por sus guardias y dos guardias más que Irina le había dejado para su seguridad y la de su pequeña. Oyó las voces y se estremeció, la lluvia podría lograr ocultar los aromas ajenos pero aún con sus sentidos abolidos por el embarazo pudo reconocer que entre los que hablaban se encontraba un cambiante, lo que no le agradó en nada. Una patada en su vientre la hizo encogerse de dolor, algo no iba bien. —Ya mi amor, ya llegamos… solo aguanta un poco. No nos pasará nada, estaremos bien-n…—Pero sus palabras fueron silenciadas repentinamente cuando un grito rasgó la garganta de la duquesa al sentir un intenso dolor golpeando contra su útero. Se incorporó con miedo y entonces lo sintió. No hacía falta bajar la mirada para saberlo, acababa de romper aguas. Su pequeña iba a nacer y no estaba aún preparada. No sin él. Sin embargo no era lo único que estaba mal en esa noche, de pronto oyó un disparo y los gritos de los hombres le hicieron saber que algo iba mal. Si aquella noche no podía ir peor, descubriría que solo era el inicio de la tormenta que estaba a punto de acontecer.

Hemos caído en una emboscada, señora. —Gritó uno de los guardias que custodiaban el carruaje. La duquesa no comprendía nada, ¿Quién desearía verla muerta? ¿Y porque en este momento cuando su hijo había decidido salir al mundo? Se preguntó sin saber que hacer más que intentar controlar su respiración y ayudar a su pequeña a resistir, pero todo parecía ser en balde. Su pequeña no retrocedía y no parecía tener intención de hacerlo. Apretó los dientes y ahogó un alarido cuando una contracción la hizo soltar todo el aire de los pulmones. Sus manos se agarraron con fuerza contra todo lo que pudo en un intento de asimilar el dolor mientras todo a su alrededor parecía desmoronarse. Su pequeña iba a nacer esa noche, justo cuando sus enemigos la habían encontrado. Danna pensó erróneamente que tras la negación de Gerarld de asesinarla tardarían un poco más en reunir a expertos asesinos que pudieran ir contra ella, pero de nuevo se equivocaba. Ya estaban allí, y su niña para bien o para mal, había decidido nacer esa misma noche.
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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Alec Windsor Sáb Mayo 23, 2015 12:48 pm

Se estaba haciendo viejo. Lo tenía cada día más claro, puesto que hace diez años no habría tenido problemas en eliminar a Danna Dianceht. Pero desde que vio la posibilidad de aprovechar lo que la duquesa tenía en la cabeza descarto esa posibilidad. No habían sido pocas las veces desde su primer encuentro en que se preguntaba si no habría sido mejor meterle una bala en la cabeza. No es que la mujer le desagradase, en realidad hasta le resultaba entretenidamente ridícula. Aquellos pensamientos sobre las familias felices y el mor que podía haber entre marido y mujer parecían ser un pilar fundamental en su existencia. Ni si quiera cuando el propio Gerarld dejó clara la hipocresía que suponía su embarazo pareció resignarse a la realidad. No obstante, los recientes acontecimientos sí que eran mucho más reveladores. En cierto sentido, el cazador no podía negarse el placer de ver su reacción al saber que su tan amado matrimonio se estaba yendo a pique. Un marido que decía amarla desesperadamente había desaparecido, y no precisamente por haber llegado a la muerte de verdad. La verdad sea dicha, a él poco le importaban los entuertos románticos de la gente, pero ver como todo aquello que la mujer había defendido a capa y espada se moria lentamente en la pena y el abandono resultaba hasta divertido. Se suponía que su labor era quedarse en su castillo sentadita mano sobre mano hasta que aquel pequeño tumor al que llamaba hijo naciese berreante. De esa manera se podría asegurar que Gerarld había cumplido su palabra y que el bebe nacería a salvo y sin incidentes. Pero no, oh claro que no. La señorita tenía que saltarse el acuerdo a la torera y empezar a desplazarse por el país buscando a un hombre que, a todas luces, la había abandonado por una mujer mejor o una vida mejor, tanto daba.

Y así estaba, apostillado en uno de los cruces de caminos menos transitados de Escocia, oculto entre la vegetación con tal de mantener vigilado el carruaje donde ella viajaba, calentita y cómoda sin duda, simplemente por negarse a aceptar la realidad. Ahora mismo deseaba poder matarla el mismo, todo si no estuviese embarazada claro está. Como le había dicho a la mujer: los hijos no tenían culpa de los pecados de sus padres. El cazador suspiro al ver el carruaje asomar por la lejanía, siempre a un paso uniforme y con media docena de guardias protegiéndola, o al menos fingiendo que lo hacían. La mayoría de ellos estaban tan ensimismados en sus propios pensamientos que Gerarld podría haber matado a la ocupante del carruaje dos veces sin que nadie se diese cuenta. Durante un rato se planteó la posibilidad de dejar estar y marcharse. No le debía nada a Danna Dianceht que no le hubiese proporcionado ya, y tener que hacer de niñera no era algo que le resultase interesante. Como si alguien le hubiese oído, una figura menuda se posiciono delante del carruaje con una antorcha en la mano. El cazador, que sin pensarlo se había puesto en una posición de tensión para saltar a la mínima necesidad, observo con atención que diversas figuras se movían por entre el nutrido bosque, a ambos lados del transporte. – Maldita sea. – Se dio la vuelta a todo correr y subió por el tronco del árbol que tenía más cercano, usando las ramas como camino más apresurado, pues su instinto le informaba de lo que estaba a punto de ocurrir. La espada que colgaba a su espalda se balanceaba con su movimiento apresurado, mientras veía a uno de los guardias de la duquesa acercarse al raquítico hombre del camino. Antes siquiera de que pudiese pedirle que se apartase, aproximadamente una docena de hombres salieron despedidos de los bosques, tomando por sorpresa a los guardias y matándolos con hachas de leñador y cuchillos de trinchar. “Es una trampa como la copa de un pino.”

No solo era una emboscada, sino que además estaba planeada. Aquellos serian matones de segunda, pero desde luego sabían lo que hacían. No parecía que hubiese un líder claro, al menos por lo que podía apreciar desde su posición, pero al menos iban con una estrategia. Por muy licántropo que fuese, doce hombres armados serían suficientes para ocuparse de una única loba embarazada. Ya a la altura del carruaje, utilizo el tronco como punto de apoyo y salto hasta el techo del transporte, a tiempo de lanzarse sobre el primer hombre listo para abrir la puerta del carruaje. Los cuchillos bailaron delante del cazador, justo a tiempo para atravesarle la garganta al agresor. Desplomado ya en el suelo, sus compañeros empezaron a acercarse lentamente. No esperaban a un guardaespaldas más, y menos a uno que fuese vestido como él. El primero lo bastante valiente como para ir a por él se dio cuenta de su error enseguida. Los revólveres salieron de sus fundas a toda velocidad, disparando una, dos y tres veces en el pecho a su agresor. Después de eso todo fue una locura. Los asaltantes empezaron a venir a marchas forzadas, asestando golpes despiadadamente, gritando y maldiciendo cuando fallaban, y sufriendo en agonía cuando Gerarld les desgarraba el pecho, la garganta o les cercenaba algún miembro. Durante apenas diez minutos aquello se convirtió en el infierno, pero el cazador jamás se había sentido más vivo que cuando mataba a sus oponentes. Sin prisioneros, sin piedad. Al final, todos sus oponentes estaban tirados en el suelo, sangrando de lo poco intacto que les quedaba de su cuerpo. Gerarld resollaba por el esfuerzo, notando el sabor amargo de la sangre salpicada a su alrededor y dos gotas de sudor frio que le caían por la cara como si fuesen dos gotas más de la lluvia que inundaba el camino de barro. – No lo entiendo… - Era lo único que le venía a la mente. Quien quería muerto a la duquesa sin duda era el mismo que le había contratado, pero sabiendo cómo era él, ¿envía a solo una docena de gañanes? No tenía ningún sentido.

Dejando lo cuerpos en el suelo, pudriéndose lentamente bajo la lluvia, abrió la portezuela del carruaje. – Sin duda, duquesa, sois una mujer que solo das problemas. – Dijo justo antes de ver la imagen de lo que acontecía dentro. La mujer yacía en el asiento agarrándose la barriga y un gesto de dolor atroz le cruzaba el rostro. A sus pies un charco de lo que parecía agua manchaba los faldones de su vestido. - Esto tiene que ser una broma. – Se ponía de parto ¿ahora? ¿En serio? De todas las veces que podría haber ocurrido el bebe se tomaba la libertad en este momento nada menos. Si es que había que tener mala sangre. Iba a subirse en el carruaje cuando lo noto. Un trozo de metal, frio y afilado le cortaba el costado. Se dio la vuelta a toda velocidad para parar el siguiente ataque. El rostro que le miraba tenía los ojos vidriosos, sin vida. Los mismos de tipo al que había apuñalado al principio de la pelea. La herida en el cuello había dejado de sangrar, simplemente estaba ahí, sin afectarle lo más mínimo. El cazador dio una fuerte patada en el pecho al cadáver para alejarlo de él, justo lo suficiente como para desenvainar la espada y ver como, lentamente, los demás matones empezaban a levantarse, todos ellos muertos, sin duda, pero eso no parecía preocuparles. – Duquesa, mejor quedaos ahí dentro por ahora. Creo que esto va para largo.

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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Danna Dianceht Dom Mayo 24, 2015 7:49 pm

Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación.
—Henry David Thoreau —


¿Estaban todas las mujeres preparadas para los dolores del parto? La duquesa en algún momento creyó que sí, que su fuerza jugaría a su favor y que todo cuanto había soñado, la estampa perfecta para este día tan especial sería una realidad. Su amado sostendría su mano mientras los dolores harían de estragos su cuerpo. Podría gritar y estaba segura que el dolor sería superior al dolor que las nodrizas del pueblo le habían relatado en un intento de calmar sus nervios de primeriza. Los gritos serían una variable constante en las horas que durase el nacimiento de su hija, pero también había estado segura que las palabras de él y el amor que los unía, la ayudarían a soportar todo cuanto enfrentaran juntos. Aun cuando aquello fuese su propio cuerpo quien fuera a dañarla. Ya que, los músculos de su intimidad debían de extenderse hasta hacer cabida a la pequeña y no lo creía muy fácil, ni jamás lo había creído, pero realmente hasta ahora no había imaginado cuanto dolor podría producirse en ese lapsus de tiempo entre contracción y contracciones, las que se le hacían eternas. Y sin la mano de Adrik sosteniéndola fuerte, dándole fuerzas con que poder soportar el vendaval ante las primeras contracciones Danna se sintió morir. Una muerte dulce al pensar que su pequeña iba a nacer finalmente, pero muerte al fin y al cabo. Y aún más, cuando frente a su carruaje la sangre teñía el suelo y los gritos se hacían más cercanos, hasta extinguir los alaridos mortales de sus soldados cualquiera de los gemidos dolorosos que profirió. Sin ninguna duda podría decirse que ni en sus pesadillas, podría haber albergado situación semejante para el nacimiento de Diana; La primogénita y la futura heredera del ducado de los Dianceht.

Un sudor frío le bajó por la frente ante las siguientes contracciones y a pesar de que entre una y la otra habían minutos de diferencia en ningún momento dolieron menos, sino todo lo contrario. Cogió aire y lo expulsó todo en un gemido gutural entre aquellas cuatro paredes del carruaje. Por las sombras de las cortinas podía ver a los asesinos matando a sus soldados y por primera vez en mucho tiempo, paladeó el auténtico miedo. Aquel miedo que hiela las entrañas. El mismo que te incapacita para pensar y reaccionar, aquel que de tan profundo te moviliza, te pega los pies al suelo de lo que se sustenta. Y es que el que pudieran matar a su hija que estaba en camino de llegar a vivir, era lo único que le daba más miedo que la misma muerte y lo que la mantenía cautiva en aquel lugar mientras ante sus ojos la sangre salpicaba el camino. Sus manos se agarraron a su vientre y acariciándolo intentó calmar su respiración, conteniendo el dolor dentro de su psique para así poder pensar con un poco de claridad sin la agonía del miedo retumbando sus oídos. Los soldados gritaron entre sí dando órdenes para mantener a raya a sus contrincantes, pero resultó inútil. Todos fueron cayendo y los que no, se postraban en el suelo heridos de gravedad. Algunos sin algún que otro miembro y otros con los cráneos partidos bajo el peso del hacha de aquellos salvajes que habían ido a asesinarla.

¡Duquesa, huid ahora! — Gritó uno de los últimos soldados en caer bajo las botas ensangrentadas de sus enemigos. La silueta del agresor que había terminado con aquel mismo soldado acallándolo se definió tras la cortina que la separaba de toda aquella devastación y la duquesa tembló. No había ninguna arma en el compartimiento, ni elemento con el que pudiera defenderse mientras luchaba consigo misma, con su cuerpo para que la niña tardase un poco más en nacer, dejándole así un tiempo valioso en el que debería de huir de sus enemigos. ¿Pero cómo darles la espalda, cuando la tenían rodeada y en la mira? A este punto su destino parecía escrito e inexpugnable. Sus enemigos habían dado un golpe magistral y todos parecían saberlo, poder oler la victoria. Entonces sucedió el milagro. Uno de los atacantes se acercó a su compuerta y antes que la tocase el hombre titubeó y terminó de un momento a otro postrado en el suelo con la cabeza bien lejos de sus hombros. ¡Gerarld! Exclamó en su mente aguantando en silencio la siguiente contracción al llegar a sus sentidos el aura conocida del cazador. ¿Qué hacia él allí? Intentó preguntarse, desistiendo al acto de pensar cuando su hija requería todo su control y su voluntad. Debía de alargar el momento, retardarlo como pudiese por el bien de ambas. Aunque la pequeña parecía no querer colaborar mucho en esa empresa.

Por los siguientes diez minutos intentó relajar su cuerpo en la medida de lo posible. Su respiración se calmó, se normalizó y justo cuando creyó que el dolor remitía, este regresó doblando su cuerpo con fuerza por el dolor atroz del parto. En el exterior de pronto todo quedó en silencio y Danna celebró la victoria de Gerarld al verle. Sonrió y a los pocos segundos el rostro volvió a ser una estampa llena de dolor. La niña no cedía y la adrenalina de la licantropía corriendo por su madre, no parecía muy alentador en lo de calmar y ralentizar el proceso.

Podría parecerlo… pero te aseguro que no lo es. —Gruñó dolorida agarrándose a su vientre sin saber qué hacer para calmar a su pequeña, ni para calmar sus nervios. Intentó sonreir al verlo, pero fue imposible. El dolor era tan atroz que solo podía concentrarse en aguantar y en hacer como le habían relatado. Todo consistía en relajarse y dejar hacer su cuerpo pero todo esto era nuevo para ella y no le resultaba facil, como también para Gerarld supuso al verle el rostro por unos segundos en que pudo fijarse en sus duros y serios rasgos. La sangre bañaba sus facciones y en cuanto regresó a salir para enfrentarse a sus enemigos de nuevo, la duquesa gimió desesperada. Solo necesitaba que alguien la agarrase de la mano, que alguien la mantuviera cuerda y al contrario de todo esto, la situación que vivía no era para nada cuerda. ¿En qué momento los muertos se levantaban? Se preguntó observando por la otra ventana como los muertos no únicamente buscaban enfrentarse con Gerarld; si no qué dos de ellos, daban la vuelta al carruaje en la búsqueda de la puerta contraria que les diera acceso a la duquesa que tenían que darle muerte. Alguien debía guiarlos desde la distancia y controlarlos.

Esto debe de ser obra de algún nigromante… ¡Tiene que estar por aquí, controlándolos…! —Gritó al tener la respuesta en medio una nueva contracción, y un nuevo choque de la espada de Gerarld contra la carne no muerta de los cadáveres resonó por el camino en el que se encontraban cercados por aquellos cadáveres. El olor a sangre impregnó todo el aire a pesar de la fría lluvia que caía sobre ellos, el olor a muerte perduraba. La duquesa cerró los ojos controlando las naúseas y los nervios e intentó calmar a su pequeña y fortalecerse. No podría seguir siempre allí resguardada, faltaban segundos para que tuviera que defenderse.— Pequeña aguanta… por favor, te necesito conmigo. Aguanta y lo haremos juntas, nuestra primera batalla ¿Me oyes? —Susurró a su hija en su vientre esperando que su voz la relajase y así le diera un poco de aquella paz que ahora necesitaba. —Nosotras podemos… estaremos bien. Solo necesito que me des fuerzas y que esperes…ahora no salgas, no es el momento, por favor, espérate... ayudáme.

Siseó entre dientes tras un nuevo golpe bajo y agarrándose de la barriga se posicionó frente a la otra puerta de su compartimiento donde los dos cadáveres se le acercaban lentamente pero con decisión. Iban directamente a matarla, pero no lo conseguirían;  le prometió a su hija, al mismo tiempo en que abría con decisión la puerta decidida a enfrentarlos antes que dejar que la matasen sin ninguna resistencia de su parte. El movimiento de Danna dejó a los no-muertos confundidos y mientras las manos de la licantropa fueron al cuello de uno de ellos que no tenía ninguna arma visible con la fría determinación de rompérselo, el otro fue decapitado de un momento a otro por uno de los soldados heridos de su guardia personal que parecía haber sobrevivido al ataque. La espada separó la cabeza del cuerpo y el cadáver pareció quedarse estático, inmóvil, dándole entonces la respuesta que necesitaban. Tenían que cortarle el cuello de forma que no pudieran levantarse y no fueran lo suficientemente fuertes como para que el brujo los moviera y usara a su antojo.

¡A la cabeza! ¡Hay que cortar sus cabezas!— Gritó el soldado herido a Gerarld que seguía combatiendo. — Y duquesa, ¡huid! ¡Poneos a salvo! ¿A qué esperáis? ¡IROS!

Esas palabras hicieron reaccionar a Danna. Rápidamente dejó el cuello del muerto que había quebrado con sus propias manos y tomando del cuerpo un cuchillo que encontró, se alejó por la parte en la que el guardia herido le señalaba. Apenas se alejó de donde combatían que demasiado absorta en su propio dolor y en sus esfuerzos por resistir el parto inminente, cayó de rodillas en el pasto húmedo del bosque mientras la lluvia se volvía tormenta sobre sus cabezas. Respiró hondo y sus instintos le avisaron de que algo iba mal. Su mano acarició su vientre buscando a su pequeña hija y cuando la sintió moverse en su vientre colocándose se alegró de que todo con ella estuviese bien. Sin embargo, tras comprobar el estado de su pequeña solo quedaba una última opción. Si el peligro no provenía de su hija, vendría del exterior. Y esto solo complicaba las cosas. Alguien se acercaba veloz hacia ella, lo sentía y lo único que podía hacer era correr mientras las contracciones no fueran más seguidas, lo que por como había evolucionado su estado, no tardaría mucho en suceder. Y entonces cometería dos errores, el primero; haberse alejado de Gerarld, y el segundo;  enfrentarse cara a cara en su precario estado con el animal que le estaba dando caza. Y en aquel segundo caso, solo le quedaba ganar. Ganar y vivir para contarlo.
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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Alec Windsor Dom Jul 26, 2015 4:27 am

“Esto no va bien.” En realidad, era una forma muy suave de describir cómo estaba la situación en ese momento, pues todas las alarmas de su cerebro estaban completamente locas, gritando a pleno pulmón que saliese de allí lo más pronto posible. No obstante, trato por todos los medios de mantenerse sereno, de controlar su respiración; no solo porque eso fuese lo que lo caracterizaba como ejecutor, sino porque el pánico y la locura solo llevaban a la muerte. Gerarld no era de los que se quedaba luchando batallas perdidas por algo tan simple como el honor o la gloria del combate. Esas ideas tenía muy claras que estaban olvidadas desde que paso la edad media. No, el usaba la cabeza. Sabía que su situación era deplorable ahora mismo, pero sus capacidades seguían intactas a pesar de todo, y ni si quieras la sangre palpitándole en el costado eran suficientes como para que estas mermasen. No era la peor herida que había recibido ni de lejos, así que no se dejaría llevar por nada que no fuese su férrea voluntad ni su deseo de acabar con todos los que metieran en su camino. Mirando fijamente a los hombres que le rodeaban ahora supo que no podía hacer lo que hacía normalmente: mantener el sigilo y dar una muerte rápida para las parcas. De alguna manera, su antiguo empleador se las había apañado para contratar a alguien lo bastante hábil como para suponer un problema, alguien que permanecía oculto mientras sus marionetas hacían el trabajo. No podía evitar pensar que la estrategia era inteligente, sobre todo porque no suponía riesgo alguno para él/ella, solo tenía que sentarse en una roca y esperar a que sus siervos le llevasen la cabeza de la duquesa de escocia. Su plan había sido más que brillante, salvo por un defecto: Gerarld estaba allí.

No era la primera vez que se topaba con un brujo. De hecho, puede que fuesen los sobrenaturales mas problemáticos del mundo. Tanto los vampiros como los lobos tenían una debilidad clara, y sus poderes no dejaban de ser unos u otros. Sin embargo, los brujos tenían una amplia gama de poderes que variaban de uno a otro, y lo que era peor es que incluso dentro de esas ramas, algunos brujos eran capaces de alcanzar niveles mucho mas altos de los de otros congéneres, por lo que determinar el alcance de su poder era demasiado complicado. En este caso, un nigromante, se trataba de alguien con control de masas: un marionetista. Había visto ese poder antes, en su guía de referencia había varios brujos con tal poder, personas capaces de controlar cuerpos vacíos como títeres para que hiciesen su voluntad. Evidentemente este no era un novato, pues controlar tantos cuerpos era impresionante, pero también debía de estar costándole toda su magia, por lo que estaría en alguna parte escondido y a salvo. Gerarld empezó a pensar: claramente no podía encontrar al brujo con todas las marionetas centrándose en él, la única opción era librarse de los matones para que el brujo se viese obligado a moverse, pero ahí también había un riesgo: cada vez que eliminase a un títere, el brujo podía poner más magia y control en los otros, por lo que sería mucho mas difícil matarlos. A pesar de eso, Gerarld no tenía alternativa, debía ocuparse de ellos rápido y sin compasión, o nunca saldría de allí, y menos la fuente de problemas inagotables que gritaba en el carruaje a su espalda. En ese momento fue cuando la duquesa grito su mas que irrelevante opinión. -  Que gran deducción. – Dijo con evidente sarcasmo. Como si no lo hubiese pensado media hora antes que ella. – Permaneced en el carruaje y no os mováis. Y a ser posible, que no salga nada de vos todavía. – Dios y con el bebe en camino.  El cazador empezaba a arrepentirse de no haberle metido una bala en la cabeza a la mujer hace dos meses.

Por desgracia, la naturaleza del pánico ya había hecho su efecto. El último miembro de la escolta de la duquesa tuvo que hacer que todo saliese mal. Gerarld podía controlar a un grupo, pero siempre que la duquesa permaneciese junto a él. Si se marchaba, los títeres se repartirían para mantenerlo ocupado y matarla al mismo tiempo, era pedir a gritos que la matasen. - ¡¿Pero qué haces idiota?! – Le grito al guardia mientras veía como la duquesa se tambaleaba para salir corriendo entre los árboles. Ahora sí que la habían hecho buena. Estaba a punto de salir corriendo tras la loba cuando dos cadáveres le cortaron el paso, su espada bailo por delante de él, cortando y despedazando. El primer cuerpo cayo muy rápido, la cabeza separada del cuerpo, pero el segundo logro esquivar el golpe decisivo y contraatacó. Sus movimientos se hacían más precisos, tal y como él había predicho, pero aun así cayo rápidamente tras dos estocadas más. No sabía si pasaron diez segundos o dos minutos, pero cuando quiso darse cuenta ya quedaban cuatro marionetas menos. La herida del costado le palpitaba, pero no le importaba, debía de alejar el dolor de su mente y centrarse en el problema. El siguiente enemigo apareció y murió con la misma rapidez, pero el siguiente contraatacó con un hacha de leñador. Gerarld giro sobre sí mismo para esquivar la hoja justo a tiempo, y de un mandoble rápido corto el brazo del contrincante a la altura del codo, apoyo pie de nuevo y remato clavando un cuchillo en el ojo del enemigo. Quedaban cinco. Los tres siguientes se fueron haciendo más complicados, cada cabeza que abandonaba era como sumar fuerzas a los demás. Cuando por fin quedaba solo uno, el cazador estaba resollando y a punto de desplomarse. Cuando finalmente vio una oportunidad, no la desperdicio. Esquivo un último golpe del cuchillo de la marioneta y, de un rápido movimiento, la espada corto la cabeza como un cuchillo la mantequilla.  

El claro era un reguero de cadáveres, todos ellos sin cabeza y algún que otro miembro de menos. El guardia inútil ya había muerto, como era evidente y no le molesto lo mas mínimo que así fuese. Ese estúpido le había generado más problemas que ayuda, y ahora quedaba la parte mas complicada: eliminar al brujo. Armándose de fuerzas, las que le quedaban, envaino la espada a su espalda y salió corriendo como pudo hacia el bosque, en dirección a la duquesa. La maleza era demasiado espesa, y no podía ver nada, pero era consciente de por donde había ido la mujer, pues parecía que no había sido capaz de pasar sin romper hasta la última rama que hubiese en su camino. Siguió corriendo hasta que oyó la voz, unos diez metros por delante. – Os habéis hecho derrogar, mujer. No esperaba que mis marionetas fracasasen tan rápido, pero no importa. Ya habéis terminado. – Gerarld reacciono rápido, saco el hacha de su cinturón y, sin pensar siquiera, la lanzo con todas sus fuerzas hacia donde provenía la voz. Un ruido seco y un cuerpo cayendo. Camino entre la maleza hasta llegar al claro, donde vio al brujo, un andrajoso hombre que parecía haber conocido tiempos mejores y que ahora yacía en el suelo, con los ojos desorbitados, y el hacha del cazador sobresaliéndole de la espalda.  – Que incivilizado. – Dijo mientras le arrancaba el arma de su carne muerta y miraba a la mujer. – La próxima vez que diga que os quedéis quieta, hacedme caso.
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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Danna Dianceht Jue Jul 30, 2015 2:34 pm

El dolor es lo único que nos hace saber que aun estamos vivos.
—Anónimo —


Corría un viento muy fresco que provenía de las montañas y en cuanto más se adentraba al bosque, el aire se volvía mas helador, arañándole constantemente el rostro a la duquesa que con todas sus fuerzas intentaba seguir. En el cielo cruzaban nubes grisáceas y cada vez la noche se hacía más oscura, mostrando una estampa propia la de una gran tormenta y los truenos eran el aviso de que aún lo peor estaba por llegar. Por el momento solo había llegado la intensa lluvia hacia las proximidades del ducado, no obstante la tormenta ya estaba cruzando las montañas del norte y el tiempo corría en su contra. Sería muy peligroso dar a luz en medio del vendaban de una fuerte tormenta pero ahora mismo otras complicaciones ocupaban la mente de la licantropa que corría como podía por aquel suelo empapado y traicionero sobre el que sus pies se movían. La lluvia había embalsado lagunas de agua por doquier y sus pies resbalaban por aquel terreno irregular en su huida. Su respiración se tornó dificultosa y apresurada mientras todos sus instintos la impelían a seguir corriendo a pesar de saber que como más se alejase, menos posibilidades habría de que Gerarld llegase hasta ella. No obstante, tras ella sentía una mirada extremadamente oscura, perversa que seguía cada uno de sus pasos. En otras circunstancias habría esperado tener delante al hombre que la seguía y habría contraatacado, pero con su hija demandando salir y el parto tan cercano, con sus nervios a flor de piel le era imposible. No podría contraatacar sin poner en riesgo la vida de su pequeña, por ello su única carta era correr, alejarse e intentar despistarle. Lo cual  pasado unos minutos pareció completamente en vano, él seguía como un perro de caza cada uno de sus movimientos.

Mordió sus labios con fuerza acallando el gemido de dolor cuando una nueva contracción la hizo soltar abruptamente el aliento. Su corazón bombeaba acelerado forzando su cuerpo a continuar y la mente de la duquesa intentaba solo pensar en el camino que le quedaba por delante. Entre contracción y contracción aún pasaban unos míseros minutos los que podía aprovechar para erguirse y seguir alejándose. Sus pies la llevaban dando tumbos a ciegas por entre los árboles, y sin saber cuánto tiempo pasó en su huida al final cayó contra el suelo sin fuerzas. Sus manos amortiguaron el golpe y con esfuerzo se recostó contra el tronco húmedo de un árbol. Volvía el intenso dolor a hacerle corcovear su cuerpo y esta vez no fue suficiente acallar el grito de dolor mordiéndose los labios, gritó expulsando el aire de sus pulmones. Tomando aire de nuevo se encontró con que le era imposible acallar el dolor y meciéndose con las manos el vientre esperó a que alguno de los dos —su asesino o Gerarld—la encontrase primero. Llegó un momento en el que la lluvia se volvió cegadora, casi violenta y el dolor se volvió insoportable. Danna sentía su garganta al rojo vivo y aún no había sucedido lo peor. Con el cuerpo tenso ante el invite de las nuevas contracciones que se presentaron más seguidas, apretó la mano clavándose las uñas resistiendo. Era horrible, sentía todo su cuerpo como lava viva y en medio de aquel caos y a pesar de la cortina de agua que la ocultaba, aquella oscura mirada regresó a ella. Miró adelante, enfocó la mirada y allí le encontró; un señor se le acercaba con pasos seguros.

Intentó recular y terminó más contra el tronco del árbol. En aquel momento odió no tener ninguna arma a mano, en su momento podría haberla tomado del guardián que la había dejado salirse del carruaje y sin embargo, había escapado sin llevarse nada con que protegerse. Ahora solo podría confiar en sus habilidades de licantropa y esperar a tener suerte, pues su objetivo era dejarle acercarse hasta que este cayera sobre ella y entonces de un golpe directo a su pecho, llegar a su corazón antes de que él la matase, a ella y a su hija. Sintió su hija moverse y de nuevo una contracción la hizo jadear y gruñir furiosa. ¿Por qué siempre le pasaban esas cosas a ella? El brujo que se le acercó poseía una sonrisa tenebrosa, casi macabra y sus dientes oscuros demostraban el nulo cuidado de su cuerpo. Solo tenía el rostro pálido, casi como el de un muerto y casi pareció ser él uno de aquellos muertos vivientes que un ser vivo. ¡Alejaros! ¡Alejaros! Gritó en su mente en lo que un nuevo gemido la hacía buscar aire que llevarse a sus pulmones desesperadamente. Los ojos se le llenaban de lágrimas y de forma borrosa siguió atentamente al brujo hasta que este se mostró completamente ante ella al llegar al claro en el que ella se hallaba escondida.

Os habéis hecho derogar, mujer. No esperaba que mis marionetas fracasasen tan rápido, pero no importa. Ya habéis terminado. – Mencionó petulante mostrando uno de los puñales que llevaba en su mano y con el que pensaba llevarse la vida de la duquesa. Danna gruñó e irguiéndose esperó a que él la afrentara para lanzarse sobre él e intentar vencerle. Sus números de ganar eran muy bajos y era consciente de ello, pero no se iba a rendir. Sintiendo la adrenalina corriendo por su cuerpo cuando él se acercó una de las peores contracciones hasta el momento se apoderó de ella y de su voluntad y cayó al suelo de nuevo justo cuando un hacha alcanzaba al brujo y frente a ella —y bajo su sorpresa— se desplomaba a un lado, rodando el cuerpo metros lejos de ellas. Gerarld había llegado a tiempo y con una sonrisa que no tardó en desaparecer por una mueca tensa, descansó por primera vez esa noche su cuerpo para prepararse. Estaba cerca, ya en su interior sentía los músculos separándose, dejando espacio para su hija.

Esperemos no haya otra vez, Gerarld. —Respondió con visibles esfuerzos por hablarle, esperando que aquella fuera una experiencia que no volviera a pasarle en lo que le quedaba de vida. Por suerte, dar a luz a un hijo en medio de una tormenta no parecía  que fuera a repetirse, aún menos con una emboscada y unos asesinos tras la madre encinta. De nuevo la duquesa cerró los ojos con fuerza y dejó que la presencia del cazador calmase sus nervios mientras este sacaba el hacha del cuerpo del muerto. Respiró de forma fuerte y exhaló aire tras el que llegó un nuevo grito y esta vez incluso su cuerpo se arqueó buscando escapar de la mortífera sensación que parecía doblarla y partirla por la mitad. —Llegasteis a tiempo… Creo llegó la hora. Mi pequeña ya viene... ya viene, va a nacer.— dijo tras unos segundos entre dientes debido al esfuerzo que seguía haciendo por contener el dolor que la estaba matando. La tormenta no había amainado, todo lo contrario, parecía que esta se estuviera librando de sus demonios justo en la cabeza de ambos. Cuando Gerarld llegó a su lado, abrió finalmente sus ojos llorosos y repasó su cuerpo y ropas para saber cuántas heridas y de cuanta gravedad había sufrido el cazador por ella. Estaba lleno de cortes y contusiones, sus ropas estaban completamente manchadas de sangre, sin embargo, excepto la herida del costado las demás no parecían ser muy aparatosas. —Siento mucho vuestras heridas. —Susurró con voz temblorosa y débil — ¿Estáis bien?— Y tras aquella pregunta un nuevo rayo la partió en dos a causa del dolor y esta vez, no pudo contenerse. Gritó a la tormenta con todas sus fuerzas y en su mente gritó a su amado; a aquel que había desaparecido y tanto se moría por ver de nuevo. A aquel que ya solo veía en sus pensamientos y en las ilusiones de su mente. El mundo se cernía sobre ella y solo la dicha de tener entre sus brazos a su pequeña y el susurro lejano de una voz conocida en su cabeza lograron revitalizarla. Aún quedaba tanto... y era tanto el dolor.
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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Alec Windsor Mar Sep 29, 2015 7:30 am

A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.
-Alphonse de Lamartine.-

Los había subestimado. Desde que aquellos simplones le contratasen para eliminar a la duquesa se había figurado que contratarían a alguien para acabar el trabajo. En cierto sentido lamentaba decir que habían sido muy imaginativos. Los brujos en su mayoría tenían habilidades que pasaban desapercibidas y siempre resultaba difícil identificarlos, por lo menos más que a otros sobrenaturales. Sin embargo, este en concreto había sido incluso más ingenioso. Usar aves de rapiña como distracción para acabar con la morralla de la escolta y que, si por lo que sea morían, seguían siendo útiles sin la necesidad de pagarles recompensa alguna. El cazador tenía claro que, de no haber tenido la precaución de vigilar a la imprudente condesa, ahora estaría degollada en su carruaje. ¿Sería una noticia tan mala? Posiblemente no. La verdad es que Danna le generaba más problemas que beneficios, por lo que tenía claro que, después de esa noche, no volvería a tener en cuenta su seguridad. Ya tenía bastantes problemas como para tener controlada a una niña malcriada que pretendía hacer siempre lo correcto, por muy estúpido que esto fuese. La corrección y la supuesta justicia de la mujer no era mas que una excusa mas para que alguien la matase. Y estando embarazada además. Aquello solo aumentaba la convicción de Gerarld de que la maternidad no suponía nada diferente a lo que supuso para él. Cero. Las madres decían querer a sus hijos, y los padres suponía que también, pero luego no se preocupaban realmente por nada. Aquella niña ni si quiera había nacido y sus padres ya la estaban condenando a una vida de persecución, asesinatos y sangre que no podrían controlar. La humanidad debería esterilizarse y asi se irían apagando poco a poco, pero seguro que tendría menos trabajo. Nunca se había preocupado por la vida de la gente, salvo de la suya, asi que este no seria un problema. En lo que a la muerte se refería, Gerarld siempre seria neutral, pues la parca llega a todos, solo es cuestión de cuando y donde. Y la próxima vez, no la pararía para Danna Dianceht.

¿Esperemos que no haya otra vez? Eso era como pedirle al sol que no quemase los ojos de todo aquel que lo mirase fijamente. Su personalidad no era la de alguien precavido, y mucho menos de los que se toman en serio la seguridad y la supervivencia. Oooh no, ese papel se lo deja a otros. – No sé porqué, pero me da la impresión de que la habrá. – Dios, como demonios iba a salir de allí, la herida del costado le palpitaba seguía sangrándole, no es que fuese demasiado profunda, pero igualmente si no cortaba la hemorragia podía estar en problemas, mas aun cuando ese bebe tenía la mala saña de venir al mundo. – Vale… puede que duela, pero antes de ayudaros, vais a tener que hacer algo por mí. – Dijo quitándose la chaqueta del su traje de ejecutor y dejando a la vista la camisa sangrante. Rasgo el traje con la ayuda de uno de sus cuchillos y se la dio a la duquesa. – Tengo que parar la hemorragia o me desmayare antes que vos, así que apretad. – Por mucho que le doliese, no podría anudad bien la venda sin que se le abriese mas la herida, y como que ayudar a un bebe a punto de nacer medio mareado por la pérdida de sangre no podía ser un buen plan. Aquello era un plan torpe, desprovisto de toda precisión de la que llevaba alardeando desde hacia mas de una década, pero desgraciadamente no tenía mas remedio. Había hecho un contrato con tal de mantener a esa insana mujer viva, y a su hija con ella. Gerarld seria muchas cosas, pero nunca había faltado a un contrato, y no tenia pensado empezar ahora.

- Dejad de lloriquear. – Dijo con excesiva brusquedad cuando le pregunto por sus heridas. No necesitaba de su compasión ni de su preocupación. Antes necesitaba que se comportase como esa supuesta líder fuerte de la que tanto presumían sus arrendatarios. – A partir de este momento, vais a comportaros como una adulta, al menos si queréis que esa mocosa llegue entera a este mundo. – Ya con el vendaje reforzado, el cazador tenia que ponerse brusco, necesitaba que la adrenalina le siguiese manteniendo despierto, atento y con los cinco sentidos agudos, porque lo que estaba a punto de llegar ni era ni por asomo algo a lo que estuviese acostumbrado. Hizo que la duquesa se recostase de nuevo contra aquel árbol, y desplazo sus piernas mas hacia delante. A continuación, tomo uno de sus cuchillos, aun limpio, para abrir en canal la tela de aquel vestido tan estirado y pesado, dejándolo abierto lo bastante como para poder ver lo que había debajo. – Y creer que esta era la parte que jamás pensé que vería de ti. – Creía que después de semejante visión, ya era el momento de llamarla por su nombre, independientemente de su título. Desgraciadamente, la broma de Gerarld quedo en saco roto cuando vio lo que tenía delante. Ciertamente la mujer había roto aguas y estaba lista para el parto, pero esto no se parecía en nada a lo que había visto allá en los burdeles de Gwinvere. En teoría, la cabeza del bebe debería de esta asomando, pero no era así en absoluto, si siquiera había el más leve rastro. Gerarld se inclinó hacia delante, tocando la barriga de la mujer mientras sentía el sudor, o el agua de la tormenta no estaba muy seguro, cayéndole por la cara. – Mierda…. – No había mejor forma de describirlo, pues el tacto le demostraba lo que su mente ya se imaginaba: la niña estaba en posición horizontal.

- Tenemos un problema... – Y eso era quedarse muy corto. Había oído a algunos sanadores y matronas hablar de aquellos casos, momentos en los que a la hora de parir, algún tipo de contusión o movimiento brusco hacían que el bebe se desplazase a una posición imposible. El problema es que no tenía ni idea de como arreglarlo. – El bebe está mal colocado, no puedo sacarlo. – Corrección, no podía sacarlo sin matarlo, pues la única manera de que se le ocurría era meter la mano por el conducto dilatado y sacarla por la fuerza, pero eso solo la mataría, podría partirle el cuello en el proceso. - Por favor decidme que una matrona os preparo para situaciones como esta. – Era eso o no tendrían mas opciones que esperar a que la niña se ahogase en el vientre de su madre. La tormenta parecia estar cogiendo potencia, como si aumentase a medida que la desesperación se les escapaba de las manos. Ya no tenia nada mas que hacer, porque era algo que no entendía ni sabía controlar.
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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Danna Dianceht Lun Oct 26, 2015 6:27 am

Ningún lenguaje puede expresar el poder y la belleza,
y el heroísmo, y la majestad del amor de una madre.

—Edwin Hubbel Chapin —



La lluvia era incesante, cuando parecía terminar, regresaba con más fuerza silenciando todo a su paso. Ya el bosque se había quedado mudo, excepto por los truenos y relámpagos que alumbraban la oscura noche lluviosa. Ni un alma, ni una sombra se movía por aquel paraje inundado del agua de la tormenta. Cada mamífero se encontraba en su madriguera o a salvo de aquella frenética tempestad, las aves en las ramas de los arboles resistían los envites del fuerte viento que con violencia sacudía los árboles y sus ramas, otras con otras. Reptiles e incluso, los peces también se habían escondido de aquella violencia que cada vez iba a más, crecía y crecía como un volcán en erupción que no tiene final. Algunos campos se inundarían, los lagos crecerían y con ellos los ríos. Nada, ni nadie parecía poder escapar de aquella noche. Toda Escocia debía estar siendo atacada por aquel vendaval de feroces intenciones y por feroz, la lucha que la duquesa de ese mismo país luchaba contra el tiempo para dar a luz a la joven que sería su más grandiosa salvación.

El agua que surcaba su rostro y el del cazador no parecía detenerles, sino todo lo contrario. La tormenta le entregaba fuerzas a la licántropa a resistir, sintiéndose menos sola como si aquella lluvia fuera un regalo del cielo para ayudarla. El agua los refrescaba y los limpiaba y los truenos a la par de los gritos de Danna, resonaban por el cielo silenciando los esfuerzos de la madre por llevar al mundo su pequeña. En todo momento Danna ayudó primero a Gerarld, apretándole fuerte la venda en la herida sabiendo que de debilitarse, podría su hija no salir de esa noche con vida. Ahogó un jadeo cuando una de las contracciones le vino al tirar fuertemente de la venda y atarle, y al finalizar regresó contra el tronco en el que se apoyaba, exhausta. Las contracciones venían más seguidas, debía quedar poco, muy poco… pero aún no era el momento. Sus lágrimas se confundían con el torrencial de lluvia y siguiendo, escuchando las directrices del cazador, asintió apretando los dientes cuando en aquel momento una nueva contracción logró que su cuerpo temblara del dolor. Aquello no parecía normal, se dijo la duquesa alarmada de pronto. El dolor era constante y podía sentirse preparada para el parto, pero ¿Y porque no nacía? Cerró los ojos y evitando mirar a quien se encontraba entre sus piernas asistiéndola al parto, se permitió sonreír al oírle. Ella tampoco se lo hubiese imaginado asistiéndola en el nacimiento de la pequeña y futura duquesa quizás de Escocia.

Debe vivir…debe hacerlo. No hemos llegado hasta aquí para perderla. —Contestó regresando su mirada a la de él, mientras hundía sus manos en la tierra y se agarraba a ella con fuerza, conteniendo aquel intenso dolor que la hacía doblarse en su interior. Sentía como su interior en cada contracción de su cuerpo, se rasgaba, se contraía. Se mordió el labio con fuerza y respirando fuerte, intentado calmarse al sentir las manos de Gerarld sobre su vientre miró hacia el cielo. Por unos segundos la oscura noche se tranquilizó y la madre primeriza sonrío con aquella paz. Las nubes eran oscuras, pero después de la tormenta estaba segura llegaría la calma en sus tierras y en su vida. Ahora solo debía luchar y guerrear contra todo pronóstico y destino para salir indemne de esa situación, con su hija en brazos. Tan pronto, la voz de Gerarld irrumpió aquella calma el cielo se alumbró con los relámpagos de nuevo. El cielo estalló con violencia sobre sus cabezas y Danna, oyó dos corazones acelerados. El propio y el de su hija. Los corazones iban dispares, pero mientras el suyo parecía poder pasar de aquella noche, el otro corazón parecía un pequeño colibrí batiendo sus alas. Sonaba rápido y a trompicones. ¿Por qué? Se preguntó tocándose inmediatamente el vientre buscando a su hija sin nacer allí atrapada. Palpó su vientre buscándola y cuando entendió y asimiló las palabras de Gerarld, deseó morirse con ella.

Las nodrizas jamás cuentan estos secretos, por eso son tan importantes. —Dijo en un susurro roto, como el cielo que sobre ellos se rompía en un sinfín de luces y truenos. —No me preparé para tenerla en medio un bosque, y ya no tenemos tiempo. No podemos regresar al castillo.

Conocía los riesgos para su pequeña si entraba en pánico o en un estado nervioso. Cualquier momento en que se alterase podría perjudicarla y su corazón acelerado solo hacía que bombear la sangre más rápido, ahogando a su pequeña que no lograba salir de allí, pero era imposible permanecer tranquila cuando todo su mundo se le venía encima. Con las manos apretó por su vientre buscando la forma de hacer mover al pequeño cuerpo de su hija hacia el conducto de salida. Cada movimiento dolía como el infierno. Gritó de dolor cuando con todas sus fuerzas intentó hacerla moverse de allí. Procuró ir con cuidado. Allá donde palpaba y hacia fuerzas haciendo caso omiso del cazador, siempre era lejos del cuerpo de su pequeña, de forma que no pudiese dañarla sin querer. No obstante, no parecía cambiar nada. Su hija apenas se movía y cada vez el corazón lo sentía ir más rápido y más lento. Su hija quería vivir, ¡Lo sentía! Pero también se ahogaba. Tras aquellos minutos de desesperación, de no oír la voz de Gerarld, ni la de nadie más, de solo oír el corazón apagándose de su pequeña, la duquesa regresó y miró a Gerarld como si antes no le hubiese visto realmente, hasta ese momento. La vida de su pequeña se escapaba entre sus esfuerzos y nada podía hacer ella. ¿Cómo decirle que tomase su vida por la de la pequeña? Si ella sobrevivía, si su pequeña nacía aún a costa de su propia muerte, en el castillo sería cuidada y en un futuro, aunque le disgustase no estar allí para ella, podría ocupar el lugar que por cientos de años habían ocupado las féminas de su familia. Si, daría su vida por la de ella y en ese instante, en que decidió sería una buena forma de acabar y reunirse con su amado, una voz, un susurro amado y extrañado le habló a su mente.

Querida mía, todo saldrá bien —dijo aquella voz en su oído. La duquesa sintió incluso como un frío conocido la abrazaba y regresando a los días con su amado, volvió a verle aquel brillo de amor en sus ojos. Aquella mirada intensa en la que tantas veces se había ahogado. Adrik, Adrik…Amor mío, recitó en su mente, llamándolo, anclándose a aquella voz que ahora  parecía salvarla de aquel abismo. Lo necesitaba tanto. En su mente la duquesa se abrazó a la ilusión de su amado junto a ella, y él besándola en a frente la acunó contra su cuerpo. — No pienses en nada malo, pequeña. —Le susurró, ella sonrío y se abrazó a él dejando que él fuera su muralla, su consuelo, su protección contra el dolor que se anidaba en su corazón. Él sosteniéndola por el mentón con suavidad, hizo que sus miradas se encontrasen y sonrío, secando con sus dedos las lágrimas de su amada. Parecía que el tiempo hubiese ido hacía atrás y volvieran a estar en el castillo, en el salón, juntos como tantas veces en el pasado. — El mal espera siempre para encontrarnos. No lo invoques. Quédate conmigo y déjame estar contigo esta  noche, cuidarte para que la oscuridad no te atrape y velarte. Danna dame tu luz y yo se la daré a nuestra hija. Resiste, ahora estoy aquí.

En su mente ella regresaba a los brazos de Adrik. Fue apenas unos segundos en que sintió esa ilusión, pero dándole fuerzas, las que apenas le quedaban miró con seriedad al cazador que la miraba perdido y desconcertado y Danna, por primera vez en esa noche se permitió sonreír. No pasaría nada malo, podrían con ello, ahora tenía plena confianza en que todo terminaría bien. Fuera como fuera, estarían bien. —Se está ahogando… y te necesito para sacarla de allí antes de que la perdamos. —le dijo calmada, sintiendo como si aquella ilusión de la voz de Adrik y su figura la estuviesen protegiendo del intenso dolor que barría su cuerpo, como la lluvia barría los campos. La tormenta se había vuelto más poderosa, parecía encontrarse en su cenit pero a ella pareció no importarle. Tomó una de las manos masculinas que se encontraban en su vientre y llevándosela a los labios, se la besó quedándosela contra ellos unos segundos. Él era la única esperanza de que esto terminase bien, y debía ser ahora. No había, ni habría marcha atrás. —Sácala, Gerarld. Como sea, pero sácala aún a riesgo de mi vida o mi muerte, eso no importa. Quiero que viva, y sí que ella viva quiere decir que yo debo morir, lo aceptaré. Pero por favor… ¡Hazlo! Se está muriendo y yo no puedo dejarla ir. No la dejes ir tu tampoco—Le imploró mirándolo a los ojos fijamente y llevando de vuelta esa mano que sostenía a acariciar su vientre, allí donde residía su hija atrapada, la dejó contra su piel tiempo que su última voluntad surcó la noche tempestiva en un ruego fraternal, de una madre a su hija neonata.

«Resiste hija, vamos a por ti.»
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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Alec Windsor Sáb Dic 26, 2015 9:43 am

La lluvia se volvía cada vez más violenta. Aquello obviamente no era natural, sobre todo porque al inicio de la noche apenas había nubes, solo alguna gota o indicio de humedad, pero ni por asomo algo como lo que estaba aconteciendo en aquel momento. “Maldita niña.” No podía ser otra cosa, de eso estaba seguro. Gerarld conocía Escocia de otras épocas, así como otras países y sabía que la lluvia no se comportaba así a menos que algo la provocase, como una especie de destino aciago y lleno de presagios de muerte. Nunca se había considerado un hombre supersticioso, ni tampoco atento a presagios religiosos o mortales. El único presagio que conocía de muerte certera era el mismo. Sin embargo, ahora miraba al cielo y, por primera vez en mucho tiempo, Gerarld sintió miedo. Una fuerza poderosa y asfixiante que se le agarraba al pecho y le oprimía los pulmones, como si algo que fuese incapaz de controlar le diese a entender que no importaba lo que hiciese, porque jamás podría ganar contra eso. Bajo la vista hacia aquel vientre hinchado, aquella madre que sufría por los dolores, y un bebe que estaba dando complicaciones para nacer. ¿Qué debería hacer? La voz de Marcus siempre sonaba en su cabeza en momentos como ese, siempre que un cuerpo se preparaba para matar tenía que tener en cuenta dos cosas: posibles respuestas y anticiparlas. ¿Le estaba diciendo su cuerpo que aquel bebe era una reacción? Si así era, solo había una manera de anticiparla. Miro a aquella mujer que tantos problemas le había causado. ¿Tan difícil seria? Solo necesitaba una bala, un simple movimiento de la muñeca para lanzar el cuchillo y cesaría esa tormenta para siempre.

Que simple parecía para ella. “Debe vivir” dice, ¿para qué exactamente? Para ser un constante recuerdo del abandono que tenía por parte de su marido, para causar que tenga más enemigos por tener una heredera, para que todo el mundo se plantee la posibilidad de envenenar a la niña mientras tenga oportunidad para apoderarse de su territorio. Nada en este mundo merecía tanto esfuerzo, ni tampoco la extenuante necesidad de sentirse auto realizado. En eso consistía tener bebes, simplemente se empeñaban en extender su existencia más allá de la suya propia, con tal de pensar que habían creado algo duradero. La paternidad no era algo que se desease, Gerarld era el vivo ejemplo de ello. Lo único que se conseguía trayendo un niño al mundo era ser cruel antes incluso de que el vástago naciese. Podría ahorrarse semejantes problemas desde ya. Y sin embargo, aún seguía dudando si hacerlo. El cazador jamás había dudado de algo así, siempre sabía que cuando un muriente se presentaba ante él era precisamente para acabar dos metros bajo tierra. Seria por eso que dijo Danna, que habían llegado demasiado lejos como para perderla ahora… Que molesta era aquella situación. Tanto se había asegurado de que la madre viviese para que hora matar a la niña. Por un momento el orgullo podía más que él, le decía que para que se había esforzado tanto si no era para mantener a esa mocosa viva. ¿Y ahora el mismo le quitaría la vida? Casi hasta tenia gracia.

- Que viva sería mucho más fácil si me hubieses hecho caso y te hubieses quedado en palacio. – Pero noooo, ella tenía que hacer su santa voluntad. Típico de los nobles tener que tener siempre la razón, por algún motivo todos creían que por estar en posesión de un castillo ya tenían la razón en todo y que nadie podía decirles que hacer o cuando tenían que callarse, aunque si se callasen tendrían muchas mas posibilidades de conseguir que las cosas saliesen bien. Por otro lado, el que las matronas fuesen unas puritanas que se creían que tenían la cura milagrosa para todo, y que por tanto la gente de poder tenía que contar con ellas precisamente para una necesidad tan primordial como el tener hijos. Le daban ganas de acabar con todas ellas. – ¡Basta! – Dijo agarrándola del vestido y atrayéndola hacia sí, dejando que le mirase profundamente. Aquella singular muestra de debilidad y de añoro, además de hablar con un ser que aún no era capaz de oírla, y que posiblemente nunca sería capaz si seguía haciendo estupideces como esa, le ponía completamente enfermo. – Deja de comportarte como una niña. No necesito a dos bebes en esta situación, y si no puedes callarte y ser útil para variar, pues entonces dejare que esa mocosa se pudra ahí dentro. – Se estaba pasando, pero lo último que necesitaba era una madre llorosa y dejada de la que tuviese que preocuparse, además del bebe de verdad. Además, se había dado cuenta de con Danna la mejor estrategia era la agresividad. Tratarla con delicadeza y cariño era a lo que la había acostumbrado ese chupóptero marido suyo, y como consecuencia estaban precisamente en esa situación. Necesitaba pensar, el problema era que no disponía de demasiado tiempo para ello, y menos si tenía que escuchar estupideces tales como el mal acechando detrás de cada esquina. Por dios casi parecía una novela de Dickens.

- Esta bien. – No tenía nada más que decir al respecto. Independientemente de que Danna muriese o no aquella niña tenía que estar presente. Qué curioso, para Gerarld el que una persona estuviese dispuesta a morir por otra era una rareza casi tanto como una estupidez, pero eso no importaba ahora. Saco uno de los cuchillos arrojadizos del cinturón. Aquellos cuchillos eran más pequeños pero también tenían un filo más agudo y concentrado, si conseguía usarlos bien y acertar, puede que su plan funcionase.- Si quieres que la saque, tengo que hacerlo por la fuerza. – Mover a una niña en horizontal era impensable, si existía una técnica para hacerlo Gerarld no la conocía y no estaba dispuesto a ir tanteando a ver qué era lo que salía como resultado. Solo le quedaba una opción. – Tengo que cortar para sacarla, pero sanas demasiado rápido… - Ella sabía perfectamente lo que eso significaba. – Tengo que hacerlo con plata. – Era la única manera de asegurarse de que la herida no se cerrase impidiéndole ver. Era una incisión delicada, porque si cortaba demasiado profundo cortaría al bebe también. Tenia que hacerlo despacio y con precisión, y no le serviría con un ser que regeneraba tejidos como ella. – Va a doler mucho, pero necesito que te estés lo más quieta posible o puede escaparse la hoja. Y ya sabes lo que eso significa.

El cazador aspiro profundamente, aunque la herida estaba vendada, aun notaba el dolor palpitante en el costado, y la sangre humedecía los restos de tela que había usado para bloquear la hemorragia. Lo único que lo mantenía despierto todavía era la adrenalina y el autocontrol, pero tenía que hacerlo rápido o la niña se ahogaría. – Vamos allá. – Rajo la parte superior del vestido, dejando la tripa al descubierto. Corto con cuidado, a cada centímetro que abría lentamente con el cuchillo se oía como un chirrido, típico de cuando quemabas carne. Acabase como acabase aquello, la cicatriz jamás desaparecería. La carne fue cortándose poco a poco dejando salir sangre y fluidos. Ahora es cuando comenzaba lo complicado.
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Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado Empty Re: Sangre, acero y un corazón palpitante | Privado

Mensaje por Danna Dianceht Mar Ene 19, 2016 5:56 pm

A veces uno no sabe lo fuerte que es,
hasta que ser fuerte es la única opción que tiene.

—Anónimo —


No todos los partos terminaban bien, ni tampoco todos los partos eran difíciles. Todo variaba según la circunstancia y la suerte de cada mujer. El dolor era algo que por igual todas iban a sufrirlo, pero de allí a tener la mala suerte en la que se encontraba de lleno Danna, había una gran diferencia. No había ninguna posibilidad de una situación peor en la que dar a luz, como en la actual. Siempre podrían al final terminar muerta una de las dos, o incluso, las dos. En esto de los embarazos, cualquier movimiento en falso, demasiada sangre derramada y ya la madre se encontraba sentenciada. Cuestión de suerte o no, lo cierto era que a pesar de la fuerza interior y de la insana terquedad de la duquesa, que ahora la impelía a luchar contra aquel atroz dolor de su cuerpo con el que se preparaba su cuerpo para el nacimiento de su pequeña, la duquesa se encontraba al límite de sus fuerzas.

Cada respiración que tomaba oxigenando tanto su cuerpo, como su mente, un millar de agujas se ensañaban con su carne. No era que el frío de la noche, sumándole a la constante lluvia la hubiese enfermado. Por alguna extraña razón que agradeció, los licántropos eran inmunes a la mayoría de enfermedades. Resistentes y fuertes, sus metabolismos asimilaban las enfermedades y las adaptaban a sus cuerpos de forma que estos solo sirvieran para poder hacerlos más fuertes ante catástrofes a gran escala. No, aquello no era, lo que le ocurría era que toda ella se centraba únicamente en hacer que su hija naciera. Su cuerpo dolorido y magullado, reservaba todas sus energías para resistir todo aquel tiempo que durase el parto, y sin fuerzas ya, todo aliento era un gasto extraordinario que hacia su cuerpo para mantenerse estable.

Oyó las palabras claras y altas de Gerarld y asintió temblorosa al observar la daga de plata. Aún no podía siquiera llegar a imaginarse cuanto dolor la plata podría hacerle, pero no pensó fuese superior al que ya propiamente sentía. Una nueva contracción hizo que gimiera de dolor y mordiéndose el labio, terminó apoyándose contra el tronco de aquel árbol. Sus manos se agarraron al suelo, buscando algo en que poder mantener su mente distraída y volvió a asentir a las palabras del cazador. Estaba en riesgo la vida de su hija neonata, y como madre que se preciase, no deseaba dolor alguno a su pequeña, aún menos la muerte. Y si alguna muerte debía acechar a su primogénita, sería una vez ella hubiese dejado aquel mundo, y dejase a su hija rodeada de hijos o nietos. Solo en aquel momento la muerte podría llevársela, cuando su ciclo se hubiese completado, no antes. Jamás antes, ella no dejaría que nadie se la arrebatase.

Hazlo rápido. Ahora, antes de que otra contracción vuelva a doblarme en dos. —Le urgió preparándose mentalmente para resistir y aguantarse inmóvil en el lugar, mientras el cuchillo la cortaba hasta sacar a su pequeña viva de esa situación, en la que sino se hacía de esa forma, lo más seguro era que terminase muerta; tanto ella, como la pequeña. Para Gerarld podría resultar ser fácil decir que debía mantenerse quieta mientras la plata quemaba la piel de su vientre y la quemaba y en su desesperación presa del dolor que sentía, sentía ganas de maldecirle, de morderle e inclusive, de apartarlo de ella. No obstante, el único que podía salvarlas era él y ella confiaba, en que de alguna forma el cazador supiera que hacía. Egoístamente rezaba para que las torturas y muertes posteriores en las que él se había encontrado siendo el verdugo, anteriormente a aquella noche, le hubiesen dado experiencia en lo que cortar a un licántropo se refería. La plata no podía llegar al riego sanguíneo, o terminaría aquel veneno mortal dirigiéndose hacia todo su cuerpo y al final, moriría quemada por dentro. También por eso era tan importante que se mantuviese quieta y resistiera. Pero, ¿Cuánto dolor le estaba pidiendo Gerarld, aguantar?

¡Vamos!—Gritó cuando una nueva oleada de dolor inundó todos sus sentidos, colapsándola por unos segundos. Respiró hondo y mirando fijamente a Gerarld proceder tras la finalización de aquella nueva contracción, apretó las manos en forma de puños al sentir el primer toque de la fría cuchilla de la daga contra su tersa y sensible piel. Aquel roce envió miles de alarmas en todo su cuerpo por quitarse del contacto con la plata, urgiendo alejarse de aquel contacto al que se estaba encontrando expuesta, más lo único que pudo hacer era hacer oídos sordos a aquella alarma y obligarse a mantenerse en el lugar. Únicamente su voluntad consiguió mantenerla quieta unos segundos, pero en cuanto el cuchillo empezó a rasgar con precisión y lentitud su vientre, toda ella ardió y sintiéndose desfallecer en tanto aquel cuchillo se adentraba más en su piel, con más fuerza el dolor entumecía por completo su cuerpo; gritó. A pesar de ello, aún seguía manteniéndose quieta, luchaba por mantenerse en su puesto todos aquellos segundos, aun cuando sentía la sangre manchar su piel o el quemazón de la plata adhiriéndose a su piel extirpada, resistió. Lo único que no pudo controlar fueron sus lágrimas y que el dolor crispase su rostro hasta terminar gritando sin voz apenas, pues incluso y no por la plata, sino por los gritos anteriores, su garganta se encontraba al rojo vivo.

Por favor, por favor, rogó mentalmente al cerrar los ojos pidiendo una ayuda, un remedio que pudiese hacerla pasar por eso más rápido y sin tanto de aquel inmenso dolor que bloqueaba cualquier otro pensamiento. Sus manos crispadas en puños se clavaban en la tierra y sus uñas, en sus manos. Intentó desconectarse, y de nuevo aquella voz conocida la sacó de su trance dándole unas fuerzas que creía extintas. La voz de Adrik, de su oscuro volvió a protagonizar la ilusión que se adueñó de ella, dándole unos segundos de paz mientras Gerarld procedía a terminar aquel corte y a sacar a la pequeña de su interior. En su psique, Danna seguía el rastro del sonido de su voz hasta que topándose contra su cuerpo de mármol, sintió sus labios en su frente y una de sus manos en su vientre. “Todo estará bien, solo resiste. Tienes la fuerza y el valor para cualquier cosa, y esto, no podrá contigo.” Le aseguró. La licantropa asintió y sintiendo como su presencia le daba aquella seguridad y fuerza que necesitaba, con aquella última voluntad suya obligó su cuerpo a quedarse una vez más inmóvil. Sentía de forma lejana, como si no fuera con ella, como las manos de Gerarld se adentraban en el corte procediendo a sacar con sus propias manos a su hija. Estaba segura que aquel movimiento desataría un dolor tan profundo que de no ser por aquella ilusión en la que se resguardó, habría sucumbido a la inconsciencia tras el shock que poco a poco, se iba apoderando de ella.

Su cuerpo estaba al límite, y la sangre manchaba todo su vestido. Tampoco la lluvia, ni la tormenta cesaban. Ahora parecía que Escocia estuviese siendo atacada por un diluvio, nada más lejos de la realidad. Aquella tormenta era tan extraña como fuerte, pero y aun así, sin ninguna razón aparente empezó a cesar cuando tras unos esfuerzos más por el cazador y unos quejidos de la duquesa, un llanto saludó a aquel terrible mundo. Enseguida, los pulmones de la pequeña tomaron aire, expulsó un llanto fuerte y la tormenta amainó, dejando el ambiente húmedo y mojado pero tranquilo. Danna sonrío y antes de abrir los ojos, miró una última vez a aquella ilusión de su oscuro junto a ella, quien también la miró y la sonrío, desvaneciéndose segundos después para siempre. Aquel había sido el regalo de su oscuro, la ayuda y el rescate que siempre había necesitado. Más ahora, la duquesa debía regresar a la realidad y es que unos preciosos ojos verdes la esperaban y un pequeño tibio cuerpo, reclamaba el abrazo de su piel; el cobijo de su ser.
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