AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
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Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
En aquel asiento unitario, el cuerpo de una delicada joven se removía con cierta extrañeza. Ella, la imagen y la semejanza de la seguridad, aquella noche parecía otra. Se notaba tensa, además de alterada, y nadie comprendía el porqué. Primero inventó que algo le había caído mal en el estomago, pero fue atendida a la brevedad, y le dieron los brebajes con mayor efectividad; se tuvo que controlar.
Aquella noche sus padres decidieron realizar una fiesta. ¿Una cualquiera? En realidad eso deseaban que fuera, pero toda celebridad tenía un porqué escondido, y esa no sería la excepción. Con miedo de que su pequeña fuera una quedada, decidieron organizar aquella festividad para evaluar a posibles candidatos en matrimonio para ella. Genie conocía a un par, o quizás dos. Algunos quisieron cortejarla, incluso pedir su mano, sin embargo ella se dedicaba, y sobretodo se empeñaba, en lograr que ellos nunca se decidieran por su persona. ¿Y cómo no hacerlo? Ninguno comprendería su padecimiento, y antes de ser juzgada por un mal que ella amaba, prefería morir sola. Ser soltera en esos tiempos podría ser un pecado, mismo que no le importaba cargar, no cuando sus ideales tenían que ser quebrantados por satisfacer deseos sociales de otros.
Las fiestas nunca habían sido un problema para ella, se desenvolvía con facilidad, sus pies parecían melodía al deslizarse de un lado a otro, sin embargo, el detalle que la ponía en evidencia era aquella herramienta de trabajo: su antifaz.
La noche temática había empezado, y la joven prolongó lo máximo que pudo su triunfal aparición, pero al final el enojo inmenso de sus padres, y el cuchicheo de los invitados la hizo por fin llegar.
Genie llevaba un antifaz color turquesa. Un tono que en realidad jamás había utilizado en el burdel. La jovencita había cambiado el diseño, mismo que casi resultaba ser una mascara, aunque evidenciaban sus hermosos y carnosos labios rojizos. Hizo lo que pudo para no ser relacionada con aquella prostituta experta de un burdel, pero muy en el fondo sabía que alguno iba a reconocerla, aunque si corría con suerte ninguno, y es que la clase alta resultaba hacerse de memoria mala para poder seguir con su vida “normal”. Todos ellos ocultaban historias que en su mayoría ella sabía debido a su profesión. Lo que le ayudaba es que su arreglo y ropajes eran completamente distintos a los que usaba dentro de aquellas paredes mal olientes.
Se deslizó lo más rápido que pudo entre las personas cercanas. Saludó con prudencia, pero en un abrir y cerrar de ojos se encontraba en la mesa junto a sus padres. El banquete se sirvió, y observando su plato, fingiendo sumisión, terminó sus alimentos tardándose lo máximo posible.
La primera pieza de baile se hizo presente, al igual que el primer acompañante. Estaba inquieta, y para nada disfrutaba la velada. Su mirada viajaba de un lado a otro, y observaba los relojes de arena que tenían en ciertos lugares; el tiempo pasaba lentísimo.
Eugénie tuvo que disculparse, ya no aguantaba más la presión, y el aire fresco le ayudaría. O al menos eso esperaba. Distrayendo a los guardias pudo escaparse a los jardines. Suspiró tan profundamente que los pulmones llegaron a dolerle.
Se sentía angustiada, y lo peor de todo es que la noche estaba apenas por comenzar.
Aquella noche sus padres decidieron realizar una fiesta. ¿Una cualquiera? En realidad eso deseaban que fuera, pero toda celebridad tenía un porqué escondido, y esa no sería la excepción. Con miedo de que su pequeña fuera una quedada, decidieron organizar aquella festividad para evaluar a posibles candidatos en matrimonio para ella. Genie conocía a un par, o quizás dos. Algunos quisieron cortejarla, incluso pedir su mano, sin embargo ella se dedicaba, y sobretodo se empeñaba, en lograr que ellos nunca se decidieran por su persona. ¿Y cómo no hacerlo? Ninguno comprendería su padecimiento, y antes de ser juzgada por un mal que ella amaba, prefería morir sola. Ser soltera en esos tiempos podría ser un pecado, mismo que no le importaba cargar, no cuando sus ideales tenían que ser quebrantados por satisfacer deseos sociales de otros.
Las fiestas nunca habían sido un problema para ella, se desenvolvía con facilidad, sus pies parecían melodía al deslizarse de un lado a otro, sin embargo, el detalle que la ponía en evidencia era aquella herramienta de trabajo: su antifaz.
La noche temática había empezado, y la joven prolongó lo máximo que pudo su triunfal aparición, pero al final el enojo inmenso de sus padres, y el cuchicheo de los invitados la hizo por fin llegar.
Genie llevaba un antifaz color turquesa. Un tono que en realidad jamás había utilizado en el burdel. La jovencita había cambiado el diseño, mismo que casi resultaba ser una mascara, aunque evidenciaban sus hermosos y carnosos labios rojizos. Hizo lo que pudo para no ser relacionada con aquella prostituta experta de un burdel, pero muy en el fondo sabía que alguno iba a reconocerla, aunque si corría con suerte ninguno, y es que la clase alta resultaba hacerse de memoria mala para poder seguir con su vida “normal”. Todos ellos ocultaban historias que en su mayoría ella sabía debido a su profesión. Lo que le ayudaba es que su arreglo y ropajes eran completamente distintos a los que usaba dentro de aquellas paredes mal olientes.
Se deslizó lo más rápido que pudo entre las personas cercanas. Saludó con prudencia, pero en un abrir y cerrar de ojos se encontraba en la mesa junto a sus padres. El banquete se sirvió, y observando su plato, fingiendo sumisión, terminó sus alimentos tardándose lo máximo posible.
La primera pieza de baile se hizo presente, al igual que el primer acompañante. Estaba inquieta, y para nada disfrutaba la velada. Su mirada viajaba de un lado a otro, y observaba los relojes de arena que tenían en ciertos lugares; el tiempo pasaba lentísimo.
Eugénie tuvo que disculparse, ya no aguantaba más la presión, y el aire fresco le ayudaría. O al menos eso esperaba. Distrayendo a los guardias pudo escaparse a los jardines. Suspiró tan profundamente que los pulmones llegaron a dolerle.
Se sentía angustiada, y lo peor de todo es que la noche estaba apenas por comenzar.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
¿Cuánto tiempo había pasado desde aquella vez en que me había revolcado hasta la saciedad con la mujer del burdel de escandalosos ojos azules? Un mes quizá y aún podía recordar aquel trasero formado, agitándose a la par de mis caderas que la obligaban a no detenerse. La fémina me recordaba a la dulce silueta que tiempo atrás había conocido, una joven de clase alta que me había cegado completa hermosura. Era totalmente opuesta a mí, y sabía que la única manera de atraerle era con mi billetera. Ya que a decir verdad, siquiera mi personalidad era de un buen mirar. Me caracterizaba por ser lo suficientemente mentiroso para simular ser carismático alrededor de la gente de dinero. Los negocios se me daban bien y tenía un master en economía y estadística que me daba el privilegio de ser de buen hablar en las mesas de los viejos y gordos amos de familia. Eso me prometía, en parte, una buena esposa para el futuro; mujer que no quería a menos que se tratase de aquel primor que muchos meses atrás había conocido y no había siquiera tenido la oportunidad de hablarle, había desaparecido y siquiera recordándole las características a mi padre habíamos podido encontrarla. Lo cual me evocaba que éste estaba a poco tiempo del arpa y quería verme en matrimonio antes de ello. No tenía el coraje suficiente para negarme a sus peticiones, él había sido mi único sustento desde aquella noche en donde me maldijeron, incluso quitándonos a mi madre de al lado.
Así que para bien o para mal esa noche había aceptado una de las mil invitaciones. Podía decirse que hacía más de un año que iba a gloriosas fiestas llenas de ricos. Algunas muchachas eran hermosas, pero demasiado descerebradas, no tenían nada que me sirviera para mi vida personal. Eso no estaba tan mal, se conformaban con muchos anillos y poder decir que estaban casadas, incluso si entre ambos no había química. Y probablemente daban la libertad de acostarse con cualquiera siempre que eso no fuese develado. Las apariencias eran lo principal. Y yo buscaba otra cosa, en realidad no sabía qué, porque tampoco conocía la personalidad de la muchacha que me había hipnotizado, pero tenía esperanzas y hasta no romperlas con ella, no me detendría en la búsqueda. Vestía un traje hecho a medida, como todos esos que me había mandado a hacer, tenía que usar uno diferente a cada vez, era un total desperdicio de dinero, pero no tenía otra opción, si no me acotaba a las reglas luego escucharía pensamientos que alimentarían al lobo que escondía en la gala. Para esa noche una máscara tendría que ser puesta en mi rostro, casi automáticamente me sentí erecta la entrepierna. De solo imaginar esos gemidos de puta, se estremeció hasta la punta de mi glande. Chasqueé los dientes, apretando el abismal amigo que quería desprender fuego y me acomodé el antifaz negro, ovalado y de terciopelo. Era sencillo pues no me gustaba lo ridículo ni despampanante.
Me decidí entonces, ofuscado con la idea de que terminaría excitándome por culpa de una ramera prostituta que se inmiscuía en mis pensamientos. Sin duda tendría que volver a ir a aquel burdel, quizá a darle una lección. Entré al lugar con una simple reverencia, allí pocos saludaban, pero estaban los caballeros de siempre, con los que varias veces me había reunido a esas falsas charlas amistosas. — Caballeros, buenas noches… ¿Saben quién es la carnada de hoy? — Pregunté con algo de diversión, en lo que los demás dejaban salir una pequeña risa -que dentro de lo normal- era bastante sincera, después de todo eso es lo que eran las mujeres, carnadas para hacernos caer en el casamiento. Uno de ellos me dijo que la muchacha se había escapado hacía algunos segundos de sus brazos. Al parecer los bailes habían comenzado y teníamos a una joven con nerviosismo en espera. Asentí sin cuidado y antes de irme a buscarla fui a saludar a los padres, los cuales noté fácilmente, estaban sentados en un lugar completamente estratégico. — Señor, señora, Theodore Moradé, actual director y ceo de las finanzas Morandé. Un placer haber podido asistir a esta fiesta. — Una reverencia no demasiado pomposa pero sí lo suficientemente respetuosa fue lo que salió de mí. Era lo necesario para saber si quedarme en el lugar era en vano o no. Aquello resultó positivo, pues descubrí un saludo casi amistoso por su parte, lo que me llevó a ondearme pronto en la búsqueda de aquella muchacha. Poco me habían dicho, su antifaz era turquesa y cubría una buena parte del rostro. Así que me dediqué a caminar, hasta que entre algunos arbustos me encontré de sorpresa con unos ojos que destellaron y torturaron. Tenía una copa en la mano y de no haber sido suficientemente habilidoso se me hubiese caído. Los movimientos quedaron en seco, ella no me había visto, lo sabía pues sus pupilas parecían buscar la nada misma. Me reí para mis adentros. “Theodore eres un idiota” Pensé mientras sigilosamente y con aquella habilidad sobrenatural que me daba tregua a saltarme algunas reglas, me dispuse a caminar tras ella. Dejando que solo al final mis pasos tomaran sonido. — Buenas noches… ¿La importuno? —
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
Había sido una excelente idea salir de entre el bullicio de la fiesta. El aire fresco de la noche le había llevado a un punto de relajación aceptable. Al menos ya no sentía que le costaba respirar, muy por el contrario. En aquel lugar donde nadie la veía, la jovencita llegó a sentirse segura. En realidad resultaba ser alguien contradictorio. Le gustaban las miradas lascivas del burdel, pero no ser el centro de atención en una fiesta pomposa. Aquello no era su territorio, por lo que tropezaba en su actuar a cada momento.
Eugénie encontraría cualquier pretexto para escapar de la supuesta celebración. Y cuando lograra hacerlo, extendería su tiempo fuera de las personas lo más que pudiera. Le gustaban sus jardines, los colores variados que adoraban aquellas zonas, además de la mezcla deliciosa de olores que llegaban a sus fosas nasales. Para la jovencita, aquel lugar representaba erotismo en forma de arte. Desde la textura de las flores, los olores, hasta las imágenes que se llegaban a formar por las nubes, incluso cuando los cielos se convertían en tonalidades grises. La joven siempre tenía una teoría, y es que para ella, el mundo se dejaba guiar más por el deseo, que por el amor y las riquezas. Todos se relacionaban por un atracción sexual de por medio, y la mayoría de ellos se acompañaban con vanidad, belleza, y sexualidad.
Que a las personas les costara aceptarlo era algo muy distinto.
Tan torpe se volvía fuera del burdel, que ni siquiera se daba cuenta de las pisadas o las miradas que pudieran estarla vigilando. Se sobresaltó en demasía por aquellos sonoros pasos, y la voz la hizo casi tropezarse, pero recobró la compostura. Sus lecciones no iban a pasarse desapercibidas. Alisó las telas de su pomposo vestido, también acomodó bien su antifaz.
La voz hizo que su corazón se acelerara. Se le había hecho conocida, pero quizás su paranoia estaba siendo más grande que la realidad. Se giró para tenerlo de frente, era alto, corpulento, y olía demasiado bien. Se notaba su gran poder adquisitivo por la calidad que sus ropas mostraban. Inevitablemente dibujó una sonrisa en su rostro. Cordialidad, eso necesitaba, y mucha carisma. ¿La tenía?
— Buenas noches, caballero — La elegancia y el refinamiento se hizo presente, realizó una reverencia, de esas que son perfectas pero que cargan el respeto y la teatralidad. — Espero esté pasando una excelente velada, y que llegue a divertirse con todos los invitados — Demasiado formalismos, quizás por eso se fastidiada de esa vida. Todo se realizaba con poses, apariencias, libretos bien estudiados, y nada de realidad. Le resultaba duro, demasiado triste, y además el hecho de no poner mostrarse a como realmente era, le desanimaba. Genie sabía que nadie llegaría a cortejarla, o incluso a amarla, si sabían su secreto. Llevaba mucho tiempo sabiéndolo resguardar, probablemente se iría con ella hasta su tumba, e incluso a la de su hermano, todo sino lo hacía enojar. Corría el riesgo de que pudiera decírselo a sus padres.
— ¿Lo han atendido cómo es debido? Espero que sí, mi señor, nos hemos esmerado en darles una excelente noche, cargada de las mejores atenciones — Hablar demasiado cuando se sentía nerviosa, eso era algo que se le daba demasiado bien. Si quedaba duda de eso, sólo bastaba verla en aquella situación. Demasiado patética comparada a la prostituta profesional.
Genie avanzó un poco por aquella zona de jardines. Ver demasiado a los ojos a a un hombre que no resultaba ni tú prometido, ni tú marido sin duda era atrevimiento; mala educación. Así que debía reservarse. ¡Malditas ganas de joderse el protocolo! No importaba, era tiempo de comportarse, al siguiente día podría desquitarse en el burdel. Cómo fuera lugar tendría que ir a ese lugar. Lo necesitaba.
— ¿Desea dar un paseo? Podría enseñarle bien los jardines, también las figuras, algunas tienen historia, desde los tiempos de mis abuelos, hasta tiempos en los que ni siquiera estábamos planeados para este mundo — Le dedicó una sonrisa modosa mientras abría el paso hacía la zona trasera de los jardines, en medio parecía un laberinto. Todo tenía un aire de misterio.
Eugénie no se daba cuenta que confirme hablaba, se descubría ante él. De verdad la ingenuidad no estaba siendo una actuación.
Eugénie encontraría cualquier pretexto para escapar de la supuesta celebración. Y cuando lograra hacerlo, extendería su tiempo fuera de las personas lo más que pudiera. Le gustaban sus jardines, los colores variados que adoraban aquellas zonas, además de la mezcla deliciosa de olores que llegaban a sus fosas nasales. Para la jovencita, aquel lugar representaba erotismo en forma de arte. Desde la textura de las flores, los olores, hasta las imágenes que se llegaban a formar por las nubes, incluso cuando los cielos se convertían en tonalidades grises. La joven siempre tenía una teoría, y es que para ella, el mundo se dejaba guiar más por el deseo, que por el amor y las riquezas. Todos se relacionaban por un atracción sexual de por medio, y la mayoría de ellos se acompañaban con vanidad, belleza, y sexualidad.
Que a las personas les costara aceptarlo era algo muy distinto.
Tan torpe se volvía fuera del burdel, que ni siquiera se daba cuenta de las pisadas o las miradas que pudieran estarla vigilando. Se sobresaltó en demasía por aquellos sonoros pasos, y la voz la hizo casi tropezarse, pero recobró la compostura. Sus lecciones no iban a pasarse desapercibidas. Alisó las telas de su pomposo vestido, también acomodó bien su antifaz.
La voz hizo que su corazón se acelerara. Se le había hecho conocida, pero quizás su paranoia estaba siendo más grande que la realidad. Se giró para tenerlo de frente, era alto, corpulento, y olía demasiado bien. Se notaba su gran poder adquisitivo por la calidad que sus ropas mostraban. Inevitablemente dibujó una sonrisa en su rostro. Cordialidad, eso necesitaba, y mucha carisma. ¿La tenía?
— Buenas noches, caballero — La elegancia y el refinamiento se hizo presente, realizó una reverencia, de esas que son perfectas pero que cargan el respeto y la teatralidad. — Espero esté pasando una excelente velada, y que llegue a divertirse con todos los invitados — Demasiado formalismos, quizás por eso se fastidiada de esa vida. Todo se realizaba con poses, apariencias, libretos bien estudiados, y nada de realidad. Le resultaba duro, demasiado triste, y además el hecho de no poner mostrarse a como realmente era, le desanimaba. Genie sabía que nadie llegaría a cortejarla, o incluso a amarla, si sabían su secreto. Llevaba mucho tiempo sabiéndolo resguardar, probablemente se iría con ella hasta su tumba, e incluso a la de su hermano, todo sino lo hacía enojar. Corría el riesgo de que pudiera decírselo a sus padres.
— ¿Lo han atendido cómo es debido? Espero que sí, mi señor, nos hemos esmerado en darles una excelente noche, cargada de las mejores atenciones — Hablar demasiado cuando se sentía nerviosa, eso era algo que se le daba demasiado bien. Si quedaba duda de eso, sólo bastaba verla en aquella situación. Demasiado patética comparada a la prostituta profesional.
Genie avanzó un poco por aquella zona de jardines. Ver demasiado a los ojos a a un hombre que no resultaba ni tú prometido, ni tú marido sin duda era atrevimiento; mala educación. Así que debía reservarse. ¡Malditas ganas de joderse el protocolo! No importaba, era tiempo de comportarse, al siguiente día podría desquitarse en el burdel. Cómo fuera lugar tendría que ir a ese lugar. Lo necesitaba.
— ¿Desea dar un paseo? Podría enseñarle bien los jardines, también las figuras, algunas tienen historia, desde los tiempos de mis abuelos, hasta tiempos en los que ni siquiera estábamos planeados para este mundo — Le dedicó una sonrisa modosa mientras abría el paso hacía la zona trasera de los jardines, en medio parecía un laberinto. Todo tenía un aire de misterio.
Eugénie no se daba cuenta que confirme hablaba, se descubría ante él. De verdad la ingenuidad no estaba siendo una actuación.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
Si hubiese podido decir algo, probablemente fuese hiriente y muy tajante, pero para la suerte de aquella muchacha, solo atiné a arquear mi ceja como si ésta buscara salirse al cielo. Sus palabras eran tan falsas como las monedas de un mendigo. Su carisma estaba bien expresado, se notaba que practicaba el arte de ser hipócrita, y era una suerte, conmigo eso no era tan fácil. Dominaba el talento de la empatía como ningún otro negociante en París. Sin embargo, sus ojos y sus perfectos pechos abullonados hacía arriba le daban una salvación. Por lo que convertí mi sarcasmo y molestia en una risa burlona. En principio, pensaba tocarle la nuca, agarrarla febrilmente desde allí para hacerla mirarme mejor. Quería arrancarle la máscara. Porque tenía dudas, miles de dudas estaban carcomiéndome. ¿Ella era la puta o era la rica? ¿Ella era ambas cosas? Me exasperaba saberlo y mi nariz lo hizo notar cuando olisqueó su aroma. Claro que antes me había tapado apenas el rostro con el borde de los dedos, como si estuviese arreglándome el antifaz. No quería parecer un perro, es decir, realmente no era un maldito perro. Asentí de una vez cuando terminó con sus alabadas preguntas y sin poder decidirme sobre el aroma que ella emanaba terminé por meter mis garras en los menudos bolsillos del pantalón. — Deja de hablar. Estás siguiendo el protocolo. ¿Cómo es su nombre, señorita? — Empecé en tosco y lentamente volví a la educación de un principio, pues quería saberlo, quería enjuagarme en su identidad y enterrarme allí mismo en su entrepierna. Follarla hasta que cayera exhausta, no había otra cosa que decir, ella emitía una esencia que me excitaba casi a cien metros de distancia.
Sus labios eran con los que soñaba, por los que me levantaba con los malditos pantalones sucios de semen. Parecía que había vuelto a la adolescencia porque ahí mismo estaba saltándome aquel bastardo. Podía controlarme, lo sabía, el problema es que no quería, estaba seguro de que ella era una de las dos o las dos. Tenía media chance de acertar, a una quería simplemente encamármela y a la otra también la quería hacer mi esposa. No iba a ser mucho trabajo convencer a los padres, pero se notaba que era una niña mimada, sabía modales y sería ella la que elegiría a su esposo. Eso era malo, muy malo para mí. — Sí, enséñame los jardines por favor. ¿La he visto en alguna parte antes? Me resulta familiar, su voz, sus ojos. — “Su todo” Tenía que ser sutil, tenía que esperar adentrarnos lo suficiente en la mata de naturaleza para poder soltarme. No importaba si no era ella, aunque fuese bruto, si ella hablaba mal sobre mí sus padres no le creerían. Y de todos modos no la quería de mujer si no era esa. Así que fui paciente, observé las estatuas que no me llamaban la atención en absoluto y cuando sentí que el aire estaba limpio me acerqué un poco más por detrás, queriendo tener su nuca a una distancia perfecta para agarrarla. — Sí, tu línea familiar es muy larga. Imagino que las cosas largas te agradan. ¿Oh no? Tu aroma se hace más nítido cuando salimos de la muchedumbre de los perfumes caros. — Susurré expectante, tomando sus dos brazos con ambas manos, desde atrás, deteniéndola con una rudeza lo suficientemente controlada para no lastimarla pero sí exaltarla.
Y lo hice, alcé la palma y tironeé de aquella máscara de una vez por todas. En principio era difícil, aunque sonara ridículo no quería despeinarla, tampoco lastimarla. No, no quería hacerle eso. Así que agarré sus muñecas con una sola mano para apoyarla sobre una de las estatuillas grandes de mármol. Y con la otra gruñí contra aquello que me impedía ver su rostro. Fueron dos tironeo hasta que pude arrancarle el nudo. — ¿De verdad? ¿Acaso es una broma de mal gusto? Ahh… Quien lo hubiese imaginado, mírate tan pulcra y virginal. Ten cuidado de no alzar la voz, no estamos tan lejos. — Gesticulé cuando casi me aseguré de que se trataba de la prostituta, sin embargo, la idea de que podía llegar a ser aquella belleza de la primera vez me resultaba difícil de creer. La había imaginado tímida, preciosa, como una musa que sabe servir. Ella no era diferente, sabía servir muy bien y apoyé los dedos sobre su pierna, buscando comprobar su magnitud y entonces maldije en más de cien idiomas. Todo era pomposo, todo era tela que no quería dejarme pasar y me estresaba, la fémina estaba a mi disposición pues la tenía bien sujeta de las muñecas, pero no podía tocarla, como si fuese una armadura aquella cantidad de vestido puesto. — Maldita esta ropa. Maldita seas tú. —
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
Aunque no la estuvieran viendo directamente, Eugénie sentía los ojos de sus padres y su hermano sobre sus hombros. Siempre vigilándola, buscando que hiciera su actuación de forma correcta, aunque claro, para ellos la joven mostraba su verdadero yo. Muchas veces se sentía realmente triste por tener que ocultar lo que realmente era, sin embargo estaba consciente que no le quedaba de otra, y por eso seguía ensayando sus lineas de forma frecuente. Ese encuentro inesperado le afirmaría o negaría si lo hacía bien o no; esperaba que sí.
Cómo toda damita, no lo miraba a los ojos para no parecer una arrojada. Hablaba con lentitud, con una tonalidad prudente. Con elegancia señalaba las figuras de los jardines, y de vez en cuando realizaba pausas para dejarle contemplar el arte que su familia poseía. Muchos críticos alababan su buen gusto, pero bien dicen que todos deben la vida de una forma distinta, por eso se cuestionó si a él llegarían de verdad a agradarle. Eugénie estaba realizando el mejor papel, en muchas ocasiones se cuestionó su futuro, incluso creyó que lo correcto para ella sería pisar un teatro y llenarse de halagos con las palabras de aceptación, además, no sería una actriz cualquiera, se codearía con los mejores, y su fortuna crecería tanto como sus pretendientes, sin embargo sus padres no se lo permitiría por el libertinaje de por medio, misma que ella conocía secretamente y que adoraba. ¿Qué debía de hacer? Esos encuentros la volvían reflexiva, incluso se cuestionaba con ahínco, pero al final regresa a la realidad.
En esa ocasión no fue ella quien la trajo de vuelta a sus pies, sino el acreciento cálido y agresivo de un hombre que la miraba con diez mil emociones a la vez; la joven se sobresaltó.
Inevitablemente el cuerpo de la joven se tensó. El escalofrío le recorrió toda la espina dorsal. Siempre imaginó que ese momento podría llegar, ser reconocida no es que fuera mucha ciencia, pero en realidad nunca lo deseó. Temía por ella, pero más aún por su familia. Las cosas que dirían, la cantidad de rumores, de miradas. Sus padres no lo soportarían, y ella preferiría huir a seguir haciéndoles pasar vergüenza. Por un momento sintió sus piernas temblar.
En más de una ocasión tiró de sus muñecas intentando liberarse de su agresor; no pudo, sin embargo no se iba a dar por vencida. Su altivez deseaba salir a flote, aunque no era el lugar, ni el momento. Ella era la que iba a perder. Ser descubierta le estaba ocasionando mareos, y sino fuera tan recatada quizás vomitaría de imaginarse con terror lo que podría pasar. Por fin comprendía que todo acto la llevaba a una gran consecuencia. Su vida se estaba desmonando gracias al sexo barato que tanto buscaba.
— Me llamo Eugénie — Contestó con la misma soberbia que mostró aquella noche de placeres paganos en el burdel. — Te felicito, descubriste todo aquello que guardé con recelo por tantos años, y todo gracias a un polvo — Sonrió de medio lado, si ya la habían descubierto ¿qué más había con perder? Las mascaras se caían, y también podía notar como su futuro se hacía añicos. Inevitablemente volteó de un lado a otro, su hermano la vigilaba, no la dejaba sola más de cinco minutos, con fortuna los descubriría, al verla agredida se pondría de su lado, todo rumor que saliera de los labios del licántropo quedaría en difamación y mentira, sin embargo la espinita de muchos estaría al aire. No se podía permitir tal cosa; su hermano nunca apareció. Con un movimiento brusco se liberó de su agarre, para su mala suerte chocó contra la pared uno de sus cosas y se hizo año; se aguantó. — No comprenderías nunca porqué lo hago, porque necesito hacerlo, simplemente me señalarás y me juzgarás como el resto — Articuló intentando que el aturdimiento por el golpe disminuyera.
Dado que no existía ya quien los alejara de la realidad, o de su propio yo. Eugénie lo miró con descaro. Incluso se acercó para poder analizar su rostro, lo poco que se podía ver. En su cama pasaron una gran cantidad de hombres, en ocasiones era difícil de reconocer a alguno, a menos que fuera digno de sus memorias. En un arrebato alzó la mano arrancando con sutileza el antifaz del hombre. Se llevó las manos a la boca al recordarlo.
Uno de sus mejores amantes. ¿Para qué negarlo? Su intimidad palpitó. Aquella enfermedad siempre le jugaba malas pasadas. Sonrió de forma burlesca mientras lo miraba por lasciva. Por primera vez en toda su corta vida no supo que hacer, así que simplemente haría aquello en lo que era experta: seducir. Si la cosa salía bien quizás podrían tener sexo a cambio de silencio, por ella no existía problema alguno. Se relamió los labios al recordarlo.
— ¿No quieres que alce la voz? ¿Por qué? ¿Vas a cuidar mi pequeño secreto? — Se siguió acercando hasta que sus pechos se unieron, de esa manera ella podía absorber el aroma varonil que tenía enfrente. Se acercaba de forma más peligrosa, hasta parecía que estaba por lamer sus labios, sin embargo se detuvo — ¿Qué quieres a cambio de tu silencio? Nunca entenderías porque lo hago, es una necesidad — Finalizó caminando nerviosa de un lado a otro.
Cómo toda damita, no lo miraba a los ojos para no parecer una arrojada. Hablaba con lentitud, con una tonalidad prudente. Con elegancia señalaba las figuras de los jardines, y de vez en cuando realizaba pausas para dejarle contemplar el arte que su familia poseía. Muchos críticos alababan su buen gusto, pero bien dicen que todos deben la vida de una forma distinta, por eso se cuestionó si a él llegarían de verdad a agradarle. Eugénie estaba realizando el mejor papel, en muchas ocasiones se cuestionó su futuro, incluso creyó que lo correcto para ella sería pisar un teatro y llenarse de halagos con las palabras de aceptación, además, no sería una actriz cualquiera, se codearía con los mejores, y su fortuna crecería tanto como sus pretendientes, sin embargo sus padres no se lo permitiría por el libertinaje de por medio, misma que ella conocía secretamente y que adoraba. ¿Qué debía de hacer? Esos encuentros la volvían reflexiva, incluso se cuestionaba con ahínco, pero al final regresa a la realidad.
En esa ocasión no fue ella quien la trajo de vuelta a sus pies, sino el acreciento cálido y agresivo de un hombre que la miraba con diez mil emociones a la vez; la joven se sobresaltó.
Inevitablemente el cuerpo de la joven se tensó. El escalofrío le recorrió toda la espina dorsal. Siempre imaginó que ese momento podría llegar, ser reconocida no es que fuera mucha ciencia, pero en realidad nunca lo deseó. Temía por ella, pero más aún por su familia. Las cosas que dirían, la cantidad de rumores, de miradas. Sus padres no lo soportarían, y ella preferiría huir a seguir haciéndoles pasar vergüenza. Por un momento sintió sus piernas temblar.
En más de una ocasión tiró de sus muñecas intentando liberarse de su agresor; no pudo, sin embargo no se iba a dar por vencida. Su altivez deseaba salir a flote, aunque no era el lugar, ni el momento. Ella era la que iba a perder. Ser descubierta le estaba ocasionando mareos, y sino fuera tan recatada quizás vomitaría de imaginarse con terror lo que podría pasar. Por fin comprendía que todo acto la llevaba a una gran consecuencia. Su vida se estaba desmonando gracias al sexo barato que tanto buscaba.
— Me llamo Eugénie — Contestó con la misma soberbia que mostró aquella noche de placeres paganos en el burdel. — Te felicito, descubriste todo aquello que guardé con recelo por tantos años, y todo gracias a un polvo — Sonrió de medio lado, si ya la habían descubierto ¿qué más había con perder? Las mascaras se caían, y también podía notar como su futuro se hacía añicos. Inevitablemente volteó de un lado a otro, su hermano la vigilaba, no la dejaba sola más de cinco minutos, con fortuna los descubriría, al verla agredida se pondría de su lado, todo rumor que saliera de los labios del licántropo quedaría en difamación y mentira, sin embargo la espinita de muchos estaría al aire. No se podía permitir tal cosa; su hermano nunca apareció. Con un movimiento brusco se liberó de su agarre, para su mala suerte chocó contra la pared uno de sus cosas y se hizo año; se aguantó. — No comprenderías nunca porqué lo hago, porque necesito hacerlo, simplemente me señalarás y me juzgarás como el resto — Articuló intentando que el aturdimiento por el golpe disminuyera.
Dado que no existía ya quien los alejara de la realidad, o de su propio yo. Eugénie lo miró con descaro. Incluso se acercó para poder analizar su rostro, lo poco que se podía ver. En su cama pasaron una gran cantidad de hombres, en ocasiones era difícil de reconocer a alguno, a menos que fuera digno de sus memorias. En un arrebato alzó la mano arrancando con sutileza el antifaz del hombre. Se llevó las manos a la boca al recordarlo.
Uno de sus mejores amantes. ¿Para qué negarlo? Su intimidad palpitó. Aquella enfermedad siempre le jugaba malas pasadas. Sonrió de forma burlesca mientras lo miraba por lasciva. Por primera vez en toda su corta vida no supo que hacer, así que simplemente haría aquello en lo que era experta: seducir. Si la cosa salía bien quizás podrían tener sexo a cambio de silencio, por ella no existía problema alguno. Se relamió los labios al recordarlo.
— ¿No quieres que alce la voz? ¿Por qué? ¿Vas a cuidar mi pequeño secreto? — Se siguió acercando hasta que sus pechos se unieron, de esa manera ella podía absorber el aroma varonil que tenía enfrente. Se acercaba de forma más peligrosa, hasta parecía que estaba por lamer sus labios, sin embargo se detuvo — ¿Qué quieres a cambio de tu silencio? Nunca entenderías porque lo hago, es una necesidad — Finalizó caminando nerviosa de un lado a otro.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
Yo la estaba escuchando, en realidad, estaba procesando toda la información que me suministraba, detallándola y buscando usarla para mi beneficio cuando así fuese conveniente. Pero obviamente muy poco estaba demostrando aquello, por el contrario, ignoré su tajante mirada cuando empezó a forcejear. Me daba risa y tenía que aceptarlo, verla retorcerse como la perra que era me inculcaba infinita diversión. Aunque ese no era lugar para entretenerme, tenía que ser cuidadoso ya que aunque mis sentidos estaban mucho más aumentados que el de los demás, ella me distraía niveles que no estaba seguro de poder controlar. — Sí, un polvo, pero tu boca no debería decir esas cosas, ¿no lo crees? — Enarqué la ceja, apenas notoria al encontrarme con esa altivez que había conocido en el burdel. Y entonces las incógnitas me invadieron, ¿era la puta la misma que la rica? ¿O me había encontrado a la primera y aún había posibilidades de encontrarme a la segunda? Chasqueé los labios, quería arrancarle la lengua por pisar mis ilusiones. Pero haría algo más, algo mucho peor que simplemente romperle los deseos de esconder su secreto a pedazos. Pues aunque lo guardaría, esté sería mi navaja, la usaría a cambio de no tener que obligarla tan a la fuerza como así había pensado hacerlo antes. Cuando corrió la seguí, me apoyé contra la pared, tan cerca de su cuerpo que podía oler el aroma de su piel como si lo tuviese en la boca. Agarré su cintura más por cuidado a que no se cayera que por mis propios deseos ya que la fémina había terminado por golpearse como aquel animal que intenta huir en vano de su depredador.
— No me importa por qué lo haces. ¿Acaso te lo pregunté? Guarda tu posición, que no estás para pedir nada. — Bramé con ira, no me gustaba que aquella mujer intentase propasarse, que fuese una trasgresora era algo que me complacía en algunos momentos, dominarla y domesticarla sería un trabajo sin duda muy recreativo, pero necesitaba que aquella puta de burdel controlara sus instintos salvajes o me vería obligado a hacer una lección en medio del parque y sería una pena si alguno de los trajes de ambos se llegase a dañar. — Ten cuidado con eso, tengo que llevarlo puesto cuando vuelva a entrar. ¿Ya estás excitada? ¿O húmeda? Seguramente piensas que te lo haré aquí mismo, pero no pasará, sin embargo puedes agacharte y chuparla en lo que pienso qué haré contigo. — En principio, había fruncido el entrecejo por el tironeo de sus dedos débiles contra mi máscara, pero le sonreí cuando pudo quitarla, su rostro era de sorprender pues parecía que sus piernas habían temblado con verme. Me relamí y la apoyé más contra mi pecho, la froté hasta que tomando sus cabellos empecé a tironearla hacía abajo. Quizá meramente tenerla así, un momento entre mis piernas. Verle los ojos claros con su boca abierta roja y palpitante, deseando mi entrepierna dentro de ella. Pensarlo me excitaba pero estaba obligando a mi miembro a no elevarse, el autocontrol que tenía era poderoso y aún así no duraría mucho si no me decidía qué hacer con ella. — Guardar tu secreto… Bien, cásate conmigo, dame tu fortuna y tu culo y verás cómo haré que tus necesidades se mitiguen cuando deje un olisbos* dentro tuyo para que no pienses en engañarme nunca en tu miserable vida. — Tenía las manos enterradas en el peinado ajeno, tironeándolo, levantando de ese modo su cara para poder verla perfectamente a los orbes. Era hermosa, tenía los labios más carnosos que había conocido jamás y de una manera u otra quería hacerla de mi propiedad. La realidad es que a pesar de que era un bruto salvaje, no gozaba en demasía la soledad y por el contrario me gustaba tener a alguien rondando a mí alrededor al menos como un objeto molesto. — El tiempo está pasando, hay que volver a la fiesta y quiero que vayas conmigo a tu lado y con una sonrisa radiante. Tu soberbia no hará que ganes nada, Genie, Eugénie. — Sabía que tenía formas de amenazarla cada vez más, no solo me había acostado con ella, sino que conocía el lugar, incluso su sobrenombre, podía mandar a hacer una investigación más rápido que cualquiera y los datos y testigos saltarían al instante con unos cuantos francos a favor. No quería llegar a esos extremos claro estaba, pero no teniendo tanta información, me era difícil no querer sacar el máximo provecho, siendo que esa era mi forma principal de vivir. Sacar y crear con los datos; mis ideales solían ser de posiciones neutrales, robar jamás estaba en mis planes y parte de las grandes ganancias que había sacado se las debía a los poderes sobrenaturales que me ayudaban a distinguir a los correctos aliados. En aquel caso, no quería fijarme, mis deseos estaban doblegándome para así seguir a mi instinto por una sola vez y quizá, sería el mando más incorrecto tomado en mi vida.
— No me importa por qué lo haces. ¿Acaso te lo pregunté? Guarda tu posición, que no estás para pedir nada. — Bramé con ira, no me gustaba que aquella mujer intentase propasarse, que fuese una trasgresora era algo que me complacía en algunos momentos, dominarla y domesticarla sería un trabajo sin duda muy recreativo, pero necesitaba que aquella puta de burdel controlara sus instintos salvajes o me vería obligado a hacer una lección en medio del parque y sería una pena si alguno de los trajes de ambos se llegase a dañar. — Ten cuidado con eso, tengo que llevarlo puesto cuando vuelva a entrar. ¿Ya estás excitada? ¿O húmeda? Seguramente piensas que te lo haré aquí mismo, pero no pasará, sin embargo puedes agacharte y chuparla en lo que pienso qué haré contigo. — En principio, había fruncido el entrecejo por el tironeo de sus dedos débiles contra mi máscara, pero le sonreí cuando pudo quitarla, su rostro era de sorprender pues parecía que sus piernas habían temblado con verme. Me relamí y la apoyé más contra mi pecho, la froté hasta que tomando sus cabellos empecé a tironearla hacía abajo. Quizá meramente tenerla así, un momento entre mis piernas. Verle los ojos claros con su boca abierta roja y palpitante, deseando mi entrepierna dentro de ella. Pensarlo me excitaba pero estaba obligando a mi miembro a no elevarse, el autocontrol que tenía era poderoso y aún así no duraría mucho si no me decidía qué hacer con ella. — Guardar tu secreto… Bien, cásate conmigo, dame tu fortuna y tu culo y verás cómo haré que tus necesidades se mitiguen cuando deje un olisbos* dentro tuyo para que no pienses en engañarme nunca en tu miserable vida. — Tenía las manos enterradas en el peinado ajeno, tironeándolo, levantando de ese modo su cara para poder verla perfectamente a los orbes. Era hermosa, tenía los labios más carnosos que había conocido jamás y de una manera u otra quería hacerla de mi propiedad. La realidad es que a pesar de que era un bruto salvaje, no gozaba en demasía la soledad y por el contrario me gustaba tener a alguien rondando a mí alrededor al menos como un objeto molesto. — El tiempo está pasando, hay que volver a la fiesta y quiero que vayas conmigo a tu lado y con una sonrisa radiante. Tu soberbia no hará que ganes nada, Genie, Eugénie. — Sabía que tenía formas de amenazarla cada vez más, no solo me había acostado con ella, sino que conocía el lugar, incluso su sobrenombre, podía mandar a hacer una investigación más rápido que cualquiera y los datos y testigos saltarían al instante con unos cuantos francos a favor. No quería llegar a esos extremos claro estaba, pero no teniendo tanta información, me era difícil no querer sacar el máximo provecho, siendo que esa era mi forma principal de vivir. Sacar y crear con los datos; mis ideales solían ser de posiciones neutrales, robar jamás estaba en mis planes y parte de las grandes ganancias que había sacado se las debía a los poderes sobrenaturales que me ayudaban a distinguir a los correctos aliados. En aquel caso, no quería fijarme, mis deseos estaban doblegándome para así seguir a mi instinto por una sola vez y quizá, sería el mando más incorrecto tomado en mi vida.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
Apareció el silencio en su boca carnosa. El rosáceo del color que portaba parecía agrietado, todo por culpa de aquella mueca descarada que no dejaba de realizar. Incluso en el burdel, con las puertas cerradas, y los francos como un pago para la dominación, ella mandaba, siempre lo hizo, y nunca nadie se aferró a hacerlo contrario. Sus habilidades sexuales le daban la gran ventaja, tanto, como tener una vagina, y es que los hombres creían dominar la realidad, pero estaban lejos de ello, el deseo siempre los cegaba, y las féminas terminaban por ganar. No existía duda alguna de ello. Genie, cómo se hacía llamar en el burdel, en todas las ocasiones salía victoriosa, incluso en casa; también con su hermano. Estar en terreno prohibido le daba desventajas, encontrarse frente a un cazador, y no frente a una presa, había sido la pared con que estaba destinada a chocar. Su vida se resumía a sus caprichos, y nunca cumplía los ajenos, era egoísta. ¿Por qué decir lo contrario? Sin embargo, la corona se había caído frente a sus pies, y Theodore se la estaba pisoteando.
El silencio prevalecía en aquel encuentro; al menos el suyo. No deseaba decir más nada, porque cualquier palabra utilizada podría usarse en su contra. ¿Quién lo diría? Juzgada como a cualquier criminal, y su único delito era el placer, mismo que no podía callar. Nadie nunca entendería sus dolores,y mucho menos su condición física cuando la relación sexual le faltaba. Ni siquiera él, que parecía decidido a dominarla. Jamás la tendría por completo, al menos sino se esforzaba por querer comprenderla. Eso nunca pasaría.
La tristeza la embargó, se notó cuando el brillo de sus ojos celestes desapareció. Por primera vez en su corta vida, aquella postura sumisa aparecía, sus hombros ya no estaban rectos, sino ligeramente encorvados, quizás no sólo su adicción al sexo le hacía bien, sino también el derecho de gobernarse por sí misma, de seguir todo aquello que pensaba, deseaba, y le hacía sentir bien. ¿Acaso el hombre lobo sería capaz de dejarla marchitar? Probablemente, pero de nada le serviría una muerta en vida a su lado. ¿Verdad?
Eugénie carraspeó un par de veces, después de eso enderezó la postura lo máximo posible. Suspiró un par de veces antes de colocarse de manera precisa su mascara. Ayudó al hombre a colocarse la suya. No por cordialidad, más bien en señal de rendición y entrega. Cuando terminó de hacer aquello enredó su brazo en el ajeno, y avanzó sin siquiera mirarlo hasta llegar a la puerta principal del salón. La reflexión interna que tenía no le permitía actuar como ella en realidad era. Lo odiaba.
Cuando las puertas del gran salón se abrieron, la música de la orquesta cesó, las miradas curiosas de los invitados se dirigieron a los recién llegados. En más de una ocasión se escucharon cuchicheos, e incluso sonidos que dejaban en claro el asombro. Eugénie jamás se permitía ser vista demasiado cerca de alguien, frente a los ojos ignorantes era una joven en extremo recatada. El contacto era un vinculo entre personas. Sus padres, quienes se encontraban al fondo, se miraron mutuamente, e incluso, observaron a su hermano mayor, y al menor. Ambos también parecían confundidos, sin embargo Aédán no resultaba convencido, no del todo en aquella situación. Su medio hermano era el único que sabía su secreto, y todo gracias a la mala suerte de encontrarla maltrecha, sobre la cama en el burdel. Tal como el hombre lobo le había ordenado, sonrió de forma radiante, e incluso fingió timidez a causa de las miradas. Mismo acto que le hizo protegerse de los brazos de su acompañante.
La música parecía convertirse en su complice, y de esa forma pudieron ambos centrarse en el centro de la pista. Parecía un baile que destilaba promesas de amor, e incluso un futuro brillante. Estaba claro que nada tenía que ver con eso, pero sólo ellos dos sabían del tema al respecto. Cuando comenzaron a bailar, se sintió fuera de su cuerpo, y después de todo, terminó por verlo a los ojos, de esa manera buscaba poder encontrar algo en él, que le ayudara a escapar.
— No eres un humano normal — Susurró con suavidad, sus palabras sólo podían ser escuchadas por él, el público ya ignoraba a la pareja — Me doy cuenta por sus rasgos en el rostro, y también por el calor que tu cuerpo emana, lo supe desde el burdel, pero no era de mi interés, hasta ahora — Sonrió mostrando un poco de ese carácter tan suyo, que deseaba volver a salir a flote — Cuando te aburras de mi ¿me vas a comer? — La siguiente sonrisa que se hizo ver, parecía burlona, de esas que sólo buscan molestar al enemigo.
El cambio de ritmo de música hizo que sus pasos los movieran de tal manera, que el cambio de pareja no se hizo esperar, sin embargo, los pares de ojos no se separaron de la figura ajena. Era como perder de vista lo que pudiera acabar con sus vidas.
Después de unos momentos, volvieron a unirse en el baile.
— Dígame, noble caballero. ¿Cómo se le ocurre pedir mi mano? ¿No ve lo tradicionalistas de mis padres? Puede ser una tarea imposible de alcanzar — Y en el tono de voz, iba también el reto que le estaba ofreciendo.
El silencio prevalecía en aquel encuentro; al menos el suyo. No deseaba decir más nada, porque cualquier palabra utilizada podría usarse en su contra. ¿Quién lo diría? Juzgada como a cualquier criminal, y su único delito era el placer, mismo que no podía callar. Nadie nunca entendería sus dolores,y mucho menos su condición física cuando la relación sexual le faltaba. Ni siquiera él, que parecía decidido a dominarla. Jamás la tendría por completo, al menos sino se esforzaba por querer comprenderla. Eso nunca pasaría.
La tristeza la embargó, se notó cuando el brillo de sus ojos celestes desapareció. Por primera vez en su corta vida, aquella postura sumisa aparecía, sus hombros ya no estaban rectos, sino ligeramente encorvados, quizás no sólo su adicción al sexo le hacía bien, sino también el derecho de gobernarse por sí misma, de seguir todo aquello que pensaba, deseaba, y le hacía sentir bien. ¿Acaso el hombre lobo sería capaz de dejarla marchitar? Probablemente, pero de nada le serviría una muerta en vida a su lado. ¿Verdad?
Eugénie carraspeó un par de veces, después de eso enderezó la postura lo máximo posible. Suspiró un par de veces antes de colocarse de manera precisa su mascara. Ayudó al hombre a colocarse la suya. No por cordialidad, más bien en señal de rendición y entrega. Cuando terminó de hacer aquello enredó su brazo en el ajeno, y avanzó sin siquiera mirarlo hasta llegar a la puerta principal del salón. La reflexión interna que tenía no le permitía actuar como ella en realidad era. Lo odiaba.
Cuando las puertas del gran salón se abrieron, la música de la orquesta cesó, las miradas curiosas de los invitados se dirigieron a los recién llegados. En más de una ocasión se escucharon cuchicheos, e incluso sonidos que dejaban en claro el asombro. Eugénie jamás se permitía ser vista demasiado cerca de alguien, frente a los ojos ignorantes era una joven en extremo recatada. El contacto era un vinculo entre personas. Sus padres, quienes se encontraban al fondo, se miraron mutuamente, e incluso, observaron a su hermano mayor, y al menor. Ambos también parecían confundidos, sin embargo Aédán no resultaba convencido, no del todo en aquella situación. Su medio hermano era el único que sabía su secreto, y todo gracias a la mala suerte de encontrarla maltrecha, sobre la cama en el burdel. Tal como el hombre lobo le había ordenado, sonrió de forma radiante, e incluso fingió timidez a causa de las miradas. Mismo acto que le hizo protegerse de los brazos de su acompañante.
La música parecía convertirse en su complice, y de esa forma pudieron ambos centrarse en el centro de la pista. Parecía un baile que destilaba promesas de amor, e incluso un futuro brillante. Estaba claro que nada tenía que ver con eso, pero sólo ellos dos sabían del tema al respecto. Cuando comenzaron a bailar, se sintió fuera de su cuerpo, y después de todo, terminó por verlo a los ojos, de esa manera buscaba poder encontrar algo en él, que le ayudara a escapar.
— No eres un humano normal — Susurró con suavidad, sus palabras sólo podían ser escuchadas por él, el público ya ignoraba a la pareja — Me doy cuenta por sus rasgos en el rostro, y también por el calor que tu cuerpo emana, lo supe desde el burdel, pero no era de mi interés, hasta ahora — Sonrió mostrando un poco de ese carácter tan suyo, que deseaba volver a salir a flote — Cuando te aburras de mi ¿me vas a comer? — La siguiente sonrisa que se hizo ver, parecía burlona, de esas que sólo buscan molestar al enemigo.
El cambio de ritmo de música hizo que sus pasos los movieran de tal manera, que el cambio de pareja no se hizo esperar, sin embargo, los pares de ojos no se separaron de la figura ajena. Era como perder de vista lo que pudiera acabar con sus vidas.
Después de unos momentos, volvieron a unirse en el baile.
— Dígame, noble caballero. ¿Cómo se le ocurre pedir mi mano? ¿No ve lo tradicionalistas de mis padres? Puede ser una tarea imposible de alcanzar — Y en el tono de voz, iba también el reto que le estaba ofreciendo.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
Sus dedos eran seda en mi rostro, paseaban por la máscara que iría a cubrirme luego y se dedicaban a acomodar la cinta perfectamente; tal como se lo esperaba de una doncella, aunque ésta no fuese lo más tradicional. Mis ojos estaban fijos en aquellos, buscando el fuego reluciente que me gustaba aplastar una y otra vez, sin embargo éste estaba seco, mitigado por la espera y por la probable tristeza de la femenina que acababa de apresar. No podía comprenderla, por el contrario, pensaba que debería darme las gracias, la sacaría de ese mundo de prostituta para meterla en el mío. Haría de su alma y de su cuerpo una mujer de verdad. ¿Acaso había otra cosa que una fémina quisiera? No, no debería al menos, pues eran meros objetos del deseo, usados para adornar la mano izquierda de un macho. Y ella era la perfecta armonía de un juego de tire y afloje constante. Impecable para que así el aburrimiento no se hiciera presente. Eso es lo que esperaba de ella y haría que su juego diera frutos a cualquier costo. Mis palmas se pasearon entonces por su figura, las ganas de poseerla no se iban en ningún instante, el fuego interno que recorría mi ser animal me estaba atorando, pero lo reprimí con autoridad, siquiera mis propios instintos podían contra mi autocontrol. Yo no me dejaba vencer por nadie y aunque sabía corregir mis errores tenía que mostrarme lo suficientemente poderoso como para no darle espacio a la cortesana a que metiera la mano en los espacios débiles.
— No lo soy, soy mucho más inteligente que un humano normal y tengo más suerte, ya ves como hice que te pusieras tú misma las esposas. — Expliqué con sorna, observando la multitud que veía las relucientes curvas de Eugénie, claro que ellos no sabían que estaba sucia y marcada por cuanto hombre pasara por su cama en el burdel. Seguramente nadie la querría si se enteraran de eso, peor aún, su nombre sería manchado de por vida y sus padres quedarían en la banca rota por la deshonra. Pero ahí estaba yo para quedarme con todo eso, no desperdiciaría ni una sola gota de su poder. La mano derecha se hizo firme contra su cintura, abanicándola en el baile sincrónico y pausado. Era cuidadoso, sabía que una negligencia podía lastimarla, por lo que cada paso estaba calculado, incluso cuando se separó de mí observé vertiginosamente a su compañero hasta que volvió a mí. Sí, así debía ser, siempre tenía que volver a mí, pues era el único que la quería aún con la mancha en su pureza. — Eso es sólo que me deseas, tu cuerpo sabe que me pertenece, hirvió hasta evaporarse aquella vez y lo volverá a hacer, sabes que soy el único que puede quererte con ese secreto, por eso serás mía. — Lancé con franqueza, acercándome lo debido para una fiesta en búsqueda de marido. Lo justo para que en mi mirada se notase la excitación y la diversión con la que trataba el tema. Allí estaba la mujer que parecía querer ganarlo todo. El silencio quiso embargarme cuando la idea de aburrirme de ella salió al aire. La realidad es que yo no me aburría exactamente de las cosas que me interesaban. Mantenía mis pertenencias y mis deseos intactos y hacía todo por obtenerlos, intentando no recurrir a medidas ultraje; sin descuidar ninguno de mis logros y ella no sería la excepción, aunque la forma había sido por extorsión, sabía que era la única manera, pero no valía la pena decirlo en esas palabras. — Tendrás que hacerlo bien, para que no me aburra. O sino… Tu destino será peor que comerte. — Una sonrisa socarrona se notó en el costado de mis labios, era mentira en gran parte, mas mi rostro parecía ser muy claro y serio, tenía esa habilidad de mentir que servía para más situaciones de las que podía creer. — ¿Cómo crees que lo haré? Por supuesto, haré una cita con tus padres. Hablaremos sobre el mucho dinero que tenemos y que les daré la reputación que ellos desean. Y tú dirás que estás más que de acuerdo. Y dirán que sí. — “Lo harán” Pensé, mirando a los ojos a la muchacha, con deseo, con ganas de tenerla, porque si había algo que me gustaba realmente, era indagar en las personas, ultrajarlas hasta conocer todo lo que incluso ella desconocía. Acomodé entonces su cuerpo entre mis garras, mirando de reojo las muchas miradas en lo que una en especial llamó mi atención. Era un joven con facciones similares a las de la muchacha y no dudé por un segundo en que fuese un familiar. — ¿Quién es? ¿Cómo debería reaccionar ante ésta situación? No me gusta su mirada. — “me recuerda a la mía”, pensé ante la dominación y preocupación que había en el joven; parecía que conocía algo de esa situación y aunque no podía decir que me intimidara –en realidad, pocas cosas lo hacían- Sí me preocupaban en cierto punto, no quería que nada arruinase mi plan. Chasqueé entonces los dientes, intentando que el disgusto no fluyera por mis expresiones. — ¿Gustas de beber una copa? Siempre podrás cuando estés en mi mano, Genie. — Susurré, casi intentando convencerla, había conseguido lo que quería, siempre lo hacía, pero esa vez parecía más sorprendido, incluso intentando llevármela con gustos.
— No lo soy, soy mucho más inteligente que un humano normal y tengo más suerte, ya ves como hice que te pusieras tú misma las esposas. — Expliqué con sorna, observando la multitud que veía las relucientes curvas de Eugénie, claro que ellos no sabían que estaba sucia y marcada por cuanto hombre pasara por su cama en el burdel. Seguramente nadie la querría si se enteraran de eso, peor aún, su nombre sería manchado de por vida y sus padres quedarían en la banca rota por la deshonra. Pero ahí estaba yo para quedarme con todo eso, no desperdiciaría ni una sola gota de su poder. La mano derecha se hizo firme contra su cintura, abanicándola en el baile sincrónico y pausado. Era cuidadoso, sabía que una negligencia podía lastimarla, por lo que cada paso estaba calculado, incluso cuando se separó de mí observé vertiginosamente a su compañero hasta que volvió a mí. Sí, así debía ser, siempre tenía que volver a mí, pues era el único que la quería aún con la mancha en su pureza. — Eso es sólo que me deseas, tu cuerpo sabe que me pertenece, hirvió hasta evaporarse aquella vez y lo volverá a hacer, sabes que soy el único que puede quererte con ese secreto, por eso serás mía. — Lancé con franqueza, acercándome lo debido para una fiesta en búsqueda de marido. Lo justo para que en mi mirada se notase la excitación y la diversión con la que trataba el tema. Allí estaba la mujer que parecía querer ganarlo todo. El silencio quiso embargarme cuando la idea de aburrirme de ella salió al aire. La realidad es que yo no me aburría exactamente de las cosas que me interesaban. Mantenía mis pertenencias y mis deseos intactos y hacía todo por obtenerlos, intentando no recurrir a medidas ultraje; sin descuidar ninguno de mis logros y ella no sería la excepción, aunque la forma había sido por extorsión, sabía que era la única manera, pero no valía la pena decirlo en esas palabras. — Tendrás que hacerlo bien, para que no me aburra. O sino… Tu destino será peor que comerte. — Una sonrisa socarrona se notó en el costado de mis labios, era mentira en gran parte, mas mi rostro parecía ser muy claro y serio, tenía esa habilidad de mentir que servía para más situaciones de las que podía creer. — ¿Cómo crees que lo haré? Por supuesto, haré una cita con tus padres. Hablaremos sobre el mucho dinero que tenemos y que les daré la reputación que ellos desean. Y tú dirás que estás más que de acuerdo. Y dirán que sí. — “Lo harán” Pensé, mirando a los ojos a la muchacha, con deseo, con ganas de tenerla, porque si había algo que me gustaba realmente, era indagar en las personas, ultrajarlas hasta conocer todo lo que incluso ella desconocía. Acomodé entonces su cuerpo entre mis garras, mirando de reojo las muchas miradas en lo que una en especial llamó mi atención. Era un joven con facciones similares a las de la muchacha y no dudé por un segundo en que fuese un familiar. — ¿Quién es? ¿Cómo debería reaccionar ante ésta situación? No me gusta su mirada. — “me recuerda a la mía”, pensé ante la dominación y preocupación que había en el joven; parecía que conocía algo de esa situación y aunque no podía decir que me intimidara –en realidad, pocas cosas lo hacían- Sí me preocupaban en cierto punto, no quería que nada arruinase mi plan. Chasqueé entonces los dientes, intentando que el disgusto no fluyera por mis expresiones. — ¿Gustas de beber una copa? Siempre podrás cuando estés en mi mano, Genie. — Susurré, casi intentando convencerla, había conseguido lo que quería, siempre lo hacía, pero esa vez parecía más sorprendido, incluso intentando llevármela con gustos.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
Eugénie se dio cuenta que en realidad nunca fue dueña de su realidad. La mayor parte del tiempo se sentía segura, creyéndose capaz de poder salir airosa de cualquier situación, pero no, nunca lo fue. Tristemente la dueña de su realidad era aquella enfermedad que la estaba destruyendo. No podía opinar de su futuro, ya no existía tal opción, debía aceptar al licántropo, y es que él era dueño de su secreto tanto como ella. Ante eso no existía vuelta atrás. Extrañamente su estado de animo mostraba tranquilidad. Su rostro se encontraba sereno. El escenario frente a ella estaba claro, y es que aunque él fuera el dueño de las cadenas que iban a apresarla, sabía que dentro de ese matrimonio todo sería una guerra constante. Su ego no se dejaría doblegar, pero también su enfermedad la haría rogarle por atenciones que necesitaba. Toda una gran contradicción. Se tendría que humillar más de una vez, y con eso la pelea se convertiría en un arma de destrucción. ¿Quién seguiría con vida? Ella haría de todo para poder ser la sobreviviente.
Elegante fue la forma en que movió su rostro, todo en dirección a la mirada masculina. Sintió como a la altura del vientre se le contrajo algo, y es que su hermano los miraba de forma amenazante. Aquel que llevaba su sangre podía ver todo, y sabía leer a la perfección el cuerpo de su hermana. Ella estaba segura que se había percatado de su rigidez, y eso lo alertaba del peligro. ¿Cómo podría convencerlo de que todo estaba bien? Tendría que ser cuidadosa, pero sobretodo meticulosa con todo aquello que fuera a decir.
— Es mi hermano — Susurró como si estuviera diciendo cualquier cosa. — Sabe todo de mi, así que probablemente si llega a enterarse de la situación, busque la manera de cancelar tú esta supuesta boda — Lo miró a los ojos arqueando una ceja. Eugénie se preguntó la manera en que reaccionaría el hombre lobo por aquella información, sin embargo estaba segura que no se iba a intimidar, por el contrario, aquello sería un juego muchísimo más atractivo, y que por supuesto, lo apegaría más a la idea de casarse con ella.
Caminó con él por un momento. Recorrieron algunas mesas. Tomando en cuenta que ella era la anfitriona, debía saludar. Por supuesto que para ella seria muchísimo más agradable hacerlo sin una escolta, pero debía aceptar, sonreír, y hacer como si aquello fuera su mayor alegría. De vez en cuando podía alejarse de él, pero sólo lo adecuado porque su acompañante no le permitía sobrepasarse.
El recorrido fue más rápido de lo que quiso, pero no se quejó, le sirvió para poder relajar la tensión que se le había acumulado, de esa forma podría seguir afrontando la situación.
La noche avanzaba con rapidez, y eso indicaba que en cualquier momento podría pedir permiso para retirarse, aun no estaban prometidos, por lo que podía aún tener momentos para ella. Pocos en realidad, pero si seguían el protocolo, ellos no podían pasar demasiado tiempo juntos.
Eugénie bebía en sorbos pequeños el trago que su futuro marido le había dado.
— Tengo un par de dudas — Se detuvo frente a una mesa vacía, ambos se acomodaron para poder verse a los ojos. — ¿Cuál es su edad? — Eso era un detalle importante, aunque creía que no se llevaban muchos años — ¿Ya se había casado antes? ¿A cuántas esposas se ha comido? — Sonrió con cierta picardía, ¿para qué mentir? También tenía sentido del humor, si iban a compartir su vida, debían intentar conocer el carácter del otro, detalles que con el tiempo les ayudaría en su convivencia — ¿Y cree que mi fortuna podría ayudar a la suya? — Arqueó una ceja, era una pregunta importante, en ese tiempo la riqueza era lo que firmaba un contrato nupcial, aunque la cortesana sabía que él no tenía nada de convencional, nada era como imaginado, todo lo llevarían a otros sentidos. — ¿Así es usted siempre cuando se le atraviesa una idea? — Suspiró — Y por último ¿Está consiente de que su vida cambiará? Una boda no es cualquier cosa, no es un juego, no es un capricho — No dejó de mirarlo, era como si estuviera advirtiéndole.
Elegante fue la forma en que movió su rostro, todo en dirección a la mirada masculina. Sintió como a la altura del vientre se le contrajo algo, y es que su hermano los miraba de forma amenazante. Aquel que llevaba su sangre podía ver todo, y sabía leer a la perfección el cuerpo de su hermana. Ella estaba segura que se había percatado de su rigidez, y eso lo alertaba del peligro. ¿Cómo podría convencerlo de que todo estaba bien? Tendría que ser cuidadosa, pero sobretodo meticulosa con todo aquello que fuera a decir.
— Es mi hermano — Susurró como si estuviera diciendo cualquier cosa. — Sabe todo de mi, así que probablemente si llega a enterarse de la situación, busque la manera de cancelar tú esta supuesta boda — Lo miró a los ojos arqueando una ceja. Eugénie se preguntó la manera en que reaccionaría el hombre lobo por aquella información, sin embargo estaba segura que no se iba a intimidar, por el contrario, aquello sería un juego muchísimo más atractivo, y que por supuesto, lo apegaría más a la idea de casarse con ella.
Caminó con él por un momento. Recorrieron algunas mesas. Tomando en cuenta que ella era la anfitriona, debía saludar. Por supuesto que para ella seria muchísimo más agradable hacerlo sin una escolta, pero debía aceptar, sonreír, y hacer como si aquello fuera su mayor alegría. De vez en cuando podía alejarse de él, pero sólo lo adecuado porque su acompañante no le permitía sobrepasarse.
El recorrido fue más rápido de lo que quiso, pero no se quejó, le sirvió para poder relajar la tensión que se le había acumulado, de esa forma podría seguir afrontando la situación.
La noche avanzaba con rapidez, y eso indicaba que en cualquier momento podría pedir permiso para retirarse, aun no estaban prometidos, por lo que podía aún tener momentos para ella. Pocos en realidad, pero si seguían el protocolo, ellos no podían pasar demasiado tiempo juntos.
Eugénie bebía en sorbos pequeños el trago que su futuro marido le había dado.
— Tengo un par de dudas — Se detuvo frente a una mesa vacía, ambos se acomodaron para poder verse a los ojos. — ¿Cuál es su edad? — Eso era un detalle importante, aunque creía que no se llevaban muchos años — ¿Ya se había casado antes? ¿A cuántas esposas se ha comido? — Sonrió con cierta picardía, ¿para qué mentir? También tenía sentido del humor, si iban a compartir su vida, debían intentar conocer el carácter del otro, detalles que con el tiempo les ayudaría en su convivencia — ¿Y cree que mi fortuna podría ayudar a la suya? — Arqueó una ceja, era una pregunta importante, en ese tiempo la riqueza era lo que firmaba un contrato nupcial, aunque la cortesana sabía que él no tenía nada de convencional, nada era como imaginado, todo lo llevarían a otros sentidos. — ¿Así es usted siempre cuando se le atraviesa una idea? — Suspiró — Y por último ¿Está consiente de que su vida cambiará? Una boda no es cualquier cosa, no es un juego, no es un capricho — No dejó de mirarlo, era como si estuviera advirtiéndole.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
La femenina de curvas elegantes se movía como una flor, como un jodido brote de perfume a excitación, a mujer, a realidad que en mis eternos deseos jamás había aparecido tan reluciente como ella. Mi boca salivaba cuando las yemas de mis dedos volvían a recorrerle cuidadosamente la cintura, apenas apoyándose pues, como era de saberse, conocía cada pauta, los pequeños gestos eran los que siempre me habían llevado a la victoria. Caminaba a su lado con la mirada altiva, saludando a quienes conocía de vista y a algunos otros de arreglos familiares. Mi padre había nacido con una herencia mínima, con un título casi precario, lentamente, como una escalera había conseguido lo mejor. Y yo quería eso. Yo me merecía eso y mucho más. Y más, era Eugénie Florit. Con una sonrisa elegante fue que me atreví a seguirla, acallando los pensamientos que volaban por mi cabeza. Primero en principal, su hermano; tenía que hacerme cargo del muchacho para que éste pensara que yo era lo mejor y lo único que ella debería tener. No era tan difícil, realmente tenía mucho a dar. Era conocido en el ámbito que la fortuna de los Morandé no era una simple herencia familiar. Nos basábamos en los negocios bien hechos, limpios y completamente remunerables. Hechos con los menores costos y la mejor oferta. Con tecnologías extranjeras que nos dejaban en absolutamente otro nivel. Éramos el futuro y muchos ya lo habían notado. Las empresas industriales que se estaban creando iban de nuestra mano. Mi seguridad estaba en las nubes, aunque no así mis pies, que siempre se enterraban en la tierra para pensar todo de diferentes formas matemáticas. — ¿Todo? Eso es interesante. Realmente eres la única verdadera heredera, te cuidan como si fueses oro. Lo eres. Sin lugar a dudas. —
La respuesta era en varios sentidos, su rostro y cuerpo eran perfección pura, su entrada estrecha y confortable daba la calidez que quería disfrutar cada noche. Y por supuesto lo que traía en los bolsillos y en la mente parecía ser sumamente interesante. Pero tenía que evaluarlo, debía contar lo necesario. Y no tardé en sentarme frente a ella, volviendo a ocupar una copa, sabía que las miradas pesaban por y en nuestro alrededor, podía notarlo más que cualquier otra cosa, incluso más que sus pechos apretados por un corsé discreto, que llamaban mi atención aunque mi autocontrol fuese increíblemente alto. Fue entonces, al escucharla, que dejé salir una risa algo seca; no fingida, mas si sorprendida. La mujer sabía de lo que estaba hablando y no tenía ni un poco de miedo en lanzar sus preguntas, algunas levemente envenenadas y otras tan curiosas como inocentes. — No importa demasiado mi edad, ¿cuántos años me das? Te aseguro que tengo los suficientes para desposarte. — Mi ceño no tardó en fruncirse. La realidad es que tenía unos largos cincuenta años. Mi padre no estaba muy lejos de fallecer y siempre había deseado verme casado. No obstante simplemente era demasiado difícil para alguien de envejecimiento tardío. Era un espécimen extraño y ahora, ya con casi medio siglo podía adaptarme a los deseos de la sociedad. Y casarme ya no estaba tan lejos de mi alcance como siempre había pensado. Sin embargo algo en Eugenie me decía que no sería tan fácil ocultarle las cosas como podría creer. — Soy un hombre simple, de deseos grandes, pero nunca inalcanzables. No he tenido otras esposas, ¿por qué piensas que tienes tanto derecho a hacerme todas estas preguntas? ¿Sabes que te las respondo porque así es mi deseo y no porque deba, o no? — La consulta era en un tono casi espectral, la etiqueta no nos permitía estar demasiado cerca unos del otro. Por lo que tenía que golpearla solo con una mirada inquisitiva, intimidante y con ese halo de deseo que no se extinguía cuando ella era quien estaba frente a mí. — ¿Acaso quieres enterarte de mis negocios? Tu familia es conocida por la herencia antigua. Tienes varios recintos y negocios que realmente me harían muy cómodo el próximo proyecto que tengo en marcha. Se trata de un orfanato estatal, con el gobierno que está luchando contra los reyes. Una de las tierras que tienes en las afueras me sirve. Igual eso es algo que hablaré con tu padre. Sin duda eres el paquete entero. Ahh… ¿Me estas advirtiendo? Conozco el funcionamiento de las bodas. Al menos tienes suerte que puedo darte buenos gemidos en la cama. Es lo único que tienes que pensar tú. Nada de lo demás te incumbe, ¿o es que me quiero casar con una revolucionaria? — Consulté apoyando la espalda sobre la silla, estirando una de mis piernas por debajo del mantel para apoyarla sobre las piernas ajenas, rebuscando entonces en una intimidad guardada, pujando hasta encontrarme con la punta del zapato, en la puerta de su interior, tocando un tanto brusco, aunque con el cuidado de disimular cada golpe que se diera allí. — Yo consigo todo lo que quiero. Incluso si quiero hacerte acabar aquí mismo frente a toda la gente, lo haré sin manchar ni mi reputación ni nada. Es bueno cuando te quieres comportar mal, pero no abuses. Ya casi termina esta farsa de fiesta. Felicidades. — Añadí entonces, levantándome de una vez. Entrecerrando los parpados que estaban fijos en la fémina. Comenzando así a acercarme, estirando la mano hacía ella, pidiendo así que se levantara para despedirla. Sabía que el trabajo estaba hecho. Solo quedaba mover las piezas de ajedrez, hasta comerme a la reina por completo.
La respuesta era en varios sentidos, su rostro y cuerpo eran perfección pura, su entrada estrecha y confortable daba la calidez que quería disfrutar cada noche. Y por supuesto lo que traía en los bolsillos y en la mente parecía ser sumamente interesante. Pero tenía que evaluarlo, debía contar lo necesario. Y no tardé en sentarme frente a ella, volviendo a ocupar una copa, sabía que las miradas pesaban por y en nuestro alrededor, podía notarlo más que cualquier otra cosa, incluso más que sus pechos apretados por un corsé discreto, que llamaban mi atención aunque mi autocontrol fuese increíblemente alto. Fue entonces, al escucharla, que dejé salir una risa algo seca; no fingida, mas si sorprendida. La mujer sabía de lo que estaba hablando y no tenía ni un poco de miedo en lanzar sus preguntas, algunas levemente envenenadas y otras tan curiosas como inocentes. — No importa demasiado mi edad, ¿cuántos años me das? Te aseguro que tengo los suficientes para desposarte. — Mi ceño no tardó en fruncirse. La realidad es que tenía unos largos cincuenta años. Mi padre no estaba muy lejos de fallecer y siempre había deseado verme casado. No obstante simplemente era demasiado difícil para alguien de envejecimiento tardío. Era un espécimen extraño y ahora, ya con casi medio siglo podía adaptarme a los deseos de la sociedad. Y casarme ya no estaba tan lejos de mi alcance como siempre había pensado. Sin embargo algo en Eugenie me decía que no sería tan fácil ocultarle las cosas como podría creer. — Soy un hombre simple, de deseos grandes, pero nunca inalcanzables. No he tenido otras esposas, ¿por qué piensas que tienes tanto derecho a hacerme todas estas preguntas? ¿Sabes que te las respondo porque así es mi deseo y no porque deba, o no? — La consulta era en un tono casi espectral, la etiqueta no nos permitía estar demasiado cerca unos del otro. Por lo que tenía que golpearla solo con una mirada inquisitiva, intimidante y con ese halo de deseo que no se extinguía cuando ella era quien estaba frente a mí. — ¿Acaso quieres enterarte de mis negocios? Tu familia es conocida por la herencia antigua. Tienes varios recintos y negocios que realmente me harían muy cómodo el próximo proyecto que tengo en marcha. Se trata de un orfanato estatal, con el gobierno que está luchando contra los reyes. Una de las tierras que tienes en las afueras me sirve. Igual eso es algo que hablaré con tu padre. Sin duda eres el paquete entero. Ahh… ¿Me estas advirtiendo? Conozco el funcionamiento de las bodas. Al menos tienes suerte que puedo darte buenos gemidos en la cama. Es lo único que tienes que pensar tú. Nada de lo demás te incumbe, ¿o es que me quiero casar con una revolucionaria? — Consulté apoyando la espalda sobre la silla, estirando una de mis piernas por debajo del mantel para apoyarla sobre las piernas ajenas, rebuscando entonces en una intimidad guardada, pujando hasta encontrarme con la punta del zapato, en la puerta de su interior, tocando un tanto brusco, aunque con el cuidado de disimular cada golpe que se diera allí. — Yo consigo todo lo que quiero. Incluso si quiero hacerte acabar aquí mismo frente a toda la gente, lo haré sin manchar ni mi reputación ni nada. Es bueno cuando te quieres comportar mal, pero no abuses. Ya casi termina esta farsa de fiesta. Felicidades. — Añadí entonces, levantándome de una vez. Entrecerrando los parpados que estaban fijos en la fémina. Comenzando así a acercarme, estirando la mano hacía ella, pidiendo así que se levantara para despedirla. Sabía que el trabajo estaba hecho. Solo quedaba mover las piezas de ajedrez, hasta comerme a la reina por completo.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
El golpe de realidad había aparecido en ese momento. En casa la situación casi todo el tiempo era distinta. Ella había aprendido a pensar cómo los demás, siempre teniendo su voz peso en la toma de decisiones, era parte de un consenso, nunca antes había sentido el peso de la actualidad, de una sociedad machista que poco le importaba lo que deseara o sintiera una mujer. Se dio cuenta que había sido afortunada durante todos sus años, que sus caprichos y deseos la estaban alejando de eso. Sino se hubiera dejado llevar por la enfermedad, por llenar el placer acumulado, muy probablemente no estaría pasando por aquella situación. Su ego se encontraba pisoteado. Lo peor de todo es que se sentía humillada, eso abría un nuevo juego en su interior, una guerra, una lucha que estaba dispuesta a jugar, pero más que nada a vencer.
Se puso de pie, con la mirada perdida, aún no terminaba de procesar todo aquello que estaba ocurriendo aquella noche, probablemente no terminaría en ese momento, tampoco la próxima semana, pero si llegaría a buenas conclusiones que la harían dar una buena batalla.
Inevitablemente le sonrió, una sonrisa sincera que ella misma no entendía de dónde provino. Se encogió de hombros restándole importancia al gesto. Se sentía agradecida, quizás su vida había encontrado su propósito. La lucha sexual que vivían en su interior podría ser aplacada por el ego que se deseaba imponer. Theodore le estaba ofreciendo un futuro prometedor, no económicamente hablando, porque de no haberse casado nunca, muy probablemente podría derrochar sin miramientos, sin embargo si le estaba ofreciendo sentido por el cual vivir, por el cual luchar; su propia supervivencia.
- ¿Estás seguro que podrás aceptar los términos de mi padre? Recuerda que el carácter lo aprendí de algún lado. No le gustará ver a su princesa doblegada por un hombre, tengo por seguro, es parte de los términos - Sonrió con aire triunfal, porque aquello era cierto, su padre aunque la quería casada, la prefería libre, única, protegida y segura.
Estiró su mano con recato, esperando que el licántropo se la tomara depositando un beso en el dorso de despedida. Eugénie se dio cuenta que su hermano no les perdía la mirada de encima.
Bajó la mano, el hombre se había tardado en responderle el gesto, así que imaginaba aún existían un par de cosas por decir.
— ¿Cree usted que las preguntas son un abuso de mi parte? Es un poco extraño, según tengo entendido las preguntas hacen del conocimiento, tomando en cuenta que me quiere de esposa, debo conocer un poco más de quien podría ser mi marido, o quizá no — Sonrió pasando la mirada entre los ojos curiosos de los invitados. — Si sabe de un buen matrimonio, sabrá también que la mujer está destinada a saber un poco del tema, así siempre tendrá buena palabra en una reunión en caso de preguntas, es el mejor respaldo para el hombre, el mejor adorno, o si quieres llamarlo trofeo — Suspiró, Eugénie sabía su posición en la sociedad, ella sabía que en realidad con sólo tenerla alguien de esposa, ya con eso había ganado más de mil batallas. Los hombres siempre creían que tenían el poder, en realidad parte de ello era cierto, pero una mujer, una verdadera mujer siempre influía en las decisiones, y en el como llegaran a verlos. Si Theodore quería seguir conservando sus riquezas, su estatus y su reputación, más valía que la pusiera muy por encima de cualquier prioridad, porque ella no se andaba con rodeos. Así como él podría destruirla de la noche a la mañana, ella también podría hacerlo en un abrir y cerrar de ojos. O quizás de piernas. Todo dependería de su juego, de su lucha, o quizás su odio y las ganas de ejercer una venganza.
— Considero debes plantearte bien si lo que deseas es tenerme a mi, o sólo jugar conmigo, yo podría ser parte del juego, no es necesario que sacrifiques tú libertad, piensa bien las cosas, estoy segura que no te gusta perder, tampoco te gustaría perder conmigo — Estiró su mano para corresponder el gesto de una pareja de alemanes que los habían acompañado, mismos que por respeto no deseaban romper la burbuja de los “enamorados”, y que simplemente se estaban despidiendo. Parecía que el tiempo se había ido volando, porque muchos invitados parecían tener prisa por marcharse, los ojos cansados de algunos lo decía y en otros, el alcohol había jugado a subir el libido y desear una cama caliente con la cual disfrutar de sus cuerpos. Algo que ella sin duda hubiera deseado.
— Creo que la prudencia debe aparecer desde el inicio de nuestra relación, así que es momento de marchar, mi estimado caballero — La referencia hacía él, no era más que simple ironía — Estaré ansiosa por recibir noticias de usted — Vaya que si lo estaría, porque aunque se mostrara segura, y jamás doblegada, la realidad es que las decisiones que él tomara cambiarían su vida.
Hizo una reverencia antes de dar la vuelta, avanzar hasta sus padres, y terminar por pedir permiso para marcharse del salón.
Se puso de pie, con la mirada perdida, aún no terminaba de procesar todo aquello que estaba ocurriendo aquella noche, probablemente no terminaría en ese momento, tampoco la próxima semana, pero si llegaría a buenas conclusiones que la harían dar una buena batalla.
Inevitablemente le sonrió, una sonrisa sincera que ella misma no entendía de dónde provino. Se encogió de hombros restándole importancia al gesto. Se sentía agradecida, quizás su vida había encontrado su propósito. La lucha sexual que vivían en su interior podría ser aplacada por el ego que se deseaba imponer. Theodore le estaba ofreciendo un futuro prometedor, no económicamente hablando, porque de no haberse casado nunca, muy probablemente podría derrochar sin miramientos, sin embargo si le estaba ofreciendo sentido por el cual vivir, por el cual luchar; su propia supervivencia.
- ¿Estás seguro que podrás aceptar los términos de mi padre? Recuerda que el carácter lo aprendí de algún lado. No le gustará ver a su princesa doblegada por un hombre, tengo por seguro, es parte de los términos - Sonrió con aire triunfal, porque aquello era cierto, su padre aunque la quería casada, la prefería libre, única, protegida y segura.
Estiró su mano con recato, esperando que el licántropo se la tomara depositando un beso en el dorso de despedida. Eugénie se dio cuenta que su hermano no les perdía la mirada de encima.
Bajó la mano, el hombre se había tardado en responderle el gesto, así que imaginaba aún existían un par de cosas por decir.
— ¿Cree usted que las preguntas son un abuso de mi parte? Es un poco extraño, según tengo entendido las preguntas hacen del conocimiento, tomando en cuenta que me quiere de esposa, debo conocer un poco más de quien podría ser mi marido, o quizá no — Sonrió pasando la mirada entre los ojos curiosos de los invitados. — Si sabe de un buen matrimonio, sabrá también que la mujer está destinada a saber un poco del tema, así siempre tendrá buena palabra en una reunión en caso de preguntas, es el mejor respaldo para el hombre, el mejor adorno, o si quieres llamarlo trofeo — Suspiró, Eugénie sabía su posición en la sociedad, ella sabía que en realidad con sólo tenerla alguien de esposa, ya con eso había ganado más de mil batallas. Los hombres siempre creían que tenían el poder, en realidad parte de ello era cierto, pero una mujer, una verdadera mujer siempre influía en las decisiones, y en el como llegaran a verlos. Si Theodore quería seguir conservando sus riquezas, su estatus y su reputación, más valía que la pusiera muy por encima de cualquier prioridad, porque ella no se andaba con rodeos. Así como él podría destruirla de la noche a la mañana, ella también podría hacerlo en un abrir y cerrar de ojos. O quizás de piernas. Todo dependería de su juego, de su lucha, o quizás su odio y las ganas de ejercer una venganza.
— Considero debes plantearte bien si lo que deseas es tenerme a mi, o sólo jugar conmigo, yo podría ser parte del juego, no es necesario que sacrifiques tú libertad, piensa bien las cosas, estoy segura que no te gusta perder, tampoco te gustaría perder conmigo — Estiró su mano para corresponder el gesto de una pareja de alemanes que los habían acompañado, mismos que por respeto no deseaban romper la burbuja de los “enamorados”, y que simplemente se estaban despidiendo. Parecía que el tiempo se había ido volando, porque muchos invitados parecían tener prisa por marcharse, los ojos cansados de algunos lo decía y en otros, el alcohol había jugado a subir el libido y desear una cama caliente con la cual disfrutar de sus cuerpos. Algo que ella sin duda hubiera deseado.
— Creo que la prudencia debe aparecer desde el inicio de nuestra relación, así que es momento de marchar, mi estimado caballero — La referencia hacía él, no era más que simple ironía — Estaré ansiosa por recibir noticias de usted — Vaya que si lo estaría, porque aunque se mostrara segura, y jamás doblegada, la realidad es que las decisiones que él tomara cambiarían su vida.
Hizo una reverencia antes de dar la vuelta, avanzar hasta sus padres, y terminar por pedir permiso para marcharse del salón.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. || Privado
La noche se acercaba a su fin rasgando la tela de la incertidumbre, mostrando por fin lo que desde hacía tanto tiempo quería observar. Una mujer empecinada en correrse de mi lado, pero atada a mis pies como nunca antes nadie lo había estado. Así mismo mis deseos de poseerla eran iguales, eran recíprocos, solo con su perfume excéntrico podía excitarme, era diferente, como tener dos mujeres a mi lado. No podía negarlo, yo me conformaba con una, me consideraba tradicional, tan común como lo fue mi padre, incapaz de amar a más de una mujer. Aunque yo, yo aún no amaba a ninguna. Pero si algo había seguro es que Eugenie atraía cada poro de mi piel. Y no pude negarle una sonrisa cuando preguntaba con falsa inocencia, aparentemente deseosa de conocimientos, de pensar, algo que por la época, era bastante diferente en una mujer. Éstas por el contrario, solo querían aparentar, dinero, amor, felicidad, eran una obra de teatro constante y sin embargo, ella, era arte. Un arte que sería solo para mi deleite. — ¿Acaso estás siendo doblegada? Recuerda que esos no son los códigos a tratar, te veo muy feliz a mi lado. Tú me quieres a tu lado, ¿no es así? — Enarqué la ceja, observándola, llevando mi cuerpo hasta el de ella, dejándome guiar con completa seguridad. Si algo había aprendido, era a simular y figurar, a ser uno más entre ellos. Pero yo era disparejo, la maldición me había hecho singular, porque conocía la verdad en sus miradas, sabía sus pensamientos antes de que hablaran. Mierda en el cerebro y flores sobre la lengua. Espinas en la garganta, todos eran iguales, incluso podía creer que la familia de la falta prostituta era igual. No obstante, sabía que no, estaba completamente seguro que eran tan diferentes como ella. Y eso no hacía más que avivar mis deseos de poseerla en cuerpo y en alma.
— ¿Me crees tan iluso como para contarte tantas cosas antes de que termines de aceptar estar en mi brazo? No te confundas, sé perfectamente que serás mi accesorio preferido, pero eso será cuando no puedas escaparte en absoluto de mí. Mientras tanto, te confieso, que sabes más de lo que le digo a un hombre común. Eso debería ser suficiente, ¿no lo crees? — Llamarla mejor que un hombre era sin duda, un alago que no se escuchaba habitualmente y allí estaba, contándole a una fémina los gustos y los deseos que yo tenía. Y le sonreí, casi sabiendo lo que pasaba por su cabeza. Ella evidentemente estaba deseosa por jugarme trampas, por seducirme hasta matarme como una geisha. Aparentemente no estaba del todo acertada en lo que tenía en frente. Apoyé mis manos sobre la mesa entonces, enarcando la ceja para observarla, esperando más de sus habladurías que parecían ansiosas por salir disparatadas. — Pareces muy segura de lo que dices, pero te olvidas qué soy. Tengo algo que tú no tienes, ni tampoco tendrás jamás. Eres hermosa, me mostraste que tienes un cerebro entretenido, uno que me encantará usar para mi propia labor. Yo no necesito enamorarme, pero si tú lo quieres, puedes intentarlo todo lo que quieras. Juega el juego esposada, otra cosa no me importa. — Mi punto de vista distaba completamente del ajeno, uno en donde la diversión era en base a un sexo salvaje y perturbador, uno que sabía hacer y que disfrutaba como cualquier otro macho, la diferencia con ella, era que yo sabía controlarme, tomar a la bestia entre manos era mucho más fácil que incluso domarla. Esperé a que se levantara entonces del asiento, siguiéndola con una leve sumisión que era producto de la actuación, de un bello enamoramiento en mi mirada que era tan falso por dentro, como aquel antifaz que estaba cubriendo mis deseos de fornicarla contra una cama violentamente. Alcé mi brazo, para besarle con cuidado la mano, mirándola a los ojos tan solo unos segundos. — Por supuesto que estarás ansiosa, de esto depende tu vida. Y déjame decirte que te espera lo mejor que yo quiero. No sé si será lo mismo que esperas tú. Lo que es seguro es que te emocionará, de una manera u otra. Saludaré primero a tus padres. Nos veremos muy pronto, quizá más del que piensas. — No me acerqué mucho más, la excitación bordeaba mi falo y lo último que deseaba era sentirme llegando al orgasmo en medio de una fiesta pública. La miré a los ojos, oliéndola en disimulo, sintiendo su esencia entera, no me olvidaría de ese olor, ella no podría huir, pues sucedía que mis caprichos siempre eran cumplidos y obviamente, cuidados hasta el último momento de mi propio existir.
Y así es como me despedí de aquel frufrú de fiesta, saludando a sus padres con una cordialidad inmune a rechazos, con seguridad y obviamente, mostrando el dinero y la clase que podía ser capaz de otorgarles a ellos. Que sin duda parecían singulares y con curiosidad e intriga sobre mi apariencia y personalidad. No se podía esperar menos, yo era, quizá, el único que había podido conseguir la real atención de su hija en esa reunión. Pues a los demás solo los trataba como un puñado de dinero, al cual se debe respetar y mantener la distancia. Y a mí, a mí me veía como un hombre que había hecho gritar su entrepierna tan fuerte como mi propio pecho terminó por dar.
— ¿Me crees tan iluso como para contarte tantas cosas antes de que termines de aceptar estar en mi brazo? No te confundas, sé perfectamente que serás mi accesorio preferido, pero eso será cuando no puedas escaparte en absoluto de mí. Mientras tanto, te confieso, que sabes más de lo que le digo a un hombre común. Eso debería ser suficiente, ¿no lo crees? — Llamarla mejor que un hombre era sin duda, un alago que no se escuchaba habitualmente y allí estaba, contándole a una fémina los gustos y los deseos que yo tenía. Y le sonreí, casi sabiendo lo que pasaba por su cabeza. Ella evidentemente estaba deseosa por jugarme trampas, por seducirme hasta matarme como una geisha. Aparentemente no estaba del todo acertada en lo que tenía en frente. Apoyé mis manos sobre la mesa entonces, enarcando la ceja para observarla, esperando más de sus habladurías que parecían ansiosas por salir disparatadas. — Pareces muy segura de lo que dices, pero te olvidas qué soy. Tengo algo que tú no tienes, ni tampoco tendrás jamás. Eres hermosa, me mostraste que tienes un cerebro entretenido, uno que me encantará usar para mi propia labor. Yo no necesito enamorarme, pero si tú lo quieres, puedes intentarlo todo lo que quieras. Juega el juego esposada, otra cosa no me importa. — Mi punto de vista distaba completamente del ajeno, uno en donde la diversión era en base a un sexo salvaje y perturbador, uno que sabía hacer y que disfrutaba como cualquier otro macho, la diferencia con ella, era que yo sabía controlarme, tomar a la bestia entre manos era mucho más fácil que incluso domarla. Esperé a que se levantara entonces del asiento, siguiéndola con una leve sumisión que era producto de la actuación, de un bello enamoramiento en mi mirada que era tan falso por dentro, como aquel antifaz que estaba cubriendo mis deseos de fornicarla contra una cama violentamente. Alcé mi brazo, para besarle con cuidado la mano, mirándola a los ojos tan solo unos segundos. — Por supuesto que estarás ansiosa, de esto depende tu vida. Y déjame decirte que te espera lo mejor que yo quiero. No sé si será lo mismo que esperas tú. Lo que es seguro es que te emocionará, de una manera u otra. Saludaré primero a tus padres. Nos veremos muy pronto, quizá más del que piensas. — No me acerqué mucho más, la excitación bordeaba mi falo y lo último que deseaba era sentirme llegando al orgasmo en medio de una fiesta pública. La miré a los ojos, oliéndola en disimulo, sintiendo su esencia entera, no me olvidaría de ese olor, ella no podría huir, pues sucedía que mis caprichos siempre eran cumplidos y obviamente, cuidados hasta el último momento de mi propio existir.
Y así es como me despedí de aquel frufrú de fiesta, saludando a sus padres con una cordialidad inmune a rechazos, con seguridad y obviamente, mostrando el dinero y la clase que podía ser capaz de otorgarles a ellos. Que sin duda parecían singulares y con curiosidad e intriga sobre mi apariencia y personalidad. No se podía esperar menos, yo era, quizá, el único que había podido conseguir la real atención de su hija en esa reunión. Pues a los demás solo los trataba como un puñado de dinero, al cual se debe respetar y mantener la distancia. Y a mí, a mí me veía como un hombre que había hecho gritar su entrepierna tan fuerte como mi propio pecho terminó por dar.
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Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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